sábado, 14 de marzo de 2009

Un Dios compasivo que se complace en la misericordia

iq. 7, 14-15.18-20
Sal. 102
Lc. 15, 1-3.11-32


‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. Fue la reacción de los fariseos y los letrados que murmuraban entre ellos porque ‘se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle’.
Pareciera que quisiéramos enmendarle la plana a Dios y como si nos gozáramos en un Dios vengativo y castigador. Muchas veces decimos es que ése es el Dios del Antiguo Testamento. Pero no es así. Hoy mismo hemos escuchado al profeta Miqueas que nos decía: ‘¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa de tu heredad?’
Pero es que en el salmo hemos dicho una y otra vez ‘el Señor es compasivo y misericordioso… el perdona todas tus culpas… te colma de gracia y de ternura… no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas…
En ese mismo sentido seguía la profecía de Miqueas: ‘No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos’. ¿Queremos un Dios más compasivo?
No tenemos que juzgar a nadie, para que el Señor no nos juzgue ni nos condene, pero ¿cómo es que a los fariseos les parece extraño o un contrasentido que hasta Jesús se acercaran los publicanos y pecadores a escucharle? ¿No habían seguido a paso a paso la vida de Jesús, visto sus obras y escuchado su mensaje? Si hubieran tenido ojos para ver, hubieran descubierto el rostro compasivo del Padre que se nos manifiesta en Jesús.
¿No fue Jesús el que perdonó a la mujer pecadora ‘sus muchos pecados porque había amado mucho’? ¿No fue Jesús el que cuando le trajeron a la mujer adúltera dijo que ‘el que no tenga pecado, que tire la primera piedra’? ¿No fue Jesús el que perdonó los pecados al paralítico que hicieron descender desde el techo en una camilla? Y el que fue a hospedarse en casa de Zaqueo y dijo que había llegado 'aquel día la salvación a aquella casa'; y el que en la cruz comienza perdonando y hasta disculpando a quienes le estaban clavando en la cruz, ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’.
Es el Jesús que hoy nos propone la más hermosa de las parábolas. La del padre que acoge con un abrazo al hijo que retorna a la casa después de haber vivido perdidamente y malgastado toda la fortuna que le repartió el padre, y hasta hace fiesta porque su hijo ha vuelto.
Todos conocemos bien la parábola, la hemos escuchado hoy proclamar y la hemos meditado muchas veces. Hemos hecho siempre mucho hincapié en la indignidad del hijo pecador que se marchó de la casa del padre, pero tenemos que contemplar sobre todo el rostro misericordioso de Dios que es Padre que acoge y que perdona, que nos viste de nuevo con el traje de la gracia y se llena de alegría honda con nuestra vuelta cuando venimos hasta El arrepentidos.
‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti’, tenemos nosotros que confesar tantas veces. Y nuestro pecado ha estado en no haber descubierto antes de verdad cómo Dios es nuestro Padre y nos ama, cómo nos regala tantas veces con su gracia y siempre nos está llamando para que volvamos a El. Nos hacemos oídos sordos, nos hacemos ciegos de corazón y no terminamos de ver y comprender todo lo que es el amor de Dios.
Que seamos capaces de descubrir y experimentar ese amor en nuestras vidas y así nos llenemos nosotros también de amor. Que llenos de amor y arrepentidos acudamos al abrazo del Padre. No temamos por mucho y grande que sea nuestro pecado porque tenemos un Dios que nos ama y nos perdona y arroja a lo hondo del mar todos nuestros delitos para olvidarlos para siempre. La sangre derramada de Cristo es la señal y la garantía. Es la alegría de Dios el perdonarnos y tendrá que ser también nuestra alegría.

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