sábado, 27 de mayo de 2017

Anunciemos la buena noticia a todos de que Dios nos ama, para que todos nos sintamos amados de Dios que es lo mejor que nos puede pasar

Anunciemos la buena noticia a todos de que Dios nos ama, para que todos nos sintamos amados de Dios que es lo mejor que nos puede pasar

Hechos, 18, 23-28; Sal. 46; Juan 16, 23-28
Estamos en las vísperas de la Ascensión. Continuamos aun en el tiempo pascual que se prolonga aun hasta el próximo domingo en Pentecostés. Este día de la ascensión que vamos a celebrar mañana domingo, pero que antes hubiéramos celebrado litúrgicamente el pasado jueves, cronológicamente los cuarenta días desde la pascua, siempre tuvo una resonancia especial en la piedad popular con aquellas connotaciones que nos hablaban de los jueves que brillaban mas que el sol – jueves santo, corpus christi y día de la Ascensión -. Los ajustes laborales en la sociedad civil cada vez mas laica y alejada del sentido religioso de la vida ha trasladado a fiestas como esta al domingo, mientras quizás nos inventamos otras fiestas en el consumismo de la vida moderna.
Pero aparte estos comentarios un tanto ocasionales queremos en nuestra reflexión seguir dejándonos guiar por los textos que la liturgia nos ofrece como alimento para nuestro diario caminar. El texto del evangelio que se nos ofrece sigue la lectura continuada de lo que llamamos el discurso de la última cena de Jesús.
Las palabras de hoy tienen de nuevo esa resonancia de la despedida. ‘Sali del Padre y he venido al mundo, nos dice, otra vez dejo el mundo y vuelvo al Padre’. Ha cumplido su misión, el anuncio del Reino de Dios y nuestra redención. Como mañana escucharemos ahora nos deja su misión en nuestras manos para que nosotros anunciemos esa Buena Nueva y sigamos construyendo el Reino de Dios.
Vuelve al Padre donde vamos a tener un intercesor, mediador para siempre. ‘Yo os aseguro, nos dice, si pedís algo al Padre, en mi nombre os lo dará’. Sentado a la derecha del Padre, como lo contemplaremos mañana a partir de la Ascensión y confesamos en el Credo, intercede por nosotros, es el Mediador definitivo y eterno que por nosotros ha ofrecido su sangre, para nuestra redención, para el perdón de los pecados. Por eso ahora, por esa mediación de Jesús, nos sentiremos amados de Dios para siempre. ‘Aquel día, nos dice, pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogare al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.
Es nuestra fe. Creemos en Jesús enviado del padre, que ‘por nosotros y por nuestra salvación bajo del cielo’ como confesamos en el Credo; creemos en Jesús y amamos a Jesús porque nos sentimos inundados de su amor. Así sentiremos para siempre ese amor de Dios en nosotros. ‘El padre mismo os quiere’, nos dice. Nos recuerda aquello que ya habíamos escuchado en el evangelio. ‘Tanto amo Dios al mundo que nos envió a su único Hijo para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna’.
Demos gracias a Dios por su infinito amor. Correspondamos con nuestra fe y con nuestro amor siguiendo el camino de Jesús. Anunciemos esa buena noticia a todos para que todos sepan que Dios los ama, para que todos nos sintamos amados de Dios. Sentirse amado de Dios es lo mejor que nos puede pasar.

Anunciemos la buena noticia a todos de que Dios nos ama, para que todos nos sintamos amados de Dios que es lo mejor que nos puede pasar

Anunciemos la buena noticia a todos de que Dios nos ama, para que todos nos sintamos amados de Dios que es lo mejor que nos puede pasar

Hechos, 18, 23-28; Sal. 46; Juan 16, 23-28
Estamos en las vísperas de la Ascensión. Continuamos aun en el tiempo pascual que se prolonga aun hasta el próximo domingo en Pentecostés. Este día de la ascensión que vamos a celebrar mañana domingo, pero que antes hubiéramos celebrado litúrgicamente el pasado jueves, cronológicamente los cuarenta días desde la pascua, siempre tuvo una resonancia especial en la piedad popular con aquellas connotaciones que nos hablaban de los jueves que brillaban mas que el sol – jueves santo, corpus christi y día de la Ascensión -. Los ajustes laborales en la sociedad civil cada vez mas laica y alejada del sentido religioso de la vida ha trasladado a fiestas como esta al domingo, mientras quizás nos inventamos otras fiestas en el consumismo de la vida moderna.
Pero aparte estos comentarios un tanto ocasionales queremos en nuestra reflexión seguir dejándonos guiar por los textos que la liturgia nos ofrece como alimento para nuestro diario caminar. El texto del evangelio que se nos ofrece sigue la lectura continuada de lo que llamamos el discurso de la última cena de Jesús.
Las palabras de hoy tienen de nuevo esa resonancia de la despedida. ‘Sali del Padre y he venido al mundo, nos dice, otra vez dejo el mundo y vuelvo al Padre’. Ha cumplido su misión, el anuncio del Reino de Dios y nuestra redención. Como mañana escucharemos ahora nos deja su misión en nuestras manos para que nosotros anunciemos esa Buena Nueva y sigamos construyendo el Reino de Dios.
Vuelve al Padre donde vamos a tener un intercesor, mediador para siempre. ‘Yo os aseguro, nos dice, si pedís algo al Padre, en mi nombre os lo dará’. Sentado a la derecha del Padre, como lo contemplaremos mañana a partir de la Ascensión y confesamos en el Credo, intercede por nosotros, es el Mediador definitivo y eterno que por nosotros ha ofrecido su sangre, para nuestra redención, para el perdón de los pecados. Por eso ahora, por esa mediación de Jesús, nos sentiremos amados de Dios para siempre. ‘Aquel día, nos dice, pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogare al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’.
Es nuestra fe. Creemos en Jesús enviado del padre, que ‘por nosotros y por nuestra salvación bajo del cielo’ como confesamos en el Credo; creemos en Jesús y amamos a Jesús porque nos sentimos inundados de su amor. Así sentiremos para siempre ese amor de Dios en nosotros. ‘El padre mismo os quiere’, nos dice. Nos recuerda aquello que ya habíamos escuchado en el evangelio. ‘Tanto amo Dios al mundo que nos envió a su único Hijo para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna’.

Demos gracias a Dios por su infinito amor. Correspondamos con nuestra fe y con nuestro amor siguiendo el camino de Jesús. Anunciemos esa buena noticia a todos para que todos sepan que Dios los ama, para que todos nos sintamos amados de Dios. Sentirse amado de Dios es lo mejor que nos puede pasar.

viernes, 26 de mayo de 2017

No nos faltara nunca la alegría en nuestro corazón porque siempre brilla en nosotros la luz pascual de la presencia de Cristo resucitado

No nos faltara nunca la alegría en nuestro corazón porque siempre brilla en nosotros la luz pascual de la presencia de Cristo resucitado

Hechos 18,9-18; Sal 46; Juan 16,20-23a
‘Pero vuestra tristeza se convertirá en alegría… se alegrara vuestro corazón y nadie os quitara vuestra alegría…’ Sigue Jesús con palabras consoladoras para sus discípulos en su despedida. Palabras que anuncian el sentido pascual de todo lo que han de vivir a partir de ese momento; palabras que nos manifiestan también el sentido de pascua de todo lo que le ha de suceder a Jesús; pero son también palabras que nos sentido de pascua a lo que ha de ser nuestra vida. Hay un anuncio implícito de resurrección en las palabras de Jesús, porque es donde  van a alcanzar esa alegría completa.
Nuestra vida siempre es pascua, siempre hemos de vivirla con sentido pascual. Ya desde nuestro bautismo estamos participando en el misterio pascual de Cristo, pero es que todo lo que vivamos lo hemos de hacer con ese sentido de pascua. Por eso cuando llegan a nosotros los nubarrones de la vida con sus problemas, sus luchas, con las cosas que nos hacen sufrir, con esas angustias que parecen quitarnos la alegría del alma hemos de saber verlo como una participación en la pascua de Cristo; primero una participación en su pasión y en su muerte cuando somos capaces de poner todas esas cosas que nos hacen sufrir en el platillo de la ofrenda de la pasión de Cristo en su cruz.
No olvidemos que en su cruz El esta cargando con todo lo que es nuestra vida, nuestros crímenes y pecados, pero también nuestros sufrimientos y nuestras angustias, nuestras soledades y nuestras desesperanzas. El las esta haciendo suyas. Nosotros con lo que es la realidad de la vida nos ponemos a su lado, haciendo también nuestra ofrenda de amor con lo que le vamos a dar sentido y valor a lo que hacemos y a lo que vivimos.
Quizás humanamente nos sentimos abandonados, nos duele lo que puede parecer el triunfo de los demás o el triunfo del mal. Nos puede eso herir en nuestro interior, pero hemos de saber no perder la paz, no perder nuestra alegría interior, porque sabemos bien en quien nos apoyamos, quien esta con nosotros  y nos ayuda a llevar nuestra cruz. Es el sentido de pascua que le damos a nuestra vida, porque no perdemos la esperanza de la luz, de la vida, del triunfo del amor.
No nos desalentamos porque sabemos que con nosotros siempre esta el Señor, para eso nos dejo la promesa del Espíritu. No nos faltara nunca la alegría en nuestro corazón porque siempre brilla en nosotros la luz pascual. Es la alegría con que siempre tenemos que manifestarnos los cristianos, sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida. Cuando nos falte esa alegría pensemos que algo le está pasando a nuestra fe. Ya hemos escuchado aquello de que un cristiano triste es un triste cristiano.

jueves, 25 de mayo de 2017

Hemos de aprender a vivir toda la experiencia de la pascua, renaciendo de nuevo a nueva vida, reencontrándonos con el Señor y llenándonos de alegría

Hemos de aprender a vivir toda la experiencia de la pascua, renaciendo de nuevo a nueva vida, reencontrándonos con el Señor y llenándonos de alegría

Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20
‘¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría…’
No terminaban de entender los discípulos lo que Jesús les estaba diciendo. Lo comprenderían mas tarde; después de la experiencia de la pasión, muerte y resurrección, después de la experiencia pascual; lo comprenderían desde la presencia del Espíritu que Jesús les prometía y que les haría comprender todas las cosas. Es desde esa presencia del Espíritu desde el que podrán reconocer que Jesús es el Señor; será con la fuerza del Espíritu con el que pedro el día de Pentecostés proclamara que Dios ha constituido Señor y Mesías por su resurrección de entre los muertos a aquel a quien ellos habían crucificado.
Lo que Jesús ahora les estaba diciendo iba a tener cumplimiento inmediato en la pasión a punto comenzar. Lo contemplarían muerto en la cruz y llevado al sepulcro. Ellos estarían tristes, pero para sus enemigos aquello podía parecer un triunfo. Pero con la experiencia de la resurrección se llenarían de alegría, con un gozo que ya nadie les podría quitar. Porque en la resurrección estaba la manifestación de ese triunfo, así podrían en verdad reconocerle como Señor y como Mesías. Habían de pasar por la experiencia de la pasión, de la muerte; era la experiencia de la pascua.
Será también nuestra experiencia por la que aprenderemos también a reconocer a Jesús. Es la experiencia de muerte que vivimos cuando caemos en el pecado. Si, por el pecado nos alejamos de Dios, la vida se nos llena de la negrura de la muerte y mientras permanecemos en el no podemos gozar de esa presencia de Dios, porque hemos arrancado esa gracia de nuestra alma. El pecado nos sumerge en la negrura de la tristeza porque nos falta el que nos puede dar la verdadera alegría.
Pero hemos de aprender a vivir toda la experiencia de la pascua, renaciendo de nuevo a nueva vida, recuperando a gracia en el sacramento. Es el gozo de la reconciliación, es el gozo del perdón. Un sacramento que vivimos con alegría renacida en nuestra alma porque nos reencontramos con el Señor. Es vivir el sentido de la pascua. Morir y resucitar, pasar de la muerte a la vida, llenarnos de nuevo de la gracia y de la vida. Volver a reencontrarnos con el Señor, como los discípulos después de la resurrección que se llenaron de inmensa alegría.
Es el sentido verdadero que hemos de darle al sacramento de la penitencia. No tenemos miedo, sino que llenos de esperanza porque confiamos en el amor del Señor vamos a su encuentro para la vida, para la alegría y para el gozo, para vivir la vida nueva del Señor.


miércoles, 24 de mayo de 2017

Es necesario sentir cada día en nuestra vida la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros que nos haga ir realizando cuando de El aprendemos en el Evangelio

Es necesario sentir cada día en nuestra vida la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros que nos haga ir realizando cuando de El aprendemos en el Evangelio

Hechos 17,15.22-18,1; Sal 148; Juan 16,12-15
El recuerdo de aquellos seres que amamos, aunque ya no estén con nosotros son siempre un estimulo para nuestro quehacer; pensamos en aquellas cosas que nos decían, aquellos principios y valores que trataron de inculcarnos y aunque quizás en tiempos nos parecía que los habíamos olvidado vuelven a nuestra mente y nos damos cuenta que poniéndolos por obra logramos un mejor camino en la vida. Recordamos así a nuestros padres, recordamos a nuestros maestros – y digo maestros porque fueron algo mas que profesores – porque nos enseñaron para la vida, fueron maestros en la vida, como recordamos a aquellas personas que ejercieron alguna influencia en nosotros y nuestras buenas costumbres. Quisiéramos recordar todo lo que nos enseñaron porque quizás algunas cosas hayan pasado al baúl del olvido y ya quisiéramos tenerlos de nuevo a nuestro lado para continuar recibiendo sus enseñanzas.
¿Era algo así lo que recordaban los discípulos de Jesús y que en el caso de los evangelistas trataron de trasmitírnoslo por escrito? Algo así pero mucho más. La presencia de Jesús no era solo un recuerdo de sus buenas enseñanzas. La presencia de Jesús era algo que podían sentir de forma muy viva en sus vidas. Y es que Jesús estaría siempre con nosotros por la fuerza y la presencia de su Espíritu. Es lo que Jesús les promete.
‘Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena…’ son las palabras que le escuchamos decir hoy a Jesús. Podremos recordarlo todo, podremos caminar por ese camino nuevo del Reino de Dios, podremos revivir sus enseñanzas y su vida, podremos conocer en toda su plenitud a Jesús descubriendo todo el misterio de su vida, podremos ir viviendo nosotros esos valores nuevos que El quiere trasmitirnos.
No actuamos solos ni por nosotros mismos, solo con nuestro saber o con nuestra fuerza. Si así lo hiciéramos no llegaríamos a conocer a Jesús ni todo el sentido de su vida. Es lo que les pasa a tantos que sin el estimulo de la fe y sin dejarse conducir por su Espíritu quieren hablar de Jesús, de evangelio, de iglesia, de religión y así salen las mas disparatadas ideas, la mezcla que se hace de conceptos, la visión excesivamente terrenal y hasta política que se tiene de la Iglesia en tantas ocasiones.
No nos extraña que en personas ajenas a la fe se puedan tener esas visiones, pero lo triste es que en los que nos llamamos cristianos y creyentes muchas veces actuemos y pensemos de una forma semejante. Nos quedamos también en esas visiones tan terrenas ya porque nos dejamos influenciar por nuestro entorno, o también porque no nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor. Es a quien tenemos que invocar, es la Sabiduría del Espíritu la que hemos de pedir.
Bueno es recordarlo de manera especial en este tiempo pascual cuando nos acercamos a la fiesta de Pentecostés y en la palabra de Jesús vamos escuchando ese anuncio que nos va haciendo del Espíritu que nos va a enviar y así nos preparemos para esa fiesta pero para sentir cada día en nuestra vida esa presencia del Espíritu de Jesús en nosotros que nos haga ir realizando cuando de El aprendemos en el Evangelio.

martes, 23 de mayo de 2017

Porque quizás no vivimos una fe intensa nos amargamos, las soledades nos llenan de angustias, nos sentimos débiles y nos falta valentía para dar el testimonio de Jesús

Porque quizás no vivimos una fe intensa nos amargamos, las soledades nos llenan de angustias, nos sentimos débiles y nos falta valentía para dar el testimonio de Jesús

Hechos 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11
¡Que duras son las despedidas! Cuando parte un ser querido, cuando un amigo se aleja porque su vida tomas otros rumbos parece que algo se rompe dentro de nosotros. Confieso que es algo que desde siempre me ha costado mucho. Para mi la imagen de una despedida la tengo en un barco que se aleja en el horizonte y se lleva al ser querido. Cualquier despedida de alguien que aprecio mucho siempre es algo que me rompe el corazón, aunque con la madurez de la vida aprenda uno a tomarlo con otro sentido y otras fuerzas quizás.
Son los sentimientos de tristeza que embargan los corazones de los discípulos en la noche de la cena pascual. Había Jesús anunciado lo que había de suceder y ahora habla de su marcha. Como explicaría mas tarde el discípulo amado al trasmitirnos el evangelio ‘habia llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos…’ es el comienzo de estos capítulos del evangelio de Juan.
Son palabras de Jesús ahora de despedida y de recomendaciones. Había que preparar a los discípulos para la tormenta inmediata que habían de soportar, pero era preparación también para que descubrieran su nueva forma de presencia en medio de ellos. El mundo no le vera, pero ellos podrán verle; quienes no crean serán incapaces de verle, pero quienes mantienen su fe en Jesús podrán seguir viéndole y sintiendo la alegría esperanzada de su presencia.
‘Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré…’  Es la promesa de Jesús. Es el Espíritu que nos hace sentir su fuerza, su presencia junto a nosotros. No lo veremos con los ojos de la carne, pero los ojos de la fe nos lo harán ver de forma distinta pero no menos real. Su presencia la podremos vivir de una forma  mas intensa allá donde estemos o en la situación en que nos encontremos. Con la fuerza del Espíritu en nosotros todo será distinto.
Lo podrían ver y sentir vivo y resucitado entre ellos y sentirían su fuerza en sus corazones para anunciarlo valientemente ante el mundo. Tenemos nosotros también que despertar nuestra fe. Lo necesitamos porque su ausencia seria dura para nosotros. Porque quizás no vivimos esa fe intensa tantas veces nos amargamos en la vida, las soledades nos aturden y nos llenan de angustias, nos sentimos débiles y cobardes para dar nuestro testimonio y nos falta esa valentía en el corazón para seguir haciendo el anuncio de Jesús en medio de nuestro mundo de hoy.
Por eso despertemos nuestra fe, avivemos nuestra fe. Sentiremos el gusto de la presencia de Jesús y seremos valientes en nuestro testimonio.

lunes, 22 de mayo de 2017

Necesitamos mucha fuerza interior, una fuerza espiritual que nos eleve y nos haga ver las cosas con otra perspectiva, una fuerza sobrenatural que nos haga crecer

Necesitamos mucha fuerza interior, una fuerza espiritual que nos eleve y nos haga ver las cosas con otra perspectiva, una fuerza sobrenatural que nos haga crecer

Hechos 16,11-15; Sal 149; Juan 15,26-16,4a
Alguna vez cuando nos encontramos contratiempos en la vida y quizás andamos preocupados por como vamos a salir de esa situación un amigo se nos ha acercado y nos ha comentado  ‘eso ya te lo había dicho…ya te dije que estuvieras preparado’. Es bueno tener a nuestro lado amigos así que aunque nos recriminen cariñosamente sin embargo sus palabras nos sirven de aliento y nos ayudan a levantarnos, a no dejarnos arrastrar por negruras y pesimismos que nos depriman.
Son las palabras que le escuchamos a Jesús. Se las decía a los apóstoles en aquella sobremesa de la cena pascual, la que llamamos la última cena antes de su pascua. Ya andaban con aires de tristeza por lo que presentían que iba a suceder, y ahora el evangelista cuando nos trasmite el evangelio nos recuerda las palabras de Jesús que ya los había prevenido. Palabras de aliento y de animo como las del amigo que esta a nuestro lado en las buenas y en las malas, como antes mencionábamos. ‘A vosotros os llamo amigos’, les había dicho Jesús.
Son palabras de despedida pero también de un anuncio lleno de esperanza. Habla incluso de persecuciones, ‘os expulsarán de las sinagogas’, pero no pueden sentirse solos por qué con ellos, con nosotros estará el Espíritu de la Verdad. Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’. Tendremos un Defensor, el espíritu de Jesús que estará en nosotros y con nosotros dará testimonio, será nuestra fuerza.
Necesitamos escuchar en el corazón estas palabras de Jesús. Tenemos el peligro de perder la paz, de agobiarnos ante lo que tenemos que hacer o ante las dificultades que encontramos, nos sentimos como desestabilizados en los contratiempos que nos da la vida. Mantener la serenidad y la calma en medio de los problemas de cada día muchas veces no es fácil. Cada uno pensemos en los problemas que tenemos que afrontar en la familia, en el círculo de nuestras relaciones, en el ámbito de nuestro trabajo, en la situación social que podamos vivir, en nuestra lucha personal por subsistir, por crecer y madurar, por afrontar nuestras responsabilidades.
Necesitamos mucha fuerza interior; una fuerza espiritual que nos eleve por encima de esas situaciones y nos haga ver las cosas con otra perspectiva; una fuerza sobrenatural que nos haga vencer las tentaciones de desanimo que podamos sufrir o esas otras tentaciones que nos hacen rodar por la pendiente de la desgana, de la tibieza y nos puedan hundir en las aguas tenebrosas del pecado.
Necesitamos la presencia y la fuerza del Espíritu Santo que nos lleve por el camino del bien, que nos haga mantenernos firmes en nuestros compromisos, que nos impida apartarnos de ese camino de vida que es el evangelio de Jesús. 

domingo, 21 de mayo de 2017

Aunque haya oscuridades y sufrimientos, carencias y soledades, momentos de amargura o situaciones difíciles no nos faltara la esperanza y siempre podemos sembrar la semilla de un mundo mejor

Aunque haya oscuridades y sufrimientos, carencias y soledades, momentos de amargura o situaciones difíciles no nos faltara la esperanza y siempre podemos sembrar la semilla de un mundo mejor

Hechos 8,5-8.14-17; Sal 65; 1Pedro 3,1.15-18; Juan 14,15-21
La esperanza es lo ultimo que se pierde, solemos decir quizás algunas veces para consolarnos a nosotros mismos cuando en la vida todo se nos vuelve turbio y parece que no encontramos una salida. ¿De verdad tenemos esperanza? ¿Es lo último que perdemos? Seria algo que para empezar tendríamos que preguntarnos.
Será el enfermo sumido en el dolor de su enfermedad que le parece o puede ser incurable o al menos no encuentra la mejoría tan pronto como quisiera; largas noches de espera y de silencio, y es el silencio que se le mete hasta los huesos, son las miradas inquisitivas buscando alguna señales en los que nos rodean o los que nos atienden.
Pero es también el pobre que se ve desposeído de todo y al que parece que le han quitado su dignidad, que se siente abandonado, que lucha y que busca pero no encuentra y que le parece que cada día se le hunde mas la tierra y el mundo bajos sus pies; son los que se ven envueltos en esas crisis sociales, políticas o de humanidad que palpamos en el mundo en que vivimos y que nos parece que estamos metidos en una espiral sin fin que cada vez nos hunde mas o hace a nuestro mundo mas injusto o mas inhumano.
Podíamos pensar en muchas situaciones en que la gente vive con amargura, donde contemplamos parejas rotas y familias destrozadas y en donde no se encuentra nunca el más mínimo acuerdo para salvar al menos a los más débiles e indefensos. En esas y en otras muchas situaciones que ahora exhaustivamente no podemos relatar aquí vemos que la gente pierde la esperanza, los corazones se llenan de amargura, el mundo de cada uno se llena de negros nubarrones que todo lo oscurecen y en donde quizás no sabemos dar una respuesta.
Y esto, creo, tiene que interrogarnos a nosotros los cristianos. ¿Sabemos dar una respuesta? ¿Sabemos dar una razón de esperanza, de nuestra esperanza si es que no la hemos perdido? Si la hubiéramos perdido también todo nuestro mundo creyente se nos vendría abajo y perdería sentido nuestra vida. Por eso es bueno que nos interroguemos.
Precisamente hoy san Pedro nos dice que tenemos que dar razón de nuestra esperanza. Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor, nos dice, y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…’ Y es que los que nos rodean tienen que ver en nosotros esperanza, aunque no lo entiendan. Por eso nos dice que tenemos que dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos lo pidiere.
Y es que tendríamos que vernos decididos en la lucha, firmes a pesar de todos los vendavales que podamos sufrir y es cuando quizás tenemos que dar a entender a cuantos nos miran quizás con ojos de extrañeza que a nosotros no nos falta esperanza y en donde ponemos nuestra esperanza.
Porque es cierto que muchas veces nos podemos ver envueltos en esas negruras porque nos sentimos débiles, porque también a nosotros los problemas nos cercan, porque somos humanos y también nos llenamos de dudas, porque también nos cuesta mantener la altura y la densidad de nuestro amor, porque en ocasiones nos puede parecer que nos sentimos solos y abandonados, porque se nos puede debilitar nuestra fe, por tantas cosas – todo aquello que mencionábamos al principio - que de una forma o de otra nos pueden suceder.
Las palabras de Jesús son consoladoras y animan de verdad nuestra esperanza. ‘No os dejare huérfanos…’ nos dice. Viene a nosotros y aunque el mundo no lo vea nosotros por nuestra fe si lo podemos ver, si podemos sentir su presencia. ‘Vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con el Padre y vosotros conmigo y yo con vosotros’. El mundo no lo ve y no tendrá esperanza, pero nosotros en nuestra fe lo vemos y nos llenamos de esperanza.
El nos ha prometido la fuerza y la presencia de su Espíritu. Esto no lo podemos olvidar; pero no olvidarlo no es solo decir que lo sabemos, sino que en el día a día de nuestras luchas y de nuestros problemas, de nuestros deseos de hacer el bien y de nuestro trabajo comprometido lo hacemos sabiendo, teniendo la certeza de que esta con nosotros y entonces nos llenamos de su amor, de su vida, y hacemos su voluntad, y nos sentiremos llenos de Dios. ¿Cómo es que no vamos a tener esperanza? Es de esa esperanza de la que tenemos que dar razón con las razones de nuestro testimonio, de nuestra vida.
Habrá oscuridades, habrá sufrimiento, habrán carencias y soledades, habrán cosas que nos puedan llenar de amargura, habrá situaciones difíciles en nuestro mundo, pero nosotros vemos una luz, tenemos la certeza de que de esas oscuridades podemos salir, confiamos en que en verdad podemos ir sembrando una buena semilla que podrá hacer que nuestro mundo sea mejor; no nos sentiremos débiles o impotentes aunque tengamos la tentación, porque sabemos que no estamos solos, porque con nosotros esta la fuerza del Espíritu del Señor que nos ayuda de verdad a caminar.