sábado, 5 de febrero de 2022

Necesitamos saber estar con el Señor para tener una nueva mirada, darle una mayor profundidad a la vida, descubrir cómo tenemos que llenarnos de ternura y compasión

 


Necesitamos saber estar con el Señor para tener una nueva mirada, darle una mayor profundidad a la vida, descubrir cómo tenemos que llenarnos de ternura y compasión

1Reyes 3, 4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34

He aprendido más en estos pocos días que he estado con esta persona que todo lo que me habían enseñado en todas las escuelas o facultades en las que he estado en mi vida. No es muy habitual escuchar algo así, pero puede suceder que o lo hayamos oído a alguien en algún momento determinado o nos habrá podido pasar a nosotros mismos.

Quizás todo partió de una invitación de esa persona que amigablemente nos había invitado a pasar unos días juntos; se había planificado irse a algún sitio donde estar más cercanos el uno con el otro, o simplemente había sido una sencilla convivencia en su propia casa, en su propio hogar; pero el estar con aquella persona había sido de gran provecho; no fueron solo las conversaciones que con cierta profundidad se habían tenido, sino simplemente ese estar, ese convivir, ese contemplar el hacer y el actuar de esa persona, ese percibir los detalles de su vida, ese escuchar oportunamente una palabra que encerraba gran sabiduría, fue el compartir un vivir. Cuántas cosas se descubren, cuánto aprendemos a encontrar un sentido de vida.

Era lo que Jesús quería con sus discípulos más cercanos. La ocasión había venido después de la vuelta de aquella misión que les había confiado, donde ellos contaban y contaban cuántas cosas les habían sucedido o habían podido realizar. Ahora dice el evangelista que Jesús quiere llevárselos a un lugar apartado. Y hay una disculpa, es que si están en casa no tienen tiempo ni para comer, y era necesario un descanso.

Pero era lo que había querido Jesús desde el principio. A aquellos primeros discípulos que le preguntan dónde vivía – y esa pregunta encerraba muchas cosas – y les había dicho que se fueran con él para que vieran. Ya sabemos cuál fue la buena reacción posterior. Cuando llama a algunos en particular, ya nos explica el evangelista en el relato que eran para que estuvieran con El. Y es lo que vemos a lo largo del evangelio, cómo se va formando ese grupo de los que están siempre con Jesús, no solo en sus correrías sino también cuando están en casa, cuando están en Cafarnaún donde Jesús se había establecido, probablemente en casa de Pedro.


Ahora se los quiere llevar a un lugar apartado, y aunque pareciera que no se consiguió lo que se pretendía porque al llegar se encuentran con una multitud grande que los estaba esperando, lo que Jesús quería de aquella convivencia se realizó perfectamente. Allí en la cercanía de Jesús, con aquella compasión que siente por la multitud, con ese ponerse a enseñarles pacientemente, con el ir curando a los enfermos, o las mismas indicaciones que va dando a los discípulos de lo que tendrían que hacer, hay toda una hermosa lección. La aprendieron bien los discípulos en aquella cercanía con Jesús, en ese estar con Jesús.

Les hace tener una visión distinta de las personas y de los mismos acontecimientos, incluso de los imprevistos; aprenderán de la comprensión y de la paciencia de su Maestro, aprenderán de su preocupación por todos haciéndoles caer en la cuenta de cuáles son las verdaderas necesidades que tienen aquellas personas, aprenderán a llenar el corazón de ternura y de misericordia, aprenderán a descubrir el verdadero corazón, herido y lleno de angustias de aquellas personas. Estaban con Jesús y su visión comenzaba a cambiar, aunque sabemos cuánto les cuesta ir dando los necesarios pasos.

¿No necesitaremos nosotros estar con Jesús? ¿No necesitaremos ese tiempo a solas con Jesús, sin prisas y sin agobios, sin estar pensando en otras cosas o cuánto tenemos que hacer? porque también nosotros en nuestros agobios y carreras parece que no tenemos tiempo ni para comer, que no sabemos tener tiempo para nosotros mismos, que no sabemos tener tiempo para hacer silencio y aprender a escuchar el latir de los que están a nuestro lado, que no tenemos tiempo tampoco para esta a solas y en paz con el Señor; miremos cómo son las carreras de nuestras oraciones.

Necesitamos saber estar con el Señor, para tener una nueva mirada, para darle una mayor profundidad a la vida, para descubrir cómo tenemos que llenarnos de ternura y compasión para poder ir luego a los demás.

viernes, 4 de febrero de 2022

Hay pendientes por las que nos deslizamos, espirales que nos creamos que parecen no pueden romperse, pero no seamos pesimistas, la rectitud y el bien tienen finalmente que brillar

 

Hay pendientes por las que nos deslizamos, espirales que nos creamos que parecen no pueden romperse, pero no seamos pesimistas, la rectitud y el bien tienen finalmente que brillar

Eclesiástico 47, 2-13; Sal 17; Marcos 6, 14-29

Queremos quedar bien; nos molesta que duden de nosotros, y nos queremos presentar como los más honrados del mundo; mantenemos las apariencias, y queremos decir que somos personas de palabra, que no nos vamos atrás de la palabra dicha, aunque para lograrlo tengamos que arrasar lo que sea.

¿Vanidad? ¿Orgullo? ¿Amor propio? ¿La soberbia de la vida que nos coloca en pedestales o nosotros por nuestra cuenta nos subimos a ellos sin ver si en verdad lo merecemos? Bueno, nos creemos merecedores de todo, aunque nuestra vida sea un desastre. Muchas cosas que se pueden ir luego sucediendo en el correr de la vida, porque todo se convierte en una pendiente donde parece que no podemos parar. Es esa espiral que nace de nuestros orgullos o de nuestro amor propio y va creciendo y aumentando de desastre en desastre. Cuantas maldades se van sucediendo una tras otra.

¿Cómo contrarrestar esa espiral sin fin? ¿Seremos capaces de volver sobre nosotros mismos para edificar nuestra vida no sobre apariencias sino sobre nuestra propia realidad aunque nos cueste reconocer errores o debilidades? Enfrente como contrastando todo eso aparece el camino de la rectitud y del bien. Será un camino duro y difícil, porque parece que el mal tiene la última palabra.

Pero no podemos ser pesimistas ni sentirnos derrotados; estamos convencidos de la fuerza del bien, del obrar en rectitud. Y de eso tenemos que ser testigos, testimoniarlo con nuestra propia vida aunque nos cueste sangre. El creyente sabe que aunque tenga que pasar por la pascua de la muerte, siempre hay vida, siempre está el triunfo de la vida y del amor. Sabemos que la sangre del testigo es semilla de nueva vida. Lo contemplamos en Jesús, como lo podemos contemplar en el testimonio que se nos ofrece hoy en el evangelio.

¿Será la lucha que contemplamos  hoy en el evangelio? Herodes se pregunta quién es Jesús de quien está ahora oyendo tanto hablar; en el fondo a Herodes le está gritando su conciencia aunque no quiera hacerle caso; él sabe que ha martirizado a Juan el Bautista. Mira por donde, se dice que le tenía aprecio y que le gustaba escucharle. Pero las tornas se viraron porque su vida era disoluta y el Bautista denunciaba que lo que estaba haciendo no era lo correcto; las fuerzas del mal, representadas en Herodías, la mujer con la que convivía ilícitamente Herodes, logran meterlo en la cárcel; al final le llevará a la muerte.

Ya hemos escuchado el relato, un cumpleaños, una fiesta, muchos invitados, la hija de Herodías que se conquista el corazón de Herodes con su baile y éste que le ofrece hasta la mitad de su reino si se lo pidiera; pero al acecho está Herodías que le hace pedir a su hija la cabeza del Bautista. Los respetos humanos, las apariencias, el que dirán, el querer quedar bien y, aunque le dolió lo que le pedía la muchacha, Herodes accedió a que le llevaran en una bandeja la cabeza del Bautista.

Fue la pendiente, la espiral, la vanidad, el orgullo que lo fue desencadenando todo. Juan Bautista será el testigo del bien y de la verdad con su sangre derramada; será la semilla que se estaba plantando; aunque aparentemente apareció la maldad y la muerte, el testimonio ha quedado de manera permanente. La rectitud del Bautista hasta el final, hasta la muerte, contrarresta la maldad de Herodes y será el testimonio que queda como lección para nuestra vida.

¿Tendríamos que preguntarnos algo quizá sobre nuestras vanidades y nuestros orgullos? ¿Tendremos que plantearnos eso de quedar bien o preguntarnos cuál es el camino de rectitud que hemos de seguir en nuestra vida? ¿Seremos capaces de romper esas pendientes por las que tantas veces nos deslizamos en la vida?

jueves, 3 de febrero de 2022

Los enviados de Jesús solo necesitaron un bastón y unas sandalias para ponerse a caminar y anunciar lo que ellos habían vivido con Jesús, el amor de Dios en sus vidas

 


Los enviados de Jesús solo necesitaron un bastón y unas sandalias para ponerse a caminar y anunciar lo que ellos habían vivido con Jesús, el amor de Dios en sus vidas

1Reyes 2, 1-4. 10-12; Sal.: 1Crón 29, 10-12; Marcos 6, 7-13

Cuando en nuestras tareas y responsabilidades queremos hacer algo, enseguida nos hacemos nuestros proyectos donde detallaremos todo lo que vamos a hacer y por qué lo vamos a hacer, hacemos lo que hoy llamamos estudios de mercado para ver si realmente es algo que interesa, nos planificamos muy bien con nuestros objetivos y con las acciones concretas que vayamos a realizar y por supuesto no nos pueden faltar los presupuestos, que se convierten en algo fundamental para poder llevarlo a cabo. No está mal, en la vida tenemos que ser organizados y las cosas no se pueden hacer a lo loco.

Pero esto que estoy relatando – cosas que uno va aprendiendo en la vida y que te obligan a realizar para cualquier cosa – sin embargo contrasta mucho con lo que hoy nos dice el evangelio. Jesús ha escogido de entre todos sus discípulos a doce, a los que llamará sus enviados, sus apóstoles, les confía una misión y los envía; pero aquí está el detalle, los envía simplemente con un bastón en la mano; no necesitarán nada más; incluso les dice que no lleven una túnica de repuesto. ¿Una mala planificación? Desde nuestros parámetros de hoy quizá nos echamos las manos a la cabeza, porque incluso en nuestras actividades pastorales nos exigen toda aquella planificación que antes mencionábamos.

No quiero que nos sintamos desconcertados por esto que estoy comentando, como si yo quisiera enmendar la plana incluso a lo que nos dice el evangelio; ni mucho menos. ¿Qué está pidiendo Jesús a sus enviados? Yo diría una disponibilidad grande para dejar conducirse por el Espíritu de Jesús. Van a realizar su misma misión, el anuncio del Reino de Dios que llega, van a dar señales de esa llegada del reino de Dios con los signos que pueden realizar, pero eso no lo realizan por sí mismos, es la obra de Dios. no necesitaran ni sus saberes humanos ni de poderes o influencias que se reciban de aquí o de allá, ni lo que puedan tener desde sus propias simpatías; han de ponerse a caminar, solo necesitan unas sandalias y un bastón, porque su apoyo está en el Señor; y lo importante es la disponibilidad de su corazón.

Jesús los había llamado para que estuvieran con El, vivieran con El, de El se impregnaran y a El es al único que tienen que transmitir. Van a comunicar a los demás lo que ellos ya han vivido en su contacto con Jesús; no serán sus palabras o lo que ellos por si mismos sepan hacer – un día habían abandonado sus redes y sus barcas que era lo que ellos sabían hacer -, si antes eran pescadores en aquel lago ahora iban a emprender una nueva pesca, porque serían pescadores de hombres. Y la única red que han de echar es transmitir la palabra de Jesús, realizar los signos de Jesús para manifestar así que en verdad estaba llegando el Reino de Dios.

Demasiado vamos por la vida con nuestros saberes, confiándonos más en los recursos humanos que estén a nuestra mano, que en esa disponibilidad generosa para dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. ¿Qué es lo que enseñamos muchas veces? Nos entretenemos con nuestros recursos y nuestras técnicas, echamos manos de doctrinas que hasta obligamos a aprender de memoria e imponemos protocolos de comportamiento y mandamientos, y al final nos quedamos sin anunciar a Jesús como nuestro único Salvador. Nos refugiamos en lo que nos parece más fácil que es poner en las manos un libro de catecismo o de teología, y no hacemos lo que realmente tendría que ser fácil que es anunciar al Jesús en quien nosotros creemos y que es nuestra vida.

Algunas veces nos ponemos a pensar qué es lo que voy a decir o qué es lo que voy a enseñar a través de cualquier medio que tengamos en nuestras manos, y nos olvidamos que es una buena nueva lo que tenemos que anunciar, una buena noticia para todos porque Jesús es nuestro salvador. ¿Será acaso que quizás nosotros no terminamos de vivirlo así y por eso somos incapaces de anunciarlo? ¿Es en verdad lo que vivimos con Jesús lo que nosotros estamos anunciando de Jesús?

miércoles, 2 de febrero de 2022

Los pobres y los humildes de corazón como Simeón y Ana serán los que podrán conocer las maravillas del Señor y como lo hizo María que así es una candela de luz para nosotros

 


Los pobres y los humildes de corazón como Simeón y Ana serán los que podrán conocer las maravillas del Señor y como lo hizo María que así es una candela de luz para nosotros

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40

Hace cuarenta días celebramos el Nacimiento de Jesús, la Natividad del Hijo de Dios hecho hombre y nacido del seno de María. Hoy la liturgia de la Iglesia, siguiendo el ritmo de los acontecimientos de la infancia de Jesús y en observancia de lo que estaba prescrito en la ley de Moisés, tanto para el nacimiento del primogénito varón como los ritos de purificación de toda madre después del parto, nos ofrece esta celebración de la Presentación de Jesús en el templo, según lo prescrito por la ley, y la purificación de María. Es a lo que hace referencia el texto del Evangelio, aunque en aquel momento vemos que se siguieron realizando las obras maravillosas del Señor.

El cumplimiento del rito según lo prescrito se desarrollaría con toda normalidad; para los sacerdotes del templo eran un niño primogénito más que era presentado al Señor con la ofrenda, en este caso de los pobres, de un par de tórtolas o dos pichones. Pero la cosa no podía quedarse ahí. Allí estaban quienes inspirados por el Espíritu del Señor reconocerían quién era aquel niño y lo que iba a significar para la historia no solo de Israel sino para toda la humanidad.

Son dos ancianos piadosos que merodean todos los días por el templo confundiéndose entre los creyentes que allí todos los días acudían para la oración y para la escucha de la ley y los profetas. Pero no son dos ancianos cualesquiera. En ellos se había hecho presente el Señor y ahora serían portavoces de las maravillas del Señor para todos los creyentes y para todos los que los quisieran escuchar.

Por eso aquel anciano se acerca a aquella pareja humilde que como una más ha hecho su ofrenda y ha cumplido con todos los ritos. Y es cuando se desborda el corazón de aquel anciano para proclamar cuanto allí está sucediendo. El había sentido en su corazón, por la fuerza del Espíritu del Señor, que sus ojos no se cerrarían sin haber contemplado al que iba a ser luz de las naciones y gloria del pueblo de Israel. Y allí lo tenemos proclamándolo y cantando las glorias del Señor.

De la misma manera aquella pobre anciana viuda – ya aparecerán otras ancianas y viudas en el evangelio ¿por qué será? – comenzará también a todo aquellos que esperaban la futura liberación de Israel con la llegada del Mesías, que la hora de Dios había llegado y hablaba a todos de aquel niño.

¿Por qué será que Jesús nos proponga como modelo de oración perseverante la de aquella pobre viuda que insistía permanentemente ante el juez pidiendo justicia? ¿Será un eco esta pobre anciana y viuda que se había pasado todos los años de su vida sirviendo a Dios en el templo?

¿Por qué será que Jesús se fijará – y nos lo ofrece como ejemplo - allí a las puerta del templo donde está el arca de las ofrendas en los dos cuartos humildes que una anciana pobre entrega al Señor ofreciendo cuanto tenía? Había ofrecido lo que necesitaba incluso para su sustento, y Dios se había fijado en ella. ¿Nos estará hablando de que son los pobres y los humildes de corazón, los que se entregan con corazón desinteresado los que mejor podrán conocer a Dios y la revelación de todos sus misterios?

¿No dará gracias un día al Padre porque ha revelado todos sus misterios a los pequeños y a los humildes mientras lo ha ocultado a los que son soberbios de corazón? El evangelio no es una página o un solo momento determinado que se nos narre, sino que el evangelio, la buena nueva la tenemos que ver en todo el conjunto y como unos y otros hechos se explican y se complementan mutuamente. Son evangelio para nosotros, nos está enseñando como tenemos que ser esos hombres y mujeres sencillos y humildes de corazón para que podamos conocer a Dios, para que podamos en verdad sentir a Dios en nuestros corazones.

Allí a un lado y pareciendo que pasa desapercibida está la madre, la que un día dijera que era la humilde esclava del Señor y ofrecía la disponibilidad de su corazón para que en ella se cumpliera la Palabra del Señor anunciada por el ángel de Nazaret. Una disponibilidad que le iba a hacer seguir el mismo camino de su Hijo.

No es extraño que el anciano profeta le anuncie que una espada la traspasará el alma, porque aquel niño iba a ser signo de contradicción para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones. Es la Madre, la que le dio a luz en la pobreza de Belén, la que le contemplará creciendo en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres en el hogar de Nazaret como unas madres saben contemplar y comprender el crecimiento de los hijos; pero será la madre que dará a luz unos nuevos hijos que le van a ser confiados desde lo alto de la cruz del calvario. Lleva en su alma el dolor de su hijo, porque a El se asociará en la obra de nuestra redención, pero lleva en el alma el dolor y el sufrimiento de todos esos hijos que Jesús le confiará desde lo alto de la cruz.

La llamaremos madre dolorosa y madre de las angustias porque vemos cómo ella carga con los dolores y las angustias y de todos los hombres, como una madre llevará siempre en su corazón el sufrimiento de sus hijos, pero la llamaremos madre de esperanza y madre de la luz porque en ella vemos cómo se levanta nuestra esperanza pero ella nos está ofreciendo también la luz de su hijo.


Por eso hoy los canarios la llamamos María de Candelaria, la que lleva la luz, la portadora de la luz, la que nos trajo la luz porque fue la primera misionera de estas tierras en su imagen bendita aparecida en la playa de Chimisay. Por eso para nosotros los canarios hoy es fiesta especial, es la fiesta de la Virgen de Candelaria y con devoción acudimos a sus pies en su santuario hoy o en cualquier día del año, porque sabemos que allí está la Madre, allí está nuestra madre, las que nos hablará de corazón sencillo y humilde, la que siempre está en disponibilidad total para Dios y para sus hermanos los hombres, la que nos está enseñando a plantar la Palabra de Dios en nuestro corazón.

martes, 1 de febrero de 2022

Dejémonos llevar por Jesús, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo entrar, ahí está esperándonos y tendiéndonos la mano

 


Dejémonos llevar por Jesús, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo entrar, ahí está esperándonos y tendiéndonos la mano

2Samuel 18, 9-10. 14b. 24-25a. 31 – 19, 3; Sal 85; Marcos 5, 21-43

El refrán dice que nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. Y bien que es cierto porque sólo cuando nos vemos con el agua hasta el cuello es cuando pedimos socorro. Normalmente nos queremos valer por nosotros mismos; es cierto que si yo puedo hacer una cosa, es junto que me afane por tenerla o conseguirla. Pero eso nos vuelve muchas veces autosuficientes en muchos sentidos y aspectos en nuestra relación con los demás, donde como decimos no queremos deber nada a nadie, pero nos afecta también al sentido religioso que podamos tener en la vida. En Dios buscamos nuestros refugios, y parece muchas veces que solo contamos con El cuando nos vemos en la más extrema necesidad, o en el mayor peligro. Es el supermercado donde vamos cuando necesitamos algo, o la farmacia a la que sólo acudimos cuando necesitamos una medicina.

Mal se estaban viendo los dos personajes de los que nos habla el evangelio. Parece como muy sencilla a simple vista que aquel jefe de la sinagoga acudiera a Jesús porque tenía enferma a su hija. El tenía su prestigio, en cierto modo era de la clase dominante y de los que de alguna manera ejercían algún poder. Pero ahora se ve en la necesidad de acudir a Jesús. Su hija está en las últimas. Ya no hay solución por otros caminos, y ha oído hablar de los milagros que hace Jesús, pues ahora viene a pedirle que vaya a poner su mano sobre ella para que se cure. En el fondo, no juzguemos del todo, porque era también un hombre de fe, aunque ahora no sabía ni a quien acudir.

Mal se estaba viendo también aquella mujer que había gastado toda su fortuna buscando la salud y sus hemorragias no cesaban. Fue un atrevimiento grande meterse en medio de la gente sabiendo que tenía que sentirse una mujer impura, a causa de sus hemorragias y no tendría que meterse en medio de la gente. Pero entre toda la gente que se apretujaba junto a Jesús está aquella mujer que no se atreve ni a hablar ni a pedir ayuda pero que tiene la fe de que solo tocando el manto de Jesús puede curar. Y es lo que hace. Y es lo que siente, que ‘las fuentes de sus hemorragias cesaron de inmediato y su cuerpo estaba curado’.

Esto hace que aquella comitiva, vamos a llamarla así, de los que se dirigían a la casa de Jairo encabezados por Jesús, se detenga. ‘¿Quién me ha tocado?’ por allá está el espabilado de Pedro diciendo ‘¿cómo se te ocurre preguntar eso, si ves toda la gente que se apretuja junto a ti?’ Pero Jesús no hace caso de las indicaciones de Pedro y está esperando la salida valiente de quien se ha atrevido a tocar su manto. La mujer temerosa se acerca y lo explica todo. ‘No te preocupes, viene a decirle Jesús, tu fe te ha curado… vete en paz porque tu fe ha curado’.

Mientras, llegan los sirvientes de Jairo para decirle que ya no hay nada que hacer, porque la niña ha muerto. Pronto estarán allí las plañideras para iniciar el duelo. No merece la pena molestar más al maestro. Parece que todo se pone en contra. Y ahora ha sido a causa de aquella mujer por lo que se ha detenido Jesús y no ha podido llegar a tiempo. Parece que todo se derrumba. Pero allí está la Palabra de Jesús. ‘No temas; basta que tengas fe’.

Cómo necesitaríamos tantas veces nosotros escuchar esa palabra de Jesús. Dudamos, nos derrumbamos, nos parece que nadie nos escucha, todo parece muchas veces que se nos pone en contra, los problemas se agravan y no encontramos soluciones, el camino para encontrar la luz se nos hace largo, se tambalea nuestra fe. En nuestros agobios y desesperanzas todo nos parece una montaña que se nos viene encima, las oscuridades parecen mayores. Pero mantengámonos anclados en esa fe que tenemos, aunque nos parezca débil y muchas veces imperfecta. ‘No temas, basta que tengas fe’, nos está diciendo Jesús.

Y El nos toma de la mano, y nos dice que las cosas no son tan grandes como nosotros las imaginamos, ‘la niña no está muerta, sino que está dormida’, y nos invita a confiar, y nos invita a entrar con El al santuario interior donde nos vamos a encontrar con El de verdad, donde vamos a recobrar la luz y la vida.

Dejémonos llevar por El, no temamos entrar con El a ese santuario interior al que muchas veces nos da miedo meternos, nos vamos a encontrar con nosotros mismos, vamos a ver quizá nuestra debilidad y nuestras oscuridades, pero ahí vamos a encontrar la luz, porque ahí está El esperándonos y tendiéndonos la mano. Toquemos la orla de su manto, agarrémonos fuerte a esa mano que se nos tiende, sintamos fuertemente su presencia. Esa fe también nos va a curar.

¿Nos invitará también a que le comamos para que tengamos vida y vida para siempre?

lunes, 31 de enero de 2022

Ir a anunciar el evangelio no es irse a otros sitios sino allí donde estamos, aunque no nos resulte fácil, también hemos de anunciar las misericordias del Señor

 


Ir a anunciar el evangelio no es irse a otros sitios sino allí donde estamos, aunque no nos resulte fácil, también hemos de anunciar las misericordias del Señor

Samuel 15, 13-14. 30; 16, 5-13ª; Sal 3; Marcos 5, 1-20

Cuando en Cafarnaún buscaban en la mañana a Jesús les dice que han de ir a anunciar el Reino por otros lugares. Por eso en el relato del evangelio veremos a Jesús itinerante de un lugar para otro enseñando y manifestando las señales del Reino de Dios que llegaba. Pero no todo va a ser fácil. Casi como una señal mientras iban en barca hacia la otra orilla le levantó en el lago una tormenta muy fuerte que parecía que la barca se hundía, mientras los discípulos remaban y remaban tratando de sacar la barca de aquella tormenta. Aunque ellos temen lo peor y al final acudirán asustados a Jesús que comía en un rincón de la barca en medio de aquella tormenta, al final logran llegar a la otra orilla.

Pero decíamos que era como un signo que anticipaba lo que iba a suceder. Era la región de los gerasenos, casi fuera de las fronteras de Israel y que no mostraban mucha sintonía con los judíos; allá hacían su vida en aquel lugar apartado. Alguien poseído de un demonio les atormenta sin que nada puedan hacer, pero parece que casi se han acostumbrado a aquel tormento. Este hombre poseído por el espíritu del mal es el primero que sale al encuentro de Jesús y sus discípulos que llegan a aquellas orillas. Ya sus palabras son de rechazo. ‘¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes’.

Ya hemos escuchado el relato en el evangelio, es una legión de espíritus malignos el que ha poseído a aquel hombre, que cuando Jesús lo expulsa se meterán en la piara de cerdos – era a lo que se dedicaban aquellas gentes, ajenas a las costumbres y leyes de Israel que considera a un cerdo como un animal impuro que ni se podía tocar ni comer su carne – que se arrojó ladera abajo ahogándose en las aguas del lago.

Llegan las gentes del lugar, se enteran de lo sucedido, allá contemplan al hombre que había sido poseído por el demonio ya curado, pero que le piden a Jesús que se marche de aquel lugar. Una actitud que nos podría parecer incomprensible, porque agradecidos tendrían que estar por verse liberados de aquel tormento que padecían. Pero puede convertirse también para nosotros en un signo que algo nos quiere significar.

¿No preferimos en tantas ocasiones seguir sometidos a nuestras rutinas, aun reconociendo su inutilidad o lo malo que pueden significar para nuestra vida, antes que dar los pasos necesarios para cambiar? Preferimos la comodidad de lo que siempre hemos hecho aunque no tenga sentido ni valor al esfuerzo que tendríamos que hacer para realizar cambios en nuestra vida. Ahí está por otra parte cuando nos cuesta arrancarnos de lo que sabemos que es un mal en nuestra vida. Nos apegamos a cosas, nos apegamos a costumbres, nos apegamos a nuestros defectos y parecería que no tenemos fuerza suficiente para arrancarnos de ello y comenzar a poner otras cosas buenas en nuestra vida.

Cuando Jesús se marchaba el que había sido curado le pidió irse con El, pero Jesús le dice que vaya a los suyos y les anuncie lo que el Señor ha hecho con él. Muy significativo también. Queremos seguir a Jesús, queremos irnos con El; parece como que nos sentimos seguros; una muestra de agradecimiento, podríamos decir, y de correspondencia a la gracia que Dios ha tenido con él, se siente invitado en su corazón por seguir los pasos de Jesús. Pero es Jesús el que le confía una misión, no tendrá que ir a ninguna parte sino que allí entre los suyos tendrá que realizar ese anuncio. ‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti’

No será tarea fácil, viendo los antecedentes de que le pidieron a Jesús que se marchara de aquel lugar; pero en aquel lugar, aunque sea difícil, ha de hacer su anuncio; parece en ocasiones que buscamos lugares que nos parecen más fáciles, pero el camino no lo hemos de escoger nosotros sino aquel que nos ha enviado. ‘En otros lugares, como recordábamos al principio, he de ir a anunciar también el evangelio’, como decía Jesús. Pero muchas veces ese lugar no es irse a otro sitio sino ahí donde estamos, allí entre los nuestros, allí donde no entienden quizás que nosotros estemos llamados a esa labor y a esa misión, allí donde podría encontrar quizás rechazo, donde nos puede resultar más difícil es donde tenemos que hacer ese anuncio.

¿Estará significando algo este evangelio para esa labor que como cristiano y como Iglesia estoy llamado a realizar?

domingo, 30 de enero de 2022

La Iglesia no puede olvidar su misión profética para proclamar la palabra de vida y de salvación aunque no sea lo políticamente correcto para parte de la sociedad

 


La Iglesia no puede olvidar su misión profética para proclamar la palabra de vida y de salvación aunque no sea lo políticamente correcto para parte de la sociedad

Jeremías 1, 4-5. 17-19; Sal 70; 1Corintios 12, 31 - 13, 13; Lucas 4, 21-30

Los cambios de humor, vamos a llamarlo así, son frecuentes en las reacciones de las personas y de los grupos. En un momento sentimos simpatía y antipatía; en un momentos parece que estamos de acuerdo y que nos gusta lo que nos dicen, y al momento siguiente cambiamos de opinión y aquella persona ya no nos parece tan buena; basta que sintamos un desaire, que se diga una palabra que no cae bien o que se malinterpreta, que no se haga lo que quiere todo el mundo sino que se quiera actuar desde unos principios de rectitud y ética, que nos lleven la contraria a lo que son nuestros intereses y que parecía que aquella persona iba a responder a esos planteamientos nuestros pero vemos que hay otra cosa en su planteamiento u otras exigencias, para que cambiemos, para que el amor y simpatía que sentíamos al principio lo cambiemos por odio y hasta por afanes de destrucción. 

Cuántas veces lo habremos podido sufrir, o cuántas veces hemos visto esas reacciones en nuestro entorno; cuántos que antes parecían muy amigos, de la noche a la mañana en uno todo se transformó en odio.

Es lo que pasó aquella mañana en la sinagoga de Nazaret, pero sigue pasando en la Iglesia cuando se quiere ser fiel de verdad a los valores del evangelio, es lo que sigue pasando en nuestra sociedad por ejemplo contra la Iglesia porque sigue predicando y enseñando según sus principios y según el evangelio.

Pero recordemos primero lo que hoy nos ha narrado el evangelio que es continuación exacta del proclamado el pasado domingo. Jesús estaba en su pueblo Nazaret, había ido el sábado a la sinagoga y había hecho la lectura del profeta. Su comentario había sido – con él hemos comenzado hoy la proclamación del evangelio de este domingo – ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Y nos dice el evangelista que manifestaban su aprobación y admiración ante las palabras de Jesús. Estaba allí su orgullo de pueblo, porque era uno de los suyos, allí había vivido, era el hijo del carpintero, y por allí quedaban algunos parientes.

Pero quizá por ahí, por esos orgullos y en el fondo los deseos que podían tener de sacar provecho, es por donde anda todo. Pronto verán que Jesús no está por su labor. Porque sea su pueblo allí no va a haber preferencias. Ya había manifestado con la lectura del profeta que las preferencias estaban en los pobres que serían evangelizados y los oprimidos que serían liberados. Pero no era una liberación como ellos pensaban. Jesús había hablado del ‘año de gracia del Señor’, para significar como comenzaba algo nuevo y distinto.

En los anuncios de Jesús no había nada de aquellas revanchas y venganzas que podían estar anidándose en su corazón para verse liberados de la opresión de los romanos. Es más Jesús está anunciando una preferencia porque esa gracia del Señor llegue a todos y por eso recuerda los episodios de Elías y Eliseo donde dos extranjeros serán los que se ven agraciados, la viuda de Sarepta y Naamán el sirio.

Y es entonces la reacción de las gentes de la sinagoga de Nazaret. Jesús les recuerda que un profeta nunca es bien mirado en su tierra. La admiración del principio se transforma como tantas veces sucede. Querrán despeñarlo desde la colina por un barranco, aunque Jesús pasa en medio de ellos sin que pudieran hacer nada.

Recordamos lo que escuchábamos al profeta Jeremías sobre su propia vocación. ‘Te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo…. Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país…

Es la misión y es la tarea de todo profeta. Es la misión y es la tarea profética que la Iglesia tiene que realizar en medio del mundo. No siempre es fácil. Hay el peligro de comenzar a medir las palabras para decir lo políticamente correcto, como se dice ahora. Estamos cuidando demasiado lo que la Iglesia tiene que hacer o tiene que decir para no disgustar a ciertos sectores de la sociedad que luego dirán y manipularán, que luego querrán arrimar el ascua a su sardina, pero si la Iglesia no se deja manejar, van a caer sobre ella. Y esto está pasando.

No son los criterios del mundo, aunque ahora se hable tanto de mayorías, los que tienen que guiar la actuación de la Iglesia. Porque la mayoría de la gente dice, porque la mayoría de la gente opina, escuchamos decir, pero no es ese el criterio de fidelidad a la Palabra de Dios y al mensaje del evangelio por lo que la Iglesia tiene que conducirse. Y en medio de todo eso estamos con el testimonio valiente que hay que dar, aunque no les guste a algunos. Es duro y es difícil, pero la misión profética que tenemos como cristianos y como Iglesia no la podemos ignorar ni dejar a un lado.

‘Tú cíñete los lomos… no les tengas miedo… Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte’ que nos dice el profeta.  ‘Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino’.