sábado, 23 de septiembre de 2017

Sembremos cada día en nosotros y en el mundo en que vivimos la semilla de la Palabra desde un testimonio valiente porque la luz no se puede ocultar y la semilla se ha de sembrar

Sembremos cada día en nosotros y en el mundo en que vivimos la semilla de la Palabra desde un testimonio valiente porque la luz no se puede ocultar y la semilla se ha de sembrar

1Timoteo 6,13-16; Sal 99; Lucas 8, 4-15

‘Se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo…’ y esta es la ocasión en que nos dice el evangelista Lucas que Jesús les propone una parábola.
Mucha gente se le juntaba a Jesús, crecía el número de los que le seguían para escucharle, pero ¿cómo lo escuchaban? ¿Cómo acogían en su corazón aquella semilla que Jesús iba sembrando? Como el sembrador que tira a voleo la semilla mientras va caminando Jesús va dejando su palabra en aquellos corazones. ¿Fructificará de la misma manera en todos ellos?
Algunos seguían a Jesús esporádicamente; pasaba Jesús por su pueblo, les hablaba en la sinagoga, en los cruces de los caminos o en las plazas, y a todos les gustaban las palabras de Jesús. Sentían deseos de seguir escuchándole, se iban detrás de él, pero pronto volverían a sus faenas, regresarían a sus casas, se iban a encontrar con los problemas de cada día, ¿seguirían recordando las palabras de Jesús?
Algunos con curiosidad se acercaban a Jesús porque habían oído hablar muchas cosas de él. Le escuchaban con interés o inquisidores para ver lo que decía y si acaso aquello les convencía, pero pronto quizá el interés se desvanecía, no les llegaba a convencer, tenían dudas de quien realmente fuera Jesús, quizá pronto lo olvidaran o acaso fueran de aquellos que formarían parte de otro nuevo grupo como de oposición que se iba formando. ¿No terminaba de convencerles aquel nuevo profeta? ¿No veían que se cumplieran en él las expectativas que tenían sobre el futuro Mesías de Israel? El estilo pacifico de Jesús quizá no era lo que buscaban para luchar contra los opresores del pueblo.
Así unos le escuchaban y pronto se quedaban atrás, otros le seguían durante un tiempo con cierto entusiasmo que pronto se podría enfriar, solo algunas permanecían fieles, sembraban en su corazón aquellas esperanzas que la Palabra de Jesús les suscitaba.
Pero es que eso tenemos que verlo en nosotros. Cuántos son los que cada semana escuchan la proclamación del evangelio, pero cuántos son también los que cuando atraviesan de nuevo la puerta de la iglesia que les lleva a la calle ya lo olvidaron todo.
Cuántos son los que con cierto fervor escuchamos la palabra, pero las tareas de la vida cotidiana, la familia, el trabajo, los problemas que se viven en la sociedad nos absorben de tal manera que olvidamos pronto, o no sabemos encontrar luz en esa palabra que se nos ha proclamado para esos problemas de la vida de cada día.
Cuántos quizá los que queremos ser sinceros y queremos vivir todo eso, pero estamos envueltos en tantos problemas personales que no sabemos como salir de ellos o como en esa palabra encontrar esa fuerza que necesitamos para caminar y para luchar, para superarnos y para lograr ser mejores cada día.
Claro que tendríamos que ser de los de la buena tierra, porque acojamos esa semilla, esa Palabra y como María la guardemos en el corazón para rumiarla, para sacarle de verdad fruto porque en ella encontremos esa luz y esa fuerza para ese nuestro camino diario. No es fácil la tarea, porque ya sabemos cuantas cosas los llaman la atención por todas partes, nos atraen y nos distraen, pero hemos de centrarnos de verdad en esa Palabra que es vida para nosotros. Es lo que nos dice Jesús de dar fruto, diverso quizá según la capacidad de cada uno, pero fruto en fin de cuentas porque queremos en verdad llenarnos de la gracia del Señor.
Sembremos cada día en nosotros esa semilla de la Palabra; sembremos cada día en los que nos rodean, en el mundo que vivimos esa buena semilla desde ese testimonio claro y valiente que nosotros demos, pero también desde esa palabra que tenemos que atrevernos a decir porque la luz no se puede ocultar, porque la semilla se ha de sembrar.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Seguimos a Jesús caminando en comunión con El y con los hermanos siendo nuestra comunión el mejor signo para que el mundo crea

Seguimos a Jesús caminando en comunión con El y con los hermanos siendo nuestra comunión el mejor signo para que el mundo crea

1Timoteo 6,3-12; Sal 48; Lucas 8,1-3
‘Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades…’
Jesús caminando de pueblo en pueblo anunciando el Reino; con él los discípulos y en especial aquellos doce que había constituido en apóstoles con él, pero también la gente le seguía; ahora menciona el evangelista algunas mujeres que Jesús había curado. Es el grupo de los que siguen a Jesús más de cerca, siempre con El, escuchando sus enseñanzas pero también las explicaciones especiales que a ellos les hacia. Así se va constituyendo la primera comunidad, en torno a Jesús, escuchando su Palabra, sintiendo el regalo de su amor.
Seguimos a Jesús, nos llamamos sus discípulos y nos decimos cristianos; su Palabra tiene que ser también el alimento diario de nuestra vida; queremos escucharle de manera especial allá en lo hondo de nuestro corazón, queremos sentir el calor de su presencia, la fuerza de su amor.
Seguir a Jesús así, unidos, formando comunidad en torno a El tiene que ser nuestro gozo. Así nos amasamos en su amor, así vamos creando cada día más intensamente comunión con El, así formamos comunidad con los demás, nos sentimos en comunión con los que nos rodean, vamos creando la comunidad cristiana.
Pero no es un camino que hacemos en solitario, por nuestra cuenta, a nuestra manera; eso no sería la comunidad de Jesús, la comunidad de los que creemos en El; primero que nada es un camino que hacemos con El, a El tenemos que sentirnos unidos siempre abiertos a su amor, siempre con los oídos del corazón bien atentos para escucharle, siempre en sintonía de amor con El.
Ahí tiene que estar nuestra oración, ese dialogo continuo de amor. Los amigos que no se comunican, que no hablan, que no comparten, que no abren su corazón el uno al otro tienen el peligro de que su amistad se enfrié, se malee, se pierda; sucede tantas veces. Que no nos suceda con Jesús; por eso hemos de cultivar nuestra amistad con El, nuestra unión con El en la oración y en los sacramentos donde sentimos de manera especial la gracia de su presencia.
Pero nuestra unión con Cristo no nos separa de los demás, sino todo lo contrario. Nos tiene que llevar necesariamente a que cada día nos sintamos más en comunión con los otros. Una comunión de hermanos, somos una familia. En sintonía de amor con los demás que vamos haciendo los caminos juntos; y mutuamente nos apoyamos, nos ayudamos, nos estimulamos. El camino que el hermano hace a mi lado en medio de sus luchas y con todos sus esfuerzos es para mi un estimulo que me impulsa a yo también mantener esa lucha, a no dejarme vencer por el cansancio o la desilusión, a tener siempre esperanza de que podemos avanzar, de que podemos llegar a la meta.
Ahí en esa comunión con los hermanos escuchamos también la Palabra de Jesús, esa Palabra que nos llena de vida, que nos explica, que nos anima, que nos ayuda a descubrir el camino, que nos amplia horizontes, que nos hace ir con mayor ilusión cada día al encuentro con los demás. Ahí en esa comunión y por esa comunión nos convertimos en anunciadores de evangelio, porque nuestro amor y nuestra comunión se convierte en testimonio de lo que es el Reino, es anuncio de Buena Nueva de Salvación para nuestro mundo. Ya Jesús nos pedía que nos mantuviéramos unidos para que el mundo crea. Nuestra comunión es el mejor anuncio para que el mundo llegue a la fe en Jesús.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Aprendamos a mirar con una mirada nueva y limpia a los demás igual que Jesús supo contar con el publicano Mateo para hacerlo su apóstol y evangelista

Aprendamos a mirar con una mirada nueva y limpia a los demás igual que Jesús supo contar con el publicano Mateo para hacerlo su apóstol y evangelista

Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13
¿Cómo se te ha ocurrido contar con esa persona? Con la historia que tiene detrás… sabrás bien lo que ha sido su vida… Así habremos escuchado quizá en alguna ocasión en referencia a alguien cercano o quizás nosotros mismos que había o habíamos tomado la decisión de contar con alguien que eran mal vistos por los demás. Somos muchas veces fáciles para estar contando o teniendo en cuenta la historia de los demás, y hay personas con las que no quisiéramos contar o que nos parece que por lo que ha sido su vida deberían desempeñar algunos oficios o responsabilidades. Y sucede en muchos ámbitos de la sociedad, y hasta entre nosotros en la comunidad eclesial. Pareciera que lo de la misericordia que tanto predicamos tenga sus límites pero quizá no todos merezcan una misericordia plena.
Es un pensamiento que me surge escuchando este evangelio y la reacción de los puritanos de los fariseos porque Jesús había llamado a Mateo para formar parte de sus amigos más cercanos y porque comían con publicanos y pecadores. Fue una reacción semejante a cuando Jesús se auto invitó a casa de Zaqueo allá en Jericó y se sentó a su mesa con los amigos de Zaqueo también.
Mateo o Leví, como queramos llamarlo, era un recaudador de impuestos. Ya por el solo hecho de tener esa profesión era mal considerado por los judíos, y aquellos que se consideraban mas puritanos los llamaban pecadores, publicanos. Es cierto que era una profesión fácil para los deslices en la cuestión de cuentas, de ganancias ilícitas o de manipulación de los impuestos para obtener beneficios particulares. Ya recordamos cómo Zaqueo se consideraba un ladrón y pecador y tuvo el valor del arrepentimiento y la conversión en el encuentro con Jesús. De Mateo no hay ningún indicio de que fuera de esta condición, pero ya la profesión lo marcaba, y para los judíos era un publicano, un pecador. Y Jesús lo había llamado y se había sentado a su mesa.
Jesús quiere contar con todos como quiere contar con nosotros también. Y tenemos que reconocer que nosotros también somos pecadores, pero Jesús nos ama y nos llama para contar con nosotros también. Y es que Jesús mira el corazón y cree que el corazón del hombre también puede cambiar y con eso todas las actitudes y todos los comportamientos de la persona para ser un hombre nuevo.
La historia de la Iglesia resplandece con la vida y el testimonio de los santos, pero hemos de saber ver también como muchos de ellos habían sido grandes pecadores, pero un día sintieron la llamada del Señor y su vida cambio. San Agustín, san Ignacio de Loyola, san Juan de Dios, la misma santa Teresa de Jesús que había pasado por muchos momentos de dudas, de negruras en su vida, y tantos y tantos más que podríamos mencionar en larga lista, un día cambiaron, un día se dieron totalmente al Señor. Dios quiso contar con ellos fuera cual fuera su pasado. Como lo hace con nosotros que reconocemos tantas flaquezas en nuestra vida, tantas idas y venidas, tantas veces que prometemos tantas cosas y luego volvemos a las andadas, pero Dios sigue confiando en nosotros, sigue amándonos y contando con todo lo que le podamos ofrecer en nuestra entrega.
Creo que la celebración de la fiesta de este apóstol, san Mateo, a quien hoy celebramos entre otras muchas cosas que de El aprendemos y recibimos – contamos con su evangelio – nos tendría que hacer pensar en muchas cosas para aprender a tener una mirada distinta hacia los demás. Para que de una vez por todas dejemos atrás nuestros prejuicios y nuestros juicios maliciosos, nuestras desconfianzas y discriminaciones y aprendemos a mirar con una mirada nueva y limpia a los demás.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Necesitamos autenticidad para vivir el momento presente con los caminos que Dios ahora nos ofrece y para tener unas buenas relaciones de convivencia con los demás


Necesitamos autenticidad para vivir el momento presente con los caminos que Dios ahora nos ofrece y para tener unas buenas relaciones de convivencia con los demás

1Timoteo 3, 14-16; Sal 110; Lucas 7,31-35

A veces parece que quisiéramos que la gente sea como uno se la imagina, o como uno quiere que sea; nos cuesta aceptar como son las personas, que cada uno tiene su propia personalidad, sus características propias, su manera de pensar y su visión de la vida. Aunque quizá coincidamos en metas e ideales, en un sentido básico de la vida, hemos de respetar la forma de vivir y de expresarse de cada uno. Pero cuando los demás no son como nosotros quisiéramos que fueran, vienen las críticas, los recelos, los intentos de manipulación quizá y cuando no lo conseguimos fácilmente nos distanciamos y comenzamos a poner barreras entre unos y otros.
Cuesta el aceptarnos como somos. Cuesta el llegar a darnos cuenta que desde esa diversidad cada uno hemos de poner de nuestra parte lo que somos y lo que son nuestros valores para lograr esa buena convivencia, para lograr entre todos hacer que nuestro mundo sea mejor. Así crearemos verdadera comunidad porque cada uno aportamos desde lo que somos al bien común, a esa comunión que entre todos, incluso en la diversidad, debe haber.
Las ideas preconcebidas que tengamos los unos de los otros nos impiden ver la realidad y valorar lo bueno que siempre hay en los demás. Esos matices que se dan en la vida nos enriquecen, dan colorido podríamos decir al cuadro de la vida y lograran una belleza mejor en una felicidad para todos.
Hoy Jesús en el evangelio nos hace constatar lo que sucedía entonces también en referencia a El y en referencia a la opinión que tenían de Juan Bautista. Parece que nunca estamos de acuerdo con la realidad del momento y lo que en cada momento quizá necesitamos.
No aceptaban a Juan porque les parecía demasiado austero y demasiado exigente. Era austero en la presentación de su propia vida viviendo en el desierto, alimentándose de lo que buenamente podía conseguir en aquellos terrenos desérticos,  era austero incluso en su vestido con su piel de oveja; exigente consigo mismo les planteaba a los judíos que para recibir al Mesías en su inminente venida también habían de realizar una vida de sacrificio y de conversión; les pedía autenticidad en sus vidas y responsabilidad en sus obligaciones llevada hasta el extremo, les señalaba ese camino de austeridad y sacrificio que había de transformarse en solidaridad con los que nada tenían. Esas exigencias nunca nos gustan porque preferimos seguir nuestros caminos donde no siempre resplandecen esos valores.
Pero tampoco ahora aceptaban a Jesús. Querían verlo como el Mesías esperado, así de alguna manera lo había señalado Juan el Bautista, pero querían que fueran otros los planteamientos de Jesús. Su cercanía, su amor, su misericordia los desconcertaba, queriendo de alguna manera alguna vez volver a la manera de ser del bautista que no habían aceptado antes. Así somos de volubles en la vida. No aceptamos lo que en el momento presente hemos de vivir y para justificarnos de unos nuevos planteamientos que se nos hacen de renovación en nuestra vida, comenzamos con añoranzas de otros tiempos.
¿No nos seguirá sucediendo igual ahora, por ejemplo, en el seno de la Iglesia? Nos ilusionamos en un momento determinado con los nuevos signos de vida nueva que van apareciendo en su seno, pero pronto queremos volver a las andadas soñando con una iglesia de cristiandad, propia quizá de otros tiempos. ¿No nos sucederá incluso en la propia liturgia de la Iglesia donde  nos encontramos a algunos que siguen añorando aquella liturgia de otra época de antes de la reforma conciliar? Hay quienes sueñan con los latines, con las antiguas vestiduras con demasiados oropeles, con muchos signos quizá de poder que distancian al pueblo de Dios de lo que verdaderamente ha de ser nuestra celebración.
Puede parecer un mosaico de ideas diversas y entremezcladas esta reflexión, pero creo que todo debe llevarnos a una interiorización en lo que vivimos, en nuestras relaciones también con los demás, para que haya autenticidad en nuestra vida que alguna vez nos falta.

martes, 19 de septiembre de 2017

Jesús que llega también a nuestra vida tan llena de sombras y tan llena de muerte quiere iluminarnos con su luz y hacernos resucitar con su vida

Jesús que llega también a nuestra vida tan llena de sombras y tan llena de muerte quiere iluminarnos con su luz y hacernos resucitar con su vida

1Timoteo 3,1-13; Sal 100; Lucas 7,11-17
‘Al entrar en la ciudad se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre…’
Sacaban a enterrar a un muerto. Cuántas cosas se enterraban… la ilusión y la esperanza de una vida, las alegrías de cuantos con él habían convivido, el futuro de una mujer viuda que se quedaba sin el sustento de un hijo, los proyectos que toda vida encierra y que se ven truncados con la muerte, la alegría que desaparecía de los corazones abrumados por el dolor y la pena. Era mucho el dolor de aquella comitiva que se hacia solidaria con el dolor de una madre en su aterradora soledad. Era mucha la oscuridad y las sombras de muerte que a todos envolvía.
¿No caminaremos algunas o muchas veces en la vida envueltos también en sombras de muerte? Muchas veces tenemos la tentación de perder la ilusión y parece que se nos acaban las fuerzas porque flaquean también nuestras esperanzas; los agobios y problemas de la vida en muchas ocasiones nos ciegan y nos hacen perder la paz del corazón; afloran en nosotros pasiones que nos dominan y nos hacen perder el control de nosotros mismos; el orgullo y las envidias enturbian nuestro corazón y nuestros ojos para no ver con mirada limpia a cuantos nos rodean; el egoísmo nos hace insolidarios porque no pensamos sino en nosotros mismos y no somos capaces de compartir lo bueno que hay en nosotros y nos incapacita para hacer nuestras las necesidades o los sufrimientos de los demás.
Sombras, oscuridades, muerte que va envolviendo nuestra vida y que sí tendríamos que saber enterrar para hacer brotar nuevas flores de vida y color en nosotros. Tenemos que reconocerlo; nos acostumbramos a las sombras y no somos capaces que hemos perdido la capacidad de ver la autentica claridad de la vida, como aquel que va perdiendo poco a poco la visión y aunque ve borroso le parece natural. ¿Quién nos puede hacer encontrarnos de nuevo con la luz? ¿Quién puede darnos vida de verdad?
Cuando la comitiva sacaba a aquel muerto para enterrarlo, llegaba Jesús a la ciudad. Fue un encuentro para la vida. Mucho nos puede decir este episodio del evangelio. Nos hace pensar enseguida en la compasión del corazón de Jesús hacia aquella mujer que había perdido a su hijo y se había quedado sola. No podía dejar Jesús que pasara de largo aquella comitiva de muerte si El era la vida. Ya conocemos los detalles del acontecimiento y cómo Jesús devuelvió vivo aquel muchacho a su madre. Todos se admiraban de las maravillas de Dios y lo reconocían, ‘un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros’.
Pero es Jesús que llega también a nuestra vida tan llena de sombras y quiere iluminarnos con su luz, tan llena de muerte y que quiere resucitar con su vida. Jesús nos hace resucitar con su vida, porque ya no es para que sigamos viviendo la misma vida, sino que el viene a transformar todas esas sombras en luz. Viene a nuestro encuentro con su luz y con su vida. ¿Aprenderemos nosotros también a ir al encuentro con los demás para llevarles luz, para ayudarles a salir de las sombras de muerte que les envuelven?

lunes, 18 de septiembre de 2017

Jesús quiere ir siempre al encuentro del que sufre, pero es necesario que nosotros con nuestra fe y nuestra humildad nos dejemos encontrar por Jesús

Jesús quiere ir siempre al encuentro del que sufre, pero es necesario que nosotros con nuestra fe y nuestra humildad nos dejemos encontrar por Jesús

1Timoteo 2,1-8; Sal 27; Lucas 7,1-10
Hay gente que se cree merecedora de todo; van poniendo por delante las cosas que hacen o que han hecho y con ello se creen con derecho a reclamar y exigir.
Por adelantando decir que siempre hemos de valorar lo bueno que hacen los demás, siempre hay que valorar a la persona, nos merece respeto y consideración sea quien sea, pero bueno es que valoremos lo que hace e incluso de alguna manera se lo manifestemos; no es cultivar orgullos ni vanidades, sino más bien que nuestra valoración sea un estimulo para que siga haciendo eso bueno que hace o eso que intenta aunque le cueste.
Cuantas veces nos encontramos en la vida gente buena que se hunde porque nunca han escuchado una palabra amable o una valoración de lo que hacen; según el carácter de la persona eso puede hacerle sentirse incluso inútil porque le puede parecer que lo que hace no le importa a nadie. Por eso hemos de saber tener esa delicadeza para con los demás porque una palabra amable por nuestra parte puede ser un buen estimulo para que quien quizá no se cree nada, se dé cuenta de sus valores y hasta donde pueda llegar.
Pero hemos dicho que aunque se nos valore lo que hacemos, eso no nos da derecho a convertirnos en unos vanidosos y orgullosos que vayamos exigiendo por aquello que hacemos, o echándoselo en cada a los que nos rodean. Otro ha de ser el espíritu de sencillez y de humildad con que hemos de saber ir por la vida. Ya Jesús nos enseña que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Que no vayamos buscando esos reconocimientos de los demás. Y quien quizá por el cargo o la situación social en que se encuentra situada todo eso lo puede convertir en una forma de poder sobre los demás que le lleve incluso a la manipulación y quizá muchas veces a formas de corrupción por sus exigencias que se quieren incluso convertir en ganancias económicas.
Toda esta reflexión me viene al pensamiento escuchando el texto del evangelio que hoy se nos ofrece. Un centurión, un hombre con su poder y prestigio desde el lugar que ocupa en el orden social, político o militar que se vive en el momento; un hombre que no se ha servido de su situación para sus ganancias personales, sino que incluso ha sido bueno con el pueblo al que ha de servir, ha ayuda a construir incluso la nueva sinagoga, aunque él no es de religión judía. Es bien considerado por los demás. Un criado o servidor que tiene enfermo de gravedad y al que tiene gran aprecio.
Serán los ancianos del pueblo los que acudan a Jesús como intercesores. Pero detrás está la fe de aquel hombre y su humildad. Ante el deseo de Jesús de llegar hasta la casa de aquel hombre vendrá su reacción. Primero fijémonos en la actitud de Jesús que escucha pero que quiere estar cerca de aquel que sufre, en este caso el criado del centurión pero también del mismo centurión que sufre por la enfermedad de su criado; cuanto tenemos que aprender de esta cercanía de Jesús. No ayudemos desde la distancia, porque muchas veces el consuelo o la solución no está en lo que materialmente hagamos, sino vayamos siempre al encuentro de la persona que suele ser mas difícil y será también lo que más necesitará esa persona.
Pero mencionábamos la reacción humilde y confiada por parte del centurión. ‘No soy digno…’ Cuánto nos dice esta frase que refleja toda una actitud en la vida. La Iglesia la recoge en su liturgia para que la repitamos con humildad antes de recibir la comunión. Quizás por tantas veces repetida le hemos mermado su valor y su sentido. Pensemos mucho esa frase antes de decirla, no me extiendo más porque seremos capaces de comprender todo su sentido.
Jesús alaba la fe y la humildad de aquel hombre. Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe’. ¿Alabará así Jesús nuestra fe y nuestra humildad? Muchas cosas habremos podido haber aprendido de este episodio para crear unas nuevas actitudes y posturas en lo más hondo de nosotros mismos.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Quienes quieren construir un nuevo mundo fundamentado en el amor no pueden andar con mezquindades en el corazón sino siempre abiertos a la generosidad del perdón


Quienes quieren construir un nuevo mundo fundamentado en el amor no pueden andar con mezquindades en el corazón sino siempre abiertos a la generosidad del perdón

Eclesiástico 27, 33-28, 9; Sal 102; Romanos 14, 7-9; Mateo 18, 21-35

No es fácil hablar del evangelio de hoy. Bueno, hablar sí es fácil, lo que no es tan fácil es que lo que nos dice el evangelio lo asumamos totalmente y no tengamos la tentación de ponernos a hacer rebajas.
Teóricamente lo podemos ver todo muy claro, pero cuando esas situaciones difíciles nos tocan directamente porque somos nosotros los que tenemos esos desencuentros con los demás, cuando hay algo que nos ha podido hacer daño en la vida, o cuando nos dejamos llevar por el ambiente de violencia que nos rodea no es tan fácil de salirnos de esa espiral y hacer como hace todo el mundo.
Nos es fácil comenzar a hacer rebajas, a poner limites, a hacer distinciones porque lo que me hicieron a mí no se le hace a nadie, porque es muy duro ver la muerte de tantos inocentes en atentados que llenan todo de terror, porque se va creando un ambiente de rechazo a ciertos sectores que ya de entrada discriminamos, separamos, los metemos a todos en el mismo saco y a esas gentes ya no queremos aceptarlas y las rechazamos. Se nos hace cuesta arriba romper esa espiral en la que todos se ven envueltos y nosotros también.
Tenemos que ver seriamente qué mundo es el que queremos construir, bajo qué parámetros, en qué vamos a fundamentar de verdad nuestras relaciones. Porque quizá no queremos hacer muchos cambios en nuestro mundo sino que todo siga igual y que a mi no me toquen mis cosas, mis ideas y planteamientos, aquellas cosas que yo he vivido a mi manera desde siempre. Todo lo que pudiera desestabilizarnos porque tendríamos que cambiar actitudes y posturas, salirnos de nuestras rutinas de siempre, ya lo vemos como un peligro, y aquellas personas a quienes juzgamos que nos vienen a quitar nuestra paz, pues ya de entrada las rechazaremos y pondremos nuestros 'peros'.
¿No nos damos cuenta de que a pesar de todas las cosas bonitas que decimos se está creando en el ambiente un nuevo racismo en que ponemos a un lado, en un aparte, a todos los que, emigrantes o refugiados, llaman a nuestras puertas viniendo de otras culturas y de otros lugares? Cuántas desconfianzas disimuladas o abiertas tenemos hacia esas gentes que cada vez más nos aparecen en nuestro entorno.
Y cuando sucede algún acto violento, como cada vez más está sucediendo, aunque vemos muchas cosas hermosas de solidaridad hacia las víctimas, sin embargo comienzan a rebrotar esas desconfianzas, que provocan rechazos, que van maleando nuestras conciencias y el ambiente que nos rodea, y gritamos muy fácilmente justicia, pero  nos olvidamos de la compasión y de la capacidad del perdón.
Es esa maldad, desconfianza, resentimientos y deseos de venganza que van apareciendo cada vez más en nuestra sociedad, pero que eso realmente no está muy lejos del día a día donde convivimos vecinos, familiares y amigos. Nos encontramos personas que van acumulando en su interior muchos resentimientos, muchos orgullos malheridos que no llegan a sanarse con el perdón, distanciamientos entre quienes antes eran amigos y ya no se consideran tanto ni al menos dignos de nuestra confianza, rupturas en las familias que crean unos distanciamientos que se ahondan cada vez más.
¿Estamos ciertamente queriendo construir la civilización del amor de la que tantas veces hablamos? Quienes se proponen la construcción de esa nueva sociedad fundamentada en el amor no pueden andar con esas mezquindades en el corazón. Cuando decimos que queremos construir ese mundo nuevo y mejor tenemos que poner por delante la carta de la comprensión, de la aceptación mutua, del respeto y valoración de todos porque realmente queremos estar unidos para aunar esfuerzos, pero si mantenemos aquellas posturas mal podremos construir ese mundo mejor.
Es lo que nos está planteando Jesús hoy en el evangelio, o las dudas que le aparecen a Pedro en su conciencia sobre cuántas veces tenemos que perdonar y que se convierten en preguntas a Jesús. En cierto modo no es solo el cuantas veces tenemos que perdonar, como si tuviéramos que llevar un registro de las veces que nos han ofendido y nosotros tan generosamente hemos perdonado, sino en el fondo está también aquello de a quien tengo que perdonar. Recordemos lo que en cierto modo era la tradición judía y la forma de relacionarse que tenían con otros pueblos a los que consideraban enemigos.
Jesús nos responde planteándonos esa actitud de amor que tiene que envolver siempre nuestra vida y con la que ya para siempre tenemos que ver con otros ojos a los demás quienquiera que sea o cual sea la cosa que nos haya podido hacer. Si es el amor, y un amor de verdad, lo que envuelve y empapa nuestra vida, surgirá casi como espontánea esa actitud de comprensión, esa misericordia con que la envolvemos también a los demás, que se transformará en un perdón para que nada ya nos hiera por dentro y nos separe de los demás. Porque bien sabemos que cuando guardamos un rencor en nuestro corazón somos nosotros los primeros heridos y que mientras no lo quitemos será difícil la auténtica curación que nos lleve a sentir paz.