sábado, 23 de julio de 2016

La paciencia de Dios que nos regala su gracia y espera nuestra respuesta de conversión y buenos frutos

La paciencia de Dios que nos regala su gracia y espera nuestra respuesta de conversión y buenos frutos

Mt. 13, 14-30
‘¿No sembraste buena semilla en tu campo?, ¿de dónde sale esa cizaña?’ Una pregunta que de alguna manera nos hacemos cuando nos vemos envueltos por la maldad de tantos, por los problemas que nos agobian, por el daño que nos hacen o vemos que hacen a tantos, por tanta injusticia y tanto mal. No quisiéramos un mundo así y cuando como creyentes leemos en la Biblia que en la creación se nos repite que todo cuanto fue Dios creando era bueno y al crear al hombre se dice que era muy bueno, surge con angustia y con rabia quizá esa pregunta en nuestro corazón.
La parábola que Jesús hoy nos propone nos habla del hombre que plantó buena semilla en su campo, pero mientras dormía vino un enemigo suyo y planto cizaña. Es cuando surge la pregunta de sus servidores. ‘¿No sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale esa cizaña?’ Quieren arrancarla, como nosotros que queremos arrancar también el mal de nuestro mundo. Y seguramente habremos oído o hemos pensado si Dios es tan poderoso como es que permite el mal, cómo no es que arranca de la vida a esas personas llenas de maldad para que no sigan haciendo daño a los demás.
El mal se convierte en una prueba para nosotros, una prueba para nuestra fe, pero una prueba de donde tenemos que aprender a salir victoriosos porque no nos hemos de dejar cautivar por ese mal; es la tentación que continuamente nos acecha y nos pone en peligro, pero es donde tenemos que ser fuertes para no dejarnos arrastrar por esa tentación.
Pero también nos está manifestando la espera de Dios; sí, Dios sigue esperando que nuestro corazón se convierta; Dios llama a los pecadores a la conversión, como nos llama a nosotros. Cuánta ha sido la paciencia de Dios con nuestra vida; nos ha regalado su gracia, pero hemos de reconocer que no siempre hemos correspondido a la gracia del Señor; hemos de reconocer que seguimos en nuestro pecado y no terminamos de arrancarnos de él, y Dios sigue dándonos su gracia, Dios sigue llamando a las puertas de nuestro corazón para que nos volvamos a El. Podríamos recordar aquella parábola en la que el padre espera pacientemente la vuelta del hijo que se ha marchado y cómo se llena de alegría a su vuelta y hace fiesta porque el hijo perdido ha sido encontrado.
El mal está ahí envolviéndonos en nuestro mundo, pero hemos de reconocer que ese mal también lo tenemos en nosotros; en pequeñas o en grandes cosas no siempre somos fieles, no siempre somos la buena semilla que da buen fruto, y no por eso Dios nos arranca de la vida, sino que espera nuestra vuelta a El. Es lo que nos está enseñando la parábola que siempre nos viene a manifestar lo que es la misericordia y el amor de Dios.
Con los demás quizá somos exigentes, pero luego no lo somos de la misma manera con nosotros mismos. Confiemos más en la gracia del Señor. Transformemos esa cizaña del mal que hemos dejado meter en nuestra vida y comencemos a dar buenos frutos.

viernes, 22 de julio de 2016

María Magdalena que sintió mucho amor en su vida y supo ser la primera misionera de la resurrección

María Magdalena que sintió mucho  amor en su vida y supo ser la primera misionera de la resurrección

Jeremías 3,14-17; Sal.: Jr 31; Juan 20,1.11-18

Celebramos hoy – y con la categoría litúrgica de fiesta tal como lo ha decidido el Papa Francisco recientemente – a María Magdalena; la que estuvo al pie de la cruz de Jesús con María, la Madre de Jesús y otras mujeres; la que le lloró buscándole junto al sepulcro; la que se convirtió en la primera misionera de la resurrección, porque fue la primera que llevó la Buena Noticia a los discípulos encerrados por miedo en el cenáculo.
El evangelista Marcos al darnos referencia de ella nos dice que fue la mujer de la que el Señor expulsó siete demonios. Una mujer pecadora, pero como la otra pecadora de la que se habla en el evangelio, amó mucho, se le perdonaron sus muchos pecados, y siguió amando con toda la intensidad de su corazón.
¡Qué dicha sentirse uno llamado por su nombre en los labios de Jesús! Fue lo que le despertó de nuevo el corazón para hacer que detuviera el río de sus lágrimas y se acabara para siempre la incertidumbre. Había venido al sepulcro porque quería concluir los ritos funerarios con el cuerpo de Jesús que por las prisas de la víspera del sábado en el viernes en la tarde no habían podido completar.
Pero el sepulcro de Jesús estaba vacío y su cuerpo no estaba allí; mientras las otras mujeres corren a dar la noticia de que ha desaparecido el cuerpo de Jesús ella queda llorando a la entrada del sepulcro; no le sirven las palabras de consuelo de los ángeles que ahora custodiaban lo que había sido el sepulcro de Jesús; ella insiste y pregunta a quien quiera que pase por aquel lugar y pensando que era el encargado del huerto pregunta a quien está a su lado pero no reconoce por lo nublados que están sus ojos en el dolor y con las lágrimas.
Si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Con fuerzas se siente incluso en su debilidad para transportar el cuerpo de Jesús muerto. Basta una sola palabra; es su nombre pronunciado por los labios del maestro: ‘¡María!... ¡Rabonni, Maestro!’ No es necesario nada más. La luz ha aparecido de nuevo en su vida; su corazón late con la fuerza del amor; se abraza a los pies de Jesús; recibe el encargo: ‘Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro’.  Y corre misionera de resurrección a anunciar a los discípulos que ha resucitado el Señor y lo que le ha dicho.
Según hemos venido reflexionando con la figura de María Magdalena a quien hoy celebramos habremos querido ir sintiendo en nuestro corazón esa voz del Señor resucitado que a nosotros también nos llama por nuestro nombre. Miramos nuestra vida y la vemos también llena de sombras por nuestra condición pecadora de manera que se nos obnubilan los ojos de nuestro corazón para reconocer la presencia del Señor en nuestra vida. A El suplicamos en nuestras necesidades y desde nuestras sombras pero ya sabemos cuánto amor hemos de poner en nuestra vida y así aparecerá luminosa esa presencia del Señor en nosotros.
Finalmente hemos de saber reconocer su voz y su misión. También hemos de ser misioneros de resurrección y de vida, anunciadores de esa buena nueva de Jesús que es nuestra única salvación. Que nuestro amor nos convierta en signos de Cristo resucitado para el mundo que también necesita su luz.


jueves, 21 de julio de 2016

En la cercanía con Jesús sentándonos a sus pies para escucharle o caminando tras sus huellas podremos ahondar cada día más en el misterio de Cristo

En la cercanía con Jesús sentándonos a sus pies para escucharle o caminando tras sus huellas podremos ahondar cada día más en el misterio de Cristo

Jeremías 2, 1 3. 7 8. 12 13; Sal 35; Mateo 13, 10-17:

Se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas?’ Habían escuchado a Jesús en la orilla del lago que desde la barca les había estado enseñando y les había propuesto diversas parábolas para hablarles del Reino de Dios. Ahora, al llegar a casa, le preguntan. Ellos quieren entender también su significado.
Jesús les dice que les habla en parábolas porque la gente sencilla no le entiende. Ha venido anunciando la llegada del Reino, les ha propuesto todo su estilo y su sentido cuando allá en el monte les había hablado largo y tendido, de muchas maneras les había hablado en la sinagoga o en los caminos y diferentes lugares; ahora les habla en parábolas. Y a los discípulos más cercanos que son los que ahora preguntan les dice: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos les cuesta más entenderlo’.
Los que están cercanos a Jesús pueden comprender mejor los misterios del Reino. Esto es importante y será para nosotros también una exigencia. Pero Jesús quiere que todos puedan comprender los secretos del Reino, el estilo y sentido del Reino de Dios; por eso habla en parábolas; son imágenes que como signos nos hablan, nos ayudan a comprender. Una forma pedagógica de hacernos entender el misterio que hoy seguimos necesitando.
Es hermoso cuando uno visita antiguas catedrales, templos diversos, claustros de monasterios o de las mismas catedrales la catequesis que en imágenes vemos plasmadas con tanto arte en sus paredes, en sus retablos, en el propio sentido de la arquitectura empleada, en los arcos o soportales de los claustros tanto monacales como de las catedrales. Era una forma de enseñar al pueblo que no sabía leer y que entonces no tenían a su alcance los textos escritos a través de aquellas imágenes trasmitirles todo el mensaje del evangelio.
Así hoy las imágenes sagradas de nuestros templos, y sean de Cristo, de la Virgen o de los Santos de nuestra devoción, o las imágenes de la pasión y muerte de Jesús que veneramos especialmente en semana santa siguen siendo esa catequesis plástica para el pueblo sencillo.
No nos quedamos en el arte, sino en lo que con el arte se nos quiere expresar. Y es cierto que para muchos por no recibir quizá la explicación o enseñanza adecuada se puede crear una cierta confusión; se quedan en la imagen, idolatran la imagen, y no les sirve siempre para acercarse verdaderamente a Jesús en quien únicamente podemos encontrar nuestra salvación.
Decíamos antes que las palabras de Jesús nos comprometen y son una exigencia para los que queremos estar más cerca de El. ‘A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos…’ Es la cercanía a Jesús, es el sentarnos como María de Betania a los pies de Jesús para escucharle, es el querer en verdad hacer camino con Jesús como aquellos discípulos que le acompañaban a todas partes, es el sentir esa presencia permanente de Jesús cerca de nuestra vida queriendo llevarle de verdad en nuestro corazón, será nuestra oración encuentro vivo con el Señor y la escucha de su Palabra, será la participación viva y con sentido en nuestras celebraciones las que nos ayudarán a ir penetrando más y más en el misterio de Cristo para seguirle, para vivir de forma autentica nuestra vida cristiana.
Un compromiso, una exigencia, una gracia del Señor para nuestra vida.

miércoles, 20 de julio de 2016

Hoy contemplamos al sembrador, su amor, su ilusión, la esperanza que pone en nosotros cuando siembra la semilla, cuando nos hace llegar el mensaje de la Palabra

Hoy contemplamos al sembrador, su amor, su ilusión, la esperanza que pone en nosotros cuando siembra la semilla, cuando nos hace llegar el mensaje de la Palabra

 Jeremías 1,1.4-10; Sal 70; Mateo 13,1-9

‘Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago’. Acudió mucha gente, se subió a una barca y pasó mucho rato hablándoles en parábolas.
Ahí tenemos al sembrador. Su misión era esparcir la semilla. A voleo como hacían los sembradores para que la semilla llegara a todos aunque sabía que no siembre aquella semilla sembrada iba a producir fruto. Ya lo explica El en la parábola. Pero lo importante era sembrar. Allí estaba en la orilla del lago y ahora se había sentado en la barca para desde allí esparcir la semilla.
Era lo que hacía recorriendo los caminos de Galilea y de todo Israel. Se acercaría también a otros territorios más allá del lago, los gerasenos, más arriba de las fronteras de Israel ya en territorio fenicio, atravesaría Samaria dando la oportunidad a los samaritanos para que lo escucharan y se encontraría con la mujer junto al pozo de Jacob, por los territorios de Judea, Jericó, Betania, Jerusalén.
Se acercaba a todos para hacer llegar la semilla a todos; la gente sencilla que le escuchaba en los caminos o en las orillas del lago; los que acudían los sábados a la Sinagoga o con los que se encontraría en las explanadas del templo; serán los enfermos y los pobres, los más marginados de la sociedad de entonces, ciegos, leprosos, inválidos, ya se encontrasen al borde del camino, en las calles de Jerusalén o en la piscina probática esperando el movimiento del agua; sería a los humildes de corazón o los pecadores, los que le aceptaban y terminarían en alabanzas por sus enseñanzas o los que le rechazaban y tramaban contra él fariseos, saduceos, maestros de la ley o sumos sacerdotes del templo; igual aceptaba la invitación de un fariseo a comer en su casa como comía con publicanos y pecadores con en casa de Leví el publicano.
A todos hacia llegar la semilla. Era el sembrador que sale a sembrar cada mañana la semilla en sus campos. Era el anuncio del Reino al que a todos invitaba. Era la imagen del Padre bueno y lleno de amor que a todos amaba, a todos buscaba, a todos esperaba aunque fueran pecadores.
Bueno es que nos detengamos a contemplar al sembrador. Es cierto que tenemos que fijarnos en el terreno donde va a caer la semilla y tenemos que ser ese terreno bueno y preparado. Ya tendremos oportunidad de detenernos a reflexionar sobre ello cuando escuchemos de Jesús la explicación de la parábola. Hoy contemplamos al sembrador, contemplamos su amor, su ilusión, la esperanza que pone en nosotros cuando siembra la semilla, cuando nos hace llegar el mensaje de la Palabra, cuando nos está invitando a que la recibamos como tierra buena.
Es cierto que hemos de preocuparnos como acogemos esa semilla, pero ¿no sentiremos la urgencia de convertirnos nosotros también en sembradores? ¿No tendremos que ir también esparciendo por el mundo, aunque sabemos que es tan diverso, esa semilla del Evangelio porque es la única salvación para nuestro mundo?
Confieso que esta página del evangelio es la que me motiva a mí a sembrar cada día esa semilla de la palabra en esta página y por este medio. ‘La semilla de cada día’ que me siento urgido a sembrar aunque sé que no soy buen sembrador, pero siento que es una misión que el Señor me ha confiado y espero poder seguir haciéndolo cada día para la gloria del Señor. Doy gracias a Dios por esas personas (muchas veces alrededor de doscientas) que cada día abren esta página; espero que la semilla fructifique en sus corazones. Solo soy un humilde sembrador.

martes, 19 de julio de 2016

Cuando experimentamos en nuestra vida cómo Dios nos ama entramos en una nueva relación con Dios y un nuevo estilo de relación con los demás

Cuando experimentamos en nuestra vida cómo Dios nos ama entramos en una nueva relación con Dios y un nuevo estilo de relación con los demás

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 84; Mateo 12,46-50

Jesús está rodeado de gente, sus discípulos que ya le seguían de más cerca y estaban siempre con El y el resto de la gente que venía a escucharle. Está en su misión, es la Palabra de vida que llena de vida y de luz a cuantos se acercan a El. Está enseñando a la gente.
Un día el había marchado de Nazaret y atrás había quedado su familia más cercana. Se había puesto en camino para anunciar el Reino de Dios, para enseñarnos cual es la nueva familia que entre todos hemos de constituir. En Nazaret estaban los que llamaban sus hermanos, en ese lenguaje semita en que se llama hermano a todo familiar cercano. Ahora aparecen donde estaba Jesús rodeado de gente su madre y sus hermanos; allí está María y están sus parientes, su familia. Le avisan a Jesús. ‘Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo’.
Pero, ¿quiénes son en verdad la familia de Jesús? Este texto del evangelio que hoy se nos presenta en la liturgia en muchos ha producido un cierto desasosiego y confusión; les pudiera parecer un desaire por parte de Jesús hacia su madre y sus familiares pero no es así cómo hemos de entenderlo.
Siempre el evangelio lo leemos y escuchamos en su conjunto y unos textos nos iluminan a otros. Cuando en el evangelio se nos ha querido dejar un mensaje claro de la familia de Nazaret nos ha hablado claramente en la brevedad y concisión del evangelio de la presencia de Jesús en aquel hogar de Nazaret donde vivía sujeto a sus padres, en obediencia con sus padres en aquel hogar donde crecía en edad sabiduría y gracia ante Dios y los hombres.
Ahora el mensaje fundamental es el Reino de Dios que Jesús anuncia y que constituyendo con todos aquellos que escuchan su Palabra y le siguen. Lo llamamos el Reino de Dios como también podríamos decir la familia de Dios, porque nos sentimos hermanos hijos de un mismo Padre, el Dios del cielo. Es lo que ahora Jesús quiere decirnos.
‘¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos? Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’.
Lo importante es descubrir lo que es la voluntad de Dios y cumplirla. Cuando somos capaces de decirle sí a Dios con toda nuestra vida entramos en una relación nueva con Dios porque no solo lo reconocemos como nuestro Dios y Señor sino que además sentimos sobre nosotros su amor de Padre. Y si experimentamos en nuestra vida cómo Dios nos ama entramos en una nueva relación con El, somos los hijos que queremos hacer su voluntad, somos los hijos que ahora aprendemos de verdad lo que son nuestros hermanos, quienes son nuestros hermanos, entramos en la orbita del amor.
Será nuestro distintivo, nuestra manera de ser y de actuar; desde lo más hondo de nosotros mismos somos los hijos del amor, los que nos sentimos envueltos en el amor de Dios y en ese mismo amor queremos envolver a cuantos nos rodean. Somos la familia del amor.

lunes, 18 de julio de 2016

El evangelio es una llamada de amor que nos convierte en testigos de la misericordia para anunciar la paz a nuestro mundo

El evangelio es una llamada de amor que nos convierte en testigos de la misericordia para anunciar la paz a nuestro mundo

Miqueas 6,1-4.6-8; Sal 49; Mateo 12,38-42

El evangelio siempre es una llamada de amor. Es Buena Nueva que nos anuncia amor y con el amor el perdón y la paz. Es Buena Nueva anunciadora de nueva vida y se convierte en llamada a la vida, en llamada de amor. No quiero el Señor para nosotros otra cosa que la vida; por eso nos invita a ir a El, a que pongamos toda nuestra fe en su Palabra, a que convirtamos de verdad nuestro corazón.
Nosotros seguimos quizás encerrados en nosotros mismos, en nuestras dudas, en nuestros caprichos, en estar pidiendo siempre pruebas porque parece que nos cegamos y no somos capaces de descubrir la inmensidad del amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús y que tantas veces se ha hecho presente en nuestra vida; parece que esas cosas las olvidamos. ‘No olvidéis las acciones de Dios’, se nos dice en alguno de los salmos. Si tuviéramos más presente en nuestra vida todas esas maravillas que el Señor ha realizado en nosotros tantas veces, seguro que convertiríamos nuestro corazón a El.
Una vez más, vemos en el evangelio, que vienen pidiéndole signos y señales a Jesús para creer en El. Parecen ciegos que no quieren ver. Tantos signos que Jesús ha ido realizando en los milagros curando enfermos, resucitando muertos, llenando de paz los corazones con el perdón. Y una vez más Jesús, aunque sus palabras nos puedan parecer duras, les recuerda cómo los ninivitas se convirtieron con la palabra del profeta, o como aquella reina del Sur había venido a ver y admirar la Sabiduría de Salomón. Ahora ellos ni veían los milagros ni eran capaces de saborear la Sabiduría de Jesús.
Es una invitación una vez más de Jesús al amor, a la vida, a la conversión. Es la llamada constante que a nosotros también cada día nos hace. Que seamos capaces de saborear la sabiduría del evangelio, que seamos capaces de reconocer las maravillas que continuamente realiza en nosotros. Y respondiendo a esa llamada y a esa invitación nosotros podamos convertirnos también en signos de la misericordia del Señor para los que nos rodean.
Es necesario, sí, que todos lleguen a reconocer y a saborear en sus vidas lo grande que es la misericordia de Dios. Aunque muchos no creen quizá en la misericordia porque su corazón se ha endurecido y ya no saben ni perdonar, sin embargo por otra parte hay ansia de encontrar paz en los corazones aunque haya muchas confusiones en sus vidas o precisamente por eso por tanta confusión como hay.
Y es la misericordia la que nos llena de paz; sentiremos esa paz cuando saboreamos en nosotros esa misericordia que nos manifiesta el amor y el perdón del Señor, pero al mismo tiempo vamos a sentir paz cuando seamos capaces de tener misericordia con el otro ofreciendo generoso perdón, llenando nuestro corazón de comprensión, alejando de nosotros resentimientos que nos harían sufrir. En la misericordia que tengamos con los demás alcanzaremos nosotros también esa paz del corazón. Y tenemos que ser signos de ello con nuestra vida para que todos alcancen a descubrir la misericordia y el amor de Dios y aprendamos a vivir en esa honda de misericordia y de paz.

domingo, 17 de julio de 2016

Acogida, hospitalidad, actitud para el servicio, capacidad de escucha, valores con los que podemos hacer un mundo mejor

Acogida, hospitalidad, actitud para el servicio, capacidad de escucha, valores con los que podemos hacer un mundo mejor

Génesis 18, 1-10ª; Sal 14; Colosenses 1,24-28; Lucas 10, 38-42
‘Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa… y una hermana llamada María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Mientras Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio…’ Eran los amigos de Jesús. Su casa, en Betania al borde del camino que subiendo del valle del Jordán se dirigía a Jerusalén, estaba abierta para dar agua y descanso a los peregrinos que subían a la ciudad santa. Allí encontró Jesús hospitalidad y acogida pues ya hará referencia el evangelio que estando en Jerusalén Jesús se acercaba a Betania.
Una hermosa virtud la de la hospitalidad en la que las gentes que han habitado en lugares inhóspitos tienen unas actitudes y aptitudes especiales. Vemos en la primera lectura la hospitalidad de Abrahán que vivía casi transeúnte en una tienda para acoger a aquellos tres caminantes que hasta él llegaban. Entendemos también el significado teológico que tiene ese momento en el que es el Señor el que llega hasta Abrahán y premia su hospitalidad anunciándoles el nacimiento del hijo tan deseado.
Entra dentro del orden natural de nuestras relaciones de convivencia con aquellos que más cercanos están a nosotros que seamos acogedores y hospitalarios con nuestros amigos o nuestros convecinos; también es cierto que en las circunstancias de desconfianza en que vivimos ya nuestras puertas y ventanas permanecen cerradas de forma habitual frente a aquellos tiempos no tan lejanos en que nuestras puertas estaban siempre abiertas y los vecinos y los amigos entrábamos con toda naturalidad en las casas los unos de los otros.
En nombre de una humanidad verdaderamente solidaria, y más aún desde la fe que tenemos en Jesús y a lo que nos compromete el mandamiento del amor si solo nos preocupáramos en recibir lo que son nuestros amigos y en quienes tenemos confianza creo que nos quedaríamos cortos del verdadero sentido del mandamiento que crea nuestro distintivo cristiano. La acogida verdadera ha de ir más allá de abrir las puertas de nuestra casa a los que ya conocemos y son nuestros amigos. Como nos diría Jesús en otro lugar del evangelio si amáramos solo a los que nos aman ¿qué hacemos de extraordinario?
Primero que nada tendríamos que decir que esa hospitalidad y acogida es algo que hemos de vivir en el día a día en el encuentro, sí, de los que están mas cercanos a nosotros desterrando de nosotros desconfianzas y recelos que de una forma o de otra tantas veces manifestamos en nuestra relación con los otros. Es ir con mirada limpia, quitando prejuicios y olvidando historias pasadas con las que marcamos a las personas tantas veces; no siempre las puertas de nuestro corazón están abiertas para los demás porque vamos poniendo muchas barreras.
A las puertas de nuestra vida nos van llegando muchas personas a las que seguimos mirando como a la distancia porque nos fijamos en su procedencia, consideramos el color de su piel, sospechamos de su condición, ponemos trabas en la sinceridad porque quizá piensan distinto a nosotros, no somos capaces de dar pasos en muchas ocasiones para trabajar codo con codo con los que no conocemos o son de otra opinión por construir una sociedad mejor. Como se dicen ahora les presentamos tarjetas rojas porque con ellos no queremos trabajar, porque no somos capaces de buscar tantas cosas que nos unen, no nos disponemos a concordar tantas cosas buenas en las que podríamos trabajar juntos.
Esto nos sucede en muchos ámbitos y en muchos aspectos, en las relaciones familiares incluso, en nuestro trato con los que están cerca de nosotros, o con los que tendríamos que colaborar en la vida social de nuestras comunidades o nuestros pueblos. Creo que nos entendemos y muchos ejemplos concretos podríamos poner en este sentido.
Como cristianos tenemos que imbuirnos bien de estos valores, cultivar de forma autentica esa acogida y esa hospitalidad con todos porque en verdad tenemos que ser levadura en la masa de nuestra sociedad para crear ese mundo nuevo y mejor.
Como creyentes hemos de saber hacer una lectura creyente de la situación en la que vivimos, y como creyentes ver cual es la semilla que nosotros hemos de plantar. Pero además como creyentes nosotros hemos de saber descubrir en aquel que viene a nuestro encuentro al Señor que viene a nosotros.
Entre otras cosas podríamos recordar aquello que nos dirá el Señor cuando nos presentemos ante El ‘era forastero y peregrino y me acogisteis… porque todo lo que hicisteis a uno de estos pequeños a mi me lo hicisteis…’ Por eso con nuestros ojos de creyentes seremos capaces de ver a Cristo que viene a nosotros en esas personas a las que acogemos, a las que recibimos, para quienes siempre vamos a tener abierto nuestro corazón. Cuántas cosas podríamos decir como consecuencia en este sentido.
Ahí ha de estar la disponibilidad para el servicio que brillaba de manera especial en Marta, pero ha de estar también esa acogida desde el corazón como María para desde el corazón escuchar al Señor que nos habla, y también en la escucha que hagamos a los demás sea quien sea – cuánto nos cuesta escuchar al otro y cuánto tendríamos que reflexionar también sobre esto – sabemos que estamos acogiendo al Señor.