sábado, 29 de septiembre de 2018

Dejémonos sentir así mirados por Dios con su mirada de amor abriendo nuestro corazón a sus designios de amor cuando celebramos la fiesta de los Santos Arcángeles



Dejémonos sentir así mirados por Dios con su mirada de amor abriendo nuestro corazón a sus designios de amor cuando celebramos la fiesta de los Santos Arcángeles

Daniel 7,9-10.13-14; Sal 137; Juan 1,47-51

Una mirada puede ser en ocasiones algo decisivo en la vida. Alguna vez casi sin darnos cuenta presentimos que alguien nos está mirando, quizás nos sorprende, quizás sentimos como un reparo a que nos miren y quisiéramos ocultarnos, quizás nos agrade la sensación de paz que percibimos y que nos agrada porque parece que a nosotros nos llena de paz, otras veces nos interroga y parece como si se nos metiera en lo más hondo de nosotros descubriendo lo más intimo o lo más secreto que guardamos dentro de nosotros mismos.
Hay, es cierto, personas que hablan contigo y no te miran, otras veces somos nosotros los que rehuimos la mirada como queriendo ocultar algo, pero en el fondo nos agrada sentirnos mirados, o que cuando nos hablen nos miren a la cara, nos miren a los ojos. Sensaciones diversas pueden producirse en nosotros, pero también sentimos con agradecimiento esa mirada de estímulo que parece que nos está diciendo adelante, o una mirada puede ser que nos haga cambiar hasta la intención de lo que estamos haciendo y de alguna manera nos hace recomponer nuestras posturas o nuestra manera de ser o de hacer. Es más importante de lo que parece o de lo que queramos aceptar la mirada que recibimos de los demás, como importante puede ser los otros nuestra mirada.
¿Y las miradas de Jesús? sería una buena reflexión recorrer las páginas del evangelio fijándonos al detalle en la mirada de Jesús. Es un tema que me agrada y que muchas veces he reflexionado también. Hoy se nos habla de una mirada de Jesús en el evangelio que fue muy importante.
Felipe le había anunciado a Natanael que habían encontrado al anunciado por los profetas y esperado con tantas esperanzas hasta ahora nunca cumplidas por el pueblo de Israel. Y le señala en concreto a Jesús de Nazaret. No sin ciertas reticencias se acerca a Jesús, porque de Nazaret no puede salir nada bueno – rencillas y envidias de pueblos vecinos – y cuando se acerca Jesús se le queda mirándole. Y esa mirada de Jesús va acompañada de una alabanza. Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Saludo recibido con ciertas reservas por parte de Natanael. ‘¿De qué me conoces?’ Y Jesús le habla de una mirada. ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi’.
Fueron suficientes esas palabras, pero también la sensación que había sentido porque en aquel momento, que no sabemos qué es lo que había sucedido, sin embargo se había sentido mirado. Una mirada de la que quizá entonces no se había enterado, pero saber que le habían mirado en aquellas circunstancias, le hizo cambiar totalmente su actitud. Le había hecho dar un vuelco total a su vida, a sus predisposiciones, a sus actitudes, y del rechazo del principio había nacido ahora una profesión de fe. ‘Rabí – le dice ya reconociéndolo como maestro -, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’  concluyendo con una hermosa confesión de fe’.
Qué importante había sido aquella mirada. Lo que expresábamos al principio, miradas que interrogan, miradas que penetran hasta lo mas hondo, miradas que nos transforman, miradas que nos hacen tener una nueva visión y nos abren un nuevo camino. Algunas veces somos conscientes, otras veces nos pasan desapercibidas, miradas que tenemos que aprender a recibir y apreciar, miradas de las que en ocasiones nos tendríamos que dejar llevar en lo que suscitan en nuestro corazón. Mucho podríamos seguir reflexionando.
Hoy queremos sentir la mirada de Dios sobre nosotros en esta fiesta que celebramos de los santos Arcángeles, san Miguel, san Rafael, san Gabriel. Podríamos atrevernos a decir siguiendo con nuestra reflexión precedente que de alguna manera son la mirada de Dios sobre nosotros. Misión de los Ángeles y de los arcángeles es hacernos sentir la presencia de Dios con la misión que nos confía y con las señales de su presencia que nos acompañan.
Mirada de Gabriel a María para trasmitirle la misión y el encargo que Dios le confiaba para hacerla su madre; mirada de Rafael a Tobías para ayudarle a encontrar los caminos de Dios, caminos que conducen siempre a la salvación; mirada de Miguel el arcángel que nos habla del poder y de la gloria del Señor que nunca podemos mancillar con nuestro pecado porque su presencia nos hace sentir la fuerza y el poder del Señor en nuestra lucha contra el mal y contra el pecado. Dejémonos sentir así mirados por Dios abriendo nuestro corazón a sus designios de amor.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Tenemos que confesar a Cristo siempre desde la óptica de la Pascua que es la óptica del amor de Dios, como ha de ser para siempre el sentido de nuestra vida


Tenemos que confesar a Cristo siempre desde la óptica de la Pascua que es la óptica del amor de Dios, como ha de ser para siempre el sentido de nuestra vida

Eclesiastés 3,1-11; Sal 143; Lucas 9,18-22

Nunca podemos separar nuestra fe en Jesús de su pasión y de su cruz, de su pascua. Y no es solo una imagen o un recuerdo, sino que tiene que ser una actitud de la vida, una manera también de vivir nuestra fe.
Habíamos escuchado ayer en el relato anterior cómo Herodes anda confundido sobre la figura de Jesús. La confusión en cierto modo que tenían las gentes ante lo que Jesús hacia y decía. Herodes con sus cargos de conciencia sentía el temor y el temblor por lo que había hecho, por lo que andaba con los recelos de si era Juan Bautista, al que había mandado matar, que había vuelto a aparecer. Pero es la confusión de las gentes que miran a Jesús como un gran profeta y hacen sus comparaciones con los profetas antiguos o con el mismo Juan el Bautista a quien todos habían conocido.
Mientras Jesús camina por Galilea les hace la pregunta a los discípulos. ¿Quién dice la gente que soy yo?’ Y ya escuchamos las respuestas de los apóstoles. Pero Jesús quiere saber algo más, hasta donde llega la fe aquellos que tiene más cerca, de aquellos a los que un día confiará la misión de continuar con el anuncio de la Buena Noticia del Reino. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Ya escuchamos cómo será Pedro el que haga la profesión de fe. ‘El Mesías de Dios’. Pero también vemos cómo Jesús les prohíbe terminantemente que se lo digan a nadie.
Si Jesús ha venido con una misión, es el Hijo de Dios que nos trae la salvación, es el Ungido del Señor, como habían anunciado los profetas y El mismo lo había proclamado en la Sinagoga de Nazaret, parece que no tiene sentido que ahora que los discípulos más cercanos lo reconocen como lo hace Pedro, eso tendría que darse a conocer, tendrían todos que saberlo y reconocerlo. Pero Jesús no quiere, ¿qué sentido tiene?
Es el sentido de la confusión que se podría seguir creando, porque los judíos tenían una manera de ver al Mesías que era como un jefe liberador poco menos que con sus ejércitos que le iba a dar la libertad al pueblo de Israel, pero ellos pensaban primero que nada en la liberación del pueblo opresor. Y es ahí a donde Jesús no quiere llegar. Cuando allá en el desierto después del milagro de la multiplicación de los panes quieren hacerle rey, Jesús se esconde en la montaña.
Ahora Jesús les explica a los discípulos lo que tienen bien que entender aunque sea algo que les va a costar mucho. El Mesías, y emplea la expresión del Hijo del Hombre ya utilizada por los profetas tiene que padecer, va a ser entregado, va a ser ejecutado y morir, aunque al tercer día vencerá de la muerte y resucitará. Entender que Jesús es el Hijo de Dios no lo podemos separar de su Pascua, lo tenemos que ver siempre con el prisma de su pasión y de su muerte como victoria sobre la muerte y sobre el mal. Porque la vida de Jesús es entrega, y el que se entrega muere a si mismo para dar vida a los demás.
Su pasión y su muerte no serán un sufrimiento cualquiera aunque sea el mayor de los sufrimientos, porque todo ha de entenderse desde la entrega del amor. Es la ofrenda, es el sacrificio, es el amor que se entrega, es el amor que engendra vida, es el amor que nos trae la salvación. Tanto amó Dios al mundo que no paró hasta entregar a su Hijo único para que todos tengamos vida.
Tenemos que mirar a Cristo siempre desde la óptica de la Pascua que es la óptica del amor de Dios, como ha de ser entonces para siempre el sentido de nuestra vida. Es la visión de la fe verdadera, es la visión con la que confesamos nuestra fe en Jesús; por eso siempre tendremos al lado la cruz, aunque sabemos que tras la cruz está resplandeciendo siempre la victoria de la resurrección, la victoria del amor. Y eso es lo que siempre tiene que ser nuestra vida.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Deseamos conocer a Jesús pero no con un conocimiento superficial sino de manera que transforme totalmente sentimientos, actitudes y comportamientos


Deseamos conocer a Jesús pero no con un conocimiento superficial sino de manera que transforme totalmente sentimientos, actitudes y comportamientos

Eclesiastés 1,2-11; Sal 89; Lucas 9,7-9

‘A mi me gustaría conocer a esa persona…’ pensamos en alguna ocasión e incluso lo manifestamos cuando vemos a alguien que nos llama la atención por sus valores, sus cualidades, la manera de actuar en su vida. Quisiéramos conocer porque quisiéramos quizá entrar en una relación de amistad, porque queremos aprender de esa persona, porque la admiramos y nos parece que sea un honor para nosotros entrar en su círculo de amistad, porque nos agrada su presencia y con ella nos sentiríamos a gusto. Claro que puede estar una simple curiosidad, o en nuestras malicias pudiera haber segundas intenciones no siempre quizá muy buenas.
La gente quería conocer con Jesús, le agradaba estar con Jesús, escucharle, seguirle; por eso vemos como se arremolinan en torno a El como dice el evangelista que en ocasiones no le dejaban tiempo ni para comer, o se agolpaban para escucharle a la puerta de su casa y dentro de ella, que nadie más podía acercarse a Jesús, o se apretujan tanto que todo el mundo lo toca y le da ocasión a aquella mujer para tocar con fe la orla de su manto, o son tantos los que acuden a escucharle que tiene que subirse en una barca para más fácilmente hablar a la multitud; multitudes le seguían cuando escuchan el sermón del monte, o cuando le siguen hasta el desierto olvidándose incluso de llevar suficientes provisiones y ya se encargará Jesús de darles milagrosamente de comer.
En ocasiones el evangelio nos hablará de alguien que va de noche a la casa de Jesús para en la tranquilidad de noche y sin que nadie moleste poder hablar con El, como es el caso de Nicodemo. Buscaba a Jesús porque quería conocerlo, pero no era un conocimiento externo, por así decirlo, sino era algo más hondo porque estaba interesado por lo que enseñaba Jesús y cómo se manifestaba, descubriendo que algo de Dios había en El.
El evangelio nos habla hoy de un personaje que tenía ganas de conocer a Jesús. Se trata de Herodes. ¿Por qué quería conocer a Jesús? conocemos de sus andanzas por decirlo de alguna manera y de su estilo de vida; sabemos bien lo que había pasado con Juan Bautista que proféticamente había denunciado su estilo de vida y eso le había llevado por las instigaciones de Herodías a la cárcel y finalmente a ser decapitado. Sin embargo en esos momentos nos dice también que a Herodes le agradaba escuchar a Juan, pero había sido más fuerte la pasión que le dominaba y al final Juan había perdido la vida.
¿Serían remordimientos por lo que había hecho? Alguna vez pensaba en sus delirios si acaso Jesús no era Juan que había vuelto a la vida, como también algunos comparaban a Jesús con Juan. Incluso en ocasiones a Jesús le habían llegado rumores de que Herodes buscaba a Jesús, ante lo que Jesús se había manifestado valiente y sin miedo, aunque algunos le decían que tuviera cuidado con Herodes.
Herodes no sabía a qué atenerse, nos dice el evangelista, pero ahí nos deja la constancia de esos sus deseos, que nos valgan para nuestra reflexión personal y plantearnos seriamente si nosotros queremos conocer a Jesús. Nos pudiera parecer baladí esto que he expresado, pero hay algo en lo que hemos de caer en la cuenta. Somos cristianos, pero no siempre terminamos de conocer a Jesús; somos cristianos y nuestro conocimiento de Jesús se nos puede quedar en algo superficial que no trasciende totalmente a nuestra vida, que no se manifiesta en nuestra vida y comportamientos.
El conocimiento que necesitamos tener de Jesús tiene que ser algo hondo, algo que nos llegue muy dentro y motive y transforme nuestra vida. Es el conocimiento que nos ayuda a llegar a una fe autentica y comprometida; es el conocimiento que envuelva totalmente nuestra vida para nuestros sentimientos sean como lo de Jesús, nuestras actitudes sean las de Jesús, el sentido de nuestra vida se vea transformado desde Jesús.
¿Queremos también conocer a Jesús? Que no sea simple curiosidad.


miércoles, 26 de septiembre de 2018

Descarguemos las mochilas de nuestra vida de tantas vanidades y orgullos, autosuficiencia y amor propio, para que podamos encontrar el amor de los demás y llenarnos de Dios


Descarguemos las mochilas de nuestra vida de tantas vanidades y orgullos, autosuficiencia y amor propio, para que podamos encontrar el amor de los demás y llenarnos de Dios

Proverbios 30,5-9; Sal 118; Lucas 9,1-6

Se encuentra uno en la vida caminantes que con su mochila al hombre van recorriendo pueblos y ciudades, se meten en los más variados caminos y senderos o los vemos intentando subir ya sea altas montañas por aquello de conquistar las alturas o ya sea para atravesando esos lugares ir en búsqueda de sitios nuevos que conocer, lugares que visitar o gente con la que relacionarse en un hermoso intercambio de culturas. Es hermoso ponerse en camino; es un riesgo y una aventura, pero también es una riqueza para la vida si sabemos ir con los ojos bien abiertos para empaparnos no solo de la belleza de las ciudades o de los paisajes sino de la riqueza que nos ofrece cada uno desde su cultura y desde la sabiduría que todos llevamos dentro.
Pero cuando observamos a esos caminantes o senderistas de la vida vemos también el bagaje que llevan consigo; los vemos con mochilas grandes y sobrecargadas porque parece que quieren llevar consigo todas las comodidades de su casa, y los veremos cansinos y agotados que parece que ya no pueden caminar ni avanzar por el peso que llevan tras de si en sus espaldas; pero lo vemos también ligeros de equipaje que llevan solo lo justo y lo necesario para hacer el camino, los que les hace caminar ligeros en su paso sin el agobio de pesadas mochilas y están dispuestos no solo al sacrificio de comodidades que han sabido dejar atrás, sino abiertos y dispuestos a recibir lo que se les ofrezca a lo largo del camino en el que van enriqueciéndose mucho más en un sencillo intercambio con quienes se encuentran o en quienes le reciben. ¿Qué será mejor? Juzgues ustedes, y vean donde encontrarán mayor riqueza para sus vidas.
En el pasaje que hoy nos ofrece el evangelio se nos habla del envío que Jesús hace de sus discípulos como apóstoles para hacen el anuncio del Reino. ‘Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos…’  Nos dice que les dio autoridad y los envió a predicar, a proclamar el Reino. Les dio la autoridad que está siempre al servicio del bien. ‘Sobre toda clase de demonios y a curar enfermedades’. Es la señal de la liberación del mal, es la señal del servicio del bien, son las señales en que se manifiesta el Reino de Dios. Autoridad aquí no significa poder como muchas veces lo entendemos, no olvidemos que nos dirá que el primero y principal ha de ser el último y el servidor de todos. Es el sentido del servicio. Es el estilo del anuncio del Reino, lo que han de predicar y lo que han de anunciar.
Pero hay otras señales en las recomendaciones que les hace. No han de llevar la mochila demasiado cargada, en el símil de lo que veníamos antes hablando. Cuando Jesús les dice ‘no llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto, quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio…’ así, con el símil del caminante del que veníamos hablando, lo podemos entender mejor.
La fuerza del anuncio del Reino está en la propia Palabra que anuncian, pero una palabra que va acompañada de señales, no solo de lo que han de hacer por los demás, sino desde su propio estilo de vida. Es el signo de la humildad y de la pobreza; no es el poder de lo que nosotros podamos aparentar cargados con inmensas mochilas de poder sino que es la sencillez de nuestros gestos, el desprendimiento de nuestra vida, la generosidad de nuestro corazón, nuestra apertura a los demás. Es ahí donde ofrecemos el mensaje, es ahí donde vemos la presencia del Espíritu del Señor, es así como se manifiesta la presencia amorosa de Dios.
Descarguemos las mochilas de nuestra vida de tantas vanidades y orgullos, de tanta autosuficiencia y amor propio, para que también sepamos encontrar el amor de los demás al que tantas veces nos cerramos en nuestra autocomplacencia y así  nos llenaremos de Dios.

martes, 25 de septiembre de 2018

Somos la familia de Jesús, los que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica


Somos la familia de Jesús, los que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21

Sin querer minusvalorar a la que es nuestra madre real, la que nos ha dado la vida y nos ha criado, y de la misma manera sin querer poner en un segundo término a los que son nuestros hermanos de carne y sangre, hijos de los mismos padres, e igualmente en referencia a cualquier otro familiar, tenemos la experiencia por nosotros mismos o por lo que quizá hemos observado en personas de nuestro entorno, hay personas con las que nos sentimos tan vinculados como si fueran nuestros mismos padres, nuestra misma madre o hermanos.
Han ocupado un lugar tan importante en nuestra vida, porque han estado a nuestro lado cuando los hemos necesitado, o porque han influido en nosotros con el ejemplo o el testimonio de su vida, o hemos entrado en una relación tan estrecha que, repito, son para nosotros como una de los más cercanos a nosotros. ‘Ha sido un padre para mi’, habremos escuchado, ‘la quiero como a mi misma madre’, quizá nosotros mismos hayamos dicho en referencia a alguien con quien nos sentimos estrechamente vinculados. ‘Hay amigos que son más afectos que un hermano…’ se nos dice también en los libros sapienciales y lo habremos vivido quizás en nuestra propia vida por los lazos tan estrechos que hemos establecido en nombre de la amistad.
Hoy Jesús nos quiere hablar de quienes formamos su nueva y verdadera familia. Han acudido a ver a Jesús su madre y sus hermanos, nos dice el evangelio que ya sabemos que lo de hermanos es una referencia a los familiares cercanos porque así era en la cultura semita y judía que se vivía entonces. Siempre en principio nos sentimos desconcertados ante la reacción de Jesús preguntándose quienes son su madre y sus hermanos. Como decíamos antes no es una minusvaloración de los lazos familiares, no es un rechazo a su madre ni a su familia. Es enseñarnos como ha de abrirse nuestra mentalidad la capacidad de nuestro amor y los grados de comunión que hemos de vivir con los demás.
Nos trasmite el evangelio las palabras de Jesús cuando le anuncian la presencia de su familia. ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’. No se rompen los vínculos familiares, porque Jesús no viene a eliminar el mandamiento del Señor del amor a los padres. Es una apertura nueva de nuestro corazón y de nuestra vida. Igual que ya se nos había hablado de los que sin nacer de la carne ni de la sangre comenzamos por la fe y la fuerza del Espíritu a ser los hijos de Dios, ahora se nos habla de quienes formamos la familia de Jesús. ‘A cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre les dio poder para ser hijos de Dios. Estos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios’.
Es la fe en la Palabra la que por la fuerza del Espíritu nos hace hijos de Dios. Es la fe en esa Palabra que plantamos en nuestro corazón, no solo escuchándola sino poniéndola por obra la que nos hace participes de esa nueva comunión, de esos nuevos vínculos de comunión que a todos nos unen. Así nos tendríamos que sentir, así nos sentimos unidos a Jesús y queremos vivir su misma vida. Así porque nos hemos unidos a Jesús y viviendo su misma vida nos sentimos unidos en el amor con nuestros hermanos.
María sigue siendo para nosotros ese ejemplo de cómo acogemos esa Palabra de Dios; María nos está señalando con su acogida a la Palabra de Dios como nosotros hemos de plantarla en nuestro corazón. Merecería ella la alabanza de Jesús. Que nosotros podamos también merecerla y seamos en verdad la familia de Jesús.


lunes, 24 de septiembre de 2018

El encuentro con Jesús va a significar el encuentro con la luz y cuando nos sentimos iluminados y envueltos por esa luz tenemos que llevarla también a los demás


El encuentro con Jesús va a significar el encuentro con la luz y cuando nos sentimos iluminados y envueltos por esa luz tenemos que llevarla también a los demás

Proverbios 3,27-34; Sal 14; Lucas 8,16-18

Es verdad, a nadie se le ocurre encender una luz para taparla y no dejar que nos ilumine. Donde hay oscuridad queremos luz, nos valemos de lámparas, buscamos la mejor manera de estar iluminados.
Ya sé que me van a decir  que hacemos juegos de luces, que medio las ocultamos o difuminamos según necesitemos para nuestra ornamentación, que tratamos de disimularla para que no nos dé directamente, que buscamos jugar con los contrastes para resaltar aquello que tengamos en mente. Está bien, todo eso forma parte de nuestra ornamentación, y buscamos nuestros fines y nuestros medios jugando con las luces y las oscuridades, pretendemos hacer algo bello o lograr algo artístico, y entramos en manipulaciones de luces y de sombras, y hacemos juegos para hacernos aparecer algo que se nos presente como algo irreal, ilusorio o imaginativo; incluso en el tratamiento de las imágenes jugamos con la luz y con el resaltar unos nuevos colores que nos transporten a nuevas imaginaciones.
¿Todo esto que estamos diciendo entra en contradicción con lo que expresábamos al principio de nuestros deseos de luz, y de nuestro querer apartarnos de la oscuridad? Cada uno si quiere hágase sus propias conclusiones, pero seguro que permanecen en nosotros esos deseos de luz, de encontrar esa luz y ya nos estaremos refiriendo a algo más que una luz física que nos haga ver con los ojos de la cara para pensar en otra luz interior que nos haga ver con mayor profundidad. Sin embargo muchas veces nos preocupamos más de esa luz exterior que de lo que interiormente podamos necesitar. Y es aquí donde entra el mensaje del evangelio, que nos habla de una luz que nos ilumina y de una luz con la que nosotros también tenemos que iluminar.
Es aquí donde tendríamos que comenzar a pensar en lo que Jesús y el mensaje del evangelio significa o va a significar en nuestra vida, qué es lo que nosotros tenemos que buscar en Jesús y qué es lo que nosotros encontremos en el mensaje del evangelio. Cómo el encuentro con Jesús va a significar el encuentro con la luz y cuando nos sentimos iluminados y envueltos por esa luz tenemos que llevarla también a los demás.
No podemos confundir la luz de Jesús con otras luces que nos engañen. Y es aquí donde tenemos que pensar en las manipulaciones de la luz. Podemos encontrar a nuestro lado quienes manipulen la luz para hacernos vez luces donde no hay sino oscuridad, vez luces engañosas que nos confunden o que nos hacen ver cosas distintas a lo que tiene que ser la verdad de nuestra vida, esa verdad que solo podemos encontrar en el evangelio de Jesús.
Hay muchas cosas en nuestro entorno que nos pueden llevar a esa confusión, que nos pueden hacer ver cosas que no son la autentica realidad y llenan de confusión nuestra vida. Vamos a recibir muchos fogonazos de luces que nos deslumbran y que muchas veces pueden ser demasiado interesados. Pueden comenzar a subrayar cosas que nos llenen de miedos, de incertidumbres, de dudas y que nos puedan hacer pensar que todo está corrompido, que todo está lleno de maldad, que incluso en aquellas cosas buenas que muchos hacen hay intenciones ocultas o cosas que se quieren ocultar para que no nos encontremos con la verdad. Y podemos perder la paz, la serenidad que necesitamos en nuestro espíritu.
Busquemos la verdadera luz, busquemos a Jesús y dejémonos encontrar por El, tengamos un encuentro vivo con el Evangelio y con la Palabra de Dios, dejémonos conducir por el Espíritu divino que nos guía, nos enseña, nos ilumina y nos conduce a los caminos de la verdadera vida.

domingo, 23 de septiembre de 2018

La grandeza no la da un sitio, un sillón o un trono sino el espíritu de servicio y acogida que tengamos hacia los demás


La grandeza no la da un sitio, un sillón o un trono sino el espíritu de servicio y acogida que tengamos hacia los demás

Sabiduría 2, 17-20; Sal. 53; Santiago 3, 16–4, 3; Marcos 9, 30-37

Intuimos que se nos quiere decir algo pero no llegamos a captar su sentido, lo que se nos quiere decir; seguimos ensimismados en nuestros pensamientos, en nuestras ideas que por muy claro que nos hablen o nos expliquen no vemos más allá de lo que tenemos en la cabeza; hay como una cerrazón, consciente o inconsciente, en cierto modo como un miedo porque parece que aquello que podemos descubrir nos puede hacer daño, nos puede hacer sufrir, es como una defensa ante lo desconocido en lo que no queremos meternos porque preferimos seguir donde estamos o como estamos.
Nos dice hoy el evangelio que Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos’. Aprovechaba Jesús la soledad de aquellos caminos, apartado de las multitudes que pronto se les unían cuando llegaban a las villas y pueblos de Galilea, para ir explicándoles todo lo que le iba a suceder.
Les hablaba claramente, o al menos eso es lo que nosotros vemos tras el filtro del tiempo y de las cosas ya acontecidas, pero ellos no sabían entender, pero también le daba miedo preguntarles; el miedo a lo desconocido, el miedo a lo que pudiera contrariarles, el mido ante el sufrimiento propio o ajeno. ‘El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará’.
Cuando ya no están las explicaciones de Jesús ellos van entretenidos en sus conversaciones que manifiestan de verdad lo que son sus deseos, sus intereses, o las ambiciones que encierran en sus corazones. Iban discutiendo por el camino, nos dirá el evangelista. ¿Qué es lo que discutían?
Será Jesús de nuevo el que los haga recapacitar cuando llegan a Cafarnaún y ya están en casa. ‘¿De qué discutíais por el camino?’, pregunta Jesús pero nadie quiere responder. Ahora les da vergüenza. Habían venido discutiendo de quien iba a ser el primero y principal entre ellos. Como los hijos que se ponen a discutir cual será la parte de la herencia que le toque a cada uno cuando el padre se muera, y cual es la mejor y la que aspira a tener cada uno, aunque el padre esté vivo todavía. Son cosas que en muchos aspectos se siguen repitiendo una y otra vez cuando nos dejamos arrastrar por las ambiciones del corazón.
Pacientemente una vez más Jesús se pondrá a explicarles lo que ya tantas veces les había dicho. ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’. Y ¿eso que significa? Pues sencillamente lo que expresan las palabras. La grandeza no está en el aparentar en los primeros lugares. La grandeza no la da un sitio, un sillón o un trono.
La grandeza la llevamos en el alma con la actitud que nosotros tengamos por el amor que sepamos poner en la vida. Por eso lo importante no es ser el más que brilla en medio de oropeles o por tener el dominio sobre las cosas o sobre las personas. La grandeza está en el bien que hagas aunque eso signifique olvidarte de ti mismo. La grandeza está en el servicio y si para servir te tienes que poner por debajo, te tienes que poner en el ultimo lugar, pues ponte allí, que será así como resplandecerá tu grandeza.
Cuánto tendríamos que aprender de todo esto cuando vemos lo que son las ambiciones de la gente que solo busca poder, para imponer, para manipular, para hacer las cosas a su capricho, para buscar su brillo sin importarle el bien de todos, el servicio a esa comunidad o a esa sociedad a la que se deben y que los ha colocado en ese lugar para el servicio del bien común. Pero lo que queremos es que prevalezcan nuestras ideas porque son las únicas que valen, y lo que queremos poner por encima de todo es nuestro orgullo personal. Y no nos importa lo que piense o lo que opine el otro; si es un contrincante lo de él nunca sirve para nada, porque yo soy el que tengo el poder y yo domino y parece que mi verdad será la única absoluta.
Y Jesús a los discípulos les puso el ejemplo de un niño. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado’. Y hoy no nos lo propone como ejemplo de sencillez y de disponibilidad, eso lo hará en otro momento; hoy nos dice cómo tenemos que ser capaces de acoger a un pequeño, a un niño. Eso que parece que no vale nada; así eran considerados los niños en aquella sociedad, que en algunos aspectos no hemos cambiado mucho. Se trata de acoger lo que parece pequeño e insignificante, como es acoger un niño.
Así tenemos que sabernos acoger todos unos a otros, no por su apariencias, los oropeles que les rodeen, o lo que nos parezca que son sus saberes. Es acoger a la persona, aunque nos parezca pequeña; es acoger y respetar a todos, también a los insignificantes de manera que desaparezcan para siempre las discriminaciones; es tener en cuenta al otro y sus opiniones aunque nos parezcan distintas a las nuestras; es saber contar con todos dejando que cada uno sea capaz de poner su granito de arena.
De alguna manera Jesús les está diciendo que de eso es de lo que les hablaba El por el camino aunque ellos no lo entendían ni lo querían entender. El sube a Jerusalén en un camino de servicio y de entrega, aunque eso parezca que signifique sufrimiento, dolor y muerte, pero que es un camino de vida. Será así después de esos momentos de humillación y de pasión cuando de verdad lo van a reconocer como Señor y como Dios. Pero nos dice que ese tiene que ser también nuestro camino.