sábado, 28 de enero de 2017

Nos invita Jesús a ir a la otra orilla a pesar de las dificultades que encontremos porque mucho podemos recibir y mucho podemos aportar de bien a los demás

Nos invita Jesús a ir a la otra orilla a pesar de las dificultades que encontremos porque mucho podemos recibir y mucho podemos aportar de bien a los demás

Hebreos 11,1-2.8-19; Sal.: Lc 1,69-70.71-72.73-75; Marcos 4,35-41
‘Vamos a la otra orilla’, les invita a Jesús. Puede significar mucho para nosotros esa invitación, o esa actitud que podemos adoptar en nuestra vida. En el relato del evangelio suceden muchas cosas que son bien significativas.
Vamos a la otra orilla puede significar búsqueda, pueden significar los caminos que vamos emprendiendo en la vida; puede significar la incertidumbre que surge en nosotros cuando se nos presentan cosas nuevas y no sabemos que hacer; puede estar significando esas luchas, esas tormentas que nos van apareciendo en la vida porque no siempre las cosas son fáciles; puede significar no querer quedarnos siempre en las mismas cosas porque queremos salir de la monotonía y la rutina aunque implique riesgos.
Y todo eso y más en muchos momentos de la vida, en distintas situaciones, en diferentes aspectos en la familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales, en lo que queremos emprender para mejorar nuestra sociedad, en las actitudes profundas que tengamos ante la vida, en lo que es nuestra religiosidad y nuestra vida cristiana. Vamos a la otra orilla, vamos a buscar algo nuevo; vamos a la otra orilla porque queremos encontrarnos con los demás; vamos a la otra orilla, allí donde hay gente que nos necesita, o gente que nos puede aportar también muchas cosas.
La tarea no es fácil; como decíamos antes nos podemos llenar de dudas y de incertidumbres; podemos tener miedo a lo que nos vamos a encontrar y no sabemos si podemos afrontarlo; podremos sentirnos quizá confusos porque no conocemos bien lo que nos encontramos; porque nos puede parecer que en eso nuevo que nos encontramos estamos solos  y nos parece que no tenemos fuerzas para afrontar las dificultades. Pueden surgir muchas cosas en nuestro interior.
El evangelio de hoy nos habla de que cuando emprendieron la travesía Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’. Ellos avezados pescadores que tantas veces habían atravesado aquellas aguas sin embargo se llenaron de miedo por la tormenta. Además se sentían solos, porque aunque estaba Jesús con ellos les parecía que a El poco le importaba porque seguía impertérrito dormido en un rincón de la barca.
Cómo refleja muchas de las cosas que nos pasan en la vida; y aquí podemos pensar en el camino de nuestra vida espiritual, en el recorrido que como cristianos vamos haciendo por nuestro mundo tantas veces adverso y tan lleno de dificultades. Pero no olvidemos que ya Jesús nos había prevenido porque muchas veces nos habló de las persecuciones incluso que íbamos a sufrir a causa de su nombre. Lo que ahora sucede en la barca en un hecho pero que se convierte también como en parábola para nuestra vida.
Pero allí está Jesús. Aquí está Jesús también a nuestro lado aunque parezca que no lo sentimos. Nunca nos abandona. Nos recrimina quizás como a aquellos discípulos. ‘¡Hombres de poca fe!’.
Creo que la lección la tenemos clara. Vayamos a la otra orilla, para todo eso que nos está pidiendo Jesús que tendríamos que hacer en nuestra vida y con nuestra vida; para eso en lo que nos sentiríamos enriquecidos nosotros, pero también para todo lo bueno que nosotros podemos y tenemos que aportar a los demás. 

viernes, 27 de enero de 2017

Sembrar cada día la buena semilla con la esperanza de que un día florecerá y dará fruto en un mundo mejor ha de ser nuestro compromiso

Sembrar cada día la buena semilla con la esperanza de que un día florecerá y dará fruto en un mundo mejor ha de ser nuestro compromiso

Hebreos 10,32-39; Sal 36; Marcos 4,26-34
Algunas veces vemos brotar una planta y florecer una flor en un terreno en que jamás habríamos pensado que allí podría surgir tan hermosa planta y tan bella flor. Una semilla trasportada por el viento o llevada en el pico de un ave cayó en aquel lugar y encontró la tierra apropiada para surgir y la naturaleza por si misma nos regaló tan hermoso fruto. Maravillas de la naturaleza, decimos, y damos gracias a Dios que nos hace tan bellos regalos.
Hoy nos habla Jesús en parábolas. ‘Con muchas parábolas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender’, nos dice el evangelista. Y una parábola nos habla de la semilla sembrada en el campo y que sin que el agricultor tenga que hacer muchas cosas, aquella semilla germina y brota para darnos hermosos tallos y buenos frutos. O nos habla también de la minúscula semilla de la mostaza, que nos dará una hermosa planta en la que hasta los pajarillos pueden hacer sus nidos.
Ya sabemos por otras parábolas todo lo que nos quiere decir Jesús con la semilla que se planta. En días pasados hubiéramos escuchado la parábola del sembrador, pero que muchas veces habremos meditado. Esa semilla de la Palabra de Dios, esa semilla de la gracia, esa semilla del amor de Dios que se derrama en nuestro corazón. Pero que hemos de saber plantarla muy y dejar que germine en nuestra vida. Ya sé que en la parábola del sembrador se nos hacia reflexionar sobre la buena tierra que tendríamos que ser limpiándola de abrojos y malas hierbas, preparando y abonando bien el terreno de nuestra vida para que pueda germinar la semilla y llegar a dar fruto.
Pienso que toda la potencia de esa semilla está ahí en nosotros y aunque nos parezca que a veces no da fruto tan pronto como nosotros quisiéramos ahí está plantada en nuestra tierra. Cuántas veces nos surge de pronto en nuestro interior un deseo bueno, una inspiración para un paso que tendríamos que dar, para una obra nueva que deberíamos realizar. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en ese momento? No sabemos cómo nos ha venido esa inspiración, cómo nos surgió esa idea en este preciso momento, pero yo creo que tendríamos que saber reconocer esa semilla que un día se plantó en nuestro corazón que quizá nos pareció que había caído en tierra infecunda, pero ahí estaba y cuando menos lo pensamos nos surgió la llamada, la idea, el buen deseo, la realización de esa obra buena. Es la gracia de Dios que perdura en nuestro corazón.
Creo que siempre hemos de estar en disposición por una parte de que caiga en nosotros esa semilla buena que un día habremos de hacer fructificar, pero también tendrá que estar ese deseo de ir sembrando semillas buenas en la vida en los que nos rodean. Es lo que los padres han de saber hacer en la educación y formación que van dando a sus hijos; muchas veces los padres se desesperan porque les parece que sus recomendaciones caen en oídos sordos y no ven tan pronto como desean los frutos, las respuestas, pero no han de perder la esperanza, no han de cegar en su empeño de esa siembra de cada día, un día florecerá esa flor y nos dará su fruto, cuando menos lo pensamos.
Como decíamos en lo que todos hemos de ir haciendo siempre, sembrando esa buena semilla, con nuestra palabra, con nuestro ejemplo y testimonio, con nuestros gestos y compromisos; alguien a nuestro lado recogerá esa buena semilla para plantarla en su vida y un día dará fruto; no sabremos cuando ni quizá apreciemos el fruto, pero hemos de tener el gozo en el corazón que estamos contribuyendo con nuestras pequeñas semillas a hacer que nuestro mundo sea mejor.
Es lo que pretendo humildemente hacer con esta semilla de cada día que quiero ir sembrando a través de las redes sociales.

jueves, 26 de enero de 2017

No rehusemos la luz que se nos ofrece en nuestra espiritualidad cristiana para ir a beber de otras fuentes que no nos ofrecerán la vida verdadera

No rehusemos la luz que se nos ofrece en nuestra espiritualidad cristiana para ir a beber de otras fuentes que no nos ofrecerán la vida verdadera

Hebreos, 10, 19-25; Sal. 23; Mc. 4, 21-25
La luz no se enciende para ocultarla; cuando hay oscuridad en la casa buscamos como sea una luz que encender; si vamos por un camino en una noche oscura sin luna trataremos de llevar algún tipo de luz sea un farol, sea una linterna para iluminar el camino y no tropezar con los obstáculos o dificultades que podamos encontrar.
Podéis decirme que en el mundo en el que vivimos no hay esas carencias de luz porque disponemos en todo momento de luz artificial que alumbre nuestras estancias o ilumine nuestros caminos. Pero bien sabemos que hay oscuridades en la vida, que hay luces que nos confunden o nos desorientan, que no siempre tenemos claros los caminos de la vida por donde andamos porque nos falta un norte, nos falta un faro seguro que nos oriente, porque necesitamos un sentido para lo que hacemos o una razón para lo que vivimos. Muchas cosas nos desorientan en nuestra vida.
Por eso buscamos, siempre buscamos, siempre queremos profundizar en el sentido que le hemos dado a nuestra vida, nos sentimos muchas veces insatisfechos, parece que no terminamos de encontrar porque lo que quizá en un determinado momento nos parecía muy bueno y satisfactorio pronto nos cansó y nos sentimos hastiados y vacíos.
Queremos algo espiritual que nos llene y nos eleve pero algunas veces tenemos miedo de encontrarlo o buscarlo con sinceridad porque tememos que eso nos comprometa; andamos como mariposas de flor en flor y corremos allá donde nos dicen que hay algo nuevo, alguna manera de pensar o de vivir que nos viene de lejanos sitios, pero quizá olvidamos la espiritualidad que hemos tenido siempre delante de nuestros ojos y no hemos sabido apreciar. Cuantos se dejan seducir por espiritualidades que llamamos orientales o no sé como decirle venidas quizá de otras culturas, pero no han sabido descubrir el pozo profundo y rico que han tenido siempre junto a si en el evangelio.
Es una lástima que los cristianos muchas veces ocultemos y desechemos la luz que tenemos desde siempre a nuestro lado para buscar otras luces. Cuantos nos dicen que ahora han encontrado la verdad de su vida porque se fueron tras otros modos de vivir la religión y nos vienen hablando de que la Biblia nos dice esto o aquello, cuando como cristianos siempre hemos tenido al alcance de nuestras manos la Biblia y no habíamos sido capaces de abrirla y meditar lo que en ella se nos trasmite; nos dicen que en tal o cual sitio o religión nos enseñan la palabra de la verdad, y cada domingo y cada día en nuestros templos se nos ha proclamado la Palabra del Señor y se nos ha ofrecido su enseñanza y hemos rehusado escucharla.
Busquemos esa espiritualidad de nuestra vida que nos hará grandes de verdad en esa Palabra de Dios que la Iglesia continuamente nos ofrece y se enriquecerá nuestra vida. Tratemos de ahondar en esa espiritualidad que se nos ha trasmitido a lo largo de los siglos y que tantas glorias de sabiduría y de santidad ha generado en el seno de la Iglesia para bien de nuestro mundo. Tenemos la fuente a nuestro alcance, no nos vayamos a buscar otras fuentes que aquí tenemos toda la riqueza de gracia que el Señor nos ofrece.

miércoles, 25 de enero de 2017

Dejémonos encontrar abajándonos del caballo de nuestras autosuficiencias y descubriremos la verdadera luz y el auténtico camino, Jesús nuestro Salvador

Dejémonos encontrar abajándonos del caballo de nuestras autosuficiencias y descubriremos la verdadera luz y el auténtico camino, Jesús nuestro Salvador

Hechos 22,3-16; Sal. 116; Marcos 16,15-18
‘¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues’. Había escuchado una voz que le llamaba, ‘¡Saulo, Saulo!’, y se preguntaba cuál era aquella voz. Era el Señor que le salía al encuentro. Camino de Damasco con cartas de los sumos sacerdotes iba Saulo buscando a los seguidores de Jesús para llevarlos presos a Jerusalén. Pero alguien le salió al encuentro y fue tal el impacto espiritual que cegado cayó por los suelos.
Es lo que hoy celebra la Iglesia, el encuentro de Pablo con Jesús en el camino de Damasco que tan grandes repercusiones iba a tener en su vida. No había escuchado la invitación del Maestro por los caminos de Galilea invitando a la conversión y a vivir la vida nueva del Reino de Dios – él no había conocido en vida a Jesús – pero ahora es Jesús el que le sale al encuentro y aquella conversión se va a realizar en él. Por eso a este día lo llamamos el de la conversión de san Pablo. El encuentro con Jesús así ilumina nuestra vida para estar ya para siempre resplandecientes de su luz.
‘¿Qué debo hacer, Señor?... Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer…’ es la pregunta que también hemos de hacernos cuando nos sentimos iluminados por su luz. El encuentro con Jesús no nos deja quietos e inmovilizados sino que siempre tiene que ponernos en camino. Ponernos en camino y dejarnos conducir. San Pablo cuenta que se dejó ayudar por los que le acompañaban porque no sabía por dónde ir ni qué hacer. Y mira que Pablo era un hombre seguro de si mismo con una fuerte personalidad. Pero tuvo la humildad de preguntar, de dejarse conducir, de dejarse hacer.
Podríamos ponernos ahora a reflexionar en la grandeza del apóstol o incluso hacernos un breve recorrido por lo que fue su vida, su obra, su predicación, sus cartas. Prefiero en este momento y en la brevedad de esta reflexión detenerme aquí en estos primeros momentos porque mucho nos puede enseñar.
Una primera cosa sería que nos dejáramos encontrar; sí, porque tenemos el peligro y la tentación de la autosuficiencia, de querer sentirnos seguros por nosotros mismos, de creer que ya nos lo sabemos todo y qué nos pueden decir o enseñar. Mucho podemos aprender de los demás, mucha humildad es necesario tener en nuestro corazón para que lleguemos a ese encuentro verdadero con el Señor.
Dios va poniendo muchas señales al borde del camino de nuestra vida que tenemos que saber descubrir, va poniendo quizá también muchas personas que nos pueden ayudar, que nos pueden decir esa palabra que necesitamos para que se nos descorran muchos velos de nuestra mente, que puedan ser ese ejemplo y ese estímulo en nuestra lucha personal, en nuestra personal búsqueda de la luz. Dejarnos conducir, dejarnos llevar de la mano haciéndonos como niños que se agarran de la mano del que confían.
‘¿Quién eres?’ quizás necesitamos muchas veces preguntarle al Señor que nos sale al encuentro; necesitamos apagar nuestras luces para ver la verdadera luz, cerrar nuestros oídos a tantos ruidos para encontrarnos con la verdadera voz, acallar nuestra mente alocada con tantas cosas que la enturbian por acá o por allá para encontrarnos la verdad que da auténtico sentido a nuestra vida.
‘¿Quién eres?’ nos preguntamos y vemos que a través del hermano, del que pasa a nuestro lado en el camino, del que nos tiende la mano o vemos atenazado en su sufrimiento, está la voz que nos dice ‘Yo soy Jesús… Creamos en esa palabra, en esa voz que nos hablará allá en lo hondo de nuestro corazón.

martes, 24 de enero de 2017

Una nueva familia donde todos somos hermanos cuando seguimos y escuchamos de verdad a Jesús

Una nueva familia donde todos somos hermanos cuando seguimos y escuchamos de verdad a Jesús

Hebreos 10,1-10; Sal 39; Marcos 3,31-35
Esta persona es como de mi familia, o más que mi familia, quizá habremos dicho en más de una ocasión refiriéndonos a alguien que sin ser familia por la sangre sin embargo se han establecido unos lazos de amistad muy grande y cuyo afecto sentimos hondamente, porque quizá en momentos en que nos sentíamos solos o en dificultades fue la única persona que permaneció siempre a nuestro lado. Ya en los libros sapienciales del Antiguo Testamento se nos dice algo así refiriéndose a amigos que son más afectos que un hermano.
No quiero mermar ni mucho menos el cariño y el afecto que se tiene o se ha de tener a quienes nos une los lazos de sangre siendo nuestra verdadera familia; tenemos que cuidar mucho nuestras relaciones familiares, nuestros hermanos o los familiares más cercanos. Pero bien sabemos como en la vida puede haber muchas cosas que nos unen y existen esas amistades de las que nunca querríamos desprendernos y a los que queremos como si fueran nuestra verdadera familia.
Será la cercanía física, la convivencia, pero también hoy tenemos medios para sentirnos muy unidos en verdadera amistad con personas que física o geográficamente pueden estar lejos de nosotros, pero con los que nos sentimos en bonita sintonía de amistad. Acabo de ver ahora mismo en las redes sociales una bonita frase en el sentido de lo que estamos reflexionando: ‘Hay personas que están… estén donde estén’. Podríamos decir que eso es también un camino para esa autentica fraternidad que tendríamos que vivir entre todos, puesto que formamos parte de una misma humanidad.
No nos extraña entonces sino que más bien nos lo hace comprender mejor lo que hoy escuchamos en el evangelio. Vienen a decirle a Jesús que fuera están su madre y sus hermanos, sus parientes, esperándolo. Y Jesús se pregunta ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ y continúa  diciéndonos que paseando la mirada en torno a los que le rodeaban dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
Nos está hablando Jesús de una nueva familia, los que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica. La Palabra de Dios que plantamos en nuestro corazón nos enseña a entrar en una nueva relación con los demás, la relación del amor, el sentirnos hermanos, el ser una verdadera familia entre nosotros.
Es ese mundo nuevo que hemos de  construir desde la civilización del amor. Es ese mundo nuevo en que nos sentimos verdaderamente solidarios los unos de los otros desde lo más hondo de nosotros mismos. Es ese mundo nuevo donde buscamos siempre lo mejor para el otro, estamos en verdadera actitud de servicio aprendiendo de María la que siempre iba presurosa al encuentro de los demás para serviles con hizo con Isabel en la montaña, para darse, para estar dispuesta a buscar soluciones en bien del otro como hizo en las bodas de Caná.
Que aprendamos a ser de verdad la familia de Jesús. Que entre todos se creen esos lazos nuevos del amor. 

lunes, 23 de enero de 2017

El crecimiento de los otros me llena de alegría y me estimula sanamente a superarme en mis debilidades y defectos haciendo resaltar todo lo bueno que llevamos dentro

El crecimiento de los otros me llena de alegría y me estimula sanamente a superarme en mis debilidades y defectos haciendo resaltar todo lo bueno que llevamos dentro

Hebreos 9,15.24-28; Sal 97; Marcos 3,22-30
Sucede con demasiada frecuencia, nos molesta que a otras personas les vaya bien, tengan éxito en sus tareas, sean apreciados por los demás y tenemos la tentación de estar siempre buscando a ver donde podemos encontrar un fallo, algo que criticar, y si no podemos de otra manera buscaremos la manera de desprestigiar a quien pudiéramos considerar un oponente en la vida.
Que distinta sería nuestra convivencia, con que felicidad viviríamos la vida si fuéramos capaces de aceptar y valorar a los otros, alegrándonos de sus éxitos, sintiéndonos estimulados para superarnos y queriendo aprender de las cosas buenas de los demás. Pero se nos meten dentro del corazón las pasiones borrascosas de nuestros orgullos, nuestros celos y envidias y todo queremos convertirlo en tormentas con las que no solo nos hacemos daño a nosotros mismos sino que hacemos daño también a los demás.
Y pongo por delante el daño que nos hacemos a nosotros mismos porque a pesar de la gravedad que tiene el que queramos hacer daño a los demás, en el fondo seremos nosotros mismos los más perjudicados porque aunque queramos aparentar otra cosa seremos los más infelices porque a la larga nuestra conciencia no nos dejará tranquilos.
Y lo vemos en el evangelio lo que sucede con Jesús. Tanto querían desprestigiarle los que no querían aceptar el Reino nuevo que Jesús anunciaba que llegaron al sacrilegio de atribuir al poder del maligno las cosas buenas que Jesús hacia. Nos dirá que es un pecado contra el Espíritu Santo que no tiene perdón. Y es que cuando negamos la acción del Espíritu blasfemando contra El, no podremos llegar a sentir la moción del Espíritu que nos conduzca al arrepentimiento y sin arrepentimiento no hay perdón. El perdón es un regalo de la misericordia de Dios que sin embargo en nuestra maldad rechazamos. Es el sentido de las palabras tan duras de Jesús.
Creo que podemos tener un mensaje muy sencillo y muy hermoso para nuestra vida. Tenemos que aprender a aceptarnos y a valorarnos; tenemos que aprender de las cosas buenas que veamos en los demás que para nosotros siempre han de ser un estimulo en nuestro crecimiento personal.
Pudiera ser que el ver lo bueno que hacen los demás nos haga reconocer nuestra debilidad que muchas veces parece que nos lleva al fracaso porque no llegamos a ser capaces de hacer eso bueno que hacen los demás; en lugar de sentirnos derrotados que nos llevaría al pesimismo y a la negrura y que entonces muchas veces hace que carguemos contra los demás tratando de quitarle sus méritos, todo lo contrario ha de servirnos de estímulo en nuestra lucha, si los otros pudieron yo también podré y entonces seguiré con todo esfuerzo en mi lucha para lograr esa superación.
Es un camino que tenemos que aprender a hacer juntos, apoyándonos los unos en los otros, aprendiendo de los demás y tendiendo yo mi mano en ocasiones para pedir esa ayuda y siempre para saber ofrecerla.

domingo, 22 de enero de 2017

Quien ha encontrado la luz no puede persistir en la tinieblas, demos el paso que nos pide Jesús para vivir el gozo de la vida nueva

Quien ha encontrado la luz no puede persistir en la tinieblas, demos el paso que nos pide Jesús para vivir el gozo de la vida nueva

Isaías 8, 23b-9, 3; Sal 26; 1Corintios 1, 10-13. 17; Mateo 4, 12-23
‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló…’ Así lo había anunciado el profeta y ahora el evangelista al narrarnos el comienzo de la predicación de Jesús en Galilea lo recuerda.
Estamos comenzando la lectura continua del evangelio de san Mateo en este ciclo que iremos escuchando ordenadamente a lo largo principalmente del tiempo ordinario. Tras los breves detalles que nos da en relación al nacimiento de Jesús, el encuentro con Juan Bautista para el Bautismo con la teofanía que allí se desarrolló y el tiempo de ayuno en el desierto con las tentaciones, comienza hablándonos del inicio de su predicación en Galilea.
Los momentos son tan importantes y decisivos que el evangelista recuerda al profeta y ve ese momento como el inicio de un nuevo resplandor. ‘A los que habitaban en tierras y sombras de muerte una luz les brilló’. Así fue la presencia de Jesús en medio de aquellas gentes. Y como nos dice a continuación no se redujo a la ciudad de Cafarnaún donde se estableció sino que ‘recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo’.
Era un cambio nuevo y grande lo que se anunciaba; como salir de las tinieblas a la luz. Se cumplían las antiguas promesas anunciadas una y otra vez por los profetas que habían ido manteniendo las esperanzas del pueblo. Eran momentos de oscuridad porque parecía que todo se derrumbaba; la opresión que vivían bajo el pueblo invasor, los romanos, era una señal de ello. Y el anuncio comienza precisamente ‘en la Galilea de los gentiles’ como anunciaba el profeta.
Galilea era el borde del norte del pueblo de Israel, cercano a tierras de paganos e influido por ellos. Cafarnaún era parada en la ruta de caminantes que provenían de Siria y se dirigían a Egipto y estaba estratégicamente situada en la orilla del lago de Tiberíades. Cercanas estaban las ciudades paganas de la Decápolis o la tierra de los gerasenos y más al norte la región de los fenicios y todo eso podía influir en la fidelidad al Dios de la Alianza. Y es ahí donde comienza a brillar esa nueva luz que va a despertar tantas esperanzas. La oscuridad en que vivían parecía disiparse con un nuevo resplandor, la presencia de Jesús.
El primer anuncio que Jesús hace es la invitación a la conversión; las tinieblas habrían de transformarse en luz, pero todo iba a depender del corazón de los hombres. Una Buena Nueva se anunciaba y había que comenzar a creer en esa Buena Noticia del Reino de Dios que ya estaba cerca. Jesús comenzará a realizar signos de esa cercanía del Reino de Dios porque no quería el sufrimiento de los hombres; proclamaba el Evangelio del Reino, la Buena Noticia del Reino de Dios que se instauraba y curaba todo tipo de enfermedades y dolencias.
Podían creer en su palabra, los signos la confirmaban, era una palabra de vida y llenaba de vida los corazones, venia a traer la salud y la salvación y curaba las enfermedades y dolencias. No más dolor, no más muerte, para siempre podríamos tener una vida nueva. Tenían que reconocer el Señorío de Dios en sus vidas, el Reinado de Dios. Algo nuevo se podía comenzar a sentir.
Enseñaba a todas las gentes; cualquier lugar era propicio para hacer el anuncio del Reino; acudía a las sinagogas o hablaba con las gentes allí donde estuvieran, ya le veremos sentado en la barca de Pedro anunciando las parábolas del Reino; acudían a la puerta de la casa, o mientras iban de camino de un lugar para otros. Para todos era el anuncio, pero comenzó a llamar de manera concreta. Hoy lo vemos al paso por la orilla del lago que invita a los pescadores a seguirle para ser pescadores de otros mares, serán pescadores de hombres. Son los primeros discípulos que  serán más cercanos para estar siempre con Jesús y a los que un día llamará a formar parte del grupo de los doce, el grupo nuclear de la nueva comunidad del Reino de Dios que en torno a Jesús se irá formando.
La invitación de Jesús siempre requiere radicalidad en la respuesta. Creer en la Buena Noticia exige un cambio profundo del corazón, la conversión; seguir la llamada de Jesús lleva consigo dejar atrás todas las cosas para que nada nos ate, sino que vivamos en la libertad nueva que Jesús nos viene a ofrecer el que viene a curar a los oprimidos por el diablo. Por eso contemplaremos a Pedro y Andrés, y a Santiago y Juan que dejarán las redes, que dejarán las barcas, que lo dejarán todo por seguir a Jesús.
Quien ha encontrado la luz no puede preferir seguir viviendo en las tinieblas. Es la llamada que Jesús nos está haciendo a nosotros también. Pasa junto al lago, pasa junto a nuestra vida, allí donde estamos y nos realizamos y nos ofrece algo nuevo; su palabra salvadora también llega a nosotros para que nos llenemos de su luz. También hay oscuridades en nuestra vida, también persisten muchas ataduras que nos impiden caminar con total libertad, hay redes que nos envuelven, también hay cosas que nos retienen.
Jesús nos invita, nos llama, nos pide ese cambio profundo para que en verdad reconozcamos el Reinado de Dios, para que vivamos sintiendo que Dios es nuestro único Señor, para que sintamos el gozo de la fe. El nos cura, nos ofrece la salvación, realiza muchos signos en nosotros; descubramos las señales de su presencia, de la vida nueva que nos ofrece, estemos atentos a su llamada, pongamos en camino para seguir los pasos de Jesús.