sábado, 22 de junio de 2019

Jesús nos señala cual es la prioridad de la vida del creyente buscando el Reino de Dios y su justicia para el bien del hombre


Jesús nos señala cual es la prioridad de la vida del creyente buscando el Reino de Dios y su justicia para el bien del hombre

2Corintios 12, 1-10; Sal 33; Mateo 6, 24-34
Todos en la vida tenemos unas prioridades explícitamente expresadas o al menos en la mente o en la intención de nuestro corazón. Aquellas cosas a las que le damos más importancia, a las que dedicamos más tiempo, que se vienen como a convertir en el leitmotiv de nuestro ser o de nuestro vivir. Es importante tenerlas porque eso dará fuerza y valor a nuestro caminar; malo es caminar sin rumbo o sin saber a qué es lo que tenemos que darle verdadera importancia.
Por supuesto que tenemos que tomarnos la vida con serenidad que indicaría la madurez con que vivimos la vida haciendo esa escala de valores guía de nuestra existencia, pero también hemos de reconocer – quizá por no tener claro qué es lo verdaderamente importante en la vida – que muchas veces esas prioridades que nos hemos marcado pudieran ser causa de agobio en ese nuestro actuar.
Y los agobios son malos compañeros, los agobios no nos dejan tener paz, los agobios pueden causarnos amarguras y tensiones en nuestro interior, los agobios pueden hacer que nuestra vida o nuestro actuar pudieran convertirse hasta en una pesadilla para los que nos rodean por la forma con que reaccionamos tantas veces. Por eso decimos son malos compañeros.
Sea cual sea el sentido que le demos a nuestra vida todos hemos de tener unas prioridades en la vida; las consideraremos más o menos acertadas, pero respetamos la decisión y el camino que cada uno quiera tomar. No es bueno caminar sin rumbo en la vida, iríamos como a lo loco, dando tumbos; lo contemplamos demasiadas veces en nuestro entorno, porque así la vida carecería de valores, aunque nosotros consideremos que otros son más importantes, pero hemos de respetar la decisión de cada uno sobre el rumbo de su vida. Cada uno ha de construir su propia madurez, aunque no quita para que nosotros ofrezcamos nuestros valores desde la fe que vivimos.
Es lo que nos ofrece hoy el evangelio, para nosotros y también como luz para nuestro mundo. Y es importante que alcancemos esa paz del espíritu desde la madurez con cada uno viva su propia situación y desde el rumbo que quiere darle a su vida. Hoy Jesús nos está señalando lo que es importante para nosotros y que muchas veces también nosotros que nos decimos cristianos olvidamos y caemos en esos agobios, como decíamos antes, que nos merman la paz de nuestro espíritu.
Hoy Jesús nos señala como no podemos andar divididos en nuestra vida por no saber descubrir lo que es verdaderamente prioritario. Por eso nos dice que  no podemos servir al mismo tiempo a Dios y al dinero. Recordemos que en párrafos anteriores nos invitaba a buscar el verdadero tesoro y que lo guardáramos donde no nos lo pudieran robar; y cuando nos hablaba de tesoros precisamente no nos hablaba de joyas ni riquezas.
Por eso hoy nos pide que no andemos agobiados ni siquiera con esas cosas de las que también tenemos que sentirnos responsables en la vida o de las que necesitamos para vivir. Ni por la comida ni por el vestir, nos dice, sino que si sabemos actuar con responsabilidad en la vida, Dios es Padre providente que estará a nuestro lado en toda situación y no nos faltará su ayuda.No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir’. Hemos de saber confiar en la Providencia de Dios, aunque eso no significa que abandonemos nuestras responsabilidades.
Finalmente nos dirá en sentencia con verdadera sabiduría: ‘Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura’. Dios, primero, como solemos decir en tantas ocasiones. Pero que no sean solo palabras, sino que sean las actitudes profundas de nuestro espíritu.
Y es que cuando Dios es primero estamos poniendo en su verdadero valor la persona y la vida. Porque decir que Dios es primero porque es el verdadero centro de nuestra vida, significa la importancia que le damos a la persona y a todo lo que atañe a su dignidad. Dios y su justicia, decimos. Dios y el bien de la persona, el bien de toda vida, el bien también de ese mundo en el que vivimos. Es nuestra responsabilidad, es la forma con que damos gloria a Dios, es en la forma con que vivimos la dignidad con que Dios ha dotado a toda persona. No caben, entonces, ni egoísmos ni injusticias, no cabe la insolidaridad ni la envidia, no cabe ni el mal ni nada que pueda dañar a nadie.
¿Será por ahí por dónde van nuestras prioridades? ¿Sabremos alcanzar esa paz de nuestro espíritu para vivir sin agobios ni angustias?

viernes, 21 de junio de 2019

Busquemos los valores permanentes que elevan nuestro espíritu y le darán profundidad y trascendencia a nuestra vida y que nos conducen a verdadera felicidad



Busquemos los valores permanentes que elevan nuestro espíritu y le darán profundidad y trascendencia a nuestra vida y que nos conducen a verdadera felicidad

2Corintios 11,18.21b-30; Sal 33; Mateo 6,19-23
En alguna ocasión lo hemos comentado. Cuando el emperador romano llamó al diácono Lorenzo, administrador de la Iglesia de Roma, para pedirle que le entregara los tesoros de la Iglesia, la historia nos cuenta que al día siguiente san Lorenzo se presentó ante el emperador con un grupo grande de los pobres de Roma diciéndole que aquellos eran los tesoros de la Iglesia.
Al hablar de tesoros pensamos al momento en riquezas y en joyas; de alguna manera es lo que pensamos y la manera que tenemos de enfrentarnos en la vida. Nos afanamos y luchamos en el afán de tener, de poseer cosas y riquezas; miramos nuestras cuentas bancarias y deseamos que vayan creciendo; nos rodeamos de propiedades y de cosas que presentamos como nuestras riquezas; soñamos con tener para rodearnos de lujos y poder presentarnos con vanidad ante los demás como llenos de poder por esas cosas que poseemos.
Tenemos la tentación de darle más importancia, si no en la teoría sí en la práctica, al tener sobre el ser. Nos cuesta. Pero tenemos que darnos cuenta de que la grandeza de la persona está en lo que es no en lo que tiene. Es entonces cuando tenemos que comenzar a buscar esos valores que llevamos dentro y que de verdad enriquecen nuestra vida, aunque no tengamos propiedades de las que alardear. Podemos pensar en la integridad con que vivimos nuestra vida, como podemos pensar en estas esas buenas actitudes que nos llevan a tratar bien y con dignidad a toda persona, que nos llevan a buscar lo bueno y lo justo en toda ocasión, que nos conducen a una generosidad para compartir lo que somos y también lo que tenemos sea poco o sea mucho con aquellos que nos rodean.
Son esos valores permanentes, que nos elevan de ras de tierra, que nos hacen mirar la vida con otra trascendencia, que dan profundidad a nuestra vida, que nos engrandecen en nuestro espíritu, que nos llevarán siempre al encuentro con los demás, que nos motivarán para ser humildes y cercanos a cualquiera que se acerque a nosotros, que harán posible siempre una relación amistosa y alegre con los que están a nuestro lado haciendo en verdad agradable para los otros.
Es lo que nos quiere decir hoy Jesús en el evangelio. No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón’.
Busquemos los valores permanentes con sabor de eternidad. No nos dejemos confundir por oropeles de la caducidad que nunca nos conducirán por caminos de plenitud. Las vanidades de la vida son efímeras, flor y resplandor de un día que pronto se secará y nos llenará de oscuridad.
Muchas veces dejándonos arrastrar por la vanidad nos parece que somos felices apegándonos a las cosas, pero pronto nos daremos cuenta del vacío de nuestra vida. No son las cosas las que nos dan apoyo verdadero en la vida; busquemos esos valores del espíritu, empapemos nuestra vida de bondad y de ternura y seremos verdaderamente felices y haciendo felices a los demás creceremos en nuestra propia felicidad; es la satisfacción que llenará de paz verdaderamente nuestro corazón.

jueves, 20 de junio de 2019

No son las muchas palabras las que hacen nuestra oración sino en el silencio descubrir la presencia de Dios para resplandecer con la gloria del Señor


No son las muchas palabras las que hacen nuestra oración sino en el silencio descubrir la presencia de Dios para resplandecer con la gloria del Señor

2Corintios 11,1-11; Sal 110; Mateo 6,7-15
‘Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis...’ nos enseña Jesús.
Yo no sé rezar, dicen algunos, decimos nosotros tantas veces. Mientras otros dicen que rezan mucho porque repiten y repiten una y otra vez oraciones aprendidas de memoria, formularios de novenas y oraciones que otros han escrito. ¿Sabemos rezar? ¿Sabemos orar? La pregunta es seria y comprometida. Yo me decanto por hacerme la segunda pregunta, si sabré orar. Porque por rezar entendemos muchas veces eso que decíamos de repetir una y mil veces oraciones y rezos. Al final algunos se cansan de esas repeticiones y quizá puedan terminar no haciendo nada y surja la afirmación que antes hacíamos que no sabemos rezar, o tendríamos que decir, no sabemos orar.
Queremos suponer que quien reza o repite oraciones al menos se sentirá en la presencia del Señor, y probablemente mientras va repitiendo esas oraciones allá en su corazón puedan ir surgiendo otras plegarias, porque recordamos a los seres queridos, pensamos en nuestras necesidades o problemas, o nos vamos haciendo muchas consideraciones sobre nuestra vida o sobre los problemas que vemos a nuestro alrededor.
Así podríamos decir que sí, que en el fondo estamos orando porque realmente vamos presentando al Señor nuestras necesidades o lo que deseamos y queremos para nosotros, los nuestros o nuestro mundo. Por eso quizá iríamos más allá del rezo repetitivo si llegamos a sentirnos de verdad en la presencia del Señor. De lo contrario seria una rutina quizás y en el fondo no seria una oración que transformara nuestra vida.
Hoy Jesús en el evangelio nos propone una forma de orar, pero no es que Jesús cuando nos propone ese estilo de oración no es para que lo convirtamos en una formula más que simplemente repitamos, sino que nos está ofreciendo un modelo y un sentido de oración. Porque lo importante es que nos sintamos inundados de Dios, de su presencia y de su amor. Reconocer su presencia, querer que nuestra vida sea siempre una alabanza al Señor, que en su presencia descubramos y sintamos lo que en verdad tiene que ser el sentido de nuestra vida, que haya una verdadera transformación en nosotros para que en todo busquemos siempre su gloria buscando y comprometiéndonos a hacer su voluntad.
En nuestra oración tenemos sentirnos inundados y envueltos por la gloria de Dios. Como Moisés cuando bajó de la montaña de la presencia de Dios tendríamos que salir con el rostro resplandeciente, con nuestra vida transformada e iluminada por la gloria de Dios. En la presencia de Dios tenemos que ver el libro de la historia de nuestra vida con la luz de Dios para iluminar cada recoveco de nuestra vida descubriendo el valor de lo que somos, pero también el sentido de cuanto hacemos queriendo siempre enderezar nuestros pasos por los caminos de Dios. Mal hemos hecho nuestra oración si no salimos así transformados de la presencia de Dios.
Busquemos ese momento de paz, de silencio interior para escuchar a Dios, para sentir a Dios. No son las muchas palabras las que hacen nuestra oración. Es en ese silencio donde hemos de descubrir su presencia y entonces nuestro corazón hablará y también escuchará. No vamos a la oración solo a decir cosas a Dios porque seria un monologo, sino busquemos ese diálogo de amor sabiendo escuchar a Dios y en verdad entonces nos sentiremos reconfortados. Nos llenaremos así de la gloria del Señor que hará resplandecer nuestra vida para en verdad estaremos cantando la gloria del Señor.

miércoles, 19 de junio de 2019

Jesús nos abre a un sentido nuevo de nuestro vivir, de nuestra relación con los demás, de lo que ha de ser también nuestra relación con Dios desde la humildad y la comunión


Jesús nos abre a un sentido nuevo de nuestro vivir, de nuestra relación con los demás, de lo que ha de ser también nuestra relación con Dios desde la humildad y la comunión

2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18
Hay gente a la que le gusta ir por la vida alardeando de lo que hacen; sus historias son las mejores, nadie hace lo que él ha hecho, y enseguida buscamos alabanzas y reconocimientos. Fanfarrones, decíamos nosotros en lenguaje quizás de otra época a los que alardeaban de cuanto hacían y como no tenían quizá abuela que dijesen cuantas cosas buenas sabían hacer sus nietitos, a todos le contaban lo que hacían y lo que no hacían rodeándose de aires de superioridad que al final terminaban cayéndonos mal y se ganaban la antipatía de la gente que los rodeaba cansada de tanta alabanza de si mismos.
También es cierto que hay muchas veces que van calladamente por la vida no queriendo hacerse notar, pero que en la humildad y sencillez con que llevan su vida sin embargo dejan traslucir la grandeza de su corazón. Son personas que sin hacer alardes sino viviendo en la sencillez y humildad sin embargo nos estimulan y aunque no nos lo digan sin embargo captamos las maravillas que llevan en su corazón y que realizan calladamente con sus vidas. Personas así nos gusta tener a nuestro lado, con personas así nos sentimos a gusto, su presencia es estimulo de cosas grandes para nosotros.
En personas así se cumple aquello que nos dirá Jesús en otro momento del evangelio para que los hombres vean nuestras buenas otras y den gloria al Padre del cielo. Personas así no buscan para ellos el reconocimiento ni la alabanza; personas así con una fe profunda quieren en verdad dar gloria a Dios con lo que hacen, que todo sea siempre para la gloria de Dios, y que quienes les rodean igualmente glorifiquen al Señor en lo bueno que puedan contemplar en los demás.
A eso nos está invitando Jesús con lo que nos señala hoy en el evangelio. Es cierto que señala varias cosas en concreto en referencia a lo que ha de ser la espiritualidad del hombre, pero que nos vale aplicar en todas las situaciones y en todo lo bueno que realicemos en la vida. Nos habla Jesús en concreto de la limosna, de la oración y del ayuno, pilares fundamentales en una autentica espiritualidad, que nunca nos encierra en nosotros mismos o en nuestra relación particular con Dios sino que nos abre a los demás en el compartir que no solo en lo material sino lo que llevamos en lo más hondo de nosotros mismos.
Una oración, es cierto, que tiene que ser honda y profunda, que ha de nacer desde lo más profundo de nuestro corazón, que hemos de saber hacer en el silencio y en lo secreto de nuestro corazón, pero que al unirnos a Dios necesariamente no lleva a la comunión con los demás. Pero eso no será una oración particular en el sentido de lo individual, sino que nos lleva a esa oración comunitaria, es decir, en comunión con los otros que oran a mi lado.
Una oración en la sencillez sin alardes que nos hagan sentirnos mejores o superiores a los demás, pero una oración humilde que sabe también que necesita del apoyo de la oración de los demás. Es lo que en verdad tendría que ser nuestra oración personal, pero también el sentido profundo que hemos de darle a nuestras celebraciones donde hemos de vivir una oración de comunión.
Jesús nos está abriendo así a un sentido nuevo de nuestro vivir, de nuestra relación con los demás, de lo que ha de ser también nuestra relación con Dios. En esos caminos de humildad y de comunión aprenderemos a crecer espiritualmente y a comprender que cuanto hacemos siempre lo es para la gloria de Dios.

martes, 18 de junio de 2019

Jesús nos propone metas altas, metas que rompen esquemas, metas que nos hacen ser inconformistas porque así es siempre el camino del amor


Jesús nos propone metas altas, metas que rompen esquemas, metas que nos hacen ser inconformistas porque así es siempre el camino del amor

2Corintios 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48
Somos buenos, decimos tantas veces, y ya parece que nos quedamos contentos como si hubiéramos alcanzado una gran meta. Somos buenos, decimos, no matamos a nadie, no levantamos grandes testimonios como se suele decir, no me gusta hablar mal de nadie, pero hay cosas que uno ve y que no le gustan y comentamos, pero levantar testimonios, nunca, nos justificamos.
Somos buenos, pero parece que no tenemos más ilusiones, nos contentamos como ya somos y no tenemos mayores aspiraciones ni ilusiones. Alguien dijo que quien ya no tiene ilusiones ya está comenzando a morir, ya está comenzando a dar olor a muerte, porque nos aspiramos a algo mejor, a una superación, y simplemente nos dejamos ir, que es como dejarse morir.
Hacemos lo que todos hacen, no tenemos iniciativa de algo mejor para la vida, ni la nuestra ni la de los demás, nos vamos arrastrando, y claro si nos molestan, reaccionamos, pero no para despertar, sino para ponernos en actitud de defensa o de ataque; y claro no me voy a quedar quieto, no me voy a quedar callado, no voy a mezclarme con quien me hizo daño, nos ponemos lejos y trazamos fronteras o respondemos con guerra.
Jesús no nos quiere ni tan amorfos, ni sin ilusiones de algo más, de algo mejor. Es más, Jesús nos propone metas altas, metas que rompen esquemas, metas que nos hacen ser inconformistas con nosotros mismos por querer algo mejor, e inconformistas con los demás aunque respetemos los ritmos de cada uno, pero para los que queremos lo mejor, y les ofreceremos lo mejor de nosotros mismos para ayudarles también a reaccionar y despertar.
Tan alta es la meta que nos propone Jesús que nos dice que tenemos que ser perfectos, como perfecto es nuestro Padre del cielo, que tenemos que ser santos como es nuestro Padre del cielo. Y esa perfección y santidad pasa por romper esos moldes a los que nos hemos acostumbrado pero que nos damos cuenta que no son buen ideal. Por eso nos invita a entrar en una relación nueva y distinta con los demás.
Nuestras relaciones no tienen que poner distancias, que hacer discriminaciones, crear diferencias, guardar resentimientos ni recelos, mantener desconfianzas. Es el camino del amor que nos va a distinguir, que nos va a hacer distintos, que nos va a hacer soñar, que nos va a comprometer con un sentido nuevo, con unos valores nuevos. Pero eso tiene que estar presente siempre el perdón, y saber buscar lo que nos lleve siempre a la reconciliación y a la paz, y crear nuevos lazos de amor y de amistad, a vivir en una nueva comunión, a sentirnos en armonía con cuantos están a nuestro lado y con toda la creación.
Será nuestro distintivo, lo que como un suave y penetrante perfume atraerá a todos a ese nuevo sentido de vivir. Es el olor del evangelio, es el buen olor de Cristo que perfuma nuestra vida y que perfumará nuestro mundo, para crear ese mundo de paz. Es nuestro compromiso y nuestra manera de hacer las cosas. Es la construcción del Reino de Dios.
Somos buenos pero podemos ser mejores. La meta ideal que nos propone Jesús es bien alta y merece la pena intentarlo, comprometernos a alcanzarla.

lunes, 17 de junio de 2019

Ya es hora de abrir bien los oídos para escuchar a Jesús y ponernos en camino de forma comprometida a hacer el mundo mejor desde los valores de Jesús


Ya es hora de abrir bien los oídos para escuchar a Jesús y ponernos en camino de forma comprometida a hacer el mundo mejor desde los valores de Jesús

2Corintios 6, 1-10; Sal 97; Mateo 5, 38-42
Yo soy amigo de mis amigos, solemos decir con frecuencia, y ayudo al que me ayuda. Es una actitud muy frecuente en la vida y muchas veces hacemos gala de que somos así, como si fuera una gran cosa o estuviéramos haciendo una cosa extraordinaria. Pero si nos ponemos a pensar un poquito creo que podemos darnos cuenta de que es una amistad o una ayuda muy interesada; pareciera que estuviéramos haciendo compraventa de nuestra amistad y de nuestras ayudas. Si tu no me ayudas a mi nunca, ¿por qué tengo que ayudarte yo a ti? Pensamos y decimos y actuamos desde ese baremo.
Ya nos dirá Jesús en otra ocasión en el evangelio qué es lo que hacemos de especial si hacemos simplemente lo que hace todo el mundo. Saludar a los que te saludan nos dice Jesús eso lo hacen hasta los gentiles. Y es que Jesús viene a darnos un sentido nuevo de las cosas donde pongamos verdadera generosidad en nuestro corazón, donde seamos capaces de romper barreras para ir más allá de lo que le parece bien a todo el mundo. Ya nos pondrá El de modelo su propio amor. Y esa es la maravilla.
Y esa es la lástima que constatamos en la vida de cada día, en nuestras mutuas relaciones, en lo que es esa presencia tan diluida de los cristianos en medio del mundo. Si nos dice Jesús en otro momento que tenemos que ser sal de la tierra, significa que otro sabor tenemos que darle; cuando le ponemos sal a la comida buscamos darle otro sabor, que sepan de una manera deliciosa aquellos alimentos que estamos cocinando, que nos lo hagan apetitosos.
Pero nos sucede que hoy los cristianos en medio del mundo no contagiamos de nada nuevo, porque nada nuevo y distinto de un valor superior estamos haciendo, sino que nos contentamos con lo que todo el mundo hace. Muchas veces nos encontramos a gente que no tienen los valores de la fe que nosotros tenemos y que sin embargo son más comprometidos que nosotros, se mojan por así decirlo en aquellas cosas por las que se comprometen en su lucha por la justicia y por hacer desde su manera de pensar un mundo mejor. Mientras nosotros los cristianos andamos como descafeinados, queremos ser café, pero no llevamos ese café bueno y oloroso en la vida que lo haga apetitoso a aquellos a los que les pueda llegar el olor.
Jesús nos pide seriedad en nuestros planteamientos, compromiso en el camino del amor, implicarnos de verdad en hacer que las cosas sean distintas, y que entonces nos andemos desde nuestras concepciones mezquinas y raquíticas del amor porque no hemos terminado de escuchar lo que Jesús nos plantea. Es lo que nos viene a decir hoy en el evangelio.
Cualquiera que se siente agraviado por los demás trata de responder con la misma moneda y a la larga nos estamos poniendo a su mismo nivel. Otro tiene que ser nuestro estilo. Al que viene contra nosotros haciéndonos el mal tenemos que saber hacerle frente no haciendo el mismo mal, sino transformándolo todo y respondiendo desde el amor, respondiendo haciendo el bien.
Hemos de saber escuchar con corazón abierto y generoso las palabras de Jesús. Nos las sabemos incluso de memoria sin embargo no han hecho mella en nuestro corazón porque nosotros seguimos actuando de la misma manera. Ya es hora de que abramos bien los oídos para escuchar a Jesús y nos pongamos en camino de verdad y de una forma comprometida a hacer ese mundo mejor desde esos valores que Jesús nos está enseñando en el evangelio.

domingo, 16 de junio de 2019

Misterio inmenso de Dios en el que queremos sumergirnos y cuanto más nos inundamos de Dios más deseos y ansias tenemos de conocer a Dios para amarle y para vivirle



Misterio inmenso de Dios en el que queremos sumergirnos y cuanto más nos inundamos de Dios más deseos y ansias tenemos de conocer a Dios para amarle y para vivirle

 Proverbios 8, 22-31; Sal 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15
‘Tú, Trinidad eterna, eres un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco’. Así se expresaba san Catalina de Siena ante el misterio de Dios que hoy celebramos. Misterio insondable de la Trinidad de Dios. Ante Dios nos postramos humildes reconociendo que nada somos ante su admirable sabiduría y grandeza. Nos postramos y hacemos confesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
‘Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena’, escuchamos que nos dice hoy Jesús en el Evangelio. El es el Verbo de Dios, la revelación de Dios, la verdad de Dios. Se nos ha ido revelando y nos ha ido dando a conocer el misterio de Dios. Misterio insondable de amor.
‘Dios es Amor’, nos dirá san Juan en sus cartas para definirnos a Dios. Por eso Jesús nos lo enseña a llamar Padre; así lo llama El y así nos enseña a llamarle e invocarle. ‘Mirad que somos hijos de Dios’, nos dirá san Juan. Y en verdad lo somos. Nacemos del agua y del Espíritu para que haya una vida nueva en nosotros, es la vida de Dios de la que quiere hacernos partícipes para hacernos sus hijos por el don del Espíritu. Y es tanta la grandeza del misterio que se nos revela y en el que nos sentimos envueltos que no terminamos de comprender. Por eso nos dirá Jesús como  hoy lo escuchamos en el evangelio que el Espíritu de la Verdad nos lo revelará todo.
Fue después de Pentecostés, con la donación del Espíritu, cuando los primeros discípulos, los apóstoles llegaron a comprender todo el misterio de Dios y todo el misterio de Dios que en El se nos revelaba. Será cuando lo reconocen como Señor y comenzarán a entender todo aquello que El les había dicho, donde expresaba como el Padre y El eran uno y El no hacia sino lo que era la voluntad del Padre. Ahí se manifiesta todo el misterio trinitario de Dios que hoy estamos celebrando. Pero desde la presencia del Espíritu en sus vidas pudieron llegar a comprenderlo.
Muchas veces cuando en nuestros razonamientos humanos queremos explicarnos todo este misterio de Dios sentimos que nos sentimos superados y, como decimos, es algo que no nos cabe en la cabeza. Efectivamente, no nos cabe en la cabeza; no entra en los parámetros de nuestros razonamientos humanos aunque con la ciencia teológico tratemos de darle mil vueltas y explicaciones para intentar hacerlo razonable.
Pero entramos en el ámbito de la fe, y no es desde razonamientos humanos y filosóficos desde donde podemos vivir ese sentido de fe. Es algo sobrenatural que es un don de Dios. Y desde la fe con humildad decimos Si; con la fe dejándonos inundar por ese misterio de amor que es Dios es como podremos sentirlo en nosotros, hacerlo vida y experiencia nuestra. La fe no son explicaciones y razonamientos que nos hagamos para convencernos, sino que es dejarse guiar por el Espíritu de Dios para llegar a sentir, para llegar a vivir.
El Espíritu de la Verdad que nos lo revelará todo, el Espíritu de la Verdad que habitará en nosotros para llenarnos de la Sabiduría divina, para poder saborear a Dios, para poder gustar a Dios, para poder experimentar en lo más hondo de nosotros mismos la presencia de Dios. El Espíritu de Dios que nos inundará del amor de Dios, como nos decía el apóstol, ‘el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones 
con el Espíritu Santo que se nos ha dado’
. Nuestro espíritu, nuestro corazón, nuestra voluntad ha de abrirse al Espíritu de Dios y es cuando lo escucharemos y lo saborearemos en nuestro corazón.
Aquello tan hermoso que nos decía santa Catalina de Siena con lo que hemos comenzado esta reflexión. Mar profundo en el que nos sumergimos, y cuando más nos sumerjamos iremos descubriendo más y más y su inmensidad que es inacabable, que es infinita. ‘Cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco…’ Cuánto más conocemos de Dios más queremos conocer de El; cuánto más nos sumergimos en El, más deseamos llenarnos de El; cuánto más saboreamos a Dios, más grande es el apetito, el hambre y deseo de Dios.
Y claro que tenemos que cantar con el salmo que hoy nos ofrece la liturgia; ‘¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!’