viernes, 7 de noviembre de 2008

No aspiremos sólo a cosas terrenas que somos ciudadanos del cielo

Filp. 3, 17-4, 1
Sal.121
Lc. 16, 1-8

Ante la Palabra de Dios que se nos proclama y que escuchamos cada día siempre tenemos que hacernos preguntas sobre nuestra vida. Si de verdad queremos escucharla allá en lo hondo de nuestro corazón se convierte para nosotros en un itinerario de nuestra vida espiritual, de ese crecimiento en el espíritu que cada día hemos de realizar, de ese avance que queremos hacer en el camino de nuestra santidad. Ya sabemos que esa es la meta que nos ha propuesto Jesús. Y no siempre nos es fácil porque siguen habiendo apegos en nuestro corazón que nos impiden de verdad avanzar como sería nuestro hondo deseo.
La palabra nos ayuda a revisar y a plantearnos metas renovadas cada día. Por eso no nos importe repetirnos en muchas cosas para que podamos realizar ese avance en el espíritu. Hoy por ejemplo podríamos comenzar preguntándonos, ¿cuáles son nuestras aspiraciones más hondas?
Pablo les recuerda a los cristianos de Filipos algo, que por lo que se ve, les ha repetido muchas veces. ‘Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo’. Podrían parecer palabras muy duras. ‘...andan como enemigos de la cruz de Cristo’. ¿Por qué lo dice el apóstol? ‘Sólo aspiran a cosas terrenas’, les dice. Se dejan arrastrar por el mal camino, la perdición; solo piensan en sensualidad y satisfacciones; no tienen un dominio y un control de verdad sobre sus vidas. Les hace falta, quiere decirles, mirar hacia arriba, aspirar a cosas grandes, poner metas e ideales grandes en su vida.
‘Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo’. Caminamos por esta tierra y por este mundo. Tenemos que vivir nuestra vida terrera. Pero somos peregrinos que caminamos hacia la patria celestial. ‘Ciudadanos del cielo’. No significa que tengamos que abandonar nuestras obligaciones y responsabilidades de esta vida y este mundo. Pero miremos donde está nuestra meta. Vivamos, si, todo lo bueno que tenemos en esta vida, pero pensando que la plenitud la vamos a tener sólo en Dios.
Por eso tenemos que dejarnos transformar por el Señor. Ya nos ha hecho partícipes de su vida y nos ha enriquecido con su gracia. Pero eso es prenda de la gloria futura. ‘El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo’. ¿A qué aspiramos? ¿cuáles son nuestras aspiraciones más profundas? Así nos preguntábamos antes.
Si nos dejamos transformar por Cristo, ya en nosotros no cabe el pecado, no cabe el egoísmo ni el desamor, no cabe la maldad, no caben nuestros orgullos y nuestras envidias, no caben esos apegos terrenos. ¿Por qué seguimos haciendo discriminaciones y distinciones? ¿Por qué seguir considerándonos mejor que los demás? ¿Por qué vivir esclavos de nuestras pasiones?
Vivamos, pues, como lo que somos. ‘Según el modelo de su condición gloriosa’. Los que hemos sido transformados por la gracia del Señor. Que resplandezca en nosotros la santidad, la gracia, el amor, la vida de Dios de la que somos partícipes para ser hijos. Así será distinta nuestra relación con los demás, así será distinta nuestra relación con Dios.

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