viernes, 6 de febrero de 2009

Mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que profesamos

Hebreos, 13, 1-8

Sal.26

Mc. 6, 14-29

‘Dichosos los que con corazón noble y generoso guardan la Palabra de Dios y dan fruto perseverante’. Ha sido la aclamación al Evangelio que nos propone la liturgia en este día.

Corazón noble y generoso. Guardar la Palabra de Dios, plantarla en nuestro corazón, llevarla a la vida hasta hacerla dar fruto. ‘Os he elegido para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure’, nos dice Jesús en el evangelio. Dar fruto perseverante. Perseverante incluso hasta la muerte. Hoy hemos pedido en la oración litúrgica de la memoria de san Pablo Miki y compañeros mártires ‘mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que profesamos’.

Es el testimonio de estos mártires, pero ha sido el testimonio que nos ofrece el evangelio con el martirio de Juan Bautista.

La fama de Jesús se ha ido extendiendo por todas partes, como hemos venido escuchando, y llegó a oídos de Herodes. Pero llegaban distintas versiones de quién era Jesús, tal como era la sensación que tenía la gente cuando contemplaba sus obras o escuchaba sus palabras. Es la misma respuesta que dieron los apóstoles a Jesús cuando allá en las cercanías de Cesarea de Filipos Jesús pregunta: ‘¿Quién dice al gente que es el Hijo del Hombre?’ La respuesta parece calcada con lo que ahora cuentan a Herodes.

‘Unos decían: Juan Bautista ha resucitado y por eso el poder con que actúa. Otros decían: Es Elías. Otros: Es un profeta como los antiguos. Herodes, al oírlo, decía: Es Juan, a quien yo mandé decapitar, que ha resucitado’.

Y el evangelista explica. Juan estaba en la cárcel encadenado por orden de Herodes. Juan, el profeta que había venido a preparar los caminos del Señor y que señalaba a todos las cosas que había que cambiar para realizar la verdadera conversión, que fuera camino preparado para la venida del Mesías, ‘le decía a Herodes que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Y Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio’.

Pero el contraste está en que ‘Herodes respetaba a Juan… lo escuchaba con gusto… sabiendo que era un hombre honrado y santo’. Esa era la contradicción porque a pesar de eso lo mantenía en la cárcel y vemos hasta donde llegaría. Nos es fácil juzgar las acciones de Herodes sin tener la valentía de mirarnos a nosotros mismos. Cuántas veces hacemos lo contrario de lo que pensamos. Cuántas veces nos dejamos arrastrar por el mal sabiendo lo que es bueno. Como decía san Pablo ‘hago lo malo que no quiero hacer y no hago lo bueno que debería hacer’. Son las contradicciones que todos tenemos en la vida.

Nos dejamos arrastrar por la tentación y la pasión y nos cegamos. Muchos ejemplos tenemos en nuestra vida concreta de cada día. Nos domina la ira y la violencia y sé que no debía de tratar así a aquella persona, que lo que está diciendo es verdad, pero la pasión nos ciega, el orgullo nos domina, no damos nuestra brazo a torces, y surgen de nosotros palabras y actitudes fuertes e hirientes. Podríamos poner más ejemplos de lo que sucede en nuestras vidas, pero creo que somos conscientes.

Este texto del martirio de Juan Bautista lo hemos meditado muchas veces y hecho muchos comentarios. Bueno es fijarnos en detalles como el que estamos comentando que viene a ser un buen mensaje para nuestra vida de cada día. Seamos consecuentes con lo que pensamos, lo que son nuestras ideas y nuestros principios y no nos dejemos arrastrar por la tentación, por el orgullo. Cuidemos lo que vamos a decir antes de hablarlo o lo que vamos a prometer. Que no nos pueda luego respeto humano, como le sucedió a Herodes.

Las tentaciones a las que nos podemos ver sometidos son fuertes, pero tenemos con nosotros la gracia y la presencia de Señor. ‘Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo… el Señor es la defensa de mi vida ¿quién me hará temblar? ¿a quién temeré?’ O como nos recordaba la carta a los Hebreos: ‘El Señor es mi auxilio: nada temo, ¿qué podrá hacerme el hombre?’

Perseverantes hasta el final, hasta la muerte si fuera necesario. Tenemos el testimonio del Bautista que por el anuncio de la verdad, por la denuncia del mal, llegó a ser decapitado por Herodes. Tenemos el testimonio de los mártires. Cuántos testigos que nos impelen a que nosotros también sepamos ser testigos de Cristo en medio del mundo.

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