jueves, 7 de agosto de 2008

La transfiguración del Señor nos transfigura

Daniel, 7, 9-10.13-14
Sal.96
2Ped. 1, 16-19
Mt. 17, 1-9

‘Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta’. Así comienza diciéndonos el evangelista. ¿A qué se los llevó a una montaña alta? Solamente Lucas nos dice que los llevó a orar.
Era algo habitual a Jesús, pasarse las noches en oración, retirarse a lugares solitarios y apartados para orar. Nos lo repite el evangelio. Los discípulos veían orar a su Maestro y por eso en alguna ocasión le piden: ‘Enséñanos a orar’. Lo contemplamos en oración, como fue en el huerto de Getsemaní siendo testigos estos mismos tres discípulos Pedro, Santiago y Juan. Allí fue una oración dolorosa, de agonía y sufrimiento ante la pasión que se avecinaba. ‘Que pase de mí este cáliz... pero no se haga mi voluntad sino la tuya’.
Hoy le contemplamos en lo alto de la montaña, que situamos en el Tabor en medio de las llanuras de Yesrael en Galilea. ¿Cómo fue su oración? Por lo que contemplamos a continuación podemos deducir. ‘Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz’. Se manifestaba la gloria de Dios en su unión íntima y profunda de su oración con el Padre. Qué gozo poder contemplar la gloria de Dios. Así podía exclamar Pedro: ‘¡Qué bien se está aquí!’ Ya no quería bajar de la montaña. Se sentía él también inundado de la gloria de Dios. Y no era para menos.
La liturgia de este día nos ayuda a ahondar en el significado de la Transfiguración. ‘Fortaleció la fe de los apóstoles...’ nos dice el prefacio. ‘En la gloriosa Transfiguración de tu Hijo confirmaste los misterios de la fe...’ dijimos en la oración. Aquel Jesús que los discípulos comenzaban a vislumbrar como alguien que venía de Dios – ‘quien no viene de Dios no puede hacer las obras que tú haces’, le dijo Nicodemo, ‘un profeta ha aparecido entre nosotros’, exclamaría el pueblo sencillo, ‘nadie ha hablado como El...’ decían otros, ‘tú tienes palabras de vida eterna’, confesaría Pedro – ahora lo contemplan resplandeciente con la gloria de Dios.
Pero será voz del cielo quien lo venga a confirmar todo. ‘Este es mi Hijo, el amado, el predilecto. Escuchadle’. Así se le estaba señalando desde el cielo. Es el Hijo de Dios. A quien tenemos que escuchar y seguir. El que va a ser nuestro Salvador y nuestra vida. El que va a hacernos partícipes de la vida de Dios para hacernos a nosotros también hijos.
Por eso la transfiguración es también un mensaje de esperanza. ‘Alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya’, que cantaremos en el prefacio. ‘Prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos’, que rezamos en la oración. Nosotros también estamos llamados a participar de su gloria. Nosotros estamos llamados a ser hijos en el Hijo. Un día vamos a llenarnos de su luz en plenitud para siempre en el cielo.
Cristo había dicho ‘Yo soy la luz del mundo’, y ahora lo contemplamos resplandeciente de luz. Pero también nos había dicho ‘vosotros sois la luz del mundo’, y quiere que nosotros nos llenemos de su luz para que también iluminemos nuestro mundo. Por eso le pedimos que su luz nos ilumine.
Que la luz de la transfiguración transfigure también nuestras vidas.
Que la luz del transfiguración abra nuestro corazón para que escuchando al hijo nos hagamos hijos y podamos ser también coherederos de su gloria.
Que la luz de la transfiguración limpie nuestros pecados, como pedimos en la oración sobre las ofrendas.
Que la luz de la transfiguración nos transforme en imagen de su Hijo, cuya gloria se ha manifestado en el misterio de la Transfiguración.

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