sábado, 17 de febrero de 2018

Los perfiles de Jesús cuando nos llama son bien distintos a los parámetros humanos e interesados en que nosotros nos movemos porque Jesús nos pide solamente una respuesta de amor

Los perfiles de Jesús cuando nos llama son bien distintos a los parámetros humanos e interesados en que nosotros nos movemos porque Jesús nos pide solamente una respuesta de amor

Isaías 58,9-14; Sal 85; Lucas 5,27-32

Cuando se quiere elegir a alguien para un trabajo determinado, para una misión concreta o para realizar algo que quizá tengamos que hacerlo en común normalmente buscamos a alguien que tenga, como se dice ahora, un determinado perfil, unas características, unos valores, una preparación que le ayuden a desempeñar esa misión o ese trabajo. No se escoge a cualquiera, muchas veces tenemos en cuenta su preparación o su historial. Somos muy selectivos y hoy en el mundo de efectividad en el que vivimos quizás mucho más.
¿Daría Leví el publicano ese perfil que se necesitaba para ser de los discípulos de Jesús y de los futuros constructores del Reino de Dios? De antemano decir que ya venia con la mala fama de los publicanos que no eran bien considerados por la gente y sobre todo por los que se consideraban como los principales o más influyentes en aquella sociedad. No sabemos si previamente había tenido algún interés por las cosas de Jesús o había acudido en alguna ocasión a conocerle o a escucharle. No parecía que fuera uno de los que Jesús llamara de manera especial.
Pero ahí están las sorpresas de Jesús que no se deja influir por nuestras consideraciones humanas. Pero en Jesús había un secreto más y es que El era el único que podía conocer el corazón del hombre. Nosotros juzgaremos por las apariencias y muchas veces también demasiado influenciados por los prejuicios. Jesús quiso contar con aquel hombre que estaba allí detrás del mostrador de los impuestos a pesar de no ser bien considerado por la mayoría de la gente. Jesús nos sorprende.
Se sintieron sorprendidos los escribas y los fariseos que allá andaban criticando las acciones de Jesús que siempre estaban mirando con lupa buscando tener como desprestigiarlo o de qué acusarlo. ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?’ les dicen a sus discípulos, ya que no se atreven a enfrentarse cara a cara con Jesús.
Ya conocemos la respuesta de Jesús. Algo más que palabras porque es la actitud que Jesús siempre mantiene con todos. Es el pastor que busca la oveja perdida, la mujer que barre la casa para encontrar la moneda que se ha caído por cualquier rincón, es el Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido sino a ser servidor de todos, es el medico que no está esperando a que llegue el enfermo sino que lo busca para sanarlo, es el rostro que nos manifiesta lo que es la misericordia del Dios que es compasivo y misericordioso.
Nos sentimos confortados cuando vemos cuanto nos ama Jesús que cuenta con nosotros a pesar de que somos pecadores. El amor de Dios esta no en que nosotros hayamos amado a Dios sino que El nos amó primero y dio su vida por nosotros, no porque nosotros fuéramos justos, sino precisamente siendo nosotros pecadores. Con qué confianza podemos acercarnos a Dios a pesar de que no seamos dignos. Sabemos que una palabra suya nos salvará.
Pero esa actitud de Jesús tiene que enseñarnos algo mas, cómo han de ser nuestras actitudes para los demás. ¿No andaremos nosotros en la vida con demasiados prejuicios? ¿No pondremos muy alto el listón de los perfiles que nos hacemos para los demás y comenzamos muy pronto a descartar a todo aquel que no nos cae bien? En este sentido muchas preguntas tendremos que hacernos con toda sinceridad porque hay muchas desconfianzas hacia los demás en nuestro corazón, muchas reticencias, muchas posturas discriminatorias aunque tratemos de disimularlas con mil razones. La actitud de Jesús que llama a Leví el publicano para ser uno de los apóstoles tendría que hacernos pensar mucho.

viernes, 16 de febrero de 2018

Qué importante es la generosidad del corazón cuando somos capaces de decimos no a nosotros mismos porque queremos en verdad abrirnos a los demás

Qué importante es  la generosidad del corazón cuando somos capaces de decimos no a nosotros mismos porque queremos en verdad abrirnos a los demás

Isaías 58,1-9ª; Sal 50; Mateo 9,14-15

Vivimos en un mundo en el que no nos gustan renuncias, controles o prohibiciones. Queremos que todo esté permitido y que nadie tenga que decirnos si podemos o no podemos hacer alguna cosa. ¿Por qué me voy a privar de alguna satisfacción?, nos decimos porque ya en muchas ocasiones las cosas nos vienen duras. Todo es bueno, todo está permitido, nada se nos puede imponer, hacemos simplemente lo que nos plazca, son parámetros que escuchamos hoy por todas partes. Está bien que queramos ser felices y que podamos disfrutar de todo lo bueno que podamos encontrar en la vida. Pero tampoco lo podemos convertir todo en un subjetivismo. Podemos caer en confusiones; habrá que tener algunos criterios, unos principios básicos que nos ayuden a discernir bien las cosas.
Una de las cosas que no entiende el mundo de hoy es que la iglesia nos pueda hablar de ayunos y de abstinencias. Fácilmente sale esta palabra a relucir cuando estamos en un tiempo como éste de la cuaresma, y bien sabemos los sarcasmos que se tienen en torno a estas palabras en nuestra sociedad actual. Sin embargo bien que hacemos controles de la comida cuando se trata de mantener la línea y la imagen que podamos dar con nuestro cuerpo. No importan entonces las renuncias, los controles de comidas y no sé cuantas cosas más que hacemos para que nuestra imagen aparezca bien lucida y bella.
¿Qué sentido tiene, pues, el ayuno o la abstinencia de los que nos habla la Iglesia en este tiempo de cuaresma? Primero decir que no es algo de lo que solo hemos de hablar en este tiempo cuaresmal; es un sentido penitencial que debe existir siempre en la vida del cristiano no solo para vivirlo en tiempos determinados. Somos pecadores y en todo tiempo no solo hemos de sentir el arrepentimiento de lo que hayamos hecho mal, sino también un sentido de reparación y purificación, aunque sabemos que el perdón es un regalo del amor de Dios.
El ayuno y la abstinencia nos enseñan a renunciar, a decir no incluso a aquello que pueda ser bueno y satisfactorio, porque tenemos que aprender a escoger en la vida lo que es mejor aunque para ello tengamos que decir no a algo incluso bueno; es como un entrenamiento pero es mucho más. Nos cuesta decir no, privarnos de algo sobre todo cuando se presenta apetitoso ante nuestros sentidos; pero hemos de saber discernir porque muchas veces las cosas que no son buenas así se nos presentan a nuestros ojos y nos engañamos. Es un aprendizaje fuerte el que tenemos que hacer en nuestra vida.
Pero está ese sentido penitencial, porque nos arrepentimos del mal hecho, porque tenemos que aprender a reparar, porque tenemos que saber ofrecer algo de nosotros por amor para unirlo al amor misericordioso del Señor como una ofrenda de amor. Y ahí está la sensibilidad de nuestra vida, el gusto, el sabor, el apetito y aprendemos con ello, y nos ofrecemos con ello.
Pero nuestro ayuno, nuestra abstinencia va mucho más allá de la comida. Al final eso de la comida lo podemos sustituir por otras cosas y claro que no se trata de formalismos buscando subterfugios. Ya Jesús echa en cara a los fariseos sus ritualidades y formulismos vacíos. Y es de lo que hoy nos habla duramente el profeta. Ayunar entre riñas y violencias, entre malquerencias y rivalidades, entre recelos y envidias no parece que sea un ayuno muy agradable al Señor. Tendríamos que volver a escuchar con todo detenimiento el texto de Isaías.
Quizá y sin quizá es mucho más costoso el dominar nuestra soberbia y nuestro orgullo, el controlar nuestras iras y nuestros impulsos violentos, callar nuestra lengua tan fácil a la maledicencia y desterrar de nosotros los sentimientos mezquinos de nuestro corazón que el privarnos de un alimento que sustituimos quizá por otro o por otra comida opulenta cuando acabe el ayuno.
¿Cuál será el sacrificio más agradable al Señor? Pensemos cada uno con sinceridad por donde han de ir nuestros ayunos en ese camino concreto del dominio de nosotros mismos y nuestras pasiones. Pensemos cómo solidariamente tendríamos que compartir aquello que no nos hemos gastado cuando nos privamos de una comida. Tratemos de descubrir que la generosidad de nuestro corazón que comparte lo que somos y tenemos con el necesitado es lo más agradable al Señor.
No se trata de renuncias o prohibiciones así porque sí, sino la generosidad de nuestro corazón cuando nos decimos no a nosotros mismos porque queremos en verdad abrirnos a los demás.

jueves, 15 de febrero de 2018

Ante nuestros ojos está el desafío de la Pascua, la de Jesús que vamos a celebrar y la nuestra cuyo camino de olvidarnos de nosotros mismos hemos de emprender

Ante nuestros ojos está el desafío de la Pascua, la de Jesús que vamos a celebrar y la nuestra cuyo camino de olvidarnos de nosotros mismos hemos de emprender

Deuteronomio 30,15-20; Sal 1; Lucas 9,22-25

La vida es un desafío constante. Vivir no es quedarse anclados en un estado o en una situación. La vida exige caminar, buscar, arriesgarse a algo nuevo. . Nos ponemos metas y queremos alcanzarlas; buscamos algo nuevo y hacemos todo  lo posible por encontrarlo y de alguna forma posesionarnos de ello. Quedarnos en la rutina por comodidad no tiene ningún aliciente, no es vivir, es algo así como vegetar.
Crecemos, y no solo es que físicamente nuestras células se vayan transformando y multiplicándose, sino que como personas crecemos, vivimos algo nuevo, nos sentimos desafiados a emprender algo nuevo y distinto, tenemos que madurar y manifestarnos en unos frutos, en unas acciones nuevas, en una riqueza que no es lo material, sino algo más profundo, para nosotros mismos pero también para los demás, porque aquello que poseemos pero sobre todo lo que somos beneficia también a los demás, porque vivimos profundamente interrelacionados unos con otros.
Así también es el ideal y la meta de la vida cristiana. Así desde nuestra fe nos sentimos comprometidos, sentimos un desafío interior que nos hace espiritualmente crecer, que nos impulsa a seguir los caminos que Jesús nos señala en el evangelio. Un camino que no emprendemos solos, un desafío al que respondemos no solo desde nuestras fuerzas, unas metas a conseguir en la que encontramos diversas ayudas. La liturgia de la Iglesia no son simplemente unos ritos que realizamos de una forma periódica, sino que es por una parte celebrar ese camino, ese desafío, y al mismo tiempo es esa fuerza y esa luz que nos ilumina en los distintos momentos de nuestra vida para la realización de nosotros mismos como personas y como creyentes en Jesús.
Este camino que hemos emprendido en la cuaresma nos lanza también poderosos desafíos. Ya desde el primer momento nos hace mirar hacia la Pascua. Ahí está el anuncio de Jesús. ‘El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Es la Pascua que Jesús ha de vivir; es la Pascua redentora que nos trae la salvación. Es la Pascua que nosotros hemos de celebrar y para lo que nos vamos preparando durante este camino cuaresmal.
Pero Jesús nos desafía. Es lo que nosotros tenemos que aprender a vivir si en verdad queremos ser sus discípulos, seguir sus pasos. Es el mismo camino de entrega, es el camino del amor. Es el camino de olvidarnos de nosotros mismos porque no nos buscamos a nosotros sino que le buscamos a El y en El a nuestros hermanos los hombres por los que también hemos de entregarnos. Por eso nos habla de olvidarnos de nosotros mismos para abrirnos a los demás y para abrirnos al misterio de Dios. No buscamos ganancias egoístas de satisfacciones momentáneas sino algo que tenga valor de vida en plenitud, de vida eterna.
Claro que esto nos cuesta realizarlo porque el mundo que nos rodea no es ese el estilo que nos ofrece. Ya nos dirá Jesús que ser importante o ser grande es hacerse el último y el servidor de todos. Es un desafío muy importante al que con la valentía de la fe hemos de responder y que en la fortaleza del Espíritu encontraremos la ayuda que necesitamos para realizarlo. Emprendamos con entusiasmo y energía el camino.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios y a eso nos quiere conducir el camino de la Cuaresma que iniciamos


Necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios y a eso nos quiere conducir el camino de la Cuaresma que iniciamos

Joel 2,12-18; Sal 50; 2Cor. 5,20–6,2; Mt 6,1-6.16-18

Todo el mundo sabe que hoy es miércoles de ceniza. Bueno, no sé si todo el mundo, porque para muchos se queda en lo del miércoles de la sardina, por aquello de que los carnavales se acaban aunque bien sabemos que en muchos sitios se prolongan. Tendrán una rememoración lejana de algo de la ceniza, pero ¿sabrán realmente lo que es o por qué es que hoy llamemos a este día miércoles de ceniza?
Quizá quienes se acercan a esta reflexión sí tengan algo más claro lo que hoy celebramos y por qué. Empezamos un camino que aunque es verdad que es un camino de preparación para la celebración de la Pascua, sin embargo tiene, como todo tiene que ser en la vida de cristiano, una clara rememoración pascual.
Aunque la Pascua la celebremos con gran solemnidad al llegar la celebración de la resurrección del Señor, porque es el culmen de la Pascua, sin embargo, decimos, hacemos este camino con sentido pascual porque en verdad ha de ser un paso del Señor por nuestra vida, un ir dejándonos encontrar por El que nos lleve a esa profunda renovación de nuestra vida, a un morir y a un resucitar, a un renacer a una vida nueva, a que en verdad lleguemos a sentir hombres nuevos en el espíritu del Evangelio.
Hoy, cuarenta días antes de la Pascua, iniciamos este camino. El número cuarenta tiene muchos recuerdos bíblicos, desde los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto hasta los cuarenta días de Jesús también en el desierto antes de comenzar su actividad apostólica, como nos narra el evangelio.
Aquellos cuarenta años de desierto para el pueblo de Israel que salía de la esclavitud de Egipto le hicieron sentirse pueblo, fue el ir construyendo día a día su unidad y su identidad, un sentar la bases como pueblo entonces peregrino antes de asentarse definitivamente en la tierra de Canaán recibiendo la ley del Señor en el Sinaí que estaba en función de esa constitución como pueblo, y pueblo de Dios.
Fue un tiempo de apertura a Dios, de darle una verdadera trascendencia a su vida aprendida en ese caminar peregrino siempre en búsqueda donde aquella que pisaban no seria nunca su tierra definitiva hasta encontrar aquella tierra que Dios les había prometido. Un tiempo de purificación e ir limando todas aquellas, digamos, asperezas que le impedían sentirse pueblo y mantenerse unidos y donde iban descubriendo que era la mano de Dios la que le guiaba y conducía.
De alguna manera ¿no es eso lo que en este tiempo de cuaresma hemos de ir también redescubriendo? Somos, es cierto, ese pueblo de Dios al que pertenecemos desde el bautismo. Pero bien sabemos que nuestra vida se va maleando y necesita un tiempo de renovación. Muchas cosas vamos dejando meter en nuestra vida que son rémoras en nuestro caminar como cristianos y como pueblo de Dios que tenemos necesidad de purificar.
Necesitamos de nuevo un encuentro profundo con el Señor, con su Palabra que nos abra nuestro corazón a una trascendencia eterna en nuestra vida. Vivimos muchas veces demasiado posicionados en este mundo y en las cosas terrenas que son un lastro para vivir una autentica espiritualidad cristiana. No es penitencia por penitencia, sacrificio por sacrificio porque el sacrificio redentor de nuestra vida ya está realizado en la entrega de Jesús en su muerte y resurrección. Pero necesitamos ese reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios.
En ese reencuentro profundo con nuestro yo y con nuestra vida descubriremos de cuantas cosas tenemos que desprendernos porque de nada nos sirven aunque las tengamos apegadas al corazón y nos cueste dolor arrancarlas de nosotros. Como cuando hacemos una limpieza profunda de nuestra habitación o nuestra casa y nos damos cuenta de cuantas cosas vamos acumulando que son innecesarias o que más bien son un obstáculo para disfrutar de lo que verdaderamente vale y nos sirve. Habrá que tirar todo eso que nos entorpece, aunque nos duela arrancarlas de nosotros mismos.
Para eso nos dejaremos guiar por la Palabra de Dios queriendo convertirnos cada día al evangelio, creer de verdad en él porque sabemos que solo en Jesús tenemos la salvación. Así la liturgia en sabia catequesis nos irá ofreciendo una riqueza grande de los textos de la Palabra de Dios en este tiempo para irnos conduciendo paso a paso a la vivencia profunda de la pascua.
Hoy comenzamos con un signo, que es el que da nombre al día, con la ceniza para que reconozcamos lo que somos, lo manchados que estamos y la futilidad de tantas cosas que tenemos en nuestra vida y de las que tendremos que lavaros, purificarnos. Pero en la imposición de esa ceniza sobre nuestra cabeza el grito grande que tenemos que escuchar es ‘conviértete y cree en el evangelio’. Es la vuelta de verdad que tenemos que darle a nuestra vida. Es el sentido que tenemos que darle a este momento que vivimos hoy.

martes, 13 de febrero de 2018

Un camino nuevo de purificación y discernimiento que nos conduce a la luz, a la vida, al amor que es la verdadera libertad del corazón

Un camino nuevo de purificación y discernimiento que nos conduce a la luz, a la vida, al amor que es la verdadera libertad del corazón

Santiago 1,12-18; Marcos 8, 14- 21

Aunque tengamos una personalidad muy marcada e incluso muy madura y aunque no queramos todos recibimos multitud de influencias de nuestro entorno que de alguna manera nos pueden llevar a actuar en ocasiones como no queramos. Casi  no nos damos cuenta, pero aquello que estamos viendo continuamente a nuestro alrededor en la manera de actuar de otras personas nos va marchando de alguna manera y sutilmente pueden meterse en nosotros y al final nosotros terminemos haciendo lo que todos hacen.
Son muchas las corrientes ideológicas, las maneras de pensar, los valores o anti-valores que nos podemos encontrar en la vida. Vivimos en un mundo muy plural donde las distintas maneras de pensar llegan fácilmente a cualquier rincón. La televisión, las redes sociales, los distintos medios de comunicación son una correa de trasmisión muy fuerte de esas distintas corrientes y pensamientos. No es que nos cerremos a todos, pero hemos de saber discernir lo que recibimos. Cuando empleo la palabra discernir siempre pienso en la cernidera, aquel instrumento que servía y sirve para quitar las impurezas de aquello que estábamos cerniendo, recuerdo a nivel domestico la harina, por ejemplo, en los trabajos de construcción la arena que se empleaba para el mortero.
En nuestra madurez humana no puede faltar nunca la vigilancia, el estar atentos para no contagiarnos, el buscar los verdaderos principios éticos por los que regir nuestra vida y si nos decimos cristianos buscar ese fundamente en el evangelio de Jesús. Pensemos cuantos son los que dicen como todos lo hacen yo no voy a ser distinto, sin fijarse en la validez de lo que todos hacen y su sentido ético.
Es de lo que quiere prevenir Jesús a sus discípulos con las palabras que hoy le escuchamos en el evangelio. Era una Buena Noticia la que Jesús quería trasmitirles a sus discípulos queriéndolos poner en camino de un mundo nuevo, de un nuevo estilo de vivir que era el Reino de Dios. Lo que Jesús decía chocaba con muchas cosas que se enseñaban o se hacían en el judaísmo oficial o incluso con lo que eran aspiraciones o costumbres de su tiempo que se habían convertido poco menos que en ley, contraponiéndose incluso a lo que era la ley que Moisés le había trasmitido a su pueblo.
Por eso Jesús les dice que tengan cuidado con la levadura de los fariseos o de Herodes. No entienden los discípulos, que piensan que lo que Jesús les ha recordado es que han sido suficientemente previsores porque no habían llevado pan suficiente en las alforjas. Jesús les dice que ese no es el problema, y les recuerda lo sucedido hacia poco en el desierto cuando había comido toda aquella multitud.
Es algo más profundo lo que Jesús quiere decirles cuando les previene para que no se dejen influir por los fariseos o por las aspiraciones o costumbres de tantos a su alrededor. La buena noticia que Jesús les traía era otro sentido de libertad el que quería trasmitirles, porque tenia que ser algo nacido del corazón. Se pueden caer las cadenas exteriores que decimos que nos oprimen, pero seguimos encadenados en nuestro interior a nuestras malas costumbres, a nuestras rutinas o a tantas cosas que vician nuestra vida.
Por eso Jesús nos está pidiendo la vigilancia y la conversión. Atentos a lo fundamental para deshacernos de superficialidades, de cosas innecesarias, de tantas impurezas que nacen del interior del corazón del hombre que se llena tantas veces de malicias. Es un camino nuevo de purificación y discernimiento el que hemos de recorrer, pero un camino que nos conduce a la luz, a la vida, al amor que es la verdadera libertad del corazón.


lunes, 12 de febrero de 2018

Los milagros eran una señal evidente del cambio que Jesús nos pedía, de las nuevas actitudes de las que teníamos que llenar el corazón y de esa nueva forma de actuar

Los milagros eran una señal evidente del cambio que Jesús nos pedía, de las nuevas actitudes de las que teníamos que llenar el corazón y de esa nueva forma de actuar

Santiago 1,1-11; Sal. 118; Marcos 8,11-13

Hay ocasiones en que por muchas razones y pruebas que nos den no queremos dar nuestro brazo a torcer y no queremos creer ni aceptar lo que nos dicen. Nos ofuscamos buscando pruebas aunque las tengamos delante de los ojos; nuestro orgullo no nos deja ver y aunque en el fondo estemos convencidos, como solemos decir, no nos queremos bajar del burro. Por orgullo o por amor propio, por desconfianza hacia aquel que nos lo dice, por no rebajarnos a aceptar que lo que nos dicen es la verdad y que nosotros estamos en el error.
Creamos tensiones, provocamos distanciamientos, nos mantenemos en nuestro error, nos hacemos la guerra los unos a los otros incluso aunque en el fondo estemos de acuerdo, pero no queremos dar nuestro brazo a torcer. 
Quizá también aquello que nos dicen nos tendría que hacer plantearnos las cosas de otra manera y nos obligaría a cambiar de rutinas en la vida, y nos parece que estamos bien como estamos por que vamos a probar otra cosa. Inmovilismos en los que nos encerramos como en torreones que convertimos en plazas fuertes para luchar contra aquel a quien ya consideramos como un adversario porque nos haría ver las cosas de una forma distinta a como en nuestra rutina nos hemos mantenido siempre.
Y eso de cambiar, sí que cuesta, lanzarnos a algo que nos parece desconocido o difícil de conseguir porque tenemos que arrancar muchas cosas de nuestro corazón es una tarea en la que no queremos embarcarnos.
Cosas así nos pasan frecuentemente. Por eso podemos en cierto modo entender de lo que nos habla el evangelio. Por allá andan los fariseos siempre discutiendo con Jesús. Les costaba entender lo que Jesús les planteaba. El sentido del Reino de Dios que Jesús anunciaba y enseñaba era algo que nos les cabía en la cabeza; preferían vivir en la rutina de lo que había sido siempre su vida, y no querían perder el poder de manipulación que en cierto modo ejercían sobre la gente.
Jesús pedía un cambio profundo del corazón, un cambio de actitudes y posturas, una nueva forma de entender la relación con Dios y también la relación con los demás. Pero a ellos les parecía que eso no les tocaba a ellos que estaban por encima de todo. Cuantos orgullos así nos encontramos en la vida tantas veces y nosotros mismos nos vemos tentados a ello.
No quieren dejarse convencer por Jesús y por eso están constantemente pidiendo pruebas de su autoridad. No les bastan los signos que Jesús realiza y que son palpables para todos en aquellos milagros que Jesús va realizando. Aquellos milagros eran una señal evidente del cambio que Jesús nos pedía, de las nuevas actitudes de las que teníamos que llenar el corazón y de esa nueva forma de actuar. Jesús termina, en esta ocasión, por no responderles. Y Jesús seguirá actuando de la misma manera desde el amor.
Es el testimonio que nosotros tenemos que seguir dando, son las señales que han de aparecer palpables en nuestra vida aunque no nos quieran creer ni aceptar. Nuestro amor, como el amor de Jesús, tiene que ser el gran signo de nuestra fe, de ese Reino nuevo de Dios en el que queremos vivir.

domingo, 11 de febrero de 2018

Aquel hombre cuando se encontró sanado por Jesús saltaba de alegría y no podía callar porque a todos tenia que comunicar la gracia que en Jesús había encontrado

Aquel hombre cuando se encontró sanado por Jesús saltaba de alegría y no podía callar porque a todos tenia que comunicar la gracia que en Jesús había encontrado

Levítico 13, 1-2. 44-46; Sal 31; 1Corintios 10, 31 - 11, 1; Marcos 1, 40-45

‘Si quieres, puedes limpiarme’, fueron las palabras del leproso que se atrevió a acercase a Jesús. Es la súplica humilde pero llena de esperanza. Confiaba que Jesús podía hacerlo, pero sabía que solo estaba en su mano el hacerlo o no hacerlo. Pero allí estaba él con su necesidad, con su pobreza, con su soledad, con su lepra con todo lo que significaba. Y se postró ante Jesús. Se había atrevido a llegar hasta Jesús, abrirse paso entre la gente, que seguramente se apartaba para evitar contaminarse.
¿Nos sucederá algo de esto alguna vez? No nos atrevemos a terminar por suplicar desde nuestra necesidad, desde nuestros problemas ante quien sabemos que nos puede ayudar. O quizá alguien necesita algo de nosotros y no se atreve a pedírnoslo. Barreras de miedo que nos creamos, barreras de desconfianza, o barreras quizá de orgullo porque no queremos postrarnos, porque no queremos rebajarnos a mostrar nuestra necesidad. Y nos aislamos o aislamos a los demás poniendo distancias.
Todo nos enseña, todos los gestos que vemos en el evangelio nos hacen pensar en cosas que nos pasan o que les pasan a los otros con nosotros. No siempre tenemos la suficiente sintonía para comunicarnos con sencillez y con humildad, para reconocer nuestras debilidades porque quizá queremos mantener la fachada aunque por dentro estemos pasándolo mal. Y nos preguntan que como estamos y decimos que bien, aunque haya una buena tormenta dentro de nosotros.
Aquel hombre, sin embargo, acudió a Jesús, reconoció su enfermedad, su debilidad, su pobreza. Por si mismo no podía hacer nada para curarse; en aquella época la lepra era una enfermedad terrible e incurable, que además podía contagiar a los demás; los leprosos tenían que vivir aislados, lejos de todos, lejos de su familia, sin participar en la vida de la comunidad; eran unos malditos.
Pero la fe se había despertado en su corazón. Otros quizá se abandonaban a su suerte perdida toda esperanza; su muerte era en vida, porque aquello no era vivir. ¿Resignación? ¿Desesperación quizá? Era difícil encontrar un sentido y un valor a aquella forma de vivir. Pero a los oídos de aquel hombre había llegado una buena noticia que le llenaba de esperanza. Podría curarse, si aquel profeta quería curarlo. Algo comenzaba a apoyar su vida que era algo más que una muleta para caminar en su imposibilidad y en la debilidad de una enfermedad que le destruía por fuera en su cuerpo, pero dentro también en su espíritu. Por eso había acudido a Jesús.
Como decíamos, necesitamos aprender, todo nos enseña. Y en esos vaivenes de la vida donde tantas veces nos sentimos desalentados quizá en nuestra soledad, en nuestras angustias, cuando nos sentimos abandonados quizá de los menos que esperábamos que nos abandonaran o se pusieran en contra nuestra, necesitamos despertar nuestra fe. No todo es oscuro, no todo es negro, una luz tras cualquier recodo del camino puede despertar de nuevo nuestra esperanza.
Y Jesús nos está esperando, saliendo a nuestro paso en cualquier rincón de nuestro camino. Deja que nos acerquemos a El, o El viene a nuestro encuentro de muchas maneras. Siempre habrá alguien que nos tienda una mano, nos diga una palabra de ánimo, encienda una luz en nuestro oscuro camino. Tenemos que sintonizar con esos signos que nos pueden ir apareciendo en la vida.
Es la mano de Jesús que nos toca, que nos levanta, que nos sana, que pone nueva luz en nuestro camino. Necesitamos encontrar un sentido para no simplemente resignarnos; tenemos que descubrir el valor de nuestra vida aunque nos sintamos llenos de miseria y pensemos que no valemos nada; tenemos que descubrir las mil razones que tenemos para seguir luchando; hemos de darnos cuenta que también nuestra vida, nuestra decisión de seguir adelante, de no quedarnos tumbados a la vera del camino puede ser una señal para otros que estén igual o peor que nosotros.
Aquel hombre cuando se encontró sanado por Jesús, porque Jesús sí quería y se había adelantado incluso a tocarle a pesar de la miseria de su lepra, saltaba de alegría y no podía callar porque a todos tenia que comunicar la gracia que en Jesús había encontrado.
Cuántas veces Jesús nos sana pero no somos capaces de manifestar esa alegría. Cuántas veces hemos recibido una gracia especial del Señor y ni siquiera hemos sabido dar gracias; cuántas veces hemos sentido el regalo y la alegría del perdón, pero no hemos saltado de alegría porque Jesús nos ama y nos ha perdonado para ponernos en camino de nuevo.
No somos agradecidos, no correspondemos a tanto amor como el Señor de mil maneras manifiesta en nuestra vida. Por eso no terminamos de convencer a nadie y estamos encerrados siempre en el mismo círculo. No crece el número de los que vienen hasta Jesús porque no terminamos de ser con la alegría de nuestra fe esos signos de evangelio para que el mundo crea.
Pensemos en tantos que están a la vera del camino de la vida esperando ver ese signo que levante su espíritu, que les llene de nueva esperanza, que les impulse de verdad a caminar y a transformar nuestra vida. Nosotros tenemos que ser ese signo. Nosotros tenemos que ser esa mano tendida de Jesús que llegue a tocar el corazón de los otros.
¿Qué nos pasa que vivimos de manera tan aburrida nuestra fe? ‘Si quieres…’ nos está diciendo también nosotros ese mundo que nos rodea. ¿Cuál es la respuesta que le vamos a dar?