martes, 19 de mayo de 2009

Celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios

Hechos, 16, 22-34
Sal.137
Jn. 16, 5-11


Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu…’ hemos pedido hoy al comenzar nuestra celebración. Una oración que se repite con frecuencia en este tiempo pascual gozosos por la salvación que nos renueva, que nos hace hombres nuevos en el Espíritu.
Y esto nos invita a la alabanza y a la acción de gracias al Señor en todo momento y situación. ‘Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti… daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad…’ cantamos al Señor, hacemos sonar todos los instrumentos, todo tiene que ser júbilo y alegría en nuestro corazón, todo para la alabanza del Señor.
Es lo que nos enseña también la Palabra de Dios hoy proclamada, en especial, el texto de los Hechos de los Apóstoles. Pablo y Silas han llegado a Filipos. Habían acudido junto al río donde los judíos se reunían para rezar y allí entablan conversación con algunas mujeres. Lo escuchábamos ayer. Al final, una de aquellas mujeres, Lidia, que han aceptado la fe incluso les invitan a su casa.
Hoy escuchamos la otra cara de la moneda en parte, porque algunos se soliviantan contra Pablo y Silas. ‘La plebe se amotinó contra ellos y los magistrados dieron orden que los desnudaran y los apalearan…’ Terminan con cepos en la mazmorra. Pero allí. ‘a eso de medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios’. No parece el momento más adecuado para cantar, mientras molidos a palos yacen en la cárcel. Pero en todo momento el verdadero creyente ha de saber cantar a Dios su alabanza. Pueden ser momentos duros y difíciles, pero no es sólo pedir la ayuda de Dios para esa situación, sino que ha de ser también el canto de la alabanza al Señor. Es lo que hacen Pablo y Silas.
Pero suceden más cosas. ‘De repente vino una sacudida violenta, que temblaron los cimientos de la cárcel. Las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas…’ El carcelero teme que le hayan escapado los presos e intenta suicidarse, pero Pablo se lo impide. Al final como hemos escuchado termina haciéndole el anuncio de Jesús y de la salvación. ‘¿Qué tengo que hacer para salvarme?... cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia…’
Ya lo hemos escuchado. ‘Le explicaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. El carcelero se los llevó a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas, y se bautizó enseguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’.
Hermoso mensaje. Nos manifiesta la alegría de la fe, la alegría de aquella familia por haber encontrado la fe que les lleva a la salvación. ‘Celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’. Es la alegría con la que hemos de vivir nuestra fe. Lo hemos repetido muchas veces los cristianos tenemos que ser los hombres y mujeres más alegres del mundo.
Gozosos y orgullosos de nuestra fe. Y eso en todo momento y situación como decíamos. Gozosos y alegres venimos a nuestra celebración de la Eucaristía que siempre tiene que ser la fiesta de la Pascua del Señor. No caben Eucaristías tristes, porque cualquiera que sea el estado anímico que vivamos, en la fe encontramos la fuerza, la luz, el sentido para vivir nuestra vida. Y quien ha encontrado esa luz camina siempre en plenitud. Plenitud en la fe y plenitud en la esperanza. Como hemos escuchado estos días a Jesús, ‘os he contado todo esto para mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a su plenitud’.

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