viernes, 3 de abril de 2009

El profeta, Cristo y nosotros en el camino de la Pascua

Jer. 20, 10-13
Sal.17
Jn. 10, 31-42

La Palabra que hoy se nos ha proclamado nos vale para mirar la vida del profeta, desde él mirar la vida de Jesús, y terminar contemplando también nuestra vida.
El profeta no sólo anuncia palabras proféticas, sino que su misma vida es un signo y una profecía. Así lo vemos en Cristo y así tiene que ser también nuestra propia vida.
La situación en la que se encuentra el profeta Jeremías en la descripción que nos hace el texto proclamado es bastante dura y difícil por la oposición y hasta persecución que encuentra a su alrededor. Oposición y persecución que incluso le llega de los más cercanos como pueden ser sus propios familiares y los que consideraba sus amigos.
‘Oía el cuchicheo de la gente… mis amigos acechaban mi traspiés. A ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él…’
Son momentos de infidelidad a la Alianza, de destrucción para el propio pueblo que llega hasta a perder en cierto modo su propia identidad, de desorientación sin saber a quien acudir y quien pueda defenderlos.
Lo que el profeta anuncia, su misma vida que se convierte en un signo para sus coetáneos – es el profeta que no sólo habla con palabras sino que además realiza gestos y signos muy significativos de lo que va a suceder – no era aceptado por el conjunto del pueblo o por sus dirigentes. Por eso tendrá momentos difíciles de cárceles, cepos, hambre y sed cuando le introducen incluso en una piscina seca para dejarlo allí morir.
Pero el profeta se siente seguro y quiere ser fiel a la misión que le ha encomendado el Señor desde el seno de su madre, como dice él. ‘El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo… Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, a ti encomiendo mi causa… cantad al Señor que libra la vida del pobre de la mano de los impíos…’
Lo que vemos en el profeta es profecía de Cristo, es profecía mesiánica. En el evangelio de hoy vemos cómo se van enconando los posturas de los judíos contra Jesús que quieren de todas maneras quitarlo de en medio. Quieren apedrearle o quieren detenerlo, como hoy hemos escuchado. ‘Los judíos cogieron piedras para apedrear a Jesús… intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de sus manos…’ No ha llegado aún la hora para Cristo.
Las palabras y los hechos de Cristo son signos verdaderos de la salvación que nos ofrece Jesús. Lo que ahora estamos viendo ya en la cercanía de la semana de la pasión y del triduo pascual es anticipo de todo lo que va a suceder.
Hay unos que le rechazan y lo llevarán hasta la cruz, mientras que el evangelista nos habla también de que muchos comienzan a creer en Jesús. Es el signo de contradicción que es Cristo para el mundo, como había anunciado proféticamente el anciano Simeón.
Cristo camina hacia la Pascua, pero nos está señalando también nuestro camino. Nuestra vida, como la del profeta, nuestras palabras, gestos y actitudes, nuestros actos y todo lo que hacemos y vivimos también tiene que ser un signo profético en medio del mundo que nos rodea. Como Cristo, signo de contradicción. Nos rechazarán o nos aceptarán.
No temamos el rechazo. Jesús nos lo anuncia pero El lo pasó para que hubiera pascua. Así tenemos que vivir nosotros intensamente la Pascua. Y no hay pascua sin pasión y muerte. Nos costará y dolerá el testimonio pero tenemos que darlo con gallardía. Sabemos quién es nuestra fuerza. Tenemos con nosotros el Espíritu de Jesús.

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