sábado, 1 de octubre de 2016

Alegría que sentimos en nuestra fe, porque con sencillez y humildad vamos al encuentro del Señor y así abrimos nuestro corazón a Dios

Alegría que sentimos en nuestra fe, porque con sencillez y humildad vamos al encuentro del Señor y así abrimos nuestro corazón a Dios

Job 42,1-3.5-6.12-16; Sal 118;  Lucas 10, 17,24:

¿Mostraremos en verdad los cristianos con nuestro semblante que somos portadores de la alegría más honda y gozosa que un ser humano pueda disfrutar? Y cuando digo semblante, sí, me estoy refiriendo al semblante de nuestro rostro, pero es que el semblante de nuestro rostro no es solo la luz de una sonrisa sino que se va a expresar también en actitudes, en posturas, en maneras de acercarme a los demás, en la forma cómo afronto los problemas de la vida, etc.… Algunas veces los rostros de los cristianos no es eso lo que manifiestan, porque incluso en medio de celebraciones más hermosas pareciera que van llenos de amargura.
Y es que, como decíamos, tenemos todos los mejores motivos para ser las personas más alegres del mundo. Simplemente el hecho de sentirse amado de Dios tenía que hacer que estuviéramos dando saltos de alegría continuamente por donde vayamos. Aquellos saltos que daba la criatura en el seno de Isabel con la visita de María, que en el fondo era la visita de Dios en la presencia de María tendrían que ser los saltos de alegría que viviéramos continuamente los cristianos.
Ya es hora que desterremos esos rostros afligidos que parecen que esas personas fueran portadoras de corazones sin esperanza en tantos que incluso se dicen muy religiosos que parecieran que fueran repartiendo sequedad y amargura allá por donde van. Son cosas incompatibles con nuestra fe, una verdadera religiosidad y una profunda espiritualidad cristiana.
El evangelio que hoy nos ofrece la liturgia es toda una invitación a la alegría. Alegría vemos en los apóstoles que regresan de su misión contentos porque habían podido realizar aquellas mismas señales y signos del Reino que Jesús realizaba mientras hacían el anuncio de la Buena Nueva. Alegría a la que les invita a Jesús sobre todo porque sus nombres van a estar inscritos en el cielo. ‘Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo’, les dice Jesús.
Pero es la alegría del Espíritu que siente Jesús y por lo que da gracias al Padre. Está contemplando Jesús, y un signo está también en lo que cuentan los apóstoles a la vuelta del cumplimiento de su misión, como la Buena Nueva de la Salvación, todos los misterios de Dios se revelan a los pequeños y a los sencillos, a los que son humildes de corazón, y saben ponerse en las manos de Dios. ¿Será la alegría que nosotros sentimos en nuestra fe, porque con sencillez y humildad vamos al encuentro con el Señor y así abrimos nuestro corazón a Dios?
Finalmente Jesús llama dichosos a sus discípulos por lo que pueden ver y contemplar, por todo ese misterio de Dios que se revela y del que ellos pueden dar testimonio. ‘¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron’. Tienen la dicha de estar con Jesús, escucharle, palparle por así decirle, estar a su lado, ser testigo de sus signos de amor. ‘¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!’, les dice. Motivo de alegría, de dicha, de felicidad. Son testigos del amor de Dios que se manifiesta en Jesús.
Pero nosotros somos testigos también, por la fe seremos capaces de ver lo que quizá nuestros ojos de la cara no pueden contemplar, pero sí podemos sentir allá en lo hondo del corazón esa cercanía y ese amor de Dios; con las obras de nuestro amor nosotros también nos convertimos en testigos, pero además haremos posible que otros puedan llegar a conocer y contemplar a Dios. Es lo que hemos de expresar con las obras de nuestra vida, con la alegría de nuestra fe.


viernes, 30 de septiembre de 2016

La queja de Jesús ante la respuesta de aquellas ciudades de Galilea que no daban respuesta es también una interpelación a la respuesta de nuestra vida

La queja de Jesús ante la respuesta de aquellas ciudades de Galilea que no daban respuesta es también una interpelación a la respuesta de nuestra vida

Job 38,1.12-21; 40,3-5; Sal 138; Lucas 10,13-16

‘¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza’. Siempre me ha parecido un texto bastante inquietante, esta queja de Jesús contra aquellas ciudades donde tantos signos había realizado para que se convirtieran al Señor – a continuación menciona también a Cafarnaún -, y ha sido fuertemente interpelante para mi vida. Creo que es una lectura que hemos de hacer de este texto en clave de lo que el Señor ha hecho y sigue haciendo en mi vida y la respuesta que doy a tanto amor del Señor.
La predicación de Jesús anunciando el Reino con palabras y signos se había extendido principalmente por toda la región de Galilea; había establecido como su centro Cafarnaún y probablemente en la casa de Simón Pedro; cercanas estaban Betsaida, la patria de Simón y de Andrés y de alguno de los otros discípulos, y también Corozaín; muchos milagros había realizado en su entorno curando a los enfermos, dando vista a los ciegos, haciendo caminar a los cojos; en las cercanías, en las orillas del lago había realizado el milagro de la multiplicación de los panes, y por allí estaba aquella montaña con su llanura a sus pies donde había desgranado el sermón de las Bienaventuranzas con todo lo que era el ideal de vida a vivir en el Reino nuevo de Dios que anunciaba. Pero también se había encontrado con la indiferencia de muchos que no daban los pasos necesarios de conversión que eran necesarios. De alguna manera Jesús se siente dolido; igual que en Nazaret, su pueblo, donde no había realizado milagros porque no le habían aceptado.
Pero como decíamos ya desde el principio este mensaje del evangelio hemos de escucharlo en clave de nuestra vida. También hemos de saber reconocer cuantas maravillas ha hecho el Señor en nosotros. Cada uno de nosotros tiene su historia, una historia que está llena de momentos enriquecidos con el amor del Señor. También nosotros hemos escuchado una y otra vez el mensaje de las bienaventuranzas, el anuncio del Reino y todo lo que es la Buena Nueva de Jesús; testigos somos, aunque nos cueste reconocerlo, de esa presencia de Dios en nuestra vida que nos ha liberado tantas veces de tantos males en nosotros.
A esto tendríamos que añadir los sacramentos que hemos celebrado y recibido. ¿Cuántas veces nos hemos confesado en la vida derramándose el amor y la misericordia del Señor sobre nosotros? ¿En cuántas Eucaristías hemos participado y recibido la comunión sacramental? Y ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Damos sinceros frutos de conversión en nuestra vida dejándonos transformar por la gracia del Señor?
El evangelio nos interpela, nos hace preguntas, nos plantea una renovación de nuestra vida. No lo podemos escuchar solo como una cosa bonita que nos acuna y adormece, sino que tiene que ser ese espolón que nos pincha allá donde más nos duela y nos quiere hacer despertar. No tengamos miedo a enfrentarnos con sinceridad y valentía al Evangelio dejándonos interpelar por él.


jueves, 29 de septiembre de 2016

Los santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel mensajeros divinos y acompañantes en nuestro camino nos abren al misterio de Dios y con ellos queremos cantar su gloria

Los santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel mensajeros divinos y acompañantes en nuestro camino nos abren al misterio de Dios y con ellos queremos cantar su gloria

Daniel 7,9-10.13-14; Sal 137; Juan 1,47-51

Los ángeles en el cielo cantan la gloria del Señor. Así lo expresamos en cada celebración cuando queremos unirnos a los Ángeles y a los arcángeles y a todos los coros celestiales para cantar por siempre la gloria del Señor, para bendecir con nuestro canto y con nuestra vida el santo nombre del Señor.  ‘Santificado sea tu nombre’ pedimos en la oración que el Señor nos enseñó y queremos santificarlo cantando la gloria del Señor.
Pero los ángeles se convierten para nosotros también en signos de la presencia del Señor que nos acompaña siempre con su gracia. Así, por ejemplo, en el Antiguo Testamento cuando en una visión decían que estaban viendo al Ángel del Señor que se les manifestaba era una expresión para decir cómo sentían esa presencia de Dios en sus vidas. Podemos recordar episodios de la vida de Abraham o de Moisés, pero también lo vemos expresado en otros momentos como fue la aparición de aquellos jueces que Dios suscitaba para conducir al pueblo de Dios en momentos difíciles.
Ya en el Nuevo Testamento veremos como Jesús nos habla de los ángeles que acompañan la vida de los niños, pero que al mismo tiempo están gozando de la visión de Dios, o como se nos manifiesta en el evangelio de esta festividad en la que Jesús le dice a Natanael que veréis a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.
Signos, pues, de la presencia de Dios que nos acompañan en nuestro caminar, inspiran en nuestro corazón todo lo bueno que tendríamos que realizar al tiempo que nos preservan de los peligros que nos pueden acechar en nuestra vida con la fuerza y la gracia de Dios que nos trasmiten. Son para nosotros mensajeros divinos al tiempo que medicina y fortaleza para nuestro caminar; son medicina de Dios que nos hacen llegar la gracia divina que nos preserva de los peligros y del mal.
Es lo que vienen a significar los Arcángeles cuya festividad hoy estamos celebrando. Aunque comúnmente decimos que hoy es día de san Miguel, tras la reforma litúrgica del concilio Vaticano II se unieron en esta fiesta la celebración de los tres Arcángeles que se celebraban en días distintos. Por eso hoy es la fiesta de los santos Arcángeles San Miguel, san Gabriel y san Rafael.
Esos santos Arcángeles que en la Biblia y en especial en el Evangelio se nos manifiestan con especiales misiones divinas con especial relevancia en la historia de nuestra salvación. Será el poderoso san Miguel  que al grito de su nombre ‘¿Quién como Dios?’ lucha contra Lucifer como signo de la victoria sobre el mal. Cuánto puede significar para nuestra vida de lucha contra el maligno que nos tienta.
Será el arcángel san Rafael acompañante de Tobías hijo en los caminos para inspirarle las mejores decisiones que había de tomar para su vida, como medicina de Dios según el mismo significado de su nombre para enseñarle lo que diera de nuevo luz a los ojos ciegos de su padre, y como intercesor que presentaba ante el trono de Dios las súplicas y oraciones de aquellos corazones fervorosos. Ojalá nos dejáramos acompañar y enseñar con sus inspiraciones de los ángeles de Dios que sabemos que tenemos a nuestro lado, aunque nuestros ojos ciegos no los vean, con la confianza de que ellos presentan nuestras suplicas ante el trono de Dios.
Finalmente será el mensajero divina que vino de parte de Dios a anunciarle a Zacarías el nacimiento del precursor del Mesías, pero que se manifestará a María para darle la Buena Noticia de todos esperada de que de sus entrañas virginales nacería el que iba a ser la luz y la salvación del mundo. A Zacarías le costó creer porque solo veía las dificultades de su propia vida pero María supo ser la humilde esclava del Señor para que en ella se plantara la Palabra de Dios para en su encarnación convertirse en el Emmanuel, en el Dios con nosotros. Aunque nos sintamos débiles, instrumentos inútiles y con nuestro corazón manchado sepamos como María abrirnos al misterio divino para también llenarnos de Dios.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Generosidad de corazón para desprendernos de nuestros apegos y reservas, retazos de muerte o desconfianzas que hacen flaquear nuestra disponibilidad para el Reino

Generosidad de corazón para desprendernos de nuestros apegos y reservas, retazos de muerte o desconfianzas que hacen flaquear nuestra disponibilidad para el Reino

Job 9,1-12.14-16; Sal 87; Lucas 9,57-62

‘Mientras iban de camino Jesús y sus discípulos…’ Ahora subían a Jerusalén. Jesús ya había tomado esa decisión sabiendo bien lo que significaba aquella subida a Jerusalén. Pero esa imagen de Jesús y sus discípulos que iban de camino es bien significativa.
Caminaban de un lado para otro por aquellas aldeas y pueblos de Galilea anunciando el Reino. Era el camino de la construcción del Reino; era el camino del seguimiento de Jesús. Ya nos enseñaba Jesús que el discípulo sigue a su maestro, va de camino en pos de su maestro. Así los discípulos de Jesús, así nosotros vamos haciendo también camino con Jesús.
Muchos al paso de su Jesús también se ponen a caminar con El; quieren estar con Jesús, quieren escucharle, quieren disfrutar de sus signos para alabar también al Señor; caminan con Jesús porque ven un camino nuevo, un nuevo sentido, una nueva vida, una nueva esperanza que comienza a rebrotar en los corazones.
Para algunos el camino es ocasional, durante un tiempo, porque han de volver a sus tareas, a sus familias, a sus responsabilidades, pero seguramente regresarán con una nueva luz encendida en sus corazones. Otros le siguen con mayor radicalidad, porque un día dejaron en la orilla del lago sus barcas, o la banca de los negocios o sus ocupaciones  para que otros la ocuparan o siguieran en ese oficio. A esos Jesús les va enseñando pacientemente una y otra vez cuales son las exigencias, lo que significa el Reino ya en la manera de vivir en torno a Jesús desprendidos de todo, con el corazón abierto, con el pensamiento atento al mensaje que Jesús les va trasmitiendo.
Hoy en este camino que Jesús y sus discípulos van haciendo en su subida a Jerusalén tres personas más quieren unirse al grupo de los discípulos para seguir a Jesús. ‘Te seguiré adonde vayas’, le dice uno; el otro es invitado, el tercero también está dispuesto a seguirle. Quieren seguirle pero aun no han entendido bien lo significa dar ese paso. Jesús les hablará de radicalidad en el seguimiento, de pobreza y de disponibilidad total. Seguir a Jesús no es ir a buscar cosas seguras, porque Jesús no tiene ni donde reclinar la cabeza; hasta las fieras del campo tienen sus madrigueras, pero con Jesús todo es distinto. Un día les dirá que han de estar dispuestos a que les reciban o no les reciban cuando lleguen a un lugar a anunciar el Reino; ayer escuchábamos como eran rechazados en algún lugar de Samaria simplemente porque se dirigían a Jerusalén.
Los otros parecen que siguen aun con lazos de la vida antigua, ponen condiciones o piden plazos. Pero el que sigue a Jesús ha de estar dispuesto a ser un hombre nuevo, con una vida nueva en la que no cabe nada de muerte; el que sigue a Jesús ha de tener disponibilidad total para mirar siempre adelante y estar siempre en camino.
Son las exigencias del camino de Jesús, de hacer camino con Jesús. ‘El que vuelve la vista atrás no vale para el Reino’, les dirá. Lo hemos de escuchar nosotros que quizá seguimos con nuestras reservas, nuestras prevenciones, nuestros apegos de los que nos cuesta desprendernos, muchos retazos de muerte aun colgando de nuestra vida, sin poner la confianza total, la disponibilidad total. Jesús quiere contar con nosotros, ¿seremos generosos de corazón para ponernos en disponibilidad total para su seguimiento?

martes, 27 de septiembre de 2016

Nuestra reacción ante la adversidad siempre tiene que ser la de la serenidad y la paz, con la comprensión y el respeto a todos

Nuestra reacción ante la adversidad siempre tiene que ser la de la serenidad y la paz, con la comprensión y el respeto a todos

Job 3,1-3.11-17.20-23; Salmo 87; Lucas 9,51-56

¿Cómo reaccionamos cuando nos aparecen problemas que contrarían nuestra vida, alguien nos lleva la contraria o nos dice no a nuestras aspiraciones, o se opone a nuestros deseos o proyectos?
En nuestra madurez tendríamos que saber que en la vida siempre nos aparecen problemas y habríamos de tener la serenidad suficiente para afrontarlos y no sentirnos contrariados porque las cosas no sean siempre de nuestro gusto; de la misma manera ante la reacción o respuesta negativa que podamos encontrar en los demás hemos de saber ver y respetar las diferencias de opinión o de planteamiento y antes que enfrentarnos tendríamos que saber llegar a un diálogo constructivo donde sepamos aprovechar lo bueno que haya en ambas partes.
Pero reconocemos que no siempre actuamos así, que el diálogo no se hace fácil, que el enfrentamiento nos lleva por un lado a una violencia interior que luego se puede traslucir en las actitudes que tengamos hacia los demás o en nuestras palabras y desgraciadamente muchas veces llegamos hasta la violencia física. Es lo que vemos en las confrontaciones de cada día en la vida social, en las mismas relaciones familiares, en el trato con los amigos con los que fácilmente se llega a rupturas indeseadas, y no digamos nada lo que sucede en la vida política.
Humanamente tendríamos que ser maduros ante estas situaciones diversas que nos encontramos en la sociedad y en el día a día de nuestro encuentro con las personas cercanas a nosotros. Y desde unos sentimientos cristianos hemos de saber poner el bálsamo del amor que nos lleve a la comprensión, al respeto, a la valoración de las personas, y quitar todo atisbo de violencia, de revancha, de resentimientos, de actitudes vengativas, y de todas aquellas reacciones con las que pudiéramos hacer daño a los demás. Clave importante en nuestras relaciones mutuas es la comprensión y también la capacidad del perdón.
Me surgen estas consideraciones desde el breve texto del evangelio que nos ofrece hoy la liturgia. Jesús había decidido ir a Jerusalén; en esta ocasión lo hace atravesando Samaría en lugar de bajar por el valle del Jordán hasta Jericó. Se acercan a un pueblo donde desean pasar la noche y buscan alojamiento; pero como iban a Jerusalén los samaritanos no quisieron recibirlo. Surge la contrariedad.
La reacción de algunos de los apóstoles se llena de violencia al menos en su interior y se vislumbran sus deseos en sus palabras. Quieren poco menos que baje fuego del cielo sobre aquellos que no quisieron recibirlos. Pero ya vemos cual es la actitud de Jesús. El evangelio nos dice que Jesús les regañó y se fueron a otra parte. A la violencia, la serenidad y la paz. Al rechazo, la paciencia y la comprensión. Sin palabras Jesús nos está enseñando.
Es el camino de paz que cada día hemos de ir construyendo. Y no solo hemos de pensar en los grandes conflictos que afligen nuestro mundo, sino en esos pequeños conflictos que nos aparecen en la vida del día a día. Es nuestra madurez humana y nuestra madurez como cristianos; que haya un espíritu fuerte en nuestro corazón para llenarnos siempre de esa paz que tanto necesitamos.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Necesitamos que el evangelio nos recuerde una vez más que el más pequeño es el más importante para que aprendamos a acoger al más humilde que esté a nuestro lado

Necesitamos que el evangelio nos recuerde una vez más que el más pequeño es el más importante para que aprendamos a acoger al más humilde que esté a nuestro lado

Job 1, 6-22; Sal 16; Lucas 9, 46-50

El evangelio es el vademécum de nuestra vida. Sí, lo llevamos con nosotros y en cada momento, en cada circunstancia nos va recordando aquello importante que ha de ser a lo que le demos prioridad en nuestra vida recordándonos las palabras de Jesús que son siempre para nosotros palabras de vida, luz para el camino, viático – el alimento para el camino significa esta palabra - que nos de fuerzas en el caminar.
Cuando decimos evangelio podemos estar pensando en ese librito – qué grande es – en que tenemos reflejadas por los evangelistas los hechos y dichos de Jesús en orden a nuestra salvación. Pero es algo más que un libro, es una vida, es un sentido de nuestro vivir, es la misma persona de Jesús que con nosotros está. El es ese ‘vademecum’ de nuestra vida, nuestro ‘viático’, la verdadera ‘luz’ que nos ilumina.
Como decíamos en cada momento nos va recordando en esas circunstancias de nuestra vida cómo hemos de actuar, lo que nunca podemos olvidar. Nos puede parecer en ocasiones repetitivo, pero repetitiva es nuestra vida, como son nuestros tropiezos o como son los olvidos que algunas veces tenemos.
Tenemos buenos propósitos y deseos, quizá, pero bien sabemos de nuestra inconstancia, de la desgana que muchas veces nos entra, de las rutinas que se nos meten por los entresijos de la vida. Y bien sabemos que el ambiente en muchas ocasiones no nos ayuda, lo que contemplamos en los demás más bien nos estimula hacia un materialismo de la vida, a perder un sentido de espiritualidad, a que vuelvan a rebrotar nuestros orgullos y florezcan fácilmente deseos de grandezas, de poder, de vanidad.
Les pasaba a los discípulos que tan cerca de Jesús estaban. Cuántas veces habían escuchado de labios del maestro que entre ellos no podía suceder como entre los poderosos de este mundo que solo aspiraban a grandezas y a poder manipulando todo lo que estuviera a su alcance con tal de ver satisfechos sus orgullos. Y sin embargo ellos una y otra vez discutían entre ellos quien iba a ser el más importante; no habían terminado de entender el sentido del mesianismo que se encarnaba en Jesús.
Ahora Jesús les propone la imagen de un niño. Qué poco era considerado un niño en aquella época y en aquella cultura; pareciera que no tenia ningún derecho ni dignidad como persona, era ninguneado en todo momento, que aun quedan a veces algunos resabios de esos estilos entre nosotros. Y Jesús les habla de acoger a un niño, porque el que acoge a un niño lo está acogiendo a El.
Acoger al niño en su pequeñez y humildad era el símbolo de cómo hemos de acogernos los unos a los otros y no por las grandezas externas que podamos ver en las personas; es acoger al más pequeño, al más humilde, al pobre y al que sufre, al que nos parece desheredado de todo. Nadie es despreciable para nosotros, porque toda persona cualquiera que sea su condición tiene su dignidad. Y es que como nos dice Jesús ‘el más pequeño es el más importante’.
Por algo nos dirá en otra ocasión que cuando dimos de comer al hambriento le estábamos dando de comer a El, y cuando vestimos al desnudo, y cuando acogimos al forastero, y cuando visitamos al enfermo, y cuando sonreímos al triste, y cuando nos detuvimos a hablar con aquel con quien nadie habla, y cuando entramos en la casa de un pobre, y cuando llevamos alegría al triste poniendo esperanza en su corazón. Acogemos al otro y estamos acogiendo a Jesús.
Lo sabemos, lo hemos aprendido desde siempre, pero Jesús una vez más quiere recordárnoslo, porque en la práctica de la vida fácilmente lo olvidamos.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Transformemos nuestra vida y comenzaremos a transformar nuestro mundo para que sea en verdad el Reino de Dios, el cielo nuevo y la tierra nueva en que reine la justicia y el amor

Transformemos nuestra vida y comenzaremos a transformar nuestro mundo para que sea en verdad el Reino de Dios, el cielo nuevo y la tierra nueva en que reine la justicia y el amor

Amós 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31
‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba’.
Así comienza Jesús la parábola. Una real descripción no solo de cosas que sucedían en tiempos de Jesús, sino una muy cruda descripción de lo que sigue sucediendo en el mundo de hoy. Y no son casos aislados sino que es una realidad muy palpable en nuestra sociedad actual. La pobreza no es una imaginación de mentes exaltadas mientras el lujo y el despilfarro lo vemos cada día en individuos y en el conjunto de nuestra sociedad.
Nos describe la parábola ese abismo al parecer insalvable entre el rico y el pobre. Y no es a posteriori en la situación del más allá de la muerte que luego nos describe, sino es aquel abismo entre la mesa del rico con todos sus lujos y despilfarros y el pobre echado en su portal que parecía que nadie era capaz de ver. Como nos seguía diciendo la parábola solo los perros lamían sus llagas.
Nos cegamos. O no queremos mirar. O volvemos nuestro rostro hacia otro lado que nos pueda parecer más agradable. Que eso nos puede pasar mientras vamos caminando por la calle y alguien está sentado al borde de la acera tendiéndonos la mano y no lo queremos mirar. Es lo que nos puede pasar a cada uno de nosotros con nuestras miradas muy discriminatorias, pero es lo que se puede palpar en nuestra sociedad. Cuantos despilfarros en cosas innecesarias mientras para asuntos sociales se apartan solo unas migajas. Y no digamos ya de quienes se aprovechan, de todo ese mundo de corrupción que hemos creado de mil formas en nuestra sociedad. Aunque quizá algunas veces nos hagamos los caritativos.
Y estas cosas ¿no tienen remedio? ¿no tienen solución? Algunas veces parece que así fuera, porque con qué facilidad nos echamos las culpas los unos a los otros, cuantas veces acusamos al otro pero no nos miramos a nosotros mismos, o nos consolamos diciéndonos que es la crisis que vive nuestra sociedad y de la que tan difícil es salir. Quizá predominan más nuestros egos, nuestras ansias de estar en el candelero o de ostentar el poder antes que sentarnos de verdad a trabajar juntos buscando caminos, buscando soluciones, buscando puntos de encuentro. Miremos que pocas soluciones damos al momento político en que vivimos en nuestra sociedad.
Los cristianos ¿nos podemos quedar tranquilos ante estas situaciones? ¿Nos cruzamos los brazos también y volvemos la mirada hacia otro lado? Hacen falta cristianos valientes y responsables en medio de nuestra sociedad, porque pudiera parecer que no tenemos nada que decir ni nada que hacer. Y nuestra fe nos obliga a un compromiso serio con nuestra sociedad, y nos compromete con esas tremendas desigualdades sociales que se tienen, y nos tiene que impulsar a romper barreras y hacer desaparecer esos abismos que nos separan en nuestro mundo.
No podemos estar esperando milagros celestiales que todo lo resuelvan, que parece que algunas veces en cosas así es en lo que ponemos nuestra fe. La fe que tenemos en Jesús y que compromete nuestra vida con el evangelio y con el Reino de Dios que hemos de construir es algo mucho más profundo y tiene que envolver y dar tinte a toda nuestra vida.
En la parábola el rico desde el abismo pedía a Abraham que enviara a Lázaro a casa de sus hermanos para eso les hiciera cambiar. Pero como se les dice en la parábola ni aunque resucite un muerto van a cambiar, pero que tienen la ley y los profetas, tienen la Escritura santa que ilumine sus vidas para hacerles encontrar ese verdadero camino de una conversión para transformarse ellos y transformar así el mundo en que viven.
Comencemos por ahí, convirtamos nuestra vida, transformemos nuestra vida y así comenzaremos a transformar nuestro mundo; cambiemos de actitudes cerradas, clasistas, discriminatorias, orgullosas, para abrir nuestros ojos y nuestro corazón y comenzar a ver de una manera nueva esa realidad de desigualdades, de pobreza, de injusticia que envuelve nuestro mundo. Seguro que si ponemos esa mirada nueva para ver seriamente al hermano que sufre a nuestro lado no nos vamos a quedar insensibles con los brazos cruzados sino que comenzaremos a poner nuestro granito de arena.
Y será así cómo comenzaremos a transformar nuestro mundo para que sea en verdad el Reino de Dios; ese Reino de Dios en el que no caben desigualdades ni injusticias porque es un reino de verdad y de amor, de justicia y de santidad; es el Reino en que comenzaremos a sentirnos verdaderamente hermanos con lo que comenzaremos a hacer ese cielo nuevo y esa tierra nueva en la que reine la justicia y el amor porque reine Dios.