sábado, 8 de julio de 2017

No nos valen los remiendos sino que es necesario vestirse la vestidura nueva de Cristo

No nos valen los remiendos sino que es necesario vestirse la vestidura nueva de Cristo

Génesis 27, 1-5. 15-29; Sal 134; Mateo 9, 14-17

Los remiendos no son soluciones definitivas; simplemente se trata de arreglar un roto, una cosa que se estropeado, quizá por el uso, por el paso del tiempo, pero que con el remiendo lo que se trata es de poner un parche, por así decirlo, que remedio momentáneamente aquel roto notándose la diferencia entre lo viejo que permanece y lo nuevo que se ha añadido.
Alguien me podrá decir que técnicamente hoy hay soluciones para que no se noten esas diferencias, y que las restauraciones pretenden conservar monumentos, objetos valiosos y cosas por el estilo, no entramos en eso; pero creo que entendemos bien lo que se quiere significar con poner un remiendo; no es hacer una cosa nueva, no es hacer una renovación profunda, no es comenzar con una nueva vitalidad.
Jesús hoy nos está hablando de remiendos y de rotos en la vida, de renovación y de vida nueva, nos habla de un vino nuevo. Es lo que Jesús viene a ofrecernos con la Buena Nueva del Evangelio. Es lo que tiene que significar nuestro encuentro con Jesús por la fe. No es un remiendo que ponemos en nuestra vida para que todo siga igual. Es una vida nueva la que Jesús nos ofrece; es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que tenemos que realizar en nuestra vida. Y cuando decimos el Reino de Dios es hacer que Dios sea el único Señor de nuestra vida; de ahí la radicalidad que Jesús nos está pidiendo.
No terminamos de comprender y asumir totalmente las palabras de Jesús. Pretendemos seguir con nuestras rutinas queriendo simplemente hacer alguna cosa buena en un momento determinado, pero que la cosa siga igual. Es esa atonta con que vivimos nuestra vida cristiana, donde no damos el sonido verdadero del evangelio con nuestra vida. Es la incongruencia con que vivimos tantas veces, que mientras sabemos muchas cosas de Jesús y del evangelio nuestro estilo de vivir no termina de radicalizarse desde el amor de Jesús.
Y esto hemos de vivirlo a nivel personal, porque cada uno tenemos que dar nuestra respuesta, desde nuestra vida, desde lo que somos, desde nuestros valores y cualidades. Es lo que tiene que manifestarse en la comunidad cristiana, en la Iglesia. Nos falta vitalidad, nos falta energía, nos falta ese arrojo para el anuncio del evangelio, nos falta compromiso verdadero en medio de nuestro mundo donde tenemos que sembrar la semilla del evangelio.
Es el cambio profundo que tendría que darse en nuestra vida. Ya Jesús comienza invitándonos a creer en el evangelio, en la buena nueva que nos anuncia del Reino de Dios y convertirnos a El. Convertirnos, darle la vuelta a nuestra vida para que sintonicemos de verdad con ese estilo de Jesús, con ese estilo de su amor tan comprometido que le lleva a dar la vida. Es el estilo que tendríamos que tener nosotros, es el estilo que tendría que brillar en nuestra iglesia.
Hoy estamos hablando continuamente de nueva evangelización, un nuevo anuncio del evangelio en medio de nuestro mundo. Que con el testimonio de nuestra vida se note esa novedad del evangelio, se transforme de verdad nuestro mundo para vivir plenamente esos valores del Reino de Dios, para una mayor justicia en medio de nuestro mundo, para una mayor autenticidad y verdad, para esa búsqueda del bien y de la verdad plena, para conseguir esa dicha y felicidad profunda que Jesús nos ofrece en las Bienaventuranzas.
No nos valen los remiendos sino que es necesario vestirse la vestidura nueva de Cristo; son necesarios esos odres nuevos que contengan ese vino nuevo que no se pierda nunca y que llene de la alegría y felicidad verdadera a nuestro mundo.

viernes, 7 de julio de 2017

Tendríamos que aprender de Jesús para saber sentarnos en la vida con todos, también con aquellos que el mundo considera distintos y de baja condición

Tendríamos que aprender de Jesús para saber sentarnos en la vida con todos, también con aquellos que el mundo considera distintos y de baja condición

Gén. 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105; Mt. 9,9-13
Aquellos que han experimentado la misericordia en sus vidas son los que serán capaces de hacer de verdad un mundo mejor. Quien ha sentido la miseria en su vida, pero al mismo tiempo se ha sentido amado y levantado con amor de las sombras de su mal porque se ha seguido confiando en él, habrá aprendido a caminar con la misma misericordia y dando la misma confianza a los que están a su lado. Es un camino para que seamos mejores y para que así vayamos construyendo un mundo mejor.
Ojalá todos lo supiéramos experimentar y vivir. Y digo ovala todos lo supiéramos experimentar porque hay quienes en su orgullo no se creen necesitados de esa misericordia porque se creen siempre justos y buenos, aunque su corazón esté lleno de orgullo y de maldad, y no sabrán ver nunca esa mano que se les tiende para ayudarlos a levantarse y hacer mejor su vida. Los orgullos nos encierran y nos aíslan; los orgullos y vanidades nos separan a los demás y con ello vamos creando discriminaciones; ese orgullo y vanidad de creerme superior y mejor me lleva al desprecio de aquellos que no considero dignos aunque quizás en muchas ocasiones tienen un corazón mejor que nosotros.
Qué sensación más hermosa se siente dentro de uno mismo cuando a pesar de que somos débiles y tenemos muchos fallos o defectos en la vida, hay alguien que sigue confiando en nosotros, nos ama y se pone a nuestro lado en nuestro caminar. Siente uno la paz del agradecimiento y al mismo tiempo se siente impulsado a actuar de la misma manera con los demás. Por eso decía que quienes experimentan la misericordia en su vida se sentirán más capaces de hacer un mundo mejor. En esa confianza mutua, en esa aceptación respetuoso de lo que cada uno somos, en ese saber tendernos la mano alejando de nosotros desconfianzas o resentimientos, es como iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor.
Es el camino que nos enseña Jesús. Es el camino con el que El va llamando a sus discípulos. No todos lo entenderán. Quienes en su orgullo y vanidad se sienten endiosados y subidos sobre sus pedestales no comprenderán el camino de Jesús y estarán acechándole siempre para juzgarle y condenarle. ‘Vuestro maestro come con publícanos y pecadores’, les dicen a sus discípulos.
Jesús había llamado a Leví. Era un recaudador de impuestos, mal considerado por los judíos que lo consideraban un colaboracionista con el pueblo invasor, pero también los tenían por usureros y ladrones. Los llamaban publicanos, que era como decirle que eran pecadores públicos. Pero Jesús quiere contar con Leví, lo llama y este con alegría lo sigue. Tanta es su alegría que le ofrece una comida a Jesús, y allí van a estar los que han sido sus amigos de siempre. Y Jesús y sus discípulos estarán entre ellos. De ahí el juicio y condena de los que se creen justos.
Jesús viene a llamar a los pecadores, como el medico va a buscar a los enfermos. La Iglesia de Jesús será una Iglesia de santos en virtud de nuestra consagración y nuestras metas, pero es una iglesia de pecadores; somos pecadores los que la formamos y caminamos en medio de nuestras debilidades y continuos fallos, pero con el deseo de ser mejores, de ser santos. No lo podemos olvidar, porque algunas veces los que estamos en la iglesia tenemos las mismas actitudes de aquellos fariseos, ya nos consideramos tan santos que nos ponemos por encima de los demás.
Tendríamos que aprender de Jesús. Experimentar en nosotros de una forma vital esa misericordia del señor. Tendríamos que aprender de Jesús para que nunca discriminemos ni hagamos distinciones. Somos tan dados a hacer distinciones. Tendríamos que aprender de Jesús para sentarnos como El en medio de los pecadores, porque así nos sentimos nosotros también.

jueves, 6 de julio de 2017

Busquemos a Jesús queriendo sentir su perdón que renueva nuestra vida y encontremos gracia por luchar por todo lo bueno y con su amor podamos ir al encuentro con los demás

Busquemos a Jesús queriendo sentir su perdón que renueva nuestra vida y encontremos gracia por luchar por todo lo bueno y con su amor podamos ir al encuentro con los demás

Génesis 22, 1-9; Sal 114; Mateo 9,1-8
‘Le presentaron un paralítico, acostado en su camilla’. Jesús había llegado de nuevo a su ciudad y aun no le dejaban ni llegar a casa. El evangelista Mateo sitúa este episodio en plena calle. Le traen un paralítico, en su camilla. Quieren que le cure, que pueda andar.
¿Qué buscan en Jesús? ¿Qué buscamos nosotros? En aquel caso tenemos claro que lo que buscan es la curación, la salud. Corría la noticia por todas partes no solo de que había aparecido un profeta en Galilea que anunciaba el Reino de Dios y cuyas palabras sembraban esperanza en sus corazones, sino como es natural en las gentes que están acosadas por todo tipo de sufrimientos que aquel profeta hacia muchos milagros y curaba a los enfermos, dando vista a los ciegos, limpiando de su lepra a los leprosos, curando a los paralíticos, expulsando los demonios de los endemoniados. Le traen a Jesús aquel paralítico para que lo cure.
Pero nos preguntábamos también qué buscamos nosotros en Jesús, qué buscamos en la religión, en nuestra relación con Dios. Cada uno allá en su interior sabe lo que busca y no es cuestión de hacer juicios. Pero cada uno de nosotros sabemos cuando nuestra oración es más fervorosa en nuestras peticiones. Puede ser clave para darnos cuenta de qué es lo primordial para nosotros en nuestra relación con Dios. ¿Los problemas que nos van apareciendo en la vida? ¿Nuestro dolor y sufrimiento en las enfermedades o limitaciones físicas que podamos tener? Seguramente no nos quedamos ahí y tendremos el deseo de ser mejores, o acaso sintamos preocupación por los que están cercanos a nosotros y lleguemos a ver sus sufrimientos y recemos por ellos. Pero ¿nos quedaremos solo en esas cosas? Pudiera sucedernos.
Jesús busca más en el corazón del hombre; quiere ofrecernos mucho más. En su amor por nosotros quiere también alejar de nuestra vida todo sufrimiento y todo lo que pudiera limitarnos en algún sentido. Pero Jesús quiere que seamos conscientes de cual es el mal más profundo que puede haber dentro de nosotros y nos produce peores limitaciones.
Nuestra invalidez no es solo que nuestros miembros no puedan sostenernos y de ellos podamos valernos para realizar las cosas normales de nuestra existencia. Hay muchas otras cosas que nos invalidan desde lo más profundo cuando dejamos meter el mal, el desamor, el odio quizás en nuestro interior. La falta de amor nos inmoviliza mucho más que unas limitaciones físicas de nuestros miembros porque nos hace incapaces de poder ir al encuentro con los demás.
Estamos muy aferrados en multitud de ocasiones a la camilla de nuestro yo, de nuestra insolidaridad, del orgullo y del amor propio, de los recelos y las desconfianzas y vamos poniendo barreras en nuestro entorno, cosas y actitudes que nos distancian de los demás, que crean rupturas en nuestras relaciones y nos sucede incluso con aquellos que pudieran ser mas cercanos como son nuestra propia familia. Cuantas familias rotas cuando nos invalidamos con nuestros orgullos, nuestra insolidaridad, nuestros egoísmos, nuestros pensar solo en nosotros mismos.
Jesús lo primero que le dice a aquel hombre que le traen en su camilla es ‘perdonados son tus pecados’. Los que le rodean no lo entienden. Pero es el mejor regalo que Jesús puede ofrecernos, y El puede en verdad ofrecérnoslo porque para eso ha venido, para derramar su sangre para el perdón de nuestros pecados. El quiere una vida nueva en nosotros que esté inundada de amor. Por eso lo primero que hará es arrancar el pecado de nuestro corazón con su perdón, para que podemos ser en verdad ese hombre nuevo del amor.
Busquemos a Jesús queriendo sentir su perdón que renueva nuestra vida. Busquemos a Jesús para que encontremos gracia por luchar por todo lo bueno. Busquemos a Jesús y con El y su amor vayamos al encuentro con los demás.

miércoles, 5 de julio de 2017

No miremos distraídos para otro lado ni nos hagamos oídos sordos cuando el Señor toca en nuestro corazón y nos pide crecer y superarnos

No miremos distraídos para otro lado ni nos hagamos oídos sordos cuando el Señor toca en nuestro corazón y nos pide crecer y superarnos

Génesis 21,5.8-20; Sal 33; Mateo 8,28-34

Hermoso seria que en la vida aprendiéramos a caminar juntos a pesar de nuestras diferencias; pero no siempre sabemos hacerlo. Bien porque en ocasiones nos endiosamos creyéndonos los mejores, los insuperables y pensamos qué nos pueden aportar esas personas a las que por decirlo de una manera suave consideramos inferiores a nosotros en sus cualidades o en su saber hacer, o bien, por todo lo contrario, porque no nos gusta estar al lado o a la sombra de personas que sabemos valen más que nosotros, su vida está llena de rectitud y bien hacer y estar a su lado se nos produce un rechazo interior porque de alguna manera nos hacen reconocer nuestros defectos, nuestros errores y nuestra vida quizás no tan buena.
Aunque en el interior de cada persona de manera innata está el deseo de lo bueno y de lo mejor, algunas veces rechazamos lo bueno que hay en los demás porque de alguna forma se convierte en denuncia del mal que hay en nosotros. Surgen así las envidias o los orgullos, nuestro amor propio se siente herido, aparece la resistencia a ese encuentro y colaboración con el otro. Quizá nos damos cuenta que tendríamos que cambiar en muchas cosas, pero nosotros nos encontramos muy bien con una vida fácil en la que simplemente nos dejamos llevar por la pendiente, y no nos apetece el esfuerzo de querer subir, de querer emularnos y superarnos para conseguir lo mejor.
Son situaciones humanas en las que podemos vernos envueltos muchas veces en la vida y que tendríamos que tratar de superar; la madurez en nuestra vida nos exige esfuerzo y capacidad de superación, que puede ir acompañada de muchos sacrificios que no siempre estamos dispuestos a aceptar. Es más cómodo quizás dejarse llevar por la corriente, por lo que todos hacen o por lo que siempre hemos hecho sin examinarnos bien si era bueno lo que hacíamos.
¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres que haga? Quizá contestamos al amigo que con buenas palabras quiere hacernos ver las cosas con claridad y nos está queriendo ayudar a superarnos; déjame tranquilo con mi vida, le decimos tantas veces.
¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ Fue el grito también de aquellos endemoniados con los que se encontraron cuando llegaron a aquella región al otro lado del lago. Eran violentos, nadie se atrevía a ir por aquellos caminos. Jesús les sale al encuentro. Jesús quiere siempre liberar al hombre de toda atadura. Recordamos lo anunciado por el profeta y leído en la sinagoga de Nazaret.
Jesús allí también realiza su obra de liberación y salvación. Pero si primero fue el rechazo de los endemoniados que no querían salir de la posesión de aquellas personas, luego fueron las gentes del lugar los que le piden a Jesús que se marcha a otra parte. Su vida se veía trastocada con la presencia de Jesús y ellos quizá preferían seguir como estaban, con sus costumbres, con su manera de vivir. La imagen de la piara de cerdos en la que se meten aquellos demonios y se arrojan acantilado abajo sobre el lago, tiene su significado también.
¿Será también la reacción que nosotros podamos tener en ocasiones ante el evangelio de Jesús? La gracia del Señor toca y llama en nuestros corazones tantas veces y preferimos seguir con nuestra vida haciéndonos oídos sordos a la llamada del Señor. Mucho tendríamos que analizar en lo que es la respuesta que damos en nuestra vida. Quede aquí apuntado para que sea algo en lo que también reflexionemos. Seguir el camino de Jesús significa que tenemos que levantarnos para ponernos en camino, y que para hacer ese camino con total libertad de espíritu de muchas cosas tenemos que desprendernos.

martes, 4 de julio de 2017

En la travesía de la vida nos aparecen las tormentas, las cosas que salen mal, encontramos oposición a nuestro anuncio y testimonio pero la fuerza y presencia del Señor no nos fallará


En la travesía de la vida nos aparecen las tormentas, las cosas que salen mal, encontramos oposición a nuestro anuncio y testimonio pero la fuerza y presencia del Señor no nos fallará

Génesis 19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27

Cuantas veces vamos por la vida entusiasmados, contentos, con la ilusión de nuestros sueños y proyectos que vemos realizados en un futuro cercano, sintiendo quizás también la compañía de amigos y personas que nos aprecian que nos dan ánimos y pareciera que, aunque no sin esfuerzos y trabajos, vamos consiguiendo ser felices en la realización de nuestra vida y también por lo que podemos hacer por los demás. No nos sentimos solos. Parece que las negras brumas de pesimismos y desánimos han desaparecido de nuestro horizonte. Como se suele decir parece que todo va marchando sobre ruedas.
Pero también tenemos la experiencia quizás de que en un momento determinado aparecen nubarrones de malos presagios en nuestra vida; las cosas no nos salen como hubiéramos soñado; nos parece que quienes nos apoyaban ya no están a nuestro lado, y necesitamos ser muy fuertes y maduros para que no nos entre el desánimo, el desasosiego porque todo se nos puede venir abajo cual fuera un castillo de naipes que no tuviera una sólida base que nos sustentara. Por eso decía necesitamos ser fuertes y maduros para afrontar dificultades, vientos en contra y seguir luchando por nuestros proyectos, por conseguir nuestros ideales. Pero la tentación sabemos que está ahí y nos acecha.
‘¡Cobardes! ¡Qué poca fe!’ les dijo Jesús a los discípulos que iban asustados en la barca. Se habían prometido una travesía feliz. Era un recorrido bien conocido por ellos que tantas veces habían atravesado el lago en búsqueda de pesca. Jesús iba con ellos. Ahora no iban a pesar sino que se habían ido con Jesús que los llevaba al otro lado del lago. Jesús siempre en camino, en búsqueda de nuevos lugares, nuevas personas a los que evangelizar. Pero en el lago se había desatado una tormenta. Era fuerte. Parecía que la barca se hundía. Y Jesús no hacia nada, sino que estaba recostado a pesar del fragor de la tormenta. ‘¡Señor! Sálvanos que nos hundimos’, le gritaron.
Como a nosotros también en la travesía de la vida, cuando aparecen las tormentas, las cosas que salen mal, la oposición que encontramos en los demás. Como nosotros cuando siguiendo el mandato de Jesús nos ponemos en caminos y atravesamos los mares de la vida para llegar a los otros, a los que están mas lejos, a los que nunca se les ha anunciado el evangelio. Y encontramos dificultades; la gente no nos entiende; hay quienes se oponen o hasta se ríen de nosotros; no quieren que demos nuestro testimonio; se cierran los oídos para no escuchar el mensaje del evangelio.
Nos sucede tantas veces y nos sentimos desalentados; con la ilusión que íbamos y ahora todo se nos vuelve en contra; con las ganas que teníamos de hacer el anuncio de Jesús y nosotros mismos tenemos nuestros tropiezos y ya no nos creen; con el esfuerzo que estamos queriendo hacer, pero sentimos que no llegamos a todos. Y nos desalentamos; y nos parece que estamos solos, que no tenemos fuerzas, que quizá el Señor no nos escucha ni nos ayuda. También pasamos por momentos malos, en los que tenemos que sacar a flote toda nuestra fe para no perder el ánimo, para que mostremos en verdad la madurez de nuestra vida y de nuestra fe.
Pero Jesús está ahí. El prometió que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos; El nos prometió la fuerza de su Espíritu que nunca nos faltará. Tenemos, sí, una base sólida en la que apoyarnos, es nuestra fe, es la oración, es la Palabra de Dios que nos sirve de alimento y de luz cada día, es la gracia de los sacramentos, de la Eucaristía en que Cristo mismo se nos da, se hace nuestro alimento, nuestra vida. Que no se nos apague nuestra fe. Que nuestro testimonio sea siempre valiente aunque muchas sean las borrascas de la vida.

lunes, 3 de julio de 2017

Tenemos nuestras dudas también como Tomás y pasamos por muchas pruebas, pero tenemos que dejarnos encontrar por Jesús porque El siempre nos sale al encuentro

Tenemos nuestras dudas también como Tomás y pasamos por muchas pruebas, pero tenemos que dejarnos encontrar por Jesús porque El siempre nos sale al encuentro

Efesios 2,19-22; Sal. 116; Jn 20, 24-29
Todos tenemos dudas en nuestro interior; no siempre nos es fácil aceptar aquello que nos dicen; a veces aunque las cosas se nos presenten como dignas de toda veracidad, sin embargo dudamos en qué puede haber detrás, cual es la intención al darnos una noticia así, tememos que haya sido manipulado aquello que nos trasmiten y que intenten también manipularnos a nosotros. Dudamos y nos entran desconfianzas de todo tipo, de las personas, de lo que nos puede parecer más palpable, del subjetivismo o no de lo que se nos trasmite.
Es cierto que es difícil vivir en la eterna duda, pero también hemos de decir que las dudas nos purifican, porque nos hacen prestar más atención a las cosas, a lo que creemos, porque le quitamos la hojarasca que nos pueda impedir ver la verdad profunda, porque nos hace buscar con mayor intensidad. Y eso en el plano humano, de nuestras relaciones de unos con otros, y también si subimos a un plano espiritual. También en este aspecto muchas veces nos llenamos de dudas, a pesar de que digamos que tenemos una fe fuerte y bien fundamentada.
No queremos ser crédulos de ojos cerrados y, aunque muchas veces hemos entrado en juicio con la actitud del apóstol que hoy celebramos, de alguna manera nosotros también queremos palpar, buscar la prueba que nos lleve al convencimiento profundo. Cuando entramos en este ámbito espiritual ya sabemos que al hablar de la fe entramos en algo sobrenatural; sabemos también que la fe es un don de Dios, pero al que nosotros hemos de dar respuesta. Por algo el apóstol nos dirá que tenemos que saber dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Como ya expresamos de alguna manera hoy estamos celebrando la fiesta de santo Tomás apóstol. El que le preguntara a Jesús en la cena pascual que les señalara el camino. Señal de una búsqueda aunque le costara entender las palabras de Jesús. Pero el episodio que siempre recordamos es su ausencia en el Cenáculo cuando la primera aparición de Cristo resucitado.
‘Hemos visto al Señor’, es el anuncio que alegres le hacen los demás discípulos a su vuelta. Pero aparecen sus dudas, su búsqueda de pruebas, su querer encontrar razonamientos. Ya conocemos las palabras de Tomas. ‘Si no veo la señal de los clavos… si no meto la mano en la llaga del costado’. Le costaba aceptar el testimonio de los demás apóstoles. Podían ser sueños fantasmagóricos y él quiere pruebas.
Será cuando se encuentre a los ocho días en el mismo lugar con Cristo resucitado cuando ya no necesitará las pruebas, el palpar por su mismo, cuando brotará la fe intensa de su alma.
Seguro que El quería creer. Como los demás discípulos estaba pasando también una prueba grande para su fe con la muerte de Jesús en la cruz. Todo parecía un fracaso, todo parecía un final, un tiempo perdido, unas ilusiones y esperanzas por tierra, no terminaba de comprender y aceptar las palabras de Jesús. Su fe se puso a prueba y se purificó.
Tenemos nuestras dudas también, pasamos por muchas pruebas, en ocasiones nos podemos sentir hundidos porque parece que todo se nos viene abajo. Tenemos que dejarnos encontrar por Jesús allá en lo más hondo de nosotros mismos porque el siempre nos sale al encuentro. Pongamos un poquito de confianza en la palabra de Jesús para que vivamos a Jesús, para que crezca nuestra fe.

domingo, 2 de julio de 2017

Cuánta sed hemos de saber calmar desde esos pequeños gestos de encuentro y de cercanía que harán que nuestra vida adquiera un sentido y un valor nuevo

Cuánta sed hemos de saber calmar desde esos pequeños gestos de encuentro y de cercanía que harán que nuestra vida adquiera un sentido y un valor nuevo

2Reyes 4, 8-11. 14-16ª; Sal 88; Romanos, 6, 3-4. 8-11; Mateo 10, 37-42
Hay quien mira la vida como una rutina donde piensan que todo se repite, considera las cosas pequeñas sin valor y a lo sumo sienten temor ante cosas extraordinarias que pudieran suceder y todo les parece como un azar que no tiene sentido ni valor. Es triste y amargo vivir la vida así, porque pareciera que les falta aliciente, no tienen metas o carecen de ideales que sean como motor de empuje para cuanto día vamos haciendo. Caminar así es un caminar sin sentido, y cuando no tenemos metas todo se nos vuelve rutinario y aburrido y entonces parece que ni siquiera queremos vivir.
La vida está hecha de esas cosas pequeñas de cada día, pero donde hemos de saber encontrarle un sentido y un valor; pero al mismo tiempo siempre va acompañada de otros momentos más fuertes en los que quizá tenemos que tomar decisiones más importantes cuando tenemos que ir afrontando todas responsabilidades que en la vida tenemos que saber asumir.
Esos momentos o esas decisiones, es cierto, le dan como un colorido distinto a la vida, pero eso no quita para que sepamos ver el valor de esas cosas pequeñas de cada día a las que hemos de saberle dar una profundidad, encontrarle su valor, ver que son también importantes porque son como esas pequeñas piezas de un mosaico que van a ayudarnos a dar el trazo definitivo de esa imagen que queremos reflejar. Un mosaico no solo está compuesto de piezas grandes, sino de esos trozos pequeños que nos puedan parecer insignificantes pero que trazarán el dibujo de la imagen que se quiere reflejar.
Esto que podemos decir de toda vida humana que queramos vivir con sentido y a la que siempre hemos de saber dar profundidad lo podemos decir aun con mayor sentido de lo que es nuestra vida religiosa y cristiana. También nos encontraremos quienes nos digan que eso de ser cristiano es aburrido y es una rutina. Pero siguiendo el hilo de nuestra reflexión creo que podemos darnos cuenta de que  no es ni puede ser así.
La vida es un camino y la vida cristiana es ese camino que hacemos queriendo seguir los pasos de Jesús. En ese camino de Jesús habrá momentos importantes, decisivos en los que tendremos que realizar unas opciones que irán marcando, es cierto, el camino de nuestro vivir; es el camino de los grandes valores que nos enseña el evangelio, es esa búsqueda del Reino de Dios y su justicia, como nos dirá Jesús en alguna ocasión; es el momento en que tenemos que plantearnos si aquello que estamos haciendo es en verdad vivir ese Reino de Dios, porque Dios sea ciertamente el único Señor de nuestra vida.
Pero luego estarán esos pequeños gestos de cada día, esas pequeñas cosas que vamos haciendo pero que queremos vivir desde toda la intensidad de nuestro amor. Se nos reconocerá por esa rectitud con que actuamos en nuestra vida, desde unos principios, desde unos valores, desde una opción que hacemos por el Evangelio del Reino de Dios. Por eso nos pide Jesús desde el principio conversión, darle totalmente la vuelta a nuestra vida para que nuestro actuar sea siempre según Dios, sea siempre buscando ese Reino de Dios que todos hemos de vivir.
Pero eso, como decíamos, lo vamos reflejando en esas pequeñas cosas, en esos pequeños detalles, en esos gestos de nuestro amor, de nuestra ternura para con los demás, de nuestra cercanía, de ese encuentro vivo que siempre queremos realizar con el otro, de nuestro querer hacer felices siempre a los que nos rodean. No me dirán que es ilusionante vivir la vida así, dándole intensidad a cada una de las cosas que hacemos.
No son rutinas, no hay aburrimiento, hay siempre ilusión porque siempre queremos sembrar esperanza en nuestro corazón de que podemos ser mejores y podemos hacer un mundo mejor, y siempre podemos poner esperanza en los que nos rodean de que si es posible ese mundo mejor en que todos seamos cada día un poquito más felices.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Nos dice como hemos de tomar decisiones importantes, donde arranquemos de nosotros todo aquello que nos impida vivir el Reino de Dios, por nada ni nadie tendría que impedírnoslo, pero nos habla de esa mutua acogida que siempre hemos de hacer al otro, porque en el otro siempre hemos de saber ver el rostro de Dios; pero nos habla de las pequeñas cosas que no quedan sin recompensa, como el vaso de agua que demos al sediento.
Cuánta sed hemos de saber calmar desde esos pequeños gestos de encuentro y de cercanía que cada día hemos de tener con los que están a nuestro lado. Cuántas sonrisas podemos repartir para alegrar el espíritu de los que nos miran de frente. Cuántas manos podemos tender para levantar al que está caído o al que le cuesta caminar en la vida. Cuántas veces podemos y tenemos que saber sentarnos al lado del que está triste o del que anda desorientado en la vida. Cuántas miradas luminosas que despierten ilusión podemos tender sobre los que se sienten derrotados para que se sientan animados a que es posible salir de esas negruras de la vida.
Cuántas cosas buenas, aunque sean pequeñas, podemos ir realizando cada día. Todas tienen su valor, todas ponen también ilusión en nuestro corazón, todas harán que nuestra vida adquiera un sentido y un valor nuevo.