viernes, 12 de septiembre de 2008

Un nombre más dulce que la miel, María

Eclesiástico, 24, 17-22
Sal. Lc. 1, 47ss (Canto de María)
Luc. 1, 26, 36


'La Virgen se llamaba María'. Habiendo celebrado hace unos días la natividad de la Virgen María hoy la liturgia nos ha ofrecido la oportunidad de celebrar esta memoria del Santo Nombre de María. Una celebración entrañable que ha estado siempre presente en la devoción a la Virgen: celebrar ese dulce nombre de María con el que la invocamos como Madre, porque así nos la quiso regalar el Señor.
Decir que el único nombre en el que encontramos salvación es el nombre de Jesús. No se nos ha dado otro nombre en el que podamos encontrar la salvación, nombre ante el que se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo.
Hoy glorificamos el santo nombre de María. Dios quiso asociarla, contar con ella, en la historia de nuestra salvación. La escogió como madre del Hijo de Dios hecho hombre, y para que se realizara ese admirable misterio de la Encarnación hemos escuchado en el Evangelio cómo Dios envía al arcángel Gabriel para hacerle el anuncio a María y para contar con su Si, que trasmitiría ante el trono de Dios.
Nombre glorioso el de María. Así lo proclamaba la liturgia al comienzo de la celebración en la antífona de entrada, tomando las palabras con las que el pueblo de Israel aclamaba a Judith, pero que la liturgia hoy aplica a María. ‘El Señor Dios te ha bendecido, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra; ha glorificado tu nombre de tal modo, que tu alabanza está siempre en boca de todos’.
Nombre santo el de María. Es el nombre de la llena de gracia, de la que encontró gracia ante Dios, para ser la Madre de Jesús, la Madre de Dios.
Nombre maternal. Como decíamos en la oración, ‘elegida por el Señor para ser Madre suya, quiso que fuese en adelante nuestra Madre’. Así nos la dejó como Madre desde la Cruz. ‘Ahí tienes a tu madre’. A ella nos confiamos; recurrimos a su protección; invocamos su nombre.
En el prefacio diremos ‘has querido, con amorosa providencia, que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de los fieles’. Es el nombre dulce como la miel que más pronto aflora en nuestros labios para llamarla y para invocarla. A María contemplamos ‘como estrella luminosa... como madre en los peligros...’ A ella acudimos en nuestras necesidades con la seguridad de que siempre seremos escuchados.
Nos sentimos confortados invocando su nombre. Su nombre más dulce que la miel, como decíamos antes, recordando lo que nos decía el libro del Eclesiástico.
Que de María aprendamos y que ella nos alcance la gracia divina para que nunca nos veamos lejos de su protección. Si hoy hemos comenzado recordando el nombre de Jesús en quien tenemos nuestra salvación, y ahora hemos disfrutado saboreando el nombre de María, no olvidemos que nosotros llevamos un nombre que no debemos nunca mancillar con el pecado, que es el nombre y la condición de cristiano. Es lo que vamos a pedir al final de la celebración. Que ‘a los que has alimentado en la mesa de la palabra y de la Eucaristía, nos conceda rechazar lo que es indigno del nombre cristiano y cumplir cuanto en él se significa bajo la guía y la protección de la Virgen María’.

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