domingo, 31 de diciembre de 2017

Que a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret nuestros hogares sean verdaderas escuelas de humanidad que nos ayuden a todos a crecer y a madurar en una auténtica felicidad

Que a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret nuestros hogares sean verdaderas escuelas de humanidad que nos ayuden a todos a crecer y a madurar en una auténtica felicidad

Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40

Uno de los aspectos en que más se incide en las celebraciones de navidad y que sin embargo en muchos casos es motivo de nostalgias que pueden empañar la alegría de estas fiestas, de recuerdos dolorosos en ocasiones por las ausencias producidas por diversas circunstancias y que cuando no son asumidas debidamente pueden quitar el brillo de la alegría de la navidad, es el aspecto familiar. La cena familiar, el encuentro de toda la familia con regalos que se intercambian, recuerdos que se evocan, emociones que salen a flote es el centro en la mayoría de los casos de toda la celebración de la navidad.
Es un aspecto importante, no el único, que es cierto se tiene en cuenta y hemos de cuidar también con mucho mimo por la importancia que en si mismo tiene la familia, por ser en muchos casos casi la ocasión única en que se encuentren todos o casi todos sus miembros, porque el reencuentro puede se ocasión para restablecer lazos que por las circunstancias de la vida muchas veces se debilitan o están en peligro de romperse.
Claro que en una verdadera celebración del misterio de la Navidad todo eso que es la vida del hogar y de la familia, con las circunstancias particulares que cada uno puede vivir y reflejarse en la vida de nuestros hogares, tiene que dejarse iluminar por la luz del evangelio, por la luz que vino a traer al mundo con su Salvación el que es el principal protagonista de la fiesta de la Navidad, Jesús y su evangelio salvador.
Es cierto que en la noche o el día de Navidad este es un aspecto que sobresale y que nos ayuda en la alegría de la fiesta de esos días, pero en la liturgia de la Iglesia tenemos en este domingo dentro de la octava de la Navidad una celebración especial que ya hace una referencia muy explicita al la vida de la familia. En este domingo queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
Es importante que en la contemplación de la Sagrada Familia y queriendo aprender de sus valores y virtudes hagamos también nosotros algo así como una confesión de fe en el valor de la familia, al mismo tiempo que encontremos motivación y fuerza para vivir plenamente su sentido y sus valores. Y es importante cuando podemos contemplar a nuestro alrededor como las familias se destruyen, como los hogares dejan de ser verdaderos hogares, como se minusvalora lo que es el verdadero amor que se ha de vivir en el matrimonio y en la familia, como ya nuestras familias y nuestros hogares dejan de ser esas escuelas de humanidad, de amor, de ternura donde aprendamos los verdaderos valores que nos hagan crecer y madurar en la vida.
Los que queremos vivir según los valores de Jesús porque en El hemos puesto toda nuestra fe es un camino grande de testimonio el que tenemos que dar en este ámbito. Porque seguimos a Jesús queremos vivir siempre impregnados de su amor de manera que el amor sea siempre la motivación grande de nuestra vida. Un amor no vivido de cualquier manera, sino que siempre tenemos el ejemplo de Jesús porque el nos dijo que nos amáramos como El nos amó. Y el amor de Jesús no tiene fecha de caducidad, como muchas veces nosotros en la vida le ponemos a nuestro amor.
Ese amor generoso y universal, ese amor que nos lleva a darnos en la totalidad de nuestra vida, no puede ser un amor al que le pongamos condiciones ni un amor que dejemos morir en nosotros. Y es por ahí por donde los que seguimos a Jesús tenemos que dar un testimonio claro y valiente, porque muchas veces iremos remando a la contra de lo que son las corrientes de nuestro mundo.
Hoy la gente parece que está pronta a las rupturas y al enfriamiento de la intensidad de lo que vivimos; pronto nos cansamos, fácilmente nos podemos sentir atraídos por otras cosas o por otras personas y todo eso se mira con normalidad; pensamos más en nosotros mismos y en nuestras propias satisfacciones que en lo que es un entrega total de amor y para siempre. Por eso nos cuesta, porque tenemos que andar a contracorriente, porque tenemos que estar vigilantes, porque tenemos que alimentar continuamente esa llana y no dejarla enfriar ni apagar.
Es una tarea que no realizamos solos, porque Jesús nos ha prometido la presencia y la fuerza de su Espíritu, y su Espíritu es Espíritu de amor. Es la fuerza de su Espíritu la que tiene que alimentar el amor matrimonial, el calor de amor de nuestros hogares, el que dará fortaleza a nuestras familias para que se mantengan unidas y puedan superar todas las tempestades que la puedan poner en peligro.
Hoy miramos a aquel hogar de Nazaret donde vemos crecer en edad, sabiduría y gracia al Hijo de Dios hecho hombre. Hoy escuchamos las bellas palabras que nos dice el Apóstol sobre todos esos valores que tienen que brillar en la vida del hombre y que nos ayudarán a crecer y a ser más maduros. Misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión… Sobrellevaos mutuamente y perdonaos… Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada... Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón…’
Que brille todo eso en nuestro corazón, que nuestros hogares sean verdaderas escuelas de esos valores, que nuestras familias se vean anudadas por esos lazos del verdadero amor, que nos llenos siempre de esa paz que nace de un corazón lleno de amor.
Muchas más cosas podríamos seguir reflexionando en este día en la contemplación del hogar de Nazaret. Tratemos de contagiarnos de su espíritu de amor y podremos superar tantas cosas que muchas veces nos pueden poner tristes en la vida. Que sintamos la alegría de la verdadera paz en nuestro corazón.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Que con la valentía de la anciana Ana seamos capaces de hablar también nosotros de Jesús al menos a los que están a nuestro lado

Que con la valentía de la anciana Ana seamos capaces de hablar también nosotros de Jesús al menos a los que están a nuestro lado

1Juan 2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40

Es el mismo episodio que se nos presentaba ayer. Con motivo de la presentación de Jesús en el templo para cumplir con lo previsto en la ley de Moisés – todo primogénito varón había de ser consagrado al Señor – había surgido la figura de aquel anciano que alababa y bendecía a Dios porque sus ojos habían podido contemplar ya al que venia como Salvador del mundo.
Estamos en el templo y aunque la presentación había de hacerse ante los sacerdotes lo que el evangelista nos narra no hace referencia a ningún sacerdote. Simeón era un hombre justo y piadoso ante los ojos de Dios y ante los ojos de todos que lo respetaban. Pero el episodio nos habla también de una mujer, una anciana que viuda desde muy jovencita había consagrado su vida al servicio del templo alabando y bendiciendo a Dios con sus ayunos y oraciones manteniendo igualmente la esperanza en la pronta llegada del Mesías Salvador. Se acerca también aquella mujer al pequeño grupo que se había formado y también se une al canto de alabanzas y bendiciones al Señor.
Pero no se queda ahí lo que realiza aquella buena mujer. ‘Hablaba del Niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’. Evangelizadora y misionera podemos decir de aquella mujer. Se convierte en portavoz de buenas nuevas, anunciadora de Evangelio, misionera de Jesús. Aquello tan hermoso que está allí viviendo no lo puede callar. Simeón ha cantado bendiciendo a Dios porque sus ojos han contemplado al futuro liberador de Israel, al que va a ser la luz de las naciones, al que es la gloria del pueblo de Israel. Ana lo anuncia a todo el que lo quiere oír. Muchos eran los que Vivian en esa esperanza y ahora su esperanza se puede ver colmada. Ana trasmite esa buena nueva, habla del niño, habla de Jesús.
¿Y nosotros? ¿Hablamos de Jesús? Todos estamos celebrando la Navidad en estos días, pero ¿todos en verdad estaremos celebrando el nacimiento de Jesús? Son muchos los parabienes, las cosas buenas que nos deseamos en estos días; nos alegramos porque los amigos nos podemos volver a encontrar o al menos tenemos un recuerdo para ellos, las familias se pueden reunir, aunque para muchos aparece la nostalgia de los que no están.
Pero ¿solo eso es navidad? ¿Dónde está Jesús? muchos ya nos preocupamos de muchos adornos festivos en nuestras casas, quizá hacemos un hermoso árbol de navidad, pero ¿Dónde hemos puesto el pesebre? ¿Dónde aparece Jesús? Demasiado lo estamos sustituyendo por el papá Noel.
Este es un aspecto que merece muchas reflexiones y muchas revisiones. Pero no nos quedemos ahí. Somos cristianos y decimos que creemos en Jesús, eso al menos tendría que significar el decir que somos cristianos. Pero, ¿cuándo nosotros los cristianos hablamos de nuestra fe? ¿Cuándo somos capaces de trasmitir a los demás, por ejemplo, lo que hemos vivido y celebrado cuando los domingos venimos a Misa? ¿Cuándo hablamos a los demás de lo que hemos escuchado en la Palabra de Dios que se nos ha proclamado en la celebración? Quizá ni siquiera con los nuestros, con nuestra familia, con el esposo o la esposa, con nuestros hijos o con nuestros hermanos, con nuestros padres o nuestros amigos somos capaces de hablar de Jesús.
Pidamos al Espíritu divino que nos dé su fuerza y su sabiduría, que nos sintamos fortalecidos con su gracia y que tengamos la valentía de anunciar el evangelio de Jesús a nuestro mundo. La luz no tendría que ocultarse. Muchos nuevos propósitos tendríamos que hacer a partir de esta navidad.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Del anciano Simeón aprendamos a descubrir en las cosas normales y sencillas cómo Dios viene a nosotros para ser nuestra luz y salvación

Del anciano Simeón aprendamos a descubrir en las cosas normales y sencillas cómo Dios viene a nosotros para ser nuestra luz y salvación

1Juan 2,3-11; Sal 95;  Lucas 2,22-35

La mañana en las explanadas del templo de Jerusalén transcurría con toda normalidad. Las gentes acudían a sus rezos, los sacerdotes oficiaban los sacrificios rituales, la ofrenda de los panes de la proposición se había desarrollado como cada día, los escribas y maestros de la ley en cualquier rincón del templo hacían las explicaciones y comentarios a las Escrituras, y por su lado los padres que habían de presentar al Señor sus hijos primogénitos recién nacidos acudían a los sacerdotes de turno.
Aquella pareja humilde que ahora entraba en el templo venida de la cercana Belén pasaría desapercibida para los ojos de tantos, pero un anciano les había prestado atención y a ellos se había dirigido con el corazón rebosante de gozo. El Espíritu del Señor en su corazón le había revelado que había llegado el momento tan esperando y del que él estaba seguro que no moriría sin ver al enviado del Señor. Y ahora había sucedido, había llegado el momento.
‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’. Fue el cántico que brotó de aquel corazón y que congregaría a muchos en aquel momento en torno a aquella humilde pareja. Los devotos del templo, los que esperaban ansiosos la llegada del Mesías se arremolinarían a su alrededor, aunque habrían muchos que seguirían en su quehaceres o en su deambular por aquellas explanadas como cada día hacían ajenos al momento glorioso que se estaba viviendo.
Era una hora de gracia. Era un momento propicio para cantar la gloria del Señor. ‘Que se alcen las antiguas compuertas, podrían cantar con los salmos, va a entrar el Rey de la gloria’.  Sin embargo el momento era íntimo y sencillo aunque estuviera resplandeciente de gloria. El anciano Simeón saltaba de gozo y sus palabras se volvían proféticas; por allí apareció la anciana Ana que todos los días servia al templo para la gloria del Señor en la esperanza del Mesías.
Unas palabras proféticas alabarían el lugar y el papel de María, al tiempo que le anunciaban las espadas que traspasarían su alma. María conocía bien las Escrituras y todo lo que se decía del Siervo de Yahvé y ella un día había dicho sí. Allí estaba, de pie, como estaría de pie un día al pie de la cruz; de pie, como estaría siempre atenta para ponerse en camino – ya lo había hecho un día cuando fue a visitar a su prima Isabel – para descubrir donde había una necesidad, donde había amor que poner. No importaba que las palabras del anciano pudieran parecer duras al hablar de espadas que traspasarían el alma porque a ello lo que le importaba era Dios, la gloria del Señor, lo que le importaba era el amor y de él estaba inundada quien era la que estaba llena de la gracia del Señor.
Aprendamos a estar de pie, como María, siempre con los ojos abiertos, siempre con el corazón dispuesto, siempre dispuesta a caminar, siempre alerta para descubrir la presencia de Dios. Podemos sentarnos cansados de esperar, podemos aburrirnos porque todo nos parece igual, podemos entrar en caminos de rutina porque no descubrimos nada nuevo, podemos entrar en el letargo de los tibios que van dejando enfriar el corazón.
Aprendamos hoy de aquel anciano que supo descubrir la presencia del que venia como luz de las naciones, aunque pareciera que el sol brillaba igual que todos los días. El supo descubrir un brillo especial, él supo descubrir la luz, él supo ir al encuentro del Señor que salía a su paso en aquellos sencillos personajes que llevaban un niño en brazos como otros tantos aquella mañana en el templo de Jerusalén, él supo encontrarse con el Señor porque su corazón estaba abierto a escuchar al Espíritu, a dejarse conducir por el Espíritu.
¿Seremos capaces de descubrir en la vida cómo Dios viene a nosotros, viene a nuestro encuentro? Dejémonos conducir por el Espíritu, estemos atentos a cuanto nos dice Jesús en el evangelio y lo sabremos descubrir en el hermano.

jueves, 28 de diciembre de 2017

La sangre de aquellos niños inocentes que hoy celebramos nos ha de comprometer a hacer un mundo nuevo y mejor donde toda vida sea siempre respetada y valorada


La sangre de aquellos niños inocentes que hoy celebramos nos ha de comprometer a hacer un mundo nuevo y mejor donde toda vida sea siempre respetada y valorada

1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18

‘Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven’. Es lo que evoca el evangelista recordando al profeta Jeremías. Nos lo ha descrito con todo detalle. Herodes se vio burlado por los Magos de Oriente; no volvieron estos a Jerusalén a dar parte donde habían encontrado el  niño, recién nacido rey de los judíos que venían a adorar; se volvieron por otro camino.
Y como sucede tantas veces, y más cuanto tienen el poder en sus manos, montó en cólera para destruir cuanto pudiera tener referencia a aquello en lo que se había visto burlado. Muerte para todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores; muerte para los inocentes como sucede tantas veces. Y aquellos niños se convirtieron en testigos por su sangre derramada; son los primeros mártires por el nombre de quien venía para ser salvador de todos los hombres.
‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ recordamos evocando también hechos antiguos. ‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ pero podríamos evocar también el llanto por tantos inocentes que siguen muriendo en nuestro mundo. Serán las guerras siempre crueles y siempre injustas, y en la retina de nuestros ojos tenemos imágenes de tantas guerras de hoy, de tanta destrucción y de tanta muerte.
Rivalidades, fanatismos incluso religiosos, odio y enfrentamientos entre pueblos y naciones, luchas tribales en lo que simplemente por ser de otra tribu o de otro grupo destruyen a su paso cuanto encuentran. Pensamos en Irak y Siria por tenerlos muy cercanos o recordamos tantos pueblos de Afrecha que se destruyen unos a otros, o pensamos en no hace tanto tiempo muchos lugares latinoamericanos con guerrillas o ejércitos de liberación (?), o más allá en extremo oriente con fanatismos de razas y religiones. Pero es interminable la fila de inocentes en la que entran multitud de niños también.
‘Es Raquel que llora por sus hijos…’ pero será también aquí donde nos decimos que estamos en nuestra civilizada sociedad donde siguen muriendo tantos y tantos niños inocentes; seguimos viendo quizá niños abandonados a su suerte por nuestras calles o con madres que se aprovechan de su imagen mísera para implorarnos compasión en sus angustias y necesidades; seguimos viendo quizá niños maltratados, o por el contrario niños tan mimados a los que no se les prepara para una vida futura que puede ser dura y que luego creará tremendos dramas en la vida. Pero quizá no oigamos el llanto de las madres que se desprenden de sus hijos aun por nacer invocando no se cuantas razones o sinrazones, pero que quizá llevarán el drama en su interior pero sin querer reconocerlo por haberlos aniquilado con el terrible aborto.
No quiero ponerme trágico en esta reflexión que nos hacemos incluso en este entorno de navidad, pero son algunas de las imágenes que me evoca esta fiesta de los santos inocentes de Belén. Esa sangre inocentemente derramada tendría, sin embargo, que hacernos reflexionar mucho para caer en la cuenta de qué es lo que estamos haciendo de nuestras vidas y de nuestro mundo. Detrás, en el fondo, porque tenemos que contemplar a Jesús, tendríamos que descubrir un mensaje de vida, de esperanza, de compromiso en el amor que el Niño nacido en Belén – hoy lo contemplamos también desplazado, desterrado en tierra extraña que nos evocaría también tantas otras imágenes de nuestro tiempo – nos quiere transmitir.
¿No sentiremos en nosotros el compromiso por construir un mundo mejor, por hacer que todos tengamos una vida más digna, para que valoremos siempre toda vida que es muy importante porque es un don de Dios?

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Desde la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección podremos reconocer en el niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre al Hijo de Dios, nuestro Salvador

Desde la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección podremos reconocer en el niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre al Hijo de Dios, nuestro Salvador

1Juan 1,1-4; Sal 96; Juan 20,2-8

‘Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó’. Es una referencia a Juan, el discípulo amado del Señor. El episodio fue en la mañana de la resurrección. Las mujeres habían ido al sepulcro con intención de embalsamar el cuerpo de Jesús, cosa que no habían podido  hacer el viernes porque caía la tarde y entraba el ‘sabat’ pero al llegar al sepulcro, la piedra estaba corrida y no encontraron el cuerpo de Jesús.
María Magdalena había corrido a anunciárselo a los discípulos y Juan y Pedro  habían corrido por las calles de Jerusalén hasta el lugar de la sepultura. No había entrado Juan, que por más joven había corrido más y llegado antes, por deferencia hacia Pedro y luego había entrado también. Encontraron todo como les habían dicho las mujeres, allí no estaba el cuerpo de Jesús. Sin embargo, nos dice el evangelista, ‘Juan vio y creyó’. Era la evidencia de la resurrección, aunque aun no habían visto al Maestro resucitado.
Es el episodio que nos ofrece la liturgia en este día en que celebramos la fiesta del evangelista Juan. Y es importante y tiene su sentido. Desde la luz de la pascua, desde la luz de la resurrección es como podían comprender en toda su plenitud toda la vida de Jesús.
Estamos en los días de la Navidad celebrando el nacimiento de Jesús. La imagen que contemplamos en estos días es un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Podía ser un niño más de una familia pobre que no tenían donde guarecerse y allá en un establo se habían refugiado. Quizá de una forma o de otra es la imagen de la pobreza, del desamparo, de la marginación que podemos contemplar de manera semejante por nuestras calles o en tantos sitios donde hay tantos desplazados de la vida, puestos al margen del camino de la vida.
Y como decíamos, solo desde la luz de la pascua, podemos llegar a comprenderlo todo y darle a todo un nuevo sentido. Primero para que reconozcamos en ese niño, no simplemente un niño sino al que es el Hijo de Dios que por nuestra salvación ofrecería su vida en el sacrificio de la Cruz. Solo desde la luz de la Pascua podremos decir con todo sentido ‘es el Señor’, podremos expresar toda la amplitud de nuestra fe, comprender también todo el sentido pascual que ha de tener nuestra vida
Es desde la luz de la pascua donde podremos contemplar de verdad a Jesús en el hermano, en el marginado, en el pobre que está tirado a nuestro lado y que tanto nos cuesta ver, en el hambriento y en el que esta tan lleno de miseria que no tiene ni donde caerse muerto, en el enfermo que se retuerce en su dolor o en el anciano abandonado y que ya nadie quiere, en el niño maltratado y lleno de frustraciones o en toda persona herida por la vida. Es la luz de la pascua las que nos hace tener una mirada distinta. Es a la luz de la pascua donde escucharemos que todo lo que hicimos o dejamos de hacer a ese pequeño hermano a El se lo hicimos.
Nos lo está enseñando Juan, el que entró, vio y creyó, el que nos habla tanto del mandamiento del amor en su evangelio o nos dirá que Dios es amor en sus cartas, el que nos enseña que cuando nos envolvemos de verdad en el amor entonces podremos decir de verdad que somos hijos de Dios.

martes, 26 de diciembre de 2017

El testimonio del martirio de Esteban nos recuerda que hemos de ser testigos de la alegría de la Navidad con una vida transformada por el amor

El testimonio del martirio de Esteban nos recuerda que hemos de ser testigos de la alegría de la Navidad con una vida transformada por el amor

Hechos de los apóstoles 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22

Seguimos con la miel en la boca de las alegrías de la Navidad. La celebración y la fiesta no se acaban así como así. Es el ambiente festivo que se vive en nuestros ambientes, en nuestras casas y en nuestras calles que por ser navidad se prolonga durante toda la octava y se prolongará hasta la Epifanía del Señor, pero es la fiesta que viven nuestras gentes también en el año que termina y en el comienzo de un nuevo año como una etapa más de sus vidas. No somos ajenos a todo ello y por un motivo y por otro seguimos nosotros también con sentido de fiesta viviendo nuestros días, fiesta que sigue llevándonos al encuentro con familiares y amigos y a compartir toda esa nuestra alegría.
Pero hoy nuestro calendario litúrgico se viste sin embargo de rojo. Y es que en este día primero después de la celebración del nacimiento del Señor nos encontramos con el martirio de san Esteban, el protomártir. A alguien pudiera parecerle fuera de lugar esta celebración porque parece que el martirio y la muerte pudieran ensombrecer la alegría de la pascua de navidad. Pero esa manera de pensar está bien lejos de nuestro sentido cristiano de la vida. El martirio no es un fracaso sino un triunfo y una victoria, porque sigue siendo su muerte como la muerte de Jesús en la cruz, una señal de victoria, un triunfo de la vida y del amor sobre la muerte y el odio.
El mártir es un testigo como la misma palabra lo significa y se convierte en el testigo más cualificado cuando se es capaz de dar la vida por aquello de lo que testifica. Aun, podríamos decir y es una forma de hablar, estaba caliente la sangre derramada de Cristo sobre las piedras del calvario, cuando una lluvia de piedras cae sobre Esteban que de igual manera que Jesús pone su vida en las manos del Padre, perdonando también a aquellos que le han llevado a la muerte.
Esto nos recuerda algo muy importante para nosotros los cristianos que con tanta alegría estábamos celebrando en estos días el nacimiento de Jesús. Somos unos testigos. Nuestra alegría, si es honda y verdadera, tiene que testimoniar esa fe que tenemos en Jesús y con ella tenemos que contagiar a nuestro mundo. Pero el testigo no se cubre con mantos de apariencia y figuración, sino que ha de ser su vida la que ha de dar el hondo testimonio. Por eso en Cristo hemos de buscar la alegría verdadera aquella que ninguna sombra pueda enturbiar porque nace de esa profunda que tenemos en Jesús como nuestro Salvador.
Tenemos que sentir de verdad que llega la salvación de Jesús a nuestras vidas. Esa fe en Jesús tiene que transformarnos para arrancar de nosotros para siempre las sombras del pecado, del mal, del egoísmo y la insolidaridad, de la vanidad y del orgullo. Ya hemos dicho en algún momento que si en Navidad no nos sentimos transformados en algo, porque en verdad queramos mejorar algo  nuestra vida no de forma momentánea sino de manera permanente, es que no habíamos estamos celebrando con todo sentido la Navidad.
Por eso hoy, con el testimonio del martirio de Esteban delante de nuestros ojos, no olvidemos que tenemos que ser testigos. Algo nuevo tiene que brillar en nuestra vida a partir de esta navidad. ¿Cuál va a ser nuestro nuevo testimonio?

lunes, 25 de diciembre de 2017

Cuando deseamos en esta navidad que Cristo nazca en nuestro corazón es porque estamos queriendo ser capaces de poner a todo hombre, a todo hermano en nuestro corazón

Cuando deseamos en esta navidad que Cristo nazca en nuestro corazón es porque estamos queriendo ser capaces de poner a todo hombre, a todo hermano en nuestro corazón

Lc. 2, 1-20; Jn. 1, 1-18
Anuncios de paz que llenan de alegría escuchamos en esta noche. La sorpresa en medio de una noche oscura aunque sea entre resplandores celestiales deja aturdidos a los que la reciben. Será la primera impresión que sientan aquellos pastores que en la placidez de la noche y sin sobresaltos hasta el momento cuidan sus rebaños. Pero los resplandores celestiales los despiertan, las voces angélicas los sobresaltan, pero las palabras que escuchan son una invitación a la paz y a la alegría.
‘No temáis…’ son las primeras palabras de los ángeles. No era para menos el llenarse de temor ante el sobresalto que significa aquella aparición. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo’, continúa el mensaje angélico. ‘Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. La noticia era buena y era grande; será motivo de gran alegría para todos, y no solo los que esa noche la reciben, sino que a través de los siglos será la Buena Nueva que seguimos recibiendo y es motivo de gran alegría para todos. Igual seguimos haciendo fiesta por esa gran noticia.
‘Ha llegado la plenitud de los tiempos y nacido de una mujer… ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres’. La noticia que están escuchando aquellos pastores que abren sus ojos somnolientos en medio de la noche significa que las promesas se han cumplido. Ha aparecido la salvación, ha llegado el Mesías, es el Señor que ha visitado a su pueblo para derramar su misericordia y su salvación sobre todos los hombres.
Los ángeles cantan la gloria de Dios y anuncian la paz para todos los hombres porque son amados de Dios, para siempre se va a manifestar ese amor de Dios por la humanidad. ‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’, resuena fuerte el cántico de los ángeles que se extiende como un eco por todos aquellos campos de Belén y aun seguimos escuchándolo hoy.
Se alegran los pastores y se aderezan para ir corriendo a la ciudad de David para contemplar lo que se les ha anunciado y nos seguimos alegrando nosotros. Por eso, esta noche es tan especial, este día es tan grande, todos tenemos que hacer fiesta y nos llenamos de alegría. Buscamos mil maneras de celebrarlo y queremos hacer posible esa paz que nos trae el amor de Dios en medio de toda nuestra humanidad.
Ha llegado el Salvador, el que nos va a redimir de nuestro mal y nuestro pecado para vencer para siempre la muerte. ‘No temáis...' seguimos escuchando porque se manifiesta el amor, porque nos llega la paz, porque va a renacer un hombre nuevo, porque en verdad podemos hacer una tierra nueva y sentir un cielo nuevo. ‘No temáis’, porque ese recién nacido que vemos entre pajas – así lo encontraron los pastores como les habían dicho los Ángeles, ‘envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre’ – es nuestro Salvador que nos trae el amor y la misericordia del Señor.
La humildad de aquel pesebre en que está recostado el Niño nos está dejando una gran lección. Siendo Dios se hizo hombre y se hizo el último de todos para servirnos a todos. Es el camino nuevo que dará sentido a una nueva humanidad. Es el camino del amor y es el camino de la humildad, es el camino del que sabe hacerse el último y el servidor de todos porque esa será la grandeza del hombre nuevo que en Jesús ha de nacer.
No es el que viene desde arriba y desde un estadio superior se pone a decirnos como tenemos que hacer, sino que es el que se abaja y se hace el ultimo y lavando los pies a los demás nos está señalando con su propio hacer ese camino nuevo que tenemos que emprender.
Hoy es un día en que sentimos la tentación de decirnos bonitas palabras y expresarnos hermosos y buenos deseos los unos de los otros. Pero no son bonitas palabras y deseos lo que necesitamos sino ese compromiso serio de hacer que de verdad nos amemos, que no solo un día en el año nos encontremos las familias y los amigos sino que tenemos que aprender que la familia se construye día a día, que el encuentro de amistad no solo para ocasiones especiales sino que cada día tenemos que buscarnos para caminar juntos, sentirnos solidarios los unos con los otros y abrir nuestro corazón para que siempre todos puedan caber en él.
Sí, en este día nos felicitamos y eso está muy bien porque nos felicitamos porque Jesús ha nacido y nos trae la salvación y eso es gran motivo para que compartamos nuestra alegría haciendo felices a los demás. Pero creo que cuando hoy nos felicitemos de alguna manera le estemos diciendo al otro ‘te felicito, te deseo la felicidad porque te quiero llevar siempre en mi corazón’. Sí, tenemos que aprender a llevarnos en el corazón los unos a los otros porque eso significa que nos amamos y siempre procuraremos lo mejor mutuamente.
Hemos dicho muchas veces que deseamos que en Navidad Cristo nazca en nuestro corazón. Es cierto y tenemos que desearlo de verdad. Pero Cristo nacerá en nuestro corazón de verdad cuando seamos capaces de poner al hermano, a todo hermano en nuestro corazón. Así estaremos dándole cabida a Dios en nuestra vida y será auténtica Navidad. 

domingo, 24 de diciembre de 2017

No olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta

No olvidemos en la celebración de la próxima navidad el misterio que en verdad celebramos y que tiene que ser la raíz y razón de toda nuestra fiesta

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1, 26-38

‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Ahí se revela el misterio a María en respuesta a sus preguntas. Ahí se nos revela el misterio que vamos a celebrar.
María se sintió sorprendida con la visita del ángel y sus palabras y sus anuncios. Ella era una mujer bueno, de una gran fe que ponía toda su confianza en el Señor, que alentaba en su corazón continuamente la esperanza de la venida del Mesías, pero se consideraba una mujer pequeña que vivía perdida en una de aquellas aldeas insignificantes de Galilea que nunca había tenido nombre. Lo que ahora escucha le sorprende y la deja anonadada pensando en que significado tenían aquellas palabras. Por eso cuando se le anuncia que va a tener un hijo que será grande y se llamará el Hijo del Altísimo no comprende y pregunta. Pero las palabras del ángel vendrán a corroborar todo lo dicho y le van a revelar el misterio, ante el que ella, disponible como estaba siempre para Dios, no sabe decir otra cosa que sí, que se cumpla la palabra y la voluntad del Señor.
Se le revela el misterio y se nos revela también a nosotros para que comprendamos bien lo que vamos a celebrar. No es cualquier cosa. No son simplemente unas fiestas donde nos deseamos los unos a los otros todo lo bueno del mundo. No son simplemente unos encuentros familiares o de los amigos. No es simplemente que digamos palabras bonitas y todos hablemos de paz y de amor, de alegría y de felicidad. Tenemos que ahondar en lo que está en la raíz de todo eso y que tiene que ser el verdadero motivo que muchas veces olvidamos o dejamos a un lado.
Es la visita de Dios a su pueblo. Es el Hijo de Dios que se encarna en María. Es el Espíritu Santo que está actuando en María y quiere también actuar en nosotros y en nuestro mundo. No es cualquier cosa. Es el misterio de Dios que se hace hombre, que se hace Emmanuel para ser Dios con nosotros. Es el misterio más grande porque es la encarnación de Dios en el seno de María por obra del Espíritu Santo y lo que va a nacer se llamará, es el Hijo de Dios hecho hombre. No lo podemos olvidar; no lo podemos poner en segundo plano.
Porque creemos en Jesús, el Hijo de Dios y nuestro Salvador y Redentor creemos que es posible todo eso bueno que ahora nos deseamos. Es que en el nacimiento del Hijo de Dios está la raíz de todo, porque ahí está nuestra salvación. Y nos olvidamos de la salvación, de que hemos sido redimidos para alcanzar el perdón de los pecados y de que con esa salvación que nos trae Jesús es por lo que es posible esa paz y ese amor, y ese mundo nuevo y mejor, y esa alegría y esa felicidad.
No es la alegría que podamos alimentar con unos sustitutivos, con unas copas que nos tomemos o una opípara comida que compartamos. Muchas veces parece que eso es lo único que nos da alegría, pero nos quedaríamos en una alegría superficial, caduca, que pronto se acaba cuando volvemos a la rutina de todos los días. Pobre sería una navidad así y es lo que muchos hacemos cuando no pensamos en lo que tiene que ser de verdad la raíz de todo.
No podemos vivir la Navidad de cualquier manera sin que deje huella en nosotros. Si la vivimos de una forma superficial, aunque hagamos mucha fiesta y nos intercambiemos muchos regalos, pasará la navidad y todos aquellos buenos deseos se quedarán en eso, en unos buenos deseos. Y eso  no es celebrar la Navidad. Le damos mucha importancia a todos los preparativos para la fiesta, pero nos olvidamos de lo que tiene que ser la razón verdadera de la fiesta que es el nacimiento del Señor.
Pensemos en toda la importancia que le damos a la cena familiar – y por supuesto no podemos negar que eso es bueno, pero  no es lo único que tendríamos que hacer - y la poca importancia que le damos a la celebración del nacimiento del Señor en la Eucaristía de esa noche, que es donde estamos celebrando en verdad el misterio de nuestra salvación. Nuestras iglesias se están quedando vacías en la nochebuena e incluso en algunos lugares está desapareciendo la Misa de esa noche porque los cristianos que tanto celebran la navidad ya no participan en ella.
Dicen que son los tiempos nuevos, pero ¿no tendríamos que decir que hay algo que nos está fallando en nuestra fe cuando no queremos celebrar nuestra fe en el modo más sublime que tenemos los cristianos de hacerlo que es en la Eucaristía? Claro, dicen, después de lo que se ha comido y se ha bebido cómo vamos a ir a Misa, mejor es seguir con la fiesta. Qué lástima que toda nuestra fiesta se quede en eso. Tengo que decirlo porque es lo que en verdad siento.

sábado, 23 de diciembre de 2017

El nacimiento de Juan es también un signo para nosotros para que no nos distraigamos con cosas superfluas y abramos las puertas a Dios que viene a visitar a su pueblo en esta Navidad

El nacimiento de Juan es también un signo para nosotros para que no nos distraigamos con cosas superfluas y abramos las puertas a Dios que viene a visitar a su pueblo en esta Navidad

Malaquías 3,1-4.23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66

‘¿Qué va a ser de este niño?’ se preguntan las gentes de la Montaña ante el nacimiento de Juan y todo lo sucedido en su entorno. Sus padres eran mayores y de todos era conocida la esterilidad de Isabel, que ahora aparece embarazada. Algo había sucedido en el templo, porque desde el regreso de Zacarías después de cumplir su turno no había podido articular palabra. Ahora en el momento de la circuncisión y de la imposición del nombre quieren que se llame como Zacarías, su padre, pero la madre insiste en que se ha de llamar Juan y es el nombre que el padre escribe en una tablilla cuando le preguntan. Pero lo más sorprendente es que de nuevo ha recobrado el habla y prorrumpe en un cántico de alabanza y bendición a Dios que ellos no terminan de entender. ‘¿Qué va a ser de este niño?’, se preguntaban porque era palpable que ‘la mano de Dios estaba sobre él’.
‘La mano de Dios estaba sobre él’. El ángel le había anunciado a Zacarías el nacimiento de un hijo que iba a ser un signo muy importante para la llegada del Mesías. Ahora Zacarías le llamará ‘profeta del Altísimo, porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados’. Era lo anunciado por el profeta. Vendría alguien con el espíritu y el poder de Elías para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto.
Dios visitaba a su pueblo. La misericordia de Dios se derramaba sobre su pueblo y sobre todos los hombres porque llegaban días de salvación. Era el cumplimiento de la Alianza que ahora se iba a establecer de una manera más definitiva y eterna. Y Juan había de preparar esos caminos. Será la voz que gritará en el desierto invitando a la conversión para hacerse digno de la salvación, aunque él diría que no se consideraba digno ni de desatarle la correa de la sandalia del que iba a venir. Todo aquello que ahora está sucediendo en torno al nacimiento de aquel niño era ya un signo de la salvación que llegaba.
Y nosotros, ahora, en las vísperas ya de la celebración de la Navidad recordamos y contemplamos el nacimiento de Juan que ha de ser signo también para nosotros de la salvación que llega. Como Juan, ya desde su nacimiento, fue voz que anunciaba al Mesías y Salvador para cumplimiento de las promesas, ‘todo lo predicho desde antiguo por la boca de los santos profetas’ ahora nosotros hemos de estar atentos a las señales de la llegada del Salvador a nuestra vida.
Atentos porque quizá hemos rodeado a nuestra navidad de muchas cosas superfluas y que nos distraen y pase la Navidad, entre muchas alegrías, muchas fiestas y muchos jolgorios, y no seamos capaces de darnos cuenta de cómo Dios quiere ahora también visitar a su pueblo. Celebrar la Navidad de verdad tendría que hacernos conscientes de esa visita de Dios a nuestra vida con su salvación. Claro que hemos de ser conscientes de que necesitamos de esa salvación, pues nos pudiera suceder que creyéramos que no la necesitamos.
Abramos las puertas para recibir al Señor que viene. Como escucharemos en Belén algunas puertas se cerraron y no había sitio para ellos, como nos dice el evangelio. No dejemos pasar de largo esta oportunidad de salvación y vida nueva. Cuidemos de celebrar Navidad de verdad con Jesús. Que haya sitio en nuestro corazón, en nuestro hogar, en nuestro mundo. Nuestra manera de celebrar la Navidad ha de convertirnos en signos y profetas en medio del mundo hoy.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Hoy nosotros queremos hacer nuestro el cántico de María porque sentimos que Dios llega a nosotros y cómo se derrama la misericordia de Dios sobre nuestro mundo

Hoy nosotros queremos hacer nuestro el cántico de María porque sentimos que Dios llega a nosotros y cómo se derrama la misericordia de Dios sobre nuestro mundo

1 Samuel 1,24-28; Sal: 1S 2,1.45.6-7.8; Lucas 1,46-56
Es de ser de bien nacidos ser agradecidos. Algo así se suele decir. Cuando recibimos algo de alguien es normal que digamos gracias; cuando nos damos cuenta que no merecemos tales regalos o beneficios, nuestro corazón se llena de agradecimiento y no siempre encontramos las palabras adecuadas para manifestarlo. De cuántas cosas en la vida tenemos que dar gracias; cuánto recibimos de los demás aunque casi no nos demos cuenta; no sabemos ser en ocasiones lo suficientemente agradecidos por lo que recibimos. Se manifiesta así la nobleza de nuestro espíritu.
¿Cómo no iba a cantar María un cántico de acción de gracias al Poderoso que había hecho maravillas en ella, la que se consideraba la más pequeña y la más humildes de las siervas del Señor? El Señor había hecho en ella cosas grandes, por eso siente que su espíritu se hace grande para cantar con toda la fuerza de su amor al Señor. Pequeña y humilde sabe reconocer los dones del Señor y su corazón se llena de alegría, una alegría que nada ni nadie le podrá arrebatar porque quien se siente mirado por el amor del Señor no podrá hacer otra cosa que cantar para alabar a Dios, pero cantar para contagiar de su alegría a cuantos la rodean.
Así se había contagiado Isabel con su presencia y todo eran alabanzas, pero ahora es María la que prorrumpe en el más hermoso cántico que reconoce la misericordia del Señor. Ha llegado la hora del cumplimiento de las promesas y la descendencia de Abrahán y la humanidad toda se podrá sentir envuelta para siempre de la misericordia del Señor. ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’, y sentiremos para siempre el auxilio del Señor que tantas veces habíamos invocado.
Ha llegado la hora y un mundo nuevo va a comenzar. Todo se va a transformar con la presencia de Señor que hará dichosos con su misericordia a todos los hombres a pesar de sus sufrimientos y de su pobreza. Todo ha de cambiar, llega el Reino de Dios. Unos valores nuevos han de imponerse por la fuerza del espíritu y del amor para hacer que los hombres sean distintos. No prevalecerán los poderosos ni los que se crean afortunados en sus riquezas porque el amor nos hará entrar en una orbita nueva de paz, de justicia, de amor; la solidaridad y el compartir van a ser norma y estilo del nuevo vivir, la soberbia desaparecerá y los que son pequeños y viven con humildad serán los que van a ser exaltados. Un estilo nuevo de servicio y de generosidad habrá de imponerse en las relaciones entre todos. Así se manifiesta la misericordia del Señor siendo la misericordia y la compasión un nuevo estilo de sentir y de vivir.
María canta agradecida al Señor porque le ha permitido entrar a forma parte de ese camino nuevo cuando ha abierto su corazón a Dios para que Dios en su seno se encarnara y pudiera ser ya para siempre Emmanuel, Dios con nosotros, Dios en medio de nosotros, Dios haciendo nuestro mismo camino pero enseñándonos a seguir sus pasos.
Hoy nosotros, en estas vísperas de la Navidad queremos hacer nuestro ese cántico de María. Sentimos que Dios llega a nosotros y con nosotros también quiere contar. Sentimos cómo se derrama la misericordia de Dios sobre nosotros para quienes nos trae el perdón, y en los que quiere derramar todo su amor. Tenemos que cantar también agradecidos a Dios si en esta navidad ciertamente sentimos que todo ha de cambiar, que un mundo nuevo se tiene que vislumbrar. Haremos que sea verdadera Navidad porque sintamos ciertamente ese amor y esa misericordia que nos inunda y quiere a través nuestro inundar nuestro mundo.
Dispongámonos a celebrar de una manera auténtica nuestra navidad y no nos quedemos en superficialidades ni en luces parpadeantes de un día. Que la luz que Jesús nos trae en Belén sea una luz que ilumine nuestro mundo para siempre. 

jueves, 21 de diciembre de 2017

Que la fe de María nos ayude a vivir el amor de una autentica navidad yendo de verdad al encuentro de los demás

Que la fe de María nos ayude a vivir el amor de una autentica navidad yendo de verdad al encuentro de los demás

Cantar de los Cantares 2,8-14; Sal 32; Lucas 1,39-45

‘Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Fue la alabanza de Isabel a María. Había venido desde la lejana Galilea al enterarse que su prima esperaba un hijo. Todo fueron parabienes y alegría a la llegada a la casa de Zacarías e Isabel en la Montaña. La sorpresa de un visita inesperada, la llegada de una ayuda en momentos importantes en la vida de aquella familia de ancianos en una cercana maternidad, pero era algo más grande lo que sentía en su corazón Isabel. Quien llegaba a ella no era solamente la prima que venia de la lejana Galilea sino que allí ella estaba reconociendo a la madre de Dios.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ En cuanto el saludo llegó a sus oídos con la presencia de María todo fueron saltos de alegría. Alegría de Isabel por la llegada de María, pero la alegría se sentía también en su seno donde la criatura daba saltos de alegría. Isabel se llenó del Espíritu Santo, por eso podía reconocer lo que también sucedía en María; era la madre de su Señor porque María portaba ya en su seno al Hijo del Altísimo.
E Isabel alaba la fe de María. ‘¡Dichosa!’, le dice. María había creído en el Misterio que se desarrollaba en ella. Dichosa se sentía Isabel por poder participar también de aquella misma fe y de aquella misma alegría, porque era la alegría para todo el mundo.
Es importante la fe en estos momentos. Tenemos que testimoniarla. Y no podemos perder de vista la fe en estas celebraciones que vivimos en estos días; no podemos perder de vista el misterio que celebramos. Muchos lo olvidan, tratan incluso de disimularlo, transforman estas fiestas que tienen su razón de ser en el nacimiento del Hijo de Dios en Belén en otra cosa. Algunos se refugian tras muchos artilugios que disimulen u oculten la navidad cuando en estos días se cruzan felicitaciones. Hoy mismo ha aparecido la noticia de quien felicita la navidad y en las imágenes del video que ha hecho público en lugar de aparecer el signo de la navidad, simplemente ha puesto una plantita. ¿Qué es lo que está ese personaje felicitando?
Nos decimos muchas cosas hermosas estos días, deseamos la paz y la felicidad y no sé cuantas cosas más. Es cierto que tenemos que desear la paz y que todos seamos felices, pero eso todos los días del año, no solo en estas fechas. Quizá haya mucha solidaridad estos días y repartimos abrazos, compartimos con los que no tienen, nos acordamos de los que no están, hacemos muchos encuentros familiares, pero a alguien le escuchaba preguntarse que quedará de todo eso después del seis de enero. ¿Al día siguiente ya no nos deseamos la paz, nos olvidamos de ser solidarios, no nos acordamos de los que no tienen donde cobijarse o qué comer, ya no necesitamos de ese calor familiar?
Todo eso, es cierto son valores muy importantes y son valores que nos enseña Jesús en el evangelio. Pero ¿qué lugar está ocupando Jesús de verdad en nuestra vida en estos días que celebramos navidad y en todos esos buenos deseos? No nos suceda que queramos hacer todas esas cosas sin Jesús.
Por eso decía que es importante que tengamos en cuenta nuestra fe en todo esto que celebramos estos días. No olvidemos que celebramos que Dios viene a nosotros, quiere ser nuestro Emmanuel, y en El es donde podremos encontrar todo el sentido y toda la fuerza que necesitamos para construir esa paz, para vivir una autentica solidaridad, para que los lazos familiares se anuden fuertemente y no se vuelvan a romper. Que sea en verdad Jesús el centro de toda nuestra vida, de todo lo que hacemos, y de nuestras celebraciones de Navidad para que haya una verdadera Navidad.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Aprendamos de María lo que es la prontitud y la generosidad del amor y de quien sabe ponerse siempre en las manos de Dios

Aprendamos de María lo que es la prontitud y la generosidad del amor y de quien sabe ponerse siempre en las manos de Dios

Isaías 7,10-14; Sal 23; Lucas 1,26-38

‘María se turbó ante las palabras del ángel y se preguntaba el sentido de aquel saludo’. No era para menos. Nos sucede también a nosotros. Un encuentro inesperado, unas palabras amables y laudatorias de alguien que no esperábamos y que no creemos merecer, alguien a quien no conocemos pero que sin nosotros esperarlo tiene un detalle con nosotros… cosas nos suceden así en ocasiones que nos dejan descolocados, sin saber qué hacer o qué decir, asoma quizá el rubor a nuestras mejillas, en nuestro interior nos sentimos como desazonados y con inquietud y preguntas sin responder.
María estaba en su hogar de Nazaret, en medio de sus quehaceres o un momento de paz y de reflexión cuando siente una presencia celestial junto a ella. A su corazón van llegando aquellas palabras de saludo que van mucho más allá de lo que era el saludo habitual. La llama la agraciada del Señor porque Dios está con ella. Solían expresarse en el saludo palabras de buenos deseos y sentimientos hacia la persona saludada que crecían en afecto según fuera la relación entre los que se encontraban. Pero aquí había afirmaciones grandes, ‘llena de gracia, el Señor está contigo’. Surge la turbación en el espíritu de María y claro ‘se preguntaba qué saludo era aquel’.
Aunque se siente turbada ante tal saludo y tales palabras la paz del corazón no la abandona. Ella siempre se ha puesto en las manos del Señor. No temas, Maria, porque has encontrado gracia ante Dios’ le sigue diciendo el ángel. El Señor ha vuelto su rostro sobre ella para llenarla de bendiciones; algo más, el Señor se ha fijado en ella porque para ella tiene una misión. ‘Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin’
Le es difícil comprender todo el sentido de aquellas palabras o quizá siente que es algo más grande de lo que pudiera esperar o soñar. Como cuando nos confían una misión importante para la que no nos sentimos capaces. ¿Por qué yo? ¿por qué me han escogido a mí, si yo soy tan poca cosa? Soy incapaz de asumir esa responsabilidad. Sentimos quizá miedo por nuestras inseguridades o porque no nos sentimos capaces. Tratamos acaso de rehuir aquella responsabilidad y nos hacemos y hacemos muchas preguntas a quien nos quiere confiar ese encargo.
María se siente pequeña, ahora se pregunta como será eso porque ella quizá tiene otros planes. Cuesta muchas veces descubrir y aceptar lo que es la voluntad de Dios, lo que Dios quiere de nosotros, lo que nos pide. Por eso las preguntas de María, como las preguntas de cualquiera de nosotros. Pero en ella hay otra disponibilidad, hay otra generosidad en su corazón, se ha confiado plenamente a Dios y está dispuesta a aceptar lo que Dios le pida porque ella se siente así pequeña en las manos de Dios, es su esclava para lo que Dios quiera de ella. ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra’.
‘Hágase’, decir sí, nos cuesta, nos lo pensamos antes de tomar una decisión cuando el futuro de nuestra vida depende de esa decisión, o se pueda implicar a otras personas, a los nuestros en la realización de esos nuevos compromisos, cuando quizá nuestra vida se puede complicar a partir de ese momento; queremos estar seguros, buscamos certezas y seguridades. Es normal. Pero ahí está la prontitud de María, la que se había puesto totalmente en las manos de Dios. Más tarde incluso le dirán que como consecuencia una espada va a atravesar su alma en un anuncio de calvario. Pero ella está en las manos de Dios, se siente a humilde esclava del Señor.
El sí de María fue decisivo y trascendental en la obra de nuestra salvación. Gracias tenemos que darle a Dios por esa generosidad de María que además nos sirve de ejemplo para tantas cosas de nuestra vida como lo son siempre las madres. Pero con la trayectoria de María en aquel momento de Nazaret hemos ido queriendo ponernos a su lado con cosas que a nosotros nos suceden. Es que tenemos que aprender de María, es que hemos de saber ponernos como ella en las manos de Dios, en que tenemos que aprender lo que es la prontitud y la generosidad del amor.

martes, 19 de diciembre de 2017

Abramos nuestro corazón a Dios, a su Palabra, a su revelación, a su presencia, a su amor porque a pesar de las turbulencias que nos hacen dudar se sigue haciendo presente en nosotros

Abramos nuestro corazón a Dios, a su Palabra, a su revelación, a su presencia, a su amor porque a pesar de las turbulencias que nos hacen dudar se sigue haciendo presente en nosotros

Jueces 13, 2-7. 24-25; Sal 70; Lucas 1, 5-25

‘Para Dios nada hay imposible’, le dirá el ángel a María cuando le anuncie a ella también lo que le está sucediendo a su prima Isabel. Los misterios de Dios, los caminos de Dios, las maravillas que Dios quiere hacer en nosotros. Necesitamos fe para descubrirlos, para decir sí, para aceptar el plan de Dios, para que así se realicen también en nosotros maravillas.
El evangelista nos da detalles. Zacarías e Isabel no tenían hijos; Isabel era estéril y ambos eran ya de edad avanzada. Para Dios nada es imposible. Y allí está el ángel que viene de parte del Señor. La oración de aquellos ancianos ha sido escuchada. Han encontrado gracia ante Dios. Y dentro del plan de salvación de Dios iban a ocupar un lugar, el hijo que nacería en la ancianidad de aquel matrimonio iba a tener un lugar importante.
Grande va a ser la alegría de aquellos ancianos, pero que será alegría para todo el pueblo. Mas tarde nos dirá el evangelista que cuando corrió la noticia por la Montaña primero del embarazo de Isabel y luego del nacimiento del niño todos se llenarán de inmensa alegría y darán gloria al Señor.
Pero allí está la fe de Zacarías a pesar de sus dudas. Todos tenemos dudas en la vida muchas veces; en ocasiones parece que se tambalea nuestra fe cuando los tiempos se nos ponen difíciles, cuando no vemos realizados nuestros sueños, cuando parece que no somos atendidos, cuando creemos que ni Dios nos escucha en nuestras peticiones. Pero como bien nos enseñará Jesús en el evangelio hemos de ser perseverantes en nuestra oración; perseverantes pero con confianza, con la confianza de los hijos que saben que Dios es su Padre que los ama. No nos faltará nunca el amor del Señor.
Zacarías tendrá que pasar por otra dolorosa prueba por no haber dado fe a las palabras del ángel. No podrá expresarse. Son cosas muy grandes las que les han sucedido. Nos quedamos mudos de admiración en muchas ocasiones y no sabemos como manifestar con palabras aquello maravilloso que nos ha sucedido.
Pero en nuestro corazón hemos de saber ser agradecidos, sentir lo que es la maravilla de lo que el Señor realiza en nuestra vida, de aquellas cosas de las que podemos ser partícipes también de lo bueno que realizan los demás y de lo que nos vemos beneficiados. Ojos de fe, ojos de creyente, ojos para saber admirar lo bueno, venga de donde venga, ojos atentos para ver lo bueno de los demás, ojos agradecidos por la riqueza que recibimos de los otros.
Nos hacemos esta reflexión en estos últimos pasos que estamos dando ya en nuestra preparación para la celebración del nacimiento del Señor. Queremos recibir a Dios en nuestra vida, que eso viene a significar la vivencia que hacemos de la navidad. No es solo un recuerdo, que también es y se vuelve acción de gracias. Queremos hacerlo con toda intensidad y por eso cantaremos la gloria del Señor.
Pero es saber descubrir cómo el Señor sigue llegando a nuestra vida. Necesitamos ojos de fe, aunque por las turbulencias de la vida algunas veces nos llenemos de duda. Dios sigue manifestándose, haciéndose presente en nuestro camino, viene a nuestro encuentro a través de tantas cosas. Abramos nuestro corazón a Dios, a su Palabra, a su revelación, a su presencia, a su amor. No lo olvidemos, ‘para Dios nada hay imposible’. Sepamos descubrir las maravillas del Señor.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Aprendamos a reaccionar con una actitud creyente ante las incertidumbres de la vida, ante las dudas que se nos presentan y que nos inquietan angustian


Aprendamos a reaccionar con una actitud creyente ante las incertidumbres de la vida, ante las dudas que se nos presentan y que nos inquietan angustian

Jeremías 23,5-8; Sal 71; Mateo 1,18-24
Un hombre justo pero un hombre de fe. Así tenemos que decir de san José, cuya figura se nos presenta hoy en el evangelio ya en la cercanía del nacimiento de Jesús. José dudaba, había cosas que no comprendía y se convertían como en un misterio en su corazón que al mismo tiempo por la duda se llenaba de dolor.
Nos sucede también a nosotros. En la vida en ocasiones se nos presentan hechos o acontecimientos que un poco nos descolocan en el camino que estamos siguiendo en la vida; cosas imprevisibles a las que nos cuesta dar respuesta. Nos angustiamos ante el futuro que se nos presenta, sufrimos en nuestro interior en nuestro desconcierto, nos vemos desorientados porque la duda nos llena de sospechas, nos duelen cosas que suceden a personas cercanas a nosotros en que también nos vemos implicados, no lo esperábamos.
Sentimos la tentación de tirar la toalla, como suele decirse, romper con todo para olvidar lo que nos sucede, sentimos desesperación en nuestra impotencia, nos hacemos preguntas en nuestro interior para las que no encontramos respuesta. Alguna vez en la vida pasamos por situaciones así o somos testigos de cómo eso le puede pasar a personas que están a nuestro lado. ¿Qué hacer?
Nos estamos mirando en esas situaciones por las que podemos pasar y lo hacemos partiendo de la duda por la que vemos en el evangelio que esta pasando José. Estaba desposado con María  ‘y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo’. Era lo que no comprendía José, y podemos imaginar todo el dolor humano que rompería su corazón, todo lo que veníamos reflexionando de lo que sucede en nuestro interior ante las dudas e incertidumbres que se nos presentan en la vida que igual sucedía en el corazón de José.
Pero ya nos dice el evangelista que José era un hombre justo. Una hermosa alabanza que nos habla de la madurez humana de aquel hombre. El evangelio es muy escueto para hablarnos de José, pero cada vez que lo hace es para hablarnos de los problemas que se le iban presentando, pero también de cómo iba afrontándolos. Era un hombre justo que no quería hacer daño, aunque sufriera mucho por dentro. Ya sabemos como suelen ser nuestras reacciones tantas veces.
Pero José era un hombre abierto a Dios, un verdadero creyente para saber escuchar en su corazón lo que Dios quería manifestarle y lo que le iba pidiendo. Era importante el lugar de José en la historia de la salvación. Importante fue el Sí de María en Nazaret ante el anuncio del ángel, pero estamos bien qué importante es este Sí de José ante todo lo que está sucediendo donde él sabe descubrir los designios de Dios.
El evangelio nos habla con el lenguaje de la Escritura y de su tiempo para decirnos como Dios se le manifiesta en sueños. Imaginemos nosotros como queramos la forma, pero él ha sentido la voz de Dios en su corazón. Un ángel, nos dice el evangelista, se le manifestó en sueño para explicarle el sentido de todo. Lo que sucede en María es obra de Dios, es obra del Espíritu divino. El debe aceptar aquel misterio divino que se está realizando ante sus ojos porque de allí nos viene la salvación. ‘La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’.
Y nos recuerda el evangelista, lo recuerda José lo anunciado en la Escritura, ‘lo que había dicho el Señor por el Profeta: Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros’. Y José, el hombre justo y el hombre de fe, dice Sí.
¿No tendríamos nosotros también ante la incertidumbre de lo que se nos presenta en la vida, ante esas preguntas sin respuesta que sentimos tantas veces, ante esas dudas que se nos presentan y que nos inquietan y hasta angustian, tratar de responder desde una actitud creyente? ¿Somos en verdad esas personas de fe que intentan descifrar la voz de Dios en los acontecimientos que nos suceden?

domingo, 17 de diciembre de 2017

El mundo, la sociedad entera que está ahí a nuestro alrededor, está esperando una respuesta con sentido que dé razón de nuestra fe y de nuestra esperanza cuando celebramos navidad

El mundo, la sociedad entera que está ahí a nuestro alrededor, está esperando una respuesta con sentido que dé razón de nuestra fe y de nuestra esperanza cuando celebramos navidad

Is. 61, 1-2a. 10-11; Sa.: Lc 1, 46-54; 1s, 5, 16-24; Jn 1, 6-8. 19-28
Sea cual sea la situación en la que vivamos pero sobre todo cuando las cosas no nos son fáciles, hay momentos de tensión y preocupación por lo que nos está pasando, los problemas van produciendo en nosotros una crisis interior que nos desasosiega y nos hace sufrir porque quizá vemos que lo que nos está pasando puede estar afectando a los seres que amamos o a los que nos rodean, si tenemos alguna expectativa de que todo eso puede cambiar, que podremos encontrar momentos de luz frente a esas turbulencias que soportamos en la vida, esas mismas expectativas crean en nosotros esperanza y eso de alguna manera parece que nos hace renacer de nuestras cenizas y deseando que llegue ese momento parece que hay como una nueva alegría en el corazón.
Pero ¿vemos expectativas de un mundo mejor? ¿de verdad estamos esperando algo? Si no hay verdadera esperanza en nosotros de que eso puede cambiar podríamos tener muchas reacciones bastante negativas. Una fácil pudiera ser quizá dejarnos llevar por la corriente, por lo que sucede o por lo que vemos que otros hacen, pero realmente nuestras fuerzas para luchar y desear algo nuevo parece que se nos acaban.
¿Qué esperanzas hay en nuestra vida? porque si no esperamos nada caemos en ese dejarnos llevar, como decíamos, y trataremos quizá de disfrutar de las pocas mieles que estén a nuestro alcance o nos busquemos algo que nos valga como sustitutivo. Cuantos sustitutivos nos buscamos en la vida, el alcohol, la droga, las pasiones descontroladas en un bárbaro sensualismo, los brillos de las vanidades de la riqueza o del poder… y así podríamos pensar en tantas cosas.
Pero sigo preguntándome y no como una pregunta retórica que me haga por los demás, sino que me la hago por mí mismo. ¿Qué esperanzas tenemos, hay en nuestra vida? y me hago esta pregunta en el marco del tiempo en el que estamos, el Adviento, las vísperas de una navidad ya cercana. Cuando hablamos del Adviento la palabra que brota casi de forma espontánea por el mismo significado de la palabra es la esperanza. ¿Qué esperamos? ¿cuál es nuestra esperanza de cara a la Navidad, para la que decimos que nos preparamos y en lo que vemos que tanta gente de prepara de una forma o de otra? ¿Qué esperamos, pues, que sea la navidad para nosotros?
Es importante la pregunta porque eso va a expresar cuál es nuestra esperanza y cual será el verdadero sentido que le demos tanto ahora a este tiempo de Adviento como luego a la celebración de la Navidad
El pueblo de Israel vivía con una gran expectativa la llegada del Mesías. Sería el salvador que diera respuesta con su presencia a todos aquellos anhelos que llevaban desde siglos en su corazón. Era todo lo anunciado por los profetas que les hacía esperar un mundo nuevo donde todo en verdad fuera distinto.
El que vendría lleno del Espíritu del Señor traería la paz para los pueblos y naciones, pero haría que se implantara un mundo de verdad y de justicia para hacer desaparecer tanto sufrimiento como embargaba el corazón de los hombres. Es cierto que en sus expectativas estaba también el contemplar a ese Mesías como el liberador de toda la opresión que sufría el pueblo y cómo se restauraría la soberanía de Israel, como un día le manifestaran los propios discípulos a Jesús.
Creo que mucho de todo eso tendríamos nosotros que recoger de la experiencia de fe vivida por el pueblo de Israel, para saber hacer también una lectura creyente de la situación del mundo en que vivimos donde todos ansiamos y deseamos un mundo verdaderamente mejor. Ahí están los anhelos más profundos de todos los hombres que nosotros sentimos también en nuestro interior; ahí está esa inquietud que sentimos dentro de nosotros cuando contemplamos tantos sufrimientos como tanto mal que se va inoculando como veneno en el corazón de los hombres.
¿Qué contemplamos a nuestro alrededor? ¿qué contemplamos en nuestro mundo? Violencias, guerras, injusticias, discriminación, pobreza, corrupción desde la ambición de los que se creen o quieren ser poderosos, hipocresías y vanidades, soberbia opresiva de los poderosos y resentimientos de tantos que llevan a los rencores y al odio que termina destruyendo todo lo que encuentra a su alcance, indiferencia e insolidaridad porque aunque empleemos muchas veces la palabra solidaridad seguimos pensando primero en nosotros mismos, sufrimientos, rupturas, enfrentamientos…
Y ahora nosotros decimos que vamos a celebrar navidad y trataremos de maquillarnos con nuestras cenas familiares, con nuestros buenos deseos y felicitaciones, con nuestras fiestas donde todos brindaremos por la navidad y por la paz, pero ¿dejaremos que el mundo siga siendo de la misma manera? ¿Navidad, la celebración tan gozosa y festiva que hacemos de la venida de Jesús, no va a ser un punto de arranque para que todo eso que describíamos comience a cambiar?
Cuando le preguntaban a Juan, el Bautista, si él era el Mesías y lo negaba le hicieron también una pregunta que nos puede valer para que nosotros nos la hagamos también. ‘Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?’ ¿Qué podemos decir de nosotros mismos para que demos una respuesta convincente de nuestra fe y del sentido que le damos a nuestra navidad?
El mundo, la sociedad entera que está ahí fuera, a nuestro alrededor, está esperando una respuesta con sentido a quienes queremos vivir seriamente la navidad. Tenemos que dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, como nos dice el apóstol. 
Y no nos valen palabras bonitas o aprendidas de memoria, no nos valen parches que podamos poner para remediarnos en un momento o para paliar momentáneamente algunas situaciones, tenemos que ofrecer las obras de nuestra vida para que haga creíble ante el mundo esa fe que decimos que profesamos en Jesús como nuestro Mesías Salvador y nuestro Señor. Muchas preguntas que esperan respuesta.