sábado, 24 de junio de 2017

El nacimiento de Juan Bautista nos recuerda a la Voz que anuncia la llegada de la Palabra y nos compromete a ser misioneros, apóstoles y voz que anuncia la única palabra de Salvación

El nacimiento de Juan Bautista nos recuerda a la Voz que anuncia la llegada de la Palabra y nos compromete a ser misioneros, apóstoles y voz que anuncia la única palabra de Salvación

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80
Escuchar una voz no es simplemente escuchar unos sonidos inconexos sino que cuando escuchamos una vez lo que pretendemos es escuchar una palabra. Podemos producir sonidos con nuestra garganta o nuestras cuerdas vocales, pero lo importante es cuando conseguimos pronunciar una palabra e hilvanar un mensaje. El niño comienza a producir sonidos guturales pero estamos deseando escuchar cuando llegue ya a balbucear una palabra y qué gozo cuando la primera palabra que pronuncia es papá o mamá.
Hoy estamos celebrando el que iba a ser la voz, la voz que anunciara la llegada de la Palabra. Hoy celebramos el nacimiento de Juan Bautista, como habían anunciado los profetas y el definiría de si mismo, la voz que grita en el desierto para preparar el camino del Señor.
En torno al nacimiento del que iba a ser esa voz se suceden diversos hechos como signos de lo que en realidad iba a significar su nacimiento. Hay palabras de anuncio y hay silencios, hay cánticos de alabanza y sobresalto y alegría de las gentes. El ángel le anuncia en el templo a su padre Zacarías el nacimiento de quien venia con el espíritu y el poder de Elías para reconciliar y para convertir, para atraer a los hijos dispersos y para ser precursor de la llegada de la salvación para todos. Grande es la sorpresa de Zacarías que no se lo puede creer y se queda mudo ante el sobresalto que se produce en su corazón con tales anuncios.
Pero con la llegada del que iba a ser la voz también Zacarías prorrumpe en cánticos de alabanza que seguramente se habían ido gestando también en su tiempo de silencio, rumiando en su interior todo aquel misterio de Dios que aun no terminaba de comprender. Pero su cántico de alabanza se hace también cántico profético porque va a señalar al niño recién nacido como el profeta del Altísimo porque irá delante del Señor preparando sus caminos.
Juan es la voz, sí, pero que da paso a la Palabra; la Palabra eterna de Dios que en Dios está desde toda la eternidad y por quien se hizo todo cuanto esta hecho, pero que ahora viene a plantar su tienda entre nosotros, aunque las tinieblas la rechacen, pero que va a ser esa Palabra viva y Palabra de vida que a todos venga a dar nueva vida porque a cuantos la reciben los hará hijos de Dios.
Hoy nos alegramos con el nacimiento de Juan, porque va a resonar esa voz que dará paso a la Palabra, a la Palabra de la salvación. Hoy nos alegramos con el nacimiento de quien viene a abrir caminos de conversión y de reconciliación, de quien viene a despertar nuestras conciencias y descubramos nuestros valles de abatimiento o nuestras montañas de orgullo, nuestros caminos retorcidos y desorientados en la duda y en la confusión y seamos capaces de bañarnos en el baño de la purificación para poder vestirnos el vestido nuevo de la vida y de la gracia.
Hoy todo el mundo se alegra en esta fiesta de san Juan, fiesta muy rodeada es cierto de muchos ritos ancestrales del fuego y de la luz en torno a este inicio de verano. No nos podemos quedar en una fiesta pagana, aunque utilicemos la imagen de un santo, sino que quienes tenemos marcada nuestra vida desde nuestra fe cristiana hemos de saberle dar un verdadero valor y sentido.
Nos alegramos con todos en este día de fiesta pero hemos de saber recibir el mensaje que este día del nacimiento de Juan Bautista ha de tener para nosotros. Yo diría que hemos de recibir el testigo de manos o de la voz, si queremos decir así, de Juan Bautista. También nosotros hemos de ser voz que resuene como la de Juan en medio de nuestro mundo y nuestra sociedad medio paganizada; hacer resonar nuestra voz para que se escuche la Palabra, para que de manos de Juan Bautista vayamos hasta el Salvador del que él es profeta.
Es el anuncio siempre nuevo que tenemos que hacer los creyentes en medio del mundo. Misioneros de la Buena Nueva del Evangelio, profetas con nuestros gestos y palabras, evangelizadores con el testimonio de nuestra vida, anunciadores siempre con nuestra voz como la de Juan de la única Palabra que nos trae la salvación.


viernes, 23 de junio de 2017

Hoy miramos a Jesús y contemplamos su Corazón, que es contemplar su vida, su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan

Hoy miramos a Jesús y contemplamos su Corazón, que es contemplar su vida, su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan

Deut. 7, 6-11; Sal 102; 1Jn 4, 7-16; Mt. 11, 25-30
Cuántas cosas hermosas se dicen entre sí los enamorados; rebuscan las más bellas palabras, se inventan las más originales imágenes, todo se vuelve romanticismo y poesía para expresar el amor que siente el uno por el otro, para expresar cómo el uno para el otro es vida de su vida, cómo lo lleva guardado en lo más hondo de su corazón, cómo quieren vivir una comunión eterna de amor de manera que nada les separe.
Estaréis pensando que me habré vuelto romántico al comenzar esta reflexión de hoy, pero es que quiero partir de esa hermosa realidad del amor humano, para considerar qué grande es el amor que Dios nos tiene y como tenemos que corresponder a ese amor. Esa imagen romántica del corazón, podríamos decir así, que empleamos en nuestro lenguaje humano para expresar la hondura del amor humano es la misma que hoy nos ofrece la iglesia para hablarnos del amor de Jesús por nosotros.
Hoy celebramos el sagrado Corazón de Jesús. Hoy estamos queriendo considerar lo hermoso del amor de Dios para con nosotros que así se manifiesta en Jesús, por eso queremos contemplar su corazón. Llegamos hoy a considerar y contemplar la sublimidad de la mística del amor. Hoy queremos levantarnos más y más en esa escala del amor para llegar a la más profunda comunión mística con Dios.
El amor siempre lleva a la comunión con el amado, quienes se aman quieren permanecer unidos y que nada los separe, llegan como a sentir y vivir como en un único corazón, porque así es la comunión de pensamientos, de sentimientos, de acciones que expresan esa profunda unión. Los que se aman se sienten como protegidos el uno en el otro, porque saben que su amor no les fallará y eso siempre será un aliciente para esa lucha y esa conquista de su mismo, para ese su crecimiento personal, para esa fortaleza contra las adversidades y problemas que surjan, para lograr no solo su propia felicidad sino también de cuantos le rodean.
Y todo eso lo sentimos en el amor de Dios. El nunca nos falla, su amor es fiel y es eterno, no solo nos ha amado desde toda la eternidad sino que nos seguirá amando por toda la eternidad. Unidos en el amor de Dios vamos a tener vida en plenitud, vida eterna la llamamos, porque nos estamos haciendo participes del ser de Dios. En el amor permanente de Dios que está siempre no solo junto a nosotros sino en nosotros, porque quiere habitar en nuestro corazón, sentiremos su fortaleza contra toda adversidad y todo cansancio en nuestras luchas. Estimulados en ese amor de Dios estaremos en continuo crecimiento interior y la felicidad mas honda que jamás ser humano podrá alcanzar porque nos llenamos de la dicha de Dios.
Hoy miramos a Jesús y contemplamos su corazón, que es algo más que contemplar un órgano del cuerpo, porque estamos contemplando su vida, estamos contemplando su cercanía, su amor, su ternura, su misericordia y compasión que nunca nos fallan, su protección, su gracia que inunda para siempre nuestra vida y para eso nos da la fuerza de su Espíritu.
No nos quedamos en romanticismos, es cierto; experimentamos en nosotros toda la fuerza del amor de Dios y queremos corresponder a ese amor que nos lleve a la más profunda comunión, que será con Dios, pero que necesariamente nos va a llevar a esa nueva comunión con nuestros hermanos, para quienes siempre en el amor querremos lo mejor.

jueves, 22 de junio de 2017

No reces el padrenuestro simplemente recitando sus palabras, sino saborea el calor del amor de un padre al que quiere corresponder un hijo cautivado por ese amor

No reces el padrenuestro simplemente recitando sus palabras, sino saborea el calor del amor de un padre al que quiere corresponder un hijo cautivado por ese amor

2Corintios 11,1-11; Sal 110; Mateo 6,7-15
Hay cosas que nos suceden repetidamente, palabras que repetimos todos los días, pensamientos e ideas que afloran en nuestra mente una y otra vez, pero que terminamos de acostumbrarnos a ellas y al final no terminan de hacer mella en nosotros cuando realmente tendríamos que sentirnos totalmente transformados si dejáramos que de verdad impactaran en nuestro corazón y nuestra vida. Lo malo es acostumbrarse a las cosas y convertirlas en rutina; les hacemos perder su valor y su sentido, serán cosas que pasaran por nuestra vida pero de manera tan superficial que no dejarán huella.
¿Será que vivimos la vida demasiado alocada? Todo son carreras y prisas y no nos damos tiempo para saborear lo que de verdad en bueno y sabroso para nuestra vida. Es la superficialidad en la que podemos caer y que tiene una pendiente muy fuerte y peligrosas que nos arrastra al sin sentido de perder el valor de lo que tiene que ser verdaderamente importante y trascendental para nosotros.
Terrible que esto nos sucede en el ámbito de nuestra fe, de nuestra religiosidad, de nuestra relación con Dios. Cuanto daño nos hace esa superficialidad en este aspecto. Seguimos diciendo que somos creyentes, pero no le damos hondura a nuestra vida desde la fuerza de la fe.
Somos creyentes pero no terminamos de mantener una relación intima y profunda con nuestro Hacedor. Somos creyentes y aunque quizás sabemos muchas cosas en el orden de la fe y del evangelio, no terminamos de dejarnos envolver por la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestro quehacer, en los pensamientos más íntimos de nuestro corazón y en nuestra relación con los demás. Somos creyentes y nuestra relación con Dios es esporádica, quizás mas cuando nos vemos en dificultades problemas o sufrimientos, y aunque decimos que rezamos nuestra oración se ha hecho superficial y rutinaria, contentándonos con repetir unas formulas de oración.
No quiere Jesús que en sus discípulos sea así. El nos está descubriendo la maravilla del misterio de Dios que nos envuelve con su amor. Quiere que sintamos y experimentemos en nosotros su presencia y su amor y que nuestra relación con El sea la de los hijos. Tenemos que ser los hijos que nos gozamos de la presencia y del amor del Padre en todo momento, y por eso queremos vivir en su amor, queremos expresarle en todo momento nuestro amor desde lo más profundo de nosotros mismos. Es lo que tenemos que aprender a saborear en la forma de oración que nos enseño; es más que una forma, es un estilo nuevo, una nueva vivencia del amor de Dios que sentimos en nosotros y al que queremos corresponder.
Muchas veces queremos explicar el padrenuestro; hoy simplemente quiero decirte, rézalo de nuevo, mejor aun, saboréalo de nuevo diciéndolo muy despacito sintiendo todo el calor del amor de un padre al que quiere corresponder un hijo también cautivado por ese amor.

miércoles, 21 de junio de 2017

Frente a la tentación del orgullo y la vanidad que todo lo corroe tengamos actitudes de humildad y sencillez que nos hagan verdaderos servidores de los demás

Frente a la tentación del orgullo y la vanidad que todo lo corroe tengamos actitudes de humildad y sencillez que nos hagan verdaderos servidores de los demás

2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18
La vanidad es un mal compañero de la vida. Aunque el vanidoso se crea el rey del mundo, se ponga por encima de los demás, se cree que es el único que hace bien las cosas, sin embargo es algo que nos destruye por dentro como siempre destruye el orgullo y a la larga no nos hace enteramente felices, merma nuestras relaciones con los demás y en cierto modo nos vamos como aislando del trato afable con los semejantes.
Es una tentación fácil que se nos puede meter por dentro cuando nos consideramos indispensables, nos creemos perfectos, y tendemos a poner siempre en un escalón más alto que los que nos rodean. Surge el desprecio y la discriminación porque no con todos queremos mezclarnos porque no los consideramos tan dignos como  nosotros. Nos llenamos de apariencias y simulaciones, porque no queremos dejar que se trasparenten nuestros defectos, y nos sentimos heridos por la envidia cuando vemos a otros que pueden sobresalir sobre nosotros, y más aun cuando alguien nos quiere hacer caer en la cuenta de la vanidad de la vida.
Es bueno que recapacitemos sobre estas cosas que sutilmente pueden envolver nuestras relaciones y nuestro trato con los demás. Nuestro estilo tiene que ser de otra manera. Es lo que Jesús quiere hacernos reflexionar hoy con su palabra. Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial’, les dice a quienes quieren seguirle. Y es que estas actitudes vanidosas se nos pueden meter también en los actos de nuestra vida religiosa.
Hace referencia Jesús de manera especial en el ayuno, las limosnas y las oraciones, fijándose en las actitudes y posturas de los fariseos. No hacer las cosas para que nos vean los que nos rodean y nos digan lo buenos que somos. Ya nos dirá que lo que hace tu mano izquierda que no se entere la derecha, para decirnos como calladamente hagamos el bien. Si alguien nota que hacemos el bien, que sea para la gloria de Dios, para que glorifiquen al Señor, como nos dirá en otra ocasión. Pero no es cuestión de ir tocando campanillas delante de nosotros para llamar la atención cuando vamos a hacer el bien.
Son las actitudes de humildad y sencillez que han de llenar nuestra vida. La generosidad ha de nacer de lo hondo del corazón y desde lo hondo del corazón daremos gloria al Señor con todo aquello bueno que hacemos. Pero  nuestras posturas no han de ser predicarnos a nosotros mismos buscando la gloria de los hombres, los reconocimientos humanos. Es una tentación que tenemos. Cuantos están buscando que le pongan una plaquita allí donde hicieron una cosa buena para que todos sepan cuantas cosas hicieron. Vanidades mundanas que nos quieren llevar a aparecer en primera fila para que todos se fijen en nosotros.
Ya nos dirá el Señor en otra ocasión que no acumulemos tesoros en la tierra donde todo se corroe, sino que atesoremos tesoros en el cielo. Si los tesoros y los oropeles mundanos nos corroen el corazón, porque fácilmente buscando esos oropeles y reconocimientos nos pueden llevar a mucha corrupción, a mucha manipulación de los que nos rodean.
Cuanto daño nos hacemos y cuanto daño podemos hacer a los demás. Tenemos tantos ejemplos de ese tipo de cosas en lo que nos cuentan cada día los medios de comunicación de la corrupción que tanto daño hace en nuestra sociedad. Tenemos que darle la vuelta y comencemos dentro de nuestro corazón.

martes, 20 de junio de 2017

: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo,

No somos amigos solo de nuestros amigos, sino que nuestro corazón tiene que tener una apertura universal

2Corintios 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48
A veces en los perfiles de las redes sociales cuando uno trata de definirse o alguien pretende decir cosas buenas de alguien se encuentra uno con esta referencia, ‘es o soy amigo de mis amigos’. Y yo me pregunto ¿nada mas que amigo de tus amigos? Alguna dirá que eso es ya gran cosa, porque alguno no saber ni ser amigo de sus amigos. Pero ¿no habrá ahí una cierta limitación, una manera de encerrarse en un círculo y de ahí no salir en búsqueda de algo más?
De alguna manera ese es el ritmo y el estilo que se vive habitualmente; tenemos nuestro círculo de amistades, además de la familia, o aquellas personas con las que convivimos o nos relacionamos cada día por razones de vecindad, de trabajo u otras relaciones sociales.
Nos llevamos bien, somos buenos, intentamos llevarnos bien con los que están a nuestro lado. Pero bien sabemos cuanto nos duele cualquier desaire que nos hagan y como muchas veces pesa mucho en nosotros el orgullo y el amor propio. Y así vamos marcando a la gente, a éste sí, y aquel no lo soporto. Y estaremos recordando siempre cualquier contratiempo que hayamos tenido en alguna ocasión, para echarlo en cara cuando haga falta, y rehuimos el saludo, volvemos la cara al paso de aquellas personas que en alguna ocasión hayan hecho algo que no nos ha gustado.
Qué difícil es olvidar, aunque digamos que perdonamos, porque siempre tendremos presente, habrá ya una marca para toda la vida. Es nuestra realidad, lo que se vive en nuestro entorno y lo que nos sentimos nosotros tentados a hacer de la misma manera.
Jesús hoy viene a romper nuestros esquemas. Ya nos dice que no podemos hacer lo que hace todo el mundo, que en nosotros tiene que haber algo distinto y superior. No vamos a saludar solo a los que nos saludan siempre, ni hacer el bien solo a los que nos hayan hecho el bien. Eso lo hace cualquiera. Como nos dice Jesús hoy eso lo hacen también los paganos. Pero nosotros estamos llamados a algo distinto y superior.
Y nos habla del perdón y del amor a nuestros enemigos. Un amor que nos ha de llevar incluso a rezar por aquellos que nos hayan podido hacer mal. No es fácil, pero si queremos seguir el mandato del amor de Jesús ese es un hermoso paso que hemos de saber dar, porque cuando rezamos por alguien significa que ya estamos comenzando a amarlo.
Y es que Jesús nos pone un modelo sublime, lo que es el amor de Dios que se nos manifiesta en su propia entrega. Ya sabemos que para nosotros Jesús es el rostro misericordioso de Dios. Por eso hoy nos dirá que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, seamos compasivos y misericordiosos como Dios es compasivo y misericordioso con nosotros.
Es la sublimidad del amor cristiano. No somos amigos solo de nuestros amigos, sino que nuestro corazón tiene que tener una apertura universal. Son las metas grandes del Evangelio. Es el estilo nuevo del Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que hemos de vivir

lunes, 19 de junio de 2017

Con el perdón desde la fuerza del amor es como seremos capaces de romper esa espiral que con su fuerza nos atrae y nos lleva a un mundo de violencia


Con el perdón desde la fuerza del amor es como seremos capaces de romper esa espiral que con su fuerza nos atrae y nos lleva a un mundo de violencia

2Corintios 6, 1-10; Sal 97; Mateo 5, 38-42
Cuanto nos cuesta ir por la vida actuando en positivo e intentar alejarnos de la espiral de lo negativo de las cosas que nos rodean y nos atraer para que entremos también en esa espiral que cada vez se irá agrandando mal. ¿Cómo salir? ¿Cómo romper esa espiral? ¿Cómo sustraernos de esa fuerza que nos hace violencia y que nos atrapa?
Ahí está la tarea donde mostremos nuestra madurez humana, donde vamos a manifestar cuales son en verdad nuestros sentimientos, nuestras actitudes, nuestros valores. Mantenerse en la integridad cuando nos envuelve la corrupción y el mal, es una tarea admirable de madurez humana y de verdadera entereza.
Sustraernos de ese mundo de violencia que nos envuelve algunas veces nos puede parecer imposible porque tendemos a responder en la misma línea que nos atacan pero no queremos quedarnos en menos y aumentaremos más y más los grados de violencia. Yo no me voy a quedar por debajo pensamos y buscamos la manera de reaccionar donde contentemos nuestro orgullo y nuestro amor propio y entramos fácilmente en esa espiral. Sobre muchas cosas, muchos aspectos de la vida nos darían pie para hablar desde esta reflexión que nos hacemos.
Y todo esto que lo reflexionamos desde el sentido mas humano que le queramos dar a nuestra vida, se ve iluminado con el mensaje cristiano, con el mensaje de Jesús, los ideales que El nos propone. Es el ideal del amor que nos humaniza, es el sentido del amor fraternal que nos hace mirarnos con ojos distintos, es la meta de la perfección que nos propone en un camino de plenitud.
No podemos ser fieras los unos para con los otros. Hemos de envolver nuestra vida de verdadera humanidad. Y siendo verdaderamente humanos nos damos cuenta, sí de nuestras debilidades, pero por eso mismo nos llenamos de comprensión hacia el otro, porque nos damos cuenta lo que a nosotros nos cuesta superarnos y cuantas veces en nuestra debilidad nosotros también hemos cometido errores y habremos hecho daño a los demás.
Por eso es tan importante la capacidad de perdón que tengamos en la vida, porque nosotros también hemos sido perdonados muchas veces. Con el perdón desde la fuerza del amor es como seremos capaces de romper esa espiral que con su fuerza nos atrae, nos lleva a un mundo de violencia y nos puede llevar a cosas cada vez peores. Es la generosidad de nuestro espíritu que nos hace verdaderamente grandes.
Es el camino que nos lleva a una plenitud de humanidad y nos hace parecernos más al Dios que nos ama y que es siempre compasivo y misericordioso con nosotros. Ayudémonos mutuamente a lograr esa humanidad de nuestro espíritu. Es lo que Jesús nos enseña en el evangelio.

domingo, 18 de junio de 2017

En la Eucaristía celebramos el memorial del Señor porque nos mandó hacer lo mismo que El hizo, lavar los pies y darnos el signo de su cuerpo entregado y su sangre derramada

En la Eucaristía celebramos el memorial del Señor porque nos mandó hacer lo mismo que El hizo, lavar los pies y darnos el signo de su cuerpo entregado y su sangre derramada

Deut. 8,2-3.14b-16ª; Sal. 147; 1Cor. 10,16-17; Jn. 6,51-58
Los recuerdos nos acompañan. Nos hacen revivir cosas que para nosotros han sido importantes, en ocasiones nos hacen recobrar la ilusión y la esperanza porque en el recuerdo de lo que vivimos nos sentimos motivados para mantener nuestras luchas, nuestros esfuerzos, seguir haciendo el camino de la vida; también el recuerdo quizá de momentos que no fueron tan agradables o de cosas que nos pudieron causar problemas y sufrimientos, ahora nos sirven de lección en ese magisterio de la vida misma para no tener quizás esos mismos tropiezos o para aprender a reaccionar de forma distinta ante lo que ahora se nos va presentando.
Es bueno recordar esos acontecimientos que han sido importantes en nuestra vida. Cada uno tenemos nuestros propios recuerdos y experiencias. Aunque caminamos en el momento presente vislumbrando un futuro que siempre queremos que sea mejor estamos rodeados de recuerdos; que no son simplemente objetos físicos, imágenes o cosas de orden material que quizás acumulamos en nuestro entorno, sino que es algo que llevamos muy dentro, muy grabado en nosotros y se convierten en emociones, sentimientos, certezas, deseos e impulsos que nos siguen dando vida desde lo más hondo de nosotros. Esos recuerdos nos hacen sentirnos fuertes e impulsan nuestra voluntad a seguir soñando con cosas grandes y haciendo esos sueños realidad.
A raíz de estas consideraciones que me estoy haciendo sobre lo importantes que son para nosotros los recuerdos de lo vivido, se me ocurre hacerme una pregunta: ¿Cómo serían los recuerdos que los discípulos conservaban de Jesús? De entrada decir que lo que nos narran los evangelistas es esa recopilación, por decirle de alguna manera, que en los primeros momentos hicieron de todo cuanto recordaban de Jesús. Es cierto que Jesús les mandó hablar de todo ello a todas las gentes en su envío misionero, pero de algunas cosas en especial les dijo claramente que habrían de hacer lo mismo, y que habrían de hacerlo en memoria suya.
Y aquí quiero pensar de manea especial en todo lo acaecido en la ultima cena, pues si primero les lavó los pies a los discípulos que con El estaban sentados a la mesa, les diría que ellos habrían de hacer lo mismo lavándose los pies los unos a los otros. Pero es que además el signo de aquella comida pascual que allí estaban celebrando habría de hacerlo hasta el final de los tiempos.
Allí estaba el pan como signo de su Cuerpo entregado y estaba la copa llena de vino que habría de ser signo para siempre de su Sangre derramada para la salvación de todos los hombres. Serían para siempre el signo de su pascua, de su entrega, de su amor en la expresión más suprema del amor que era entregar su vida. Y esto habrían de hacerlo para siempre en memoria suya, por eso como más tarde nos explicaría san Pablo cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estamos haciendo memoria de la muerte de Señor hasta que vuelva.
Es el memorial del Señor, así llamamos para siempre nuestra celebración de la pascua de Jesús, porque será algo más que memoria, algo más que revivir, porque es hacer presente, es vivir de nuevo su pascua, es sentir su presencia, es llenarnos para siempre de su vida.
Nos preguntábamos como seria la memoria, el recuerdo que los discípulos hacían de Jesús. Ahí lo tenemos bien reflejado para siempre en lo que para siempre será para nosotros la Eucaristía. No es un rito que hacemos en memoria, es mucho más. Es comenzar de nuevo a vivir en nosotros todo lo que significa la entrega de Jesús, la pascua de Jesús; y recordamos sus palabras, hacemos memoria de todo aquello que Jesús fue haciendo y diciendo en su caminar en medio de los judíos.
Pero no es el recuerdo de algo lejano, es mucho más. Es mucho más porque estamos metiendo en nuestro corazón aquellas cosas que Jesús hacia y decía, estamos sintiendo como se va haciendo vida en nosotros, como nos sentimos de nuevo impulsados a caminar siguiendo los pasos de Jesús, escuchando sus palabras, realizando sus mismos gestos y acciones.
Y entonces sentimos la urgencia de realizar aquello que de manera especial nos mando el Señor, lavarnos los pies los unos a los otros. Ahí tiene que estar expresado todo lo que va a ser nuestro amor, nuestro compromiso por los demás, nuestro compartir y nuestra solidaridad, nuestro trabajo por la justicia y la búsqueda de todo lo bueno que continuamente tenemos que hacer por el hermano.
Celebramos el memorial del Señor cada vez que celebramos la Eucaristía y de Cristo nos alimentamos; nos alimentamos porque le comemos, le comemos en la Eucaristía y le comemos en la Palabra que plantamos hondo en nosotros; nos alimentamos porque el nos ofrece el pan de vida que nos dará vida para siempre y a partir de cada eucaristía y llenos de esa vida que El nos da comenzaremos a repartir vida, a llenar de vida a los demás desde nuestro compromiso de amor. Nunca la Eucaristía que celebramos va a estar lejos de nuestra vida ni de la vida de los demás.
En el recuerdo del Señor, en el memorial del Señor que celebramos, estaremos sintiendo una vez mas todo lo que ha hecho en nosotros a lo largo de nuestra vida y nos sentiremos impulsados con una nueva fuerza, con una nueva vitalidad para seguir viviendo el camino de Jesús, haciendo memoria del paso del Señor por nosotros y para la vida del mundo, celebrando así la pascua del Señor.
Haced vosotros lo mismo, haced esto en memoria mía, nos dice el Señor. Eso hoy en esta fiesta grande de la Eucaristía que es la fiesta del Corpus lo queremos celebrar, lo queremos proclamar cuando llevemos a Cristo mismo en la Eucaristía por nuestras calles y plazas, pero es que eso significa y es compromiso de cómo tenemos que ir al encuentro de Cristo en los demás, en los que sufren, en todos los hombres y mujeres que son nuestros hermanos.