sábado, 24 de septiembre de 2016

La vida es pascua, porque tiene mucho de dolor, de sufrimiento, de muerte incluso, pero siempre ha de resplandecer la vida

La vida es pascua, porque tiene mucho de dolor, de sufrimiento, de muerte incluso, pero siempre ha de resplandecer la vida

Eclesiastés 11,9–12,8; Sal 89; Lucas 9,43b-45

‘El lenguaje les resultaba oscuro y no le cogían el sentido… les daba miedo preguntarle’. Se sentían de alguna manera desconcertados.
Como nos sentiríamos nosotros si en medio de la euforia de grandes momentos que parecen de triunfo se nos anuncia que todo eso se puede venir abajo, porque vendrán días amargos. Nos cuesta aceptar los vaivenes de la vida. Claro que nos gustaría que todo siempre fuera sobre rosas, pero olvidamos que las rosas tienen espinas; y así se nos vuelve la vida muchas veces.
Nos hacemos proyectos, soñamos cosas hermosas que nos van a venir, nos llenamos de ilusión porque incluso a veces nos parece fácil de encontrar y realizar lo que son nuestros sueños, pero se da vuelta la tortilla, y aparecen obstáculos y dificultades, nos sentimos desconcertados y no sabemos por donde salir, parece que se nos acaban las esperanzas y nos llenamos de frustraciones. No le encontramos sentido a lo que nos sucede y hasta tenemos la tentación de tirar la toalla porque nos puede parecer un sinsentido tanta lucha y tanto esfuerzo para terminar como parece que terminamos tantas veces.
Hemos de saber encontrarle un sentido a la vida y cuanto nos sucede. Hemos de soñar, sí, y ponernos metas y tener ilusión, siempre con esperanza. La vida es pascua, porque tiene mucho de dolor, de sufrimiento, de muerte incluso, pero siempre ha de resplandecer la vida. Nosotros los creyentes miramos a Jesús. Vemos su camino y queremos seguirle aunque nos cueste, porque sabemos que al final habrá vida y habrá resurrección, y que la semilla que plantamos ha de dar su fruto aunque no sepamos cuando ni quizá nosotros lo veamos.
La vida de Jesús fue ese grano de trigo sembrado en tierra para que renaciera una nueva planta, una nueva flor, una nueva vida. El morir del grano de trigo en el surco hace surgir la vida. Como Jesús, como ha de ser nuestra vida también, porque eso en medio de las negruras que podamos encontrar en la vida no perdemos la esperanza, la esperanza de la vida. Con nosotros está Jesús.
Como habíamos comenzado comentando en el texto del evangelio se nos habla de que entre la admiración general por lo que hacia Jesús les anuncia que al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres. No lo entienden. Está hablándoles de su pasión, de su pascua, de lo que va a suceder en Jerusalén. Pero ellos no lo entienden.
Luego más tarde podrán proclamar que en verdad Jesús es el Señor. Que Dios lo resucitó de entre los muertos. Que en Jesús está la verdadera salvación porque no hay otro nombre en el que podamos salvarnos. Es el camino de fe y de esperanza que nosotros hemos de caminar también en medio de esa pascua de nuestra vida, para que aprendamos a sentir que en medio de todos esos contratiempos, de esas luchas, de esos momentos oscuros que nos parecen sin sentido, el Señor llega y pasa por nuestra vida,
El está con nosotros y estando con nosotros tendremos vida, no nos faltará la luz, podremos seguir caminando con esperanza. No sabemos como será al final la salida de ese túnel oscuro de la vida, pero tenemos la certeza de que el Señor no nos abandona. No olvidemos nunca esa presencia de gracia del Señor en todo momento con nosotros.

viernes, 23 de septiembre de 2016

‘Tú, ¿quién dices que soy yo?’ es una pregunta de Jesús a la que hemos de saber dar una respuesta personal con lo que es el sentido de mi vida

‘Tú, ¿quién dices que soy yo?’ es una pregunta de Jesús a la que hemos de saber dar una respuesta personal con lo que es el sentido de mi vida

Eclesiastés 3,1-11; Sal 143;  Lucas 9,18-22

‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Es la pregunta directa que Jesús le hace al grupo de los Doce. Antes les ha pregunta cuál es la opinión de la gente, ¿qué se dice de él? ¿Qué piensan todos aquellos que le rodean, que alguna vez se han tropezado con Jesús, que han escuchado sus palabras o contemplado sus milagros?
Pero se puede transformar y de hecho se transforma cuando hoy escuchamos su Palabra, ‘tú, ¿quién dices que soy yo?’ Es nuestra opinión la que nos está pidiendo Jesús, es lo que nosotros sentimos, yo siento en su presencia, es lo que El significa para mí, lo que Jesús ahora nos está, me está planteando.
Las gentes en la época de Jesús que nos narran los evangelios, aparte de aquellos que se oponían a Jesús y le rechazaban o se sentían incómodos con su presencia, sus signos y su Palabra, se admiraban de sus enseñanzas, reconocían que a nadie habían escuchado hablar como hablaba él con su autoridad, sentían cómo Dios caminaba en medio de ellos porque nadie podía hacer las cosas que Jesús hacía, y terminaban reconociendo que era un gran profeta como aquellos antiguos profetas de la historia de Israel y para algunos era como si el cercano Juan Bautista hubiera vuelto a la vida.
¿Y las gentes de nuestro tiempo qué piensan, qué opinan de Jesús? Muchos pasaran indiferentes ante su figura y de la misma manera que a través de todos los tiempos le rechazarán como rechazarán su doctrina y a quien hoy quiere presentar su mensaje en el rechazo que se hace a la Iglesia de mil maneras y a los cristianos; para muchos quizá seguirá siendo un gran personaje de la historia, reconociendo que de alguna manera habrá influido en la historia de los hombres a través de los siglos, pero quizá sigan viéndolo así como un personaje lejano en el horizonte de los tiempos; muchos quizá lo sentirán más cercano y le llamarán un amigo o le tendrán como un líder que aun sigue diciéndonos cosas a los hombres de nuestro tiempo pues en sus palabras hay un mensaje que nos pueda plantear altos y nobles ideales.
Pero, ¿nos quedamos ahí? ¿No terminamos de vislumbrar tras todo eso un misterio trascendente que nos haga ver de otra manera a Jesús? Es la pregunta que tú y yo tenemos que hacernos, para ver en verdad qué es lo que significa para mi, cómo implica mi vida en algo nuevo, cómo me puede llevar a un compromiso distinto, cómo puede darle una trascendencia más grande a mi vida, cómo puede hacerme levantar la mirada hacia lo alto para descubrir a Dios, para sentir a Dios, para vivir a Dios.
Pedro, que fue el que se adelantó a dar una respuesta personal, dijo de Jesús en aquel momento ‘el Mesías de Dios’. Era mucho lo que Pedro estaba diciendo con estas breves palabras que otro evangelista nos trascribe como reconociéndolo como el Hijo del Dios vivo. Era mucho lo que estaba diciendo Pedro aunque no sé si era consciente del todo del alcance de sus palabras. Pero allí había una hermosa confesión de fe. Aunque Jesús luego le hará comprender que ese Mesías de Dios había de padecer y sufrir hasta una muerte de cruz.
Queremos hacer también nosotros una certera confesión de fe en Jesús porque en verdad lo sintamos como el Mesías de Dios en nuestra vida; porque sintamos en verdad que El lo es todo para nosotros y sin el cual nuestra vida no tendría ningún sentido ni valor. Queremos en verdad reconocerle como nuestro Salvador porque pasó por una muerte de cruz derramando su sangre para el perdón, para perdonarme de mis pecados, pero que en verdad me ha llenado de una vida nueva para vivir para siempre en la gracia y en el amor.
Quisiera expresar y no sé qué palabras emplear que El es la verdadera luz de mi vida, la razón de mis luchas y la fuerza de mi amor; que en Él veo las cosas de forma distinta y aprendo también a tener una mirada nueva hacia aquellos que me rodean con los que voy haciendo el viaje de la vida, sintiendo que somos unos hermanos que caminamos juntos, también con nuestras flaquezas y debilidades, pero sintiendo la fuerza de Jesús.
Busquemos allá en lo más hondo de nosotros mismos, en lo que hacemos y en lo que vivimos, en lo que son nuestros pensamientos y nuestras esperanzas para descubrir y también para compartir con los demás todo lo que Jesús significa para mí, significa para cada uno de nosotros.

jueves, 22 de septiembre de 2016

El deseo del conocimiento de Jesús no sea una mera curiosidad superficial sino una confrontación sincera de nuestra vida con su evangelio

El deseo del conocimiento de Jesús no sea una mera curiosidad superficial sino una confrontación sincera de nuestra vida con su evangelio

Eclesiastés 1,2-11; Sal 89;  Lucas 9,7-9

Dependiendo quizá por una parte de nuestro estado de ánimo, pero por otra parte del estado de nuestra conciencia nos podemos predisponer antes las personas que encontramos en nuestro entorno porque quizá las actitudes o los valores que vemos reflejados en su vida pueden ser un revulsivo para nosotros, para nuestros comportamientos o la manera con que afrontamos o expresamos el sentido de nuestra vida.
Ante ellos se puede suscitar en nosotros rechazo, desprecio quizá, oposición, desconfianza, o quedarnos en una pasajera curiosidad que no llega a más o con la que tratamos de alguna manera manipular, como para ponerlo al servicio de posiciones nuestras con las que tratamos de distraer quizá la atención de lo verdaderamente importante, o para utilizarlas en nuestro divertimiento.
¿Sería algo así lo que le estaba sucediendo a Herodes? Había oído hablar de Jesús, de aquel nuevo profeta que había surgido en Galilea. Y eso le inquietaba, aunque el seguía viviendo su vida con su superficialidad acostumbrada, aunque ya vería la forma cómo lo eludía o quitaría de en medio como había hecho con Juan Bautista. No tenia claro quien era Jesús y lo que podía significar igual que en las gentes que lo escuchaban que también tenían sus confusiones y no lo veían claro.
Que si era Juan Bautista que había vuelto a la vida, que si era Elías que había vuelto a aparecer, que si había surgido un profeta como los antiguos… Pero Herodes sabía que había mandado decapitar al Bautista y su cabeza se había presentado allí en medio de aquel banquete y aquella fiesta para entregársela a Salomé, la hija de Herodías. Pero no las tenía todas consigo porque su conciencia algo le estaba diciendo.
Siente curiosidad por Jesús. Quería conocerlo. Así un día se lo anunciaron incluso a Jesús. Pero ¿cuál era el verdadero deseo de Herodes? Se decía que le agradaba escuchar a Juan y sin embargo le había metido en la cárcel a instigación de Herodías y luego le había mandado decapitar a petición de Salomé en aquella fiesta organizada para diversión de toda su corte. Y sabemos que más tarde también quiso divertirse con Jesús cuando se lo mandaría Pilatos en la Pascua y le pedía que hiciera alguna cosa maravillosa para entretener a todos los presentes.
Pero nos quedamos ahí, en ese desconocimiento de quien era realmente Jesús y esa curiosidad de Herodes. Y nosotros ¿qué? ¿Cuál es el conocimiento que tenemos de Jesús? ¿Cuáles son nuestros deseos de conocerle? ¿Qué repercusión tiene en nuestra vida Jesús, el evangelio, los actos religiosos que realizamos? ¿Serán un entretenimiento cuando no tenemos otra cosa en qué ocuparnos? Muchas veces decimos que vamos a Misa cuando tengamos tiempo porque tenemos tantas cosas que hacer. Cuántos reducen toda su religiosidad a asistir a las fiestas. ¿Cómo se implica nuestra vida con la fe que en Jesús tenemos?
Son preguntas que tenemos que hacernos. Son reflexiones y planteamientos en nuestra vida. Que haya un verdadero deseo de conocer a Jesús. Pero un deseo que se haga concreto en cosas concretas. No de una forma superficial. Que ahondemos en el evangelio. Que confrontemos de verdad nuestra vida con el mensaje de Jesús.
Quitemos miedos. Quitemos prejuicios. No temamos enfrentar nuestra conciencia con los valores del evangelio, con el camino de Jesús. No le demos la espalda porque quizá se tocan heridas concretas de nuestra vida o cicatrices de lo que nos haya sucedido. Vayamos con corazón abierto al encuentro con Jesús.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Todos cualquiera que sea nuestra condición por muy pecadores que seamos somos llamados del Señor y podremos realizar también una labor preciosa de apostolado y misionera como san Mateo

Todos cualquiera que sea nuestra condición por muy pecadores que seamos somos llamados del Señor y podremos realizar también una labor preciosa de apostolado y misionera como san Mateo

Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13

Mateo era publicano, como lo llama hoy el evangelista Leví; era recaudador de impuestos, en el concepto de los letrados y fariseos un pecador; tenían fama los recaudadores de impuestos de ser injustos y enriquecerse a costa de los impuestos que cobraban; por esa condición de recaudadores de impuestos en beneficio de los extranjeros que los dominaban eran despreciados por la gente.
Sin embargo Jesús se detiene ante su mostrador de impuestos para invitarle a seguirle. Jesús viene rompiendo moldes y no se queda en las apariencias; Jesús quiere contar con todos y no hace discriminación en sus llamadas. Un día también allá en Jericó se detendría ante una higuera en la que se había subido para verlo pasar un publicano y se había auto invitado a su casa. Entonces dirá que aquel día llegó la salvación a aquella casa. Zaqueo había respondido y también le había ofrecido una comida, un banquete en que como ahora también estaban los llamados pecadores, los publicanos amigos de Zaqueo, como ahora los amigos de Leví.
Al escuchar la invitación de Jesús se levantó de su mostrador y dejándolo todo se fue con Jesús; como un día hicieran los pescadores de Galilea; como tantos a los que Jesús invitaba y sigue invitando a seguirle; una buena consideración que tendríamos que hacernos también cuando escuchamos la invitación de Jesús, la Palabra de Jesús que abre ante nosotros caminos nuevos.
Por allá están los de siempre juzgando, murmurando, criticando. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ La respuesta está pronta en los labios de Jesús. Era lo que El manifestaba con su vida, con sus obras, con su cercanía, con su amor, el rostro misericordioso de Dios. ‘No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’.
No nos valen solo golpes de pecho, no nos valen costosas ofrendas que nosotros podamos hacer, no nos vale el ya creernos justos y buenos porque somos cumplidores, porque pagamos los diezmos hasta del comino y la hierbabuena, si no tenemos misericordia en el corazón. ‘Misericordia quiero y no sacrificios’.
Esa misericordia en el corazón es la mejor ofrenda, el mejor sacrificio. Esa misericordia que significa doblar nuestro corazón para romper las corazas del orgullo o la autosuficiencia, que nos hace salir de nuestro egoísmo e insolidaridad es el mejor y más valioso sacrificio. Esa aceptación que sepamos hacer de los demás, ese respeto que a todos tengamos para no juzgar a nadie ni hacer condenas de ningún tipo, ese aprender a valor todo lo bueno que hay en los demás alejando de nosotros suspicacias y envidias, ese ir caminando de la mano de todo hermano que vaya a nuestro lado en el camino sin hacer ningún tipo de discriminación es la muestra de la misericordia de Dios de la que hemos empapado nuestro corazón.
Hoy estamos celebrando la fiesta de san Mateo, el apóstol y el evangelista y muchas más consideraciones podríamos hacernos en torno a su figura como apóstol y como autor del primer evangelio. Jesús contó con él a pesar de su condición de publicano y recaudador de impuestos y sería luego el apóstol que nos dejara el primer evangelio. Todos, cualquiera que sea nuestra condición por muy pecadores que seamos, podemos ser llamados por el Señor, somos llamados del Señor y podremos realizar también una labor preciosa de apostolado y misionero; ojalá se acaben tantas discriminaciones que en este campo se puedan seguir dando entre nosotros en la Iglesia.
No olvidamos el hermoso mensaje en el que veníamos reflexionando de cómo a la manera de Jesús hemos de saber llenar e inundar de misericordia nuestro corazón.

martes, 20 de septiembre de 2016

Nuestras actitudes y comportamientos nunca pueden ser un obstáculo para que otros lleguen hasta Jesús

Nuestras actitudes y comportamientos nunca pueden ser un obstáculo para que otros lleguen hasta Jesús

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21

‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Habían intentado llegar hasta Jesús su madre que venía con algunos familiares; bien sabemos que la expresión hermanos en el lenguaje semita tiene la amplitud de abarcar a los familiares más cercanos. No había podido acercarse a Jesús porque el gentío que lo rodeaba lo impedía; por eso algunos de los discípulos le avisan a Jesús.
Algunos piensan que es un desaire de Jesús hacia la familia, cosa que no podemos aceptar, sino que Jesús quiere darnos un mensaje bien hermoso de la nueva familia de los hijos de Dios que El nos viene a constituir. ‘Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra’. Somos la familia de Jesús si aceptamos y escuchamos su Palabra; somos la familia de Jesús cuando en verdad tratamos de reflejar en nuestra vida, en nuestros comportamientos, en nuestras actitudes, en nuestro sentido de vida lo que El quiere trasmitirnos en el evangelio. Un reto que nos está lanzando Jesús a nuestra vida. No basta decir ‘¡Señor, Señor!’ sino que nos es necesario cumplir la voluntad del Padre del cielo, como nos dirá en otro lugar.
Pero al hilo de estas palabras con que le anuncian a Jesús que allí están su madre y sus hermanos que no alcanzan a poder llegar hasta El, me hago otra reflexión. ¿Habrá en nuestro entorno alguien que quiera llegar hasta Jesús y no pueda? En aquella ocasión los mismos que estaban alrededor de Jesús porque querían escucharle y estar con El fueron obstáculo para que alguien también pudiera llegar hasta Jesús, en este caso María y familiares.
Pero quiero reflexionar y plantear y plantearme si acaso los que estamos cerca de Jesús pudiéramos ser obstáculo para que otros puedan llegar hasta Jesús, si acaso yo con mi vida no tan ejemplar pueda ser ese obstáculo para alguien. Nos puede suceder. Quizá nosotros nos podemos sentir muy entusiasmados y contentos con nuestra fe, pero no pensamos en los otros, en los que no conocen a Jesús, aquellos a quienes no se les anuncia, aquellos que están en nuestro entorno y quizá no llegan a ver nuestro testimonio, o aquellos a los que quizá podemos escandalizar con nuestro contra-testimonio.
Somos muy religiosos quizá, nos gusta rezar, asistir a cuantos actos religiosos se organicen en nuestro entorno, acudimos a santuarios del Señor o de la Virgen con asiduidad, no faltamos a una fiesta o a una procesión, pero luego nuestra vida de cada día no va en consonancia con esa fe, nuestros valores dejan mucho que desear porque no entran en verdadera sintonía con el Evangelio. Nuestra vida no es un auténtico testimonio y así nos podemos convertir en un obstáculo para que otros sintonicen con el evangelio, sintonicen con Jesús. Somos interferencia.
Aprendamos de María, la madre de Jesús. María que siempre tuvo abierto su corazón a Dios pero para que se realizara en ella siempre lo que era la voluntad de Dios. ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase, cúmplase en mí según tu palabra’. Y la vemos caminar con su fe siempre al servicio de los demás, en una disponibilidad total, generosa en lo más hondo de su corazón para estar atenta siempre a todas las necesidades, madre implorante e intercesora no por sí sino para los demás. María, la que supo vaciarse de si misma para llenarse de Dios, pero para dar cabida en su corazón a todos los hombres que ahora para siempre serán sus hijos.
¿Serán esas nuestras disposiciones? ¿Será esa la generosidad que inspire el actuar de nuestro corazón y cuanto hagamos en la vida? Así nos convertiremos en trasmisores del Evangelio, así nos convertiremos en un hermoso eslabón para que todos puedan llegar hasta Jesús.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Que al final de cada día puedas dar gracias a Dios porque has sido luz en alguna situación concreta para alguien que lo necesitaba

Que al final de cada día puedas dar gracias a Dios porque has sido luz en alguna situación concreta para alguien que lo necesitaba

 Proverbios 3,27-34; Sal 14; Lucas 8,16-18

La luz no se puede ocultar. Las lámparas están para iluminar. Se han de colocar en el sitio oportuno para que su luz pueda llegar a todos. Es algo elemental. No la encendemos y luego la tapamos; la encendemos y procuraremos acompañarla de todos los reflectores posibles para se vea aumentada esa luz y pueda iluminar mejor a cuantos más mejor.
De eso nos habla Jesús hoy en el evangelio. Y no es que quiera hablarnos de ornamentaciones o cosas así. La imagen que nos propone quiere decirnos muchas cosas. Y es que nos está diciendo que esa luz tiene que estar en nosotros y nosotros con esa luz hemos de iluminar a los demás. Esa luz se nos ha regalado, es una gracia. Esa luz ha llegado a nosotros cuando hemos sido iluminados por Cristo. Esa luz en nosotros nace de nuestra fe y nuestra fe ha de convertirse en ese faro potente de luz que ilumine a los demás. Claramente nos lo dirá en otro lugar. ‘Sois la luz del mundo’.
¿Qué hemos hecho los cristianos con esa luz cuando nuestro mundo sigue en tinieblas? Es cierto que las tinieblas rechazan la luz, como ya nos decía el evangelio de Juan desde el principio; vino la luz y las tinieblas, los que estaban en tinieblas, la rechazaron. Y sabemos bien cuántos en nuestro entorno, en ese mundo en que vivimos rechazan la luz.
Pero también podemos pensar que muchos quizá la rechazan porque no la conocen; muchos rechazan a Jesús porque no conocen a Jesús. Pensemos en cuantos prejuicios tiene la gente de la religión, del evangelio, de Jesús, pero se han creado esos prejuicios porque realmente no lo conocen.
Pero esto tendría que hacernos pensar en lo que hemos hecho de la luz, de la fe, del evangelio, del conocimiento de Jesús quienes ya lo poseemos, quienes hemos sido iluminados. Como decíamos antes, ¿qué hemos hecho los cristianos de la luz? ¿Verdaderamente estaremos iluminando nuestro mundo? ¿Nuestra vida estará reflejando en verdad la luz de Cristo? ¿Acaso nos ocultamos, tenemos miedo de ofrecer la luz, nos da vergüenza el que nos manifestemos como cristianos frente al mundo?
Muchas preguntas quizá que nos surgen allá en nuestro interior pero creo que sinceramente hemos de planteárnoslas. Es el necesario testimonio de vida que hemos de dar; quizá nuestras cobardías, en el encerrarnos en nosotros mismos, el no ser verdaderamente sinceros en nuestros sentimientos y actitudes cristianas haga dudar a muchos, haga que surjan esos prejuicios, tantos lleguen a desconocer esa verdadera luz para sus vidas que tiene que ser Cristo.
Iluminemos nuestro mundo con esa luz de Cristo. Que nuestras vidas sean verdadero reflejo de su luz. Piensa en concreto donde hoy es necesario que tú estés para iluminar con Cristo alguna situación concreta de lo que sucede en tu entorno, ya sea en tu familia, en tu lugar de trabajo o en el ambiente social en el que te muevas. Que cuando llegue la noche puedas dar gracias a Dios porque en alguna situación concreta has podido ser luz para alguien.

domingo, 18 de septiembre de 2016

La responsabilidad con que vivimos nuestra vida nos hace darle el verdadero valor y sentido a las cosas materiales de las que podemos disfrutar en función de los demás

La responsabilidad con que vivimos nuestra vida nos hace darle el verdadero valor y sentido a las cosas materiales de las que podemos disfrutar en función de los demás

Amós 8, 4-7; Sal 112; 1Timoteo 2, 1-8; Lucas 16, 1-13
Nos habla el evangelio en una primera lectura que hagamos del texto de una mala administración de unos bienes, de responsabilidades que se piden, de ganancias interesadas, y en fin de cuentas podríamos decir también que del recto uso que tendríamos que saber hacer de los bienes materiales que poseamos. Un administrador que llevaba una mala administración y al que se le pide cuentas pero al mismo tiempo de una sagacidad para saber salir de la mala situación en la que se podría encontrar tras haber rendido cuentas de su mala administración. Y esa sagacidad merecería una alabanza.
Con que facilidad se nos puede volver turbia la vida cuando no sabemos hacer un recto uso de las cosas materiales de manera que tenemos la tentación de convertir la posesión de las riquezas en un ídolo de nuestra vida que terminará esclavizándonos. Y cuando la vida la vemos desde la óptica de ganancias materiales y de riquezas qué fácil es que se nos endurezca el corazón y nuestras relaciones con los demás se conviertan en una lucha fratricida o en un intento de ponerlo todo a mi servicio.
Es cierto que tenemos que hacer uso de esos bienes porque en fin de cuentas Dios ha puesto ese mundo material en nuestras manos y ya vemos por otra parte en el mismo evangelio cómo se nos dice que hemos de hacer fructificar esos valores que tenemos; podemos recordar la parábola de los talentos que a quien no supo desarrollar y hacer fructificar el talento que se puso en sus manos se le pedirían responsabilidades. Es la responsabilidad con que vivimos nuestra vida, atendemos nuestro trabajo, cumplimos con nuestras obligaciones y buscamos un desarrollo en plenitud de nuestras cualidades y valores. El trabajo en si mismo es algo digno que contribuye al desarrollo de nuestro ser, de nuestras posibilidades y de nuestra vida.
En nuestras relaciones humanas y para poder obtener aquello que necesitamos no solo para la supervivencia sino para una vida digna obtenemos unos frutos de nuestros trabajos. Esos bienes materiales que conseguimos con nuestro trabajo nos servirán para cuanto necesitamos en la vida, para la atención de nuestras responsabilidades materiales, para ese disfrutar también de las cosas bellas de la vida, pero nunca nuestro corazón se puede encerrar en el egoísmo de manera que desoigamos las necesidades o problemas que puedan tener los demás y con los que en justicia también hemos de compartir.
Claro que entendemos que la posesión de esos bienes o esas riquezas, como queramos llamarlo, no es la única finalidad de nuestra vida; no lo podemos convertir en un absoluto porque caeríamos fácilmente en la codicia y la avaricia que nos encierra en nosotros mismos con todas las consecuencias que ello nos traería como antes mencionábamos algunas. Hay quien en su avaricia solo persigue la posesión de riquezas no sabiendo disfrutar de las cosas más bellas de la vida. Podemos recordar aquella parábola que nos habla del que había conseguido grandes cosechas y había agrandado sus graneros y bodegas y pensaba que ya lo tenía todo resuelto, pero le llegó la hora de la verdad con la muerte cuando menos lo pensaba, y ni siquiera de aquello que había conseguido pudo disfrutar.
Ya nos previene Jesús a lo largo del evangelio cuando nos dice lo difícil que les es a los ricos, a los que acaparan dinero o riquezas para sí, entrar en el Reino de Dios. Recordamos aquel joven que, aunque venía con buena voluntad buscando lo que había de hacer para alcanzar la vida eterna, sin embargo en el apego de su corazón a las riquezas no fue capaz de seguir el camino de Jesús. ‘Atesorad tesoros en el cielo…’ nos decía Jesús entonces.
Un sentido que hemos de darle a todo lo que es nuestra vida. El evangelio es luz que nos ilumina, que eleva nuestro espíritu, que nos hace buscar lo que han de ser los verdaderos valores, que nos ayuda a no quedarnos en lo material aunque lo tengamos en las manos cada día, que nos hace descubrir que toda esa riqueza de la creación que Dios ha puesto en nuestras manos no es para que nos la acaparemos solo para nosotros sino que todo está también en función de los demás, que nos impulsa a que vivamos cada momento de nuestra vida y cada una de las cosas en las que tengamos responsabilidad con total intensidad y fidelidad.
Como nos decía hoy Jesús en el evangelio el que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado’. Que todo lo que hagamos, que todo lo que vivimos, lo que son nuestros trabajos y nuestras luchas, como también los momentos de dicha que podemos disfrutar, todo sea siempre para la mayor gloria de Dios.