sábado, 8 de octubre de 2016

Que la Palabra de Dios sea el cimiento sobre el que se edifique nuestra vida, la tierra fecunda donde se hundan nuestra raíces para ser árbol bueno que dé frutos buenos

Que la Palabra de Dios sea el cimiento sobre el que se edifique nuestra vida, la tierra fecunda donde se hundan nuestra raíces para ser árbol bueno que dé frutos buenos

Gálatas 3,22-29; Sal 104;  Lucas 11,27-28

Las gentes se entusiasmaban con Jesús. Era su Palabra con un mensaje claro y lleno de vida, eran los signos que realizaba, era la vida misma de Jesús, su cercanía, sus gestos los que les hacían proclamar que nadie había hablado como El, con su autoridad, con su firmeza y valentía; la esperanza comenzaba a despertar de nuevo en sus corazones porque vislumbraban ese mundo nuevo que El anunciaba y vivir esa paz y en esa comunión entre todos, donde todos se aceptaran, donde nadie fuera mejor ni más poderoso que el que estaba a su lado era algo que en el fondo todos deseaban y con Jesús parecía que todo aquello era posible.
Por eso lo seguían aunque fuera al desierto y descampado; cuando se retiraba a solas para orar lo esperaban o lo buscaban; cuando marchaba de un lugar a otro lo seguían; así se aglomeraban multitudes en torno a El, no le dejaban ni en la casa porque se agolpaban a la puerta de manera que a veces parecía imposible llegar hasta El con los enfermos o los lisiados que le traían para que El los curara. Y El estaba dispuesto a ir a todas partes, y allí donde supiera que había alguien que sufría El estaba dispuesto a ir a estar a su lado, como al paralítico de la piscina, o a la hija de Jairo que estaba en las últimas.
No es extraño, pues, que pudiera surgir aquella voz anónima en medio de la multitud. Una mujer sencilla del pueblo que se entusiasmaba al escucharle y que se acordó de su madre. Qué dichosa tendría que sentirse la madre de Jesús, pensaba aquella mujer en sus adentros, pero no pudo más hasta que gritó para que todos la escucharan. ¡Dichosa la madre que te crió! ‘Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’. Es normal cuando contemplamos la belleza del corazón de una persona, porque vemos sus gestos, vislumbramos sus actitudes, somos testigos de las cosas buenas que hace, de su entrega, de su generosidad, de su compromiso, pensamos en la familia donde fue educado, pensamos en la madre que lo crió y le enseñó tales cosas tan buenas.
Jesús no es que rechace esa alabanza que se hace a su madre. El también estaría dispuesto a decir cosas hermosas de María. Pero Jesús quiere señalarnos la fuente. Porque Jesús quiere decirnos donde tenemos que fundamentar bien nuestra vida, lo que han de ser los verdaderos cimientos de nuestra vida para que luego salga el edificio bello, donde asentar nuestras raíces para que el árbol sea frondoso y nos pueda dar buen fruto.
‘Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Ahí tenemos nuestro cimiento, ahí tenemos nuestra raíz, la Palabra del Señor; pero la Palabra que escuchamos y que plantamos en nuestro corazón; la Palabra que nos llena de vida y nos mueve a la vida; la Palabra que nos transforma, que convierte de verdad nuestro corazón al Señor, la Palabra que nos pone en camino nuevo, en el camino del amor, de la generosidad, de la misericordia, de la compasión y del perdón, de la entrega y del compromiso por los demás, que nos hace tener los ojos abiertos para ver el mundo con ojos nuevos.
Plantemos esa Palabra en nuestro corazón y en nuestra vida. Que como María digamos también que se cumpla, que se realice en nosotros es Palabra de Dios.  

viernes, 7 de octubre de 2016

Con María del Rosario entretejemos la vida con el misterio de Cristo gozoso, crucificado y glorioso



Con María del Rosario entretejemos la vida con el misterio de Cristo gozoso, crucificado y glorioso

Hechos de los apóstoles 1, 12-14; Salmo Lc 1, 46-55; Lucas 1, 26-38

La espiritualidad de una persona manifiesta aquellos valores e ideales que se convierten en metas de su vida y que al mismo tiempo vienen a ser como un motor interior que nos impulsa en nuestro camino, da un sentido y valor a cuanto hacemos y nos hace sentir esa fuerza que necesitamos en la lucha de la vida de cada día. Es el espíritu de nuestra vida, de ahí la palabra espiritualidad.
Y la espiritualidad de un cristiano está toda ella centrada en Cristo, porque es en quien en verdad encontramos ese sentido, esa salvación de nuestra vida. Un cristiano está impregnado del espíritu de Cristo; un cristiano está lleno e inundado del Espíritu de Cristo. Un cristiano, pues, todo lo centra en Cristo. Todo lo que gira en torno al hecho de Cristo y su evangelio a eso nos lleva, han de ser en verdad mediaciones que nos conduzcan a Cristo. Cuanto hacemos, cuanto rezamos, los modelos o ejemplos que tengamos ante nuestros ojos siempre nos han de llevar a Cristo. No nos podemos quedar en ellos, porque entonces en verdad perdería su sentido.
Así María, la madre de Jesús que es también nuestra madre; así la devoción que le tengamos a María, el amor que como hijos a ella le tengamos; nunca María sustituirá a Cristo ni podrá ocupar el lugar de Cristo en nuestra espiritualidad, nunca nuestra devoción a María se puede contraponer con nuestra fe en Cristo. Es más, María siempre querrá llevarnos hasta Cristo. ‘Haced lo que El os diga’, nos dirá a nosotros como a aquellos sirvientes de las bodas de Caná.
Hoy estamos celebrando una fiesta de María que es muy entrañable en el pueblo cristiano. Celebramos a María, Virgen del Rosario. Una fiesta y una devoción a María que va profundamente unida a la oración porque de alguna manera toma su nombre de esa cadena de rosas que son las cuentas del rosario, que son las avemarías que desgranamos en nuestra oración a María.
Y es aquí donde hemos de fijarnos en algo muy importante, yo diría esencial, en esta devoción a María en consonancia con lo que venimos diciendo. El rosario no es solo encadenar esas cincuenta avemarías que como piropos dedicamos a María porque el rosario está encadenado – y válganos bien el sentido de la palabra – con todo el misterio de Cristo. Cada decena de avemarías la llamamos un misterio, porque en cada una de esas decenas mientras nuestros labios desgranan esos piropos a María nuestra mente está embebida en ese misterio de la vida de Cristo al que se hace referencia.
Rezar el santo rosario
no es solo hacer memoria
del gozo, el dolor, la gloria,
de Nazaret al Calvario.
Es el fiel itinerario
de una realidad vivida,
y quedará entretejida,
siguiendo al Cristo gozoso,
crucificado y glorioso,
en el Rosario, la vida.
Son unos versos hechos himno de oración en la liturgia de las horas y creo que nos definen muy bien el sentido del rosario haciéndonos marcar profundamente nuestra espiritualidad en todo el misterio de Cristo. A ello nos conduce María siempre. ‘Quedará entretejida la vida en el rosario siguiendo al Cristo gozoso, crucificado y glorioso’, que decían los versos del himno.
Que así vivamos con intensidad nuestra devoción a María, la Madre del Señor y nuestra madre. Así centremos toda nuestra vida, toda nuestra espiritualidad en el misterio de Cristo. María es esa mediación, Mediadora la llamamos, que nos ayuda a ese encontrarnos con Cristo, a ese impregnarnos de su Espíritu, como ella estuvo llena de Dios e inundada por el Espíritu divino. 

jueves, 6 de octubre de 2016

Busquemos el encuentro profundo con Dios en la sintonía de la oración que será siempre un gozarnos de Dios y de su amor

Busquemos el encuentro profundo con Dios en la sintonía de la oración que será siempre un gozarnos de Dios y de su amor

Gálatas 3,1-5; Sal: Lc 1,69-70.71-72.73-75; Lucas 11,5-13

Los amigos cuando se aprecian de verdad casi no necesitan pedirse el uno al otro cuando tienen alguna necesidad, porque ese mismo aprecio y amistad hará que siempre estemos atentos a lo que puede necesitar el amigo y se lo ofreceremos sin que él nos lo pida. Pero no se manifestará la amistad solamente en atender necesidades sino que habrá una hermosa sintonía en la que se sentirán a gusto el uno con el otro, se harán compañía y habrá una hermosa cercanía entre ambos en cualquier circunstancia que pudieran vivir.
De alguna manera Jesús cuando nos está hablando de la oración está partiendo en cierto modo de esta experiencia de la amistad, aunque llegará a algo aun más hondo porque nos hablará de la relación entre padres e hijos. En uno o en otro caso siempre estaremos atentos el uno al otro y es lo más hermoso simplemente disfrutarán de esa cercanía, de esa confianza, de ese amor.
Así tendría que ser nuestra oración, que no es solo acudir a Dios porque nos sentimos necesitados; es ese sentirnos a gusto con Dios porque nos sentimos amados y nosotros queremos corresponder a ese amor; es ese vivir esa presencia amorosa de quien nos ama y a quien amamos; es sentir la confianza de que nunca nos sentiremos solos ni abandonados, es la seguridad que encontramos en nuestra vida porque sabemos que nunca nos fallará.
Es cierto en la vida buscamos seguridades, queremos tener un apoyo en ese camino que muchas veces pudiera ser turbulento; lo tenemos, es cierto, en la amistad y en la convivencia con los seres que apreciamos y que nos hacen soñar en cosas hermosas; buscamos ese sentirnos fuertes, útiles, con un sentido para el caminar, nos proponemos objetivos, nos trazamos planes, buscamos entrenamientos, tenemos nuestros hobbys que son como estímulos para romper rutinas y vacíos.
Humanamente nos vienen bien todas esas cosas pero muchas de ellas pueden ser efímeras que un día se desvanecerán; por eso queremos algo más que nos trascienda, nos abra a horizontes de plenitud, ponga valores trascendentes en nuestra vida, nos haga soñar con ideales nobles y altos, queremos darle una espiritualidad que sea la raíz y el cimiento de lo que hacemos y de lo que vivimos. Eso lo podemos encontrar en Dios, tenemos la certeza de que lo vamos a encontrar en Dios.
Busquemos a Dios, busquemos un encuentro profundo con Dios. Es la sintonía de la oración, que es encuentro, que es presencia, que es escucha, que será también petición, que será siempre gozarnos en el amor, que será también acción de gracias, que nos hará crecer en nuestra espiritualidad, que nos llenará del conocimiento de Dios y de Dios mismo, que nos hará unos verdaderos amantes de Dios.

miércoles, 5 de octubre de 2016

En el nombre del Señor queremos realizar nuestras tareas pero también con corazón agradecido nos volvemos hacia El para darle gracias

En el nombre del Señor queremos realizar nuestras tareas pero también con corazón agradecido nos volvemos hacia El para darle gracias


En esta sociedad nuestra en que vivimos en que todo son derechos que reclamamos – está bien que respetemos los derechos y la dignidad de todos he de decir para que no me mal interpreten – pareciera, nos da la impresión, que nos creemos siempre merecedores de todo y que nada se nos puede negar. De ahí surge el peligro de que pierdan sentido las palabras gratitud y gratuidad. Como nos sentimos con derecho reclamamos pero lo que es peor no sabemos ser agradecidos, y bien sabemos que es de corazones nobles el ser agradecidos.
En estos días en las redes sociales ví una imagen en la que se decía que hay una serie de palabras que se han perdido en el uso, ‘por favor’, ‘permiso’, ‘gracias’… entre otras. Se nos han caído del uso, no sabemos ser agradecidos, parece como decíamos que todo nos lo merecemos. Tenemos que recuperar ese sentido de gratitud porque también quien nos presta un servicio o nos hace algo que nos agrada lo hace desde la gratuidad. Este seria otro tema, porque parece que todo hay que pagarlo y nada se hace por generosidad gratuita, sin ningún interés.
Y esto que nos sucede en nuestras relaciones humanas, en la relación que con la convivencia tenemos que otras personas, nos sucede también a nivel espiritual. Todos recordamos aquel pasaje del evangelio en que diez leprosos le pedían a Jesús que tuviera compasión de ellos. Jesús los mandó a siguieran los rituales usuales para reincorporarse de nuevo a la comunidad porque ya estaban curados, pero vimos como solo uno de aquellos diez fue capaz de volver hasta Jesús para reconocer que era Jesús el que en su compasión les había curado y para darle las gracias. ‘Los otros nueve ¿dónde están?’ preguntaba Jesús.
En nuestros agobios o en el devenir de nuestra vida día a día acudimos a Dios en nuestra oración pidiendo su ayuda, pero, hemos de preguntarnos, ¿cuántas veces luego nos detenemos a dar gracias a Dios por su presencia de gracia, por la ayuda que recibimos, por el favor que le habíamos pedido y nos ha concedido?
La liturgia de la Iglesia sitúa en el cinco de octubre lo que llama ‘Témporas de Petición y Acción de Gracias’. Témporas, un tiempo especial, situado en estos momentos en que en nuestras costumbres y civilización occidental reiniciamos todas nuestras actividades en total plenitud después del tiempo de descanso del verano. Es también el tiempo de la finalización de la recogida de las cosechas y el comienzo de la preparación de la tierra para una nueva siembra, para unos nuevos trabajos.
Un buen momento para hacer una parada en medio de nuestras actividades para no perder la trascendencia que ha de tener toda nuestra vida y así elevemos al cielo nuestros ojos y nuestro corazón para agradecer al Señor cuando de El recibimos, como para pedir su fuerza y la asistencia de su Espíritu Santo en las tareas que recomenzamos.
Hay un texto muy hermoso del libro del Deuteronomio en que Moisés advierte al pueblo de que cuando lleguen a establecerse en la tierra prometida y comience para ellos la prosperidad después de los siglos de destierro y los años de penurias al atravesar los desiertos no se olviden de Dios. Nos suele suceder, mientras caminamos entre agobios y problemas acudimos a Dios pidiendo su ayuda, cuando nos llegan momentos de prosperidad pronto nos olvidamos de Dios y no sabemos ser agradecidos.
También en nuestras tareas eclesiales estamos en el momento de recomenzar toda la actividad pastoral organizando, trazándonos planes, poniéndonos objetivos, reuniendo a la gente que quiere trabajar apostólicamente o con los que queremos trabajar; es el momento de invocar al Señor porque solo en su nombre queremos echar las redes, porque bien sabemos que cuando lo hacemos sin El todo se puede volver aridez y fracaso. Es la oración que por la Iglesia, por todas las tareas pastorales, por todos aquellos que generosamente ofrecen su tiempo y su vida para trabajar por los demás, para trabajar por el Reino de Dios queremos elevar al Señor con humildad y confianza. 

martes, 4 de octubre de 2016

Necesitamos aprender a encontrar la paz y la serenidad que nos abra a lo bueno que podamos recibir del encuentro con los demás y que además dará trascendencia a nuestra vida

Necesitamos aprender a encontrar la paz y la serenidad que nos abra a lo bueno que podamos recibir del encuentro con los demás y que además dará trascendencia a nuestra vida

Gálatas 1,13-24; Sal 138; Lucas 10, 38-42

Una escena que nos llena de paz y serenidad la que contemplamos hoy en el evangelio. Era el hogar de Betania; allí tres hermanos, Lázaro, Marta, María. Un lugar donde Jesús encontraba descanso y sosiego, en la orilla del camino que desde Jericó subía a Jerusalén; un camino frecuentado por los peregrinos que desde Galilea, bajando por el valle del Jordán para evitar el paso por Samaria donde no eran bien acogidos, hacían para llegar a Jerusalén; un lugar cercano a la ciudad santa donde veremos volver una y otra vez a Jesús a descansar en medio de las tareas de su anuncio del Reino; un momento como el que hoy contemplamos en el evangelio.
Una escena que nos evoca, a mí al menos me sucede así, esos momentos de paz en el hogar con la familia reunida, la madre quizá atareada en las labores de costura o de limpieza, el padre descansando de las tareas del día y echando una mano para remediar alguna necesidad del hogar, los hijos por acá o por allá entretenidos en sus cosas, mientras la conversación discurre placentera comentado los sucesos del día. Y envolviéndolo todo una paz indescriptible, una sensación de hogar, un cariño que se hace palpable y se siente en las miradas, en las palabras, también en los silencios.
Quizá la descripción que he presentado nos pueda sonar a otros tiempos, pero el mensaje que en ello quiero trasmitir es algo que siempre podemos vivir; hagamos unos trabajos u otros, tengamos unos entretenimientos u otros, creo que es necesario saber volver a encontrarnos las personas y ¿qué mejor sitio para aprenderlo que el hogar?
Vivimos en medio de los ajetreos de la vida, pero hemos de saber encontrar lo que es lo mejor, siempre hemos de saber encontrar y saber mantener la paz del espíritu, la paz del encuentro con el otro, la convivencia en la que todos sabemos dar y por eso mismo todos nos vemos enriquecidos con lo de los demás.
Los agobios y los ajetreos tienen el peligro de hacernos egoístas y encerrarnos en nosotros, por eso hemos de saberle dar serenidad a la vida que es al tiempo abrirnos a los demás, como abrirnos a la trascendencia, al misterio.
Saber detenernos, saber escuchar, saber quizá estar momentos sin hacer nada pero que nos lleven a pensar, a reflexionar, a escuchar allá en nuestro interior o a eso hermoso que cualquiera nos pueda trasmitir y que en nuestras prisas y agobios nos perdemos tantas veces. Es una lástima cuantas cosas hermosas pudieran llegar a nuestra vida si viviéramos sin prisas ni agobios para saber detectar eso bueno que hay en los demás y que los demás nos pueden trasmitir.
Busquemos, sí, la mejor parte, y en este caso la que nos abra al misterio de Dios que se quiere hacer presente en nuestra vida y llenarnos de su paz. No vivamos ajetreados sino con paz en el corazón escuchemos a Dios.

lunes, 3 de octubre de 2016

Bajarnos de nuestras cabalgaduras del orgullo para ponernos a la altura del otro nos hace descubrir quien es nuestro prójimo y lo que hemos de hacer para tener vida de verdad

Bajarnos de nuestras cabalgaduras del orgullo para ponernos a la altura del otro nos hace descubrir quien es nuestro prójimo y lo que hemos de hacer para tener vida de verdad

Gálatas 1,6-12; Sal 110; Lucas 10,25-37

‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Es la eterna pregunta. En el evangelio la vemos repetida en otras ocasiones y no solo porque se quisiera poner a prueba a Jesús, como sucede en ocasiones, sino también en quien con buena voluntad llega hasta Jesús querido buscar algo más para su vida.
Al joven rico Jesús le dice de entrada, cumple los mandamientos; hoy a este letrado le pregunta Jesús qué es el lo que lee en la ley del Señor. A la respuesta del letrado respondiendo con las palabras que todo judío devoto se sabía de memoria y repetía muchas veces al día, Jesús le dice ‘haz esto y tendrás la vida’.
¿Queremos heredar la vida eterna? ¿Queremos en verdad buscar en la vida lo que nos lleve a plenitud o, como se dice hoy, a una realización plena de si mismo? Ama con amor de Dios, cumple el mandamiento del Señor. ‘Haz esto y tendrás la vida’, alcanzarás la plenitud de tu existencia, te realizarás plenamente como persona, alcanzarás la vida para siempre, la vida eterna.
Pero siempre queremos justificarnos, siempre parece que estamos buscando como una disculpa, un decir es que yo no lo sabía. El letrado quiere justificarse. ¿Sabrá el quien es el prójimo? Creo que la propia palabra lo dice y no son necesarias muchas ciencias para saber quien es tu prójimo. Pero buscamos disculpas, hacemos distinciones, nos cegamos y no nos queremos mirar sino a nosotros mismos. ¿Será que queremos hacer el camino solo y sin contar con nadie? ¿Será que solo queremos la vida eterna para mi mismo y no me importan los demás? Algunas veces por la manera incluso que vivimos nuestra religiosidad pudiera dar esa impresión.
‘¿Y quién es mi prójimo?’ pregunta el letrado. Ya conocemos la respuesta de Jesús.  Es la parábola que seguramente tantas veces habremos meditado pero que necesitamos una vez más, o quizá muchas veces más, volver a rumiarla allá en el corazón. El hombre maltratado, herido, tirado al borde del camino. Los caminantes que pasan a su lado y no quieren mirar, no quieren enterarse, dan rodeos… el sacerdote que iba con sus prisas al templo, el levita que tendrá que ir también a cumplir sus obligaciones. ¿Qué es lo que estaba primero en aquel momento? ¿Qué era en verdad lo principal?
También nosotros tantas veces tenemos nuestras prisas, tenemos que hacer tantas cosas que no queremos mirar al que está a nuestro lado herido quizá también por muchas cosas y al que habremos puesto al borde del camino, al borde de la vida. Y nos creemos buenos y cumplidores, y hasta muy religiosos, pero nos faltan sentimientos en nuestro corazón, hemos perdido la capacidad de la ternura, de la misericordia, de la compasión para sentir el dolor del hermano que está a nuestro lado. Ya nosotros tenemos con lo nuestro pensamos en tantas ocasiones; ya yo hago alguna cosa buena a los demás y todo tiene su limite y su tiempo, pensamos. ¡Cuántos rodeos damos en la vida, cuantas miradas rehuimos, cuantas veces apresuramos nuestros pasos!
Fue necesario que llegara aquel buen samaritano. También iba a sus cosas, a sus negocios, a sus ocupaciones, pero se detuvo, se  bajó de su cabalgadura y se puso a la altura del que estaba tirado en el suelo. Necesitamos aprender a abajarnos para ponernos de verdad a la altura del otro hermano. Lo curó, lo montó en su cabalgadura, buscó donde pudieran hacer por aquel hombre, puso todo lo suyo a disposición así como se había puesto él. Nos cuesta hacerlo, no sabemos hacerlo, no queremos quizá aprender a hacerlo.
Podíamos seguir haciendo muchas más consideraciones. Pero preguntémonos también nosotros ‘¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’ Pero más bien preguntemos si somos capaces de hacer nosotros también lo mismo.  

domingo, 2 de octubre de 2016

Con la luz de la fe en los caminos oscuros siempre seremos capaces de ver el final porque sentimos que el amor de Dios está en nosotros y con nosotros

Con la luz de la fe en los caminos oscuros siempre seremos capaces de ver el final porque sentimos que el amor de Dios está en nosotros y con nosotros

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1, 6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10
¿Hasta cuando vamos a seguir así? ¿Cómo lo puedo soportar? Todo son problemas, contratiempos, la gente no te entiende, me siento agobiado por todas partes, esto no tiene salida. Algunas veces quizá nos encontramos así; todo nos parece negro, todo son dificultades, parece que todo el mundo está en contra nuestro. Son los problemas de la vida, de la convivencia de cada día con amigos, vecinos o en el propio entorno familiar, problemas que nos encontramos en la familia quizá, problemas en el trabajo, problemas en nosotros mismos que no sabemos cómo afrontar, cómo salir del atolladero.
Y nos sentimos solos; y clamamos al cielo y nos parece que está cerrado para nosotros porque decimos que Dios no nos escucha porque no se resuelven los problemas. Como decía hoy el profeta Habacuc ‘¿hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches?... ¿por qué ve haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?’
Quizá en la descripción de la realidad humana de la que queremos partir en esta reflexión se entremezclen situaciones diversas, pero en unas cosas o en otras en muchas ocasiones nos habremos encontrado. En medio de los problemas nos sentimos turbados, parece que perdemos la paz, y algunas veces parece que se nos tambalea la fe.
‘El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe’, terminaba diciéndonos el profeta. Muchas veces nos aparecen los orgullos, nos creemos autosuficientes, nos sentimos demasiado llenos de nosotros mismos; como decía el profeta ‘tiene el alma hinchada’, nos creemos tan autosuficientes que pensamos que no vamos a necesitar a nadie pero al final todo se nos derrumba. Hemos de hacer aflorar con todo sentido nuestra fe.
Los discípulos de Jesús quizá también se sentían turbados. Veían la seguridad de Jesús, la fuerza con que exponía el mensaje del Reino a pesar de que tuviera mucha oposición enfrente, escuchaban todo lo que Jesús les decía de poner toda su fe y su confianza en Dios, pero ellos seguían sintiéndose inseguros, aunque vislumbraban que Jesús era el Mesías no las tenían todas consigo, querían tener fe y ser capaces de poner toda su confianza en Dios y en las palabras de Jesús, pero seguían apareciendo en su interior aquellas dudas. Por eso acuden a Jesús: ‘Auméntanos la fe’, le piden.
Y Jesús les decía que el que tuviera fe, aunque les pareciera insignificante – y lo compara con el grano de mostaza – puede realizar cosas grandes. Habla de con esa fe ser capaces de arrancar de raíz una morera para plantarla en el mar. Es un ejemplo, una imagen del poder de la fe; no se trata de ir trasplantando árboles de un lado para otro.
Pero sí les está diciendo que quien pone toda su confianza en el Señor no temerá los malos momentos, las tormentas que puedan aparecer en su vida, aquellos nubarrones de los que antes hablábamos que pareciera que nos dejaban indefensos  en medio de tantas tormentas y sin encontrar salida. Quien pone toda su confianza en el Señor nunca se sentirá solo y sin fuerzas, nunca sentirá que la oscuridad inunde su vida para dejarlo ciego en el camino. Hemos de en verdad de convertirnos al Señor, para sentir que El es el único Dios y Señor de nuestra vida que nunca nos deja solos porque es nuestro Padre que nos ama y estará siempre a nuestro lado, y pondrá muchas señales de su presencia junto a nosotros.
‘Señor, auméntanos la fe’, también queremos pedirle nosotros. Que no nos falte, que no se nos enfrié, que se mantenga firme. Es la luz que da sentido a nuestra vida, es la fuerza que nos hace sentir la presencia del Señor, es el viático de nuestro camino.
Una fe que envuelva totalmente nuestra vida, no solo para unos momentos, no solo porque con ella queremos acudir al Señor cuando nos sentimos apurados; es la fe que nos hace gozar de la presencia del Señor; es la fe que nos hace descubrir nuestra pequeñez y nuestra grandeza; pequeños porque como María nos sentimos los siervos del Señor que buscamos siempre su voluntad, grandes porque nos descubre esa dignidad nueva que nade del amor de Dios que nos hace sus hijos porque también queremos vivir en su amor, buscar su voluntad, darle gloria con todo aquello que hagamos.
‘Reaviva el don de Dios’ le decía Pablo a Timoteo. Reavivemos ese don de Dios es nosotros que es nuestra fe que nos hace descubrir el amor para vivir en el amor. ‘Toma parte en los duros trabajos del evangelio’ seguía diciendo el apóstol a su discípulo. La fe nos compromete, la fe no nos adormece, la fe despierta lo mejor de nosotros mismos para darnos por los demás, la fe nos pone en camino, la fe nos hace misioneros porque es una luz que tenemos que trasmitir, que tenemos que contagiar, con la que tenemos que iluminar nuestro mundo.
No tememos los malos momentos, la dificultades, los momentos duros por los que tenemos que pasar porque sabemos que no nos podemos sentir solos, con nosotros está el Señor. Reavivemos la fe en nuestra vida y gocémonos del amor de Dios amando nosotros también.