sábado, 9 de septiembre de 2017

Dios quiere siempre el bien del hombre y que alcancemos la plenitud de la felicidad con un corazón lleno de paz

Dios quiere siempre el bien del hombre y que alcancemos la plenitud de la felicidad con un corazón lleno de paz

Colosenses 1, 21-23; Sal 53; Lucas 6, 1-5
Lo que le importa a Dios es el hombre. En el bien del hombre está la gloria de Dios. Dios es el que nos ha hecho grandes y nos quiere felices porque seamos capaces de vivir en plenitud todos esos dones que nos ha regalado.
Algunas veces los hombres erramos en nuestras apreciaciones. Aunque en nuestro corazón tendría que predominar toda esa semilla de bien y de bondad que Dios ha sembrado en nosotros, en razón de uno de esos maravillosos dones de los que Dios nos dotó, la libertad, somos nosotros los que escogemos un camino egoísta creyéndonos dioses de nosotros mismos. Quiere que vivamos en plenitud pero no somos perfectos, porque no somos dioses, y en el uso de nuestra inteligencia y libertad nos creamos confusiones en  nosotros mismos que nos llevan a la confusión y al mal, aunque en nuestro error pensemos que es el bien y que es lo mejor.
Por eso en nuestro interior nos rebelamos contra esa ley positiva inscrita en nuestro corazón que nos quiere conducir por ese camino del bien y queremos hacer nuestras opciones, nuestros caminos; en nuestra confusión pensamos que esa ley divina inscrita en nuestros corazones coarta la libertad del hombre, cuando realmente lo que quiere es darnos cauces para que caminemos por esos caminos de plenitud no solo para nosotros mismos sino también para el bien de los demás. Sustituimos la ley del amor que Dios ha inscrito en nuestros corazones por la ley de nuestro orgullo y egoísmo que no mira sino solo para nuestro yo y lo que contradiga nuestro yo, ya queremos eliminarlo de nuestra existencia.
¿Qué nos sucede muchas veces en nuestras relaciones con los demás? Caminamos caminos de dicha y felicidad cuando sabemos aceptarnos, ayudarnos, tendernos la mano, caminar el uno junto al otro, buscando siempre el bien, lo bueno y lo justo. Pero muchas veces nuestras vidas dan un giro inesperado; llegó un momento de desacuerdo, quizá tuvimos que reprocharnos algo que no hicimos bien y olvidamos lo que es le debilidad de cada uno y como en nombre de esa debilidad podemos equivocarnos, no aceptamos humildemente lo que él otro quiso decirnos buscando lo bueno, quizá en nuestro orgullo se nos subió el tono de nuestras reconvenciones, y ya comenzamos a poner barreras, a crear distancias, a apartar de nuestro camino aquel con el que nos sentimos heridos porque nos dijo algo que no nos gustaba, destruimos todo lo hermoso que antes habíamos vivido.
Es una lastima que no encontremos caminos de entendimiento, que nos encerremos en nosotros mismos pensando que nos valemos solo por nosotros. ¿Buscamos el bien de la persona o el halago de nuestro orgullo egoísta? Cuanto nos cuesta bajarnos de nuestros pedestales y con humildad sabernos poner a la misma altura del otro. Siempre tendríamos que haber estado a la misma altura, pero tenemos esa vanidosa tentación de querer estar por encima y tener siempre la razón.
El Señor cuando ha inscrito en nuestros corazones la ley del amor es porque sabe que por ese camino siempre estaremos encontrando el bien del hombre, de todo hombre, de toda persona. Es lo que quiere de nosotros y por eso nos traza sus cauces, nos da sus leyes y mandamientos para que sepamos como no podemos nunca atentar contra el otro, como siempre tenemos que sabernos aceptar y comprender y eso nos ha de llevar al perdón, porque es así como vamos a encontrar esa plenitud que es la paz del corazón.
No perdamos nunca esa paz. Será así como podremos cantar verdaderamente la gloria del Señor. Lo que importa a  Dios, lo que es la gloria de Dios, es el bien y la plenitud del hombre, la felicidad de un corazón lleno de paz.

viernes, 8 de septiembre de 2017

‘Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella’.

Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella

 Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Romanos 8, 28-30; Mateo 1, 1-16.18-23
Hoy es un día especial en el que felicitamos a María, un día en que nos felicitamos con María. Como lo hacemos con la madre al celebrar su onomástica o su cumpleaños. No solo la felicitamos sino que nos felicitamos con ella porque es nuestra Madre, nos alegramos con su alegría, nos alegramos por tenerla por madre, nos gozamos y felicitamos a nosotros mismos por su amor. En el día del cumpleaños de la madre cuantos recuerdos afloran no solo a nuestra mente sino también a nuestro corazón; rememoramos su vida pero rememoramos sintiendo una vez más en nosotros su amor, ese amor que se ha derramado desde la madre sobre sus hijos cada uno de los días de su vida.
Y eso es lo que hoy queremos celebrar con María. Durante el año muchas fiestas hacemos en su honor recordando las maravillas que el Señor hizo en ella; celebramos muchas fiestas en su honor porque es recordar el amor que nos tiene y de que de una forma maravillosa va derramando sobre nosotros; cada una de esas fiestas es como un hito en nuestra historia o en la historia de nuestra Iglesia por esa presencia especial de María.
La recordamos y acompañamos en su dolor sintiendo así su amor sobre nosotros al que queremos corresponder, pero queremos caminar con ella en su espíritu de servicio para caminar como ella fue al encuentro de Isabel nosotros ir también al encuentro con los demás; la vemos a nuestro lado como estuvo con los discípulos en el cenáculo y sentimos como ella nos impulsa una y otra vez para que nos abramos al espíritu del Señor. Y así podemos recordar tantos momentos de nuestra vida y de la presencia de María junto a nosotros; por eso la invocamos con tantos nombres que no quieren ser sino la expresión de lo que ella significa para nosotros y como nosotros así la sentimos en nuestra vida y en nuestra historia.
Pero hoy es un día muy especial, es su cumpleaños, es la fecha de su nacimiento, es el momento en que recordamos aquella niña que abrió sus ojos a la luz de este mundo en un día así, y que fue la alegría y la esperanza para sus padres, a quienes invocamos y recordamos como Joaquín y como Ana, aunque el evangelio no nos hable de ellos. Cuando nace un niño cuantas esperanzas se abren en las puertas de la vida. ¿Qué será de este niño? Quizás siempre pensamos en medio de las alegrías de su nacimiento y eso sería también lo que surgió en aquellos corazones en aquella casa perdida en las callejuelas de Jerusalén a las espaldas del templo. Allí hoy un hermoso templo nos recuerda el nacimiento de María y muy cerca de la piscina probática cercana a la puerta por donde entraban las ovejas y animales para los sacrificios del templo, de ahí el hombre de la piscina, probática, de las ovejas. Todo pudiera ser muy significativo.
Quizá la incertidumbre del futuro aunque fuera muy lleno de esperanzas era lo que predominaba en aquel hogar y entre familiares y amigos ante el nacimiento de aquella niña. Pero nosotros bien sabemos que había brotado un renuevo del tronco de Jesé  de donde había de florecer un vástago que nos traería la salvación. Comenzaban a cumplirse los anuncios del profeta. Ya los santos padres desde la antigüedad vieron en el nacimiento de esta niño ese renuevo del tronco de Jesé y el principio de ese vástago de salvación que había de florecer; así lo han expresado incluso los artistas de todos los tiempos en sus imágenes y hasta en los versos llenos de poesía con que se ha querido honrar a María en su nacimiento. ‘Cuando nació la Virgen María el mundo se iluminó, ¡dichosa estirpe, raíz santa, bendito su fruto!’, rezamos con las antífonas de la liturgia de este día.
Aquella niña iba a ser la bendecida del Señor porque bendito para nosotros iba a ser el fruto de su vientre que nos traería la salvación. Así nosotros celebramos con alegría su natividad, el nacimiento de María. Nuestros pueblos en este día celebran su fiesta con diversas invocaciones en su honor, siendo nuestro socorro y el remedio de nuestras vida, siendo la luz que nos ilumina por nos anuncia y nos trae la verdadera luz. ‘Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella’.
Felicidades María, es tu cumpleaños. Contigo nos alegramos y nos felicitamos porque a través de ti nos llego la salvación; contigo nos alegramos y felicitamos como Jesús quiso dárnosla como Madre; contigo nos alegramos y felicitamos porque tu nacimiento es la aurora que nos anuncia el gran día de la salvación que nos llegará por tu Hijo Jesús.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezca tenebrosas o nos resulten desconocidas porque lo hacemos con la confianza en el nombre de Jesús

Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezca tenebrosas o nos resulten desconocidas porque lo hacemos con la confianza en el nombre de Jesús

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11
El trabajo a veces parece que nos da fruto fácil, vemos su productividad, pero hay ocasiones en que se nos hace difícil, no conseguimos aquello que anhelamos, no vemos los frutos de aquello que hemos invertido, ya sea nuestro tiempo o nuestro esfuerzo, o ya sean los medios materiales que hemos empleado o gastado en hacer producir aquello en lo que estamos; pensamos en un agricultor con sus duras tareas en el campo, con todo lo que tiene que emplear para obtener unos frutos, pero que un día aparece la cosecha destrozada, un mal tiempo, unos temporales, o cualquier plaga que le pueda afectar. Es el que invierte en una empresa o en un negocio, pero no da la productividad deseada y viene los desalientos ante el fracaso, el animo que se busca donde sea para volver a empezar y mantener la lucha y la tarea diaria.
Desaliento, amargura quizá en algunos momentos, pérdida de la esperanza y la ilusión, agobios interiores que nos hacen perder la paz, sentimientos en algunos momentos de inutilidad o incapacidad para realizar aquella tarea… son cosas que nos van apareciendo y que tenemos que saber superar buscando la fuerza allí donde podamos encontrarla, pidiendo la ayuda que necesitamos y quizá alguien nos pueda ofrecer, teniendo esa fortaleza interior para a pesar de todo no sentirnos derrotados.
‘Hemos estado toda la noche bregando y no hemos cogido nada’ le dice Pedro a Jesús cuando después de haber estado enseñando a la gente sentado en la barca le pide que reme mar adentro y vuelva a echar las redes para pescar. El conocía aquel lago y sabia que había ocasiones en que parecía que los peces se ocultaban; así habían estado aquella noche y no habían cogido nada, ahora estaban limpiando y guardando las redes para otra ocasión en otra jornada. El sabe que ahora es imposible.
Sin embargo se fía de Jesús. Por tu palabra, porque tú nos lo pides, porque tú nos lo dices vamos lago adentro otra vez y echaré las redes. Podía haberle dicho, si tú no entiendes de estas cosas de la pesca, cómo nos pide esto ahora. Sin embargo se fía de la palabra de Jesús. La Palabra de Jesús les cautivaba, como a todas aquellas gentes que se habían reunido allí a la orilla del lago temprano para escucharle, como la gente que le seguía por los caminos, como los que acudían a la sinagoga, como todos aquellos que no los dejaban tranquilos ni en casa cuando estaban descansando o se iban tras ellos a los descampados. Algo había en la Palabra de Jesús, en su voz, en su mirada, en su presencia y no se podían resistir.
‘Pero por tu palabra echaré las redes’. La maravilla se había realizado. La redada era tan grande que tuvieron que pedir ayuda a los compañeros de las otras barcas. No salían de su asombro. Las redes reventaban donde hacia poco  no habían podido coger nada. Pero se habían atrevido a confiar en la palabra de Jesús; no habían tenido miedo de remar mar adentro; el cansancio no les impidió recomenzar de nuevo la tarea. Ahora se sentían pequeños, pecadores. ‘Apártate de mi que soy un hombre pecador’, le decía Pedro postrado a los pies de Jesús. Pero Jesús seguía confiando en ellos. ‘Os haré pescadores de hombres…’ pescadores de otros mares.
Antes hacíamos referencia a momentos y experiencias humanas en que podemos sentir el desaliento cuando no conseguimos aquello que deseamos y decíamos como hemos de buscar esa fuerza interior que nos impida decaer, que nos lance una y otra vez a seguir adelante.
Lo podemos ver también en referencia a nuestro actuar como cristianos, a nuestra tarea de Iglesia. Cuántos campos se nos abren delante de nosotros en los que podríamos o tendríamos que trabajar. En muchas ocasiones también podemos sentir el desaliento ante la tarea tan grande que tenemos por delante o por los pocos frutos que nos parece que conseguimos de nuestra trabajo. El fruto, para empezar, no somos nosotros los que tenemos que medirlo, porque lo que sucede en el corazón de cada hombre al que llevamos el mensaje, nosotros no lo sabemos, pero Dios ve el corazón de los hombres.
Tenemos que saber remar mar adentro en la vida aunque las aguas nos parezcan tenebrosas o nos resulten desconocidas. No vamos en nuestra tarea en nuestro nombre, sino en el nombre de Jesús; no lo podemos olvidar, hemos de tenerlo muy en cuenta. Tenemos que aprender a confiar y también a saber contar con los demás. No es tarea que realicemos solos; la tarea de la Iglesia es una tarea comunitaria y cuando trabajamos lo estamos haciendo siempre en comunión con los demás. Pero también de forma explicita hemos de saber contar con otros. El Señor se puede valer de nosotros para que alguien se agregue también a esa tarea evangelizadora; démosle la oportunidad.
No lo olvidemos, lo hacemos en el nombre del Señor. ‘En tu nombre echaré las redes’. El Señor quiere seguir contando con nosotros para que seamos pescadores de esos otros mares.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

No podemos seguir siendo conservadores en la hora de la tarea de la nueva evangelización y saber encontrar nuevos caminos de encuentro con nuestro mundo


No podemos seguir siendo conservadores en la hora de la tarea de la nueva evangelización y saber encontrar nuevos caminos de encuentro con nuestro mundo

Colosenses 1,1-8; Sal 51; Lucas 4,38-44

Algunas veces nos sale a flote un cierto regusto conservador que casi sin darnos cuenta llevamos dentro de nosotros. Nos sentimos a gusto en una cosa, en una situación, en un lugar o incluso en un trabajo y no sentimos la inquietud o la curiosidad de buscar algo distinto o algo nuevo. Nos parece un riesgo que no queremos correr. Si estamos tan bien aquí por qué vamos a buscar otra cosa, pensamos. Tenemos miedo a lo mejor y nos contentamos con lo simplemente bueno, por miedo quizá a perderlo y quedarnos sin nada.
Nos sucede en muchas situaciones de la vida cuando nos falta ese deseo de superación y crecimiento; perdemos la ilusión y las ganas de mejorar quedándonos en lo de siempre; terminamos siendo incapaces de seguir poniéndonos metas altas por las que luchar, porque nos puede mas la desgana y caemos en la rutina de lo de siempre. Y la vida tiene que renovarse, como se renuevan constantemente las células de nuestro cuerpo. Necesitamos ese empuje del espíritu joven y emprendedor.
Hoy Jesús en el texto del evangelio de este día nos da un buen ejemplo que nos vale en esa tarea de superación personal en que todos hemos de vivir, pero también en la tarea de evangelización en la que tenemos que estar comprometidos. La iban muy bien las cosas a Jesús en Cafarnaún, iba los sábados a la sinagoga a enseñar, la gente se quedaba admirada de sus palabras, realizaba signos que corroboraban la veracidad del mensaje que les trasmitía, podía realizar la tarea de la caridad en todo su esplendor cuando le llevaban enfermos para que los curase, pero Jesús quiere marcharse a otro lugar.
A la mañana siguiente - nos dice el evangelista y eso es más que una expresión cronológica – Jesús se va al descampado – otro evangelista al narrarnos paralelamente este mismo hecho nos dice que se fue a solar a orar – y allí van a buscarlo. Quieren retenerlo, que se quede con ellos, allí puede seguir haciendo tantas cosas buenas, a ellos les gusta escucharle, pero Jesús les dice que tiene que ir también a otros lugares. Por muy cómodo que estuviera en Cafarnaún en casa de Pedro su misión era más amplia, más universal. Comenzará su recorrido por todos los pueblos y aldeas de Galilea; en esa ocasión nos dice el evangelista que llegó también a las sinagogas de Judea.
Ya lo hemos dicho. Nos sentimos a gusto en nuestro circulo de siempre, donde creemos que allí están los buenos, los buenos de siempre; nos cuesta salir, y al encuentro de otra gente nueva, de otras personas, a esos que quizá llamamos alejados, pero que quizá están lejos porque a ellos nunca ha llegado el mensaje.
Sucede en nuestra iglesia, sucede en nuestras parroquias; nos contentamos con los que ya vienen y con ellos queremos trabajar, nos sentimos a gusto en las cosas que ya hacemos de siempre, pero ¿y los otros? ¿Y esos que nunca vienen, o vienen de forma ocasional? ¿Para ellos no hay también una palabra de luz, de vida, un anuncio de salvación, un anuncio de Jesús, un anuncio de buena nueva?
Hoy en nuestras iglesias, en nuestras parroquias estamos viendo mucho un cartel que nos dice EN SALIDA. Pero tengo miedo que se quede en palabras, en buenos deseos, y no seamos capaces de llegar mas allá de los de siempre, de los muros de nuestras iglesias; no terminamos de llegar a esos lugares apartados y no es solo físicamente porque muchas veces los tenemos en la misma plaza del pueblo, de esas gentes que no tienen noticia de Jesús.
Tenemos que salir, ir de verdad al encuentro de los otros con ese mensaje del evangelio, aunque sean muchas las dificultades; quizá ahí encontremos una respuesta más generosa que la que dan los de siempre, los que siempre estamos metidos en nuestras iglesias. No podemos seguir siendo conservadores en la hora de la tarea de la nueva evangelización y tenemos que saber encontrar nuevos caminos de encuentro con los hombres y mujeres de nuestro mundo.

martes, 5 de septiembre de 2017

Los que seguimos a Jesús hemos de expresar con nuestra rectitud y con nuestro amor la congruencia entre nuestra fe y las obras de nuestra vida

Los que seguimos a Jesús hemos de expresar con nuestra rectitud y con nuestro amor la congruencia entre nuestra fe y las obras de nuestra vida

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37
Cuando vemos a una persona convencida de verdad de lo que habla, que se cree realmente lo que está diciendo, porque además es que lo que nos dice lo vemos reflejado en su vida, sentimos admiración por esa persona; podremos estar de acuerdo o no con lo que nos dice, pero admiramos su honradez, su rectitud, la congruencia entre sus palabras y su vida.
Ojalá siempre en la vida fuéramos así de congruentes, porque significa como en el fondo buscamos una rectitud para nuestras vidas. Eso significa también cómo tenemos que aprender a aceptarnos y respetarnos, porque siempre hay algo bueno que podemos aprender, que nos puede servir de base para esa colaboración en la tarea de hacer que nuestro mundo sea mejor. Muchas veces nos encerramos demasiado en nuestras ideas y pensamientos como si fuéramos los poseedores de una absoluta verdad.
Hemos de saber ser abiertos de espíritu para descubrir toda belleza, toda bondad, todo lo bueno y justo que podamos encontrar en los demás. Hemos de saber estar abiertos a una sabiduría superior que levante nuestro espíritu, amplíe nuestros horizontes, nos descubra nuevos caminos; es la forma cómo nos abrimos también a la buena nueva de Jesús, sabiendo admirarnos de su bondad y de su rectitud, dejándonos empapar por su sabiduría para descubrir esos nuevos horizontes que nos llenan de una nueva trascendencia, poniendo metas altas y grandes en nuestro corazón.
La gente, nos dice el evangelio, estaba admirada ante Jesús, ante sus palabras pero también ante su vida, ante sus hechos, sus gestos, sus signos. La admiración nos pone en camino de poder llegar a cosas nuevas, a nuevos planteamientos, a nuevas actitudes y posturas. Cuando ya no somos capaces de admirarnos por nada, parece como si envejeciéramos porque damos la impresión que venimos de vuelta de todo porque nos creemos que lo hemos visto todo y nada nuevo podemos encontrar.
La gente estaba admiraba porque les hablaba con autoridad; les hablaba de un mundo nuevo en el que se verían liberados de todo mal y esclavitud, y ahí estaban las señales que mostraba y los signos que realizaba. Había hablado en la sinagoga de Nazaret con las palabras del profeta de cómo los oprimidos se verían liberados en una nueva libertad, y ahora está realizando el signo, libera del mal aquel hombre poseído por un espíritu maligno.
El evangelio habla de endemoniados según el lenguaje y la manera de entender de las gentes de aquella época, pero está queriendo significarnos como muchas veces nosotros hemos dejado llenar nuestro corazón de mal, de odio, de malicia, de malquerencia hacia los otros, de envidias, recelos y desconfianzas. Cómo nuestra vida se entenebrece cuando dejamos que mal ocupe nuestro corazón. Jesús quiere liberarnos de todo eso, quiere darnos la verdadera paz, porque comencemos a llenar nuestro corazón de amor, de apertura a los otros y de cercanía con todos.
Es el milagro que día a día quiere realizar en nosotros, pero hemos de dejarnos transformar por Jesús. Quienes nos decimos creyentes en Jesús no lo podemos decir solo de palabra sino que tenemos que manifestarlo en esa vida llena de rectitud y de amor; es la congruencia que tiene que haber en nosotros con la que en verdad podemos convencer a los demás de que se puede hacer un mundo nuevo y mejor.


lunes, 4 de septiembre de 2017

¿Puedo quedarme con los brazos cruzados sin hacer nada cuando los pobres de mi entorno siguen sin escuchar la Buena Nueva de gracia y salvación?


¿Puedo quedarme con los brazos cruzados sin hacer nada cuando los pobres de mi entorno siguen sin escuchar la Buena Nueva de gracia y salvación?

Tesalonicenses 4, 13-17; Sal 95; Lucas, 4, 16-30
‘Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír’, les dice Jesús a la gente de Nazaret cuando aquel sábado fue a la sinagoga. Había proclamado el texto de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor’. Y es todo el comentario que hace.
¿Podríamos decir lo mismo nosotros hoy? Es la pregunta que siempre me hago. ‘Me ha enviado a anuncia la Buena Nueva a los pobres…’ decía Isaías. Hemos sido enviados a anunciar la Buena Nueva a los pobres, los pobres de este mundo, los pobres de hoy, los pobres que están en nuestro entorno igual que los que están lejos… ¿Hacemos ese anuncio realmente?
Miro en mi entorno. Pobres… sí, gente con pocos recursos, que pasa necesidades, que tiene problemas para que el dinero les alcance hasta final de mes aun sin derrocharlo. Pobres… y pensamos en todos esos que lo pasan mal, pero no nos podemos quedar ahí. Miro en mi entorno… algunas veces no sabemos realmente los problemas que tiene la gente porque cada uno andamos metidos en nuestras cosas. Pero hay tantas pobrezas si queremos abrir bien los ojos.
Pobres… y ve uno caminar a la gente sin ilusión metidos en sus rutinas de cada día que casi parece que no apetezcan más, gentes sin esperanza, sin ser capaces de darle trascendencia a sus vidas, sino que se quedan en el día a día de ahora y hoy. Pobres… uno no sabe bien lo que hay alrededor pero vemos caminar a la gente sin fe, sin Dios, materializados, o solo pensando en pasarlo bien sin más y como sea.
Pobres… y pasan a nuestro lado y ni los miramos ni nos miran, cada uno a sus cosas, nadie se interesa por nadie, hemos perdido las motivaciones y razones de una buena vecindad; ya no somos vecinos, somos personas que vivimos unas al lado de las otras porque las casas están contiguas pero nada más, no hay relaciones, no hay trato, no hay conocimiento mutuo. Y eso son pobrezas porque son carencias fuertes las que afloran en sus vidas, en nuestras vidas también porque no somos capaces de hacer nada para que esas cosas cambien.
Y podríamos seguir fijándonos mucho mas en todo lo que hay en nuestro entorno y de lo que no nos enteramos porque ya no somos capaces de mirar, no sabemos mirar, andamos como ciegos. Mientras estos escribiendo esta reflexión mis ojos están recorriendo mi calle, mi barrio, mis alrededores, cada una de sus casas, detrás de cuyas puertas no sé realmente lo que hay o lo que pasa. Quizá yo sea también uno de esos pobres por la pobreza de mi reacción y por tantas cosas que no hago.
Y en el evangelio hemos leído ese texto de Isaías que proclamaba Jesús en la sinagoga de Nazaret y del que decía que esa escritura se estaba cumpliendo allí. ‘Me ha enviado a anuncia la Buena Nueva a los pobres…’ Y yo me pregunto ¿Quién les hace ese anuncio de Buena Nueva a esos pobres que están en nuestro entorno? ¿Habrán escuchado alguna vez ese anuncio a pesar de que se digan cristianos y hayan bautizado a sus hijos y todo eso que se suele hacer?
Quien haya escuchado ese anuncio de Buena Nueva se tiene que sentir liberado, transformado, con una alegría y una esperanza nueva en sus corazones, que les tiene que llevar a una nueva forma de vivir. Lamentablemente la mayoría de los cristianos no es eso de lo que damos señales. Nos falta alegría y esperanza y nuestra vida sigue siendo igual de fría y rutinaria, por no decir sigue llena de tantas ataduras y esclavitudes. Me temo que algo nos está fallando para que no se cumpla esa Palabra de Jesús en nosotros, hoy y aquí.
¿Puedo quedarme con los brazos cruzados sin hacer nada cuando los pobres de mi entorno siguen sin escuchar esa Buena Nueva de gracia y salvación? Hoy se está diciendo y repitiendo en nuestra Iglesia que estamos en salida camino de una nueva evangelización. ¿Ciertamente le vamos a hacer ese anuncio de Buena Noticia a esos pobres que nos rodean o nos quedaremos en bonitas palabras, buenos deseos, y simples gestos?

domingo, 3 de septiembre de 2017

Tenemos que desprendernos de tantos oropeles y sueños para vestirnos más de cruz, de amor, de entrega, de compromiso, del Espíritu del Señor que nos transforme para también transformar nuestro mundo

Tenemos que desprendernos de tantos oropeles y sueños para vestirnos más de cruz, de amor, de entrega, de compromiso, del Espíritu del Señor que nos transforme para también transformar nuestro mundo

Jeremías 20, 7-9; Sal 62; Romanos, 12, 1-2; Mateo 16, 21-27
Se sentían confundidos. A Pedro y a los discípulos no les cabía en la cabeza lo que Jesús les estaba diciendo. Cuántas veces cuando nos hacemos una idea de algo, nos parece tan clara nuestra manera de ver las cosas que nos cuesta aceptar que van a ser o tienen que ser de otra manera.
Nos creamos nuestros sueños y nos creemos nuestros sueños como si ya fuesen una realidad. Idealizamos las cosas, las personas, los mismos hechos que suceden o que han sucedido y los engrandecemos de tal manera que en cierto modo los cambiamos. Pensemos en nuestros recuerdos de hechos que nos han pasado, sobre todo si han sido hace ya años; nos creamos casi un mito, porque nada puede haber tan hermoso como aquello que vivimos.
Es lo que nos sucede con acontecimientos de nuestra historia mas o menos cercana que ahora no somos capaces de comparar con lo que ahora nos esta sucediendo aunque quizás sea mas importante o mas grandioso. Fiestas como las de antes ya no se hacen, decimos tantas veces; aquellas aventuras que vivimos en nuestra juventud, aquello si era vivir, ahora la vida es más aburrida, idealizamos.
Y lo mismo de los sueños de futuro, de lo que pensamos que puede suceder, de las historias que en nuestra mente nos creamos pero para el futuro, muchas veces sin fundamento, o idealizando aquello tan bueno que nos puede suceder. Ahora nos dicen que eso no va a ser así, que las cosas tienen que ser de otra manera y no lo aceptamos, nos rebelamos y nos ponemos en contra de todo, nos entran los malos humores y hasta quizá nos deprimimos.
Me he extendido en toda esta consideración previa porque comparo de alguna manera lo que le sucedía a los discípulos en aquel momento con situaciones en las que nos podemos ver envueltos en la vida.
Como escuchábamos el pasado domingo ante las preguntas de Jesús Pedro había hecho una afirmación muy rotunda, una hermosa confesión de fe. Había proclamado que Jesús era el Mesías. En la mentalidad judía de la época, conforme a las esperanzas que tenían de la venida del Mesías, sería un triunfador, que daría la libertad y la salvación al pueblo. En consecuencia no cabrían sufrimientos, muertes martiriales, sino todo lo contrario. Y era lo que ahora no les cabía en la cabeza de los anuncios que Jesús estaba haciendo. Aunque ya en otras ocasiones se los había anunciado, pero ellos no entendían.
Si Pedro quiere quitarle de la cabeza a Jesús, en sus idealizaciones, de que el Mesías había de padecer, es Jesús el que quiere que Pedro y los discípulos terminen de cambiar su mentalidad, comprendan de verdad la misión de Jesús. Jesús le dirá que incluso está siendo para él como el diablo tentador. Allá en el desierto antes del inicio de su vida pública ya el diablo le había tentado con la posesión de todos los poderes del mundo, pero Jesús lo había rechazado. Ahora Pedro parece que le hace el juego a Satanás, por eso Jesús le dice con palabras duras que se aparte de él.
El Reino que Jesús anunciaba, como ya tantas veces les había explicado, aunque había de realizarse en sus vidas concretas y en su mundo concreto, sin embargo no era a la manera de los reinos de este mundo. Era una transformación desde el amor, de sus vidas y de la vida de su mundo. Y el amor es entrega, es darse sin medidas ni limites. Por eso Jesús les habla de la cruz.

La cruz podría significar tormento, suplicio. En si misma era un duro castigo. Pero Jesús nos habla de la cruz no como algo que nos impongan sino como algo que nosotros asumimos porque queremos caminar por caminos de amor y no siempre será fácil. No es que busquemos el sufrimiento por el sufrimiento porque eso no tendría sentido. Es otra la manera de tomar la cruz, de asumir la cruz.
Nos cuesta asumirla en nosotros mismos cuando tenemos que desprendernos de nuestro yo egoísta para darnos a los demás; nos cuesta asumirla por nosotros mismos cuando nos encontramos con los dolores y sufrimientos de la vida que podrían ser un sin sentido; nos costara asumirla cuando nos vamos a encontrar quienes no nos acepten o no acepten los planteamientos de vida que nosotros asumimos.
Pero cuando queremos emprender ese camino de amor, a la manera del amor de Jesús, las cosas tienen un nuevo sentido, será algo que nos llevará a una plenitud distinta, nuestros actos y nuestra vida pueden ser camino de salvación para los demás cuando nos entregamos generosamente. Es el camino que Jesús quiere que emprendamos siguiendo sus pasos, amando como El amó. Tenemos que dejarnos seducir por su amor.
Llegaba ya la hora en que los discípulos habrían de comprender bien lo significaba seguir el camino de Jesús. Y aquella subida a Jerusalén había de ser trascendental. Eran importantes aquellos pasos y habían de darse con seguridad. Pero no solo a los discípulos de aquella época; esto tenemos que escucharlo también los discípulos de hoy. Nos hemos creado mitos, nos hemos construido grandiosidades, soñamos con una cristiandad dominadora del mundo. No solo lo soñamos sino que así nos ven también desde fuera, como si quisiéramos imponer, como si la iglesia fuera un dominio y un poder hasta a la manera de los políticos.
Algo se nos ha trastabillado con el paso de la historia y quizás Jesús tenga que venir a decirnos como a Pedro que andamos equivocados, que el sentido de la Iglesia tiene que ser otro, que lo que los cristianos tenemos que presentar ha de ser de otra manera, que la cruz ha de estar presente en nuestra vida pero por todo el amor que nosotros pongamos en nuestra entrega y en nuestro darnos por los demás.
Tenemos que desprendernos de tantos oropeles y vestirnos más de cruz, mas de amor, mas de entrega, mas de compromiso, mas del Espíritu del Señor que nos transforme para que pueda también transformar nuestro mundo. Nuestro estilo de vivir tiene que ser bien distinto si seguimos los pasos del evangelio. Mucho tenemos que pensar en el camino de Jesús, en cómo estamos tomando la cruz para seguir sus pasos.