sábado, 10 de junio de 2017

Lejos de nosotros actitudes arrogantes que nos aíslen y siempre con un corazón solidario que nos hace caminar al lado de los demás


Lejos de nosotros actitudes arrogantes que nos aíslen y siempre con un corazón solidario que nos hace caminar al lado de los demás

Tobías, 12, 1-20; Sal.: Tob. 13; Marcos, 12. 38-44
La arrogancia crea distancias y barreras que nos alejan de los demás y cuando nos dejamos arrastrar por ella terminamos haciéndonos odiosos y rechazados. Quizá nos cueste verlo en nosotros mismos, pero la observación y la experiencia de lo que vemos en los demás tendría que hacer que nos revisemos para que nunca nos subamos a esos pedestales que nos aíslan y terminan separándonos de los demás. El arrogante todo se lo sabe, todo lo hace bien, y se cree el único y el salvador de todos.
Es el corazón humilde el que nos acerca a los otros, porque el humilde siempre sabe caminar a la misma altura del otro compartiendo sus pasos que es sintiendo como propias las cosas que les suceden a los demás. El corazón humilde sabe ser desprendido y aunque nada tenga se pone él al lado del que sufre haciendo propio su sufrimiento y teniendo siempre un gesto que mitigue el dolor, que consuele y que alumbre una esperanza al que está a su lado.
El evangelio de hoy nos ofrece en contraste las dos caras. Jesús estaba a las puertas del templo en las cercanías de donde estaba colocada el arca de las ofrendas. Observaba Jesús a los que iba entrando al templo con sus diferentes actitudes, con las más diversas posturas.
Por allá iban los que no se dignaban ni mirar a los que iban a su lado, mas preocupados quizá de llegar a colocarse en primeros puestos, en lugares de honor, o allí donde los demás pudieran verles en su arrogancia. Otros calladamente sin dejarse notar con humildad en su corazón pero también en sus actitudes simplemente lo que querían eran postrarse en adoración al Señor humildes, reconociéndose pequeños y pecadores. Eso le servirá en otra ocasión para ofrecernos una hermosa parábola, la del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar.
Ahora Jesús observa y ve el detalle de una pequeña y humilde viuda que deposita silenciosamente su moneda en el arca de las ofrendas. Nadie sabe cuanto ha echado aquella mujer allí ni los sacrificios que haya podido realizar para hacer aquella ofrenda. Pero Jesús ve el corazón de las personas y sabe bien lo que aquella mujer ha colocado. Y quiere resaltarlo, lo comentara con los que le rodean. Esa mujer ha echado algo de mucho más valor que todas las grandes cantidades que hayan podido poner los demás. Ha puesto cuanto tenia para vivir, ha puesto toda su vida en las manos de Dios desprendiéndose de todo.
Ya antes había comentado Jesús esas actitudes básicas de humildad y sencillez que hemos de tener en nuestra vida en contraste con aquellos que buscan lugares de honor, que van de arrogantes por la vida. Es el camino del Reino de Dios que hemos de recorrer y que hemos de vivir. No nos podemos convertir en señores y dueños de la vida porque uno solo es nuestro único Señor.
Caminamos como hermanos, codo con codo con el que va a nuestro lado, pero nunca dando codazos, sino siempre siendo capaces de ofrecer nuestro brazo para que sirva de apoyo al que se siente débil o nuestra mano para señalar el camino que adelante juntos hemos de recorrer, con nuestro corazón abierto para que todos quepan en él, y con la generosidad del que sabe compartir porque siente que nada es suyo propio sino que todo siempre es para el bien de todos. Lejos de nosotros actitudes arrogantes que nos aíslen sino siempre con un corazón solidario que nos hace caminar al lado de los demás.

viernes, 9 de junio de 2017

Disfrutemos escuchando a Jesús que siempre tiene una palabra nueva y llena de vida para sembrar esperanza en nosotros y poner paz en el corazón

Disfrutemos escuchando a Jesús que siempre tiene una palabra nueva y llena de vida para sembrar esperanza en nosotros y poner paz en el corazón

Tobías 11, 5-17; Sal 145; Marcos 12, 35-37
Nos gusta escuchar a quien hable bien: y cuando decimos que nos gusta escuchar a quien hable bien no nos referimos únicamente a quien nos diga cosas bellas y halagadoras que nos sirvan de entretenimiento o que nos consientan en nuestro ego. Claro que nos agrada que lo que se nos dice se haga de una forma, podríamos decir, literariamente bella y agradable de escuchar, sino que en aquello que se nos dice haya mensaje, se nos trasmita algo que enriquezca nuestra vida, nos abra caminos, nos impulse a algo mejor y también, por que no, más comprometido.
Una pagina literaria bellamente escrita sin errores ortográficos pero también con una redacción clara y llena de imágenes, bellamente compuesta, nos complace, pero más aun si en el fondo hay un mensaje, se nos descubre algo, eleva nuestro espíritu, nos hace mirar las cosas, la vida, las personas con otros ojos más llenos de luz aunque la realidad sea dura en ocasiones.
Hoy  nos dice el evangelista que ‘la gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo’. En el entorno de estas palabras del evangelista nos habla de las diatribas que Jesús mantiene con los fariseos y con la gente principal entre los judíos a los que les costaba aceptar a Jesús, su mensaje y su obra. No entramos en ello ahora. Quiero fijarme en este aspecto, la gente, la gente sencilla que rodeaba a Jesús, el pueblo que le seguía, disfrutaba escuchando a Jesús.
¿Solo porque eran bellas sus palabras? Es cierto que las imágenes que nos ofrece en sus parábolas tienen también una belleza grande en si misma. Pero aquella gente disfrutaba por algo más hondo. Es lo que tenemos que saber descubrir porque nos ayudará a nosotros también a disfrutar de las palabras de Jesús, de la Palabra del Señor.
Eran palabras llenas de vida, que trasmitían ilusión y esperanza, que hacían vislumbrar una paz nueva para los corazones; eran palabras que sembraban vida, luz, calor en los corazones, porque respondían a interrogantes profundos que siempre se tienen en el corazón, porque abrían caminos nuevos, porque hacían comprender que un mundo nuevo se podía construir; eran palabras nuevas que hacían descubrir el propio corazón con sus luces y con sus sombras y entonces impulsaban a vivir de una manera distinta, a alejar sombras del corazón, a mirar con una mirada nueva y limpia cuanto les rodeaba, a mirar con una mira nueva y limpia a los hombres y mujeres que caminaban a su lado a quienes habían de ver en una nueva categoría porque ya para siempre habrían de sentirse hermanos.
Creo que tenemos que aprender nosotros también a disfrutar de la Palabra de Jesús. Depende ciertamente de la actitud con que nosotros vayamos a escucharla, de la sinceridad y de la apertura de nuestro corazón; no podemos ir con prejuicios ni ideas preconcebidas de lo que desearíamos que nos dijera. Siempre será para nosotros una palabra nueva, una palabra llena de vida.
Vayamos, si, con lo que es nuestra vida y con sus problemas, con las alegrías que vivimos y con lo que es nuestra vida de cada día, pero abiertos al Espíritu, abiertos a lo que el Señor quiera trasmitirnos y encontraremos esa luz a pesar de las oscuridades que pudiera haber en nuestro corazón, encontraremos esas palabras que nos llenan de esperanza, encontraremos esa palabras que nos abren camino y nos hacen ver la realidad de una manera nueva, sentiremos que la palabra de Jesús nos compromete pero nos hace sentir también la fuerza del espíritu para vivir ese compromiso. Son palabras que no nos darán miedo sino que siempre nos llenarán de paz.

jueves, 8 de junio de 2017

El amor a Dios y al prójimo es algo muy profundo que nos inunda y nos transforma y que se convierte en identificativo de nuestra ser

El amor a Dios y al prójimo es algo muy profundo que nos inunda y nos transforma y que se convierte en identificativo de nuestra ser

Tobías 6,10-11; 7,1.9-17; 8,4-9ª; Sal 127; Marcos 12,28b-34
‘Amarás a Dios sobre todas las cosas’, nos enseña el primero de los mandamientos que hemos aprendido de toda la vida. Y lo damos por sentado. No nos preguntamos mucho por el amor que le tenemos a Dios, como le mostramos ese amor o como tendríamos que amarlo. ¿Será solo algo que tenemos que en la cabeza y damos por aprendido y por cumplido sin preocuparnos más?
Cuando hoy leemos el evangelio de este día quizá hasta nos pudiera parecer superfluo esa pregunta que viene a hacerle aquel escriba a Jesús. ‘Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ Y decimos que aquel hombre lo que quería era poner a prueba a Jesús y nos entretenemos en reflexiones así.
Pero no es tan superfluo preguntarlo. Y es que muchas veces nos quedamos en hacer cosas pero que son en un momento determinado, o cosas que aunque sean nuestras pues hasta tenemos la generosidad de desprendernos de ellas, pero nos podemos quedar en lo externo, en lo superficial, pero el corazón esté bien lejos de lo que tiene que ser ese amor a Dios.
Tras las respuestas de uno y otro, de Jesús recordando literalmente lo que estaba escrito en la ley y que todo judío sabia muy bien de memoria y el escriba ratificándose en lo mismo, terminará diciendo éste, todo eso ‘vale más que todos los holocaustos y sacrificios’.
Podemos ofrecer muchos holocaustos, muchos sacrificios, llevar muchas flores a la imagen de la Virgen de nuestra devoción, encender muchas velas o luces en recuerdo de nuestros seres queridos, hacer muchos regales que embellezcan nuestros templos, incluso hasta en un momento hacer una limosna a una persona que vemos en necesidad, pero si no hemos llenado nuestro corazón de un autentico amor a Dios, sintiendo que El es el único Señor de nuestra vida y nada hay que está por encima de El, y al mismo tiempo tengamos un verdadero amor al prójimo porque le amamos al menos como nos amamos a nosotros mismos, nada hemos hecho.
Cuando decimos que amamos no lo convertimos en solo palabras, sino que será ese sentimiento que nace de lo más hondo de nosotros mismos, que nos inunda por dentro y nos llena de gozo y alegría en aquel a quien amamos, por quien nos entregamos, a quien queremos estar unidos de la forma más profunda, que queremos que sea lo único para nosotros. Es algo muy profundo que inunda y transforma nuestra vida. ¿Será así el amor que le tenemos a Dios? ¿Nos quedaremos solo en palabras?
Y cuando hoy nos recuerda el evangelio cual es ese principal y primer mandamiento Jesús nos une ese amor a Dios ‘sobre todas las cosas’ con el amor al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Lo que decimos del amor en esa referencia a Dios, lo decimos también en como ha de ser ese amor que le tengamos a los demás.
Amamos al prójimo y ya no es solo que le demos algo en un momento determinado, sino que es que tenemos que estar metiendo a ese hermano en nuestro corazón. Porque de la misma manera que nunca queremos nada malo para nosotros mismos, sino que siempre estaremos buscando lo mejor y lo que nos haga mas felices, de la misma manera ha de ser ese amor que le tenemos al prójimo, como nos dice el evangelio, como a nosotros mismos.
Cuantas consecuencias tendríamos que sacar de todo esto para el día a día de nuestra vida, para vivir auténticamente esa actitud creyente que ha de marcar nuestra vida, pero para vivir en ese amor que ha de ser el caldo de cultivo que verdaderamente nos haga grandes.

miércoles, 7 de junio de 2017

Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en plenitud y tenemos que esperanza que un día en Dios podemos alcanzar esa plenitud

Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en plenitud y tenemos que esperanza que un día en Dios podemos alcanzar esa plenitud

Tobías 3,1-11.24-25; Sal 24; Marcos 12,18-27
‘No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados’. Es la sentencia final que Jesús nos deja hoy en aquel planteamiento que le hacían los saduceos, que no creían en la resurrección, acerca de la vida futura. ¿No nos querrá decir algo semejante hoy Jesús a nosotros que tanto decimos que creemos en El, pero en quienes no brilla esa esperanza llena de trascendencia que tendría que manar de nuestra fe en Jesús, muerto y resucitado?
Es un Dios de vivos, nos dice Jesús, pero tenemos que analizar si acaso nosotros no nos hemos hecho excesivamente una religión de muertos. Sí, nos puede parecer fuerte esta afirmación. Pero analicemos en lo que hemos convertido la mayoría el centro de toda nuestra religiosidad. Analicemos un poco serenamente cual es la motivación para la mayoría de los que nos decimos creyentes y cristianos de nuestra relación con Dios.
Una gran mayoría de nuestros actos religiosos los relacionamos con los difuntos. Vamos a misa y parece como que lo principal que hacemos es rezar por los difuntos; nuestras oraciones habituales es rezar por nuestros muertos, o como algunas personas dicen la mayoría de las veces, rezar a sus muertos. Nuestra asistencia a la Iglesia que consideramos tan fundamental se nos centra en la mayoría de las ocasiones en la asistencia a las exequias o los entierros. Una religión, parece, basada en los muertos, en los difuntos. Que en la mayoría de las ocasiones no está llena de esperanza y trascendencia, sino en la angustia y la tristeza de la separación de aquellos seres que amamos. ¿No es en cierto modo entonces una religión de muertos?
Nos preocupamos mucho de la celebración de unos ritos funerarios excesivamente cargados de dramatismo, de tristeza, de desesperanza, pero no ponemos mucho empeño en ayudar a nuestros seres queridos para ese transito hacia la otra vida desde la esperanza de la vida con Dios y prepararnos purificándonos de todo pecado desde la misericordia del Señor para poder vivir en plenitud esa vida en una eternidad feliz junto a Dios.
Nos falta esperanza de eternidad en el caminar de nuestra vida; nos falta esa trascendencia que hemos de darle a lo que hacemos o a lo que vivimos desde esa fe que tenemos en Dios que lo que quiere para nosotros es la vida y que alcancemos un día esa vida en plenitud. Así se nos queda pobre nuestra religiosidad, nuestra espiritualidad, nuestra vida cristiana.
Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en plenitud. La llamamos vida eterna, porque será un vivir en Dios para siempre, pero que ha de ser algo que ha de impregnar ahora nuestro camino, lo que hacemos y lo que vivimos dándole un sentido profundo, un sentido de plenitud a lo que ahora vivimos. Ahora imperfectamente porque no somos perfectos y estamos sujetos a muchas limitaciones y también a muchas debilidades, pero tenemos que esperanza que un día en Dios podemos alcanzar esa plenitud.
No olvidemos artículos de nuestra fe que confesamos en el Credo. Creemos en la resurrección y en la vida eterna. Creemos en Jesús que murió y resucito por nosotros para que tengamos esa vida en plenitud, esa vida eterna. Como nos decía en el evangelio el quiere prepararnos sitio para que estemos donde está El. ‘Subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’ confesamos en el Credo. Ahí quiere que estemos con El. El quiere darnos vida para siempre junto a si en el cielo. Preparémonos para poder vivir esa eternidad feliz y dichosa junto a Dios. 

martes, 6 de junio de 2017

Sinceridad, lealtad, autenticidad, responsabilidad son valores que nos hacen crecer como personas, nos enriquecen y mejoran nuestras relaciones sociales

Sinceridad, lealtad, autenticidad, responsabilidad son valores que nos hacen crecer como personas, nos enriquecen y mejoran nuestras relaciones sociales

Tobías 2,9-14; Sal 111; Marcos 12,13-17
Encontrarse con una persona sincera y leal es un gozo. La sinceridad y la lealtad son valores muy importantes que cuando las vemos reflejadas en las personas que nos rodean nos producen una satisfacción grande y nos entran verdaderos deseos de mantener una estrecha amistad con esas personas de las que podemos aprender mucho. Hay demasiada vanidad en la vida, una vanidad que nos hace ser falsos, a hacer que falte autenticidad en la vida porque queremos aparentar lo que no somos lo que nos lleva a un engaño de nosotros mismos; sí, somos nosotros los primeros engañados cuando vivamos de apariencias y vanidades. El camino de la vanidad nos lleva a la mentira y eso sabemos que siempre nos destruye. La sinceridad nos hace leales, porque aprendemos además a valorar a la persona por encima de todo y evitaremos así lo que les puede hacer daño.
Nos cuesta muchas veces mantenernos en esa autenticidad en la vida, porque queremos ocultar nuestras debilidades, porque fácilmente nos aparece dentro de nosotros el amor propio y el orgullo, y nos comparamos con los demás, y no queremos ser menos que los otros y entramos así en esa espiral de vanidades y mentiras. Es un largo camino de superación continua el que tenemos que realizar porque todos nos podemos sentir tentados por esos caminos de vanidad.
Me hago esta reflexión que nos viene bien para la vida desde el texto del evangelio que hoy escuchamos. Se acercaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de herodes. Las palabras de entrada podrían parecer de alabanza y de valoración, aunque en ellos faltaba esa sinceridad y lealtad de la que hablaban de Jesús. Querían cazarlo, ponerlo a prueba, hacerle decir cosas con las que le pudieran comprometer. Por eso comienzan hablando de la sinceridad y la lealtad de Jesús. Eso no se podría poner nunca en duda de Jesús.
Una gran contraposición entre lo que es la vida de Jesús y lo que llevan en el corazón aquellos fariseos y herodianos. Ya Jesús los llamará hipócritas, porque se presentan con dos caras, delante una cara en la que quiere aparentar de justos, buenos y cumplidores, pero con un corazón lleno de malicia, siempre con malas intenciones, buscando como hacer daño y destruir. Qué lejos de lo que es Jesús, de su sinceridad y de su verdad, de la autenticidad de su vida, de sus palabras, de sus obras.
Vienen con problemas que podríamos llamar legales o políticos. Como judíos no aceptaban la dominación de los romanos, querían negarse a pagar los tributos que les imponían, no aceptaban que lo que ellos podían aportar con sus tributos fuera para el pueblo invasor; como pueblo muy apegado a su religión judía no soportaban que sus tributos no fueran para el templo de Jerusalén. Es el conflicto que le plantean a Jesús en momentos en que surgían por todas partes movimientos de liberación contra los romanos rebelándose contra ellos. Y quieren meter a Jesús en sus luchas políticas. Era también la imagen y el pensamiento que tenían de lo que había de ser el futuro Mesías. No terminaban de entender el mensaje de Jesús y cual era la verdadera liberación que Jesús nos ofrece.
Es sabia la respuesta de Jesús. Es cierto también que muchas veces a lo largo de los tiempos hemos manipulado excesivamente las palabras de respuesta de Jesús. Les pide una moneda; la moneda que usaban era la moneda romana con la efigie del Cesar. Por ahí va la respuesta de Jesús. ‘Dad al Cesar lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios’. Tenemos obligaciones en la vida social del pueblo en el que vivimos, de la sociedad en la que estamos que no podemos dejar de cumplir. Pero no olvidemos que Dios es el Señor de todo y ha de estar por encima de todo y es en quien hemos de encontrar el sentido de todo.  Nos daría para muchas y hermosas reflexiones.
Pero quedémonos con el mensaje del principio. Que resplandezca en nuestra vida la sinceridad y la lealtad, que nos alejemos de las vanidades, que con responsabilidad asumamos el lugar que ocupamos en la vida y que Dios sea siempre el único Señor de nuestra existencia. 

lunes, 5 de junio de 2017

Con mirada creyente sepamos contemplar la historia de nuestra vida para descubrir una historia de amor con que Dios nos ha regalado y enriquecido la viña de nuestra existencia

Con mirada creyente sepamos contemplar la historia de nuestra vida para descubrir una historia de amor con que Dios nos ha regalado y enriquecido la viña de nuestra existencia

Tobías 1,3;2,1b-8; Sal 111; Marcos 12,1-12
‘Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos…’ Cuando nosotros hoy escuchamos este evangelio no nos podemos quedar en que Jesús se puso a hablar a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos, porque hoy esta palabra está dicha para ti y para mí. Cuando se termina de proclamar este texto se dice ‘Palabra de Dios, Palabra del Señor’. Pero esa palabra de Dios, esa Palabra del Señor no está solo dicha para otro tiempo, para otra gente, sino que esta Palabra de Dios está dicha para nosotros hoy. Es la actualidad, la realidad de nuestra vida con la que hemos de escuchar siempre la Palabra del Señor.
¿Y qué nos dice a ti y a mi, que nos dice a nuestra iglesia de hoy, que le dice a este mundo concreto en que vivimos hoy esta Palabra del Señor que se nos proclama? Es lo que con sinceridad, con apertura de corazón tenemos que saber descubrir, escuchar hoy para que no se quede en una palabra en el aire que no llega nadie. Sería una semilla caída en el vacío.
Siempre la primera interpretación que hacemos es reconocer en esa descripción la historia de la salvación realizada en el pueblo de Israel. Bien lo comprendieron aquellos sumos sacerdotes, escribas y ancianos aunque no quisieran reconocerlo. La forma con que reaccionaron es que entendieron muy bien que iba por ellos y por la respuesta que el pueblo de Israel, empezando por sus propios dirigentes religiosos y sociales, estaban dando.
Desde esa misma óptica tenemos que reconocer que es la historia de la salvación, la historia del amor de Dios en mi vida. Esa viña escogida, cuidada, confiada aquellos viñadores es nuestra vida y son todos los regalos de amor que de Dios hemos recibido. Cada uno tiene su propia historia porque cada uno tiene su propia vida. Pero con los ojos del creyente hemos de saber descubrir esa acción de Dios en nosotros; el lugar donde hemos nacido, la familia que tenemos, los padres que nos han cuidado y educado, la influencia de los amigos que nos rodean, el estatus social en el que vivimos, y cuantas cosas buenas que hemos recibido en la vida de las personas que nos aman, de lo que es la sociedad en la que vivimos, de lo que hemos escuchado y lo que hemos vivido. Sepamos descubrir esa mano de Dios, ese amor de Dios que así nos ha regalado. Son los ojos del creyente con que hemos de saber mirar nuestra vida.
Y al mismo tiempo miramos nuestra respuesta, los frutos que florecen en nuestra vida o las cosas que quizá se han malogrado en nosotros porque no hemos sabido cuidarlas, los valores que no hemos desarrollado, el tiempo que hemos perdido, los caminos que habremos emprendido en ocasiones no siempre por las sendas de la rectitud porque nos hemos dejado seducir por el orgullo o las vanidades de la vida y así muchas cosas mas.
¿Qué nos estará hoy pidiendo el Señor? Es necesario que recapacitemos, que reorientemos nuestra vida cuando hemos perdido el norte, que aprendamos a abrir los ojos de la fe, que reconozcamos el amor de Dios en nuestra vida que nos está pidiendo frutos. ¿Qué respuesta le damos? ¿Qué respuesta la hemos estado dando hasta ahora?

domingo, 4 de junio de 2017

Es Pentecostés y se derrama el Espíritu en nosotros para que nunca más estemos encerrados y se acaben para siempre nuestros miedos haciendo un mundo más feliz

Es Pentecostés y se derrama el Espíritu en nosotros para que nunca más estemos encerrados y se acaben para siempre nuestros miedos haciendo un mundo más feliz

Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
Hoy es Pentecostés. Hace cincuenta días celebrábamos la Pascua de resurrección. Hoy celebramos la Pascua del Espíritu. Es un día importante, es un día grande. Se cumple la promesa de Jesús; el Espíritu prometido desde el Padre se derrama sobre los discípulos, se derrama sobre la Iglesia, sobre cada uno de nosotros. Lo hemos escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles; san Lucas nos lo narra. Contemplamos esa acción del Espíritu de Cristo resucitado en nosotros también en el texto de Juan en la aparición de Cristo resucitado a los discípulos en el cenáculo en la tarde de aquel primer día de semana.
Conviene hacernos algunas reflexiones meditando bien este misterio para que en verdad sintamos su presencia en nosotros y en bien de nuestra Iglesia y nuestro mundo. Nos fijaremos en algunos detalles que pueden ser claves para ayudarnos a comprender la acción del Espíritu en nosotros y en la Iglesia.
Tanto el texto de los Hechos como el evangelio nos hablan de los discípulos reunidos en el cenáculo. Más aun el evangelista nos dice que estaban reunidos y con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Allí se manifiesta el Espíritu de Jesús, el Espíritu que ya Jesús había anunciado en la sinagoga de Nazaret del que estaba lleno Jesús que le había ungido y enviado a realizar la obra de la salvación. Es el Espíritu que Jesús nos regala, digámoslo así. Es el Espíritu que ahora les libera a los discípulos que estaban allí reunidos, pero como decía el evangelista, con las puertas cerradas.
Tenían miedo a los judíos, nos comenta. ¿Temían quizá que les pudiera suceder como le había sucedido a Jesús? ¿Comenzaría una persecución, una caza de brujas como decimos, en la que de la misma manera que eliminaron a Jesús eliminarían también a sus discípulos para que no quedara rastro de la obra de Jesús? Ya veremos que mas tarde, aquellos que precisamente no habían querido aceptar la resurrección de Jesús, los sumos sacerdotes y el sanedrín, tratarían de prohibir a los discípulos que mencionaran el nombre de Jesús.
Jesús se les manifiesta de una forma nueva y ya no tendrán miedo, Jesús resucitado esta con ellos saludándolos con el saludo de la paz y se llenaran de alegría; el Espíritu se derrama en sus corazones y se acabaron los miedos y las puertas se abren y entra un aire nuevo en aquella pequeña comunidad allí reunida, y los veremos con valentía en el día de Pentecostés comenzar a hablar a todos y todos comenzaran a entenderles porque ya utilizan un lenguaje nuevo en que todos podrán entender el mensaje.
El evangelio nos habla de saludo de paz, de alegría y de perdón de los pecados por la fuerza del Espíritu que Jesús dona a sus discípulos. Los hechos hablaran de esa valentía nueva para que se abran las puertas y para salir de forma valiente y decidida a hacer el anuncio del nombre de Jesús de manera que ya nadie los hará callar ni les podrá prohibir hablar y actuar en el nombre de Jesús, porque lo que han visto y oído, lo que han sentido y experimentado en sus vidas ya no lo podrán callar.
Hoy viene también el Espíritu Santo sobre nosotros. ¿Estaremos nosotros reunidos, pero con las puertas cerradas igual que estaban los discípulos aquel día? ¿También habrá miedos y temores en nosotros? Nos sentimos cobardes quizá por muchos miedos que sigue habiendo en nuestro corazón.
La tarea es grande, el mundo es tan diverso, nos vamos a encontrar tantas clases de personas con sus ideas, con sus maneras de pensar o de ser, con sus prejuicios quizá a lo que nosotros podamos anunciarle, con gente que parece que vienen de vuelta y ya se lo saben todo y no querrán escuchar nuestro mensaje. Miedo porque nos sentimos sin fuerzas, porque no sabemos como enfrentarnos a todas esas cosas, porque siempre andamos diciendo que no estamos preparados, porque confiamos poco ni siquiera en nosotros mismos.
Pero un miedo que podría ser un pecado grande para nosotros es que le tuviéramos miedo al Espíritu y a lo que nos pueda comprometer, miedo a los caminos nuevos que el Espíritu podría abrir delante de nosotros, miedo a ese soplo del Espíritu en nuestra Iglesia que quiere en verdad renovarlo todo. también cerramos las puertas, también queremos no enterarnos, también queremos pasar como de puntillas por esa fiesta del Espíritu por si acaso el Espíritu nos empujara a salir, a emprender caminos nuevos, a ir a ese mundo que está necesitando esa Buena Nueva de Jesús.
Dejemos que se abran las puertas de nuestra vida, de nuestra iglesia, de nuestros grupos, de nuestro corazón; dejemos que entre ese soplo renovador del Espíritu, ese viento impetuoso que derribe muros y barreras, que nos quite esos obstáculos que nosotros mismos tantas veces ponemos.
Viene con la paz y el perdón, viene con la gracia regeneradora que nos da fortaleza y nos dará sabiduría divina para encontrar esas palabras que todos entiendan. Todos los entendían aunque cada uno hablase una lengua diferente, porque era el Espíritu el que hablaba al fondo de los corazones. Que encontremos esos caminos de entendimiento que tanto necesitamos porque por su falta andamos tantas veces divididos. Que encontremos esa paz en el corazón porque nos sabemos siempre perdonados por Dios, aunque los hombres no nos comprendan ni nos perdonen; Dios siempre nos dará su paz. Que nos llenemos de la alegría del Espíritu con que contagiemos a todos para hacer un mundo diferente donde seamos más felices porque nos amamos más.
Que sea de verdad hoy Pentecostés en nuestra vida y no nos encerremos más y se acaben para siempre nuestros miedos.