sábado, 3 de junio de 2017

Escuchar a Jesús allá en lo más hondo de nosotros mismos y seguirle, hacer lo que El nos pida para descubrir esos caminos nuevos que se pueden abrir delante de nosotros

Escuchar a Jesús allá en lo más hondo de nosotros mismos y seguirle, hacer lo que El nos pida para descubrir esos caminos nuevos que se pueden abrir delante de nosotros

Hechos 28,16-20.30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25
¿Qué será de esta persona en el futuro? Algunas veces pensamos o nos preguntamos, ya sea de personas a las que apreciamos, ya sea de un niño que comienza sus primeros pasos en la vida, ya sea de un adolescente que le vemos abrirse a la vida lleno de incertidumbres, de interrogantes y también de ilusiones. Nos gustaría vislumbrar su futuro, desearíamos estar a su lado o tenerlo con nosotros si son personas que apreciamos, nos preocupamos por los palos que pueda recibir en el futuro, pues todos tenemos o tendremos momentos oscuros o de dificultades. Pueden ser inquietudes e interrogantes que se nos planteen en el corazón. Quizá somos mayores y tenemos hecho nuestro recorrido, o todavía se nos están abriendo puertas de ilusión con cosas por realizar, y en la incertidumbre de nuestro propio futuro podemos pensar también en el futuro de aquellos a los que apreciamos deseando siempre lo mejor.
¿Estaría pensando en algo de todo esto Pedro en aquellos momentos? El estaba viviendo una experiencia muy singular porque sentía el amor de su Maestro y la confianza que seguía poniendo en él, así como el amor que él le tenía a Jesús. Se le había confiado en esos momentos de nuevo, a pesar de sus debilidades en los momentos de la pasión de Jesús, el primado de ser el pastor de aquel nuevo rebaño que nacía y que Jesús ponía en sus manos. ‘Pastorea mis corderos, pastorea mis ovejas…’ le había repetido Jesús a quien un día le había dicho que iba a ser piedra sobre la que se fundamentara su Iglesia. Habría de mantenerse firme para confirmar en la fe a sus hermanos y una hermosa tarea tenia por delante.
Pero allí cerca estaba Juan, el discípulo que todos reconocían que era muy querido por Jesús, aquel apóstol que con Pedro había vivido especiales experiencias de la vida de Jesús, aquel que desde los primeros momentos había querido ponerse en camino detrás de Jesús preguntándose por su vida, preguntando donde vivía, aquel que un día había escuchado también la voz de Jesús que le invitaba a ser pescador de nuevos mares y había dejado la pesca, las redes, la barca, a su padre y a su familia para seguir a Jesús, aquel que hace unos momentos fue el primero en reconocer la presencia de Jesús allá en la orilla cuando todos en aquel clarear de la mañana no lo habían reconocido pero habían hecho lo que les había pedido de echar las redes por el otro lado de la barca. ¿Qué iba a ser de él?
Es lo que Pedro se preguntaba. ¿Iba a seguir unos pasos semejantes a los que a él se le anunciaban? Ya Jesús a Pedro le había anunciado también lo que habría de ser su muerto, pues llegaría en que ya no ceñiría por si mismo sino que otro lo ceñiría. ¿A Juan le iban a suceder cosas semejantes?
Es bueno preocuparse por los otros, preocuparse por Juan, le viene a decir Jesús, pero tú lo que tienes que hacer ahora es seguirme. Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme’. Lo importante ahora es seguir a Jesús. Son los pasos que cada uno de nosotros tenemos que seguir dando. Tendremos, sí, que ayudar a los demás y preocuparnos por ellos, porque eso entra dentro de los caminos del amor que hemos de vivir, pero preocupémonos de seguir con fidelidad al Señor.
Escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos y seguirle, hacer lo que El nos pida. Tendremos quizás que seguir dejando a un lado nuestras propias redes y nuestras propias barcas, lo que nosotros pensábamos que era nuestro o que era nuestro camino, para descubrir esos caminos nuevos que se pueden abrir delante de nosotros. Tú, sígueme, también le estamos oyendo decir a Jesús. 

viernes, 2 de junio de 2017

Aprendamos a caminar juntos a pesar de las debilidades o más bien contando incluso con esas debilidades que todos tenemos para comprendernos, aceptarnos, perdonarnos y amarnos de verdad

Aprendamos a caminar juntos a pesar de las debilidades o más bien contando incluso con esas debilidades que todos tenemos para comprendernos, aceptarnos, perdonarnos y amarnos de verdad

Hechos 25, 13-21; Sal 102; Juan 21, 15-19
En la vida nos suele suceder que cuando alguien nos falla en la confianza qua habíamos puesto en él, en el cumplimiento de una responsabilidad que le habíamos confiado, en alguna cosa que podríamos considerar como una traición a la amistad que compartíamos, decimos que ya esa persona no es merecedora de nuestra confianza y ya no le confiaríamos responsabilidades que dependiera de nosotros el otorgárselas y la amistad se vería seriamente dañada y mermada.
Son las reacciones que así a bote pronto surgen en nosotros en situaciones así. Pero, nos preguntamos, ¿serian eso formas con las que decimos que queremos hacer un mundo nuevo y mejor? ¿No tendríamos quizá que mirarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de que no somos tan perfectos porque nosotros también cometemos errores, tenemos fallos y en muchas ocasiones también hacemos dejación de nuestras responsabilidades? Lo malo es creerse perfecto en la vida y convertirlo todo en exigencias para los demás.
Hoy en el evangelio contemplamos las actitudes nuevas que deben adornar nuestra vida cuando en verdad nos decimos seguidores de Jesús y queremos ciertamente construir ese mundo nuevo que llamamos Reino de Dios.
Actitudes de comprensión hacia los demás, de aceptación mutua contando incluso con nuestras deficiencias siendo capaces de ofrecer generosamente el perdón a los que nos hayan podido fallar en algo, actitudes positivas donde seremos capaces de ofrecer nuestra mano para levantar al que se ve caído y darle nuestro apoyo para su recuperación, ofrecer siempre nuestro espíritu de colaboración porque además queremos seguir contando con las personas porque más allá de sus debilidades podemos descubrir muchos valores y capacidades, es lo que Jesús a lo largo del evangelio nos ha ido enseñando.
Es lo que contemplamos que Jesús realiza con Pedro en el pasaje que hoy nos ofrece el evangelio. Un día Jesús le había dicho que seria piedra sobre la que fundamentar su Iglesia; pedro había manifestado repetidas veces su entusiasmo por Jesús, por seguirle, por querer estar con El, por manifestarle su amor y hasta ofrecerse para ser capaz de defender a Jesús y dar su vida por El. Podríamos citar muchos momentos del evangelio. Jesús le había dicho que tenía que mantenerse fuerte y le había invitado a orar porque el espíritu está pronto pero la carne es débil. Y como Jesús le había anunciado, Pedro le había fallado, le había negado tres veces antes de que aquella noche cantara el gallo.
¿Todo se había derrumbado como castillo de naipes? ¿Se acababa ya para siempre la confianza que Jesús había puesto en él? Es lo que vemos que sucede hoy en el evangelio y que no va precisamente por ese quitar la confianza. ‘Simon, ¿me amas mas que estos?’ le pregunta repetidamente hasta tres veces. Y tres veces pedro porfía su amor por Jesús. ‘Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te amo’. Y Jesús seguía confiando en él ‘apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos’.
Este texto que comentamos prioritariamente siempre lo vemos como el momento en que Jesús le confía el primado de Pedro con su misión sobre la Iglesia. Nos ayuda a realizar nuestra confesión de fe eclesial y nos invita a sentirnos en verdadera comunión con aquel que Jesús quiso dejar como pastor en su nombre para toda la Iglesia.
Sin embargo creo que desde la reflexión que nos hemos venido haciendo nos ayuda también a descubrir esas actitudes nuevas que ha de haber en nuestro corazón y en nuestra vida en el camino que vamos haciendo al lado de los hermanos. Es lo que reflexionábamos desde el principio y que nos invita a esa confianza que siempre hemos de tener en los demás, eliminando prejuicios, rompiendo barreras, quitando resentimientos y desconfianzas de nuestro corazón, llenándonos de verdadera comprensión hacia los demás.
Hemos de aprender a caminar juntos a pesar de las debilidades de nuestra vida o mas bien contando incluso con esas debilidades que todos podamos tener para comprendernos, aceptarnos, perdonarnos y amarnos de verdad. Ojalá eso brillara siempre en nuestro corazón y fueran las actitudes misericordiosas de verdad que se manifestaran en la Iglesia y en sus pastores siempre. Hay demasiada gente que se cree perfecta y se vuelve intransigente.


jueves, 1 de junio de 2017

Hemos de ser los cristianos una comunidad donde nos amemos, caminemos juntos, aportemos cada uno desde sus valores y sepamos aceptarnos mutuamente

Hemos de ser los cristianos una comunidad donde nos amemos, caminemos juntos, aportemos cada uno desde sus valores y sepamos aceptarnos mutuamente

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26
Cómo disfruta uno cuando ve a su familia unida, llevándose bien entre todos con una armoniosa concordia; es algo que nos enriquece mutuamente porque todos nos sentimos queridos y somos capaces de caminar unidos en mutua colaboración, desarrollando cada uno su personalidad, sus cualidades y valores, alejando todo atisbo de desconfianza o de envidia; en el crecimiento de cada uno de los otros nos sentimos nosotros también crecer.
Igual podemos decir de los amigos que se quieren y se aprecian, que saben compartir y caminar juntos en la vida, cada uno en su lugar y en su responsabilidad pero sintiendo al mismo tiempo el apoyo del amigo que siempre estará a nuestro lado. Por extensión pensamos lo mismo de nuestras comunidades humanas, en aquellas en las que participamos ya sea por el lugar donde vivimos, donde realizamos nuestros trabajos, o donde compartimos juntos unos ideales que buscan siempre el bien de esa comunidad. Cuantos nos enriquecemos con los valores de los otros, con lo que cada uno aporta y como dando de lo nuestro, de lo que somos, no sentimos que no nos vaciamos sino que todo lo contrario crecemos más y más como personas.
Es lo que pedía Jesús para sus discípulos, para su Iglesia. En la oración sacerdotal de Jesús en la ultima cena que estamos meditando en estos últimos días de pascua, Jesús ora por sus discípulos, pero como expresa hoy muy claramente, no solo por aquellos que allí están presentes a su lado, sino por todos los que crean en su nombre. Y reza para que todos los que creemos en Jesús vivamos esa unidad, podamos disfrutar entre nosotros de esa riqueza de la comunión.
‘Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. Motivación y modelo de esa unidad y comunión, la comunión interna que hay en la Trinidad de Dios. ‘Como tu, Padre, en mi y yo en ti’.
Pero además podemos añadir otra motivación. Nuestra unidad y comunión será testimonio de nuestra fe para que el mundo crea. Con nuestra comunión despertaremos la fe de los demás. ‘Mirad como se aman’, se decían los pagamos cuando contemplaban la manera de vivir de los cristianos.
Esto tendría que llevarnos a muchas reflexiones, a mucha revisión en el seno de nuestras comunidades cristianas que no siempre damos ese testimonio de la unidad y de la comunión entre nosotros. No siempre los cristianos nos sentimos comunidad, miembros de una misma familia que es la Iglesia. Muchas veces cuando pensamos en la Iglesia pensamos en algo ajeno a nosotros, por encima o al lado de nosotros, pero no nos sentimos miembros de esa comunidad, de esa Iglesia.
Por otra parte somos conscientes también como en nuestras comunidades cristianas, en nuestras parroquias en concreto no brillamos precisamente por esa unidad y comunión, por ese amor entre nosotros. Envidias, desconfianzas, criticas destructivas de unos miembros contra otros, recelos, favoritismos, falta de generosidad y entendimiento, demasiados recelos, mucho caminar cada uno por su lado buscando solo sus intereses o los de su pequeño grupo, mucha división, en una palabra. ¿Cómo podemos dar testimonio de nuestra fe ante los demás? ¿Cómo podemos atraer a los que no son creyentes si en nosotros no ven sino una jaula de grillos?
Mucho tenemos que revisarnos; mucho tenemos que aprender a poner cada uno de nuestra parte; mucho tenemos que aprender a aceptarnos; caminos hemos de emprender donde sepamos colaborar los unos con los otros; hemos de trabajar entre todos para lograr ser esa comunidad, lograr esa comunión. Muchos tenemos que aprender a amarnos de verdad.

miércoles, 31 de mayo de 2017

La visita de María a su prima Isabel nos enseña a abrir puertas para iniciar nuevos caminos que hacemos juntos creando un mundo nuevo de fraternidad

La visita de María a su prima Isabel nos enseña a abrir puertas para iniciar nuevos caminos que hacemos juntos creando un mundo nuevo de fraternidad

Sofonías 3, 14-18; Sal.: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56
Visitamos a la familia, vamos al encuentro con los amigos y nos sentimos a gusto cuando somos bien recibidos en su casa, vamos a visitar a los enfermos o nos acercamos a aquellos que sabemos que puedan estar pasándolo mal, pero también buscamos el encuentro en los momentos de fiesta y compartimos nuestra alegría ya sea desde nuestra buena convivencia o cuando sacamos adelante nuestros proyectos o los proyectos que puedan ser comunes a nuestra comunidad.
La visita que es algo más que abrir las puertas físicas de nuestra casa, porque es querer encontrarnos desde lo más profundo ofreciendo algo de nuestra propia intimidad; es por una parte salir de uno mismo para ir al encuentro del otro que abre las puertas de su ser para que podamos llegar a él; cuando abrimos las puertas de nuestra casa estamos abriendo las puertas de nuestro ser como tendría que ser todo verdadero encuentro.
Estamos traspasando unas fronteras porque eliminamos barreras y todo aquello que pueda encerrarnos en nosotros mismos. Cuando somos capaces de traspasar esos limites naturales vamos creando amistad, fraternidad y estamos poniendo bases de un mundo nuevo y mejor.
Me viene toda esta reflexión a mi mente cuando hoy en la liturgia de este último día de mayo se nos invita a contemplar y celebrar la visita de María a su prima Isabel. María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, nos dice el evangelio. Era la visita a su prima Isabel; era la visita a alguien que sabia que podía necesitarla, pues el ángel le había dicho que Isabel ya estaba de seis meses, la mujer que consideraban estéril por su edad; eran los impulsos del amor que le hacia ir al encuentro con el otro; era un salirse de si misma, partió de Nazaret en la lejana Galilea, cuando era ella la que podría también estar necesitando ayuda en su incipiente maternidad.
Cuanto nos enseña este camino que emprende María. El Espíritu del Señor que la había fecundado para hacer que de ella naciera el Hijo de Dios, inundaba toda su vida llenándola de amor para estar siempre dispuesta al servicio, abierta a Dios para ir a donde Dios la llevara.
Siente María que Dios ha transformado su corazón, porque ella se sentía pequeña y humilde y Dios le estaba pidiendo cosas grandes. Canta María agradecida a Dios que e ha fijado en su pequeñez, pero es que esta descubriendo que comienzan cosas nuevas, que va a comenzar un mundo nuevo si en verdad nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios
María es una mujer creyente, merece la alabanza de su prima – ‘dichosa tu que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’ – y por eso María vislumbra esas cosas grandes que Dios esta comenzando a realizar cuando se ha fijado en su pequeñez. Vislumbra ella los signos nuevos del reino de Dios y por eso canta agradecida al Señor. Se manifiesta la misericordia del Señor que ‘hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’.
Son los signos de un mundo nuevo, un mundo de misericordia y un mundo de justicia, un mundo que se transforma y un mundo donde han de aparecer actitudes nuevas de solidaridad y de justicia. Por eso a este cántico de María lo llamamos también canto de liberación. Aquella liberación nueva que Jesús anunciara en la sinagoga de Nazaret con las palabras del profeta. Viene el que está lleno del Espíritu del Señor para traer la libertad a los oprimidos, para ofrecernos el año de gracia del Señor.
Decíamos antes cuantos nos enseña esta visita de María para también ir al encuentro con los demás. Decíamos que era un salirnos de nosotros mismos para aprender a compartir con el otro ofreciendo el regalo de la amistad, signo y señal de ese mundo nuevo que tenemos que aprender a construir. Rompamos barreras, abramos caminos, estemos siempre dispuestos al servicio para el bien común, ofrezcamos amistad, aprendamos a ser hermanos que caminamos juntos, estaremos creando un mundo nuevo y mejor.

martes, 30 de mayo de 2017

Crezcamos en el conocimiento de Dios, crezcamos en el amor de Jesús, ahondemos en la vida eterna que Jesús nos ofrece, vivamos la vida nueva del Reino

Crezcamos en el conocimiento de Dios, crezcamos en el amor de Jesús, ahondemos en la vida eterna que Jesús nos ofrece, vivamos la vida nueva del Reino

Hechos 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
En otro momento del evangelio hemos escuchado: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en El tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de El’.
Ahora nos dice Jesús que ha llegado la hora, la hora de la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús porque todo lo que ha realizado no ha sido otra cosa sino la gloria de Dios. Envió Dios al mundo a su Hijo para nuestra salvación, para que podamos alcanzar la vida eterna. Y ¿Qué es esa vida eterna? ‘Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’. Conocer a Dios, reconocer en Jesús el enviado de Dios, el Hijo único de Dios, por quien nos viene la salvación.
Es la obra que ha realizado Jesús. Ha venido hasta nosotros como revelación de Dios porque a Dios nadie le conoció jamás sino el Hijo que ha estado junto al Padre desde toda la eternidad. Y El nos viene a revelar el misterio de Dios, nos viene a dar a conocer el nombre de Dios. ‘He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste en medio del mundo’.
Es Jesús el que nos ha enseñado a llamar Padre a Dios. Nos lo revela como Padre, a El se dirige como al Padre, lo vemos a lo largo del todo el evangelio; nos va dando a conocer ese rostro de Dios que es un Padre misericordioso y compasivo, recordemos las parábolas, por ejemplo; nos enseña a que seamos como Dios nuestro Padre es compasivo y misericordioso; y finalmente cuando nos enseña como tenemos que dirigirnos a Dios en nuestra oración nos enseña a llamarlo Padre, ‘cuando oréis decid: Padre nuestro del cielo…’
Cuando conocemos a Dios, como Jesús nos enseña, y comenzamos a reconocer que Jesús es su enviado, el Hijo único que ha venido a darnos la vida eterna, estamos entrando en los caminos de la salvación. Y es que conocer es vivir. No se trata de un conocimiento solo en la cabeza, de ideas que podríamos decir; es algo mucho mas hondo que transforma nuestra vida, que nos hace vivir de una manera nueva y distinta. Es todo el mensaje del evangelio de Jesús que trasplantamos a nuestra vida. ‘Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han recibido’.
Este es el principio de la oración sacerdotal de Jesús. Así llamamos a este final del relato de la cena pascual que nos trasmite el evangelio de Juan en esta despedida de Jesús que termina con esta oración al Padre. Y Jesús ora por los suyos, ‘estos que me diste y que son tuyos’; y Jesús ora por sus discípulos, por nosotros, que estamos en el mundo donde hemos de vivir ese conocimiento de Dios, esa vida eterna, esa salvación de Dios que además nosotros también hemos de trasmitir a los demás. ‘Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti’, dice Jesús en su oración.
Crezcamos en ese conocimiento de Dios, crezcamos en ese amor de Jesús, ahondemos en esa vida eterna que Jesús nos ofrece, sintamos esa presencia de Jesús con nosotros que estamos en el mundo porque nos da la fuerza de su Espíritu.

lunes, 29 de mayo de 2017

Oscuros pueden ser los caminos de la vida, pero al final siempre esta la luz, en nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor


Oscuros pueden ser los caminos de la vida, pero al final siempre esta la luz, en nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor

Hechos 19,1-8; Sal 67; Juan 16,29-33
Algunas veces parece que en la vida vamos dando saltos arriba y abajo; momentos en que parece que todo lo vemos claro, a los que se suceden momentos en los que todo se nos vuelve oscuro, nos llenamos de dudas, nos aparecen nuestras debilidades y tropiezos. Parece que nos falta estabilidad y no somos siempre capaces de seguir el mismo camino con fidelidad.
Son las tentaciones que nos aparecen en ocasiones fuertes; es quizás que no terminamos de cultivar bien nuestros principios y, en este caso, nuestra fe y el camino del seguimiento de Jesús nos parece que se nos hace cuesta arriba. Es necesario cultivar bien nuestra fe, cuidarla, saber bien en quien nos apoyamos, tener la seguridad y la certeza de que nunca nos faltara la gracia y la fuerza del Espíritu del Señor.
El texto que nos ofrece hoy el evangelio nos ayuda en este sentido y nos descubre también nuestras debilidades e inconstancias. De entrada los discípulos parecen entusiasmados con Jesús y les parece que ahora si lo entienden todo. ‘Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios’, le dicen a Jesús.
Pero Jesús quiere aclararles aun muchas cosas y les explica que aunque ahora les parezca que se sienten muy seguros, pronto vendrán momentos de prueba y de dificultad y el mundo les parecerá que se les viene abajo. ‘Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo’. Es un anuncio de lo que de manera inminente va a suceder porque poco rato mas tarde en el huerto lo van a dejar solo; primero se dormirán cuando les pida que oren para mantenerse alertas, pero cuando llegue el traidor ‘todos le abandonaron y huyeron’.
¿No será lo que tantas veces nos sucede a nosotros? Qué pronto nos llega la debilidad en tantas ocasiones; qué pronto nos enfriamos y olvidamos nuestros propósitos; qué pronto nos acecha la tentación y volvemos a tropezar en aquello que habíamos prometido que no volvíamos a hacer; qué fácil se nos pega la rutina y perdemos intensidad en nuestra vida espiritual. ¿Qué es lo que nos sucede? ¿Nos falta autentica fe, verdadera confianza en la presencia y en la ayuda del Señor? ¿No tendríamos que recordar una y otra vez aquellos momentos de fervor, aquellos momentos de profunda vivencia espiritual para que se caldee una y otra y otra vez nuestro espíritu?
‘Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’ nos dice Jesús. El Señor está preparando a los discípulos para la prueba que pronto van a pasar y que será muy dura para ellos. Las palabras de Jesús son siempre un anuncio de vida. ‘Tened valor: yo he vencido al mundo’. Es un anuncio de la Pascua, es el anuncio de la resurrección.
Es el anuncio que nos hace a nosotros también. Tenemos luchas y pruebas en el camino de la vida, en el camino de nuestra fe, en nuestro compromiso cristiano. Pero no estamos solos, con nosotros esta el Señor que nos garantiza el triunfo, la victoria. Oscuros pueden ser los caminos de la vida, pero al final siempre esta la luz que nos guía, en nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor. Precisamente en esta semana nos preparamos para Pentecostés, el don del Espíritu en nosotros. Oremos al Señor para que nos conceda ese don, para que aprendamos a sentir su fortaleza y su sabiduría.

domingo, 28 de mayo de 2017

Con la Ascensión recibimos la misión de que el Evangelio sea en verdad Buena Noticia para todos los pueblos con el testimonio de nuestra palabra y nuestra vida

Con la Ascensión recibimos la misión de que el Evangelio sea en verdad Buena Noticia para todos los pueblos con el testimonio de nuestra palabra y nuestra vida

Hechos 1, 1-11; Sal. 46; Efesios 1, 17-23; Mateo 28, 16-20
‘Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios’. Así comienza Lucas el libro de los Hechos de los apóstoles haciendo un resumen en pocas líneas de lo que fue el tiempo pascual. Estaba vivo, había resucitado, les hablaba una vez más del Reino de Dios. Había sido la Buena Noticia a lo largo de su vida pública; era la razón de ser de su vida y de su entrega.
San pablo nos decía que ‘el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros…’
Necesitamos, si, ese espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Sabiduría para comprender todo ese misterio de Dios que se nos revela y manifiesta en Jesús, pero no es una sabiduría que adquiramos por nosotros mismos; por eso nos habla de revelación. Es Dios que se nos revela en Jesús, que nos manifiesta el misterio de su ser. Como ya decía el principio del evangelio de Juan nadie conoce el misterio de Dios, ‘el Hijo único que esta en el seno del padre es quien nos lo ha dado a conocer’. Jesús les hablaba una vez más del Reino de Dios.
Llegaba el momento de la Ascensión. ‘Sali del padre y he venido al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre’, había dicho en la ultima cena en la despedida. ‘Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?’ se preguntan y le preguntan los discípulos. Era, si, la hora del Reino de Dios. Expresión de ello era su muerte y su resurrección. El volvía al padre, pero no los dejaba solos. Les insiste que permanezcan en Jerusalén, se ha de cumplir en ellos la promesa del padre.
‘No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo… Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo’.
Son sus últimas recomendaciones. Dejaron de verle, como hasta entonces le habían visto. ‘Lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista’, nos dice Lucas. Y como confesamos en nuestra fe ‘subio al cielo y esta sentado a la derecha de Dios padre todopoderoso’. O como nos decía hoy san pablo ‘la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro’.
Es lo que hoy estamos celebrando, la Ascensión del Señor al cielo. Vamos culminando la pascua. La obra de Jesús esta realizada y ahora la deja en nuestras manos. Tenemos que ser sus testigos, hemos de ir a todo el mundo a anunciar esa buena noticia. ‘Id y haced discípulos de todos los pueblos…’ nos confía Jesús. Nos da su espíritu, estará para siempre con nosotros. El camino nuevo que emprendemos y que nos lleva por todo el mundo no lo hacemos solos.
Hemos recibido una misión. Ese evangelio tenemos que convertirlo de verdad en buena noticia para todos los hombres. Convencidos del evangelio, convencidos de la salvación que hemos recibido de Jesús porque nos sentimos inundados de su amor, convencidos de la fuerza del Espíritu del Señor en nosotros nos tenemos que lanzar por el mundo, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, nada nos ha de hacer temer.
Se han de acabar las cobardías que nos encierran; el próximo domingo con Pentecostés en verdad nos vamos a sentir hombres nuevos llenos del espíritu del Señor. Como hicieron los discípulos que se fueron al cenáculo porque Jesús les había dicho que permanecieran en Jerusalén, nosotros vamos a quedar también en oración en la espera de la fuerza del espíritu. Lo renovaremos en nosotros cuando celebremos Pentecostés, pero somos conscientes de que en nuestro bautismo y nuestra confirmación hemos recibido ya el don del espíritu.
Vivamos ahora el gozo de esta fiesta grande de la Ascensión del Señor; cantemos también nosotros la gloria de Dios. Como cantamos en el salmo de la celebración de este día ‘Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado’.