jueves, 12 de febrero de 2009

¿Soledad o comunión? ¿Orgullo o humildad?

Gen. 2, 18-25

Sal.127

Mc. 7, 24-30

‘No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude’. Así escuchamos en el Génesis en el segundo relato de la creación. Y Dios pone en las manos del hombre todas las criaturas que ha creado para que el hombre les pusiera nombre.

Poner nombre en el sentido bíblico y semita era algo así como tomar posesión, ser el dueño. Era el padre el que ponía nombre a su hijo, como señal de su autoridad y dominio.

‘Pero no encontraba nadie como él que le ayudase’, dice el texto sagrado. Ninguna de todas las criaturas era igual. Por eso Dios crea a la mujer. Tenemos que entender que todo son imágenes que quieren expresarnos algo. ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer, porque ha salido del hombre’.

Este texto nos sirve como fundamento para el sentido del matrimonio, porque Dios los creó hombre y mujer. Y cuando a Jesús precisamente le plantean el tema del divorcio que había permitido Moisés, como les dice Jesús ‘por su terquedad’, para hablarnos de la indisolubilidad del matrimonio Jesús se apoya en las palabras que nos trae el Génesis. ‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una cosa carne’.

Pero yendo más allá con este texto de la creación del hombre y de la mujer podemos hablar de cómo el ser humano está hecho para la relación, para la comunicación y la comunión con el otro. El hombre no es un ser solitario, es un ser social. Con lo que podríamos sacar muchas conclusiones de cada a nuestra convivencia de cada día, a nuestra relación con los demás, para el sentido humano que tenemos que darle a todo lo que signifique esa relación y comunicación con los otros.

Por amor a la brevedad en el comentario, vamos a fijarnos también en el texto del evangelio que nos habla de la mujer cananea. Y no sé que valorar más si la fe de aquella mujer o su humildad. Ya nos resalta el evangelista que estaban fuera del territorio propiamente judío y que aquella mujer era gentil, no judía.

Aquella mujer acude a Jesús llena de fe. Tiene la seguridad y la certeza, tiene la fe de que Jesús podrá curar a su hija liberándola de aquel espíritu maligno que la poseía. Peo tenemos que destacar también su humildad grande. Ante el aparente rechazo de Jesús que emplea palabras que eran la forma de tratar los judíos a los no judíos, aquella mujer sigue confianza y sigue confiando desde la humildad. ‘Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños… Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija’.

Es de notar que en dos ocasiones en que se quiere resaltar la fe y la humildad de quien acude a pedir a Jesús, sean precisamente dos personas, no judías, las que reciban la alabanza de Jesús. ‘No soy digno de que entres en mi casa…’ había dicho el centurión romano, también un pagano. Ahora una mujer pagana insiste con humildad ante Jesús para la curación de su hija.

Hermoso ejemplo y testimonio. Cuando somos capaces de vaciarnos de nuestro yo egoísta, despojarnos de nuestro orgullo o nuestra soberbia es cuando sentiremos que Dios está en nosotros. No podemos aislarnos en nuestra falta de humildad. Recordemos lo que decíamos al comentar el texto del Génesis, estamos hechos para la relación, para la comunión con los demás. Y ya sabemos cómo el orgullo y la soberbia nos aíslan de los demás. Nos apartan de Dios, podemos decir como en la continuación del texto del Génesis vemos que le sucede al hombre cuando quiere hacerse como Dios.

Superó la mujer cananea lo que podría haber sido para ella una humillación, y el espíritu maligno dejó de estar en su vida, en la vida de su hija. ‘Al llegar a su casa, se encontró a la niña sentada en la cama; el demonio se había marchado’.

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