sábado, 26 de marzo de 2022

La humildad no nos exime de un camino de superación y de crecimiento, el hombre verdaderamente humilde busca crecer en el desarrollo de los valores que Dios le ha confiado


La humildad no nos exime de un camino de superación y de crecimiento, el hombre verdaderamente humilde busca crecer en el desarrollo de los valores que Dios le ha confiado

Oseas 6, 1-6; Sal 50; Lucas 18, 9-14

De entrada decimos que no es malo que valoremos aquello que vamos consiguiendo; siempre hemos de tener metas que nos ayuden a crecer, a mejorar, a lograr mejores cosas en la vida; y hay que reconocerlo, es bueno y hasta necesario reconocerlo; sicológicamente se nos habla de autoestima y de valoración de nosotros mismos; es el camino de la vida que ha de ser siempre en ascensión.

Pero que nos valoremos a nosotros mismos no significa que tengamos que minusvalorar a los demás, despreciar a los demás; tampoco es humano que nos sintamos superiores de los otros, porque cada uno tiene sus valores y hemos también de saber reconocer los valores de los demás, y tampoco nos podemos creer dioses que nos pongamos sobre pedestales para mirar por encima del  hombro a los otros.

Y en la postura y en el camino del creyente, junto al reconocimiento de lo que somos, de los talentos que Dios nos ha puesto en nuestras manos siguiendo la imagen de otra parábola del evangelio, hemos de reconocer por otra parte lo recibido de las manos de Dios. Como creyentes nos sentimos en las manos de Dios, como creyentes vemos el actuar de Dios en nuestra vida, como creyentes tenemos que saber dar gracias a Dios por los dones que nos ha concedido.

Y haciéndonos todas estas consideraciones previas donde nos ponemos ante la parábola que hoy Jesús nos ofrece en el evangelio. En ese necesario camino de humildad que como creyentes hemos visto que hemos de tomar. Ya el evangelista nos dice que dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás’. Es importante que veamos la motivación de la parábola para que nos demos cuenta de la autentica actitud de aquellos dos hombres que subieron al templo a orar.

‘Considerarse justo y despreciar a los demás’. Es lo que nos reflejan la actitud, las palabras, las posturas de aquel fariseo. Actitud soberbia del que se queda de pie, que ni ante Dios sabe postrarse; orgullo y vanidad haciendo recuento de lo que hace como si todo fuese de su valor, claro que al tiempo tenemos que ver las intenciones torcidas con que hace las cosas que en si mismas pueden ser buenas; desprecio hacia el que está postrado allá en el ultimo rincón, porque el fariseo se considera mejor y no quiere ni mezclarse con aquel hombre, y humildad del publicano que se siente pecador y así se postra ante el Señor pidiendo perdón. ¿Todo es malo en aquel hombre pecador al que desprecia el fariseo? No tenemos por qué pensarlo, porque cosas buenas tienen que haber también en su vida, pero está la grandeza de la humildad que así se siente pecador delante del Señor.

Es la sentencia con la que Jesús concluye la parábola. ‘Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. El camino de la grandeza no es el camino de la soberbia. Aparentemente pueden aparecer grandes y poderosos, pero se queda todo en la fachada. Hay que buscar la verdadera grandeza del hombre, en el interior del hombre.

La humildad no nos exime de un camino de superación y de crecimiento. Es más, el hombre verdaderamente humilde busca crecer en el desarrollo de si mismo, con la fuerza del Señor, agradeciendo a Dios lo poco o lo mucho que tengamos, pero que son los talentos que tenemos en nuestras manos y hemos de desarrollar. Pero siempre buscando el bien, siempre derrochando bondad, siempre compartiendo con los demás, siempre buscando la riqueza y el bien de todos. 

viernes, 25 de marzo de 2022

Como María estemos dispuestos a someter nuestros deseos y nuestros planes a lo que son los planes de Dios para nosotros, siempre es Emmanuel, Dios con nosotros

 

Como María estemos dispuestos a someter nuestros deseos y nuestros planes a lo que son los planes de Dios para nosotros, siempre es Emmanuel, Dios con nosotros

Isaías, 7, 10-14; 8, 10; Sal. 39; Hebreos, 10, 4-10; Lucas, 1, 26-38

Mas o menos todos en la vida sabemos, o creemos saber, que es lo que vamos a hacer; nos hacemos nuestros planes, nuestros proyectos, más o menos vamos definiendo lo que queremos que sea nuestro futuro; es la tarea que hemos ido realizando en nuestro crecimiento humano y en nuestra maduración como persona. Y eso es bueno y necesario; tenemos que saber a donde vamos, qué queremos, cuales son las metas de nuestra vida; es lo que insisten padres y educadores en la juventud y es lo que nos va abriendo al futuro.

Pero supongamos que en un momento concreto cuando ya tenemos todo esto determinado viene alguien con cierta ascendencia sobre nosotros y nos dice que no puede ser, que para nosotros hay otros planes, que nuestra vida tenemos que dedicarla a otra cosa. Lo normal es que haya un rechazo por nuestra parte, que defendamos lo que son nuestros proyectos, que tratemos de convencer a quien nos hace esas nuevas propuestas que no estamos dispuestos a aceptar porque tenemos claro lo que queremos ser. Estamos hablando de algo hipotético, pero quizá haya sucedido a más de uno en la vida y que han tenemos que cambiar todos sus planes, porque quizá ahora le proponen algo que se presenta como algo superior.

Me estoy haciendo estas consideraciones a partir de lo que hoy se nos propone en la Palabra de Dios y sobre todo en el evangelio. Aquella muchachita de Nazaret tenía definida su vida, allá en el silencio de aquel pueblo medio perdido entre los valles y colinas de Galilea. Prometida estaba con José pero algo había en su interior que de alguna manera iba trazando los derroteros de su vida. Pero de la noche a la mañana todo cambió; en el silencio de su recogimiento y de su oracion el ángel del Señor viene a proponerle algo distinto.

María se siente sorprendida. Sorprendida por la presencia del ángel del Señor, que era como sentir de una manera especial la presencia de Dios en su vida; sorprendida por las palabras y las propuestas del ángel; la llama la llena de gracia porque Dios ha pensado en ella de manera especial y hay un proyecto de Dios para ella. Todo va a cambiar, va a ser madre y le dirán que será el Hijo del Altísimo, lo llamarán Hijo de Dios; ella no conoce varón y no entiende lo que se le propone, porque se le anuncia que será el Espíritu de Dios el que la cubrirá con su sombra, para que aquel hijo de la jovencita de Nazaret sea llamado el Hijo de Dios; el nombre que se le ha de imponer tiene también hondo significado, porque se llamará Jesús porque El salvará a su pueblo de sus pecados.

Los planes de María y los planes de Dios; el camino humilde, sencillo y callado que había escogido en aquella aldea poco menos que perdida y desconocida en Galilea, con el camino que de ahora en adelante se va a abrir en su vida aunque quizá aun no termine de comprender toda la amplitud de los planes de Dios. Lo que parece un imposible en ella se va a poder realizar de la misma manera, como le anuncian, que su anciana prima Isabel también va a ser madre. Porque para Dios nada hay imposible.

Y es que con los planes de Dios para Maria se va a realizar el misterio más grande de la historia. El Hijo de Dios se va a convertir en el hijo del hombre en las entrañas de María, lo que significa que Dios se va a encarnar en nuestra carne para sin dejar de ser Dios ser también hombre como nosotros. Es el misterio de la Encarnación que hoy estamos celebrando. Es un momento culmen en toda la historia de la Salvación porque Dios va a comenzar a ser en verdad el Emmanuel, el Dios con nosotros, cuando se encarna en el seno de María.

Y aquella mujer humilde y sencilla, que es la llena de gracia como la ha llamado el Ángel porque Dios está en ella y con ella, se deja hacer por Dios, aceptar los planes de Dios que serán planes de salvación para todos los hombres; y aquella pequeña mujer que ahora será grande porque será la Madre de Dios, se siente humilde, se hace pequeña, acepta que la Palabra de Dios se realice en ella, se encarne en ella, porque como dice solamente es la pequeña esclava del Señor. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, que le responde al ángel.

Pero cuando sentimos el gozo inconmensurable de este día grande de la Encarnación de Dios en las entrañas de María, ha de tener más consecuencias para nuestra vida. Como decíamos al principio nos hacemos nuestros planes, decimos que sabemos lo que queremos para nosotros en la vida, pero ¿alguna vez nos hemos preguntado cuales son los planes de Dios para nosotros? ¿En esos deseos, buenos deseos que podamos tener habremos sabido vislumbrar tras ellos lo que es la voluntad de Dios para nosotros?

Como María, ¿estaríamos dispuestos a someter nuestra voluntad y nuestros deseos a los planes de Dios? ¿Qué quiere Dios para nuestra vida? ¿Sentiremos en todo ese complejo que es nuestra vida que Dios es en verdad Emmanuel para nosotros, porque Dios está con nosotros?

jueves, 24 de marzo de 2022

Tenemos que convencernos que como cristianos tenemos que ser sembradores de paz y de comunión, buscando siempre el encuentro para recorrer caminos de colaboración entre todos

 


Tenemos que convencernos que como cristianos tenemos que ser sembradores de paz y de comunión, buscando siempre el encuentro para recorrer caminos de colaboración entre todos

Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23

¿Por qué seremos así? Siempre hay alguien que tras cada cosa, por muy buena que sea, siempre estará viendo una segunda intención, siempre andará en desconfianza o queriéndonos poner en desconfianza, siempre tratará de decirnos que hay algo turbio, siempre hay una mala intención, siempre hay una razón oculta. Desconfiados terminamos por destruirnos; desconfiados contagiamos a los demás de nuestra desconfianza, y luego terminaremos sin tener en qué apoyarnos.

Nunca se será capaz de aceptar lo bueno que pueda haber en la actuación de los demás sobre todo si los consideramos adversarios. Parece que siempre tenemos que estar enfrentándonos como enemigos que llevan el odio por bandera. Y esa forma de actuar nos destruye en lo más hondo de nosotros mismos. Lo contemplamos en el día a día de nuestra sociedad, donde siempre se irá echando abajo – hasta en el sentido más material de la palabra – lo que hayan podido hacer otros.

Cuando alguien tiende la mano para el diálogo y para construir unidos, siempre andamos con desconfianza hacia esa mano tendida. Vamos por la vida en un diálogo de sordos porque solo nos oímos y nos queremos ver a nosotros mismos como los únicos salvadores. Y así surge una crispación en la sociedad que termina por llenarnos de violencia. Siento en verdad tristeza en el corazón cuando veo esa manera de actuar sobre todo en quienes tienen la responsabilidad de dirigir nuestra sociedad y ser constructores de una sociedad mejor que tendría que ser contando con la colaboración de todos. Tenemos que tener cuidado de no contagiarnos con esa mala levadura, o diría peor, de esa cizaña sembrada de mala manera en nuestros corazones.

‘Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa’, les responde Jesús cuando andan acusándolo con la incongruencia de que los milagros que realiza los hace con el poder del espíritu del mal. ¿En qué cabeza cabe? Pero esta frase de Jesús no solo hemos de verla en esa apología contra la incongruencia de quienes no aceptan las obras de bien que realiza, sino que además puede ser un toque de atención para esa división que hay entre nosotros cuando no somos capaces de aceptarnos, cuando nos hacemos la guerra entre nosotros mismos.

Nos tendría que dar que pensar para esas relaciones enfrentadas y llenas de violencia que hay entre nosotros en el pan nuestro de cada día, pero que algunas veces descubrimos entre quienes más unidos tendríamos que estar en torno a Jesús. No siempre los creyentes vivimos esa necesaria comunión entre nosotros. Es, sí, la ruptura de la falta de unidad de los cristianos y miramos la iglesia en su globalidad, pero tendríamos que mirar en la cercanía a donde estamos para ver que no siempre resplandece esa comunión entre los mismos que participamos en la misma Eucaristía cada semana, el día del Señor.

Nuestras comunidades muchas veces están rotas, porque ni entre nosotros mismos nos conocemos; no somos capaces de ver y reconocer lo que está haciendo el hermano que está dos bancos más atrás de nosotros en el templo, porque no nos conocemos, porque no hay cercanía entre nosotros. Muchas tendrían que ser las cosas que tendríamos que revisar, muchas las actitudes y posturas nuevas que tenemos que hacer surgir de nuestro corazón, muchas las cosas de las que tendríamos que desprendernos porque a la larga pueden ser sombras que llevamos en nuestra vida.

Mucha tendría que ser la apertura que como cristianos tenemos que hacer a esa sociedad en la que vivimos y donde tendríamos que ser siempre sembradores de paz y de comunión, buscando el encuentro, trabajando para que sepamos encontrar esos caminos de colaboración entre todos y dejemos ya de una vez de ponernos tantas zancadillas.

Es el camino de conversión que vamos realizando en este tiempo cuaresmal buscando que haya verdadera pascua en nosotros.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Nos envolvemos del amor de Dios y nos daremos cuenta de la sabiduría profunda que es cumplir con la ley del Señor

 


Nos envolvemos del amor de Dios y nos daremos cuenta de la sabiduría profunda que es cumplir con la ley del Señor

Deuteronomio 4, 1. 5-9; Sal 147; Mateo 5, 17-19

‘Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos…’

¿Cuál es nuestra sabiduría y nuestra inteligencia? ¿En qué basamos nuestra sabiduría?  Y andaremos tras los filósofos y pensadores de todos los tiempos, decimos, para beber su sabiduría; y escucharemos a quien nos ofrece ideas y pensamientos, cosas que nos hagan reflexionar y pensar tratando de descubrir el sentido de lo que hacemos, el sentido de la vida; nos preguntamos allá en lo más hondo de nuestra vida qué es lo que merece la pena, y vamos recogiendo de aquí y de allá ideas y pensamientos, cosas que nos hagan pensar y cosas por las que pensamos que merece la pena incluso dar la vida. ¿Dónde encontramos esa sabiduría?

Es bueno escuchar el pensamientos de hombres y mujeres que han estado buscando una plenitud y un sentido para su vida; es bueno escuchar lo que otros nos puedan ofrecer y vamos haciendo nuestra criba interior para escoger aquello que me pueda ayudar, o desechar aquello que no entendemos o que no nos hace entender la vida según quizás unas presupuestos que nos hayamos creado o a los que queramos someternos. Es bueno pensar, reflexionar, rumiar en nuestro interior aquello que nos sucede o aquello que vemos que sucede a los demás con sus diferentes reacciones, con las diferentes maneras de pensar que vamos encontrando, incluso con aquellas que pretenden darnos respuestas, o aquellas que nos dirigen en un sentido determinado.

Algunas veces se nos produce una acumulación tan grande de cosas o de ideas en nuestra mente que nos cuesta saber a qué atenernos, y tenemos que hacer una criba, tenemos que aprender a discernir lo que tiene verdadero valor y lo que será importante para mi, lo que dará sentido a mi vida.

Y en medio de toda esta reflexión que nos venimos haciendo en nuestra búsqueda de sabiduría, en nuestra búsqueda de lo que nos haga encontrar el verdadero y profundo sentido de nuestra vida y nos lleve a la mayor plenitud de felicidad, escuchamos lo que nos dice hoy la Palabra de Dios. La frase que ha dado pie a nuestra búsqueda y reflexión fue pronunciada por Moisés en sus exhortaciones al pueblo de Dios. Allí les ha dejado plasmados los mandamientos del Señor en la llamada ley mosaica, que viene a ser como ese camino, ese cauce por donde dirigir nuestra vida para alcanzar esa plenitud y felicidad.

¿Mandamientos? En seguida puede surgir en nosotros ese brote de rebeldía porque no queremos aceptar que nada ni nadie pueda imponernos cosas; queremos nuestra autonomía, queremos buscar por nosotros mismos ese cauce de nuestra vida y nos olvidamos que el Sumo Hacedor que nos ha creado es el que puede decirnos para qué nos ha creado, cual es el verdadero sentido y valor que ocupamos en la vida.

Los mandamientos vienen a reflejar ese cauce de vida que nos va a dar mayor sentido y plenitud. Aquello que nos va a hacer verdaderamente grandes porque será el desarrollo pleno de lo que es nuestro vivir. No es nada que nos coarte ni nos limite sino que nos dará la mayor libertad y la mayor felicidad; será lo que en verdad nos hará crecer desde lo más profundo de nosotros mismos liberándonos de todo apego o de todo lo que pueda producir esclavitud en nosotros; será lo hará grande al hombre, porque en la medida que nos ayudamos mutuamente a darle mayor plenitud y sentido a la vida más grandes nos hará.

Sabiduría es el saber vivir, sabiduría es lo que va a dar sabor a nuestro vivir y esa sabiduría, ese sabor, ese sentido lo vamos a encontrar en lo que nos refleja la voluntad del Dios que nos ha creado. Busquemos ese sabor, busquemos esa sabiduría, busquemos esa plenitud para nuestro ser. Nos hará grandes de verdad.

Y Jesús terminará diciéndonos que El no viene a abolir la ley sino a darle plenitud. ¿Qué es lo que va haciendo Jesús a lo largo del todo el evangelio? Irnos concretando para cada una de las situaciones de nuestra vida lo que en la ley del Señor encontramos para darle en verdad plenitud a nuestra existencia. Y no es otra cosa que envolvernos del amor de Dios. Nos envolvemos del amor de Dios y nos daremos cuenta de la sabiduría profunda que es cumplir con la ley del Señor.

martes, 22 de marzo de 2022

Dejémonos envolver por el amor de Dios para curarnos de verdad e impregnados de su amor comenzar a amar con un amor semejante al amor de Dios que siempre es compasivo

 


Dejémonos envolver por el amor de Dios para curarnos de verdad e impregnados de su amor comenzar a amar con un amor semejante al amor de Dios que siempre es compasivo

Daniel 3, 25. 34-43; Sal 24; Mateo 18, 21-35

Solo una medicina puede curarnos de verdad, el amor. Es la venda que envuelve nuestra alma herida y la puede curar de todos sus males. Cuántas medicinas vamos buscando por la vida. No son remedios ni son remiendos los que nos curan. Cuando estamos enfermos algunas veces no queremos ir al medico para que nos recete la medicina que pueda curarnos; nos queremos valer muchas veces de nuestros remedios, porque nos dijeron que si haciendo eso se nos quita la tos, que si con aquella otra infusión se nos pueden calmar algunos dolores, pero la enfermedad sigue ahí, no hemos ido a lo más profundo que nos cure de verdad. Pero nos quedamos solo en eso, en remedios, pero no medicinas que nos curan la enfermedad desde lo más hondo, desde su raíz.

Hoy Pedro le plantea a Jesús una cuestión que es muy fácil que se nos dé en nuestras relaciones humanas, nos ofendemos, nos hacemos daño, o sentimos el daño por dentro cuando conservamos en nosotros el resentimiento, el recuerdo de aquello que nos hicieron, nos sentimos ofendidos y no sabemos cómo curarnos. Pedro que ha escuchado a Jesús hablar muchas veces de la misericordia y del perdón, que le oyó decir allá en el sermón del monte que había que perdonar, que había que ser compasivo y misericordia, que incluso tendríamos que rezar por aquellos que nos han ofendido, sin embargo se está planteando cómo puede arrancar ese daño de su corazón, si hay que perdonar al hermano, cuantas veces tengo que perdonarlo. Y se pregunta y pregunta a Jesús ‘¿Hasta siete veces?’

Porque el tema está ahí también, cuando nos sentimos ofendidos y mantenemos el resentimiento dentro de nosotros, es que estamos manteniendo ese mal dentro de nosotros, estamos manteniendo esa alma herida que no sabemos cómo curar. Porque además cuesta entender aquello que Jesús había dicho en el sermón del monte, de que tenemos que saludar también al que no nos saluda y amar al que no nos ama. Cuesta poner amor en nuestro corazón. Y resulta que ese amor que seamos capaces de poner en nuestro corazón es el que nos salva, el que nos cura de verdad.

Pero eso Jesús le responde a Pedro que no solo siete veces, sino setenta veces siete, para hablarnos de esa universalidad del perdón. ¿Cómo será eso posible? Nos lo explica con la parábola. Cuando en verdad nosotros nos dejemos envolver por el amor de Dios. Porque acercarnos a Dios para pedirle perdón es algo más que reconocer que hemos hecho mal, que tenemos una deuda. Esa deuda por nosotros mismos no la podremos nunca saldar. Jesús ha venido para saldarla, Jesús ha venido para traernos aquello que nos dará la verdadera paz, que nos sanará profundamente, después de la herida de ese pecado. Es el amor de Jesús que es capaz de dar la vida por nosotros el que nos salva.

Es en ese amor en el que tenemos que envolver nuestra vida. Y hay que decir una cosa, no siempre que vamos a pedirle perdón a Dios nos dejamos envolver por ese amor. Vamos, podríamos decir que ritualmente; vamos y nos confesamos porque decimos que somos pecadores y es en ese medio donde vamos a recibir el perdón, pero no nos dejamos envolver por ese amor de Dios; no terminamos de gozarnos en ese amor de Dios que nos perdona; no llegamos a experimentar dentro de nosotros ese gozo y esa paz de ese amor que Dios nos regala.

Por eso nos sucede tantas veces como en la parábola; salimos del confesionario, salimos del sacramento de la Penitencia y cuando nos encontramos con el hermano que nos haya podido hacer algo, seguimos manteniendo nuestras diferencias, seguimos manteniendo nuestras distancias, seguimos con esa herida en el corazón sin haberla curado de verdad y le negamos la palabra, no volvemos a él rehaciendo nuestra amistad, llegamos a decir eso tan incongruente que perdonamos pero no olvidamos y cosas así.

Dejémonos envolver por el amor de Dios para curarnos de verdad. Dejémonos envolver por el amor de Dios para que se impregne nuestra vida de ese amor y comencemos a amar con un amor semejante. Así en verdad llegaremos a ser compasivos como nuestro Padre Dios es compasivo.

lunes, 21 de marzo de 2022

No envejezcamos la Palabra de Dios, no echemos a perder esa sal del evangelio, sintamos ese vigor de la nuevo que nos llevará a ser esos hombres nuevos del evangelio

 


No envejezcamos la Palabra de Dios, no echemos a perder esa sal del evangelio, sintamos ese vigor de la nuevo que nos llevará a ser esos hombres nuevos del evangelio

2Reyes 5, 1-15ª; Sal 41; Lucas 4, 24-30

Bien sabemos que es bien dificultoso el presentar ideas nuevas, nuevos planteamientos de la cosas, incluso artísticamente cuando surge un verdadero artista que no se contenta lo que habitualmente se hace sino que en su espíritu creador e innovador ideas cosas nuevas, nuevas líneas o conceptos en aquella faceta artística que él desarrolla, no siempre va a encontrar comprensión y aceptación de su obra, porque estamos acostumbrados al estilo de siempre y nos sentimos cómodos en lo que se hace siempre, porque tenemos miedo a la innovación que no siempre terminamos de entender.

Podemos referirnos a muchas facetas de la vida, aunque en el ejemplo propuesto me haya fijado más en esa faceta artística, pero nos sucede en los mismos planteamientos de la vida, en los planteamientos que queramos hacer para nuestra sociedad en la búsqueda de algo mejor, o nos podemos referir al tema de las ideas o de las ideologías, o los planteamientos éticos que se hagan a la sociedad.

Los innovadores siempre van a encontrar rechazo por buena parte de esa sociedad, aunque habrá por una parte quienes están deseosos de algo nuevo, pero también quienes incluso quieran manipularles para llevarles por el camino de sus intereses. No es fácil esa tarea innovadora, no es fácil tener visión de profeta de algo nuevo para nuestro mundo.

Difícil fue siempre la tarea de los profetas, porque desde el espíritu divino que aleteaba en su interior se sentían críticos de los comportamientos humanos y por eso su voz aparece como denuncia, pero que no era solo denuncia sino el ofrecimiento de un camino de mayor fidelidad pero que tenia que renovar la vida de los individuos, y también ser promotores de renovación de la sociedad en la que vivían.

Recordamos aquello que le decían a un profeta en Betel para que se apartara de aquel lugar sagrado y fuera con sus profecías a proclamarlas en otro lugar, molestaban sus palabras a quienes estaban allí acomodados y podían hacerles perder su prestigio o su posición. Pero el profeta no podía callar, sentía en su interior la voz de Dios que tenia que proclamar, aunque fuera rechazado.

Es lo que contemplamos en la vida de Jesús y es lo que contemplamos en concreto hoy en el evangelio. Está en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret; primeramente todo eran alabanzas porque de entre ellos había salido y aquello podía darles hasta un cierto prestigio e incluso ganancia. Pero Jesús no va a contentar sus gustos y sus orgullos; no está allí como un prestidigitador o un curandero milagroso que les entretuviera o pudiera resolver algún problema. El está anunciando algo nuevo, es la Buena Noticia del Evangelio del Reino de Dios y eso tenía sus implicaciones y en cierto modo compromisos. Es lo que les cuesta aceptar.

Les cuesta aceptar además lo que les dice y las comparaciones que hace tanto de los tiempos de Elías como de Eliseo. La que recibió los beneficios de la presencia del profeta era una mujer fenicia, por tanto no del pueblo de Israel, y el que se sintió beneficiado por Eliseo fue un sirio, Naamán, mientras habría muchos leprosos en Israel.

Lo que era necesario no era el orgullo de la pertenencia a un pueblo determinado, sino la fe y la humildad que hubiera en sus corazones. Confió la mujer fenicia en la palabra del profeta y aunque era pobre y lo que le quedaba era lo mínimo para su subsistencia fue capaz de desprenderse para compartirlo con el profeta confiando en su palabra. Aunque a Naamán le costó humillarse para lo que le pedía el profeta, confió y se vio liberado de la lepra, por la fe que había puesto en los actos que realizaba.

Es lo que está pidiendo Jesús en la sinagoga de Nazaret. Una fe que les haga desprenderse de sus orgullos para escuchar y aceptar aquella palabra profética que Jesús estaba pronunciando en el anuncio del Reino de Dios. No tenían fe y no pudo hacer allí ningún milagro dirá el evangelista en un momento determinado. Pero es que los primeros entusiasmos se transformaron en odio para rechazar a Jesús y querer incluso despeñarlo por un barranco.

¿Cuál es la reacción que hay en nuestro corazón cuando la Palabra de Dios llega clara y tajante a nuestra vida, como espada de doble filo que diría el profeta y que penetra hasta lo profundo de nuestro ser? ¿Escuchamos? ¿Confiamos? ¿Nos dejamos interpelar por esa Palabra? ¿Abrimos nuestro corazón a la renovación que nos ofrece nueva vida?

La Palabra es profética, no porque, como hemos mal interpretado muchas veces, nos anuncie cosas futuras, sino porque es una Palabra viva que traerá renovación a nuestras vidas. ¿Queremos escuchar y sentir eso nuevo y muy concreto que la Palabra nos trae cada día? No envejezcamos la Palabra de Dios, no echemos a perder esa sal del evangelio, sintamos ese vigor de la nuevo que nos llevará a ser esos hombres nuevos del evangelio.

domingo, 20 de marzo de 2022

Entremos en la sintonía de Dios para hacer una lectura creyente de lo que sucede descubriendo las señales de Dios

 


Entremos en la sintonía de Dios para hacer una lectura creyente de lo que sucede descubriendo las señales de  Dios

Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Sal 102; 1Corintios 10, 1-6. 10-12; Lucas 13, 1-9

Las señales que encontramos en el camino o en la carretera no son una trampa para que caigamos en el error y luego cebarse en el castigo sobre nosotros. Las señales nos indican el camino y nos previenen de los peligros, nos hacen estar atentos para no perder el rumbo y vigilantes para evitar el daño que nos podamos hacer. Creo que siendo verdaderamente sensatos les prestamos atención, siendo inteligentes no las tomaremos a mal como si estuvieran allí para que si no las cumplimos merezcamos todo el mal que nos estamos haciendo.

Y aunque nos parezca que estamos refiriéndonos a las señales de tráfico o las señales que nos puedan indicar los lugares que merece visitar, creo que entendemos que estamos queriendo referirnos a algo más. Dios también va poniendo señales en la vida, que son llamadas, que son invitaciones a seguir un camino, que nos quieren prevenir para que evitemos lo malo, que no las podemos mirar como castigos divinos por lo malvados que somos, porque Dios siempre estará llamándonos a que seamos capaces de dar buenos frutos en la vida.

Tenemos, es cierto, la tendencia errónea de estar viendo castigos de Dios por todas partes en lo que por la misma naturaleza sucede o lo que muchas veces también es consecuencia de la maldad de los hombres. Son los accidentes producidos por el discurrir de la naturaleza o son las catástrofes humanas que nos provocamos los hombres cuando nos llenamos de odio o de ambición y para conseguir nuestros objetivos o nuestras ambiciones no miramos el daño que podemos hacer a los demás. Llevamos unos tiempos en que se suceden muchas cosas que nos desconciertan desde el cambio climático con todas sus consecuencias, las pandemias o las guerras como lo estamos sufriendo.

Es cierto que esos sucesos o esos acontecimientos nos pueden producir muchos interrogantes en nuestro interior y hasta muchas angustias, pero tendríamos que esforzarnos por hacer esa buena lectura de lo que acontece. Hacer una lectura creyente de la vida no siempre es fácil, y claro que tendríamos que tener una sintonía de Dios para saber interpretar lo que en verdad Dios quiere decirnos. La lectura creyente nos hace descubrir las señales de Dios.

El evangelio comienza recordándonos algunos hechos desagradables que sucedieron Jerusalén en los mismos tiempos de Jesús. Escandalizados vienen algunos a comentárselo a Jesús pero Jesús les ayudará a hacer una buena lectura de aquellos hechos. Era fácil ver castigos divinos en aquellos hechos, unos sacrílegos acaecidos en el propio templo y otros accidentales como la caída del muro de la piscina de Betesda donde murieron algunos. ¿Castigo de Dios?, piensan algunos. ¿Habrán hecho algo malo en su vida para que merecieran una muerte así? Y Jesús les hace pensar ¿es que pensáis que eran más pecadores que nosotros mismos? Pero sí pueden ser llamadas de Dios para que obremos el bien, para que nos arrepintamos de lo malo que hemos hecho, para que nuestro actuar en la vida sea de otra forma, para que demos verdaderamente buenos frutos.

Y Jesús les propone la parábola del hombre que viene a su terreno donde tenía plantada una higuera y aunque estaba bien frondosa no daba frutos. ¿Vamos a arrancarla porque para qué tenerla ocupando espacio en el terreno que podría dedicarse a otras plantaciones? Pero el prudente agricultor le dice que va a cavar a su alrededor, va a abonarla una vez más, esperando que al nuevo año al final de fruto.

También nosotros nos llenamos de rabia tantas veces cuando vemos el mal que hay en el mundo e iríamos quitando de en medio a todos aquellos que nos parecen malos. O sea, que iríamos actuando con la misma medida de maldad, de odio, de revancha, de rencor quitando de en medio a los que nos parecen malos. ¿Es que tú no has pecado nunca? ¿Es que nunca has hecho lo que no debías hacer? ¿Por eso ya merecerías que te castigaran quitándote de en medio? ¿Dónde está el camino de la compasión y de la misericordia? ¿Dónde está la esperanza de que podamos un día cambiar nuestro corazón? Porque para nosotros pediríamos compasión y misericordia, pero para los demás siempre el castigo y la condena.

¡Qué distintos son los parámetros de Dios! ¡Qué distinto tendría que ser nuestro actuar! Sed compasivos nos dirá el Señor, como es compasivo y misericordioso el Señor tu Dios. Escuchamos las llamadas de Dios. Seamos capaces de ver las señales que Dios va poniendo en los caminos de nuestra vida que siempre nos invitan a la conversión, al amor, a la misericordia. Son los caminos de Dios, inescrutables muchas veces, pero que son los caminos que nos llevarán a la verdadera plenitud de nuestra vida.

Todas esas señales nos están hablando del amor de Dios, nos están recordando cuánto nos ama el Señor, nos están diciendo la paciencia de amor infinito que Dios siempre tiene con nosotros, nos están señalando también esos nuevos parámetros con los que nosotros tenemos que tratar a los demás desde la compasión y la misericordia.