sábado, 16 de abril de 2016

La Palabra de Cristo es nuestra vida y El se hace Eucaristía, alimento y viático de nuestro caminar para que nada nos haga vacilar

La Palabra de Cristo es nuestra vida y El se hace Eucaristía, alimento y viático de nuestro caminar para que nada nos haga vacilar

Hechos 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69

‘¿Esto os hace vacilar?’, les pregunta Jesús viendo que muchos discípulos lo criticaban por lo que les acababa de decir y muchos ya desde entonces lo abandonaron y no quisieron ir más con él; por eso les pregunta también al grupo de los Doce ‘y vosotros, ¿también queréis marcharos?’
Dudan, no terminan de entender sus palabras que les parecen duras, les entra el desaliento porque no era quizá lo que esperaban. Tras momentos de euforia y entusiasmo – allá en el descampado hasta habían querido hacerlo rey – vienen los momentos de la desilusión, del enfriamiento del entusiasmo, de comenzar a ver que las cosas no son como las imaginamos, se vislumbran las dificultades y que la lucha puede ser ardua.
Nos pasa a todos. Tenemos nuestros altibajos, como se suele decir. Y cualquier cosa quizá que nos pueda contrariar nos enfría los entusiasmos y tenemos la tentación del abandono, de la huida porque quizá nos parece lo más fácil. Es en muchos aspectos; en el campo de nuestras responsabilidades; cuando adquirimos unos compromisos concretos con los que estábamos entusiasmados; cuando nos sentimos fracasados quizá en nuestros propósitos o en nuestros ideales; cuando se nos hace difícil y pesada la tarea, por ejemplo, en los padres de la educación de los hijos con tantas cosas enfrente con que nos encontramos que influyen en ellos; cuando los derroteros de la sociedad no van por lo que a nosotros nos hubiera gustado y hay muchas ideologías o muchas formas de pensar; en el compromiso de nuestra vida cristiana de cada día. Cada uno vemos nuestros desalientos, nuestras tentaciones al abandono.
Los discípulos se quedan dudando ante las preguntas de Jesús. ‘¿Esto os hace vacilar? ¿También vosotros queréis marcharos?’ Pero allí está Pedro con sus impulsos de amor. Quizá él tampoco termine de comprender las palabras de Jesús, pero un día se había decidido a seguirle dejándolo todo, cuando sintió además su pequeñez y su pobreza, su debilidad y lo que él consideraba su indignidad, y ahora estaba dispuesto también a estar con Jesús, fuera como fuera. Además la Palabra de Jesús le llegaba dentro. Ahora mismo el Maestro había dicho ‘mis palabras son espíritu y vida’, ¿cómo había de responder él? ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’.
Es el impulso de fe y de amor que no nos puede faltar. Dudamos, tenemos miedos, nos acobardamos, nos cuesta seguir adelante en la vida, se nos hace difícil la lucha, pero sabemos de quien nos fiamos, sabemos en quien confiamos. Tiene que crecer continuamente nuestra fe y nuestra confianza. Podemos porque el Señor está con nosotros. Mantenemos firmes nuestra fe porque en su Palabra encontramos vida. Seguimos adelante en la lucha de nuestra vida cristiana porque sabemos muy bien que El es nuestro alimento y nuestra fuerza. Para eso se ha hecho Eucaristía, Pan de vida eterna, alimento y fuerza de nuestra vida. 

viernes, 15 de abril de 2016

Comulgar, comer a Cristo es hacer que El viva en nosotros y nosotros vivamos en El y eso sea en verdad para siempre

Comulgar, comer a Cristo es hacer que El viva en nosotros y nosotros vivamos en El y eso sea en verdad para siempre

Hechos  9, 1-20; Sal 116; Juan 6, 52-59

‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’,  se preguntaban los judíos. No entendían las palabras de Jesús. Como dirán luego esta doctrina es dura y difícil. Pero de alguna manera es la pregunta que se pueden hacer tantos en nuestro entorno. Seamos sinceros con nosotros mismos. ¿De verdad todos los que a nuestro alrededor se llaman incluso cristianos y católicos creen que comemos a Cristo cuando comulgamos, en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía? Reconozcamos que para muchos es simplemente un rito pero no es nunca esa presencia real y verdadera del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Pero vayamos a las palabras de Jesús y del evangelio. Jesús les había hablado de que El era el verdadero Pan bajado del cielo y que quien lo coma tendrá vida para siempre. Había terminado diciéndoles ‘y el pan que yo os daré es mi carne, para la vida del mundo’. Fue entonces la reacción de los que le escuchaban.
Es algo que tenemos que comprender muy bien. Hemos venido diciendo con las palabras de Jesús que El es nuestra verdadera vida, la verdad que da sentido a nuestro ser y nuestro vivir y cómo hemos de poner toda nuestra fe en El. Y poner nuestra fe en Jesús no es algo teórico o meramente intelectual, sino que tiene que hacerse verdaderamente vital en nosotros. Es asumir su vida, llenarnos de su verdad para que sea nuestra única verdad. Su camino es nuestro el único camino que nos conducirá a la plenitud. Por eso nos dice que así tendremos vida para siempre.
Cuando nos alimentamos ese alimento que comemos se transforma en nosotros en esa energía que nos da vida, que nos mantiene la vida; es el alimento el que se transforma para nuestro vivir. Pero cuando comemos a Cristo, nos alimentamos de Cristo, Pan de Vida, quienes se transforman somos nosotros. Comemos a Cristo y nos transformamos en Cristo para vivir su misma vida.
Por eso nos dirá Jesús hoy, ‘el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él’. Vivimos en Cristo porque es su vida la que ya vivimos. ‘El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí… el que come de este pan vivirá para siempre’.
Son hermosas estas palabras de Jesús. No creemos en El y le mantenemos aparte de nuestra vida; cuando creemos en El y le comemos, El viene a habitar en nosotros, nosotros habitamos en El. ¿Queremos más hermosa comunión? Y quien vive en Dios, quien vive en Cristo ya no sabe lo que es morir, porque Cristo vive para siempre y nosotros estamos participando de su vida.
Unión maravillosa la que podemos vivir en Cristo. Así tenemos que pensar que sentido más hondo tenemos que darle a nuestras comuniones. Comulgar, comer a Cristo no es cualquier cosa, porque es vivir su vida, es hacer que El viva en nosotros y nosotros vivamos en El y eso sea en verdad para siempre. De ahí entonces la fuerza que recibimos, la gracia como decimos, que nos hará mantenernos fieles en nuestras luchas, que nos hará seguir fielmente su camino, que nos ayudará a superar el mal para vivir siempre en su gracia, en su amistad, en su vida.
Qué lástima que no vivamos siempre así nuestras comuniones, todo el misterio de la Eucaristía. Qué lástima que haya tantos que no hayan llegado a comprender plenamente, como reconocíamos al principio, todo el misterio de amor que es la Eucaristía.

jueves, 14 de abril de 2016

Comer a Jesús que es llenarnos de su vida… es encontrar todo lo que verdaderamente nos va a dar plenitud… vivir los valores nuevos del Reino… llenarnos de vida para siempre

Comer a Jesús que es llenarnos de su vida… es encontrar todo lo que verdaderamente nos va a dar plenitud… vivir los valores nuevos del Reino… llenarnos de vida para siempre

Hechos 8, 26-40; Sal 65; Juan 6,44-51

Todos queremos la vida; todos queremos vivir, y vivir de la mejor forma, y que no se nos acabe la vida. ¿No es cierto que de algún modo temamos la muerte? ¿No es cierto que todos deseamos una vida plena y feliz y que no se acabe? Aunque luego muchas veces no seamos capaces de buscar lo que da verdadera plenitud y felicidad; son las tentaciones que tenemos, y quizá nos apegamos a lo que no es tan importante, lo que realmente no nos da una felicidad plena. Pero deseamos en el fondo darle una verdadera trascendencia a nuestra vida, tenemos ansias de algo que en verdad nos llene para siempre, cuando andamos en medio de tantas cosas efímeras y caducas tras las que se nos va el corazón aunque al final nos demos cuenta que eso no merecía la pena.
La fe levanta nuestro espíritu; la fe nos hace vislumbrar eso que da verdadera plenitud al hombre; la fe le da alas al espíritu y nos hace soñar con cosas grandes; la fe nos ayuda a descubrir que esos sueños son posibles, porque pone metas altas en nuestra vida, nos hace encontrar los verdaderos valores que en verdad nos llenen por dentro. No podemos ver la fe como algo que coarte nuestra libertad, ponga límites a nuestra vida, sino todo lo contrario, porque la fe nos abre a cosas grandes. La fe no son limitaciones, sino apertura a la verdadera y más grandiosa libertad.
Es lo que nos ofrece Jesús. Pero tenemos que escucharle, saber escucharle con un corazón liberado, con un corazón que sea capaz de soñar y de abrirse a cosas grandes. Escucharle sin predisposiciones previas – valga la redundancia – con una apertura grande a esa novedad que quiere ofrecernos Jesús para nuestra vida. Muchas veces tenemos el peligro o la tentación de escuchar a Jesús con ideas preconcebidas. Tenemos que abrirnos a lo nuevo y descubriremos por qué caminos más hermosos nos hace transitar Jesús cuando en verdad ponemos fe en El y en su palabra.
Una necesaria apertura y sabernos dejar guiar. Hoy nos ha dicho ‘Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado’. Es el Espíritu divino el que nos conducirá a Jesús y nos hará comprender bien las palabras de Jesús. Y nos promete que cuando ponemos nuestra fe en El nos dará vida para siempre. ‘Y yo lo resucitaré el último día’. 
Nos promete Jesús un alimento que nos haga tener esa vida para siempre. No es un alimento cualquiera. Siguiendo con la comparación de lo que antes los judíos le habían dicho que Moisés les había dado un pan del cielo allá en el desierto, ahora les explica Jesús cual es ese verdadero pan del cielo.  ‘Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre’.
El nos va a ofrecer ese pan de vida y de vida eterna. El nos va a ofrecer el verdadero pan bajado del cielo que es El mismo. ‘Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo para que el hombre coma de él y no muera…’ les dice.  ‘Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’. Tenemos que comer a Jesús y tendremos vida para siempre. Comer a Jesús que es llenarnos de su vida; comer a Jesús que es encontrar todo eso que verdaderamente nos va a dar plenitud; comer a Jesús que es vivir esos valores que El nos enseña que constituyen el Reino de Dios; comer a Jesús que es vivir su evangelio, esa Buena Nueva de salvación que nos anuncia y nos regala; comer a Jesús nos llena de la vida que dura para siempre.
Cuando sacramentalmente comemos a Jesús, comulgamos, es todo esto lo que estamos comiendo, comulgando, para llenarnos de su vida, para vivir para siempre. Tendremos vida nosotros y estaremos así también dando vida al mundo.


miércoles, 13 de abril de 2016

Nos ofrece Jesús el Pan de vida eterna que nos saciará para siempre y dará plenitud de sentido a cuanto hacemos y vivimos

Nos ofrece Jesús el Pan de vida eterna que nos saciará para siempre y dará plenitud de sentido a cuanto hacemos y vivimos

Hechos 8, l-8; Sal 65; Juan 6, 35-40

Hay panes que por mucho que comamos no nos sentimos saciados nunca. Claro que podemos entender esto que estoy diciendo y no refiriéndonos simplemente al pan o la comida material. Hablar aquí y ahora de pan es referirnos a tantas propuestas que se nos ofrecen de un lado y de otro, tantos caminos que nos dicen que nos conducen a la felicidad, tantas ideas o pensamientos que se nos ofrecen como la ultima solución a todos los problemas. No todo nos satisface por muy adornado que se nos presente. Tantas cosas que son efímeras y caducas cuando en el fondo de nosotros mismos ansiamos algo que nos llene de plenitud. ¿Dónde podemos encontrarlo? ¿Quién nos puede ofrecer realmente algo que dé plenitud a nuestra vida?
Hoy Jesús en el evangelio nos dice que El sí puede darnos un pan que nos sacie plenamente. Los judíos que le escuchaban y que había comido en la tarde anterior aquel pan multiplicado milagrosamente allá en el descampado, como se habían visto sin panes, estaban pidiéndole que les diera siempre de ese pan. ¿Así no tendrían que trabajar porque ya tenían resuelto el tema de la comida para siempre? Pero no era eso precisamente lo que Jesús quería ofrecerles.
Aquello sucedido en el desierto era una señal, un signo de lo nuevo que Jesús quería ofrecernos para su vida. En verdad Jesús sí quiere llenar nuestra vida de plenitud. Para eso se nos ofrece El mismo, comerle a El era en verdad aceptarle y creer en El, comerle a El era en verdad llenarnos del sentido de su vida que nos introduciría por caminos nuevos de resurrección y de vida para siempre, comerle a El era llenarnos de su vida.
Solemos decir que comulgamos con alguien cuando estamos totalmente de acuerdo con él, con sus ideas y su pensamiento, con su manera de actuar y de hacer las cosas, con el sentido que él le da a su vida. Cristo nos invita a que le comamos porque para eso El se hace pan de vida, para que comiéndole no tengamos hambre nunca más, para que comiéndole y llenándonos de su vida tengamos vida para siempre, para que comiéndole ya para siempre nuestro vivir sea el de Cristo, nuestro pensamiento, nuestro actuar, nuestra manera de ser esté ya para siempre empapado del sentido de Cristo.
Escuchemos directamente las palabras de Jesús y rumiémoslas en nuestro corazón. ‘o soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed…’ Nos pide Jesús que creamos en El, que pongamos toda nuestra fe El, nos confiemos de su Palabra y actuemos en consecuencia. ‘Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’, nos viene a decir.
Busquemos a Jesús porque en verdad queremos vivirle; busquemos a Jesús y que cada día lo conozcamos más, nos impregnemos de su palabra; busquemos a Jesús para caminar a su paso, para realizar sus mismas obras, para tener la certeza de que en El tendremos vida para siempre. En El nunca nos sentiremos defraudados. Comiendo de su pan nos sentiremos en verdad saciados para siempre porque nos llenamos de vida eterna. 

martes, 12 de abril de 2016

Tenemos muchas razones para creer en Jesús y querer alimentarnos de su Sabiduría divina que nos conduce a la verdad plena

Tenemos muchas razones para creer en Jesús y querer alimentarnos de su Sabiduría divina que nos conduce a la verdad plena

Hechos 7, 51-59; Sal 30; Juan 6, 30-35

¿Y por qué vamos a creer en ti? Algo así es lo que le responden a Jesús los judíos allá en Cafarnaún. Como nos sucede a nosotros en tantas ocasiones. Alguien quiere convencernos de algo de lo que nosotros no estamos muy seguros o no vemos claro, y de alguna manera así respondemos también. Queremos razones que nos convenzan sobre todo cuando se nos presentan ideas que parece que pueden cambiar nuestra manera de ver las cosas, o cuando estamos muy aferrados a lo que siempre hemos pensado o es nuestra propia tradición.
Jesús venía proponiéndoles muchas cosas en las que tendrían que cambiar sus maneras de pensar y de actuar. Desde la misma presentación de si mismo o desde lo que eran las expectativas de lo que les habían trasmitido que habría de ser el Mesías. Jesús había sido claro desde el principio porque les decía que para aceptar la Buena Noticia que El los ofrecía del Reino de Dios había que realizar un cambio profundo en sus vidas; les hablaba de conversión. Y dejar atrás nuestras maneras de pensar o la manera como hasta entonces hacíamos las cosas no era cosa fácil.
Ahora les dice que tienen que poner toda su fe en El. Les había dicho que lo que Dios quería era que creyeran en su enviado, que creyeran en El. Por eso reaccionan, ¿por qué hemos de creer en ti? Y ellos le recuerdan que si habían creído en Moisés es porque Moisés les había dado de comer en el desierto un pan bajado del cielo. Claro que eso era además reducir mucho las cosas, porque Moisés había sido líder del pueblo judío desde toda su lucha por liberarlos de Egipto y hacerlos atravesar el Mar Rojo, como el Señor le había confiado en aquella misión. Pero, diríamos que ahora van por lo fácil en su discusión con Jesús.
Os aseguro, les dice Jesús, que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo’. Hemos de saber descubrir la acción de Dios. Igual que aquel pan multiplicado que en el día anterior habían comido en el descampado, no se podía quedar en el milagro de saciar momentáneamente el hambre que entonces podían comer. Habían de descubrir el signo, la señal que Dios les estaba dando. Aquel pan multiplicado milagrosamente era un signo de lo nuevo que en Jesús habían de encontrar.
En Jesús habían de saber descubrir ese sentido nuevo de la vida y de las cosas, ese sentido del nuevo Reino de Dios que Jesús anunciaba. Era, pues, necesario creer en Jesús. Jesús viene a revelarles la plenitud de la verdad, Jesús viene a ofrecerles la verdadera sabiduría que viene de Dios, Jesús nos quiere regalar su vida y para eso se hace pan. Es la gran revelación que Jesús les está haciendo. ‘Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’. En Jesús vamos a encontrar esa verdad que nos va a saciar plenamente desde lo más hondo de nosotros mismos.
Aquellos judíos, no sé si muy conscientemente de lo que decían, le pedían a Jesús: ‘Señor, danos siempre de ese pan’. Quizá pensaban solo en el pan material que saciara sus estómagos, porque aun no habían terminado de comprender el signo. Nosotros sí podemos de una forma más consciente pedirle a Jesús que nos dé siempre de ese pan, porque así deseamos alcanzar esa sabiduría de Dios.

lunes, 11 de abril de 2016

Cuando vayamos a Jesús busquemos lo que en verdad El quiere darnos, lo que va a ser el verdadero motor de nuestra vida y nos llenará de luz y de sentido.

Cuando vayamos a Jesús busquemos lo que en verdad El quiere darnos, lo que va a ser el verdadero motor de nuestra vida y nos llenará de luz y de sentido.

Hechos 6, 8-15; Sal 118; Juan 6,22-29

‘Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús’. Fueron en busca de Jesús. Cuando lo encuentren Jesús les hará pensar en cuales serían las buenas razones para buscarle.
La búsqueda es algo connatural a la vida de todo ser humano, de todo ser viviente, podríamos decir también. Buscamos porque queremos conocer, queremos saber, queremos tener. Buscamos y no solo lo material, sino que en nuestra búsqueda nos interrogamos sobre nosotros mismos, buscamos el sentido y el valor de lo que somos, de lo que vivimos, de adonde vamos, las metas o los ideales de la vida por lo que luchamos. Y en esa búsqueda queremos siempre algo mejor. Forma parte del crecimiento de la persona y yo me atrevería a decir que cuando ya no deseamos nada, nada buscamos o nada queremos, de alguna manera dejamos de vivir, porque parecería que ya la vida no tiene sentido.
¿Qué buscamos nosotros en la vida? ¿Buscaremos en verdad algo que nos dé sentido, que nos llene de plenitud, que dé trascendencia a nuestra vida? ¿Acaso nos contentamos solo con lo material, lo terreno, lo inmediato? ¿Nos habremos cansado y ya no tenemos deseos de buscar? Creo que seria interesante hacernos preguntas así para descubrir la intensidad con que estamos viviendo nuestra vida.
La gente que había comido pan hasta saciarse allá en el descampado ahora viene a buscar a Jesús a Cafarnaún. ‘Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros’.  ¿Por qué buscaban a Jesús? ¿Solo lo buscaban porque con el milagro habían comido pan? ¿Serían capaces de ver lo que aquel signo significaba? Es en lo que Jesús quiere hacerles reflexionar. Y ya les anuncia que busquen algo que en verdad les dé plenitud a sus vidas. ‘Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre’.
Es lo que tenemos que saber buscar en la vida, lo que en verdad llene plenamente  nuestra vida, lo que nos haga encontrar un sentido y una fuerza. Muchas veces en la vida nos quedamos en cosas inmediatas, en cosas que nos den una pronta satisfacción pero luego nos quedamos vacíos y sin nada por dentro. Cuando busquemos a Jesús busquemos lo que en verdad El quiere darnos, lo que significa en verdad su salvación. Eso que va a ser el verdadero motor de nuestra vida; eso que nos llenará de luz y de sentido.
Tenemos que buscar a Jesús, querer conocerle, escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos para que así vayamos encontrando esas respuestas que El va dando a esos interrogantes profundos que tengamos en nuestra vida. Que cada día haya un encuentro verdaderamente vivo con El y nos llenemos de su vida y de su plenitud. Como nos termina diciendo hoy ante las preguntas de los judíos: ‘La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado’. Pongamos en verdad nuestra fe en Jesús porque El nos llevará por caminos de plenitud.

domingo, 10 de abril de 2016

Que el colirio del amor cure nuestros ojos ciegos para descubrir y reconocer a Jesús y emprendamos caminos de verdadero amor y fidelidad

Que el colirio del amor cure nuestros ojos ciegos para descubrir y reconocer a Jesús y emprendamos caminos de verdadero amor y fidelidad

Hechos 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29; Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-19
Con los ojos del amor podremos en verdad descubrir y reconocer a Jesús; con un corazón lleno de amor podremos seguir con toda seguridad un camino de fidelidad a Jesús. Me vais a permitir que en esta doble frase resuma el mensaje que hoy nos ofrece el evangelio en este tercer domingo de pascua.
Muchas veces parece que a nosotros también se nos nubla el corazón y no sabemos reconocer lo que está delante de nuestros ojos, delante de nuestra vida. Les estaba pasando a los discípulos; parecía que aun no estuvieran totalmente convencidos de que el Señor hubiera resucitado. Desalentados quizá, cansados, agobiados por tantos acontecimientos que habían vivido, impactados por todo lo que había significado la pasión y muerte de Jesús en la cruz, todo se les volvía negro, parecía sentirse desestabilizados. Un grupo de ellos encabezados por Pedro deciden tomar de nuevo las barcas y las redes e irse a pescar. ‘Me voy a pescar… Vamos también nosotros contigo…’ Pero aquella noche no cogieron nada. Su trabajo resultaba infructuoso.
Estaba amaneciendo. En la orilla alguien les preguntaba si habían cogido algo; una pregunta que podría parecer habitual en los que en la mañana esperaban la pesca en la orilla. Pero aquel a quien no podían vislumbrar claramente en la orilla les señala donde han de echar la red para conseguir la pesca. Y la pesca fue abundante; quizá podrían recordar otra pesca milagrosa en otras circunstancias. Y se sienten sobrecogidos por lo extraordinario. Pero hay unos ojos que ven con una claridad especial. Es el discípulo amado el que le va a susurrar a Pedro que quien está en la orilla es Jesús. ‘Es el Señor’. El amor había sido el colirio que le había hecho ver con claridad y distinguir que allí estaba el Señor.
Ya conocemos la reacción de Pedro en el impulso del amor por estar lo más pronto posible con Jesús que le hace lanzarse al agua para llegar el primero, aunque en este caso dejara a los demás el arrastrar la red y llevar la barca hasta la orilla. Pero también en su corazón se había despertado el amor.
Más tarde Jesús le preguntará insistentemente por su amor. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ Tú que has querido ser el primero en llegar hasta mis pies cuando me has reconocido desde la barca, tú que eran tan impulsivo que decías que estaba dispuesto a dar tu vida por mi, aunque yo te decía que tuvieras cuidado, que fueras fuerte, que vendría la tentación y me ibas a negar, tu el que no quería que yo sufriera y te negabas a aceptar mis anuncios de pasión y de pascua, tú siempre dispuesto a hablar el primero para confesar tu fe, para decir que no te podías marchar aunque no terminaras de entender bien mis palabras, porque yo tenía palabras de vida eterna, ‘¿me amas? ¿me amas más que estos?’
Y allí está Pedro porfiando su amor, aunque aquella triple pregunta de Jesús le produzca dolor en el alma porque recuerda sus debilidades; allí está Pedro porfiando su amor pero allí está Jesús que sigue confiando en él, porque en ese amor sabe que será fiel, sabe que llevará la nave a buen puerto porque ya no se fiará de si mismo sino del amor del Señor y de la presencia de su Espíritu, sabe que será buen pastor porque ha aprendido bien la lección. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’ le dirá una y otra vez Jesús.
¿No nos estará haciendo Jesús la misma pregunta a nosotros? ¿no nos estará preguntando por nuestro amor? Tantas veces también nos sentimos débiles; tantas veces se nos oscurecen los ojos y parece que nos sentimos solos y tenemos también la tentación del desaliento y del cansancio; tantas veces nos entran las dudas con lo que sufrimos o con lo que vemos sufrir a los que están a nuestro lado; tantas veces también nos sentimos inseguros, desorientados sin saber qué hacer, aturdidos por los problemas que podamos tener o por la situación que vemos en nuestro entorno; tantas veces no terminamos de entender bien por donde caminamos o por donde estamos llevando nuestro mundo y necesitamos encontrar una luz, encontrar algo que nos abra los ojos para discernir bien la situación que vivimos, necesitamos sentirnos seguros de que la Palabra de Jesús nos sigue siendo válida y necesaria para hacer que nuestra vida tenga sentido, para hacer que nuestro mundo sea mejor. Quizá tantas veces también nos volvemos a pescar en los oscuros mares donde no ha amanecido el Señor.
Que se despierte en nosotros el amor, porque nos sintamos amados, como Juan el discípulo amado, para saber descubrir esa presencia del Señor; que vuelva a arder de nuevo nuestro corazón en el amor y así nos sintamos impulsado cada vez con más fuerza para buscar a Jesús, para ir al encuentro con Jesús, para querer estar al lado de Jesús.
Que lavemos nuestros ojos con el colirio del amor para ver también donde podemos y donde tenemos que encontrar a Jesús porque también tenemos que saber descubrirle en los hombres y mujeres que nos rodean, en los hombres y mujeres que sufren a nuestro lado o pasan necesidad, o emigrantes o refugiados que han tenido que dejar sus casas y sus países buscando algo mejor para sus vidas. Miremos y seamos capaces de ver a Jesús que en ellos viene también a nuestro encuentro y nos está preguntando por nuestro amor. Y nuestra respuesta no pueden ser palabras sin más que digamos como aprendidas de memoria, sino que tienen que surgir de unos corazones que están convencidos de que ahí está el Señor esperando nuestro amor.
Mucho tiene que hacernos pensar el evangelio de este domingo. Es una pregunta muy honda que se nos hace a lo más profundo de nuestro corazón a ver si en él encontramos amor del verdadero. Seguro que el Señor sigue confiando en nosotros y en la respuesta de amor y de fidelidad que le vamos a dar.