sábado, 3 de febrero de 2024

No podemos mirar alrededor y viendo cuanto hay que hacer en la vida sin embargo desentendernos porque ahora es mi tiempo para mí

 


No podemos mirar alrededor y viendo cuanto hay que hacer en la vida sin embargo desentendernos porque ahora es mi tiempo para mí

1 Reyes 3, 4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34

Un día la preguntaba a un amigo a qué dedicaba su tiempo. Me habló enseguida de su trabajo, que tenía la suerte de estar empleado, que tenía sus horas y en consecuencia recibía su remuneración. Hasta aquí, bien. Pero seguí insistiendo en la pregunta, pero ¿a qué más cosas te dedicas? Y me respondía que cuando terminaba su trabajo venía para su casa, también pasaba ratos con los amigos, pero que tenía su tiempo para el relax y el descanso. Yo seguía insistiendo, quizás de pesado, si acaso en su tiempo libre no había pensado que podía hacer algo más, implicarse en alguna cosa, prepararse para algo más en la vida; pero él se daba por satisfecho con lo que tenía y con lo que hacía, que tampoco tenía grandes o nuevas aspiraciones, y que ya estaba bien con sus horas de trabajo, que su tiempo lo quería para él.

Y yo pensaba, con todo lo que hay que hacer en la vida; cuántas cosas a nuestro alrededor, aunque nadie nos lo pida, podríamos hacer y que podríamos hacer que nuestra sociedad sea mejor; en cuántas cosas podríamos participar, en cuántas cosas pondríamos la ilusión de algo mejor, de algo nuevo no solo para nosotros sino también para los que nos rodean. Pero ya nos sentimos cansados y agobiados con nuestro trabajo ordinario y pensamos que nada más necesitamos hacer. ¿Es que no sentimos inquietud porque nuestra sociedad sea mejor? ¡Qué miedo tenemos a implicamos! Porque implicarse seguramente significaría complicarse.

Comienzo con este pensamiento mi reflexión de hoy sobre el evangelio. ¿Qué es lo que vemos hacer a Jesús?

Hoy nos habla el evangelio de la vuelta de los discípulos que Jesús había enviado a predicar con su misma misión. Le cuentan cómo les ha ido, y entonces Jesús toma la iniciativa de querer llevarlos a un lugar apartado para descansar; para descansar que significaría seguramente compartir todas aquellas experiencias que habían vivido y en ese compartir se reflexiona y se aprende desde lo mismo que hemos hecho. Y es que si seguían donde estaban no podrían tener esos tiempos de relax, vamos a llamarlos así. ‘Eran muchos los que iban y venían, nos comenta el evangelista, que no tenían tiempo ni para comer’. Como diría alguno, ojo al dato.

Pero cuando llegan a aquel lugar que Jesús se había escogido se encuentran con una multitud esperándolos. Habían adivinado, podríamos decir, a donde se iba Jesús con aquellos discípulos más cercanos, y por sus medios, buscándose sus propios caminos lograron adelantarse a la llegada de Jesús.

Habían hecho su trabajo, podríamos pensar, y si allí se habían dirigido era para descansar. ¿Qué hacer? ¿Despedir a aquella gente porque ahora no era el momento? Es que hoy no toca, nos decimos muchas veces; es que están fuera de horario, nos dicen en alguna ocasión; es que ahora tenemos que dedicarnos a otras cosas, vuelva usted mañana, es algo que con frecuencia escuchamos, o acaso nosotros decimos también.

Y nos dice el evangelista que ‘al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas’.

No había tiempo ni para comer, ahora venían buscando el descanso, pero ‘Jesus se puso a enseñarles’. ¿Cómo podría Jesús desentenderse  de aquellos a los que contemplaba ‘como ovejas que no tienen pastor’? ¿Podemos mirar alrededor y viendo cuanto hay que hacer en la vida y sin embargo desentendernos porque ahora es nuestro tiempo? ¿Cuál es el verdadero trabajo al que estamos llamados?

No podemos seguir con las manos vacías; no las llenamos solo porque cumplamos con unas obligaciones, cosa que tenemos que hacer también. Pero hay unos valores que tenemos que desarrollar, hay algo bueno que podemos compartir, hay algo enfermo que podemos sanar, hay una alegría más que podemos poner en nuestro mundo, hay una ternura que repartir. No nos crucemos de brazos contemplando la hermosa tarea que podemos desarrollar.

viernes, 2 de febrero de 2024

Despertemos nuestra fe, despertemos y valoremos esos sentimientos religiosos que nos elevan y nos hacen encontrarnos con Dios

 


Despertemos nuestra fe, despertemos y valoremos esos sentimientos religiosos que nos elevan y nos hacen encontrarnos con Dios

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40

Hoy en la vida todo lo queremos racionalizar, buscamos explicaciones desde la ciencia y desde la técnica a cuanto sucede, materializamos la vida como si solo fuera el producto de unos elementos químicos que, por decirlo de alguna manera, engendran así la existencia de la vida de manera que tenemos la pretensión de querer ser los creadores de la materia y de la vida misma; por eso hemos ido desterrando todo lo que suene a espiritual y en consecuencia queremos eliminar a Dios de nuestra existencia.

No digo que no tengamos que progresar en el conocimiento científico de las cosas y del mundo, porque es desarrollo de una inteligencia que hay en nosotros y que precisamente nos eleva de ese materialismo en el que podamos caer. El lugar de Dios en el origen de la vida no lo podemos negar porque solo en El encontraremos el sentido que vaya a dar plenitud a nuestra existencia. Desgraciadamente vamos eliminando esos elementos religiosos de nuestra vida que nos hacen reconocer esa presencia de Dios en nuestra existencia y si algunos elementos se tratan de conservar se hace muchas veces como un costumbrismo que nos pueda recordar otros tiempos y que se nos pueden quedar solamente como una expresión o fiesta folclórica. Es lo que nos pretenden imponer muchas instancias de nuestra sociedad de hoy. No podemos estar de acuerdo ni dejarnos engullir por esos planteamientos.

La fiesta litúrgica que celebramos en este día 2 de febrero se hunde en ese sentimiento hondo del creyente que reconoce la vida como un don de Dios y al que tenemos que darle gracias por ese don que de El recibimos. Litúrgicamente este día, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, nos recuerda la presentación y consagración a Dios de todo primogénito varón. Era ese reconocimiento del don de Dios en la vida engendrada en una familia y era la ofrenda de esa primicia para el Señor. Y es lo que ritualmente José y María están queriendo realizar en el templo al hacer la presentación de su hijo primogénito al Señor. Era una resonancia también de aquella ofrenda de diezmos y primicias de todas las cosas que todo creyente tenía que realizar para el Señor.

Aquel gesto que parecía que se podía quedar en lo ritual de la ofrenda sin embargo en aquel momento en el templo de Jerusalén se convirtió en gesto profético de algo más grande que venía a anunciar la llegada de la salvación y el cumplimiento de las promesas con que a través de los siglos los profetas habían mantenido la fe y la esperanza del pueblo de Israel.

Es la intervención de aquellos dos ancianos, Simeón y Ana, que manteniendo encendida la esperanza en su corazón supieron descubrir en aquel niño al esperado Mesías del Señor. Nos dice el evangelio que cada día aquellos ancianos acudían al templo manteniendo esa esperanza. Simeón sentía en su corazón la inspiración del Señor para saber que un día sus ojos habrían de ver al esperado Salvador tantas veces anunciado por los profetas. Y es lo que descubren sus ojos creyentes en aquella pareja que aquel día estaba haciendo la ofrenda de su primogénito a Dios.

No era una ofrenda cualquiera la que en aquellos momentos se estaba realizando. ‘Aquí estoy, oh, Dios para hacer tu voluntad’ era la ofrenda de aquel niño que un día diría que su alimento era hacer la voluntad del Padre del cielo y que, aunque el cáliz fuera duro de beber y pedía verse liberado de ese cáliz sin embargo por encima siempre estaría la voluntad del Padre y que finalmente culminaría la ofrenda de su vida cuando desde la Cruz pondría su espíritu en las manos del Padre.

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’. Fue el cántico de acción de gracias que en aquel momento el anciano Simeón cantaba desde su corazón a Dios. ‘Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción… para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones’. Es el anuncio profético de la misión de aquel niño que iba a ser luz de las naciones y gloria de su pueblo. Mientras aquella buena anciana no paraba de hablar de aquel niño ‘a cuantos aguardaban la futura liberación de Israel’.

No faltaban los ojos de fe en aquellos ancianos. No tendrían que faltarnos esos ojos de fe en nuestra vida. Bien que lo necesitamos para no dejarnos envolver por ese materialismo de la vida que puede ir destruyendo dentro de nosotros los valores más espirituales y trascendentes de la existencia. Somos algo más que una materia.

Un hondo sentido tenemos que saber darle a nuestro caminar que nos haga encontrar la verdadera grandeza y dignidad de toda persona, nuestra verdadera grandeza y dignidad que desde nuestra fe en Dios podemos encontrar. No son simplemente unos días que vivimos en este mundo donde más o menos podamos ir realizando algunas cosas de provecho porque queremos ser felices – es buena ansia y buen deseo – pero donde todo se quede en pasarlo bien y de la mejor manera posible sin darle mayor trascendencia a la vida. Algo más hondo tenemos que saber buscar y en nuestra fe en Jesús encontraremos esos verdaderos caminos de plenitud. Despertemos nuestra fe, despertemos y valoremos esos sentimientos religiosos que nos elevan y nos hacen encontrarnos con Dios.

Finalmente no puedo terminar esta reflexión que me ha sugerido el evangelio de hoy sin recordar a María, que nos aparece también hoy en el evangelio como la madre que ha presentado a su hijo a Dios en el templo. Aquella mujer, de la que diría el anciano Simeón, que una espada le traspasaría el alma sobre todo cuando le contemplara en la ofrenda de la cruz en el Calvario, porque su hijo iba a ser en medio del mundo un signo de contradicción.

Pero es que nosotros los canarios celebramos hoy a María en su Advocación de Candelaria, la portadora de la luz, porque ella fue la primera misionera de nuestra tierra canaria en su imagen aparecida en las playas de Chimisay. Así la recordamos y así la celebramos hoy y es para nosotros un motivo de fiesta y alegría y un estímulo para mantener viva nuestra fe y convertirnos también como ella en candelas misioneras que lleven la luz de la fe a ese mundo que nos rodea.


jueves, 1 de febrero de 2024

Nos hace falta a los que nos llamamos discípulos de Jesús romper el círculo y salir a las plazas haciéndonos aventureros del anuncio del evangelio

 


Nos hace falta a los que nos llamamos discípulos de Jesús romper el círculo y salir a las plazas haciéndonos aventureros del anuncio del evangelio

1Reyes 2, 1-4. 10-12; Sal. 1 Crón 29, 10-12; Marcos 6, 7-13

Hay quien es aventurero en la vida y se lanza por el mundo a lo que salga; sin mayores alforjas se lanzan a caminar por el mundo preocupándose solo del momento, refugiándose en lo que salga, y ateniéndose al día a día comiendo lo que encuentren, o lo que las buenas gentes con las que se encuentre le puedan ofrecer.

Pero lo habitual es que si vamos a hacer un viaje, nos preocupemos previamente de prepararnos, buscando algún tipo de información sobre el lugar que vamos a visitar, pero proveyéndonos en nuestra maleta o nuestra mochila de aquellas cosas que podamos necesitar, ya sea de las ropas que vayamos a necesitar, del dinero del que podemos disponer, y de aquellas cosas que pensamos que nos pueden ser útiles en el desplazamiento que vayamos a realizar. Hay que ser precavidos, previsores, nos decimos, y algunas veces ponemos tantas cosas en nuestras maletas o mochilas que luego no hay quien las cargue. Si además vamos con alguna misión que realizar más aún nos preparamos para ello y poder desempeñar dignamente la tarea que se nos haya encomendado.

Esos son nuestros planteamientos humanos. Pero hoy Jesús nos rompe todos los esquemas. Nos cuenta el evangelista que ha escogido a Doce entre el grupo de los discípulos y los envía con la misión de ir adelantando el anuncio de la Buena Noticia por todas aquellas aldeas y pueblos de alrededor. Los envía con autoridad, pero los envía escasos de provisiones y de previsiones. Un bastón para el camino, una túnica de repuesto, unas sandalias para su camino y nada de dinero en la alforja. Allí donde vayan han de hospedarse donde los acojan y si no los acogen, a sacudirse el polvo de los pies pero a marchar para otro lugar.

Solo pide disponibilidad y generosidad de espíritu. Su misión es curar, su misión es hacer un anuncio de vida, su misión es rescatar de todo lo que sea muerte y sufrimiento, pero solo lo han de realizar en el  nombre de quien los ha enviado. Y realizan su misión, y vuelven llenos de alegría por lo que han realizado, han ungido a los enfermos y los han curado, ha quedado hecho el primer anuncio del Reino de Dios, han transmitido esa buena noticia de que llega y se establece el Reino de Dios.

Es el Evangelio. El evangelio que también nosotros tenemos la misión de anunciar. El evangelio que nos pide a nosotros también esa disponibilidad y esa generosidad. El evangelio del que hemos de estar tan impregnados que nos convirtamos nosotros mismos en esa buena noticia, porque estemos contando lo que Dios ha hecho con nosotros, como un día le pidiera a aquel hombre liberado del demonio allá en Gerasa. Pero esos son los signos que nosotros también tenemos que dar hoy en medio de nuestro mundo. Nos estamos preparando tanto que nunca terminamos de salir al camino, nunca nos ponemos en camino en el nombre de Jesús; solo con el bastón, las sandalias y la túnica, pero nosotros nos queremos buscar tantos recursos, nos queremos preparar tanto que terminamos dando vueltas sobre nosotros mismos, pero no nos ponemos en camino.

Nos hace falta más salir a la calle y a los caminos los que nos sentimos comprometidos con Jesús, para encontrarnos de verdad con la vida, allí donde están los sufrimientos, también los gozos y las alegrías, pero también las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Tenemos que romper el círculo de quedarnos con los que siempre estamos, de quedarnos sentados en nuestro lugar y contentarnos con aquellos que puedan venir hasta nosotros, de ir al encuentro con los otros aunque sean unos desconocidos, aunque nunca los veamos en el templo, de llegar a la plaza donde está de verdad la vida de nuestras gentes y de nuestro pueblo, y allí tenemos que presentarnos con nuestro mensaje en nombre de Jesús.

Pudiera ser que nos lleváramos la sorpresa de que nos escuchan más de lo que nosotros pensábamos; nos daremos cuenta que ahí tenemos una palabra que decir, un signo de vida que dejar; seremos conscientes de que tenemos que ser más misioneros, que la Iglesia tiene que ser más misionera. ¿Cuándo nos pondremos en camino? ¿Seremos en verdad aventureros por el evangelio?


miércoles, 31 de enero de 2024

No son las cosas extraordinarias lo que nos tiene que llamar la atención, sino la manera extraordinaria de mirar las cosas pequeñas lo que nos llevará a encontrarnos con Dios

 


No son las cosas extraordinarias lo que nos tiene que llamar la atención, sino la manera extraordinaria de mirar las cosas pequeñas lo que nos llevará a encontrarnos con Dios

2 Samuel 24, 2. 9-17; Sal 31; Marcos 6, 1-6

‘¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?’ Así se preguntaba la gente de Nazaret cuando le escucharon el sábado en la Sinagoga.

Hay reacciones que parecen contradictorias, pero que de alguna manera siguen la misma línea, que nos encontramos muchas veces en nuestros pueblos. Por una parte sentirse llenos de orgullo cuando ven que alguien salido de en medio de ellos destaca por alguna cosa. Está ese orgullo de pueblo, pero en el que siempre parece que ponemos un pero, una anotación que puede tener muchos significados también. Ese lo conozco yo de siempre, íbamos juntos a la escuela, jugábamos juntos… decimos por una parte, mientras inmediatamente sacamos a relucir quien es su familia y comenzamos a hacer rebajas en aquellas primeras exaltaciones llenas de orgullo.

Pero también puede aparecer inmediatamente el quitar valor a lo que ha salido de entre nosotros, porque lo que viene de fuera siempre nos parece mejor. Y lo nuestro, porque parte quizás de lo que nos parece pequeño y sencillo, como algo de todos los días, ya no le damos tanto valor. Se entremezclan muchos sentimientos con lo que al final nos cuesta aceptar lo que está a nuestro lado porque nos parece muy sencillo, muy poca cosa. Por medio pueden estar viejos resentimientos familiares, desconfianzas y celos que nos llenan de envidias el corazón.

¿Sería mucho de eso lo que estaba sucediendo aquel día en la Sinagoga de Nazaret? El evangelista Lucas, cuando nos narra esta escena, es mucho más explicito, porque nos dará incluso el texto de profeta que fue proclamado en aquella ocasión. Pero las reacciones de la gente son semejantes. Nos dirá el evangelista que allí Jesús no hizo milagros por la falta de fe. Y terminará diciéndonos que Jesús marcha por otros lugares a hacer el anuncio del Reino de Dios. Lo mismo que Jesús recomendará a sus discípulos que hagan cuando en algún lugar no los reciban, como escucharemos en otro momento del evangelio.

Todo esto que estamos comentando lo podemos ver en relación también a muchas situaciones que vivimos, a muchas posturas que nosotros tomamos en diversos momentos y en relación con los demás. Buscamos muchas veces cosas asombrosas y extraordinarias y no sabemos leer con ojos de creyente esas pequeñas cosas que nos van sucediendo cada día. Parece que lo extraordinario es lo que nos llama la atención y nos convence, pero bien sabemos que cuando aquel primer fervor y entusiasmo por esas cosas extraordinarias pronto bajaremos la guardia y volveremos a la rutina de todos los días.

Yo diría que no son las cosas extraordinarias las que nos tienen que llamar la atención, sino la manera extraordinaria de mirar las cosas pequeñas las que nos llevarán a encontrarnos con Dios y con su Palabra. Es nuestra mirada capaz de sorprendernos ante lo pequeño, ante lo ordinario del cada día, del cada momento la que nos podrá hacer descubrir las cosas verdaderamente grandes. Jesús para la gente de Nazaret no era sino el hijo del carpintero, que allí habían visto crecer desde niño, pero no supieron tener la mirada de fe, la apertura del corazón y de los ojos y oídos del alma para sentir a Dios, para descubrir a Dios, para escuchar a Dios.

Esto nos tiene que llevar a preguntarnos cómo es la mirada con que nosotros vamos caminando por la vida, con la que nosotros miramos nuestro entorno, con la que aceptamos y valoramos lo que vamos descubriendo en los demás. Seamos capaces de detenernos ante lo que nos parece humilde y pequeño, que parece que no puede despertar nuestro interés, porque ahí Dios también querrá estar diciéndonos algo, pero solo si tenemos un corazón humilde podremos sentir esa presencia y esa palabra de Dios que llega a nuestra vida.

Seguramente podremos descubrir muchas señales de Dios, seguramente podremos descubrir a esos santos de la puerta de al lago, como decía el Papa Francisco, que pueden ayudarnos a descubrir a Dios, a caminar los caminos del Señor.

martes, 30 de enero de 2024

Aunque los caminos se nos vuelvan oscuros y todo parezcan montañas que superar, mantengamos la fe porque Jesús camina siempre a nuestro lado y encontraremos la luz

 


Aunque los caminos se nos vuelvan oscuros y todo parezcan montañas que superar, mantengamos la fe porque Jesús camina siempre a nuestro lado y encontraremos la luz

2 Samuel 18, 9-10. 14b. 24-25a. 31 – 19, 3; Sal 85; Marcos 5, 21-43

Nos sucede muchas veces, nos encontramos pasando por un mal momento del que queremos salir, pero parece que todo son dificultades, murallas que parecen interponerse para encontrar la solución. Y muchas veces parte de nosotros mismos, de nuestra indecisión o de nuestros miedos, como también en el camino podemos encontrarnos obstáculos, desde quienes parece que se gozan en hacernos creer que es grande la dificultad, o también de prejuicios o respetos sociales, por llamarlos de alguna manera que nos hacen temer que aquello no tiene solución o ya no hay remedio.

Pero si tenemos claro a dónde podemos acudir, no nos dejamos llevar por esos posibles prejuicios sociales, y no hacemos caso a tantos agoreros que nos ponen las cosas cada vez más negras, podremos tomar la valiente decisión de encontrar la solución o el camino para esa recuperación que necesitamos.

Muchas de estas cosas que hemos ido mencionando de lo que nos sucede en la vida podemos ver reflejadas en el pasaje del evangelio que hoy se nos presenta. En primer lugar está Jairo, era un hombre importante e influyente, que podía pertenecer de alguna manera a la clase dirigente de aquella sociedad, puesto que era el Jefe de la Sinagoga. Su situación social le podía estar cerca de aquellos escribas y fariseos que tanta oposición comenzaban a hacer a Jesús. Pero Jairo se encuentra con su hija enferma y, como dice él, está en las últimas. ¿A quién acudir? ¿Se atreverá con la prestancia de su figura a acudir como uno más hasta Jesús para que sane a su hija? Saltándose todos los prejuicios que le podían imponer de alguna manera los principales opositores a Jesús, se atreve a ir al encuentro con Jesús, cuando está llegando ahora en barca después de atravesar el lago, para pedirle que vaya a curar a su hija.


Parece que todo son prisas dada la urgencia de la situación de aquella niña. Pero Jesús ha tenido que detenerse en camino. Una mujer con hemorragias en la que se había gastado una fortuna buscando remedio para su enfermedad se ha atrevido a ir por detrás de Jesús a tocar el manto, con la confianza de que solo es necesario eso para curarse. No podría estar aquella mujer en medio de la aglomeración de personas que rodean a Jesús porque ella por su enfermedad es una mujer impura. Pero ha saltado todas esas conveniencias sociales y se ha acercado a Jesús.

Jesús ha sentido que alguien le ha tocado y se detiene en su camino, para impaciencia de Jairo. ‘¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le contestaban: Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?’ La mujer temblorosa no ha tenido más remedio que dar un paso adelante ‘y se echó a sus pies’. ‘Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad’, le dice Jesús.

Jairo le apremia y llegan malas noticias. No hay que molestar al maestro, la niña ha muerto. Otra barrera que se impone. Parece que la oscuridad de la muerte quiere hacer presencia. Tantos nubarrones negros que podrán descorrerse si mantenemos la fe. Es lo que le dice Jesús a Jairo. ‘No temas; basta que tengas fe’. Y continúan el camino, encontrándose la casa llena ya de las plañideras que lloran la muerte de la niña. ‘¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida’. Pero comenta el evangelista que se reían de El.  ¡Cuántos se ríen de nuestra fe! ¡Cuántas veces nos acobardamos temiendo esas burlas que podamos recibir por nuestra fe!


Y ya sabemos el final del relato. La tomó de la mano y la levantó y se la entregó a los padres. A pesar de que el camino se había llenado de sombras al final apareció la luz. También seguramente lo habremos experimentado cuando hemos mantenido con valentía nuestra fe. ¡Qué satisfacción más honda sentimos en el alma! No nos falta la luz porque nunca faltará la presencia de Dios que camina a nuestro lado y que se nos manifiesta de tantas maneras. Como lo hizo Jesús con Jairo, y como también le dio oportunidad a aquella mujer. Yo lo he sentido en mi vida.

Basta que mantengamos nuestra fe.


lunes, 29 de enero de 2024

Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti

 


Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti

2 Samuel 15, 13-14. 30; 16, 5-13ª; Sal 3; Marcos 5, 1-20

¿De qué hablamos con los demás? ¿Qué cosas son las que habitualmente nos comunicamos en nuestras conversaciones? Bien sabemos que las noticias vuelan, y no nos referimos en este momento a las redes sociales o de informática, o como se llamen, con que el mundo está intercomunicado de manera que cualquier cosa que suceda en cualquier lugar del mundo, casi al momento tenemos noticia de ello. Es esa red más familiar o vecinal, que podemos llamar, con las que nos comunicamos las cosas de día a día, de ventana a ventana, o en cualquier lugar de la plaza. Esas ‘comidillas’ en las que nos contamos lo ultimo que le haya sucedido al vecino o al pariente de al lado.

Eso nos trasmitimos cualquier comidilla, vamos a llamarlo así, pero esas experiencias que hemos tenido en nuestro interior, esos planteamientos nuevos que nos hacemos en la vida, esas cosas que hablan de nuestro yo, de nuestros intereses profundos, de las metas que nos proponemos, o de las luces que recibimos que nos hacen mirar la vida de otra manera, hacernos otros planteamientos, no son precisamente cosas que estén en nuestra agenda del día para comunicarnos unos a otros.

Y todos tenemos experiencias hondas en la vida, todos en alguna ocasión hemos tenido un momento de luz en que hemos descubierto algo que nos hace plantearnos las cosas de otra manera. Cuando hablamos entre creyentes, seguro que hemos tenido esas experiencias de fe, de orden religioso o en ese otro ámbito más profundo que nos hace descubrir caminos nuevos, algo por lo que darnos, algo que podemos hacer en bien de los demás. Esas cosas realmente nos las guardamos, no somos muy dados a compartir. Y ahí sí que está el ser de nuestra persona, ahí sí que aparecen cosas fundamentales para nuestra vida. Pero se nos quedan en lo secreto del corazón; para esas cosas sí que nos ruborizamos cuando tenemos que hablar de nosotros mismos.

Yo diría que es la invitación que se nos está haciendo desde la Palabra de Dios. En el relato del evangelio vemos que Jesús con los discípulos en la barca ha llegado a una región donde en el fondo no es bien recibido. Es la región de los gerasenos, en la Decápolis, aunque limitando con Israel es zona de gentiles, de no judíos.

Allí hay un hombre, que además está causando también muchos problemas a la población. Poseído por un espíritu inmundo, en expresión que se suele emplear, vive como un loco en los cementerios, y causando mucho daño a la población. Al llegar a Jesús aquel espíritu del mal se enfrenta a Jesús. No vamos a entrar en detalles que ahora no nos son tan necesarios, pero que hemos visto en la lectura del evangelio, y finalmente Jesús libera a aquel hombre de aquel espíritu maligno. Será de una piara de cerdos de la que se apodere el maligno para hacer que se despeñen ladera abajo y se ahoguen todos los cerdos en las aguas del lago. Al ser advertida la población de lo que sucede, le rogarán a Jesús que se vaya a otra parte. Quizás se había puesto en peligro su economía con la pérdida de la piara de cerdos – lo que indica que no eran judíos – y veían comprometida incluso su subsistencia con la presencia de Jesús, por no entender el signo que Jesús había realizado.

Jesús no se impone, porque El siempre lo que va haciendo es una oferta de amor, y marcha Jesús a otros lugares. Es aquí donde aparece de nuevo aquel hombre liberado por Jesús que quiere seguirle. Pero Jesús le dice que no, que vaya a anunciar a los suyos lo que Dios ha realizado en su vida. Aquella experiencia que El ha tenido del amor de Dios en su vida hay que hacerla conocer a los que le rodean. La gente no había sabido ver el significado del signo de Jesús y por eso le rechazan. Será necesario que alguien desde lo que ha vivido, desde su propia experiencia del actuar de Dios en su vida quien habrá de hacer el anuncio.

¿No será eso lo que nosotros tendríamos que comenzar a hacer? Como solemos decir, ¿hablamos de nuestra fe? Pero hablar de nuestra fe no es sermonear a la gente con doctrinas teológicas, con palabras rebuscadas, con conceptos que hayamos aprendido en el catecismo.

Hablar de nuestra fe es decir en lo que creemos, dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza pero desde lo que es la experiencia que tengamos en nuestra vida, de esa presencia de Dios que hemos descubierto en nosotros, en lo que nos sucede o a nuestro alrededor. Es poner el testimonio de nuestra vida donde nos sentimos amados de Dios, y no solo porque lo digamos, sino porque estaremos reflejando en nuestra vida algo distinto desde que hemos tenido esa experiencia de Dios en nosotros.

domingo, 28 de enero de 2024

En primera línea tenemos que estar, una palabra tenemos que decir, unos gestos tenemos que realizar, unas señales tenemos que dar de la transformación de nuestro mundo

 


En primera línea tenemos que estar, una palabra tenemos que decir, unos gestos tenemos que realizar, unas señales tenemos que dar de la transformación de nuestro mundo

Deuteronomio 18, 15–20; Sal 94; 1 Corintios 7, 32-35; Marcos 1, 21-28

Nos gusta escuchar al que sabe de lo que habla. Y eso se nota. A veces hablamos y lo que hacemos es repetir cosas que nosotros no las hemos rumiado en nuestro interior, sino que damos vueltas y vueltas hablando de algo de lo que hemos oído  hablar pero que no lo hemos asimilado por dentro; habremos aprendido algunas ideas, algunas cosas que simplemente repetimos, pero que no convencemos con lo que decimos. Quien habla desde si mismo convence; quien habla reflejando en lo que hace aquello que antes o después nos ha dicho, nos llega al corazón, nos llega a la vida.

En estas primeras páginas del evangelio de san Marcos que estamos escuchando los domingos en este ciclo estamos viendo el comienzo de la predicación de Jesús. Hoy nos dice que fue a la sinagoga y allí lo invitaron a hablar.  No nos dice expresamente el evangelista qué es lo que en esta ocasión decía Jesús, pero nos saca a colación la reacción de los que le escuchaban. Este hablar sí que es con autoridad. Y comparaban con lo que habitualmente enseñaban los escribas. ‘Estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas’, nos dice el evangelista. Y todos sabían que Jesús no había ido a aprender a ninguna escuela rabínica. Jesús hablaba desde sí mismo, desde lo que el Padre del cielo le revelaba en su corazón.

Pero la oportunidad surge porque en la sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo. Y allí está la reacción de aquel endemoniado, como los llamaban. ‘¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’.

Ahora se va a manifestar plenamente la autoridad de Jesús. Jesús anunciaba y con su persona, sus palabras y sus gestos, hacia presente el Reino de Dios. La presencia de Jesús era liberadora del mal. Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia, como se nos dirá en otro momento. Y la vida estaba reñida con la muerte, con el mal. Jesús es liberación y es salvación. Aquí se va a manifestar. Es la autoridad de Jesús. ‘¡Cállate y sal de él!’, será la imprecación de Jesús. Y el espíritu maligno salió de aquel hombre aunque lo retorciera violentamente.

‘Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen. Su fama se extendió enseguida por todas partes’, terminará diciéndonos el evangelista.

Es el signo de la llegada del Reino de Dios. Será el primer milagro que le vemos realizar a Jesús en el evangelio de san Marcos. Es el cumplimiento de aquel primer anuncio que nos hace Jesús ya desde el comienzo del evangelio. También hemos de dar nuestra respuesta. Sentimos admiración por Jesús, pero a El tenemos que convertirnos. Así comenzaba el evangelio invitándonos a la conversión para creer, para aceptar la Buena Noticia que nos llegaba.

Pero esos tienen que ser también los signos que nosotros hoy en este mundo concreto tenemos que realizar. Pero esos tienen que ser también los signos que nosotros hoy en este mundo concreto tenemos que realizar. Y nosotros vamos con la autoridad de Jesús. Como terminará el evangelio de Marcos nos envía a que vayamos haciendo el anuncio de esa buena noticia a toda la creación y también nos da autoridad para hablar en su nombre, para expulsar también los espíritus inmundos, el mal que anida en nuestro mundo.

Cuando en el evangelio se nos habla de los endemoniados a los que Jesús cura nos hacemos nuestras interpretaciones y nos quedamos pensando muchas veces en locuras o desequilibrios sicológicos que en aquel mundo antiguo se veían como personas poseídas por el espíritu del mal. Es una interpretación muy cómoda, podríamos decir, y que parece que poco nos puede comprometer hoy.

Pero creo que tenemos que saber interpretar bien esos signos que van apareciendo en el evangelio mirando también a nuestro mundo, que no lo vamos a llamar endemoniado, pero al que podemos contemplar tan lejos del plan de Dios que el mal se va apoderando de muchos corazones y de muchos aspectos de nuestra sociedad. Pensemos en ese mundo insolidario y de injusticia en el que vivimos, pensemos en ese mundo tan lleno de violencia del que estamos rodeados  - y aquí podemos hacer una lista muy grande de violencias - y del que de tantas maneras nos contagiamos, pensemos en tanta corrupción que contemplamos en la vida social, en la vida política, en la economía.

Los cristianos que creemos en Jesús, ¿no tenemos nada que decir, nada que hacer? Malo sería que tanto nos contagiemos de esas situaciones que terminemos insensibilizándonos. ¿Dónde están los cristianos en todo ese entretejido social que no demos signos y señales de algo nuevo, de esa transformación que tenemos que hacer de nuestro mundo?

Ahí en primera línea tenemos que estar, una palabra tenemos que decir, unos gestos tenemos que realizar, unas señales tenemos que dar. No es fácil. Tampoco somos perfectos y estaremos también llenos de pecado. Nos cuesta porque seguramente tan pronto demos señales de algo distinto vamos a encontrar el rechazo como lo encontró Jesús en aquel endemoniado de la sinagoga. Pero ahí tenemos que manifestar la autoridad de nuestra palabra y de nuestra vida. Tenemos que de verdad estar comprometidos en la transformación de nuestro mundo. No nos podemos cruzar de brazos.

¿Será esa la señal que hoy está dando la Iglesia, estamos dando los cristianos?