sábado, 11 de noviembre de 2017

La fidelidad en las cosas pequeñas es camino y el aprendizaje de la fidelidad en las cosas importantes de la vida


La fidelidad en las cosas pequeñas es camino y el aprendizaje de la fidelidad en las cosas importantes de la vida

Romanos 16,3-9.16.22-27; Sal 144; Lucas 16,9-15

Eso no tiene importancia, decimos tantas veces, es una minucia, tenemos que darle importancia a lo que de verdad merece la pena, tratamos de justificarnos. Pero para deslizarse por una pendiente que nos lleve a un gran peligro, solo es necesario ese primer resbalón donde nos parecía que no nos íbamos a caer, pero en la medida que nos vamos deslizando parece que la pendiente se hace mayor o es mayor la velocidad que vamos nosotros alcanzando de manera que al final no nos podemos detener.
La fidelidad no solo hemos de mostrarla en cosas grandes y extraordinarias, sino en esa pequeñeces de cada día. En esas cosas pequeñas al final nos damos cuenta de que nos cuesta más, porque quizá no ponemos la debida atención, porque no ponemos el esfuerzo de superación desde el principio, porque simplemente es un dejarnos ir y caemos en lo que todos hacen, nos deslizamos por la rutina sin poderlo remediar.
Y no son exageraciones mías, ni exigencias innecesarias; es el aprendizaje que nos hace fuertes y maduros, que nos ayudará a distinguir bien esas cosas importantes que luego nos pueden aparecer y estaremos preparados para afrontarlas. Recuerdo siempre lo que escuchaba de un hombre sabio y santo, la santidad no consiste en hacer grandes cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien las cosas pequeñas de cada día. Y eso quizá es lo costoso, pero lo que tendrá gran valor y donde apreciamos la grandeza y la madurez humana de las personas.
Hoy Jesús en el evangelio ante las reacciones de los discípulos y de los que le escuchan sobre lo que ha venido enseñando en las parábolas sobre el uso del dinero vendrá a decirnos que ‘el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado’. Y también viene a decirnos que en ese tema de los asuntos materiales tenemos que saber ser fieles y honrados. ‘Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará?’ 
La fidelidad de las cosas pequeñas, pero la fidelidad en cuantas responsabilidades tengamos en la vida. Nos dirá que no podemos convertir en un absoluto el dinero o las riquezas de la vida, porque uno solo es el Señor de nuestra vida y no podemos convertir lo material, las riquezas, el dinero en un dios al que adorar; y ya sabemos muy bien como se nos apega el dinero al corazón, como lo convertimos en dios y señor de nuestra vida.
Son, es cierto, medios humanos de los que tenemos que valernos en la adquisición de aquello que necesitamos para una vida digna y nuestro trabajo se ve retribuido de esa manera para que luego podamos valernos y tener lo necesario. Y en ello tenemos que ser fieles y responsables, pero nunca pueden ser un absoluto de nuestra existencia. Somos administradores de esos bienes, porque cuando Dios puso toda la riqueza de la creación en las manos del hombre, no era para el dominio o disfrute de uno solo, sino que era el bien de toda la humanidad. Esa fidelidad y responsabilidad se va a traducir en la justicia de nuestras acciones.
Ya nos lo dice claramente que no podemos servir a dos amos al mismo tiempo ‘porque aborrecerá al uno y amará al otro, o se dedicará al primero y no hará caso del segundo. Por eso, nos dice, no podéis servir a Dios y al dinero’.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Somos habilidosos en la vida para conseguir la satisfacción de nuestros intereses materiales pero no lo somos tanto para buscar los verdaderos valores que hagan un mundo mejor


Somos habilidosos en la vida para conseguir la satisfacción de nuestros intereses materiales pero no lo somos tanto para buscar los verdaderos valores que hagan un mundo mejor

Romanos 15,14-21; Sal 97; Lucas 16,1-8

Qué habilidosos somos en la vida cuando queremos conseguir algo que nos satisfaga o vaya bien a nuestros intereses. Somos capaces de darle vueltas y vueltas a las cosas hasta que encontremos ese resquicio por donde podamos entrar, ya sea porque queremos ganarnos la confianza de alguien para que nos facilite lo que deseamos, ya sea moviendo los hilos de lo que sucede para presentarlo a nuestro favor o para que podamos alcanzar aquello que deseamos.
Tenemos nuestras propias escalas de valores según nuestros intereses y hasta tenemos la tentación de saltarnos a la torera, como se suele decir, aquellos principios que en otro momento invocamos para manifestar la rectitud de nuestra vida. claro que cuando tenemos bien fundamentados nuestros principios y valores morales ya nada nos podrá mover y no andaremos con esos juegos que puedan convertirse un tanto peligrosos para nuestra propia integridad moral.
Pero así son las cosas de la vida, así vemos actuar a nuestro alrededor, y algunas veces pudiera parecer que los que queremos seguir el camino de Jesús por ese lado no andamos con tanta astucia y habilidad para luchar por lo bueno.
Los evangelios de san Lucas que venimos escuchando estos días en la liturgia creo que entre otras cosas – siempre podemos encontrar un amplio mensaje de vida en toda página del evangelio – nos están hablando de esa responsabilidad con que hemos de actuar en la vida, sabiendo que es un don de Dios, que somos unos administradores o gerentes de esa vida y esos valores que tenemos y un día hemos de rendir cuentas de lo que hemos hecho de nuestra vida. Es la actitud del autentico creyente que implica toda su vida en esa fe que profesa.
Hoy el evangelio nos habla de un administrador que ya de antemano decimos que era injusto. El amo le pedía cuentas de su administración y las cuentas parece que no iban por buen camino; se veía en la calle y sin tener donde trabajar, por eso se vale de sus artimañas para lograrse amigos con el dinero injusto para cuando se viera despedido. No es un ejemplo de rectitud y responsabilidad lo que nos propone Jesús.
Alguien quizás haciendo una lectura superficial de la parábola podría pensar que Jesús nos está proponiendo un mal ejemplo para nuestra vida en el actuar de aquel hombre. Jesús quiere solamente destacar como para nuestras cuestiones materiales o económicos somos demasiado listos, pero que en las cosas que verdaderamente importante no ponemos a juego todo nuestro ingenio. De ahí la sentencia con que termina la parábola  - ‘Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz’ – con lo que nos quiere dejar su mensaje.
Hablábamos antes de escalas de valores que hemos de tener en nuestra vida y como conforme a ello tendríamos que actuar. Lo que es verdaderamente importante es donde tendríamos que poner más empeño y por lo que tendríamos que luchar. Desde ahí tendríamos que ver qué lugar ocupa Dios en nuestra vida y lo que es el cumplimiento de su voluntad; qué lugar le damos al evangelio de Jesús como camino de nuestra verdadera salvación y si de verdad tratamos de empaparnos de sus valores; que lugar ocupa en nuestra vida todo lo que hace referencia nuestra relación con Dios y lo que son los valores espirituales; qué empeño ponemos en ser fieles de verdad en nuestro sentido cristiano de la vida sin dejarnos arrastrar por influencias que nos puedan venir de acá o de allá.
Avaloresí tendríamos que preguntarnos también qué valoración hacemos de la persona, de toda persona, y el respeto que a todos tenemos sin ningún tipo de discriminación; y tendríamos que seguir preguntándonos quizá muchas cosas en referencia a nuestro compromiso por la verdad y por la justicia, o cómo nos comprometemos de verdad por hacer que nuestro mundo sea mejor.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Por nuestra unión con Cristo, verdadero Templo de Dios, somos una cosa con El y en Cristo nos convertimos también en templo de Dios

Por nuestra unión con Cristo, verdadero Templo de Dios, somos una cosa con El y en Cristo nos convertimos también en templo de Dios

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3,9c-11.16-17; Juan 2,13-22
La liturgia de la Iglesia de Roma celebra hoy la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, que es la catedral del Roma y en consecuencia la sede del Obispo de Roma, es decir, del Papa. Es una fiesta litúrgica que está extendida a toda la Iglesia Católica, porque se considera la Iglesia madre de todas las Iglesias. Es importante para todo católico porque así se manifiesta nuestra comunión con el Obispo de Roma, que es el Vicario de Cristo para toda la Iglesia.
La Dedicación significa la consagración, es decir, el hacer que aquel templo se convierta para nosotros en un lugar sagrado que nos hace presente al Señor, porque en él nos reunimos los cristianos para la escucha de la Palabra y la celebración de nuestra fe en todos y cada uno de los sacramentos. Pero la celebración de esta consagración del templo nos quiere recordar mucho más.
El verdadero templo de Dios en medio de nosotros es Cristo. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se hizo hombre para ser nuestro salvador. Cristo es el templo, el altar y el sacrificio, podemos decir, porque por su entrega se ofreció al Padre, en el cumplimiento de su voluntad, para ser la salvación para toda la humanidad. Es en Cristo donde encontramos certeramente a Dios, porque ‘el que me ve a mi ve al Padre, el que me conoce, conoce al Padre’, que diría en la ultima cena a los discípulos; es Cristo el camino que nos lleva al Padre, como El mismo nos dice en el evangelio, porque ‘yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’.
Pero todo esto nos lleva a dar un paso más en nuestra consideración. Por nuestra unión con Cristo, somos una cosa con El, y en Cristo nos convertimos también nosotros en templo de Dios. ‘El que guarda mis mandamiento el Padre lo ama, y vendremos a El y haremos morada en El’, nos dice en el Evangelio. Por eso recordamos como en nuestra consagración bautismal – volvemos a la imagen del principio de la consagración del templo – hemos sido convertidos en morada de Dios y en templos del Espíritu Santo, como bien se expresa en la celebración del Bautismo.
Somos ese sagrario de Dios, ese templo del Espíritu, porque Dios mora en nosotros por la gracia. Por eso podemos ofrecer nuestros cuerpos y nuestra vida toda como ofrenda espiritual y agradable al Padre cuando hacemos su voluntad. Es por donde tiene que resplandecer la santidad de nuestra vida. Si fuéramos conscientes de esa presencia de Dios en nosotros seguro que con fuerza nos alejaríamos del pecado venciendo toda tentación. El Espíritu divino está en nosotros para ser nuestra fuerza. No olvidemos esa presencia de Dios que mora en nuestros corazones.
Recuerdo siempre la imagen de la que escuché hablar un día, de un hombre que cada mañana iba junto a la cuna de su hijo recién nacido y que ya había sido bautizado y se ponía de rodillas ante él; decía que estaba a adorando a Dios, porque tenia la certeza de la presencia de Dios en el alma pura de aquel niño recién bautizado en el que no podía haber nada de pecado. Así hemos de mantenernos purificados de todo pecado para sentir y gozar de esa presencia maravillosa de lo infinito, esa presencia de Dios en nuestro corazón.
Cuidamos nuestros templos, queremos tenerlos limpios y adornados, los rodeamos de bellas obras de arte y queremos poner lo mejor en ellos, porque decimos que todo eso es para Dios, cuya presencia recordamos en medio de aquellas paredes. ¿No tendríamos que hacer lo mismo en ese templo de Dios que somos nosotros y adornar y embellecer nuestra vida con nuestra santidad, con nuestras virtudes, con nuestro amor más exquisito?
Pero algo más, pensemos en el templo de Dios que son los hermanos que nos rodean, ¿no nos tendría que hacer pensar en el respeto con que hemos de tratar a toda persona y como todo lo mejor que le hagamos a esa persona es como si se lo estuviéramos haciendo a Dios? Ellos también son templo de Dios.
‘Todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos conmigo lo hicisteis’, nos dice Jesús.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

Caminamos queriendo seguir a Jesús con la cruz de nuestras debilidades y tropiezos, con la realidad que es nuestra propia vida y la del mundo que nos rodea


Caminamos queriendo seguir a Jesús con la cruz de nuestras debilidades y tropiezos, con la realidad que es nuestra propia vida y la del mundo que nos rodea

Romanos 13,8-10; Sal 111; Lucas 14,25.33

‘Mucha gente acompañaba a Jesús…’ nos dice el evangelista. Y Jesús de alguna manera detiene su marcha para hacerles pensar y reflexionar cómo habían de buscar lo que era verdaderamente importante, asumiendo la realidad de su propia vida en ese camino del seguimiento de Jesús.
No somos perfectos y por muy radicales que nos pongamos en la vida siempre nos afloran nuestras limitaciones y nuestros tropiezos. Algunos se creen perfectos, yo al menos así no me siento porque reconozco cuantas limitaciones hay en mi vida. Quisiera hacer y quisiera ser pero aparecen las sombras, las dudas, las limitaciones, los tropiezos porque estamos sujetos a muchas influencias por acá y por allá.
Pero no significa eso que no pueda seguir a Jesús. Lo que necesito es un deseo de superación, una voluntad de querer dar pasos, de corregir errores, de soñar con cosas nuevas, de poner altura de miras en la vida buscando ideales altos y grandes que aunque no llegue a conseguirlos en plenitud al menos algún escalón vamos logrando subir si continuamos en nuestro empeño de superación.
Primero nos dice Jesús que pongamos en su justo punto de mira lo que son esas realidades más cercanas a nosotros como pueden ser nuestra familia o las cosas que poseamos. No nos dice Jesús que no amemos a nuestra familia, sea mujer o marido, padres o hijos, hermanos o personas allegadas a nosotros. No suprime Jesús el cuarto mandamiento de la ley del Señor. Tenemos que amarlos y hacer por ellos todo lo que esté en nuestra mano, tenemos que vivir nuestra vida familiar que no podemos desatender, pero en medio de todo eso, como centro de verdad de nuestra vida está el Reino de Dios por el que optamos.
No quiere Jesús que opongamos la familia y los seres queridos con el Reino de Dios, ni mucho menos. En ellos y con ellos tenemos que construirlo, y ellos no podrán ser nunca un obstáculo para esa consecución del Reino en lo que estoy comprometido. Dios sigue siendo el centro de mi vida, el punto más alto de nuestro amor, pero también el motor de ese amor que tengo que vivir con los que me rodean.
Luego nos dirá Jesús que hemos de tomar nuestra cruz para seguirle. Algunas veces entramos en confusiones, porque pensamos que es una cruz nueva que tenemos que cargar sobre nuestros hombros y quizá buscamos sacrificios y penitencias que nos imponemos como si ese fuera el camino que nos está señalando Jesús.
Pero Jesús nos dice que tomemos y carguemos nuestra cruz, la nuestra, la que está por así decirlo en nuestra vida. ¿Cuál será esa cruz? Decíamos antes que queremos pero no podemos muchas veces porque tenemos nuestras limitaciones. ¿Por qué no pensar en que va por ahí lo que nos quiere decir?
Muchas veces nos cuesta aceptarnos, nos damos cuenta de nuestros defectos o de nuestros fallos, ahí están presentes en nuestra vida lo que son nuestras debilidades o nuestros tropiezos, ahí podemos pensar está nuestra buena o mala salud en ocasiones, ahí están los encontronazos que tenemos en tantas ocasiones con los demás, quizá por nuestro propio carácter, quizás porque no terminamos de entendernos, quizás también por la manera de ser de los otros que nos cuesta aceptar. ¿Por qué no pensar que esa es la cruz, la realidad de nuestra vida que tenemos que aceptar y asumir?
Con esos tropiezos queremos avanzar, con esas debilidades queremos seguir caminando aunque nos cuesta, con esas personas que están en nuestro entorno y que nos hacen sufrir o quizá nosotros también las hacemos sufrir en ocasiones tenemos que convivir, ahí en esa realidad de nuestra vida tenemos que ir construyendo el Reino.
Nos cuesta, tenemos que superarnos, tenemos que elevar nuestro espíritu, tenemos que vencernos  en esas cosas que desde dentro quizá nos atacan, tenemos que caminar a pesar de la debilidad de nuestro cuerpo… esa es la cruz con la que seguimos a Jesús. Es por ahí por donde tenemos que caminar, es ahí donde sentiremos también la mano del Señor que nos ayuda, que nos levanta el peso de esa cruz porque El siempre será nuestro cireneo. No nos faltará la gracia del Señor. Caminemos, sigamos al paso de Jesús considerando lo que es lo verdaderamente importante, sintiendo siempre su amor y su voz que nos llama, nos invita a seguirle.

martes, 7 de noviembre de 2017

El encuentro en torno a una mesa de amigos nos llena de alegría, nos hace revivir momentos vividos o soñar en un camino que se quiere seguir haciendo y es un signo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia

El encuentro en torno a una mesa de amigos nos llena de alegría, nos hace revivir momentos vividos o soñar en un camino que se quiere seguir haciendo y es un signo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia

Romanos 12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24

La experiencia que se suele de tener de una participación en una comida suele ser buena. Y no es porque simplemente busquemos ricos manjares, sino por el ambiente de cordialidad, de cercanía, de amistad que se suele vivir en esas ocasiones.
Ya sea una comida familiar donde se reúnen los hijos con los padres, se encuentran de nuevo los hermanos, participan también las nuevas generaciones que van surgiendo en los nietos y en todos los que van formando parte de la familia; ya sea en un encuentro de amigos y compañeros bien sea que habitualmente se vean y relacionen, o sea un motivo que se busca para reunirse de nuevo quienes por las circunstancias de la vida se encuentran mas alejados pero que vuelven a reencontrarse; ya sea entre compañeros de trabajo que en ocasiones especiales se reúnen desde la camarería que se vive en el lugar de trabajo, o ya sea por alguna efemérides especial de cualquiera de los participantes, cumpleaños, algún aniversario especial.
Es la alegría del encuentro, es el recuerdo de momentos vividos, es el sueño de un camino que se quiere seguir haciendo, es el cariño y la amistad compartida que no se apaga; se echan de menos los que faltan, los que no han podido participar, o se recuerda con cierta añoranza quizás a los que no han querido participar. Son momentos que nos llenan de vida, que nos dan fuerzas para seguir adelante, que nos hacen ver los pasos recorridos en la vida; son muchas las sensaciones hermosas que se pueden sentir.
Por eso quizá en el evangelio veremos que con frecuencia Jesús para hablarnos del Reino de Dios nos presenta la imagen de un banquete, en la forma que sea, una boda, el reencuentro del hijo perdido, la alegría por el encuentro con Jesús, las invitaciones de los que aprecian a Jesús y lo acogen en sus casas, la gratitud por las maravillas que ven realizar a Jesús, son algunos de los momentos que vemos reflejados en el evangelio.
Y Jesús nos propondrá parábolas en las que nos indicará como todos estamos invitados a ese banquete, a ser capaces de dar en la vida de esas señales del Reino de Dios que se nos manifiestan en los valores que apreciamos en un banquete. Pero en las parábolas de Jesús, como la que hoy se nos propone con el evangelio de san Lucas también nos refleja la actitud y la respuesta negativa que nosotros manifestamos o damos en ocasiones.
Sabían bien lo que podía significar aquel banquete que el rey ofrecía con motivo de la boda de su hijo, pero vemos como muchos invitados rehúsan de alguna manera a participar en dicha comida. Se van a sus cosas, pretenden pensar que en otras cosas y lugares podrían pasarlo mejor, no quieren aceptar la generosidad de quien les ofrece la oportunidad de vivir momentos buenos y agradables. Se van a sus cosas, ofrecen disculpas carentes de sentido y de valor.
Nos está retratando. Sabemos bien de toda la bondad que significa vivir en los valores que nos ofrece Jesús en el Reino de Dios. Muchas veces, en muchas ocasiones hemos saboreado en la vida todas esas cosas buenas de la amistad, de la cordialidad, de la cercanía de los demás, del camino de felicidad por el que nos lleva Jesús cuando en verdad queremos escucharle y poner en práctica su palabra. Pero preferimos nuestros caminos, nuestra manera de hacer las cosas, nuestras ambiciones personales que nos absorben el sentido para no hacernos ver lo que verdaderamente es bello y bueno, nuestros egoísmos y endiosamientos para no bajarnos de nuestros pedestales, o porque no queremos compartir con los demás lo bueno que puede haber en nuestra vida.
Pero de una cosa estamos seguros, el Señor sigue llamándonos, sigue buscándonos por todos los caminos y por todas las plazas de la vida donde nos hayamos dispersado, el Señor sigue con las puertas abiertas para que entremos a su banquete, para que formemos parte de ese Reino de Dios. Y nos dice también ‘dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios’.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Dejémonos sorprender por las palabras de Jesús para que aprendamos a tener una mirada nueva hacia los demás y se despierte nuestra más auténtica solidaridad

Dejémonos sorprender por las palabras de Jesús para que aprendamos a tener una mirada nueva hacia los demás y se despierte nuestra más auténtica solidaridad

Romanos 11,29-36; Sal 68; Lucas 14,12-14

Nos hemos ido creando una serie de conveniencias en nuestra vida social que aunque las hacemos y quedamos bien con ello sin embargo pudiera sucedernos que son como normas que nos atan y nos esclavizan y aunque las realicemos no siempre allá en lo más hondo de nosotros mismos somos todo lo sincero que deberíamos. Es más, pudiera sucedernos que en nuestras relaciones sociales estemos en algo así como una compraventa de nuestras generosidades y buenos gestos.
Tu me invitas a mi y no me siento obligado a tener que invitarte a ti y no ser menos en mi generosidad sino que no solo he de quedar bien sino que incluso querré quedar por encima del otro con mi generosidad. Claro que si alguien nunca me invita a mi o corresponde a mis invitaciones poco menos que lo borraré de la lista y en la próxima ocasión ya me lo pensaré mucho en lo que voy a hacer en mi iniciativa. Normas y conveniencias sociales que nos hemos creado, que nos hacen poner buena cara siempre, pero que no siempre realizamos con total sinceridad y generosidad.
Jesús hoy en el evangelio viene a romper moldes. Resultarían chocantes e inquietantes las palabras de Jesús en aquella ocasión. Jesús también era uno de los invitados. Pero allí estaba la gente principal de la ciudad y los amigos y personas más cercanas del personaje que daba el banquete. Y resuenan de una manera especial produciendo quizá inquietudes en el corazón de algunos aunque otros vete a ver cómo se las tomaron. Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado’, les dice Jesús. Pero añade: ‘Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos’.
Seguro que se produjo un silencio desconcertante. Aquellas palabras no las esperaban. Quizá nosotros nos hayamos acostumbrado a oírlas, como nos sucede en general todo el evangelio. La costumbre nos hace entrar en rutina, dejar de ver la intensidad de las cosas, dejamos de sorprendernos y ya no son buena nueva para nosotros. Es lo que tenemos que cuidar cuando escuchamos el evangelio, decirnos que eso ya me lo sé.
Dejémonos sorprender para aprender a abrir los ojos y mirar con mirada nueva. Vamos por la vida tan entretenidos en nuestros pensamientos de siempre, en nuestros sueños o ambiciones persales, en esos pequeños problemillas que nos pueden ir apareciendo en la rutina de cada día que no somos capaces de ver las personas con las que nos cruzamos, o tenemos una mirada tan superficial que no nos damos cuenta de sus problemas, de su angustias, de sus sueños o de sus carencias y necesidades. Si abriéramos bien los ojos y fijáramos la mirada en esas personas con las que nos cruzamos seguro que las veríamos de otra manera y nuestro corazón se sensibilizaría de forma distinta.
Escuchemos esta palabra de Jesús con el corazón bien abierto para que se nos abran los ojos de la vida y comencemos a actuar más con el espíritu del evangelio, de una manera nueva. Se despertará nuestra solidaridad, comenzaremos a ser más justos con los demás, sentiremos la mayor satisfacción en el corazón.

domingo, 5 de noviembre de 2017

No nos dejemos tentar por la vanidad o la búsqueda de reconocimientos sino con humildad hagamos el bien para que todos puedan reconocer la gloria del Señor

No nos dejemos tentar por la vanidad o la búsqueda de reconocimientos sino con humildad hagamos el bien para que todos puedan reconocer la gloria del Señor

Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Sal 130; 1Tesalonicenses 2, 7b-9. 13; Mateo 23, 1-12

Mala cosa sería que quien tiene la misión de enseñar, su vida marchara por otros derroteros de las cosas que enseña. Sería una incongruencia y el contra testimonio que daría con lo que hace de su vida anularía por completo la autoridad de su enseñanza. Las mejores lecciones no las damos con nuestras palabras sino con el testimonio de nuestra vida. Muchas cosas podríamos decir en consecuencia para el testimonio que todo cristiano que ha de dar con su vida de la fe que profesa.
Es lo que Jesús denuncia hoy en los maestros de la ley de Israel que podían enseñar cosas muy ciertas, pero que luego ellos no eran capaces de poner en práctica en su vida. ‘Haced lo que os digan pero no hagáis lo que ellos hacen’ previene Jesús a las gentes que lo escuchan.
Y Jesús nos habla del camino de rectitud y honradez en el que hemos de vivir siendo en verdad congruentes con nuestra vida. Pero además nos enseña caminos de humildad y de sencillez. Si en todo cristiano ha de resplandecer el amor y como consecuencia el espíritu de servicio, de qué manera ha de brillar ese amor y ese espíritu de servicio en aquellos que tienen la misión de servir a la comunidad desde el ministerio, nos viene a decir.
Denuncia Jesús a los que quieren manifestar su autoridad no por la rectitud de sus vidas y el espíritu de servicio, sino desde la ostentación y la vanidad. Cuanto nos tienta continuamente la vanidad, la búsqueda de reconocimientos, las alabanzas y que nos digan lo bueno que somos. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros’. No es ese el estilo del que sigue el camino de Jesús.
Ya nos dirá en otra ocasión que busquemos los últimos puestos, que aprendamos a pasar desapercibidos, que vivamos con espíritu de humildad y de servicio.  Nos dirá en otro momento del evangelio que nosotros no podemos manifestar en el espíritu del mundo, de los que quieren aparecer como poderosos y se imponen a los demás. Hoy nos dirá incluso que no nos dejemos llamar maestros, ni padre, ni consejero como una manifestación de autoridad. Nuestro maestro es el Señor, nuestro Padre es Dios y es el Espíritu de Dios el que nos inspira en el corazón lo mejor.
Si tenemos que prestar un servicio porque tenemos que ayudar a los demás desde nuestros conocimientos lo tenemos que hacer siempre desde ese espíritu de servicio, de quien se pone a disposición de los demás, comparte lo que es su vida y camina al lado del hermano para hacer juntos el camino ayudándonos mutuamente. Caminando así podrán reconocer, sí, lo bueno que hagamos pero no para darnos gloria a nosotros sino para cantar la gloria del Señor.
Por eso concluirá diciéndonos hoy Jesús: ‘El primero entre vosotros será vuestro servidor’. Cuántas veces nos lo repite Jesús en el Evangelio. A los discípulos les costaba entenderlo. A nosotros nos cuesta entenderlo y realizarlo. Los discípulos lo hemos visto en otros momentos del evangelio discutían entre ellos quien iba a ser el primero y el más importante; recordemos cuando Jesús les pone un niño en medio de ellos para enseñarnos a acoger y a servir. Nosotros andamos también muchas veces encandilándonos con nuestras vanidades, y lo peor es cuando hasta en el seno de nuestras comunidades cristianas vemos luchas de intereses, manipulaciones, carrerismos, ganas de influir en los demás, cosas que se realizan de manera incongruente y poco sincera por miedo quizá a perder poder o influencia…
Mucho  nos dice el evangelio y muchas cosas tenemos que revisarnos en nuestro interior y en la vida de nuestras comunidades. Lejos de nosotros esas ostentaciones y esos brillos de poder. Es el espíritu humilde el que nos engrandece de verdad. Por eso nos dice Jesús ‘el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Recordemos como lo canta María en el Magnificat – ‘derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos’ -, pero cómo era el espíritu de servicio de María la que se llamaba a si misma ‘la esclava del Señor’ aunque reconociera que el Señor se fijó en su pequeñez realizando en ella obras maravillosas.