sábado, 11 de mayo de 2019

Reafirmamos nuestra fe en Jesús para seguir poniendo luz en medio de las sombras y tener la esperanza de una vida nueva que en Jesús podemos encontrar



Reafirmamos nuestra fe en Jesús para seguir poniendo luz en medio de las sombras y tener la esperanza de una vida nueva que en Jesús podemos encontrar

Hechos 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69
El contemplar a nuestro alrededor respuestas y actitudes negativas algunas veces nos puede llenar también de desaliento y perder el ánimo en aquella tarea que hemos emprendido, pero de la que quizás vemos como muchos desertan. Las actitudes de los demás nos contagian y necesitamos una gran fortaleza interior para no dejarnos influenciar por lo negativo y mantener firme el ritmo en nuestra línea de actuación.
Nos sucede con la visión pesimista que palpamos en muchos acerca de la vida o de los acontecimientos de nuestra sociedad. Hay gente que lo ve siempre todo negro y eso nos puede contagiar. Ante los problemas que se nos van presentando en la vida hay quien pronto quiere escaparse y huir y no tiene la fuerza de voluntad para ver lo positivo que podemos encontrar en medio de tantas sombras o lo positivo que nosotros podemos poner de nuestra parte. Es el conjunto de la vida social y política, por ejemplo, que nos rodea y de donde tenemos la tentación de huir, y nos falta la clarividencia necesaria para tener iniciativas positivas de creación de lo bueno y de construcción en positivo.
Nos sucede en nuestro ámbito eclesial también donde hay quien quiere resaltar siempre las sombras, pero quienes resaltan las sombras no son capaces de poner luz, poner coraje y empeño por su parte dejándose guiar por la fuerza del Espíritu para que también nuestra Iglesia sea mejor. No es con visiones negativas, no es con condenas, sino desde el amor y la misericordia como tenemos que construir y como tenemos que trasmitir nuestra fe.
Me surge toda esta reflexión en la que quiero también encontrar luz para esas cosas que vivimos, que suceden en nuestro entorno, que nos señalan situaciones muy concretas de nuestra vida, a partir de lo que hoy escuchamos en el evangelio en este final del discurso, por llamarlo de alguna manera, de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún cuando les habla de comer su cuerpo y beber su sangre para tener vida eterna. La gente reacciona negativamente ante las palabras de Jesús porque no terminan de entenderle. Jesús es consciente de ello y de lo que puede influir en los discípulos más cercanos. ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ Se notaba quizá el desaliento cuanto tanto amaban a Jesús; se notaba la desazón al ver como la gente que ayer le aclamaba en el descampado porque les había dado pan en abundancia, ahora lo abandonan y ya no quieren seguir a Jesús.
El desaliento que quizá nos entra muchas veces a las personas de Iglesia, a los que estamos más implicados en la tarea pastoral de la Iglesia, cuando vemos que quizá nuestros esfuerzos parece que no dan fruto. Cuantas veces nos entran dudas en nuestro interior sobre si lo que estamos haciendo merece la pena o es lo más adecuado. Nos cuesta aceptar y respetar la libertad de los demás y esto nos llena por otra parte de desánimo. Como los padres que no ven en los hijos el fruto de tantos esfuerzos y de tantas luchas. Pero creo que tiene que encenderse necesariamente dentro de nosotros la luz de la esperanza.
Nos queda una respuesta, la de Pedro, cuando todos dudaban.Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. Reafirmamos nuestra fe en Jesús. Sí, es nuestro alimento y nuestra sabiduría, es nuestra vida, lo es todo para nosotros. Y manifestamos nuestra fe, y nos mantenemos firmes en ella a pesar de los desánimos que puedan producir los demás en nosotros.

viernes, 10 de mayo de 2019

Comer a Cristo significa que nuestra manera de entender y de hacer las cosas ha de ser ya como Cristo, con sus mismos sentimientos, su mismo amor, su misma entrega


Comer a Cristo significa que nuestra manera de entender y de hacer las cosas ha de ser ya como Cristo, con sus mismos sentimientos, su mismo amor, su misma entrega

 Hechos 9, 1-20; Sal 116; Juan 6, 52-59
‘Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros’. Unas palabras que dejan desconcertados a los judíos que las escuchan en la sinagoga de Cafarnaún. Aunque les costaba creer hasta ahora lo que les iba diciendo Jesús era algo que se podía aceptar más o menos. Se podía creer en El y en sus palabras porque despertaban esperanza. Pero lo que ahora les está diciendo Jesús les suena más fuerte. ‘¡Qué fuerte!’ como se expresan hoy los jóvenes cuando les dicen algo que les sorprende.
Jesús les está diciendo que el Pan vivo bajado del cielo es su propia carne, y que hay que comer su carne y beber su sangre para tener vida. Y es cierto que son palabras que desconciertan. Porque ir entendiendo que lo que El les decía era como un alimento para su vida y por eso se empleaba esa terminología en referencia al pan como alimento, era algo que se podía aceptar, se podía entender. Pero ahora suena a canibalismo, tomándose al pie de la letra las palabras de Jesús. Y a nosotros cuando entramos en nuestros propios razonamientos también se nos hacen difíciles de entender.
Sin embargo esa expresión de comerse a alguien bien que la empleamos cuando entramos en el ámbito del cariño o del amor. Pensemos en los mimos que les hacemos a nuestros niños pequeños y las expresiones que empleamos en ese sentido, como en todo lo que pude hacer referencia al amor entre dos personas que se aman profundamente. Se queda quizás en expresiones de amor o en imágenes significativas.
Y es que cuando Jesús nos está diciendo que tenemos que comer su carne y comer su sangre nos está hablando de esa unión tan profunda que hemos de mantener con El que asimilamos todo lo que es su vida, como asimilamos un alimento, para hacerlo vida nuestra. Claro que las palabras de Jesús se vendrán a comprender con mayor sentido y plenitud cuando en la última cena nos ofrezca su cuerpo y su sangre en el signo del pan y del vino, como señal de la alianza eterna en su sangre. Alianza, compromiso de amor eterno para hacer de las dos una sola vida.
Y es que comer su carne y beber su sangre es entrar en esa alianza que nos une para siempre. Cuando comemos el pan eucarístico significa esa alianza de amor que con Cristo tenemos para tener su misma vida, para vivir su misma vida, para hacernos uno con El de manera que lo que somos y lo que hacemos ya no es a nuestra manera sino a la manera de Cristo. No será la materialidad de comer el pan eucarístico sino todo el sentido nuevo y profundo con que queremos vivir nuestra vida. Nuestro pensamiento, nuestra visión de la vida, nuestra manera de entender y de hacer las cosas  ha de ser ya el de Cristo, con sus mismos sentimientos, con su mismo amor, con su misma entrega, con su mismo compromiso por la verdad y la justicia.
Comemos a Cristo, comemos y bebemos el pan y el vino eucarístico, comemos su carne y bebemos su sangre, porque queremos vivir su vida, para poder vivir su vida. Es una vida nueva que hay en nosotros, es una resurrección como El nos dice, es un nuevo sentido de vivir.
Necesitamos ahondar de verdad en las palabras de Jesús. Tenemos que dejar que el Espíritu del Señor nos ilumine y nos aclare y revela la verdad toda. Solo así comprenderemos y aceptaremos su mensaje; solo así podemos tener y vivir su misma vida. ¡Qué fuerte! Podemos decir nosotros también, pero así ha de ser la radicalidad con que seguimos a Jesús y hemos de vivir su vida.


jueves, 9 de mayo de 2019

Quien come a Jesús Pan de vida no sabrá lo que es morir porque nunca las sombras de la muerte y del pecado podrán contra El, en Jesús está su alimento y vida


Quien come a Jesús, Pan de vida no sabrá lo que es morir porque nunca las sombras de la muerte y del pecado podrán contra El, en Jesús está su alimento y vida

 Hechos 8, 26-40; Sal 65; Juan 6,44-51
‘El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida’. Seguimos con el llamado discurso del Pan de Vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Más que un discurso a la manera que entendemos un discurso, ha sido como una conversación, en cierto modo una diatriba, entre Jesús y los que habían venido a buscarle después del acontecimiento de la multiplicación de los panes y peces.
Recordamos cómo Jesús comienza interrogándoles sobre las verdaderas motivaciones de su búsqueda. ¿Solo porque habían comido pan hasta saciarse gratuitamente en el desierto? ¿Quizás porque en ello habían visto un signo o señal de algo más que Jesús podría ofrecerles? No tienen claro por qué buscan a Jesús, no terminan de entender sus palabras, no acaban de comprender esa sabiduría de Dios que Jesús quiere trasmitirles y que será lo que en verdad les conduce a plenitud.
Se está hablando continuamente de vida y de resurrección. Una resurrección que es comenzar a vivir con un nuevo sentido, con unos nuevos valores, con una nueva manera de vivir. Para eso ha venido, esa es la voluntad del Padre, que tengan vida y, como se nos dirá en otro momento, vida en abundancia.
Se habla del pan bajado del cielo y ellos solo piensan en lo sucedido a sus antepasados en el desierto, cuando comieron el maná. Pero Jesús les dice que no es Moisés el que les da ese pan bajado del cielo, sino que es el Padre quien lo da, para eso ha venido Jesús. Y terminará aclarando que El es el verdadero pan bajado del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Y les dice que sus antepasados comieron el maná y murieron, pero que quien coma del Pan que El nos dará sabrá lo que es vivir para siempre.
‘Vuestros padres comieron en el desierto el maná, les dice, y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’.
Quien está con Jesús nunca se sentirá perdido. Quien cree en Jesús y pone toda su vida en sus manos se sentirá conducido a la plenitud. Quien pone su confianza en Jesús y está dispuesto a seguir su camino caminará por sendas que le conducen a la vida eterna. Quien le dice Si desde lo hondo del corazón y cree en su Buena Noticia se llenará de la Sabiduría de Dios encontrando el sentido más profundo de su vida y que le llevará a la felicidad plena. Quien come a Jesús con Pan de vida no sabrá lo que es morir porque nunca las sombras de la muerte y del pecado podrán contra El, porque en El se siente fortalecido para siempre.
Pero esto no se puede quedar en palabras o en buenos deseos. Esto tiene que ser opción radical de su vida para poner a Jesús y su mensaje del Reino en el centro de su corazón. Ya sabemos de nuestras debilidades, de nuestra inconstancia y de nuestros cansancios pero con firmeza hemos de ponernos en el camino de Jesús. Sabemos que El es nuestra fuerza, que nos ha dejado su Espíritu para estar siempre con nosotros y llenar nuestro corazón de vida. Pongámonos en camino siguiendo siempre los pasos de Jesús.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Que la fe que tenemos en Jesús envuelva y empape nuestra vida para que lleguemos a dar frutos de vida eterna porque creyendo en El tendremos vida para siempre


Que la fe que tenemos en Jesús envuelva y empape nuestra vida para que lleguemos a dar frutos de vida eterna porque creyendo en El tendremos vida para siempre

Hechos de los apóstoles 8, l-8; Sal 65; Juan 6, 35-40
‘Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado…’ Continuamente nos lo repite Jesús en el evangelio. Es su alimento, su vida, su ser. ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’ nos expresaría el autor de la carta a los Hebreos. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, diría Jesús momentos antes de su pasión; era su Pascua, porque eso se pondrá en las manos del Padre.
¿Para qué envió Dios su Hijo al mundo? Fue el amor infinito de Dios, como se nos dirá allá cuando el episodio con Nicodemo. ‘Tantó amó Dios al mundo…’ Es el amor, el amor infinito de Dios, el amor que no tiene límites, el amor que nos da vida. Por eso hoy nos dirá que la voluntad del Padre es la vida, la vida eterna para cuantos creen en El. ‘Yo lo resucitaré en el último día’, nos dirá Jesús.
Y para que tengamos vida El nos da su vida. Quiere ser para nosotros Pan de Vida. Es el Pan de Vida que ha enviado el Padre desde el cielo. Y eso es Jesús para nosotros. Creemos en El y nos unimos a El. Creemos en El y nos llenamos de su vida.
Pero es necesario creer. Decir ‘Sí’, aceptar a Jesús, escuchar su Palabra. Pero no es una cosa que vivamos solamente en nuestra cabeza simplemente como algo racional. Es mucho más, porque es dejarnos transformar por El de manera que ya no sea nuestra vida sino su vida. Como el alimento que comemos que se hace uno con nosotros, porque lo asimilamos, asimilamos sus nutrientes que serán los que mantienen nuestra vida. Aquí es mucho más, porque esa vida nos transforma, de manera que quien acepta a Jesús, pone su fe El y le come ya tendrá que ser distinto.
No se puede entender que le digamos Si a Jesús, su Palabra, su Evangelio, y sigamos siendo los mismos. Es mucho más que una nueva visión, un nuevo concepto o una nueva idea. Es un nuevo vivir. Y vivir la vida de Jesús es vivir sus sentimientos, sus actitudes, su manera de hacer, su manera de amar. Es amar ya con un amor nuevo que entonces si nos hará tener una mirada distinta a la vida, a lo que nos rodean, a los que están a nuestro lado, al compromiso que tendremos con esa vida y con ese mundo en el que vivimos. Eso es creer en Jesús, hacernos una cosa, hacernos una vida con El.
Por eso Cristo se nos da, se hace alimento y vida nuestra. Por eso nos dice ‘el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’. Sin embargo nos dice que le hemos visto y no creemos en El. Era lo que le pasaba a aquella gente que le escuchaba en Cafarnaún que como veremos se le hace dura e incomprensible aquella doctrina. Pero nos pasa a nosotros que decimos que creemos, pero sin embargo seguimos en nuestras, en nuestra vida, en nuestras rutinas de siempre y no nos dejamos transformar.
Que de verdad la fe que tenemos en Jesús envuelva y empape nuestra vida para que lleguemos a dar frutos de vida eterna. No olvidemos lo que nos dice Jesús, que viene a nosotros para cumplir la voluntad del Padre y la voluntad del Padre es que tengamos vida para siempre. Con Jesús resucitaremos siempre a vida nueva.

martes, 7 de mayo de 2019

Jesús es el Pan de vida porque estando con El encontraremos ese por qué, esa razón de nuestra existencia, ese sentido hondo de nuestro vivir que nos lleva a plenitud


Jesús es el Pan de vida porque estando con El encontraremos ese por qué, esa razón de nuestra existencia, ese sentido hondo de nuestro vivir que nos lleva a plenitud

Hechos 7, 51-59; Sal 30; Juan 6, 30-35
‘¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?’ Es la réplica de los judios a la petición que Jesús les hace. Solamente les está pidiendo fe. Es lo que Jesús quiere provocar en ellos como en nosotros. Pero querían pruebas, querían signos como nosotros también estamos buscando siempre pruebas que nos convenzan. Es cierto que en el ser humano está la capacidad de razonar, para eso estamos dotados de inteligencia y voluntad, pero demasiado queremos ajustar nuestros razonamientos en nuestras medidas.
Ahora le piden a Jesús signos, pruebas aquellos mismos que en la tarde anterior allá en el desierto comieron pan hasta saciarse sin saber de donde provenía, pues a todos se les habían acabado las provisiones y a partir de solo cinco panes y dos peces habían comido hasta saciarse una multitud grande. Como se suele decir no hay peor ceguera que la del que no quiere ver.
Ahora están invocando lo que había sucedido a sus antepasados en el desierto en su peregrinar desde Egipto hasta aquella tierra que ahora habitaban y que llamaban tierra prometida. Había aparecido el maná al que llamaban pan del cielo y ahora les están diciendo a Jesús que Moisés les dio en el desierto un pan bajado del cielo. Era para ellos como el gran milagro de su historia pasada. Y ahora hacen comparación entre Moisés y Jesús.
Pero Jesús les está haciendo comprender que no fue Moisés – era solo un hombre y el poder de hacer milagros es de Dios – sino que fue el Padre el que les dio el verdadero pan del cielo. Que no era simplemente una cosa material como podía ser aquella comida milagrosa llamada maná. Dios les está ofreciendo un pan del cielo que da vida para siempre. ‘El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo’, les dice Jesús.
Como un día sucediera con la mujer de samaria a la que Jesús habla de un agua que calma la sed para siempre y le pedía a Jesús que le diera de esa agua para no tener que venir al pozo todos los días, ahora también le piden a Jesús que les dé ese pan que da vida al mundo. ¿No tendrían ya que preocuparse de trabajar para ganarse el pan de cada día? Eso quisiéramos nosotros también quizá para escaquearnos de nuestras responsabilidades.
Pero no nos quedemos en lo superficial. Jesús no nos está hablando de ese pan, podríamos decir, que nos entra por la boca y llena nuestro estómago. Jesús hace una afirmación verdaderamente importante. Y ahora sí que tenemos que poner toda nuestra fe en sus palabras porque nos da el sentido de algo nuevo para nuestro vivir. ‘Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’.
Nos hemos acostumbrado a esta afirmación y no acabamos de calibrar todo el sentido de estas palabras. Es lo malo de lo que oímos muchas veces de manera que nos acostumbramos y ya hasta las decimos sin sentido. Nos alimentamos, es cierto, para tener vida pero la vida es algo más que unas funciones orgánicas de nuestro cuerpo, una energía que haga funcionar nuestro corazón, correr la sangre por las venas y la renovación de células que continuamente se está realizando. Es la vida vegetativa, meramente corporal, somática, pero sabemos que vivir es algo más. Está nuestra mente, sin embargo, nuestra voluntad para hacer las cosas, las ideas de nuestro pensamiento, todo lo que provoca unos sentimientos o unas emociones. No es solo algo físico o somático, sino que va mucho mas allá, porque nos produce felicidad y alegría o nos hace sufrir en los sentimientos más hondos que puedan haber en nosotros.
Y ahí entra entonces un sentido de nuestro vivir, ahí entran los deseos de nuestro corazón o de nuestra mente porque parece que en alguna parte hemos de situarlos, pero que es algo que va más allá en ese vivir. Es entonces la fuerza para nuestro amar y desear como la fuerza que nos eleva más allá de nuestro cuerpo porque eleva nuestro espíritu y pone metas en la vida. Son los por qué de nuestra existencia y las razones de nuestro vivir.
Y Jesús nos dice que El es el Pan de vida y que si vamos a El no pasaremos hambre, no tendremos sed jamás. Porque estando con Jesús encontraremos ese por qué, esa razón de nuestra existencia, ese sentido hondo de nuestro vivir que nos lleva a plenitud. Es esa sabiduría de Dios que en El encontramos, que por algo nos dirá en otro momento que El es la Verdad, y la verdad que nos hará libres de verdad.  Y por ese camino nos seguirá hablando Jesús.
¿Le pediremos, entonces, también nosotros a Jesús que nos dé de ese Pan de vida?

lunes, 6 de mayo de 2019

Necesitamos oído atento para descubrir los signos de Dios y no sentirnos nunca solos sino llenos de su presencia


Necesitamos oído atento para descubrir los signos de Dios y no sentirnos nunca solos sino llenos de su presencia

Hechos 6, 8-15; Sal 118; Juan 6,22-29
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos’. ¿Dónde estaba Jesús? Se fueron como pudieron a buscarlo a Cafarnaún.
¿Dónde está Jesús? ¿Dónde está Dios? Es la sensación de soledad que podemos sentir en algunos momentos. Habremos quizá vivido momentos intensos en que hemos experimentado en nosotros la presencia de Dios, pero quizás a continuación nos vienen momentos de silencio. Nada sentimos, nada escuchamos, nada vemos, nos parece sentirnos solos, aquella experiencia vivida nos puede parecer ya lejana y ahora es como si nos sintiéramos con nada debajo de los pies.
Igual que en lo humano y en nuestro trato con los demás  muchas veces momentos vividos en intensidad con los que están a nuestro lado parecen preludios de vacíos y de soledades posteriores. Cuando pasa el fervor de la vida y vienen momentos de luchas, de problemas, de las tareas de cada día que en ocasiones nos agobian, ¿dónde están aquellos con los que pasamos buenos momentos y que ahora podrían ayudarnos a pasar estos tormentos o estas soledades? Están quizás ahí, aunque cada uno en sus tareas y en sus cosas pero nos cuesta contar con ellos, o nos cuesta nosotros pedir el socorro o la ayuda que necesitamos. Son momentos de la vida que tenemos que aprender a superar, que nos tienen que hacer el que busquemos iniciativas que nos lleven a sacar lo positivo y lo mejor de nosotros mismos.
Nos sucede en nuestra vida espiritual. Vivimos momentos de intensidad espiritual, momentos de fervor, pero en ocasiones nos encontramos preguntándonos también ¿Dónde está Jesús? ¿Donde está Dios? Nos aparecen momentos de soledad, de silencio interior. Y no es que nosotros hagamos silencio para saber sentir o escuchar a Dios en nuestro corazón, sino que quizá nos hemos llenado de tanto bullicio de la vida que no hemos sabido captar la señal de Dios que sigue estando a nuestro lado.
Muchos ruidos en nuestro corazón con nuestras preocupaciones o con la superficialidad que vivimos el momento, con nuestros entretenimientos que nos mantienen ocupados y no sabemos encontrar ese momento, ese detenernos en silencio para ver y para escuchar. Y decimos luego que Dios no nos escucha pero quizá somos nosotros los que no sabemos captar las señales de Dios; las buscamos a nuestra manera, pero no abrimos el corazón para saber descubrir esa cosa tan sencilla donde se nos manifiesta Dios.
Buscamos a Dios interesados para que nos soluciones nuestras cosas, pero no sabemos tener el oído atento para descubrir lo que el Señor quiere de nosotros. De la misma manera que después de nuestras intensas peticiones cuando nos veíamos mal o los problemas nos agobiaban, no supimos volver atrás para dar gracias, para reconocer esa obra de Dios en nosotros.
¿Por qué me buscáis? Les pregunta Jesús a las gentes que llegaron de nuevo a Cafarnaún después de lo sucedido allá en el descampado cuando les dio pan en abundancia. Seguían en su búsqueda interesada – como les dice Jesús, porque ayer os di pan en abundancia – pero no sabían descubrir los signos de Dios, las señales de Dios, lo que les estaba queriendo decir a través de ese signo de la multiplicación de los panes. Y nos pasa a nosotros igual que no llegamos a descubrir y saber leer los signos de Dios en nuestra vida. Es que vamos tan deprisa y agobiados con nuestras cosas que no nos detenemos para ver a Dios que viene a nuestra vida.

domingo, 5 de mayo de 2019

Solo el que tiene afinado el corazón en el amor será capaz de descubrir a Jesús incluso en la lejanía y esa es la sintonía de amor que tendría que sonar hoy en la Iglesia


Solo el que tiene afinado el corazón en el amor será capaz de descubrir a Jesús incluso en la lejanía y esa es la sintonía de amor que tendría que sonar hoy en la Iglesia

Hechos 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29; Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-19
Seguimos saboreando los olores de la Pascua; seguimos con la alegría pascual en el corazón y queriendo envolver toda nuestra vida; la liturgia se sigue rodeando de los signos pascual en el blanco resplandeciente de los ornamentos litúrgicos, pero en el color de primavera que todo lo envuelve y perfuma con el olor de las flores. Parece como si todo resplandeciera de una forma especial y la liturgia nos muestra numerosos signos de ese gozo vivo del corazón al cantar a Cristo resucitado. Y hemos de tener cuidado que no se nos muestren no solo las flores de nuestros adornos, sino más bien el corazón a causa de que entremos de nuevo en la rutina que nos hace olvidar aquel primer fervor.
Los textos de la liturgia tienen olores y color de pascua y toda la palabra de Dios proclamada sigue mostrándonos a Cristo resucitado e invitándonos a proclamar de forma viva nuestra fe. Vayan a Galilea y allí me veréis era el mensaje que trasmitieron en nombre de Jesús las mujeres a los discípulos cuando les anunciaron la resurrección. Y el texto del evangelio de Juan nos sitúa de nuevo en el lago de Tiberíades en Galilea testigo de tantos momentos vividos con Jesús.
Allá estaba parte del grupo de los apóstoles y siguiendo a Pedro habían cogido de nuevo sus barcas y aquella noche se había ido de nuevo a pescar. No entramos ahora en las circunstancias que vivían o los sentimientos que podían embargarles para volver de nuevo a la pesca, sino que nos quedamos contemplando el hecho que tanto nos puede decir y enseñar. Tampoco aquella noche habían recogido ningún fruto de su trabajo.
Es allí cuando están en sus faenas, con el desanimo quizá de una noche de trabajo en balde, cuando Jesús les viene a su encuentro. No lo reconocen. Nos escudamos tantas veces en que no había amanecido lo suficiente, pero si escucharon su voz que tampoco reconocieron. Demasiado enfrascados estaban en sus faenas o en sus desánimos.
Como tantas veces que oímos y no escuchamos, que vemos pero no observamos ni prestamos atención. Estamos quizás en lo nuestro, en nuestras cosas, en nuestras preocupaciones y pasan maravillas delante de nosotros y no somos capaces de sorprendernos. Hará falta quizá una mirada distinta, hará falta una sintonía del corazón que solo con la cuerda tensada del amor podríamos sintonizar de verdad. ¿Andaremos desafinados algunas veces en nuestra sintonía? ¿Qué nos podrá hacer perder esa afinación?
Hay un diálogo entre el desconocido y los pescadores del barco que al final se dejarán conducir por las indicaciones que se les hacen desde la orilla. Habrá peces en abundancia y todas aquellas sombras de desánimo quizá se transformaron en la alegría de la pesca inesperada. ¿Habrían olvidado la pesca que un día hicieran en ese mismo lago siguiendo las indicaciones del Maestro? Pero a alguien se le tensó la cuerda del amor – era el discípulo amado – para susurrar a Pedro que quien está en la orilla es el Señor. No fueron necesarias muchas palabras para que Pedro saltara al agua para llegar pronto a los pies de Jesús. Los demás vendrían arrastrando la red llena de peces de todas clases.
Cuando todos están en tierra Jesús les invita a comer, que sobre unas brasas había ya unos peces y se había preparado también el pan. Nadie se atrevía a preguntar porque todos ahora sí sabían que era Jesús. Eran ya muchos los signos que se iban sucediendo para que al fin se les abrieran los ojos y se encontraran de verdad con Jesús resucitado que había venido a su encuentro allí donde estaban con sus faenas, como se había encontrado en otra ocasión con los discípulos que hacían camino a su casa en la que le ofrecieron hospitalidad.
¿Tendremos que tensar las cuerdas del amor que muchas veces también a nosotros nos desafinan? Por eso la pregunta de Jesús a Pedro repetida tres veces. Preguntas a Pedro que presumía tanto de querer a Jesús que un día había dicho que estaba dispuesto a morir por El, pero sin embargo porque la carne es débil no solo se había dormido en el huerto sino que le había negado en el patio del pontífice.
No era solo el mantenerle la promesa que un día le hiciera de ser piedra sobre la que fundamentar su Iglesia señalándole ahora como debía pastorear a los corderos y a las ovejas, sino que era necesario fundamentar bien el corazón en el amor porque sin eso no habrá nunca verdadera seguimiento de Jesús ni habrá verdadera comunión de hermanos en la Iglesia que estaba naciendo.
¿No será por esa falta de afinación y sintonía por lo que nos encontramos con la atonía de tantos cristianos que viven con frialdad su fe? Hoy nos quejamos mucho de los males de la Iglesia, de tantas cosas que nos desagradan y que se pueden convertir en contra testimonio frente al mundo al que tendríamos ir como verdaderos mensajeros del evangelio, pero ¿no podrá sucedernos que se nos está enfriando el amor, que se nos están aflojando esos lazos del amor con los que tenemos que crear verdadera comunión de hermanos entre todos los que creemos en Jesús?
Triste sería que a la iglesia la convirtiéramos en una organización más en medio de la sociedad pero donde no estamos dando ese testimonio valiente de comunión y de amor que sería el que nos impulsara a ese anuncio del evangelio en medio del mundo. ¿Será esa la imagen que ven en nosotros, que ven en la Iglesia, los que están lejos de ella o el mundo que nos rodea?
Fijémonos que hoy nos ha dicho el evangelio que solo el que tenia afinado su corazón en el amor – era el discípulo amado – fue capaz de descubrir a Jesús en la lejanía. ¿Seremos capaces de descubrir a Jesús allí donde quiere El que le encontremos? Y ya sabemos donde y en quienes hemos de reconocerle. Por eso el evangelio hoy nos interpela con esa triple pregunta sobre nuestro amor. ¿Cuál es la respuesta que verdaderamente podremos dar?