sábado, 6 de enero de 2018

Buscamos a Dios pero es El quien viene a nosotros y nos regala a Jesús, nos queda dejarnos encontrar con El y por El

Buscamos a Dios pero es El quien viene a nosotros y nos regala a Jesús, nos queda dejarnos encontrar con El y por El

Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesio 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12

¿Dónde está? Es una pregunta, es una búsqueda… Todos preguntamos, todos buscamos muchas veces en la vida; preguntamos y buscamos cosas, pero en ocasiones esas preguntas y esas búsquedas son algo más. Nos interrogamos quizá por nosotros mismos, porque al final no sabemos donde estamos; nos interrogamos buscando un camino, una salida, algo que nos dé respuesta por dentro, porque las preguntas y las búsquedas están dentro de nosotros mismos.
Preguntamos o buscamos a alguien, porque quizá nos hablaron de él, porque intuíamos que detrás de aquellas cosas que veíamos había algo más, había alguien más. Es quizás quien nos puede responder, aclarar ideas y conceptos, abrirnos los ojos a un camino, hacernos mirar más allá de lo que vemos con los ojos de la cara, abrirnos a otras trascendencias, a otras metas, a no quedarnos a ras de tierra.  Ya no son cosas las que buscamos; es un sentido, una luz, un valor para la vida, para lo que hacemos, para nuestros sufrimientos quizás, para encontrar salida entre todas esas tortuosidades en las que nos encontramos llenos de dudas en nuestro interior, con muchas cosas y situaciones que parece que siempre están en contra, con mucha gente que no nos entiende porque quizá no se entienden a si misma.
La pregunta que escuchamos hoy en el evangelio es más concreta ante una situación concreta, pero puede de alguna manera reflejar esas preguntas concretas y complejas al mismo tiempo que nos hacemos tantas veces en la vida. Triste es el que no se hace preguntas, no porque lo tenga todo claro, sino porque quizás no se atreve y pretende seguir viviendo en a superficialidad. Vivir en la superficialidad es una tristeza porque es vivir en un vacío existencial que nos puede llevar por pendientes peligrosas o a un aburrimiento total. Hay tantos que van aburridos por la vida sin saber qué hacer, a donde ir, por qué vivir.
‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle’. Parece saber qué es lo que buscan porque han visto señales de su nacimiento, pero no saben donde encontrarle. Un largo camino han recorrido. Se nos habla de unos magos de Oriente y no ha sido fácil llegar hasta donde están, aunque las dificultades no desaparecen. Aunque consultando las Escrituras se les señalan ahora caminos concretos, sin embargo serán otras cosas, otras intenciones en alguno, los que van a poner dificultades a ese final de la búsqueda.
Como nos sucede tantas veces. Buscamos, nos enredamos en dificultades o en rémoras que pueden dificultar nuestro avance, habrá otras tendencias alrededor que también nos ofrecen ideas, quizás habrán superficialidades o rutinas que querrán atraernos por sus caminos que nos ofrecen fáciles para que olvidemos eso que pueda darnos la profundidad que necesitamos en la vida.
Aquellos magos encontraron desconocimiento en las calles de Jerusalén de lo grande que había sucedido, los maestros de la ley y los sacerdotes no estaban muy convencidos de aquello que les trasmitían como respuesta a sus preguntas, pero la maldad del corazón de Herodes comenzará ya a maquinar como quitar de en medio a quien le parecía que eran un contrincante que pusiera en peligro su trono. Cómo reflejan tantas situaciones en que nos vemos envueltos en la vida.
Pero la luz que estaba en lo alto, la estrella, seguía iluminando su camino y ellos se dejaban conducir y por eso pudieron llegar hasta Jesús. Hay una luz que Dios siempre pone en nuestra vida, la podemos ver en lo alto si sabemos mirar hacia arriba, la podemos encontrar reflejada en cosas de nuestro entorno que se convierten en signos esclarecedores para nuestra vida, o la podemos sentir allá en lo hondo del corazón cuando quitamos malicias de nuestra vida y somos capaces de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor.
Tenemos que aprender a mirar a lo alto para poder descubrir la estrella y no haya nada que nos la oculte. Muchas veces no nos es fácil porque nos dejamos engañar por luces efímeras que creemos que son permanentes y tarde quizás nos terminamos de dar cuenta de nuestra oscuridad. La luz del evangelio tiene que iluminar nuestra vida; con sinceridad de corazón tenemos que acercarnos a la Palabra del Señor.
Pero la fiesta que estamos celebrando es la Epifanía del Señor. ¿Qué quiero decir con esto? La Epifanía significa la manifestación del Señor. Y eso es lo maravilloso que hemos de tener en cuenta. Nosotros buscamos, es cierto, pero no es solo nuestra búsqueda, aunque ahí están esas preguntas fundamentales de nuestra vida. Lo maravilloso es que es el Señor el que viene a nuestro encuentro, es El quien se nos manifiesta; es El quien pone señales para que le encontremos, o para que nos dejemos encontrar por El. El nos busca y nos llama, nos habla y quiere hacerse presente en nuestra vida para llenarnos de su luz.
Cuidado que hoy muchas cosas nos distraigan, como nos han venido distrayendo en toda nuestra navidad. Le damos importancia a cosas que la tienen menos. Al ver las ofrendas de los magos al Niño recién nacido en Belén, nos distraemos demasiado con los regalos y nos olvidamos del regalo de Dios para nosotros y para nuestro mundo que es Jesús. Pongamos nosotros nuestro amor que se verá engrandecido con el Señor del Señor que se derrama en nuestros corazones.


viernes, 5 de enero de 2018

Tenemos que aprender a abrir nuestro corazón a la sorpresa de la fe y nos haga soltar las amarras para que liberados de todo nos pongamos a caminar siguiendo los pasos de Jesús

Tenemos que aprender a abrir nuestro corazón a la sorpresa de la fe y nos haga soltar las amarras para que liberados de todo nos pongamos a caminar siguiendo los pasos de Jesús

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

Quizás en ocasiones se fuerzan encuentros que de entrada nos parecen no deseados y podemos tener la tendencia, aunque aceptemos el llegar a ese encuentro, de ponernos como a la distancia, con cierta desconfianza, porque quizá no nos creemos del todo lo que nos han dicho de esa persona o la apariencia con que se nos pueda presentar. Pueden ser momentos incluso tensos en que no sabemos por donde se va a romper la cuerda, o sea, a donde nos va a llevar ese encuentro o si nos va a servir para algo; quizás en el fondo estamos deseando que todo aquello termine, y que luego lo demos todo por olvidado.
Pero puede saltar la chispa en positivo, algo que se nos dice, un gesto que apreciamos, una apertura que no esperábamos de la persona con quien nos estamos encontrando, y al momento todo puede cambiar y quizá nazca de allí una amistad muy profunda, en cierto modo nos podemos hacer inseparables de esa persona que hemos conocido, e incluso podamos llegar a tener proyectos comunes en la vida por los que luchar juntos.
Siempre necesitamos una cierta apertura de corazón, de mente cuando vamos a llegar a alguien y tendríamos que saber evitar o dejar de lado todos los prejuicios que se nos puedan meter en la cabeza; con prejuicios en la cabeza va a ser difícil que le demos un lugar en el corazón a esa persona con la que nos encontramos. En la vida no podemos caminar con la mente cerrada, no nos podemos dejar influir por prejuicios que nos hayamos hecho, sino que tenemos que aprender a ir en positivo por la vida.
En el evangelio que vamos escuchando estos días estamos contemplando esos primeros encuentros que Jesús iba teniendo con aquellos que iban a ser sus primeros seguidores, sus discípulos más cercanos que llegarían incluso a formar parte del grupo de los doce especialmente escogidos por Jesús.
Unos le buscan porque alguien les ha hablado con Jesús, a otros es Jesús el que directamente les invita, como es el caso de Felipe del que nos habla hoy en el evangelio, pero será también el hecho de que Felipe entusiasmado por Jesús, como antes lo había estado Andrés que había llevado a Simón hasta Jesús, es ahora el que le habla a Natanael de que han encontrado a aquel de quien hablan las Escrituras. Pero en este caso Natanael anda con sus desconfianzas, primero por la rivalidad de pueblos vecinos al ser de Caná de Galilea, un pueblo cercano a Nazaret, y también porque no se termina de creer lo que le dice Felipe.
Pero el encuentro con Jesús fue tumbativo. Ya conocemos el diálogo porque Jesús lo recibe – como lo hace siempre Jesús con todos – con un saludo muy positivo.Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Aquellas palabras lo desarmaron en sus desconfianzas aunque en cierto modo sigue manteniendo la lucha. ‘¿De qué me conoces?’ Pero Jesús sí lo conocía, como conoce siempre el corazón del hombre. Algo hay en su vida a lo que Jesús con palabras que solo Natanael entiende hace referencia. Vendrá una confesión de fe, una apertura total de su corazón y su vida ante Jesús.
La pregunta que nos hacemos sería ¿cómo nos acercamos nosotros a Jesús? ¿Tendremos también nuestras ideas preconcebidas, como las tenemos tantas veces en nuestras relaciones con los demás, a vamos a dejarnos sorprender por Jesús? Quizá algo tendría que cambiar en nuestras posturas, algo que nos abra a la sorpresa de la fe, algo que nos suelte las amarras para que en verdad nos pongamos a caminar con toda libertad siguiendo los pasos de Jesús.

jueves, 4 de enero de 2018

No nos podemos quedar encerrados en nosotros y en lo que encontramos, tenemos que salir, comunicar, contagiar, llevar nueva luz a cuanto nos rodea

No nos podemos quedar encerrados en nosotros y en lo que encontramos, tenemos que salir, comunicar, contagiar, llevar nueva luz a cuanto nos rodea

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1,35-42

¿De donde eres? ¿Dónde vives? Son preguntas que hacemos cuando nos encontramos a alguien a quien entramos en conversación y deseamos conocer. No siempre en esas preguntas está la curiosidad del lugar de donde se es o donde se vive, sino que es muchas veces una forma de entrar en relación y un camino para conocer a la persona.
Cuando entramos en sintonía con alguien no es un conocimiento superficial el que queremos tener, no es solo saber cosas de su vida sino que es conocer su vida misma, su ser más profundo, aquello que además me pueda ayudar a mi también a crecer, a ser más persona, encontrando metas e ideales para la vida. Así se van entretejiendo las amistades, se van creando lazos de comunicación, vamos poniendo humanidad en nuestra vida, y aprendemos en esa comunicación a entrar en una comunión que nos lleva a colaborar unos con otros para hacer nuestro mundo mejor, mas humano, más habitable para todos.
Cuanto lo necesitamos, porque hay demasiadas relaciones frías y superficiales, falta interioridad y verdadera humanidad. Cuando llegamos a tener esa comunión nos sentimos impulsados a compartir con los demás todo eso que encontramos y que nos hace vivir, se crea una cadena maravillosa que va trasmitiendo más vida a nuestro mundo. No nos podemos quedar encerrados en nosotros y en lo que encontramos, tenemos que salir, comunicar, contagiar, llevar nueva luz a cuanto nos rodea.
Lo que nos narra hoy el evangelio es describirnos como se va creando esa maravillosa cadena cuando nos encontramos de verdad con Jesús. Juan el Bautista había tenido una experiencia maravillosa al conocer a Jesús, ahora lo trasmite, lo comunica a los que están a su lado. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, les dice a sus discípulos.
Dos de ellos se van tras Jesús. Quieren conocerle, en la expresión de lo que decíamos al principio. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ y se van con Jesús que les invita. ‘Venid y lo veréis’.  Como decíamos antes no hablamos de lugares geográficos donde se habita; están junto al Jordán y no sería por allí donde vivía Jesús que procedía de Nazaret. Pero ellos se van y se quedan con Jesús.
A la mañana siguiente – y seguimos diciendo que no es simplemente un espacio de tiempo de una tarde, una noche, una mañana – ya Andrés va a comunicarle a su hermano Simón que han encontrado al Mesías. Y Andrés lleva a Pedro hasta Jesús que ya desde un principio se va a fijar en Simón cambiándole incluso de nombre para significar como para él tiene una misión.
Mucho nos dice este pasaje del evangelio. Nos enseña a buscar a Jesús y hacerlo con profundidad. Es un deseo hondo que no puede faltar nunca en nuestro corazón porque cada día tiene que ir ahondando más ese conocimiento y ese amor que por El sintamos. Pero nos enseña también a entrar en esa cadena donde nosotros señalemos a Jesús a los demás y al mismo tiempo llevemos a los demás hasta Jesús. Es nuestra tarea y la misión evangelizadora que nos confía para hacer nuestro mundo mejor desde los valores del evangelio de Jesús. 

miércoles, 3 de enero de 2018

Es necesario hoy que manifestemos con nuestra vida, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestro compromiso, la autenticidad de nuestra fe

Es necesario hoy que manifestemos con nuestra vida, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestro compromiso, la autenticidad de nuestra fe

1Juan 2,29; 3,1-6; Sal 97; Juan 1,29-34

Lo que yo vi, nadie me lo puede negar, afirmamos con rotundidad cuando alguien quizás pueda poner en duda lo que decimos y de lo que hemos sido testigos. Es la fiabilidad de la veracidad. Y el que ha sido testigo de algo importante además es que no lo puede callar, siente la necesidad y la obligación de compartirlo, de hacer participe a los demás de aquello que ha visto, y más cuando es algo agradable, algo que le ha producido gran felicidad. Malo sería que nos callásemos aquello de lo que somos testigos si además sabemos que con ello podemos hacer bien a los demás. Tenemos que dar testimonio.
Claro que aquí me surge una pregunta primero que nada para mi vida misma, pero también con ella quiero ayudar a los que como yo decimos que tenemos fe, que creemos en Jesús. Si la fe ha sido importante en mi vida, me hace hacer una opción de vida porque en ella encuentro un sentido y un valor para mi existencia, y lo mismo digo para todos los que decimos que tenemos fe, ¿cuál es el testimonio que estamos dando de esa fe ante los que nos rodean?
Es tremendo, pero da la impresión algunas veces que tenemos miedo de expresar nuestra fe, de manifestarla en lo que somos y en lo que vivimos. ¿Es que acaso nos avergonzamos de nuestra fe? ¿Tenemos miedo a lo que nos pueda pasar, lo que puedan pensar los demás, las posturas opuestas que podamos encontrar si nos manifestamos auténticamente creyentes?
Es un drama. Sí, porque no siempre los que nos decimos creyentes en nuestra intimidad, luego no somos capaces de dar la cara, de manifestarnos públicamente con esa fe, porque nos parece que tenemos que ir a contracorriente. Aquí tendríamos que escuchar palabras fuertes de Jesús cuando no somos capaces de dar la cara. Es necesario en nuestro mundo que manifestemos con nuestra vida, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestra manera de enfocar las cosas, con el compromiso de lo que hacemos, la autenticidad de nuestra fe. No podemos callar.
Me ha surgido toda esta reflexión quizás desde mis propios miedos y cobardías, pero cuando he escuchado el testimonio que el Bautista da de Jesús en el texto del evangelio que hoy se nos propone. Lo señala claramente para todo aquel que lo quiera oír. ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, dice señalando a Jesús a su paso. Y Juan dio testimonio y manifiesta como le había sido revelado en su corazón que aquel que al ser bautizado se iba a manifestar sobre El sería quien nos bautizara en el Espíritu. Y somos nosotros los bautizados en el Espíritu por el nombre de Jesús.
Es hermoso el testimonio que hoy escuchamos a Juan. Cuando estos días hemos venido celebrando la Navidad del Señor hemos tenido que vivir la maravillosa experiencia de la presencia de Dios en medio de nosotros. Es el Emmanuel a quien contemplamos en ese Niño nacido en Belén que los pastores encontraron con su madre recostado en el pesebre.
Si hemos vivido con intensidad esa experiencia no nos queda otra que dar autentico testimonio ante los que nos rodean. Es algo que no hemos podido vivir de cualquier manera ni nos puede dejar que nos quedemos en las mismas actitudes de cobardía de siempre. Con valentía tenemos que dar testimonio. Somos unos testigos y eso lo tenemos que proclamar en esas actitudes nuevas que nacen en nuestra vida, en una nueva forma de comportarnos, de vivir la esencia de nuestra fe cristiana.

martes, 2 de enero de 2018

La humildad es una hermosa puerta que abre a bellos caminos en la vida y te hace feliz a ti y a los que te rodean

La humildad es una hermosa puerta que abre a bellos caminos en la vida y te hace feliz a ti y a los que te rodean

1Juan 2,22-28; Sal 97; Juan 1,19-28

Aunque algunos piensen lo contrario la humildad es una hermosa puerta que nos abre a bellos caminos en la vida. Algunos no entienden o no quieren entender eso de la humildad. Nos hablan de autoestima como si fuera lo contrario a un espíritu humilde. Pienso que el humilde no deja de auto estimarse, pero sabe ocupar su lugar sin ostentaciones, sin aspavientos, sin querer subirse a pedestales; los pedestales se caen fácilmente, porque siempre habrá además en quien esté dispuesto a derribar al que está en un pedestal para ponerse él.
Vemos tantas veces en la vida a quienes incluso quieren aprovecharse de lo que hacen los demás para atribuírselo a sus propios meritos y así querer sobresalir; cuánta vanagloria y cuantos oropeles que son brillo de un día, pero que sin embargo tenemos la tentación de buscar; desde esa vanidad vienen las manipulaciones, se crecen los orgullos, nos creemos merecedores de todo, y ya al final no nos importa arrasar a quien pudiera ponerse por delante. Todo eso crea suspicacias, desconfianza, animadversión, provoca odios y aparece la división que nos impide colaborar en bien unos con otros.
Qué distinto es cuando sabemos estar en nuestro lugar, no nos aprovechamos de lo bueno que hacemos para querer sobresalir sobre los otros, sino que nos sentimos sencillos colaboradores en el bien común aportando nuestro saber, nuestro buen hacer. Hay así una bonita armonía que nos hace crecer a nosotros mismos en nuestro interior, pero que creo una sana convivencia en la que todos nos sentimos enriquecidos. No nos llenamos de vanagloria si en un momento determinado reconocen lo que nosotros hacemos, ni  nos aprovechamos de ellos para buscar medallas al mérito.
Juan el Bautista tenía un misión muy concreta en la historia de la salvación, pero sabia ocupar su lugar. No era él la Palabra, sino solamente la voz que anunciaba la llegada de la Palabra verdadera. Por eso dice de si mismo que no es el profeta, que no es el Mesías, que su lugar es ser el ultimo, porque no le importa menguar para que crezca el que ha de venir. Señala que ya está en medio de ellos, pero no se considera digno ni de desatar la correa de su sandalia. Sin embargo Jesús dirá de él que no hay hombre mayor que él de los nacidos de mujer y que es profeta y más que profeta. Pero Juan sabía ocupar su lugar.
Viene una embajada de Jerusalén a preguntarle por las razones de lo que hace. Y hasta le preguntan directamente si él es el Mesías. Con la fama que había adquirido en que muchos venían de todas partes a escucharle, podría haber tenido la tentación de sentirse superior. Pero ese no es su camino, su estilo; él solamente es el que había anunciado el profeta que habría de venir para preparar los caminos del Señor y así se presenta al pueblo y a los que le pregunta, como a estos que ahora vienen de Jerusalén.
Aprendamos de ese camino de humildad y de sencillez. Ocupemos nuestro lugar, desarrollemos nuestra misión y nuestra responsabilidad. Con nuestro actuar busquemos no nuestra gloria, sino la gloria del Señor.

lunes, 1 de enero de 2018

María, que nos presenta siempre a Jesús en sus brazos, nos enseña que felicitarnos por un año que comienza ha de significar comprometernos a trabajar por un mundo nuevo de paz

María, que nos presenta siempre a Jesús en sus brazos, nos enseña que felicitarnos por un año que comienza ha de significar comprometernos a trabajar por un mundo nuevo de paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7;  Lucas 2, 16-21

‘Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción’. Alguien ha dicho que esta es la versión o la descripción que nos hace san Pablo del misterio de la Encarnación de Dios y de la Navidad. Ahí está condensado, podríamos decir, todo el misterio salvífico de Dios por el que ha querido hacerse hombre para ser nuestro Salvador. No nos suele hacer san Pablo en sus cartas descripciones de los distintos momentos de la vida de Jesús; eso se  nos trasmite en los evangelios; san Pablo hará una profundización teológica para expresarnos como Cristo nos ha liberado de nuestros pecados y la vida que como hombre nuevo nosotros hemos de vivir en la libertad de los hijos de Dios.
Cuando estamos en la octava de la celebración de la Navidad bien nos viene escuchar este texto de la carta de san Pablo a los Gálatas. Y ahí estamos contemplando el lugar que Dios ha dado a María en este misterio de salvación. ‘Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer…’ nos dice. Es el lugar de María, la Madre de Jesús, la Madre de Dios que se ha encarnado en sus entrañas para nacer siendo Dios y hombre verdadero. Pero será el lugar que María seguirá ocupando en toda la historia de nuestra salvación, para ser la Madre que nos señale a Jesús, nos enseñe a conocer a Jesús, nos lleve hasta Jesús que hacernos participes de la salvación que en Jesús hemos obtenido.
Por eso la Iglesia hoy quiere confesar y proclamar que María verdaderamente es la Madre de Dios. Los evangelios, en esos breves retazos que nos dan de la infancia de Jesús, siempre nos presentarán a Jesús al lado de María. Es el lugar de la Madre. Es lo que hoy escuchamos cuando se nos describe que los pastores tras el anuncio del ángel corren a la ciudad de David y allí se encontrarán a Jesús envuelto en pañales y al lado de María. De la misma manera, como escucharemos en la Epifanía del Señor dentro de unos días, los Magos de Oriente cuando llegan a Belén así se van a encontrar a Jesús en brazos de María.
María que nos presenta a Jesús, nos ofrece a Jesús. Es la función de la madre. Cuando ya Jesús inicie su vida pública aparecerá María para decirnos en las bodas de Caná que hagamos lo que Jesús nos diga; luego la contemplaremos como un ejemplo para nosotros buscando a Jesús, y El nos dirá de María que es la que ha escuchado la Palabra de Dios y la ha plantado en su corazón, la ha puesto en practica. Como María, la que guardaba en su corazón todo el misterio de Dios que ante sus ojos se realizaba, Jesús nos dirá que nosotros seremos igualmente dichosos, como María, si plantamos la Palabra de Dios en nuestro corazón para hacerla vida en nosotros.
Hoy contemplando el misterio de la Navidad no nos cansamos de contemplar a María. Con ella  nos gozamos y la festejamos, la felicitamos por ser la Madre, la Madre de Dios que va a convertirse también en nuestra Madre. Hoy queremos aprender de María a estar junto a Jesús. En silencio, como lo hizo ella, contemplando todo ese misterio de amor que para nosotros va a ser la salvación. Contemplamos a María y con ella aprendemos a escuchar a Jesús, a llenarnos de Jesús, a vivir la vida de Jesús. Contemplamos a María y con María nosotros también queremos exultar de gozo en nuestro corazón porque a través de ella también quiere realizar en nosotros cosas grandes.
Contemplar a María y sentir su amor de madre en nosotros nos impulsa también a caminos nuevos, a caminos de amor, de servicio, de búsqueda del bien, de construcción de un mundo nuevo en el que brille esa nueva civilización del amor. Y es que la celebración del todo el misterio de Cristo que hacemos en estos días, y hoy en especial de mano de María, nos compromete.
Ya lo hemos reflexionado que si queremos en verdad vivir Navidad en nosotros tiene que comenzar algo nuevo. Hoy es una jornada especial de la paz. Cuando estos días nos estamos deseando tantas cosas buenas, cuando en este principio de año todos nos felicitamos y deseamos lo mejor para el año que comienza, algo que tenemos que desear de verdad es la paz para nuestro mundo. Decimos feliz año nuevo y eso tendrá que significar algo mas palabras formales que nos decimos todos unos a otros. Tenemos que querer un mundo en paz, tenemos que sentirnos comprometidos con la paz.
No es solo desear que se acaben tantas guerras violentas que sigue habiendo en tantas partes del mundo, sino que buscar la paz es querer que todos podamos vivir con dignidad, que entre todos haya entendimiento, que quitemos esos presupuestos que ponemos tantas veces hasta casi sin darnos cuenta que nos llevan al sufrimiento de tantos.
Hoy el Papa en su mensaje nos hace pensar en tantos que por diferentes motivos y en mucho de ellos violentos tienen que dejar su tierra, su casa, sus familias, el lugar donde han habitado siempre para buscarse una vida mejor en otro lugar; emigrantes, desplazados, refugiados, personas que muchas veces tienen que huir de sus lugares a causa de la miseria, la pobreza, el hambre, la guerra, las discriminaciones raciales y tantas y tantas cosas que causan terribles sufrimientos.
No nos podemos cruzar de brazos ante esas situaciones, no podemos mirarlas con cierta suspicacia porque vengan a nuestras tierras con otras costumbres y necesidades y pueda parecer que nos van a quitar lo nuestro, no podemos encerrarnos en nuestros egoísmos y nuestros miedos; en nuestro corazón tenemos que sentir el dolor de tantos que sienten también como su corazón se desgarra cuanto tienen que dejar atrás sus lugares de origen y hasta sus familiares; tenemos que saber hacer nuestras tantas inquietudes e incertidumbres de quien se pone en camino y no sabe a donde va ni lo que va a encontrar.
Hacer nuestros esos sentimientos, esos sufrimientos, comenzar a pensar en ello es también trabajar por la paz, porque no podremos quedarnos insensibles. En el  nombre del amor que guía nuestras vidas y que contemplamos en el misterio del nacimiento de Jesús no podremos cruzarnos de brazos sino que tendremos que poner manos a la obra.
Que el Señor nos ilumine, vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz, como diremos en la bendición; que el Señor vuelva su rostro sobre nuestro mundo y nos inspire cuanto tenemos que hacer. Que María, la Madre de Dios y nuestra Madre, la Reina y Madre de la paz camine a nuestro lado enseñándonos a caminar esos caminos nuevos del amor y de la paz.

domingo, 31 de diciembre de 2017

Que a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret nuestros hogares sean verdaderas escuelas de humanidad que nos ayuden a todos a crecer y a madurar en una auténtica felicidad

Que a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret nuestros hogares sean verdaderas escuelas de humanidad que nos ayuden a todos a crecer y a madurar en una auténtica felicidad

Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40

Uno de los aspectos en que más se incide en las celebraciones de navidad y que sin embargo en muchos casos es motivo de nostalgias que pueden empañar la alegría de estas fiestas, de recuerdos dolorosos en ocasiones por las ausencias producidas por diversas circunstancias y que cuando no son asumidas debidamente pueden quitar el brillo de la alegría de la navidad, es el aspecto familiar. La cena familiar, el encuentro de toda la familia con regalos que se intercambian, recuerdos que se evocan, emociones que salen a flote es el centro en la mayoría de los casos de toda la celebración de la navidad.
Es un aspecto importante, no el único, que es cierto se tiene en cuenta y hemos de cuidar también con mucho mimo por la importancia que en si mismo tiene la familia, por ser en muchos casos casi la ocasión única en que se encuentren todos o casi todos sus miembros, porque el reencuentro puede se ocasión para restablecer lazos que por las circunstancias de la vida muchas veces se debilitan o están en peligro de romperse.
Claro que en una verdadera celebración del misterio de la Navidad todo eso que es la vida del hogar y de la familia, con las circunstancias particulares que cada uno puede vivir y reflejarse en la vida de nuestros hogares, tiene que dejarse iluminar por la luz del evangelio, por la luz que vino a traer al mundo con su Salvación el que es el principal protagonista de la fiesta de la Navidad, Jesús y su evangelio salvador.
Es cierto que en la noche o el día de Navidad este es un aspecto que sobresale y que nos ayuda en la alegría de la fiesta de esos días, pero en la liturgia de la Iglesia tenemos en este domingo dentro de la octava de la Navidad una celebración especial que ya hace una referencia muy explicita al la vida de la familia. En este domingo queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
Es importante que en la contemplación de la Sagrada Familia y queriendo aprender de sus valores y virtudes hagamos también nosotros algo así como una confesión de fe en el valor de la familia, al mismo tiempo que encontremos motivación y fuerza para vivir plenamente su sentido y sus valores. Y es importante cuando podemos contemplar a nuestro alrededor como las familias se destruyen, como los hogares dejan de ser verdaderos hogares, como se minusvalora lo que es el verdadero amor que se ha de vivir en el matrimonio y en la familia, como ya nuestras familias y nuestros hogares dejan de ser esas escuelas de humanidad, de amor, de ternura donde aprendamos los verdaderos valores que nos hagan crecer y madurar en la vida.
Los que queremos vivir según los valores de Jesús porque en El hemos puesto toda nuestra fe es un camino grande de testimonio el que tenemos que dar en este ámbito. Porque seguimos a Jesús queremos vivir siempre impregnados de su amor de manera que el amor sea siempre la motivación grande de nuestra vida. Un amor no vivido de cualquier manera, sino que siempre tenemos el ejemplo de Jesús porque el nos dijo que nos amáramos como El nos amó. Y el amor de Jesús no tiene fecha de caducidad, como muchas veces nosotros en la vida le ponemos a nuestro amor.
Ese amor generoso y universal, ese amor que nos lleva a darnos en la totalidad de nuestra vida, no puede ser un amor al que le pongamos condiciones ni un amor que dejemos morir en nosotros. Y es por ahí por donde los que seguimos a Jesús tenemos que dar un testimonio claro y valiente, porque muchas veces iremos remando a la contra de lo que son las corrientes de nuestro mundo.
Hoy la gente parece que está pronta a las rupturas y al enfriamiento de la intensidad de lo que vivimos; pronto nos cansamos, fácilmente nos podemos sentir atraídos por otras cosas o por otras personas y todo eso se mira con normalidad; pensamos más en nosotros mismos y en nuestras propias satisfacciones que en lo que es un entrega total de amor y para siempre. Por eso nos cuesta, porque tenemos que andar a contracorriente, porque tenemos que estar vigilantes, porque tenemos que alimentar continuamente esa llana y no dejarla enfriar ni apagar.
Es una tarea que no realizamos solos, porque Jesús nos ha prometido la presencia y la fuerza de su Espíritu, y su Espíritu es Espíritu de amor. Es la fuerza de su Espíritu la que tiene que alimentar el amor matrimonial, el calor de amor de nuestros hogares, el que dará fortaleza a nuestras familias para que se mantengan unidas y puedan superar todas las tempestades que la puedan poner en peligro.
Hoy miramos a aquel hogar de Nazaret donde vemos crecer en edad, sabiduría y gracia al Hijo de Dios hecho hombre. Hoy escuchamos las bellas palabras que nos dice el Apóstol sobre todos esos valores que tienen que brillar en la vida del hombre y que nos ayudarán a crecer y a ser más maduros. Misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión… Sobrellevaos mutuamente y perdonaos… Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada... Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón…’
Que brille todo eso en nuestro corazón, que nuestros hogares sean verdaderas escuelas de esos valores, que nuestras familias se vean anudadas por esos lazos del verdadero amor, que nos llenos siempre de esa paz que nace de un corazón lleno de amor.
Muchas más cosas podríamos seguir reflexionando en este día en la contemplación del hogar de Nazaret. Tratemos de contagiarnos de su espíritu de amor y podremos superar tantas cosas que muchas veces nos pueden poner tristes en la vida. Que sintamos la alegría de la verdadera paz en nuestro corazón.