sábado, 7 de octubre de 2017

Rezar el rosario a María es entretejer la vida en el misterio de Cristo con los ojos de María

Rezar el rosario a María es entretejer la vida en el misterio de Cristo con los ojos de María

Hechos 1, 12-14; Sal.: Lc 1, 46-55; Lucas 1, 26-38

No podemos comprender debidamente toda la grandeza y todo el misterio de María si no es desde el Misterio de Cristo. Ahí está su lugar y ahí está su grandeza. Es la Madre de Jesús, es la Madre de Dios. Dios que se fijó en ella desde toda la eternidad la hizo grande porque quiso hacerla la Madre de Dios. Y entonces la llenó de todas las gracias; por eso el ángel la llamará la llena de gracia, la que ha encontrado gracia ante Dios. Maria, es la llena de Dios, inundada por el Espíritu de tal manera que el fruto de sus entrañas sería el Hijo del Altísimo.
Pero en todo ese misterio de Dios que se desborda en María con toda su gracia está la colaboración del hombre, del ser humano. Y es que María se dejó hacer por Dios; ella fue siempre la disponible para Dios, la que en todo momento supo abrir su corazón a Dios con total disponibilidad, dispuesta siempre al servicio y al amor, dispuesta a dejarse conducir por Dios, dispuesta siempre a plantar la Palabra de Dios en su corazón y hacerla vida, por eso rumiaba en su interior cuanto acontecía para descubrir el misterio de Dios; guardaba todo en su corazón, que nos dice el Evangelio.
Cuando vamos, entonces, nosotros a María es porque queremos ir a Dios y de ella queremos aprender los caminos, de su generosidad, de su disponibilidad, de su espíritu de servicio, de su amor, de su acogida a la Palabra de Dios, de la apertura de su corazón a Dios. Ella siempre nos hará referencia a Dios, al misterio de Cristo. Ella nos conducirá a Dios, señalándonos el camino que no es otro que Cristo mismo. ‘Haced lo que El os diga’, nos dice a nosotros también como le decía a los sirvientes de las bodas de Caná.
Entonces nosotros con la mirada de María miraremos el misterio de Dios; son los ojos de la madre y son los ojos del amor; es la mirada de la fe, es la mirada que nos ayudará a comprender mejor el misterio de Cristo. Ella que lo guardaba todo en su corazón, como recordábamos, a través de todo ese misterio de Cristo guardado en su corazón nos mira a nosotros y nos enseña a mirar nosotros también la vida y el mundo que nos rodea.
Mirad eso es lo que hacemos cuando rezamos con todo sentido el rosario. Es cierto que es un ir desgranando avemarías como piropos a María, pero tenemos que tener como cristalino de nuestros ojos la mirada de María, que no es otra que el propio misterio de Cristo que ella ha guardado en su corazón.
Por eso mientras vamos desgranando ese puñado de avemarías vamos al mismo tiempo contemplando el misterio de Cristo con los ojos de María, la que guardaba, repito, todo en su corazón. Y si con nuestras avemarías vamos presentándole peticiones a María para que interceda por nosotros ahí estamos poniendo también todo ese misterio de salvación que queremos que llegue a todos los hombres.
Serán los gozos del misterio de Cristo con los gozos y las alegrías de cuantos nos rodean, será el dolor y sufrimiento de la pascua redentora de Cristo que ponemos al lado del dolor de cuantos sufren a nuestro lado o incluso nuestro propio sufrimiento.
Serán los tiempos nuevos de la resurrección y de la plenitud que en Cristo contemplamos con toda esperanza, donde queremos poner también nuestras esperanzas de un mundo de plenitud que solo en Dios podremos alcanzar, pero también las ilusiones y esperanzas por un mundo nuevo que ahora vayamos contrayendo y en lo que nos sentimos comprometidos que con la ayuda de la intercesión de María esperamos que un día podamos realizar.
Hoy estamos celebrando a María en esta hermosa advocación del Rosario queriendo aprender de ella para nuestra oración. Con el Rosario lo hacemos y como todo lo que hacemos con María siempre lo haremos en la contemplación del Misterio de Cristo.
Rezar el santo Rosario
no solo es hacer memoria
del gozo, el dolor, la gloria,
de Nazaret al Calvario.
Es el fiel itinerario
de una realidad vivida,
y quedará entretejida,
siguiendo al Cristo gozoso,
crucificado y glorioso,
en el Rosario, la vida.

viernes, 6 de octubre de 2017

Seamos agradecidos a tanto amor del Señor que de tantas maneras se ha desbordado en nuestra vida y correspondamos con las obras de nuestro amor


Seamos agradecidos a tanto amor del Señor que de tantas maneras se ha desbordado en nuestra vida y correspondamos con las obras de nuestro amor

Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16

¡Qué desagradecido! Con todo lo que han hecho por él. Así reaccionamos cuando vemos gestos de deslealtad, de desagradecimiento en alguien que, quizá por su necesidad, han hecho mucho por él, pero luego no sabe corresponder. Y no es solamente decir la palabra ‘gracias’, que pareciera que algunas veces cuesta no solo pronunciar sino tenerla como actitud en la vida, sino que las muestras que se dan es como si no sirviera para nada aquello que se ha hecho por esa persona porque sus actitudes y posturas no solo van por otro lado sino que muchas veces se ponen en contra. Lo menos que se le pidiera es que al menos por lealtad no se pusiera a hacer la guerra por su cuenta y en contra.
Pero bueno, ¡cuidado!, que nos es muy fácil juzgar lo que vemos o nos parece ver en los demás, pero que quizá no somos capaces de verlo en nosotros mismos. Tenemos que confesar que no siempre correspondemos al bien que nos hacen. Y no es que yo dé porque tu me diste antes, parecería un intercambio comercial lo bueno que hacemos, pero si es bueno corresponder y necesario saber expresar nuestra gratitud con las actitudes de nuestra vida. Y muchas veces, lo reconocemos, no correspondemos debidamente en nuestras mutuas relaciones, empezando por la misma familia, y luego en todo el ámbito de amistades y gente con la que convivimos de quienes, si somos sinceros, recibimos muchas cosas buenas.
Esto nos lo tendríamos que plantear también de nuestra relación con Dios. ¿Cómo correspondemos a cuanto recibimos de Dios empezando por el don de la vida misma? Es en lo que nos hace pensar lo que escuchamos hoy en el evangelio; la queja, podríamos decir, dolorosa de Jesús contra aquellas ciudades de Galilea donde se había prodigado en sus obras y en sus enseñanzas. Aparece así la debilidad del hombre, pero también el orgullo del que llenamos nuestro corazón para no saber o no querer reconocer las obras de Dios.
Jesús les habla de las enseñanzas, de los milagros, de todo cuanto bueno ha hecho en aquellas ciudades. Cada uno tendríamos que pensar en nosotros mismos para humildemente saber reconocer ese paso y esa presencia de Dios por nuestra vida de tantas maneras. Cada uno ha de pensar en lo que ha sido su experiencia religiosa a través de su vida, desde su niñez, en su juventud, en tantos aspectos de nuestra vida. Seguro que sin con sinceridad miramos nuestra vida tenemos experiencias hermosas que recordar. Momentos quizá que nos motivaron y fueron motor de nuestra vida, pero que luego quizá olvidamos porque nos vemos envueltos en tantas cosas que nos atraen por aquí y por allá que dejamos a un lado a Dios.
Pensemos en esa Palabra de Dios que tantas veces hemos escuchado y que ha llegado a nosotros a través de tantas personas o tantos acontecimientos. Han sido esos profetas, esos hombres de Dios, esos Ángeles del Señor, esos signos de la presencia y de la llamada del Señor que ha llegado a nosotros. ¿Cómo hemos respondido? ¿Acaso la hemos olvidado?
Seamos agradecidos a tanto amor del Señor que de tantas maneras se ha desbordado en nuestra vida.

jueves, 5 de octubre de 2017

Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo

Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo

Deum. 8, 7-18; Sal.: 1Cro 29, 10; 2Cor. 5, 17-21; Mt. 7, 7-11
‘Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo’. Este versículo tomado del salmo 89 podría expresar muy bien el sentido de la feria que en este día se celebra en la Iglesia. Son las témporas de acción de gracias y petición.
En cierto modo la vida del hombre y el ritmo de sus actividades van girando en torno al devenir de la naturaleza que cada año tiene sus ciclos y sus ritmos que nosotros llamamos estaciones, estaciones meteorológicas.
Sobre todo en nuestro hemisferio norte hemos concluido con los rigores de los calores del verano y hemos entrado en nuevo ciclo que es el otoño. Pero de alguna manera las actividades de la vida giran en torno a esto. Por una parte en las actividades agrícolas se acaba un ciclo con la finalización de la recolección de las cosechas entrando la tierra en una época de cierto reposo y de pronta preparación para un nuevo ritmo de siembras y de diversas actividades.
Pero también en nuestra vida laboral y social ha habido un cambio pues el verano ha servido para una gran parte de nuestras gentes tener su tiempo de descanso y de vacaciones, incrementadote incluso en esa época los tiempos de fiestas y de jolgorio; ha vuelto la actividad normal para la mayoría y los dedicados al estudio, también nuestros niños y adolescentes reinician sus cursos escolares y su actividad.
Un final y un principio, unos frutos recogidos y un descanso merecido y un reinicio de actividad en todos los ámbitos y sentidos. Y es en este momento en el que la liturgia nos ofrece estas temperas de acción de gracias y de petición.
El creyente centra su vida en Dios. De Dios espera su bendición y su gracia. Siente que este mundo es una creación del poder de Dios y Dios sigue siendo el alma de toda la existencia. Sentimos que la vida nos viene de Dios y como salidos de sus manos recibimos todos los frutos que en la vida podemos cosechar. Es quien ha puesto en el hombre esa capacidad de su inteligencia y de su trabajo y ese mundo por el creado ha sido puesto en nuestra manos para que nosotros con nuestro esfuerzo continuemos su obra.
Por eso tenemos que ser agradecidos de ese don de Dios y de cuanto recibimos de sus manos igual que de la misión que nos ha confiado para que desarrollemos ese mundo que sea para el bien de todos, de toda la humanidad. Hemos de cuidar ese mundo, esa naturaleza, esa vida que en él encontramos porque sabemos además que no solo es para nuestro bien personal sino que tiene que redundar en el bien de todos los hombres. De ahí la responsabilidad que hemos de tomarnos la vida, con que hemos de tratar ese mundo, de cómo hemos de desarrollarlo desde nuestra inteligencia y nuestras capacidades con las que nos hacemos semejantes a Dios, tal como El quiso crearnos.
Damos gracias en este final de ciclo por cuanto en el año y en toda nuestra vida hemos recibido reflejado también en esos frutos de nuestros trabajos, pero al mismo tiempo pedimos su bendición para ese trabajo que ahora reiniciamos. Queremos hacerlo siempre para su gloria, queremos realizarlo contando siempre con su gracia, queremos hacer que nuestro mundo sea mejor, queremos poner verdadera humanidad en cuanto hacemos y para ello pedimos la gracia del Señor, queremos contar con la gracia del Señor. Así sentiremos el gozo de Dios en nuestro corazón.
‘Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos y toda nuestra vida será alegría y júbilo’, decíamos al principio. Que sea nuestra oración y que sea nuestra acción de gracias. ‘Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos bendiga y nos conceda su paz’.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Ser cristiano para seguir a Jesús no es cualquier cosa y no lo podemos hacer motivados por el entusiasmo de un momento sino conociendo bien sus exigencias


Ser cristiano para seguir a Jesús no es cualquier cosa y no lo podemos hacer motivados por el entusiasmo de un momento sino conociendo bien sus exigencias

 Nehemías 2,1-8; Sal 136; Lucas 9,57-62

Nos sucede que en ocasiones actuamos movidos por el entusiasmo de un momento. Por supuesto que es bueno poner entusiasmo en lo que hacemos y tener ilusiones y sueños en la vida porque al menos significa que tenemos esperanzas, que ansiamos y deseamos algo mejor por lo que nos gustaría luchar. Pero actuar siempre solo desde esa motivación del entusiasmo momentáneo nos puede conducir a desencantos y desilusiones cuando se nos apague ese flash que en un momento determinado nos hizo ver las cosas demasiado bellas en nuestros sueños.
Seguro que conocemos en nuestro entorno más de uno que parece que se va a comer el mundo en un momento determinado después de alguna grata experiencia, pero que poco a poco se fue desinflando cuando en la realidad de la vida vio que las dificultades no desaparecían sino que más parecía que cada vez eran mayores.
Soñar es bueno y hasta es necesario, pero al mismo tiempo tenemos que poner los pies sobra la tierra que pisamos para ver bien las posibilidades, o estudiar detenidamente si merece la pena entusiasmarnos por aquello porque realmente va a ser algo permanente en la vida. Es necesario ver bien nuestras capacidades, hacer un buen análisis de nuestra vida y nuestras cualidades, ver a lo que nos comprometemos y si vamos a contar con la fuerza para llevarlo adelante con constancia. No nos podemos tomar las cosas a la ligera, o actuar solo desde un ‘pronto’ momentáneo.
Hoy el evangelio nos habla de tres individuos que querían seguir a Jesús o a los que Jesús invitaba a seguirle. Con entusiasmo parece que quieren estar con Jesús y seguirle, pero por una parte Jesús les hace ver la realidad y también sus exigencias. Ni pueden ir a seguir a Jesús buscando seguridades para su vida, porque el seguimiento de Jesús tiene unas exigencias, por ejemplo de austeridad, ni puede ser un querer nada a dos aguas, para seguirle y estar con él cuando les conviene y cuando aparecen en la vida otras cosas que nos atraigan hacer como apartados estancos para seguir por su cuenta su camino.
A uno le habla de la austeridad con que ha de vivir porque el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. ¿Seremos capaces de ese desprendimiento y de esa pobreza y austeridad de vida? Ni seguridades ni apariencias, ni conatos de poder y ostentación, sino siempre espíritu de desprendimiento y de servicio para saber hacerse el ultimo y el servidor de todos. Y se podrían recordar otros textos del evangelio en este mismo sentido. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a ser el servidor de todos.
Cuando nos disponemos a erguir a Jesús tenemos que hacerlo con toda la radicalidad de nuestra vida. No valen seguimientos a medias. Por eso a los otros les habla de que los muertos entierren a sus muertos y que el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no vale para el Reino de Dios. No podemos seguir apeteciendo las sombras de la muerte, no podemos seguir añorando otros tiempos y otros momentos, no podemos estar mirando atrás con el desconsuelo de lo que dejamos.
No vamos a seguir a Jesús solo por el entusiasmo de un momento de fervor, porque luego nos vienen los cansancios, los recuerdos, la huella que quedo en nuestra alma de aquello que vivíamos y podíamos seguir añorando, la búsqueda de seguridades o de reconocimiento de lo que hacemos. Seguir a Jesús implica y complica mucho nuestra vida, por eso tenemos que estar bien seguros del paso que damos cuando decimos que queremos seguirle y ser sus discípulos. Ser cristiano no es cualquier cosa.

martes, 3 de octubre de 2017

Nuestra tarea es construir no destruir, por eso pongamos los cimientos del amor para que nuestras reacciones estén alejadas de toda violencia y orgullo

Nuestra tarea es construir no destruir, por eso pongamos los cimientos del amor para que nuestras reacciones estén alejadas de toda violencia y orgullo

Zacarías 8,20-23; Sal 86; Lucas 9,51-56
¿Cómo reaccionamos cuando ponemos mucho empeño en conseguir o realizar algo pero encontramos una fuerte oposición que nos echa abajo todos nuestros planes? Es cierto que no todos reaccionamos de la misma manera. Habrá quien se resigne pasivamente y desista de luchar por aquello que desea, como habrá quien sea paciente y perseverante y se mantenga alerta y vigilante buscando nuevas formas nuevos caminos para conseguirlo.
Pero bien sabemos que no siempre reaccionamos de buenas maneras sino que muchas veces reaccionamos con violencia que puede manifestarse de muchas maneras, protestando airadamente, tratando de destruir con nuestras palabras y quizá con nuestras acciones a quienes tratan de oponerse; queremos resolver con la violencia aquello que no podemos conseguir de buenas maneras y eso lo vemos en muchos aspectos de la vida y en muchas cosas que suceden en nuestra sociedad.
Cosas así van manifestando nuestra madurez humana y también el sentido cristiano que le damos a la vida a la hora de enfrentarnos a problemas y dificultades. El hombre maduro reflexiona, sabe buscar cauces y caminos de rectitud y responsabilidad para afrontar las cosas, no pierde la serenidad ni el buen espíritu ni la paz en su alma. No es fácil, sobre todo para quienes tienen un carácter más impulsivo, quienes quieren conseguir todo a la primera, pero es ahí donde tiene que irse manifestando de verdad nuestra madurez humana.
También decíamos se manifiesta nuestro sentido cristiano y como nos hemos dejado impregnar por el espíritu de Cristo que siempre será de paz y nunca de violencia, siempre será por los caminos de la sencillez y de la humildad y nunca dejándonos arrastrar por nuestros orgullos ni por la ira. Algo en lo que tenemos que ir aprendiendo, ejercitándonos, tratando de superar obstáculos pero también los impulsos de nuestro carácter, creciendo más y más como personas y como seguidores de Jesús.
Jesús había tomado la decisión de subir a Jerusalén. Sabía que llegaba el tiempo de su Pascua; así lo había ido anunciando a sus discípulos y lo repetiría por el camino. En esta ocasión había decidido atravesar a través de Samaría. Y ya conocemos que los samaritanos y los judíos no se entendían, y no aceptaban a los que subían a Jerusalén por aquel camino. Han de pernoctar en algún lugar y Jesús les pide a sus discípulos que busquen algún hospedaje, pero son rechazados. Algunos de los discípulos reaccionan de mala manera.
Aunque no terminaban de entender el por qué de Jesús quería subir a Jerusalén en aquella ocasión, sin embargo su amor por Jesús era grande y el que Jesús fuera rechazado por alguien era algo que les sentaba mal. ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?’ Santiago y Juan se llevarían el apellido de hijos de trueno a causa de su carácter tan impulsivo. Pero no es ese el camino de Jesús. No ha venido para destruir sino para salvar.
¿Cuál es nuestra tarea? ¿Destruir o construir? Nuestro carácter impulsivo, nuestra manera de actuar, el dejarnos llevar por resentimientos y rencores, la envidia que tantas veces nos corroe por dentro cuando vemos que a otros le van las cosas bien, el orgullo herido porque somos rechazados y humillados, nos vuelve tantas veces destructivos. Pero nuestra tarea es construir, por eso pongamos siempre los cimientos del amor en nuestra vida y nuestras reacciones serán bien distintas.

lunes, 2 de octubre de 2017

Ángeles de Dios que nos protegen, nos hacen sentir allá en nuestro corazón los deseos del bien, la repulsa de lo malo y del pecado y nos libran de los peligros en la vida

Ángeles de Dios que nos protegen, nos hacen sentir allá en nuestro corazón los deseos del bien, la repulsa de lo malo y del pecado y nos libran de los peligros en la vida

Éxodo 23, 20-23ª; Sal 90; Mateo 18, 1-5- 10
‘A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en sus caminos’. Quizá en principio estas palabras simplemente nos recuerden los argumentos con que el diablo tentaba a Jesús cuando le pedía que se tirara del pináculo del templo abajo porque nada le pasaría. No olvidemos que el tentador estaba tratando de argumentarle con palabras propias de la Escritura. Ya lo hemos de tener en cuenta en las tentaciones que sufrimos que nos vienen envueltas en apariencias de bien, lo decimos como en un paréntesis pero que también es importante. Pero siguiendo con lo que comentamos esas palabras es con las que Dios prometía acompañar a Moisés y su pueblo en el camino del desierto hacia la tierra prometida.
Pero bien podemos recordar estas palabras, como lo hace la liturgia de este día en que celebramos a los santos Ángeles Custodios, como el signo y la señal de que Dios nos acompaña en nuestro caminar y para eso junto a nosotros el ángel del Señor nos recuerda esa presencia divina.
Los que somos mayores recordamos como nos enseñaban desde pequeños a rezar en la noche invocando la presencia del ángel custodio que velaba nuestro sueño. No sé si hoy se enseñará algo de eso a nuestros niños, pero creo que es algo que no podemos dejar de lado. Dios ha querido hacernos sentir su presencia, su gracia y su fuerza con el santo ángel que acompaña nuestra vida. Nos inspira lo bueno, nos recuerda lo malo de lo que hemos de apartarnos, nos impulsa al bien; allá en lo hondo de nuestra conciencia lo sentimos si tenemos la mínima sensibilidad espiritual.
Ya sé que a las gentes de nuestro tiempo le gusta más pensar en las buenas ‘vibras’ que podamos tener, o  no sé cuantas cosas nos inventamos para decir que estamos o no estamos en buena onda. Quizá hasta nos podamos atrever a hablar del espíritu de nuestros muertos que está ahí en el aire o no sé donde para acompañarnos o recordarnos cosas. Unos espiritismos que no sé de donde aparecen pero que tienen ciertos resabios paganos bien ajenos a lo que tendría que ser nuestro sentir cristiano.
Cuanto nos cuesta tener una verdadera espiritualidad que hunda de verdad sus raíces en Dios al que tenemos que saber buscar y que quiere hacerse presente en nosotros y en nuestra vida para ser nuestra verdadera fuerza para nuestro caminar. Recientemente hemos comentado cómo, en la Escritura nos aparece repetidas veces, Dios se hace presente junto a los hombres en el ángel del Señor que se les manifiesta. Algo de eso decíamos en la fiesta de los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Dios se hace presente en nosotros por medio de sus ángeles.
Es lo que hoy estamos celebrando en la fiesta de los santos Ángeles Custodios. ‘El ángel del Señor acampa junto a sus fieles y los protege’, rezamos en los salmos. O podemos recordar aquel ángel con un incensario de oro que estaba junto al altar, como nos dice el Apocalipsis, para que junto al humo aromatizado de aquel incensario subieran por mano de su ángel las oraciones de los santos. De ello le hablaba también el arcángel Rafael a Tobías, diciéndole que su misión era presentar ante el trono de Dios sus oraciones.
Son los Ángeles de Dios que nos protegen, que nos hacen sentir allá en nuestro corazón los deseos del bien, la repulsa de lo malo y del pecado y nos libran de tantos peligros en la vida. Casualidades decimos en ocasiones sobre cosas que nos suceden, suerte o como dicen ahora buena ‘vibra’, el azar o no sé que cosas podemos pensar, pero ¿por qué no pensar en el ángel del Señor que custodia nuestra vida y nos trae la gracia del Señor? Ellos que están siempre contemplando el rostro de Dios nos hacen brillar la luz del rostro divino sobre nosotros para protegernos de mal. No infantilicemos la imagen del ángel custodio, porque no solo en nuestra niñez sino en toda nuestra vida está siempre acompañándonos. 

domingo, 1 de octubre de 2017

Necesitamos autenticidad en la vida para llegar a tener en nosotros los sentimientos propios de quien sigue en verdad el evangelio de Jesús

Necesitamos autenticidad en la vida para llegar a tener en nosotros los sentimientos propios de quien sigue en verdad el evangelio de Jesús

Ezequiel 18, 25-28; Sal 24; Filipenses 2, 1-11; Mateo 21, 28-32

Incongruencias de la vida; estamos demasiado llenos de incongruencias, de falta de autenticidad y sinceridad no solo en las palabras sino en la vida misma. Decimos prometemos, tenemos bonitas palabras que luego no se corresponden con lo que hacemos.
Nos sentimos defraudados tantas veces de lo que vemos en los demás, de esa falta de autenticidad. Demasiada vanidad, demasiado buscar bonitas apariencias pero luego en nuestro interior no somos como aparentamos, en el actuar de la vida no hacemos aquello que decimos. Nos sentimos defraudados de los demás porque quizá tampoco somos tan sinceros con nosotros mismos, y preferimos ver la paja del ojo ajeno que la viga que llevamos en el nuestro, porque somos nosotros los incongruentes. Y la vanidad y la apariencia está en nosotros sin tener que fijarnos en los demás, pero nos cuesta mirarnos con sinceridad.
De alguna forma nos está denunciando eso el evangelio que escuchamos en este domingo. Por allí está el niño bueno, el hijo que no quiere quedar mal con su padre y cuando este le pide que haga algo responderá de palabra positivamente, pero que luego pronto lo olvidará y no hará lo que le pide su padre; mientras el otro, que parece un rebelde porque siempre está diciendo que no a todo, de esa forma le responde a su padre, aunque luego se dé cuenta de su error y lo corrige yendo a hacer lo que le pide su padre.
Jesús les está hablando muy claramente a sus oyentes judíos. ¿Qué había sido realmente la historia del pueblo judío? En momentos de fervor, o cuando habían salido de malos trances allí estaban prometiendo ser fieles a la Alianza del Sinaí, pero qué pronto caían en la idolatría, qué pronto se olvidaban de sus buenos propósitos, qué pronto se olvidaban de los caminos del Señor a pesar de tantos profetas que iban apareciendo como jalones en la historia de su pueblo.
Pero Jesús no solo quiere recordarles su pasado que ya lo hará también con otras parábolas sino que les está hablando del momento presente. Por allá andaban los buenos, los cumplidores, los que se fijaban en la hierbabuena y en el comino para pagar los impuestos, los que no dejaban de lavarse las manos cuando volvían de la plaza por si acaso hubieran tocado algo que les llevase a la impureza legal, pero que sus corazones, sus actitudes internas están llenas de maldad, de desprecios hacia los otros, de discriminaciones y de juicios siempre condenatorios en su corazón contra los demás.
Pero Jesús les dice que en el Reino de los cielos se les van a adelantar los publicanos y las prostitutas. Estas palabras tuvieron que resultarles muy desconcertantes a los que le escuchaban. Allí estaban, como bien nos señala el evangelista, los ancianos del Sanedrín y los sumos sacerdotes. Venía a trastocarles todas sus ideas, a hacerles reconocer la incongruencia que había en sus vidas, la falsedad y la hipocresía en las que estaban envueltos. Aquellos publicanos y prostitutas es cierto que eran pecadores, pero estaban más dispuestos a la conversión que todos ellos. Y ejemplos tenemos en el evangelio.
¿Pero no nos sucederá actualmente a nosotros de la misma manera? Los que venimos a Misa, los que decimos que nos sentimos más cerca de la Iglesia, los que nos consideramos muy religiosos y no dejamos de faltar a cualquier acto religioso que se organice en nuestros templos, cuando salimos de todo eso ¿cómo vamos por la vida? ¿No nos pudiera suceder que ni siquiera nos detenemos a mirar a aquellos que nos están tendiendo la mano a la puerta de la Iglesia? ¿seremos de aquellos que pasamos de largo por la plaza o por las esquinas de nuestras calles donde vemos grupos que ya en nuestro interior consideramos indeseables, con malas costumbres y hasta pasamos con cierto miedo como a la huída por ellos?
En muchas cosas concretas podríamos pensar, en muchas actitudes y posturas que tomamos ante el que consideramos diferente o desconocido, o ante tantos de los que vamos desconfiando en la vida.
Qué bueno sería recordar lo que san Pablo les decía a los Filipenses en ese hermoso texto que hoy nos ofrece la liturgia. Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús’.
No creo que sea necesario mucho comentario. No es necesario decir mucho más. Mirémonos como en un espejo en esas palabras de la Escritura, pero con sinceridad, sin disimulos, no tratando de maquillar nuestras actitudes y posturas. Seamos capaces de ver la incongruencia de nuestras vidas, la diferencia entre esto tan hermoso que nos propone la Palabra de Dios y las actitudes no tan rectos ni justas, las posturas en que  nos situamos en nuestros pedestales, las insolidaridades, orgullos y vanidades con que vamos tantas veces por la vida.