domingo, 11 de enero de 2009

El Bautismo de Jesus y el Bautismo en el Espíritu


Is. 58, 1-11;

Sal: Is. 12;

1Jn. 5, 1-9;

Mc. 1, 7-11


El relato que nos hace Marcos del Bautismo de Jesús es bien escueto. Pero es hondo el significado. Con la celebración de esta Fiesta del Bautismo del Señor culminan las celebración de la Navidad y se viene a completar lo que fue la fiesta de la Epifanía del pasado 6 de enero. Es también Epifanía, porque es manifestación y es toda una teofanía porque es una manifestación de toda la gloria de Dios en el misterio sacrosanto de la Santísima Trinidad.

‘Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán’, nos dice el evangelista. ‘Yo os he bautizado con agua…’ explica el Bautista. Como sabemos y hemos reflexionado más de una vez el Bautista utiliza el signo del bautismo con agua como expresión de la respuesta de las personas a la invitación que Juan hacía de cambio de vida para la llegada y aceptación del Mesías que iba a venir, como respuesta a la llamada de Dios a ser fiel.

Ya Cristo había dicho al entrar en el mundo, como expresa la carta a los Hebreos ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, y en otro lugar del evangelio escuchamos decir a Jesús mismo ‘mi alimento es hacer la voluntad del Padre’. Pero ahora va a ser la voz del cielo la que proclame: ‘Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto’.

Era, podríamos decir, la identificación plena y total de quién era aquel Jesús que había venido desde Nazaret de Galilea. Era la consagración en el Espíritu. En la sinagoga de Nazaret Jesús reconocería con palabras del profeta Isaías: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la Buena Noticia… para proclamar el año de gracia del Señor’. Hoy hemos escuchado en el escueto relato de Marcos: ‘Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia El como una paloma’.

Toda una revelación. Por eso decimos teofanía, manifestación de la gloria de Dios. Hemos orado diciendo ‘que en el Bautismo de Cristo en el Jordán quisiste revelar solemnemente que El era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo’. Y en el prefacio proclamaremos ‘hicisste descender tu voz desde el cielo para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros, y por medio del Espíritu, manifestado en forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen en El al Mesías enviado a anunciar la salvación a los pobres’.

Algo nuevo está sucediendo. Lo tendrá que reconocer el Bautista que a partir de entonces señalará a Jesús como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. El Bautista que nos anunciará que llega el que ‘nos bautizará con Espíritu Santo’. Se nos está manifestando así el misterio del nuevo Bautismo, ese bautismo en el que nosotros en el nombre de Jesús hemos sido bautizados.

Nosotros también ya desde el Bautismo sacramento recibido también estamos ungidos por el Espíritu y por la fuerza de ese mismo Espíritu podemos llamar a Dios Padre, decir que Jesús es el Señor, y además sentirnos enviados con la misma misión de Jesús de anunciar la salvación a los pobres. Ya hemos escuchado en nuestro corazón también la voz del Padre que nos llama hijos queridos y predilectos. Porque así somos en Cristo amados de Dios, regalados con el amor de Dios.

Celebramos el Bautismo del Señor y damos gracias a Dios, damos gloria al Señor con toda nuestra alabanza. Pero la celebración nos da oportunidad para considerar nuestro Bautismo y nuestra dignidad, al igual que la misión que hemos recibido. No es cuestión de hacernos consideraciones fáciles de decir que Jesús se bautizó a los treinta años y por qué a nosotros nos bautizan de pequeños o cosas así, sino que es cuestión de asumir el compromiso de vida nueva que tiene que significar el Bautismo para nosotros. Hablamos de esa dignidad de hijos de Dios, pero si lo somos es precisamente porque por la fuerza del Espíritu estamos tan configurados con Cristo que vivimos su misma vida. Pero si así estamos configurados con Cristo significa también que la misión de Cristo es también nuestra misión, la obra de Cristo es la que nosotros tenemos que seguir realizando con nuestra vida en medio del mundo.

Así ante el mundo tenemos que manifestarnos como testigos; testigos de una fe; testigos del amor de Dios que nos salva; testigos comprometidos para, en nombre de esa fe que tenemos en Jesús, transformar nuestro mundo desde el amor, hacerlo caminar por caminos de paz. No nos podemos sentir abrumados por la complejidad de nuestra misión ni temer las reacciones adversas que podamos encontrar a nuestro alrededor cuando vayamos a dar nuestro testimonio y realizar nuestra misión. ‘Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo’, nos decía san Juan en su carta. Y ya nos explicaba el apóstol: ‘Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios’. ‘Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?’. ¿No es esa nuestra fe?

En este día del Bautismo del Señor proclamemos con valentía nuestra fe en que Jesús es el Hijo de Dios. Es nuestro Salvador; es la Palabra de Dios que habita en medio de nosotros; es aquel por el que estamos dispuestos a darlo todo, a dar la vida si hace falta; es de quien queremos mostrarnos como testigos con nuestra palabra y con el testimonio de nuestra vida en medio del mundo. Con nosotros tenemos la fuerza de su Espíritu, ‘porque el Espíritu es la verdad’.

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