lunes, 30 de marzo de 2009

La justicia de Dios es su misericordia

Daniel, 23, 1-9.15-17.19-30.33-62
Sal. 22
Jn. 8, 1-11


La justicia de Dios es su misericordia. Así se unen en Dios la justicia y la misericordia, cosa que a los hombres tanto nos cuesta y para algunos incluso parece hasta incompatible.
El que lo hace, que lo pague, decimos tantas veces haciéndonos justicieros. El mundo que nos rodea no termina de entender la virtud de la misericordia y del perdón que nos predica Cristo y que tratamos de vivir los cristianos.
‘Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El’, nos dice el Evangelio. Y es ahí donde está la misericordia justo al lado de nuestro arrepentimiento y la capacidad de perdón.
Es que quien ha ofendido al Señor, decimos, Dios tiene que condenarlo y en su justicia castigarlo. Empleamos demasiado la frase de que Dios nos castiga. Pero, pregúntate, ¿es que a ti no te gustaría que te perdonan tantos errores como vas cometiendo en la vida? O ¿es que eres de los que se creen tan justos que pueden tirar la primera piedra porque no tienes pecado?
La condena, es cierto, nos la hemos buscado nosotros – entendamos bien lo que voy a decir – cuando nos hemos apartado de Dios y vivimos en ruptura con El. Soy yo quien con mi pecado me he apartado, alejado de Dios, y en consecuencia de la vida en plenitud que El me ofrece. Claro que viviendo esa ruptura con Dios no alcanzaré a vivir esa dicha de felicidad eterna que Dios me tiene reservada. Pero he sido yo el que me he apartado, he escogido otro camino, he preferido vivir sin esa plenitud que Dios me ofrece.
Pero ahí aparece, vuelvo a decir, la misericordia de Dios que nos busca como el pastor a la oveja perdida que se marchó del redil. La misericordia del Señor viene a romper todas las barreras que los hombres ponemos con nuestro pecado y egoísmo entre unos y otros y que nos separan y distancian al mismo tiempo de Dios.
El Señor está esperando, más aún, motivando y moviéndonos con su gracia a ese paso de arrepentimiento sincero que nos lleve a la conversión, a la vuelta a Dios, a recibir el abrazo del perdón misericordioso de Dios.
Es lo que nos enseña el evangelio de hoy. Jesús está en el templo y enseñaba al pueblo. Traen a una mujer que por su pecado de adulterio está condenada; aquellos que se tienen por justos quieren que se ejecute tal condena. ‘Los letrados y los fariseos le traen una mujer una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿Tú que dices?’
Jesús espera. Jesús hace silencio. Quieren comprometerlo para poder acusarlo a El también. ‘Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo’. Pero son muchos, y no sólo aquella mujer, los que tienen que dar pasos de arrepentimiento y cambio de corazón. Pero están cegados. Jesús sólo habla para decirnos que el que sea tan justo que no tenga pecado tire la primera piedra. ‘Como insistían en preguntarle se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra’. Y Jesús siguió inclinado esperando en silencio.
Todos se están enfrentando consigo mismo y con su conciencia. Se escabullen porque al final tendrán que reconocer que ninguno puede tirar la primera piedra. Viene por fin la misericordia. La justicia de Dios es misericordia. ‘¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más’. Ese es el actuar de Dios.

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