miércoles, 2 de octubre de 2024

Entremos sin miedo en ese mundo espiritual y sobrenatural, que nos eleva y nos engrandece, que nos hace vivir la presencia de Dios en nuestra vida que son los ángeles

 


Entremos sin miedo en ese mundo espiritual y sobrenatural, que nos eleva y nos engrandece, que nos hace vivir la presencia de Dios en nuestra vida que son los ángeles

Job 9,1-12.14-16; Salmo 87; Mateo 18, 1-5. 10

En las inseguridades en que vivimos actualmente continuamente buscamos o exigimos unos medios con los que nos encontremos seguros; ponemos alarmas en nuestras casas y posesiones, queremos la presencia de los agentes de la autoridad en nuestras calles, en cualquier aglomeración de personas se cuidan las medidas de seguridad al máximo, contratamos servicios de seguridad privada para multitud de ocasiones y cosas de la vida. Podemos seguir pensando en muchas más cosas en este aspecto como los seguros para cualquier actividad, por ejemplo, pero no queremos extendernos en excesivo.

Queremos en fin de cuentas tener seguridad nosotros mismos, queremos seguridad para nuestras posesiones, queremos que no haya ningún peligro para nadie. Nos preocupamos de nuestra integridad física, de nuestros bienes y posesiones, o incluso de las actividades que realicemos. Pero ¿solo para eso es para lo que tendríamos que tener una seguridad? ¿Sólo esos son los peligros que nos pueden acechar? ¿Esa es la única pérdida de vida por la que nos preocupamos? Y nuestra integridad espiritual, ¿cómo la cuidamos?

Hoy en la liturgia de la Iglesia estamos celebrando una festividad a la que parece que no le damos mucha importancia, que pasa desapercibida, y algunos podrían hablarnos de conceptos o de ideas trasnochadas. Hoy estamos celebrando la festividad de los Santos Ángeles Custodios.

Los mayores quizás recordamos aquellas oraciones que nos enseñaron de niños ‘cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me acompañan…’ o recordamos quizás aquellos cuadros que colgaban en las cabeceras de nuestras camas con una imagen del Ángel Custodio que protegían a unos niños de los peligros. Nos quedamos quizás es una imagen demasiado infantil, como si solo fueran para custodiar a los niños y nos olvidamos de una riqueza espiritual muy grande que tendría que acompañarnos en verdad toda la vida.

En la Biblia se nos habla de los ángeles como signos de la presencia de Dios o que manifestaban la presencia de Dios a los antiguos patriarcas de la Biblia. Era el ángel del Señor el que se manifestaba como signo de esa presencia de Dios; era el ángel del Señor el que acompañaba al pueblo en su peregrinación por el desierto hacia la tierra prometida; era el ángel del Señor que se manifestaba, aunque fuera en la imagen de los sueños, para señalar a los hombres cuales eran los caminos de Dios y cuál era la voluntad del Señor.

Hablamos en ese lenguaje figurado, enigmático si queremos llamarlo así, o misterioso propio de la Biblia y sus tiempos, pero que siguen siendo imagen que nos recuerda esa presencia de Dios a nuestro lado, en la inspiración que tantas veces sentimos en nuestro interior. ¿Quién no ha sentido en lo intimo de su ser algo por encima de lo natural que le hacía presentir un peligro, o que le hacia descubrir algo nuevo y bueno que podría realizar? Hablan de presentimientos, ahora emplean no sé qué palabras traídas no sé de donde, pero, ¿por qué no pensar en esa inspiración de Dios, en esa presencia del ángel del Señor junto a nosotros que nos preserva del mal, o que nos abre nuevos caminos de bien y de bondad?

¿No nos habremos sentido seguros en momentos o situaciones difíciles que no sabíamos quizás como afrontar, pero donde sentimos una fortaleza interior que nos hacía estar incluso por encima de nosotros mismos? ¿Por qué no pensar en esa fortaleza que Dios nos da, en esa presencia de sus ángeles que nos libran del mal?

Sí, los ángeles custodios. Hoy nos ha hablado Jesús de los ángeles de aquellos niños que hemos de saber acoger que están en la presencia de Dios. Recordamos al arcángel san Rafael celebrado hace unos días que le decía a Tobías que era él quien presentaba ante Dios sus oraciones. Son los ángeles que servían a Jesús después de las tentaciones del desierto, como nos habla el evangelio, que están también a nuestro lado para inspirarnos, para acompañarnos, para hacernos sentir esa presencia y esa fortaleza de Dios.

Entremos sin miedo en ese mundo espiritual, que no mágico, pero sí sobrenatural, que nos eleva y nos engrandece, que nos hace vivir la presencia de Dios en nuestra vida, que nos da esa fortaleza interior que necesitamos, que inspira en nuestro corazón el mejor amor que ha de llenar e inundar nuestra vida.

martes, 1 de octubre de 2024

 


En un mundo que quizá no entienda o nos rechace por nuestra manera de ver las cosas, nuestra decisión tiene que ser firme de seguir los pasos de la pascua de Jesús

Job 3,1-3.11-17.20-23; Salmo 87; Lucas 9,51-56

Hay momentos en que tenemos que tomar decisiones; la vida realmente está llena de esos momentos, porque tenemos que ir aclarando lo que buscamos o lo que queremos, pueden ser muchas las cosas distintas que se nos ofrezcan y nos encontramos en la alternativa de decidir; y hay cosas y momentos en que no lo podemos dejar en manos de otros, porque son cosas que realmente nos atañen a nosotros, nuestro futuro, la realización de nosotros mismos, nuestra felicidad; y nos cuesta porque tememos equivocarnos, porque algunas veces no sabemos realmente a donde nos lleva y sus consecuencias el camino elegido, porque son muchas las bifurcaciones.

Pero ahí iremos demostrando nuestra madurez, la seguridad con que caminamos en la vida, el fondo que hay en nosotros que nos hace pensar en nuestras metas, la fortaleza para afrontar quizás caminos difíciles, escabrosos, que pueden traernos incluso problemas. ¿Seguiremos dando vaivenes de una lado para otro sin aclararnos? ¿Permanecerá la paz y serenidad en el corazón a pesar de lo difícil que pueda ser tomar una decisión?

Hoy nos dice el evangelista que Jesús tomó la determinación de subir a Jerusalén. Y lo hizo con firme decisión consciente del camino que estaba emprendiendo. Ya lo había venido anunciando a los discípulos que no habían sabido o querido entender las palabras de Jesús que eran bastante claras. Jesús sabe que es el camino de su Pascua. No es solo que suba como todos los judíos a celebrar la Pascua en Jerusalén, sino que iba a ser su Pascua, una Pascua que iba a tener una característica muy especial y que como en su momento dirá Jesús será definitiva y eterna.

En algún momento mas adelante el evangelista nos dirá que Jesús iba deprisa, como que le faltaba tiempo para llegar a Jerusalén. Ahora le vemos en una decisión firme, teniendo claro cuanto iba a suceder. Y ya desde unos primeros momentos, porque en esta ocasión van atravesando Samaría, van a aparecer las primeras dificultades. Ha enviado por delante a algunos de los discípulos buscando alojamiento, pero no lo encuentran; nadie quiere darles alojamiento porque subían a Jerusalén. Ya conocemos sus rivalidades y como los samaritanos decían que el monte santo no era Jerusalén, sino Garizin.

Pero podríamos recordar aquí con la falta de alojamiento aquello que un día había dicho, que el Hijo del hombre no tenía donde reclinar su cabeza. La pobreza de Jesús, la pobreza del seguidor de Jesús que no tiene tantas veces esos apoyos materiales que todos en el fondo buscamos. También les había dicho a los apóstoles que no llevaran ni bastón ni alforjas para el camino, que en la casa donde entraren allí permanecieran si eran bien recibidos, pero si eran rechazados marcharan a otra parte. ¿Será lo que ahora hace Jesús? Ante la reacción de los discípulos que poco menos que pedían que bajara fuego del cielo para castigarlos, Jesús les dice que han de marchar a otra parte. Jesús no perdió la paz. Siempre en camino. ¿Tomamos ejemplo para las reacciones que tengamos ante la oposición que encontremos?

No podemos perder la paz, perder los nervios como decimos habitualmente cuando tenemos que enfrentarnos a momentos o decisiones difíciles. Reconocemos que no es fácil. Parece que el espíritu del mundo nos envuelve o nos ciega. Soñamos quizás con tiempos de cristiandad, allí cuando parecía que todos tenían la misma fe y el mismo entusiasmo. Parece hoy como si todo hubiera cambiado. ¿Dónde está aquellos que llenaban nuestros templos o hacía multitudinarias procesiones? ¿Qué dejaron de todo aquello a sus hijos que hoy pasan de todo y en nada que sepa a religioso quieren participar? ¿Qué hondura le dimos a la fe que no supimos transmitir o es que nos habíamos quedado solo en lo externo?  

Pero cuando queremos seguir los pasos de Jesús en su espíritu tenemos que sentirnos fortalecidos, aunque el camino sea duro y difícil o nos encontremos a tantos indiferentes a nuestro lado que quizás siguen aprovechando lo religioso pero solo como base de sus actividades sociales. Yo miro, por ejemplo, en lo que se han quedado las fiestas de nuestros pueblos, las fiestas del Cristo, de la Virgen o del santo patrono del pueblo; ¿siguen siendo una expresión de fe comprometida o se queda solo en un motivo para otras actividades con lo que hacemos la fiesta? Lo pienso cuando en estos momentos a nuestro alrededor tantas fiestas se están celebrando, pero que tenemos que ver en qué se quedan.

Claro que no nos podemos cruzar de brazos y tenemos que tomar la decisión con Jesús de subir a Jerusalén. ¿Dónde estará hoy esa subida a Jerusalén en mi vida de cristiano para celebrar la Pascua con Jesús? No será fácil nadar a contra corriente de lo que hace el mundo, pero ahí tenemos que estar los cristianos aunque la decisión que tengamos que tomar sea costosa y difícil.

lunes, 30 de septiembre de 2024

La acogida a los demás entra dentro de esos valores fundamentales que hemos de vivir cuando nos sentimos en el Reino de Dios que Jesús nos anuncia

 


La acogida a los demás entra dentro de esos valores fundamentales que hemos de vivir cuando nos sentimos en el Reino de Dios que Jesús nos anuncia

Job 1, 6-22; Salmo 16; Lucas 9, 46-50

En la tarde del domingo salí a dar una vuelta, como suele decirse para despejar la cabeza, y me encontré por las carreteras de la isla grupos de muchachos de color que iban o venían del campamento donde los tienen acogidos por ser menores, por cierto bastante lejanos de las poblaciones con el correspondiente aislamiento; me hizo pensar en muchas cosas porque detrás de esos muchachos yo quise ver unas familias con sus dramas de pobreza que fuertes tienen que ser para arriesgarse a meterse en una patera en el mar buscando una tierra donde encontrar algo mejor para sus vidas (noticias bastante dramáticas hemos escuchado esta misma semana); pero pensé en nosotros y en nuestras vidas, es cierto que también con nuestros problemas, pero que bien diferentes también en gravedad de los que hay detrás de esos menores; y me vino a la mente la reacción tan variada que tenemos ante esa situación, que sabemos que nos desborda, pero que ahí está.

¿Cómo los miramos? ¿Somos capaces de subirlos a nuestro coche para transportarlos a algún lugar? Cuando nos cruzamos con ellos en la calle, y es muy habitual encontrarlos, ¿cuál es nuestra reacción? Y ya sabemos los que fomentan noticias interesadas en referencia a estos muchachos buscando crear alarmas en la población buscando reacciones bien interesadas.

Me ha venido todo este pensamiento sintiéndome interpelado por el pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece. El evangelista nos habla de cómo los discípulos iban discutiendo entre ellos sobre quien era el mayor o el más importante entre aquel pequeño grupo de los que seguían de cerca de Jesús.  

Como tantas veces sucede en nuestros grupos humanos aparecen por un lado las desconfianzas y hasta los resentimientos por cualquier gesto o palabra, pero también aparecen los orgullos que llevamos en nuestro interior que nos hace buscar lugar donde podamos influir o mandar, manifestar nuestro poder o hacer patentes esos deseos de grandeza que tan fácilmente afloran en nuestros corazones.

Nadie se quiere quedar atrás, nadie quiere que otro pueda interponerse por medio y mermar la influencia que yo pudiera ejercer, y manipulamos para poner las cosas a nuestro favor o creamos grupos de presión, buscamos mermar la influencia que otros pudieran tener para nosotros ocupar el primer lugar y desprestigiamos a quien sea para que en los otros no se tenga confianza, hacemos nuestras interpretaciones de los hechos o de las palabras de los demás porque quizás las envidia corroe nuestros corazones, y así tantas cosas que la lista se haría interminable.


Y Jesús, con pocas palabras, pero con gestos enriquecedores que son verdaderas parábolas para nosotros respondió a aquella situación. ¿Qué hace Jesús? Toma a un pequeño, a un niño, y lo pone allí en medio de todos, en el centro de todos. ‘El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante’, son sus escuetas palabras. No hace falta más.

Acoger a un niño, acoger a un pequeño. Mientras no llegaran a una mayoría de edad – que por cierto era mucho menos que lo que hoy consideramos en nuestros ordenamientos jurídicos mayoría de edad – los niños eran poco considerados y de alguna manera no eran sujetos de derechos. Era sí una persona, pero que no era considerada para nada, no era escuchada ni tenida en cuenta. Y Jesús dice acoger a un niño, tenerlo en cuenta, ponerlo en consideración, ponerlo también en el centro; Jesús viene a decirnos que es algo importante, porque es como acogerlo a El. Y para redondear la importancia, nos dice que acogerlo a El era acoger al que lo ha enviado, y El se siente enviado por el Padre Dios, como tantas veces nos dirá.

Con la imagen del evangelio, por supuesto, que pensamos en el niño al que aun hoy se le tiene en toda la debida consideración, siempre será un menor. Pero en esa imagen del niño, del pequeño que nos presenta Jesús nosotros podemos ver a muchos. Muchos son los poco considerados de la sociedad; cuánta discriminación sigue existiendo a pesar de que hablemos tanto de tolerancia, y de respeto a las personas, y de que todos somos iguales, y buscamos derechos para este o para aquel otro grupo que me interesa y hasta nos hacemos una legislación.

Pero pensemos si en el día a día con todos los que nos vamos encontrando en el camino nosotros tenemos la misma consideración; a cuantos excluimos de la sociedad porque son… y ponemos tantas condiciones para que los consideremos dignos. Y en ese niño o ese pequeño, del que hoy nos habla el evangelio, yo quiero ver también a ese inmigrante que de forma legal o de forma ilegal llega a nuestras tierras, quiere incorporarse a nuestra sociedad, porque a no todo el que nos llega de otra tierra lo acogemos de la misma manera; ¿tratamos igual al turista en sus vacaciones que al que llega a nosotros y no sabemos de donde viene o no puede pagarse un techo para cobijarse?

Jesús nos habla hoy de acogida. Cuánto tendríamos que decir en este aspecto y no solo es ya en estos casos graves que hemos ido mencionando, sino en el día a día con nuestros convecinos, con nuestros compañeros de trabajo, incluso hasta con los mismos familiares que pueden estar pasando por situaciones diferentes y difíciles en la vida y también les ponemos nuestras pegas.

Jesús ha venido a instaurar el Reino de Dios; esa acogida a los demás entra dentro de esos valores fundamentales que hemos de vivir cuando nos sentimos en ese Reino de Dios.

domingo, 29 de septiembre de 2024

No podemos ir por la vida creyéndonos los únicos poseedores del bien y de la verdad, aprendamos a descubrir y valorar siempre lo bueno de los demás

 


No podemos ir por la vida creyéndonos los únicos poseedores del bien y de la verdad, aprendamos a descubrir y valorar siempre lo bueno de los demás

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Si no son como yo o piensan igual que yo, no serán capaces de hacer nada bueno. Puede parecer una exageración esto que estoy diciendo, pero miremos alrededor, muchas de las cosas que estamos contemplando en la sociedad de hoy tan llena de acritudes y enfrentamientos a causa de la manera de pensar, de las ideologías o de la forma de plantearse el rumbo de la sociedad y nos daremos cuenta de los exclusivismos en que vivimos, del querer imponer nuestra línea de pensamiento para que todo el mundo lo acepte y si no lo aceptan están equivocados y no hacen nada bien; demasiados dogmatismos seguimos contemplando en el mundo en el que vivimos; qué mal nos llevamos los que no pensamos lo mismo, cuantas descalificaciones, cómo destruimos todo lo que haya hecho el otro porque ya por si mismo lo consideramos malo. Y está siendo algo pegajoso de lo que todos podemos contagiarnos.

Hoy el evangelio nos da luz en este sentido, que además hemos de tener también muy en cuenta en nuestro ámbito eclesial o en el camino y vivencia de nuestra fe. Hoy vemos claramente un paralelismo entre lo que se nos narra en la lectura del Antiguo Testamento, el libro de los Números, y el episodio del evangelio. Moisés ha elegido a cuarenta ancianos para que participen con él en la misión del gobierno del pueblo, y todos se llenan del Espíritu del Señor y comienzan a profetizar; pero dos de los elegidos no participan en la asamblea, sin embargo ellos también reciben ese don de profetizar en medio del pueblo; el joven Josué le pide a Moisés que les impida el ejercitar ese don porque no habían participado en aquella asamblea, pero Moisés le dice que ojalá todo el pueblo recibiera también ese don del Espíritu del Señor.

En el evangelio sucede algo semejante. Juan se encuentra con algunos que sin ser del grupo de los discípulos de Jesús en su nombre también expulsan demonios. Se lo ha querido impedir y es lo que viene a plantear a Jesús. No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. ‘No se lo impidáis, les viene a decir Jesús, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.

Y nos estará enseñando Jesús cómo tenemos que aprender a valorar todo lo bueno que hagan los demás, ‘aunque no sean de los nuestros’, porque la mecha humeante que decían los profetas no se puede apagar, más bien, siempre tenemos que avivarla. Por eso nos dirá Jesús que hasta lo más insignificante que podamos hacer siempre tendrá su recompensa; y nos habla de quien es capaz de dar un vaso de agua en su nombre.

No podemos andar con exclusivismos; no podemos pensar que solo nosotros sabemos hacer cosas buenas; no podemos descartar lo bueno que hagan los demás; no podemos ir por la vida creyéndonos los únicos poseedores del bien y de la verdad. El reino de Dios se hace presente también en los buenos valores que podemos descubrir en los otros; el reino de Dios lo vamos construyendo desde esas cosas pequeñas y sencillas que nos pueden parecen insignificantes, pero que están manifestándonos también lo que es el amor de Dios que se reparte en todos los corazones.

Y de la misma manera, nos viene a decir Jesús a continuación, también hemos de cuidar esos gestos negativos, esas sombras que pueden aparecer alguna vez en nosotros porque de la misma manera también hace un daño grande a los demás. Cuidamos lo bueno que llevamos en el corazón, pero tenemos que manifestarlo por nuestras buenas acciones, como nos dirá en otro momento, para que así los hombres den gloria a Dios, pero de la misma manera tenemos que cuidar esas cosas negativas, que por nuestra debilidad, algunas veces puedan aparecer en nosotros, para que nunca hagamos daño a nadie, seamos obstáculo para que otros puedan hacer el bien o se encuentren con Dios.

Ojalá todo el pueblo se llenara del Espíritu de Dios, decía Moisés, podríamos decir, de una forma profética. Ungidos hemos sido en nuestro bautismo para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes. El Espíritu de Dios también anida en nuestros corazones y es quien nos inspira lo bueno que tenemos que hacer. Profetas tenemos que ser los cristianos en medio del mundo, y no porque nos creamos mejores que los demás ni pensemos que es una cosa exclusiva nuestra el hacer el bien, el repartir esas semillas del Reino de Dios por nuestro mundo, sino porque para nosotros es como una obligación, es una misión que hemos recibido que no podemos rehuir; es una tarea que tenemos encomendada y es el testimonio que tenemos que dar.

Tenemos que presentar ante el mundo esos valores que aprendemos del Evangelio, pero precisamente en nombre de ese mismo evangelio tenemos que aprender a descubrir, a respetar y valorar también los buenos valores que tienen los demás. Nos sentimos más obligados por la fuerza del Espíritu que anida en nuestros corazones, somos morada de Dios que habita en nosotros como nos ha enseñado Jesus y templos de su Espíritu.