sábado, 5 de noviembre de 2016

Que los bienes materiales nos valgan para establecer nuevos vínculos de amistad pero nunca nos hagamos tan dependientes de ellos que nos esclavicen

Que los bienes materiales nos valgan para establecer nuevos vínculos de amistad pero nunca nos hagamos tan dependientes de ellos que nos esclavicen

Filipenses 4,10-19; Sal 111; Lucas 16,9-15
Una cosa es la utilización de las cosas materiales que tenemos a nuestro alcance en lo que es el desarrollo de nuestra vida de cada día y otra cosa es que esas cosas nos dominen y nos convirtamos en esclavos de ellas. Es una tentación y un peligro. Parece que no supiéramos vivir ni hacer nada sin esos medios y poco a poco se nos va creando una dependencia que termina esclavizándonos.
Normalmente cuando hablamos de esto parece que nos refiriéramos únicamente al dinero o la riqueza con la tentación de la codicia y volvernos avariciosos de tener y de poseer cosas, de las que al final ni le sacamos utilidad para nuestra vida. Pero el campo de esas dependencias que nos creamos es amplio y se traduce en muchas cosas que tenemos o que queremos tener, que usamos y sin las cuales no nos podemos pasar.
Es cierto que la vida nos va ofreciendo cada día más medios que de alguna manera nos facilitan muchas cosas, una vida más cómoda, una mejor forma de relacionarnos con los demás, unos medios que nos facilitan el estar en contacto con los seres queridos. Pensemos en todos los medios electrónicos de los que disponemos para comunicarnos, para mantener una relación más fácil y fluida incluso con los que están lejos de nosotros. Ya sabemos todos muchos de las redes sociales.
Pero todo eso tendría que ser medio para facilitarnos el encuentro, la cercanía, la comunicación, el conocimiento de otras realidades y de otras personas. Eso está bien y es bueno que tengamos esos medios. Pero cuidado que se conviertan en refugios que quizá nos aíslen de los que están más cercanos a nosotros; cuidado que nos atemos a esos medios o a esas cosas y desatendamos lo que tenemos más cerca o lo que son nuestras obligaciones; cuidado se nos conviertan en una dependencia tal que nos ponemos inquietos en el momento en que nos falten o no los podamos usar porque nos pueda parecer que ya no somos nada sin ellos; cuidado los convirtamos en dioses de nuestras vidas.
Todos conocemos casos de quienes desatienden sus obligaciones y su trabajo por estar todo el día dependiendo del whatsApp; muchas imágenes vemos de personas que están juntas, porque están unas al lado de otras pero están muy distantes entre si porque cada uno solo está pendiente de su whatsApp; nos sucede que estamos en una conversación de amigos y de repente todo se detiene porque sonó el tic de un móvil y ya aquella persona se aisló y se desentendió de los que estaban a su lado. Así se podrían seguir poniendo muchos ejemplos.
Son las dependencias que nos vamos creando en la vida; son los nuevos ídolos de nuestra existencia; son esas nuevas esclavitudes que nos van apareciendo y que de alguna manera nos van subyugando.
Esta reflexión que me estoy haciendo sobre esas cosas concretas que nos pueden pasar cada día, me la hago partiendo de lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio, de cómo hemos de saber sacar provecho positivo de las riquezas o de los bienes materiales que tenemos en la vida, pero que nunca pueden convertirse en nuestros dioses.
Que nada de todos esos medios que la vida de hoy nos ofrece nos alejen de Dios, sino que todo lo contrario con esas cosas podamos también cantar y proclamar la gloria del Señor. Que nada de esas cosas nos hagan olvidar nuestras responsabilidades, ni nos aparten de aquellos que tenemos a nuestro lado, aunque también nos valgan para contactar y comunicarnos con otras personas más lejanas creando nuevos vínculos de amistad y de fraternidad.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Hagamos una verdadera escala de valores buscando lo más trascendente para nuestra vida y el lugar propio de los valores espirituales que nos elevan y dan un sentido a la existencia

Hagamos una verdadera escala de valores buscando lo más trascendente para nuestra vida y el lugar propio de los valores espirituales que nos elevan y dan un sentido a la existencia

Filipenses 3,17–4,1; Sal 121; Lucas 16,1-8

‘Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz’. Efectivamente qué habilidosos somos para nuestros negocios, para la búsqueda de nuestras ganancias, para conseguir aquellas cosas materiales que tan fuertemente ansiamos, para encontrar la manera de pasarlo bien, de ser felices a nuestra manera, dejándonos encandilar por tantos señuelos que se nos ofrecen en la vida.
¿Lo seremos para las cosas que son verdaderamente importantes? ¿Lo seremos para aquellas cosas que tiene una trascendencia en nuestra vida que vaya más allá del hoy y ahora en el que vivimos tan inmersos?
Claro que habría que tener una escala de valores clara y ver qué es lo que realmente nosotros consideramos importante y trascendental en la vida, porque ni en eso nos ponemos de acuerdo. Quienes viven la vida desde un puro materialismo será en esas cosas donde pondrán todo su empeño; si no le damos una trascendencia espiritual a nuestra vida y a lo que hacemos, seguro que por esos valores trascendentales no nos preocuparemos ni pondremos todos nuestros esfuerzos en su búsqueda.
Esto es algo que tendría que hacernos pensar, porque nos resulta que incluso aquellos que nos llamamos cristianos porque decimos que tenemos fe en Jesús y queremos ser sus discípulos vivimos en la vida demasiado preocupados por lo material, por lo inmediato, por nuestros placeres terrenos y perdemos de vista lo espiritual, lo trascendente que tiene que tener nuestra vida. Es un contrasentido que vivamos así, lo que nos demuestra quizá el desconocimiento que tenemos del evangelio y de lo que en verdad significa ser cristiano.
Es por eso por lo que muchas no veces no entendemos lo que la Iglesia quiere enseñarnos sobre muchos aspectos de la vida, las directrices o las normas de conducta que nos señala. ¿Pensamos realmente en la resurrección y en la vida eterna? Es un articulo de nuestra fe, pero que tenemos olvidado y que no contemplamos en nuestra manera de actuar como formando parte del sentido de nuestra vida. Y así podríamos pensar en muchas cosas.
La parábola que nos propone hoy Jesús en el evangelio no es que trate de alabar ni justificar la manera injusta como aquel administrador trataba los bienes que tenia a su cuidado, sino es para hacernos pensar en el valor y la importancia que nosotros le damos a las cosas verdaderamente trascendentales para nuestra vida. De ahí esa sentencia con la que concluye Jesús el relato de la parábola y que nos ha servido de punto de partida en nuestra reflexión.
Hagámonos una verdadera escala de valores buscando lo que es más trascendente para nuestra vida; busquemos el lugar propio que han de tener todos los valores espirituales porque son lo que de verdad van a elevarnos y darnos un sentido profundo a nuestra existencia. Dejémonos iluminar por la luz del evangelio.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Como aquellos pecadores nos sentimos igualmente acogidos por Jesús que derrama sobre nosotros también su misericordia y su paz

Como aquellos pecadores nos sentimos igualmente acogidos por Jesús que derrama sobre nosotros también su misericordia y su paz

Filipenses 3,3-8ª; Sal 104; Lucas 15,1-10

Jesús sentado entre publicanos y pecadores. Por allá andan algunos murmurando, juzgando, criticando, condenando. Los publicanos y los pecadores se acercan a Jesús a escucharle. ¿Quiénes mejor que ellos podrían comprender las palabras dejes que nos hablaba del amor y de la misericordia de Dios? ¿En quienes se despertaría mejor la esperanza de una vida nueva que ellos que se sentían malditos y condenados porque todos los consideraban pecadores? Jesús no rehuye a nadie, es más el médico viene para los enfermos, para curarlos; al que se cree ya sano no necesitará del medico.
Por eso Jesús no los rechaza sino, todo lo contrario, los busca. Como a Zaqueo el que estaba subido en la higuera; como a Leví que estaba sentado en el mostrador de los impuestos; como a todos aquellos que se sentaban a la mesa con Jesús, porque Leví había ofrecido un banquete a Jesús y había invitado también a sus amigos, a los que hasta entonces habían sido colegas de profesión.
Pero habrá quien no lo entienda. ‘Ése acoge a los pecadores y come con ellos’. Es no entender lo que es el amor y la misericordia de Dios. Allí se está manifestando en Jesús el rostro de Dios, el corazón misericordioso de Dios. Allí se están sintiendo acogidos y perdonados, inundados por el amor de Dios los pecadores. ¿Qué sentirían en su corazón cuando así se veían acogidos de Dios?
Este texto que estamos comentando con esa actitud de displicencia de los escribas y fariseos nos invita, sí, a analizar cual es la acogida que nosotros hacemos de los pecadores, de los que nos parecen diferentes, de los que viven una vida distinta a la nuestra.
Tenemos que analizar muy bien nuestras actitudes y posturas, porque muchas veces también son farisaicas. Tenemos dobles raseros para medir y aplicamos a unos y a otros según cuales sean en verdad las actitudes que llevamos en el corazón; y nuestro corazón puede estar dividido muchas veces.
En la teoría nos puede parecer muy bien lo que está haciendo Jesús y hasta lo defendemos, pero en la hora de la práctica de cada día, en nuestra relación concreta que tenemos con los demás, tenemos que ver bien si actuamos según el querer de Jesús, según el estilo de misericordia y compasión que nos enseña Jesús. Es una pendiente por la que podemos caer, resbalarnos y acabar entonces también con nuestros prejuicios, nuestras sospechas, nuestras murmuraciones, nuestras condenas.
Pero también es una oportunidad para nosotros ponernos en la piel de aquellos pecadores que eran acogidos por Jesús. Y es que somos pecadores, así tenemos que sentirnos y de esa misma manera hemos de experimentar en nuestra vida ese amor y esa compasión de Jesús.
También hemos de sentirnos acogidos por Jesús a pesar de nuestro pecado; creo que si así nos sintiéramos no tendríamos tanto temor, por ejemplo, al sacramento de la reconciliación; con cuanto temor nos acercamos al sacramento o cómo lo rehuimos muchas veces; y es que no abrimos en verdad nuestro corazón a Dios en esos momentos para sentirnos inundados por su misericordia, para llenarnos de su paz. Vamos quizá muy apesadumbrados y avergonzados por nuestros pecados, pero olvidamos que nos vamos a encontrar en ese momento con la misericordia de Dios. Vamos a recibir su abrazo de perdón y de paz que nos pone en camino de nueva vida; qué alegría tendríamos que experimentar en nuestra alma en esos momentos.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Un día lleno de emoción en el recuerdo de nuestros difuntos que vivimos en la esperanza de que un día podamos gozar todos juntos de la gloria de Dios en el Reino de los cielos

Un día lleno de emoción en el recuerdo de nuestros difuntos que vivimos en la esperanza de que un día podamos gozar todos juntos de la gloria de Dios en el Reino de los cielos

Job 19,1.23-27ª; Sal 24; Filipenses 3,20-21; Juan 14, 1-7

Hay momentos en la vida en que afloran los sentimientos y las emociones, ya sea por cosas o acontecimientos que nos impresionan o nos agradan o ya sea porque el recuerdo nos trae al presente momentos vividos con intensidad o personas que no estando ya con nosotros sin embargo fueron importantes en nuestra vida. Hoy es uno de esos días en que por los recuerdos en este caso de los seres queridos que ya no están con nosotros somos fáciles a los momentos emotivos y salen a flote todas nuestras emociones más sentimentales.
Son importantes en nuestra vida esas emociones o ese revivir los sentimientos gratos que hayamos vivido y que no podemos ni tenemos que reprimir. Pero hay algo más nosotros que marca la pauta de nuestra vida, el sentido de nuestro vivir que son esos principios fundamentales que nos rigen y es también el sentido de trascendencia espiritual que le damos a nuestra existencia. Es donde de una forma razonable aparece nuestra fe, esa fe que nos da sentido y que nos da valor; esa fe que encauza por un buen sentido esas emociones y esos sentimientos.
Es así como hemos de darle un verdadero sentido espiritual y cristiano, llenos de trascendencia, al recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, que hoy de una manera especial la Iglesia no invita a conmemorar. Es lo que llamamos el día de difuntos, pero que hemos de saber vivir desde nuestra esperanza cristiana. No será entonces un solo recuerdo lleno de dolor, aunque esa pena de la separación de nuestros seres queridos siempre la tengamos en el corazón. Es algo más y a lo que tenemos que darle una verdadera profundidad cristiana.
No pensamos los cristianos en los muertos como seres que ya desaparecieron para siempre y que se ven consumidos en la nada. Los cristianos vivimos en una esperanza de resurrección y de vida eterna. Los cristianos damos una trascendencia a nuestra viva que nos hace mirar más allá del umbral de la muerte. Para nosotros quienes han muerto a la realidad de este mundo viven, porque nosotros creemos en la vida eterna porque creemos en la palabra de Jesús.
Se queda envuelta de alguna manera por las sombras del misterio como va a ser esa vida eterna, pero en nuestras ansias y sed de Dios y de plenitud tenemos la esperanza de poder vivir esa plenitud en Dios. Por eso nuestro recuerdo cargado de sentimientos y emociones se hace oración, porque uniéndonos a Dios en nuestra oración de alguna manera nos sentimos unidos a quienes tenemos la esperanza de que vivan en Dios para siempre.
Nuestra oración se hace acción de gracias recordando cuanto de bueno vivimos en este mundo con esos seres queridos que ahora recordamos y cuanto recibimos y aprendimos de ellos. Y nuestra oración se hace también suplica e intercesión porque, sabiendo que todos somos limitados y llenos de debilidades, ahora pedimos el perdón y la misericordia divina sobre esos seres amados para que puedan vivir para siempre esa plenitud en Dios que llamamos cielo.
Nuestro recuerdo y oración se nutre en la esperanza y llena aún más de esperanza nuestra vida, porque ansiamos que un día podemos gozar todos juntos de esa plenitud de Dios en el cielo. ‘Recibelos en tu reino, pedimos a Dios en nuestra oración, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria’.

martes, 1 de noviembre de 2016

Celebramos hoy a todos aquellos que viniendo de la gran tribulación fortalecidos en la sangre del Cordero supieron ser fieles y hoy cantan en el cielo la eterna alabanza del Señor

Celebramos hoy a todos aquellos que viniendo de la gran tribulación fortalecidos en la sangre del Cordero supieron ser fieles y hoy cantan en el cielo la eterna alabanza del Señor

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1 Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a
Hace unos días escuchábamos a uno que se acercaba a Jesús para preguntarle si era muchos o pocos los que se salvaban. Jesús le habla del camino estrecho que hay que seguir y es como de alguna manera recordar todo lo que había hablado a lo largo del Evangelio del Reino de Dios que anunciaba y que se constituía con El.
Me vino a la memoria este texto y esta pregunta que le hacen a Jesús cuando hoy estamos celebrando la fiesta de Todos los Santos y hemos contemplado las descripciones que nos hace el libro del Apocalipsis. ‘Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos’.
Pero siguen las preguntas y la pregunta se escucha en el mismo Apocalipsis. ‘Ésos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?... Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero’.
Los que vienen de la gran tribulación. No es solo una referencia a los mártires, aunque era algo que estaba muy presente en el momento de redactar el Apocalipsis en medio de las múltiples persecuciones que ya sufrían los que creían en Jesús, sino que está refiriéndose, es cierto, a todos los que caminando por este mundo, muchas veces tan complejo, han sabido dar testimonio de su fe, han querido vivir con toda radicalidad el mensaje de Jesús, el mensaje de las Bienaventuranzas.
Camino estrecho, recordábamos antes, del que Jesús les había hablado a sus discípulos en la respuesta que hacia a aquella pregunta. Camino de cruz y de negarse a si mismo, como nos dirá en otras ocasiones. Camino que es camino de amor y cuando hay amor de verdad en nuestros corazones sabremos ponernos siempre a la altura del que sufre, del que lucha, del que quizá pasa necesidad en las múltiples carencias que le da la vida, o del que sabe hacerse pobre porque en solidaridad sabe compartirlo todo con los demás.
Es el camino de los que mantienen su corazón alejado de toda malicia y de toda pasión; es el camino de los que saben mantener la paz en su corazón en medio de un mundo de violencias y con sus gestos, con sus palabras, con las pequeñas cosas que hacen cada día se convierten en verdaderos constructores de la paz; es el camino de los que saben hacerse misericordia porque han sabido poner junto a su corazón a los hermanos que sufren para ofrecer un consuelo, una palabra de aliento, un gesto de verdadera solidaridad, un compartir con los demás lo que son y lo que tienen, aunque tengan que despojarse de si mismos.
Es el camino que muchas veces se hace difícil porque dar testimonio de una fe y de unos valores lo convierte a uno en signo de contradicción con el mundo le rodea, y los signos de contradicción no son aceptados sino más bien rechazados porque se convierten en un testimonio muy fuerte que se enfrenta con lo que viven los que simplemente se dejan llevar por la vida. Así se convertirá en un camino quizá de persecución, pero al que no tememos porque quien va delante de nosotros ha dado testimonio de su amor, de un amor supremo que le ha llevado hasta la cruz.
Esos son los que vienen de la gran tribulación y hoy contemplamos como una multitud incontable en el Reino de los cielos cantando las alabanzas del Señor. Es lo que hoy celebramos, a aquellos que nos han precedido en el camino de la vida dando verdadero testimonio de su fe y de su amor, de su vivencia del evangelio y de seguir el camino de Jesús. Es lo que hoy celebramos, y tendríamos que celebrar también a tantos que en medio nuestro, aunque quizá muchas veces nuestros ojos se cieguen y no sepamos reconocerlos, ahí están también dando ese testimonio, ahí están en medio de la gran tribulación esforzándose cada día por vivir con mayor intensidad lo que es el Reino de Dios y construyendo así un mundo nuevo. 
Son para nosotros testimonio y estimulo, sintiéndonos así impulsados a seguir su ejemplo y a construir cada día ese Reino de Dios; son para nosotros también intercesores que nos alcanzan del Señor esa gracia que necesitamos. A ellos acudimos para que nos ayuden a sentir lo que es la misericordia del Señor en nuestras vidas. No sabemos ser siempre fieles y nuestra vida está llena de debilidades que nos hacen inconstantes en el seguir ese camino y que muchas veces también nos hacen tropezar con el pecado. Que ellos con su intercesión nos alcancen como se pide hoy en la oración liturgia el sentir sobre nosotros la misericordia y el perdón del Señor.

lunes, 31 de octubre de 2016

Unas nuevas pautas para que resplandezca de verdad la generosidad de nuestro amor compartiendo con los que no podrán nunca corresponderte

Unas nuevas pautas para que resplandezca de verdad la generosidad de nuestro amor compartiendo con los que no podrán nunca corresponderte

Filipenses 2,1-4; Sal 130; Lucas 14,12-14

Entra en lo habitual de nuestras relaciones humanas que nos agrade estar con aquellos que son nuestros amigos o personas queridas y que haya una mayor sintonía y una mayor relación con personas cercanas a nosotros en su manera de ser, de pensar o de actuar en la vida. No seria humano, por supuesto, evitar o descartar a quienes no entren en estas características, pero es cierto que con esas personas mantenemos quizá una relación no tan cordial. Forma parte esto de lo que es nuestra convivencia de cada día, nuestra relación con los demás.
Pero aquí aparece sencillamente lo que forma parte de nuestra característica del ser cristiano, seguidor de Jesús; la novedad, por así decirlo, que nos ofrece el evangelio. Es lo que nos dice hoy Jesús. Lo habían invitado a comer en la casa de un fariseo principal; como hemos venido escuchando los fariseos estaban al acecho, pero Jesús estaba también observando lo que iba sucediendo.
Ya había hecho unos comentarios y advertencias en torno al hecho de quienes andaban buscando como fuera sentarse en los primeros y principales puestos de la mesa. Ahora viendo quienes eran los que estaban invitados a aquel convite, los amigos del dueño de la casa como era natural, es cuando nos lanza el mensaje. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos’.
No nos dice Jesús que sea malo el que nos reunamos con nuestros amigos y con aquellos con quienes tenemos unas relaciones más cordiales, pero nos está proponiendo nuevas metas dentro de lo que es el sentido del Reino de Dios donde todos nos sentimos hermanos como miembros de una misma familia. Y es que nuestro corazón tiene que estar abierto a todos, no solo a los cercanos, no solo a los que nos puedan corresponder.
Es por lo que nos da esta pauta. ¿Vas a invitar a alguien a comer? Es una acto de generosidad por tu parte que normalmente se va a ver correspondida por aquellos a quienes invitamos. Claro, cuando pueden hacerlo, cuando están quizá en el mismo nivel que nosotros. Lo que muchas veces hace que nuestras relaciones se convierten en un te doy para que tú me des a mi.  Como nos dice Jesús ‘corresponderán invitándote y quedarás pagado’.
Pero ¿y si nada tienen como podrán corresponder para invitarte a ti de la misma manera? Es aquí donde nuestra generosidad aparecerá más altruista, porque no damos para que nos den. Damos, porque generosamente queremos compartir, damos porque hay un amor generoso y altruista en nuestro corazón. Aunque bien sabemos que la gratitud de los pobres se manifestará de formas bien maravillosas que no irán por correspondencias materiales.
Todo esto va en la onda del sentido del amor del que Jesús nos ha venido hablando largamente en el evangelio, cuando nos habla del amor a los enemigos, de perdón a los que nos ofenden, de la generosidad que siempre ha de haber en nuestro corazón. ¿Por qué amamos? ¿Por  qué somos generosos con los demás para compartir? ¿Dónde tiene que estar la raíz del verdadero amor? 

domingo, 30 de octubre de 2016

Jesús nos está diciendo también hoy ‘baja enseguida, quiero hospedarme en tu casa’, pero seguimos en nuestras alturas o en la higuera de nuestras cobardías

Jesús nos está diciendo también hoy ‘baja enseguida, quiero hospedarme en tu casa’, pero seguimos en nuestras alturas o en la higuera de nuestras cobardías

Sab.11, 23 - 12, 2; Sal 144;  2Tes. 1, 11 - 2, 2; Lc. 19, 1-10
Hay ocasiones en que queremos encontrarnos con alguien, pero al mismo tiempo parece que no queremos encontrarnos. Sí. Hay como ciertos miedos dentro de nosotros. Vemos tantas barreras que nos parece imposible saltarlas; pero si las saltamos, ¿qué nos vamos a encontrar? ¿Tendrá la otra persona también deseo de encontrarse con nosotros? Y vienen los prejuicios, los miedos, las barreras que ponemos que muchas veces decimos que están en los otros, pero que quizá están en nosotros mismos. Necesitamos quizá un empujón, una señal, algo que nos de confianza, que nos haga abrirnos, dar el paso.
Zaqueo quería conocer a Jesús. Era bajo de estatura y era mucha la gente y no podía alcanzar a verlo. Pero ¿era solo eso o era una excusa? Era un recaudador de impuestos, y él bien sabía lo mal mirado que estaba por la gente; los llamaban publicanos, que era como decirles que eran pecadores públicos; tenían fama de ser ladrones y enriquecerse con el dinero de los impuestos que sobrecargaban en su beneficio. Con su baja estatura y él desprecio que sospechaba que la gente le tenía, nadie iba a hacerle sitio para poder ver a Jesús tranquilamente. Sus miedos, sus barreras; no solo las que le ponía la gente, sino las que él mismo se ponía. Pero sentía curiosidad.
Encontró una estrategia, se adelantó y se subió a una higuera; lo vería pasar oculto entre las hojas, nadie se iba a fijar en él, y no tenía que mezclarse con la gente. No se meterían con él. Y allí estaba tranquilo viendo a Jesús que se acercaba, nadie se fijaba en él, pero he aquí que es Jesús el que se detiene ante la higuera y se dirige a él. Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. No se lo creía. Lo había descubierto. Pero es que además se auto invitaba a su casa. No lo esperaba. Pero era su ocasión, podía recibirle en su casa y bajó enseguida y preparó un banquete para Jesús y los discípulos que iban con El.
El encuentro se había realizado. Lo había en cierto modo deseado, no sabía cómo podría realizarse y allí estaba ante Jesús sentado a su mesa. La barrera se había derrumbado. La gente podía hablar lo que quisiera, pero Jesús estaba en su casa.
¿Qué sucedió en aquella comida? El encuentro había sido tan profundo que había llegado la salvación a aquella casa. Y la salvación se estaba haciendo presente en el corazón de Zaqueo. Y desde aquel momento las cosas ya no iban a ser de la misma manera. Las barreras se habían derrumbado pero no era solamente que habían caído los obstáculos para poder ver Zaqueo a Jesús, sino que las barreras habían caído en su corazón.
En medio de todo aquello Zaqueo se había puesto en pie ante Jesús. ‘Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más’. Era su corazón el que estaban dando la vuelta a todo. Se despojaba, restituia en justicia, compartía generosamente con los demás. El dinero que había sido tan importante para él hasta ese momento ahora dejaba de serlo porque había encontrado la verdadera riqueza, el autentico tesoro.
Era Jesús que estaba allí. ‘Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán’, había proclamado Jesús. Zaqueo había abierto de par en par las puertas de su casa para que llegara Jesús, para que llegara la salvación. Nada impedía ya que entrara la salvación a aquella vida. Auténticamente las barreras se habían derrumbado, porque la gracia del Señor había actuado.
Al principio hablábamos de cómo queremos encontrarnos con los demás pero muchas veces nos da miedo. Es la experiencia de la que partimos para este comentario y reflexión. Pero ahora veamos lo de ese encuentro en nuestros deseos de encuentro con Jesús. Tenemos tantas barreras, ponemos en ocasiones tantos obstáculos que arrancan de nosotros mismos.
Deseamos, sí, pero no sé si es que tememos vernos luego cogido por Jesús. Tenemos miedos a las radicalidades, a esas cosas de las que tendríamos quizá que despojarnos, porque sabemos que si nos encontramos de verdad con Jesús las cosas en nuestra vida tienen que ser distintas. Y con mil disculpas, como aquello que era bajo de estatura, vamos dando largas, lo dejamos para otra ocasión, decimos que tenemos que pensárnoslo y no terminamos de abrir nuestras puertas a Cristo.
Jesús nos está diciendo también a nosotros hoy ‘baja enseguida, quiero hospedarme en tu casa’, pero nosotros seguimos en nuestras alturas, en nuestros pedestales o en la higuera de nuestras cobardías porque quizá seguimos ocultándonos, porque quizá tenemos miedo de lo que puedan pensar los demás.
Y no damos la cara, ocultamos tantas veces nuestra fe, o tenemos miedo que conozcan nuestras debilidades. Pero somos humanos y como tales tenemos que presentarnos, como tales tenemos que ir hasta Jesús. Es la gracia la que hará el milagro de transformarnos, pero nosotros tenemos que dejar que Jesús se hospede en nuestra casa, llegue a nuestra vida, entre en nuestro corazón.
¿Podremos decir también después de este encuentro con Jesús y con su palabra ‘hoy ha llegado la salvación a esta casa’, a mi vida?