sábado, 18 de marzo de 2017

Aunque la vida se nos vaya de las manos y caigamos por la pendiente del mal pensemos siempre en quien nos espera porque confía en nosotros para ofrecernos el abrazo de su amor

Aunque la vida se nos vaya de las manos y caigamos por la pendiente del mal pensemos siempre en quien nos espera porque confía en nosotros para ofrecernos el abrazo de su amor

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32
Pareciera que la vida se nos va de las manos. Y no me refiero a la temporalidad y que un día se puede acabar todo porque nos llegue el final de los días cuando menos lo esperemos. La vida se nos va de las manos cuando no sabemos controlar, ni controlamos las cosas que nos vienen o que nos suceden, ni nos controlamos a nosotros mismos. Entramos en un mal camino y luego parece que todo es una pendiente donde no podemos detenernos y nos cuesta volver atrás, rehacer lo que hicimos mal, o más peligroso aun, casi no nos damos cuenta que estamos en esa pendiente que adquiere cada vez mayor velocidad.
Es cuando entramos en el camino del mal y nos cuesta reconocerlo, nos cuesta detenernos a pensar, a reflexionar, a revisar lo que estamos haciendo; nos cuesta reconocer nuestros tropiezos, nuestros errores, nuestras caídas. Muy mal tenemos que vernos  para que intentemos hacer una parada de reflexión. Quizás entonces comparamos como ahora estamos con lo que éramos antes, lo que seria nuestra vida si no hubiéramos caído por esa pendiente.
Pero ahora se nos hace cuesta arriba comenzar a recapitular, intentar comenzar de nuevo; parece que ni creemos en nosotros mismos ni creemos en que podamos ser aceptados por los demás; como también en nuestra cerrazón nos puede suceder que seamos nosotros los que no aceptemos a los demás y encima nos atrevamos a juzgar y a condenar. No queremos ver que al final pueda haber alguien esperándonos, alguien que siga creyendo en nosotros, alguien que, a pesar  de todo lo que hayamos hecho, pueda darnos un abrazo de confianza, que nos llene de paz, que nos haga en verdad comenzar una vida nueva.
Por eso no nos atrevemos a recomenzar el camino; le damos vueltas y vueltas, buscamos algún escape, alguna solución porque no confiamos en que puedan seguir confiando en nosotros; quisiéramos estar cerca de nuevo de aquellos que sabemos que nos amaban y desconfiamos si ahora nos siguen amando. Quizá hayamos tenido tantos fracasos con los que pensábamos que eran amigos y nos dejaron tirados, que ahora nos cueste comenzar a confiar de nuevo. Quizá al final nos atrevamos a dar algún paso y pensamos y repensamos qué es lo que vamos a decir, como nos vamos a disculpar, de qué manera y con qué cara nos atrevemos a pedir perdón.
Quizás al hilo de esta reflexión en voz alta nos estaremos dando cuenta de que es de lo que Jesús nos habla hoy en el evangelio con la parábola. Esa parábola en la que nos creemos que nosotros, o aquel en quien nos retratamos, es el protagonista. Pero el verdadero protagonista es aquel que está allá esperándonos, el que estaba esperando al hijo, porque para él seguía siendo su hijo aunque estuviera perdido, aunque pareciera que estaba muerto, y solo estaba esperando el primer gesto de querer volver para salir a su encuentro.
Somos protagonistas, es cierto, en parte, porque el verdadero protagonista es el Padre que nos está esperando; es el abrazo del amor misericordioso y compasivo de Dios que sigue confiando en nosotros, aunque nos hayamos marchado, aunque guardemos muchas amarguras en el corazón como le sucedía el hijo mayor. Porque hay dos retratos de hijos que en fin de cuentas son un mismo retrato de momentos distintos por los que pasamos en la vida. Pero el gran retrato que siempre hemos de tener en cuenta es el del Padre que nos espera, que nos ama, que nos da el abrazo de la reconciliación y de la paz, que se llena de alegría y nos hace entrar en una nueva orbita de felicidad porque nos ofrece un banquete nuevo de amor.
No dejemos que la vida se nos vaya de las manos y caigamos en esas pendientes; pensemos siempre en el amor de Dios que es siempre fiel en su amor y nos espera y confía en nosotros. Y aprendemos algo más, aprendamos a tener nuevas actitudes con el caído que podamos encontrarnos en el camino; seamos siempre capaces de tender una mano para ayudarlo a levantarse ofreciéndolo siempre la confianza del amor.

viernes, 17 de marzo de 2017

Sepamos acoger como un don y un regalo lo que de lo demás recibimos en forma de consejo, de palabra amiga o de corrección y eso contribuya a los buenos frutos de nuestra vida

Sepamos acoger como un don y un regalo lo que de lo demás recibimos en forma de consejo, de palabra amiga o de corrección y eso contribuya a los buenos frutos de nuestra vida

Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
Hay ocasiones en que no nos sentimos bien, reaccionamos mal cuando alguien nos dice algo que no nos agrada o, por ejemplo, nos pide que seamos más coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos; no nos agrada que nos señalen lo que quizá no hacemos bien, o en forma positiva nos reclamen actitudes buenas, posturas claras y valientes en nuestros comportamientos.
¿Nos falta humildad para reconocer nuestros errores? ¿Miramos con malos ojos al amigo que se atreve a pedirnos una actitud buena, un buen comportamiento en un determinado momento? ¿No nos agrada buen consejo de un amigo que en fin de cuentas lo que quiere es nuestro bien pero que en nuestro orgullo rechazamos porque decimos que nadie tiene que meterse en nuestras cosas y nosotros sabemos lo que tenemos que hacer? ¿Volvemos la espalda a quien nos dice la verdad? Son cosas que en algunos momentos nos pueden pasar. Pero nos creemos demasiado buenos para reconocer que también cometemos errores y no siempre damos el ejemplo que tendríamos que dar.
Frutos buenos tendríamos que saber dar en nuestra vida; así tendrían que resplandecer nuestros valores, así tendríamos que ser también ejemplo para los demás. Hay cosas buenas en nuestra vida que quizá no desarrollamos debidamente, hay talentos que quizás hemos enterrado, hay cualidades que muchas veces no desarrollamos para el bien sino que tenemos la tentación de utilizarlas de manera egoísta y las podemos convertir en un mal en nuestra vida.
Hoy Jesús nos habla en la parábola de una viña bien cuidada y preparada. Nos recuerda esta parábola aquel cántico de amor del antiguo testamento del amigo por su viña. Una viña en esta parábola que el amo confía a unos viñadores que han de cuidarla y sacarle fruto, del que han de rendir cuentas.  La viña parece que está dando sus frutos, pero el dueño de la viña no ve su rendimiento porque aquellos viñadores se aprovechan injustamente de lo que no es suyo y terminan incluso maltratando a los enviados del dueño de la viña o matando al hijo también enviado.
Es cierto que la parábola en su contexto más próximo está haciendo una descripción de la historia de Israel que tanto ha recibido del amor de Yahvé pero que no está dando sus frutos e incluso está rechazando a los enviados de Dios – como tantas veces hizo con los profetas – como ahora está rechazando a Jesús. Bien lo entendieron los sumos sacerdotes y los fariseos que hablaba por ellos y ahora trataban también de echarle mano, aunque temían a la gente.
Pero la parábola hemos de saber leerla, saber escucharla en nuestro corazón en el contexto de nuestra propia vida. ¿Cuál es fruto que nosotros estamos dando a tanto como hemos recibido del Señor en nuestra vida? Todo cuanto recibimos ha de servirnos siempre para el bien; y los dones del Señor se nos manifiestan de muchas maneras. Es cierto ahí están nuestras cualidades, nuestros propios valores, las capacidades que tenemos en nuestra vida y hemos de saber desarrollar para el bien.
Pero también acojamos como un don para nosotros cuanto podemos recibir de los demás; ese buen consejo, esa palabra que trata de poner claridad en nuestras ideas y en nuestra manera de actuar, esa corrección amigable que recibimos acojámosla como esa cosa buena que nos beneficia y nos enriquece; tengamos la humildad de aceptar lo que recibimos también de los demás y no nos creamos tan autosuficientes que creemos que todo nos lo sabemos y que todo lo hacemos siempre bien. Necesitamos esa palabra, ese consejo, esa corrección y todo eso nos ayudará a crecer de verdad. Que se manifieste en los frutos de nuestra vida.

jueves, 16 de marzo de 2017

Vaciemos nuestro corazón y nuestra vida de tantos ruidos que en la posesión y en la satisfacción de las cosas materiales nos insensibilizan para abrirnos a lo espiritual y trascendente

Vaciemos nuestro corazón y nuestra vida de tantos ruidos que en la posesión y en la satisfacción de las cosas materiales nos insensibilizan para abrirnos a lo espiritual y trascendente

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
Algunas veces nos sentimos tan llenos y tan satisfechos con las cosas materiales que nos parece que ni nada nos puede dar mejor felicidad, ni nunca se nos va a terminar todo eso que poseemos y a lo que nos apegamos. Pensando solo en disfrutar de esos bienes nos cegamos de tal manera que ni somos capaces de ver lo que pueda haber en nuestro entorno ni de pensar en algo superior a eso material de lo que disfrutamos y que nos de una mayor trascendencia a nuestra vida. Nos sentimos llenos, satisfechos, insaciables porque siempre querríamos tener mas y poder incluso de disfrutar de mas cosas, todo se nos queda en esas satisfacciones que llene o satisfaga nuestros sentidos y perdemos un aspecto muy importante de nuestra vida que es todo lo espiritual.
Había un hombre rico que vestía de púrpura y banqueteaba espléndidamente cada día. No pensaba en ninguna otra cosa, no era capaz de ver algo distinto y que pudiera darle un sentido nuevo a lo que hacia. Así comienza la parábola que nos propone Jesús hoy en el evangelio. Y a ese hombre rico se contrapone el pobre mendigo que nada tenía, con su cuerpo cubierto de llagas, tirado a la puerta del rico del que no recibía ni la más mísera migaja, sin ningún consuelo humano, y que solamente unos perros le lamían las heridas de sus llagas.
Una parábola que comienza haciéndonos una descripción de situaciones que se siguen dando hoy, en las que nosotros podemos estar cayendo. Descripción dramática de cuanto sucede en nuestro mundo dividido por la pobreza y por tantas miserias que lo azotan de una forma o de otra.
Ya en estos primeros párrafos de la parábola con esta descripción que nos hace tendría que hacernos pensar en los graves problemas de nuestro mundo, pero puede ser un acercamiento también a esas actitudes y posturas que podrían aparecer en el día a día de nuestra vida. Como aquel hombre rico también tenemos la tentación de cerrar los ojos, de mirar para otra parte, de pasar por la calle insensible a muchas miserias que podríamos contemplar en nuestro entorno si fuéramos capaces de abrir nuestros ojos de manera distinta. Si se despertara un poquito nuestra sensibilidad para ver y mirar de manera distinta lo que nos rodea, a los que nos rodean, ya estaríamos sacando una hermosa lección de esta parábola.
Una parábola por otra parte con la que Jesús quiere también abrirnos a la trascendencia de nuestra vida. Nos habla de la muerte tanto del pobre Lázaro como del rico y nos habla de una situación que va más allá de la muerte, y que nos quiere abrir también a una trascendencia espiritual de nuestra vida, de lo que hacemos.
Nos está hablando también de la salvación eterna. Aquel hombre desde el abismo en que se ve sumergido ahora en la eternidad cuando ha vivido hasta entonces una vida al margen de Dios quiere encontrar consuelo y alivio para sus penas. Ha vivido lejos de Dios y lejos de Dios permanecerá por toda la eternidad. No quiere sin embargo que le suceda de manera semejante a sus hermanos que aun viven en este mundo y suplica para Abrahán envíe a Lázaro que con apariciones milagrosas avise a sus hermanos para que cambien de sentido de vida cuando aun tienen tiempo.
Tienen a Moisés y a los profetas que son los que han de escuchar, le responde Abrahán. Es una expresión con la que se quiere señalar cómo en la vida tenemos tantos mensajeros de Dios a quien podemos escuchar, tenemos la Palabra de Dios que resuena continuamente y a la tantas veces hacemos oídos sordos, tenemos el medio de saber darle esa trascendencia a nuestra vida dándole un sentido espiritual también a lo que hacemos y abriendo nuestro corazón a Dios poder en verdad cambiar nuestra vida.
Somos muy dados a buscar las cosas milagrosas y extraordinarias porque parece que eso si nos llamaría más nuestra atención y olvidamos ese verdadero milagro de amor que es el que cada día podamos escuchar la Palabra del Señor que desde la Biblia, desde la celebración sagrada, desde el magisterio de la Iglesia puede llegar de verdad a nosotros si abrimos nuestro corazón a Dios.
Vaciemos nuestro corazón y nuestra vida de tantos ruidos que en la posesión y en la satisfacción de las cosas materiales nos insensibilizan para abrirnos a lo espiritual, para darle verdadera trascendencia a nuestra vida, para abrirnos de verdad a Dios y a su Palabra.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Comencemos de una vez por todas a despojarnos de las vanidades de las glorias de este mundo para comenzar a abajarnos de verdad para servir a los demás

Comencemos de una vez por todas a despojarnos de las vanidades de las glorias de este mundo para comenzar a abajarnos de verdad para servir a los demás

Jeremías 18,18-20; Sal 30; Mateo 20,17-28
Hay ocasiones en que tenemos una idea en la cabeza sobre alguna cuestión, algún planteamiento de la vida o la opinión de algo en que por mucho que nos expliquen lo contrario parece que nos cegamos de manera que no vemos sino aquello que previamente habíamos concebido. Alguien nos querrá hacer ver que las cosas son de otro modo, que los planteamientos son distintos, pero parecemos sordos que solo escuchamos aquello que va con nuestros planteamientos y no somos capaces de ver mas allá de lo que nosotros imaginamos.
Algo así les pasaba a los discípulos con los planteamientos de vida y los anuncios que Jesús hacía. Es cierto que estaban entusiasmados por Jesús y con buenos deseos y buena voluntad querían seguirlo, pero se habían hecho una imagen de lo que pensaban había de ser el Mesías que aunque Jesús les explicara una y otra vez que el sentido de su vida era distinto no eran capaces de verlo. Su idea del Mesías pasaba por un triunfalismo casi guerrero y muy lleno de poder, por eso sus ambiciones humanas florecían fácilmente en sus corazones y podían valerse de lo que fuera por conseguir ese poder que vislumbraban en la figura del Mesías Salvador.
Ahora que van subiendo a Jerusalén Jesús les va anunciando una y otra vez cual era el sentido de aquella subida y lo que en Jerusalén había de suceder. Jesús les hablaba de entrega hasta la muerte y que eso podía significar persecución y pasión. Les anunciaba claramente que el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará’. Pero no les terminaban de entrar en sus cabezas estas palabras de Jesús.
Allí está la madre de Santiago y Juan intercediendo por sus hijos para cuando llegaran esos días de gloria y de poder. Sus hijos quería que estuvieran uno a su derecha y otro a su izquierda. Lo que significaría dotados de todo poder en ese Reino nuevo que Jesús tanto anunciaba pero que ellos seguían viéndolo solo desde un sentido muy humano. Quiere hacerles comprender Jesús que su camino es camino de pasión y les habla de beber un cáliz preguntándoles si ellos eran capaces de beberlo. Parece que están dispuestos a todo. ‘Somos capaces’, le responden sin terminar de comprender bien lo que eso significaba.
Pero si está la ambición de estos dos hermanos por otro lado está la envidia del resto de los discípulos cercanos a Jesús. Y de nuevo con paciencia infinita Jesús vuelve a explicarles: Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’.
El estilo del Reino de Dios no puede ser a la manera de los reinados de este mundo. Parece que nosotros a lo largo de la historia hemos olvidado estas palabras de Jesús. También nos hemos rodeado de demasiados oropeles de gloria, de esplendor, de ropajes de poder que son mucho más que unas vestiduras que hayamos vestido aunque también; algunas veces nos hemos parecido demasiado en la Iglesia a las glorias de este mundo con demasiados signos de poder, de tronos y de coronas. Nos hemos cegado también con nuestras ideas mundanas y nos dejamos seducir, nos dejamos arrastrar por muchas vanidades.
No podemos olvidar que nuestra grandeza está en el servir, en abajarnos, en ponernos los últimos, en ser capaces de llegar hasta el suelo para ponernos de rodillas delante del hermano que sufre para con él sufrir, para compartir su dolor y necesidad, para mitigar con el calor de nuestra presencia, con el fuego de nuestro amor. Tenemos que despojarnos de demasiados ropajes, quitarnos muchas coronas y muchos signos de poder con que nos revestimos tantas veces.
Tenemos que pensar en nuestra vida concreta, tú y yo, sin querer imponernos a los demás o querer que sean los otros los que comiencen a hacer las cosas como creemos que tendríamos que hacerlas; hemos de comenzar nosotros, tú y yo a despojarnos, a abajarnos, a ponernos los últimos a la manera de Jesús. Porque ‘el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir’ y es lo que nosotros tenemos que hacer.


martes, 14 de marzo de 2017

. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor

La actitud del servicio es la que tiene que brillar en los que nos llamamos seguidores de Jesús, por eso ni padres, ni jefes, ni consejeros subidos sobre pedestales

Isaías 1,10.16-20; Sal 49; Mateo 23,1-12
En más de una ocasión no habremos encontrado en los caminos de la vida con esa persona que por decirlo pronto y fácil se las sabe todas, de todo tiene opinión, su verdad es la única que vale en cualquier diatriba o discusión y poco menos que va pontificando sobre todo lo sabido y lo por saber. Habla y habla sin parar, de todo quiere saber y poco menos que nos mira por encima del hombro porque nos considera ignorantes si en todo no damos la razón.
Pudiera parecer que recalco demasiado el retrato pero bien sabemos que nos encontramos personas así y que además andan buscando el reconocimiento por lo que hacen o dicen, a todos quieren dar consejos y esperan de nosotros alguna palabra quizá o algún gesto que halague su vanidad.
Es bueno que nos formemos en la vida y seamos capaces de tener nuestra propia opinión de las cosas, porque hayamos tratado de analizarlas adecuadamente, pero la autosuficiencia no es buen acompañante en la vida si en verdad quieres ayudar a los demás y puedes expresarle una opinión sobre algo que te consulte o sobre las cosas que suceden en la vida. No podemos ir de pasados queriendo ponernos en pedestales bien altos para que vean cuanto valemos o cuanto sabemos. Actitudes así ayudan poco a nuestras mutuas relaciones o en el mantenimiento de una amistad.
Me han venido a la mente estos hechos humanos que nos podemos encontrar en nuestras relaciones con los demás o en los que nosotros podemos tener también el peligro y la tentación de caer, escuchando las recomendaciones que Jesús nos hace hoy en el evangelio. Jesús compara lo que ha de ser la actitud y la manera de ser y actuar de sus discípulos a los que va a enviar por el mundo con la misión de anunciar lo Buena Nueva del Reino, con lo que estaban viendo y por así decirlo sufriendo en los maestros de la ley que en aquella época tenían. Menos hablar e imponer cosas que no somos capaces de realizar y más obras autenticas de justicia y de amor para con los demás.
Habla Jesús de las vanidades de las que se rodean los maestros de la ley y la poca autenticidad que hay en sus vidas entre lo que enseñan y lo que ellos viven. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros’.
Las actitudes y los comportamientos de los discípulos de Jesús han de ir por otros caminos. La humildad y la sencillez son los mejores servidores de la verdad que han de anunciar. Ese Reino nuevo que han de anunciar ha de verse primero reflejado en sus vidas. Será siempre la actitud del servicio lo que ha de brillar en el cristiano; ni maestros, ni padres, ni consejeros, somos unos hermanos que caminamos juntos y que nos ayudamos; habrá quien entre los hermanos tiene una misión y una responsabilidad, pero eso no lo ha de convertir nunca en jefe, en superior, en el que está por encima.
Qué ejemplos de humildad y de sencillez nos está dando el Papa Francisco en este sentido. Cuánto necesitamos cambiar también dentro de la Iglesia donde nuestros clericalismos nos han colocado muchas veces como en un estadio superior, y no es eso lo que nos enseña Jesús. Mucho habría que revisar en ese sentido en el seno de la Iglesia. Es el lenguaje que se emplea pero son sobre todo las actitudes que pueda haber en nuestros corazones. Dejémonos conducir por el Espíritu que nos llevará por esos verdaderos caminos de humildad, de servicio y de amor.

lunes, 13 de marzo de 2017

Carguemos nuestra vida y nuestras relaciones de humanidad y qué felices seríamos en ese mundo nuevo que estaríamos construyendo

Carguemos nuestra vida y nuestras relaciones de humanidad y qué felices seríamos en ese mundo nuevo que estaríamos construyendo

Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38
Siempre esperamos a que el otro empiece; no tenemos iniciativa sino que esperamos a lo que el otro haga en mi favor, para ver si merece algún tipo de respuesta por mi parte. Si es el que el otro no ha hecho nunca nada por mí, pensamos en nuestro interior, y nos justificamos así para nuestra pasividad y nuestra falta de iniciativa a la hora de hacer el bien a los demás. Pareciera que el otro no merece una obra buena por nuestra parte, algún tipo de ayuda o colaboración si antes ‘no lo ha comprado’ con lo que haya sido capaz de hacer por mí. Damos si nos dan, parece que todo se reduce a un mercantilismo y ya no hay sentido de la gratuidad.
Cuando nos encontramos almas generosas, altruistas que ayudan, colaboran, se implican en acciones de la vida comunitaria, así por generosidad, sin esperar nada a cambio, nos parecen un mirlo blanco; como si eso estuviera fuera del grado de nuestra humanidad olvidando que precisamente ese ser humano autentico se destaca por ese ser solidario, generoso, altruista, que es capaz de olvidarse de sus propios beneficios simplemente para hacer el bien a los demás. Algunas veces en nuestra malicia hasta somos capaces de andar con sospechas de intenciones torpes y ocultas en esas buenas personas cargadas de una inmensa humanidad.
Es lo que nos viene a enseñar Jesús, que nos carguemos de humanidad, que llenemos nuestra vida de amor y de comprensión, que seamos capaces de aceptarnos y de perdonarnos, que aprendamos a ser altruistas, generosos con los demás, solidarios con los que nada tienen o con los que sufren, que tengamos un corazón abierto a los demás y no andemos con medidas ni límites en lo bueno que hacemos por los otros, que no hagamos distinciones en éste porque es mi amigo, el otro porque un día me ayudó, o aquel a quien no conozco y que quizá no haya hecho nunca nada por mí.
Qué distinta sería nuestra vida si la cargáramos así de humanidad; qué distintas serían nuestras mutuas relaciones, y qué felices seríamos nosotros, pero principalmente qué felices haríamos a los demás. Es ese mundo más humano que tenemos que crear, es así como llegaríamos a un verdadero estado del bienestar, es como construiríamos esa civilización del amor, es así como construiríamos ese mundo nuevo que nosotros los creyentes en Jesús llamamos Reino de Dios.
Y es que además nosotros los creyentes tenemos fuertes motivaciones para hacerlo. Es el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones y que tantas veces hemos saboreado en la vida. Por eso nos dice Jesús que miremos al amor y la compasión que Dios nos tiene porque es lo que tenemos que imitar, lo que tenemos que transplantar a nuestro corazón.
Bueno es que escuchemos con atención este pequeño pasaje del evangelio de hoy, que lo releamos saboreándolo con gusto. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’. Creo que no es necesario hacer más comentarios. Tenemos todas las motivaciones para el amor, para la comprensión y para el perdón, para eliminar de nosotros prejuicios y prevenciones, para que nunca surjan juicios ni condenas para nadie.

domingo, 12 de marzo de 2017

Desde la contemplación de la Transfiguración del Señor aprendemos a ponernos en camino para ir al encuentro con el mundo al que tenemos que anunciar la luz del Evangelio

Desde la contemplación de la Transfiguración del Señor aprendemos a ponernos en camino para ir al encuentro con el mundo al que tenemos que anunciar la luz del Evangelio

Génesis 12,1-4ª; Sal 32; 2Timoteo 1,8b-10; Mateo 17,1-9
Unos verbos que nos marcan un itinerario y una invitación que nos hace mirar hacia cosas sublimes. En la vida hemos de saber estar siempre en camino, un camino que nos haga salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades y rutinas y que haciéndonos descubrir cosas nuevas nos esté llevando a crecer en la vida, a descubrir lo nuevo que nos pueda conducir a vivir la vida con mayor plenitud.
No hay cosa peor que quedarse estancado; las aguas estancadas se vuelven putrefactas y se pueden infectar de gérmenes malignos que dañen todo a su alrededor. Así nos puede pasar en la vida cuando nos acostumbramos a las cosas y todo se puede convertir en rutina.
Algunos prefieren, es cierto, la inmovilidad, lo que no les obligue a hacer nuevos y extraordinarios esfuerzos, viven como cansados en la vida y se tiene el peligro de perder la ilusión y en consecuencia la vitalidad. Cuando hay esa ilusión por vivir, por caminar, por buscar algo nuevo se promueve y renueva la creatividad y pueden surgir iniciativas de cosas maravillosas.
Así tenemos que ser también en nuestra vida cristiana, en la vida del seguimiento de Jesús. Siempre tenemos que ser hombres nuevos, lo que implica una renovación continua de nuestra vida para no quedarnos anquilosados y volver a ser hombre viejo. De ahí lo que sugería al principio de la reflexión, esos verbos que aparecen hoy en la Palabra de Dios y que, como decíamos, nos marcan un itinerario.
Ponerse en camino, el primero que se nos sugiere. Dios llamó a Abrán y le dijo que saliera de su tierra, que se pusiera en camino. No le dice, incluso, a donde ha de ir, sino que se ponga en camino a una tierra nueva que el Señor le va a dar. Salir de Ur de Caldea – hoy los territorios del Golfo Pérsico – y llegar a la tierra de Canaán no era un camino fácil, porque habría que atravesar muchos territorios y también desiertos. Pero Abrahán se puso en camino. Se desprendió de muchas cosas, dejó atrás su tierra y su familia, era el creyente verdadero que se fiaba de Dios.
‘Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta’. Subir a la montaña. Jesús se llevo consigo a aquellos tres discípulos. Una ascensión, con dificultad, con esfuerzo para ir hacia arriba. Los llevaba a la oración. Los llevaba a que descubrieran algo nuevo conociéndole a El. Es necesario subir, no quedarnos para siempre de tejas abajo, en la llanura donde no se necesitan tantos esfuerzos, pero merece la pena.
‘Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él’. Y tanto mereció la pena que ya Pedro estaba pensando en quedarse allí para siempre. Harían tres tiendas, para Jesús, para Elías, para Moisés; aunque en su deseo en parte egoísta de quedarse allí para siempre sin embargo ya no estaba pensando en si mismo.
Pero ahí no terminaba todo porque ‘todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo’. Se llenaron de temor, se cayeron de bruces, una nube luminosa los había envuelto, era la gloria de Dios que se manifestaba y creían incluso que iban a morir según el concepto que tenían de que quien viera a Dios moriría. Pero ante ellos se estaban abriendo nuevos caminos. Contemplaban la gloria del Señor y ahora tendrían que iniciar un nuevo camino. Como Moisés cuando contempló la gloria de Dios en la zarza ardiendo y sintió que Dios le llamaba para ser el liberador de su pueblo.
Será necesario bajar de nuevo de la montaña porque hay que ir allí donde está la vida de cada día; aquella experiencia había de quedar guardada en sus corazones hasta que Jesús resucitara de entre los muertos. Pero habían vivido una experiencia de Dios que señalaba muchas cosas nuevas para su vida.
El itinerario estaba trazado y es el itinerario que nosotros también hemos de aprender. Tenemos que aprender a despojarnos de muchas cosas porque de lo contrario no podremos hacer el camino. Cargar con muchas cosas en la mochila de nuestra vida nos resta libertad; son tantos apegos de los que hemos de desprendernos.
Empezando por nuestro yo que tantas veces nos encierra porque nos creemos el ombligo del mundo y creemos que todo tiene que girar en nuestro derredor y nuestros intereses o ambiciones egoístas. No podemos pensar por otra parte que ya tenemos todo el camino recorrido o que ya nos lo sabemos; Dios nos va llamando y aunque muchas veces no comprendamos del por qué nos suceden tantas cosas son caminos que el Señor va abriendo delante de nosotros.
Problemas que nos han surgido en un momento determinado, un rumbo nuevo que le hemos tenido que dar a nuestra vida, una palabra nueva que nos ha llegado al corazón, hechos y circunstancias que suceden en nuestro mundo que es tan cambiante, ahí hemos de saber descubrir esos caminos del Señor y aunque nos cueste ponernos a caminar, ponernos a hacer ascensión en nuestra vida, dejarnos envolver por esa nube que nos puede parecer oscura pero que si la miramos con ojos de fe puede ser muy luminosa para nuestra vida.
Hemos de aprender a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor, hemos de aprender a escuchar para conocer a Jesús, para descubrir a Jesús tal como El hoy quiere manifestársenos. Ya no podemos quedarnos estancados ni estáticos porque una vida nueva sentimos que llena nuestro corazón. San Pablo nos decía hoy que ‘tomaramos parte en los duros trabajos del evangelio según la fuerza de Dios’. La Iglesia hoy nos está invitando a ponernos en salida porque hemos de ser discípulos y misioneros en medio de nuestro mundo. Un amplio camino se abre ante nosotros.