sábado, 29 de noviembre de 2008

Dios nos ha preparado una felicidad eterna en los cielos

Apoc. 22, 1-7

Sal. 94

Lc. 21. 34-36

Dios nos ha creado para la felicidad. Y quiere para nosotros una dicha y una felicidad eterna, sin fin. Nos tiene reservado un cielo nuevo y una tierra nueva de dicha y de felicidad junto a El.

Pero esa voluntad de Dios la encontramos desde las primera página de la Biblia cuando nos habla de la creación y de la creación del ser humano. ‘Luego Dios plantó un jardín en un lugar del Oriente llamado Edén; allí colocó al hombre que había formado. Hizo brotar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y buenos para comer. Y puso en medio el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Del Edén salía un río que lo regaba…’ Así se expresa la primera página de la Biblia para decirnos en tan bellas imágenes el deseo de Dios de la felicidad del hombre.

Ahora en la última página de la Biblia encontramos una descripción semejante para hablarnos de ese cielo nuevo que tiene reservado para el hombre. De esa dicha y felicidad eterna que Dios quiere para el hombre que ha creado y ha redimido. ‘El ángel del Señor me mostró a mí, Juan, el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En la mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida… y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones. Allí ya no habrá nada maldito… ya no habrá más noche ni necesitarán luz de lámpara o de sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos’.

Es la descripción rica en imágenes de la felicidad eterna de ver a Dios cara a cara. ‘Lo verán cara a cara’, dice el Apocalipsis. ‘Lo veremos tal cual es’, nos dirá san Juan en sus cartas. Los vencedores, los que formarán parte de ese cortejo celestial, los que están marcados en la frente con la señal de la sangre del Cordero, podrán contemplar a Dios, podrán gozar de la dicha de la visión de Dios por toda la eternidad y por toda la eternidad cantarán el cántico nuevo de la alabanza al Señor.

Queremos llegar a esa dicha y a esa felicidad. Ahora nos toca seguir caminando en este mundo pero en la fidelidad al Señor. Pedimos al Señor, como termina el Apocalipsis, ‘Marana Tha, ven Señor Jesús’. Que gocemos ya anticipadamente de su presencia y de su gracia que nos fortalezca en nuestro camino.

El evangelio de hoy nos previene para que estemos preparados. ‘Tened cuidado…’, nos dice Jesús. Hay muchas cosas que se pueden apegar a nuestro corazón, muchas pasiones que se desbordan, muchas cosas que nos pueden esclavizar. ‘Tened cuidado… no se os eche encima de repente aquel día… estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre’.

Esperanza y vigilancia. Atención para no dejarnos enrollar por la tentación y el pecado. Cuidado para vivir santamente de manera que un día podamos gozar de la visión de Dios y cantar eternamente sus alabanzas.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Cielos nuevos y tierra nueva

Apoc. 20, 1-4.11 -21, 1

Sal. 83

Lc. 21, 29-33

‘Somos un pueblo que camina… buscando otra ciudad…. ciudad de eternidad…’ Es un canto que utilizamos muchas veces en nuestras celebraciones. Hoy nos habla el Apocalipsis de esa ciudad que no termina, de eternidad. ‘Y ví la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo’.

Hermosa visión la que nos ofrece hoy Juan en el Apocalipsis. Ha sido derrotado el dragón maligno y enviado al abismo. ‘Agarró al dragón, que es la antigua serpiente, el diablo o satanás, y lo encadenó para mil años…’ Nos recuerda la serpiente del Génesis que tentó a Eva, el diablo tentador que se atrevió a tentar también a Jesús, el maligno que tantas veces nos ha llevado y arrastrado por el camino del pecado.

Llega el momento del juicio universal y la entrada en la gloria. ‘Y ví también unos tronos y en ellos se sentaron los encargados de juzgar…’ Allí estaban en primer lugar los mártires ‘los decapitados por el testimonio de Jesús y el mensaje de Dios… éstos volvieron a la vida y reinaron con Cristo…’ Recordamos lo que ya hemos escuchado: ‘A los vencedores los sentaré en mi trono, junto a mí’.

Es el momento de la resurrección final. Es un artículo de nuestra fe. ‘Creo en la resurrección de la carne’, decimos en el Credo. ‘Ví a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono… el mar entregó sus muertos… y todos fueron juzgados según sus obras’.

La hora de la resurrección y la hora del juicio final. ‘Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el registro de los vivos…’ Recordamos lo que escuchamos en el evangelio de Mateo sobre el juicio final. Y sabemos de qué vamos a ser juzgados, qué es lo que nos va a tener en cuenta Jesús. Por eso quienes están escritos en el libro de la vida, porque en verdad hayan llenado su vida de amor que es vida, serán llevados al cielo nuevo y a al tierra nueva, que nos tiene preparado. Quienes hayan llenado su vida de muerte, que no estén inscritos en el libro de la vida ‘serán arrojados al lago de fuego’.

Todo esto no es para el temor, sino para movernos al amor. Para que sintamos dentro de nosotros esos hondos deseos de cielo. ‘Esta es la morada de Dios con los hombres’, hemos repetido en el salmo. Pero allí también manifestábamos esas ansias y deseos de cielo, de poder contemplar cara a cara Dios, de gozar de su presencia, de iluminarnos con su luz. ‘Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo…’

Que un día nosotros podamos ser de los que estemos inscritos en el libro de la vida. Que podamos vivir ese cielo nuevo y esa tierra nueva. Que podamos gozar de la dulzura del Señor. Que podamos con todos los santos en el cielo cantar eternamente la gloria del Señor.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Se acerca la liberación y seremos dichosos de comer en el banquete de bodas del Cordero

Apoc. 18, 1-2.21-23, 19, 1-3.9

Sal. 99

Lc. 21, 20-28

‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación…’ Con estas palabras ha terminado el texto del evangelio de este día. Jesús ha hablado de la destrucción de Jerusalén con todo detalle – cuando el evangelista escribió este evangelio ya se habían cumplido los anuncios de Jesús – y a continuación habla del final de los tiempos.

Ya sabemos el leguaje apocalíptico, como así se le llama – aunque sabemos que Apocalipsis es mucho más que eso -, que se suele emplear lleno de ricas imágenes para hablarnos del final de los tiempos. Pero lo importante no son la materialidad de esas señales, sino la aparición gloriosa de Jesucristo al final de los tiempos. ‘Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’. Es una imagen que se repite en distintos momentos del evangelio, como en el texto del Juicio final de Mateo que escuchamos el domingo, o cuando ante el Sanedrín Jesús dice que lo verán venir entre las nubes del cielo sentado a la derecha de la gloria de Dios.

Esto es lo importante, esa venida gloriosa del Señor, que es la señal del triunfo de Cristo, de nuestra total liberación. Es con lo que podemos conectar con el texto del Apocalipsis de este día. ‘¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!’, nos ha dicho. Es el signo de la plenitud del Reino de Dios. Es la señal del triunfo del Cordero frente a la Bestia y al maligno. Participar en el banquete del Reino de los cielos, porque la victoria es de Cristo. Sabemos que en el Apocalipsis para hacer referencia a Cristo se menciona siempre el Cordero.

De esa victoria nos habla hoy el texto del Apocalipsis cuando nos habla de la caída de Babilonia. El nombre de esta ciudad es sinónimo de maldad y de pecado. La caída de babilonia es la victoria del bien sobre el mal, de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso una vez más se prorrumpe en un cántico de alabanza.

‘Oí después en el cielo algo que recordaba el vocerío de una gran muchedumbre, cantaban: ¡Aleluya! La victoria, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios; porque sus sentencias son rectas y justas…¡Aleluya!

Participamos ya de la victoria de Cristo. Pero es una lástima que habiendo vencido Cristo el pecado y la muerte con su muerte y resurrección nosotros sigamos volviendo a la muerte y al pecado. Nos dejemos seducir una y otra por la tentación del maligno y volvamos a ser derrotados con el pecado. Por eso, con qué intensidad tenemos que pedir una y otra vez ‘no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’. Es nuestra lucha contra el pecado pero fortalecidos con la gracia del Señor que nunca nos falta. Los que fallamos somos nosotros dejándonos arrastrar por el pecado.

Aquí estamos ahora queriendo participar del banquete de la Eucaristía, el banquete de bodas del Cordero, que ahora como primicia y como prenda de la gloria futura nosotros celebramos aquí en la tierra. No somos dignos, tenemos que decirlo una y otra vez como el centurión del evangelio, pero aun así nos atrevemos a acercarnos porque confiamos en la palabra de Jesús que nos salva. No somos dignos, pero queremos sentir su fuerza y su gracia, por eso queremos alimentarnos del Pan de la Eucaristía que es Cristo mismo que como viático quiere venir a nuestro camino para ser nuestra fuerza.

‘Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero’. Dichosos nosotros sí que ahora podemos participar de la Eucaristía pero que deseamos un día participar en ese banquete eterno en el cielo. Que allí podamos gozarnos por toda la eternidad. Que allí eternamente cantemos ese cántico nuevo a nuestro Dios.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El cántico del Cordero

El cántico del Cordero

Apoc. 15, 1-4

Sal. 97

Lc. 21, 12-19

‘En la orilla estaban de pie los que habían vencido a la bestia…. Tenían en la mano las arpas que Dios les había dado. Cantaban el Cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el Cántico del Cordero…

Hasta aquí el Apocalipsis ha hablado de luchas y persecuciones; nos ha hablado del dragón y de la bestia, signos del mal que nos acecha; pero al mismo tiempo siempre hemos vislumbrado la gloria de Dios: al que está sentado en el trono, al Cordero degollado, el único que podía abrir el libro con los siete sellos; en torno al que está sentado en el trono y al Cordero hemos contemplado también los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos sentados en veinticuatro tronos, los ciento cuarenta y cuatro mil que estaban marcados en la frente con la señal del Cordero para hablarnos de los mártires y de los testigos, y finalmente una multitud considerable que nadie podía contar. Hoy nos habla de los que han vencido a la bestia.

Progresivamente hemos ido contemplando la gloria del Señor y ahora comienzan los cánticos, el cántico nuevo, el cántico de Moisés y el cántico del Cordero.Grandes y maravillosas son sus obras, Señor Dios Soberano de todo; justos y verdaderos tus caminos…’

Al hablarnos del cántico de Moisés – y antes nos ha hablado también de las siete plagas – está haciéndonos una referencia a la liberación de Egipto y a la Pascua. Este cántico de Moisés fue en el prorrumpió el pueblo que se veía liberado de la esclavitud de Egipto cuando ya atraviesan entre obras portentosas de Dios el mar Rojo. Atrás ha quedado la esclavitud y se abre ante ellos el camino de la libertad. Atrás ha quedado el enemigo derrotado y entonan la acción de gracias a Dios que hace tantas maravillas. ‘Cantemos al Señor, sublime es su victoria; carros y caballos ha arrojado al mar…’

Es el canto de la victoria el que ahora también escuchamos. Atrás han quedado también las persecuciones y el mal, porque en el Cordero todo es triunfo de la gloria de Dios.

Precisamente en el evangelio de este día Jesús anuncia persecuciones para los que quieren ser fieles discípulos. ‘Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel… así tendréis ocasión de dar testimonio…’ Pero Jesús no nos deja solos. Con nosotros estará siempre la presencia de su Espíritu. ‘Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro…’ Y nos invita y nos da seguridad: ‘Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.

Jesús nos garantiza la victoria. ‘Yo he vencido al mundo’. Podemos también nosotros entonar el cántico nuevo, el cántico del Cordero. ‘¿Quién no te respetará? ¿Quién no dará gloria a tu nombre, si tú sólo eres santo?’

Es el cántico de la victoria. Es el cántico de la esperanza. ¡Qué bien lo vivieron aquellos cristianos de los primeros tiempos en las persecuciones! Así tenemos que vivirlo nosotros hoy también en un mundo muchas veces adverso. Pero siempre queremos cantar la gloria del Señor. Siempre queremos vivir en fidelidad y en esperanza.

martes, 25 de noviembre de 2008

Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo

Apoc. 14, 14-19

Sal. 95

Lc. 21, 5-11

Miré y vi una nube blanca; sentado encima uno con aspecto de hombre, llevando en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada’. Extraña imagen la que nos presenta el Apocalipsis. Una nube blanca, símbolo de la presencia y de la majestad divina. Una hora que nos hablaría de segar o de recoger cosechas. Uno con aspecto de hombre, nos viene a recordar al Hijo del hombre que aparece con gloria entre los ángeles para realizar el juicio de Dios.

Todo nos está hablando de la majestad y el poder de Dios. Esta imagen nos puede conectar con lo escuchado el pasado domingo sobre el juicio final. ‘El Hijo del Hombre sentado en su trono de gloria con todos sus ángeles’.

En estos días del final del año litúrgico y luego al comenzar el adviento también la Iglesia nos recuerda una y otra vez la última venida del Señor. Lo escucharemos también en los evangelios de estos días, aunque hoy nos habla por una parte de la destrucción de Jerusalén, aunque deja entrever también esa venida final. Es una parte de nuestra fe que no podemos olvidar, ni sólo pensar en ello en contadas ocasiones de nuestra vida. Cuando nos llegue la hora de nuestra muerte hemos de presentarnos ante Dios para el juicio. Y de eso nos está hablando hoy el Apocalipsis cuando nos habla de la siega y de la vendimia.

‘Ha llegado la hora de la siega, pues la mies de la tierra está más que madura. Y el que estaba sentado encima de la nube acercó su hoz y la segó’. Más adelante nos dirá de nuevo. ‘Arrima tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque las uvas están en sazón’.

Recordemos que en la Eucaristía, en una de sus oraciones, la dicha como embolismo al Padrenuestro, decimos. ‘…mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo’. Y en una de las plegarias eucarísticas mientras hacemos el ofrecimiento del Sacrificio de Cristo expresamos también esa esperanza: ‘Mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo’. Sería interesante repasar esta expresión de nuestra fe y esperanza en toda la liturgia, cosa que dejamos para otro momento.

Es la esperanza de la venida del Señor al final de los tiempos, de ese encuentro en plenitud con Dios, que es encuentro para el juicio, aunque tenemos la esperanza que sea en misericordia y benevolencia por parte de Dios. Pero que esta esperanza nos tiene que hacer pensar en nuestra vida, hacer que nos preparemos para ese encuentro y que entonces nos preocupemos de hacer buenas obras que llevemos en nuestras manos al vivir ese encuentro con el Señor.

Pero una cosa sí que hay que tener en cuenta y es que nuestra esperanza no la podemos vivir en parámetros de angustia y desesperación, sino que es esperanza en al amor. Llenemos nuestra vida de amor para que en el amor vivamos ese juicio de Dios. Muchas son, es cierto nuestras debilidades, flaquezas y caídas, pero grande es el amor y la misericordia del Señor. Aunque también tenemos que evitar la presunción de decir que vivimos nuestra vida de cualquiera manera, porque como al fin el Señor es misericordioso, siempre vamos a tener el perdón. Tenemos garantía de perdón porque es así el amor de Dios, pero por nuestra parte tenemos que llenar nuestra vida de obras de amor.

Que no nos falte nunca la paz en nuestro corazón.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Apoc. 14, 1-5

Sal. 23

Lc. 21, 1-4

‘Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor’. Es lo que hemos repetido en el salmo. ¿Cuál es ese grupo? ¿a quiénes se refiere?

Podemos decir de entrada que se está refiriendo a nosotros. Cada mañana nos acercamos al Señor ya sea en nuestro oración con la que ofrecemos nuestro día al Señor, o ya sea en la participación en la celebración de la Eucaristía Venimos al encuentro con el Señor. Queremos sentirnos en su presencia. Queremos sentirnos inundados de su presencia.

Pero a algo más quiere referirse este salmo que hemos recitado a continuación de escuchar la proclamación del libro del Apocalipsis. Juan tiene una nueva visión. Contempla la gloria del Señor y al Cordero. ‘Yo, Juan, miré y vi al Cordero de pie sobre el monte Sión…’ A su alrededor los cuatro vivientes, los veinticuatro ancianos, y una multitud de bienaventurados, ‘y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre’. Todos entonan un cántico nuevo, ‘que nadie podía aprender fuera de los cientos cuarenta y cuatro mil…’

Son los bienaventurados del cielo. Son los que han sido fieles y en aquel momento se podía decir que eran los mártires que habían dado su vida, derramado su sangre por su fidelidad. ‘Ellos son el cortejo del Cordero a donde quiera que vaya’.

Nosotros también queremos unirnos a ese ‘cortejo del Cordero’. Quisiéramos también poder entonces ese cántico nuevo. Y podemos recordar una cosa. También nosotros estamos marcados. Recordemos nuestro bautismo. Una y otra vez volvemos a nuestro bautismo porque su espiritualidad es esencial para la espiritualidad del cristiano. Recordemos que lo primero que se nos hizo cuando fuimos introducidos a la Iglesia fue marcarnos con la señal de Cristo Salvador, con la señal de la cruz, aunque después también fuimos ungidos con el óleo y el crisma santo. Somos también los marcados. Podemos formar parte de ese cortejo.

Sin embargo reconocemos que nos falta algo, porque en nuestra vida no siempre hemos sido irreprensibles. Nos hemos llenado de pecado. ‘¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?’, se preguntaba el salmista. ‘El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ése recibirá la bendición del Señor. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia’, responde el mismo salmo.

Pero recordemos otro texto del Apocalipsis, que estos días no vamos a escuchar, pero que sí lo hicimos el día de todos los santos. Nos describía entonces ‘una muchedumbre inmensa que nadie podía contar de toda raza, lengua y nación, con vestiduras blancas y con palmas en sus manos… ¿Quiénes son y de dónde han venido? Esos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero’.

Una referencia a los que venían del martirio. Pero una referencia a nosotros también, que aunque pecadores, queremos ser fieles y nos lavamos y purificamos en la sangre del Cordero. En Cristo nos sentimos purificados, limpios, hechos dignos de participar en ese cortejo y poder también cantar ese cántico nuevo.

No sabemos si el Señor nos concederá la gracia y la gloria del martirio – eso está oculto en el misterio de la voluntad de Dios – pero sí sabemos que nosotros podemos ser testigos en nuestras luchas, venciendo en la tentación, haciéndonos fuertes en nuestras debilidades, caminando con firmeza fortalecidos con la gracia del Señor frente a adversidades y contrariedades, frente a sufrimientos y también a incomprensiones por parte de los demás. Ahí tenemos que ser testigos, ahí tenemos que ser mártires.

Que el Señor nos conceda la gracia de que un día podamos unirnos a ese cántico eterno, formar parte de ese número de los escogidos ‘el grupo que busca al Señor’, que podamos cantar en ese ‘cortejo del Cordero’ ese cántico nuevo por toda la eternidad.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Heredad el Reino preparado para vosotros…


Ez. 14, 11-12. 15-17; Sal- 22; 1Cor. 15, 20-26.28; Mt. 25, 31-46

Llegamos a la finalización del año litúrgico y en este último domingo celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Cristo, Señor del tiempo y de la historia, meta hacia la que camina toda la humanidad y toda la creación. El próximo domingo iniciamos un nuevo ciclo con el Adviento disponiéndonos a hacer de nuevo el recorrido por todo el misterio de Cristo.
¿Qué significa que proclamemos a Jesucristo, Rey del Universo? ¿Qué sentido tiene nuestra celebración? Este domingo es la culminación del todo el año litúrgico y podríamos decir que es como un resumen de todo lo que hemos ido viviendo y celebrando a través del año litúrgico.
Comenzamos escuchando la invitación a la conversión porque llegaba el Reino de Dios. Un primer anuncio y un primer paso en nuestra vida, convertirnos al Señor. Terminamos diciendo, el Reino de Dios está aquí; es una realidad comenzada y que avanza progresivamente en nuestra vida, para llegar a la total madurez y plenitud al final de los tiempos.
Llega el Reino de Dios. Jesús lo anuncia y lo realiza. Nos invita a creer en El y convertir nuestra vida. Porque llega el Reino de Dios. Sus palabras, sus obras, su vida, su amor, su entrega lo realizan.
Nosotros estamos en camino. Creemos en Jesús y queremos vivir su Reino. Nos convertimos a El y le reconocemos como nuestro Rey y Señor. Algo más hondo que aquel reconocimiento de las gentes que querían hacerle rey porque les daba a comer pan milagrosamente en el desierto. Nosotros queremos hacerlo realidad en nuestra vida de cada día con nuestras obras, con nuestro amor, con nuestra nueva forma de vivir queriendo acomodarnos al sentido de su Evangelio.
Caminamos hacia la plenitud final donde ya sabemos de qué nos va a examinar El. Sabemos cuál es la pregunta de ese examen final. No vamos a ser preguntados por lo que creemos sino por lo que hemos amado. Por eso nos preparamos y es lo que queremos vivir a pesar de todas nuestras limitaciones y debilidades.
‘Heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’, nos dirá. Y ¿qué es lo que nos ofrece? La vida eterna, el Reino eterno. Cristo es la garantía de que vamos a alcanzar esa vida eterna, ese Reino eterno. ‘Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos’, nos decía el apóstol Pablo. Es cierto que con Adán entró la muerte en el mundo, pero ha venido Cristo para traernos la vida, y la vida eterna. ‘Por un hombre, por Adán vino la muerte… murieron todos; por Cristo ha venido la resurrección… todos volverán a la vida’. El es la primicia, pero con él será aniquilado el último enemigo la muerte. Por eso con Cristo todos estamos llamados a la heredad eterna, a la vida y el Reino eterno.
¿Por qué podemos merecer heredar el Reino en plenitud? Porque en el camino de la vida eso es lo que hemos querido vivir, el Reino de Dios. Pero no ha sido solo el voluntarismo de decir que queremos vivir el reino de Dios, sino que hemos querido poner de verdad amor en nuestra vida para hacerlo realidad en nosotros y cada día un poquito más en nuestro mundo. Hemos entrado a formar parte del Reino porque hemos querido vivir en el amor. Ese es el eje vertebrador del Reino de Dios. Es, como decíamos antes, de lo que en ese momento de la plenitud final se nos va a examinar y lo que hemos ido queriendo hacer en nuestra vida, incluso con nuestras debilidades y flaquezas.
‘Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme… ¿Cuándo te vimos hambriento… sediento… forastero… desnudo… enfermo o en la cárcel?... os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’
¿Has compartido un pedazo de pan o un vaso de agua? ¿has sido acogedor con el otro, ya fuera de color o inmigrante, ya fuera de tu agrado o quizá más antipático o repulsivo, fuera quien fuera? ¿Has sido capaz de abrir los oídos del corazón para escuchar y para secar unas lágrimas de soledad o para calmar un sufrimiento del alma o del cuerpo? ¿has sabido detenerte a la vera del camino de la vida sin prisas para hablar con el que pasa o para ayudarle a encontrar un camino? ¿has sabido ser cireneo que ayuda a cargar con la cruz de los demás haciéndoles menos penoso el camino? Lo hiciste con el hermano, lo hiciste a Cristo también.
Para compartir no hacen falta muchas riquezas ni muchas cosas sino solamente un corazón compasivo y misericordioso, un corazón que sabe escuchar, unos ojos que saben mirar con una mirada nueva, una disponibilidad para saber acoger y un deseo de poner el corazón a tono para amar siempre.
Hoy proclamamos que Jesucristo es en verdad el Rey de nuestra vida. Lo proclamamos y lo celebramos.
Lo hemos sentido como buen Pastor que ha caminado a nuestro lado dándonos el mejor alimento para nuestra vida y el mayor consuelo para nuestros necesidades y sufrimientos.
Lo hemos visto subir como Sacerdote eterno, ungido con el óleo de la alegría, hasta el altar de la Cruz para ofrecerse como víctima de expiación para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte y consumar así el misterio de la redención humana.
Hoy lo contemplamos como Rey de todo el universo que presenta la creación entera ante el Padre, como el reino eterno y universal, como el reino de la verdad y de la vida, como el reino de la santidad y de la gracia, como el reino de la justicia, el amor y la paz.
Hoy lo proclamamos con toda nuestra vida, lo cantamos con la mejor alabanza, lo celebramos con la más hermosa acción de gracias, porque por Cristo, en Cristo y con Cristo queremos en la unidad del Espíritu rendir todo honor y toda gloria a Dios Padre por los siglos de los siglos.