sábado, 30 de diciembre de 2017

Que con la valentía de la anciana Ana seamos capaces de hablar también nosotros de Jesús al menos a los que están a nuestro lado

Que con la valentía de la anciana Ana seamos capaces de hablar también nosotros de Jesús al menos a los que están a nuestro lado

1Juan 2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40

Es el mismo episodio que se nos presentaba ayer. Con motivo de la presentación de Jesús en el templo para cumplir con lo previsto en la ley de Moisés – todo primogénito varón había de ser consagrado al Señor – había surgido la figura de aquel anciano que alababa y bendecía a Dios porque sus ojos habían podido contemplar ya al que venia como Salvador del mundo.
Estamos en el templo y aunque la presentación había de hacerse ante los sacerdotes lo que el evangelista nos narra no hace referencia a ningún sacerdote. Simeón era un hombre justo y piadoso ante los ojos de Dios y ante los ojos de todos que lo respetaban. Pero el episodio nos habla también de una mujer, una anciana que viuda desde muy jovencita había consagrado su vida al servicio del templo alabando y bendiciendo a Dios con sus ayunos y oraciones manteniendo igualmente la esperanza en la pronta llegada del Mesías Salvador. Se acerca también aquella mujer al pequeño grupo que se había formado y también se une al canto de alabanzas y bendiciones al Señor.
Pero no se queda ahí lo que realiza aquella buena mujer. ‘Hablaba del Niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’. Evangelizadora y misionera podemos decir de aquella mujer. Se convierte en portavoz de buenas nuevas, anunciadora de Evangelio, misionera de Jesús. Aquello tan hermoso que está allí viviendo no lo puede callar. Simeón ha cantado bendiciendo a Dios porque sus ojos han contemplado al futuro liberador de Israel, al que va a ser la luz de las naciones, al que es la gloria del pueblo de Israel. Ana lo anuncia a todo el que lo quiere oír. Muchos eran los que Vivian en esa esperanza y ahora su esperanza se puede ver colmada. Ana trasmite esa buena nueva, habla del niño, habla de Jesús.
¿Y nosotros? ¿Hablamos de Jesús? Todos estamos celebrando la Navidad en estos días, pero ¿todos en verdad estaremos celebrando el nacimiento de Jesús? Son muchos los parabienes, las cosas buenas que nos deseamos en estos días; nos alegramos porque los amigos nos podemos volver a encontrar o al menos tenemos un recuerdo para ellos, las familias se pueden reunir, aunque para muchos aparece la nostalgia de los que no están.
Pero ¿solo eso es navidad? ¿Dónde está Jesús? muchos ya nos preocupamos de muchos adornos festivos en nuestras casas, quizá hacemos un hermoso árbol de navidad, pero ¿Dónde hemos puesto el pesebre? ¿Dónde aparece Jesús? Demasiado lo estamos sustituyendo por el papá Noel.
Este es un aspecto que merece muchas reflexiones y muchas revisiones. Pero no nos quedemos ahí. Somos cristianos y decimos que creemos en Jesús, eso al menos tendría que significar el decir que somos cristianos. Pero, ¿cuándo nosotros los cristianos hablamos de nuestra fe? ¿Cuándo somos capaces de trasmitir a los demás, por ejemplo, lo que hemos vivido y celebrado cuando los domingos venimos a Misa? ¿Cuándo hablamos a los demás de lo que hemos escuchado en la Palabra de Dios que se nos ha proclamado en la celebración? Quizá ni siquiera con los nuestros, con nuestra familia, con el esposo o la esposa, con nuestros hijos o con nuestros hermanos, con nuestros padres o nuestros amigos somos capaces de hablar de Jesús.
Pidamos al Espíritu divino que nos dé su fuerza y su sabiduría, que nos sintamos fortalecidos con su gracia y que tengamos la valentía de anunciar el evangelio de Jesús a nuestro mundo. La luz no tendría que ocultarse. Muchos nuevos propósitos tendríamos que hacer a partir de esta navidad.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Del anciano Simeón aprendamos a descubrir en las cosas normales y sencillas cómo Dios viene a nosotros para ser nuestra luz y salvación

Del anciano Simeón aprendamos a descubrir en las cosas normales y sencillas cómo Dios viene a nosotros para ser nuestra luz y salvación

1Juan 2,3-11; Sal 95;  Lucas 2,22-35

La mañana en las explanadas del templo de Jerusalén transcurría con toda normalidad. Las gentes acudían a sus rezos, los sacerdotes oficiaban los sacrificios rituales, la ofrenda de los panes de la proposición se había desarrollado como cada día, los escribas y maestros de la ley en cualquier rincón del templo hacían las explicaciones y comentarios a las Escrituras, y por su lado los padres que habían de presentar al Señor sus hijos primogénitos recién nacidos acudían a los sacerdotes de turno.
Aquella pareja humilde que ahora entraba en el templo venida de la cercana Belén pasaría desapercibida para los ojos de tantos, pero un anciano les había prestado atención y a ellos se había dirigido con el corazón rebosante de gozo. El Espíritu del Señor en su corazón le había revelado que había llegado el momento tan esperando y del que él estaba seguro que no moriría sin ver al enviado del Señor. Y ahora había sucedido, había llegado el momento.
‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’. Fue el cántico que brotó de aquel corazón y que congregaría a muchos en aquel momento en torno a aquella humilde pareja. Los devotos del templo, los que esperaban ansiosos la llegada del Mesías se arremolinarían a su alrededor, aunque habrían muchos que seguirían en su quehaceres o en su deambular por aquellas explanadas como cada día hacían ajenos al momento glorioso que se estaba viviendo.
Era una hora de gracia. Era un momento propicio para cantar la gloria del Señor. ‘Que se alcen las antiguas compuertas, podrían cantar con los salmos, va a entrar el Rey de la gloria’.  Sin embargo el momento era íntimo y sencillo aunque estuviera resplandeciente de gloria. El anciano Simeón saltaba de gozo y sus palabras se volvían proféticas; por allí apareció la anciana Ana que todos los días servia al templo para la gloria del Señor en la esperanza del Mesías.
Unas palabras proféticas alabarían el lugar y el papel de María, al tiempo que le anunciaban las espadas que traspasarían su alma. María conocía bien las Escrituras y todo lo que se decía del Siervo de Yahvé y ella un día había dicho sí. Allí estaba, de pie, como estaría de pie un día al pie de la cruz; de pie, como estaría siempre atenta para ponerse en camino – ya lo había hecho un día cuando fue a visitar a su prima Isabel – para descubrir donde había una necesidad, donde había amor que poner. No importaba que las palabras del anciano pudieran parecer duras al hablar de espadas que traspasarían el alma porque a ello lo que le importaba era Dios, la gloria del Señor, lo que le importaba era el amor y de él estaba inundada quien era la que estaba llena de la gracia del Señor.
Aprendamos a estar de pie, como María, siempre con los ojos abiertos, siempre con el corazón dispuesto, siempre dispuesta a caminar, siempre alerta para descubrir la presencia de Dios. Podemos sentarnos cansados de esperar, podemos aburrirnos porque todo nos parece igual, podemos entrar en caminos de rutina porque no descubrimos nada nuevo, podemos entrar en el letargo de los tibios que van dejando enfriar el corazón.
Aprendamos hoy de aquel anciano que supo descubrir la presencia del que venia como luz de las naciones, aunque pareciera que el sol brillaba igual que todos los días. El supo descubrir un brillo especial, él supo descubrir la luz, él supo ir al encuentro del Señor que salía a su paso en aquellos sencillos personajes que llevaban un niño en brazos como otros tantos aquella mañana en el templo de Jerusalén, él supo encontrarse con el Señor porque su corazón estaba abierto a escuchar al Espíritu, a dejarse conducir por el Espíritu.
¿Seremos capaces de descubrir en la vida cómo Dios viene a nosotros, viene a nuestro encuentro? Dejémonos conducir por el Espíritu, estemos atentos a cuanto nos dice Jesús en el evangelio y lo sabremos descubrir en el hermano.

jueves, 28 de diciembre de 2017

La sangre de aquellos niños inocentes que hoy celebramos nos ha de comprometer a hacer un mundo nuevo y mejor donde toda vida sea siempre respetada y valorada


La sangre de aquellos niños inocentes que hoy celebramos nos ha de comprometer a hacer un mundo nuevo y mejor donde toda vida sea siempre respetada y valorada

1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18

‘Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven’. Es lo que evoca el evangelista recordando al profeta Jeremías. Nos lo ha descrito con todo detalle. Herodes se vio burlado por los Magos de Oriente; no volvieron estos a Jerusalén a dar parte donde habían encontrado el  niño, recién nacido rey de los judíos que venían a adorar; se volvieron por otro camino.
Y como sucede tantas veces, y más cuanto tienen el poder en sus manos, montó en cólera para destruir cuanto pudiera tener referencia a aquello en lo que se había visto burlado. Muerte para todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores; muerte para los inocentes como sucede tantas veces. Y aquellos niños se convirtieron en testigos por su sangre derramada; son los primeros mártires por el nombre de quien venía para ser salvador de todos los hombres.
‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ recordamos evocando también hechos antiguos. ‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ pero podríamos evocar también el llanto por tantos inocentes que siguen muriendo en nuestro mundo. Serán las guerras siempre crueles y siempre injustas, y en la retina de nuestros ojos tenemos imágenes de tantas guerras de hoy, de tanta destrucción y de tanta muerte.
Rivalidades, fanatismos incluso religiosos, odio y enfrentamientos entre pueblos y naciones, luchas tribales en lo que simplemente por ser de otra tribu o de otro grupo destruyen a su paso cuanto encuentran. Pensamos en Irak y Siria por tenerlos muy cercanos o recordamos tantos pueblos de Afrecha que se destruyen unos a otros, o pensamos en no hace tanto tiempo muchos lugares latinoamericanos con guerrillas o ejércitos de liberación (?), o más allá en extremo oriente con fanatismos de razas y religiones. Pero es interminable la fila de inocentes en la que entran multitud de niños también.
‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ pero será también aquí donde nos decimos que estamos en nuestra civilizada sociedad donde siguen muriendo tantos y tantos niños inocentes; seguimos viendo quizá niños abandonados a su suerte por nuestras calles o con madres que se aprovechan de su imagen mísera para implorarnos compasión en sus angustias y necesidades; seguimos viendo quizá niños maltratados, o por el contrario niños tan mimados a los que no se les prepara para una vida futura que puede ser dura y que luego creará tremendos dramas en la vida. Pero quizá no oigamos el llanto de las madres que se desprenden de sus hijos aun por nacer invocando no se cuantas razones o sinrazones, pero que quizá llevarán el drama en su interior pero sin querer reconocerlo por haberlos aniquilado con el terrible aborto.
No quiero ponerme trágico en esta reflexión que nos hacemos incluso en este entorno de navidad, pero son algunas de las imágenes que me evoca esta fiesta de los santos inocentes de Belén. Esa sangre inocentemente derramada tendría, sin embargo, que hacernos reflexionar mucho para caer en la cuenta de qué es lo que estamos haciendo de nuestras vidas y de nuestro mundo. Detrás, en el fondo, porque tenemos que contemplar a Jesús, tendríamos que descubrir un mensaje de vida, de esperanza, de compromiso en el amor que el Niño nacido en Belén – hoy lo contemplamos también desplazado, desterrado en tierra extraña que nos evocaría también tantas otras imágenes de nuestro tiempo – nos quiere transmitir.
¿No sentiremos en nosotros el compromiso por construir un mundo mejor, por hacer que todos tengamos una vida más digna, para que valoremos siempre toda vida que es muy importante porque es un don de Dios?

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Desde la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección podremos reconocer en el niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre al Hijo de Dios, nuestro Salvador

Desde la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección podremos reconocer en el niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre al Hijo de Dios, nuestro Salvador

1Juan 1,1-4; Sal 96; Juan 20,2-8

‘Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Es una referencia a Juan, el discípulo amado del Señor. El episodio fue en la mañana de la resurrección. Las mujeres habían ido al sepulcro con intención de embalsamar el cuerpo de Jesús, cosa que no habían podido  hacer el viernes porque caía la tarde y entraba el ‘sabat’ pero al llegar al sepulcro, la piedra estaba corrida y no encontraron el cuerpo de Jesús.
María Magdalena había corrido a anunciárselo a los discípulos y Juan y Pedro  habían corrido por las calles de Jerusalén hasta el lugar de la sepultura. No había entrado Juan, que por más joven había corrido más y llegado antes, por deferencia hacia Pedro y luego había entrado también. Encontraron todo como les habían dicho las mujeres, allí no estaba el cuerpo de Jesús. Sin embargo, nos dice el evangelista, ‘Juan vio y creyó’. Era la evidencia de la resurrección, aunque aun no habían visto al Maestro resucitado.
Es el episodio que nos ofrece la liturgia en este día en que celebramos la fiesta del evangelista Juan. Y es importante y tiene su sentido. Desde la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección es como podían comprender en toda su plenitud toda la vida de Jesús.
Estamos en los días de la Navidad celebrando el nacimiento de Jesús. La imagen que contemplamos en estos días es un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Podía ser un niño más de una familia pobre que no tenían donde guarecerse y allá en un establo se habían refugiado. Quizá de una forma o de otra es la imagen de la pobreza, del desamparo, de la marginación que podemos contemplar de manera semejante por nuestras calles o en tantos sitios donde hay tantos desplazados de la vida, puestos al margen del camino de la vida.
Y como decíamos, solo desde la luz de la pascua, podemos llegar a comprenderlo todo y darle a todo un nuevo sentido. Primero para que reconozcamos en ese niño, no simplemente un niño sino al que es el Hijo de Dios que por nuestra salvación ofrecería su vida en el sacrificio de la Cruz. Solo desde la luz de la Pascua podremos decir con todo sentido ‘es el Señor’, podremos expresar toda la amplitud de nuestra fe, comprender también todo el sentido pascual que ha de tener nuestra vida
Es desde la luz de la pascua donde podremos contemplar de verdad a Jesús en el hermano, en el marginado, en el pobre que está tirado a nuestro lado y que tanto nos cuesta ver, en el hambriento y en el que esta tan lleno de miseria que no tiene ni donde caerse muerto, en el enfermo que se retuerce en su dolor o en el anciano abandonado y que ya nadie quiere, en el niño maltratado y lleno de frustraciones o en toda persona herida por la vida. Es la luz de la pascua las que nos hace tener una mirada distinta. Es a la luz de la pascua donde escucharemos que todo lo que hicimos o dejamos de hacer a ese pequeño hermano a El se lo hicimos.
Nos lo está enseñando Juan, el que entró, vio y creyó, el que nos habla tanto del mandamiento del amor en su evangelio o nos dirá que Dios es amor en sus cartas, el que nos enseña que cuando nos envolvemos de verdad en el amor entonces podremos decir de verdad que somos hijos de Dios.

martes, 26 de diciembre de 2017

El testimonio del martirio de Esteban nos recuerda que hemos de ser testigos de la alegría de la Navidad con una vida transformada por el amor

El testimonio del martirio de Esteban nos recuerda que hemos de ser testigos de la alegría de la Navidad con una vida transformada por el amor

Hechos de los apóstoles 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22

Seguimos con la miel en la boca de las alegrías de la Navidad. La celebración y la fiesta no se acaban así como así. Es el ambiente festivo que se vive en nuestros ambientes, en nuestras casas y en nuestras calles que por ser navidad se prolonga durante toda la octava y se prolongará hasta la Epifanía del Señor, pero es la fiesta que viven nuestras gentes también en el año que termina y en el comienzo de un nuevo año como una etapa más de sus vidas. No somos ajenos a todo ello y por un motivo y por otro seguimos nosotros también con sentido de fiesta viviendo nuestros días, fiesta que sigue llevándonos al encuentro con familiares y amigos y a compartir toda esa nuestra alegría.
Pero hoy nuestro calendario litúrgico se viste sin embargo de rojo. Y es que en este día primero después de la celebración del nacimiento del Señor nos encontramos con el martirio de san Esteban, el protomártir. A alguien pudiera parecerle fuera de lugar esta celebración porque parece que el martirio y la muerte pudieran ensombrecer la alegría de la pascua de navidad. Pero esa manera de pensar está bien lejos de nuestro sentido cristiano de la vida. El martirio no es un fracaso sino un triunfo y una victoria, porque sigue siendo su muerte como la muerte de Jesús en la cruz, una señal de victoria, un triunfo de la vida y del amor sobre la muerte y el odio.
El mártir es un testigo como la misma palabra lo significa y se convierte en el testigo más cualificado cuando se es capaz de dar la vida por aquello de lo que testifica. Aun, podríamos decir y es una forma de hablar, estaba caliente la sangre derramada de Cristo sobre las piedras del calvario, cuando una lluvia de piedras cae sobre Esteban que de igual manera que Jesús pone su vida en las manos del Padre, perdonando también a aquellos que le han llevado a la muerte.
Esto nos recuerda algo muy importante para nosotros los cristianos que con tanta alegría estábamos celebrando en estos días el nacimiento de Jesús. Somos unos testigos. Nuestra alegría, si es honda y verdadera, tiene que testimoniar esa fe que tenemos en Jesús y con ella tenemos que contagiar a nuestro mundo. Pero el testigo no se cubre con mantos de apariencia y figuración, sino que ha de ser su vida la que ha de dar el hondo testimonio. Por eso en Cristo hemos de buscar la alegría verdadera aquella que ninguna sombra pueda enturbiar porque nace de esa profunda que tenemos en Jesús como nuestro Salvador.
Tenemos que sentir de verdad que llega la salvación de Jesús a nuestras vidas. Esa fe en Jesús tiene que transformarnos para arrancar de nosotros para siempre las sombras del pecado, del mal, del egoísmo y la insolidaridad, de la vanidad y del orgullo. Ya hemos dicho en algún momento que si en Navidad no nos sentimos transformados en algo, porque en verdad queramos mejorar algo  nuestra vida no de forma momentánea sino de manera permanente, es que no habíamos estamos celebrando con todo sentido la Navidad.
Por eso hoy, con el testimonio del martirio de Esteban delante de nuestros ojos, no olvidemos que tenemos que ser testigos. Algo nuevo tiene que brillar en nuestra vida a partir de esta navidad. ¿Cuál va a ser nuestro nuevo testimonio?

lunes, 25 de diciembre de 2017

Cuando deseamos en esta navidad que Cristo nazca en nuestro corazón es porque estamos queriendo ser capaces de poner a todo hombre, a todo hermano en nuestro corazón

Cuando deseamos en esta navidad que Cristo nazca en nuestro corazón es porque estamos queriendo ser capaces de poner a todo hombre, a todo hermano en nuestro corazón

Lc. 2, 1-20; Jn. 1, 1-18
Anuncios de paz que llenan de alegría escuchamos en esta noche. La sorpresa en medio de una noche oscura aunque sea entre resplandores celestiales deja aturdidos a los que la reciben. Será la primera impresión que sientan aquellos pastores que en la placidez de la noche y sin sobresaltos hasta el momento cuidan sus rebaños. Pero los resplandores celestiales los despiertan, las voces angélicas los sobresaltan, pero las palabras que escuchan son una invitación a la paz y a la alegría.
‘No temáis…’ son las primeras palabras de los ángeles. No era para menos el llenarse de temor ante el sobresalto que significa aquella aparición. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo’, continúa el mensaje angélico. ‘Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. La noticia era buena y era grande; será motivo de gran alegría para todos, y no solo los que esa noche la reciben, sino que a través de los siglos será la Buena Nueva que seguimos recibiendo y es motivo de gran alegría para todos. Igual seguimos haciendo fiesta por esa gran noticia.
‘Ha llegado la plenitud de los tiempos y nacido de una mujer… ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres’. La noticia que están escuchando aquellos pastores que abren sus ojos somnolientos en medio de la noche significa que las promesas se han cumplido. Ha aparecido la salvación, ha llegado el Mesías, es el Señor que ha visitado a su pueblo para derramar su misericordia y su salvación sobre todos los hombres.
Los ángeles cantan la gloria de Dios y anuncian la paz para todos los hombres porque son amados de Dios, para siempre se va a manifestar ese amor de Dios por la humanidad. ‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’, resuena fuerte el cántico de los ángeles que se extiende como un eco por todos aquellos campos de Belén y aun seguimos escuchándolo hoy.
Se alegran los pastores y se aderezan para ir corriendo a la ciudad de David para contemplar lo que se les ha anunciado y nos seguimos alegrando nosotros. Por eso, esta noche es tan especial, este día es tan grande, todos tenemos que hacer fiesta y nos llenamos de alegría. Buscamos mil maneras de celebrarlo y queremos hacer posible esa paz que nos trae el amor de Dios en medio de toda nuestra humanidad.
Ha llegado el Salvador, el que nos va a redimir de nuestro mal y nuestro pecado para vencer para siempre la muerte. ‘No temáis...' seguimos escuchando porque se manifiesta el amor, porque nos llega la paz, porque va a renacer un hombre nuevo, porque en verdad podemos hacer una tierra nueva y sentir un cielo nuevo. ‘No temáis’, porque ese recién nacido que vemos entre pajas – así lo encontraron los pastores como les habían dicho los Ángeles, ‘envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre’ – es nuestro Salvador que nos trae el amor y la misericordia del Señor.
La humildad de aquel pesebre en que está recostado el Niño nos está dejando una gran lección. Siendo Dios se hizo hombre y se hizo el último de todos para servirnos a todos. Es el camino nuevo que dará sentido a una nueva humanidad. Es el camino del amor y es el camino de la humildad, es el camino del que sabe hacerse el último y el servidor de todos porque esa será la grandeza del hombre nuevo que en Jesús ha de nacer.
No es el que viene desde arriba y desde un estadio superior se pone a decirnos como tenemos que hacer, sino que es el que se abaja y se hace el ultimo y lavando los pies a los demás nos está señalando con su propio hacer ese camino nuevo que tenemos que emprender.
Hoy es un día en que sentimos la tentación de decirnos bonitas palabras y expresarnos hermosos y buenos deseos los unos de los otros. Pero no son bonitas palabras y deseos lo que necesitamos sino ese compromiso serio de hacer que de verdad nos amemos, que no solo un día en el año nos encontremos las familias y los amigos sino que tenemos que aprender que la familia se construye día a día, que el encuentro de amistad no solo para ocasiones especiales sino que cada día tenemos que buscarnos para caminar juntos, sentirnos solidarios los unos con los otros y abrir nuestro corazón para que siempre todos puedan caber en él.
Sí, en este día nos felicitamos y eso está muy bien porque nos felicitamos porque Jesús ha nacido y nos trae la salvación y eso es gran motivo para que compartamos nuestra alegría haciendo felices a los demás. Pero creo que cuando hoy nos felicitemos de alguna manera le estemos diciendo al otro ‘te felicito, te deseo la felicidad porque te quiero llevar siempre en mi corazón’. Sí, tenemos que aprender a llevarnos en el corazón los unos a los otros porque eso significa que nos amamos y siempre procuraremos lo mejor mutuamente.
Hemos dicho muchas veces que deseamos que en Navidad Cristo nazca en nuestro corazón. Es cierto y tenemos que desearlo de verdad. Pero Cristo nacerá en nuestro corazón de verdad cuando seamos capaces de poner al hermano, a todo hermano en nuestro corazón. Así estaremos dándole cabida a Dios en nuestra vida y será auténtica Navidad. 

domingo, 24 de diciembre de 2017

No olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta

No olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1, 26-38

‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Ahí se revela el misterio a María en respuesta a sus preguntas. Ahí se nos revela el misterio que vamos a celebrar.
María se sintió sorprendida con la visita del ángel y sus palabras y sus anuncios. Ella era una mujer bueno, de una gran fe que ponía toda su confianza en el Señor, que alentaba en su corazón continuamente la esperanza de la venida del Mesías, pero se consideraba una mujer pequeña que vivía perdida en una de aquellas aldeas insignificantes de Galilea que nunca había tenido nombre. Lo que ahora escucha le sorprende y la deja anonadada pensando en que significado tenían aquellas palabras. Por eso cuando se le anuncia que va a tener un hijo que será grande y se llamará el Hijo del Altísimo no comprende y pregunta. Pero las palabras del ángel vendrán a corroborar todo lo dicho y le van a revelar el misterio, ante el que ella, disponible como estaba siempre para Dios, no sabe decir otra cosa que sí, que se cumpla la palabra y la voluntad del Señor.
Se le revela el misterio y se nos revela también a nosotros para que comprendamos bien lo que vamos a celebrar. No es cualquier cosa. No son simplemente unas fiestas donde nos deseamos los unos a los otros todo lo bueno del mundo. No son simplemente unos encuentros familiares o de los amigos. No es simplemente que digamos palabras bonitas y todos hablemos de paz y de amor, de alegría y de felicidad. Tenemos que ahondar en lo que está en la raíz de todo eso y que tiene que ser el verdadero motivo que muchas veces olvidamos o dejamos a un lado.
Es la visita de Dios a su pueblo. Es el Hijo de Dios que se encarna en María. Es el Espíritu Santo que está actuando en María y quiere también actuar en nosotros y en nuestro mundo. No es cualquier cosa. Es el misterio de Dios que se hace hombre, que se hace Emmanuel para ser Dios con nosotros. Es el misterio más grande porque es la encarnación de Dios en el seno de María por obra del Espíritu Santo y lo que va a nacer se llamará, es el Hijo de Dios hecho hombre. No lo podemos olvidar; no lo podemos poner en segundo plano.
Porque creemos en Jesús, el Hijo de Dios y nuestro Salvador y Redentor creemos que es posible todo eso bueno que ahora nos deseamos. Es que en el nacimiento del Hijo de Dios está la raíz de todo, porque ahí está nuestra salvación. Y nos olvidamos de la salvación, de que hemos sido redimidos para alcanzar el perdón de los pecados y de que con esa salvación que nos trae Jesús es por lo que es posible esa paz y ese amor, y ese mundo nuevo y mejor, y esa alegría y esa felicidad.
No es la alegría que podamos alimentar con unos sustitutivos, con unas copas que nos tomemos o una opípara comida que compartamos. Muchas veces parece que eso es lo único que nos da alegría, pero nos quedaríamos en una alegría superficial, caduca, que pronto se acaba cuando volvemos a la rutina de todos los días. Pobre sería una navidad así y es lo que muchos hacemos cuando no pensamos en lo que tiene que ser de verdad la raíz de todo.
No podemos vivir la Navidad de cualquier manera sin que deje huella en nosotros. Si la vivimos de una forma superficial, aunque hagamos mucha fiesta y nos intercambiemos muchos regalos, pasará la navidad y todos aquellos buenos deseos se quedarán en eso, en unos buenos deseos. Y eso  no es celebrar la Navidad. Le damos mucha importancia a todos los preparativos para la fiesta, pero nos olvidamos de lo que tiene que ser la razón verdadera de la fiesta que es el nacimiento del Señor.
Pensemos en toda la importancia que le damos a la cena familiar – y por supuesto no podemos negar que eso es bueno, pero  no es lo único que tendríamos que hacer - y la poca importancia que le damos a la celebración del nacimiento del Señor en la Eucaristía de esa noche, que es donde estamos celebrando en verdad el misterio de nuestra salvación. Nuestras iglesias se están quedando vacías en la nochebuena e incluso en algunos lugares está desapareciendo la Misa de esa noche porque los cristianos que tanto celebran la navidad ya no participan en ella.
Dicen que son los tiempos nuevos, pero ¿no tendríamos que decir que hay algo que nos está fallando en nuestra fe cuando no queremos celebrar nuestra fe en el modo más sublime que tenemos los cristianos de hacerlo que es en la Eucaristía? Claro, dicen, después de lo que se ha comido y se ha bebido cómo vamos a ir a Misa, mejor es seguir con la fiesta. Qué lástima que toda nuestra fiesta se quede en eso. Tengo que decirlo porque es lo que en verdad siento.