martes, 12 de mayo de 2009

La paz os dejo, mi paz os doy

Hechos, 14, 18-27
Sal. 144
Jn. 14, 27-31


Venir al encuentro con el Señor es venir a llenarnos de su paz. Jesús nos da la paz, su paz. ¡Cuántas veces lo escuchamos en el evangelio! Y nos da una paz que no tiene ninguna comparación con nada de lo que nosotros podamos imaginar o desear. Tenemos que descubrirla, sentirla y vivirla en lo más hondo de nuestro corazón, saborearla.
¡Cómo lo sentiría la mujer pecadora cuando Jesús le perdona sus muchos pecados y le dice ‘vete en paz, no peques más’!
O la mujer adúltera a la que todos condenan, pero a la que Jesús devuelve la dignidad perdida.
O Zaqueo cuando recibió a Jesús en su casa y en el descargó su conciencia que le abrumaba, renovó su vida para empezar un nuevo vivir y fue capaz de compartir todo lo que tenía con los demás.
¿No sentiría paz Nicodemo cuando habla aquella noche con Jesús, vislumbra la vida nueva que en Jesús comienza – Jesús le habla de un nuevo nacimiento -, y descubre todo lo que es el amor inmenso de Dios que nos entrega a su Hijo?
Por algo los ángeles cantaron la gloria para Dios, la paz para los hombres con el nacimiento de Jesús, porque comenzaba un mundo nuevo donde sería posible la paz. Será el saludo pascual de Cristo resucitado una y otra vez cuando viene al encuentro con los discípulos pero a los que confía el don de perdonar para sanar el corazón herido y muerto de los hombres. Y es la promesa que Jesús hace ahora cuando va a comenzar la pasión y los discípulos se sienten tan turbados.
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde…’ que no os falte la paz en el corazón aunque sean duros los momentos que van a venir, les dice a los discípulos en la última cena, como acabamos de escuchar. ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo’. Es la paz que sabe darnos Jesús.
Cuando ahora en la mañana estamos iniciando el día, en nuestra mente están cuántas cosas tenemos que hacer hoy, preocupaciones, trabajos, problemas, tareas de todo tipo que en este ritmo vertiginoso de la vida que vivimos, parece que se nos hiciera corto el tiempo para tantas cosas que tenemos que hacer. Es hermoso este momento de paz que tenemos en nuestra oración de la mañana, nuestro cántico de la alabanza del Señor y nuestra celebración de la Eucaristía. Muchas veces decimos que es un cargar las baterías. Cómo nos sentimos reconfortados en el Señor.
Llenémonos de la paz del Señor. Que no nos sintamos agobiados por nuestra tarea. El Señor está con nosotros ahora y en cada momento de nuestro día. Que tampoco perdamos la paz por lo que es nuestra vida, tantas son nuestras limitaciones, nuestras debilidades, y tantos pecados, porque en la presencia del Señor nos sentimos siempre manchados, y pecadores. Se nos regala su gracia, su vida, su perdón. En El nos sentimos amados y perdonas; en El sentimos ese ánimo para nuestra tarea diaria, para nuestro caminar.
Es un gozo creer en el Señor que tan cerca quiere estar de nuestra vida, y de qué manera nos llena de su amor. Alabemos al Señor. Bendigamos al Señor. Sepamos dar gracias por el regalo de su paz.

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