sábado, 19 de marzo de 2016

San José nos enseña a abrir nuestro corazón a Dios para descubrir incluso en medio de las sombras de la vida lo que es el designio de Dios para nosotros

San José nos enseña a abrir nuestro corazón a Dios para descubrir incluso en medio de las sombras de la vida lo que es el designio de Dios para nosotros

2Sam. 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Rom. 4, 13. 16-18. 22; Mt. 1, 16. 18-21. 24a

Nos planificamos las cosas que queremos, nos hacemos proyectos, queremos llevar adelante aquello soñamos. Eso es bueno y una forma madura de actuar, pero el creyente creo que ha de tener en cuenta algo más y es descubrir el designio de Dios sobre nuestra vida. Ojalá sepamos hacer que nuestros planes entren en los planes de Dios, en los designios de Dios para nuestra vida.
Hoy, podríamos decir, que estamos entre dos pensamientos. Por una parte estamos en las vísperas de la Semana Santa porque ya mañana es Domingo de Ramos con el que iniciamos la semana de la Pasión que culminará con la celebración de la Pascua del Señor, pero por otro lado tenemos la celebración propia de este día 19 de Marzo, día de San José.
En el evangelio propio del sábado de esta quinta semana de Cuaresma se nos narra el anuncio que hace el sumo sacerdote de que alguien tiene que morir por todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y los fariseos andan tramando la manera de quitarse de en medio a Jesús. Se escudan por una parte de que pudiera ser peligro de una rebelión por parte del pueblo y las represalias en consecuencia por parte de los romanos que pondría en peligro muchas vidas. Pero son sus tramas porque realmente a ellos quien les molesta es Jesús y no quieren aceptarle ni su mensaje.
Pero ya el evangelista con inspiración no está dando a entender que aquellas palabras del sumo sacerdote aunque pudieran parecer duras e interesadas tienen un sentido profético. Detrás de todo están los designios de Dios y el cumplimiento de la misión de Jesús. Allí estaba por encima de todo el designio de Dios que era la salvación del hombre. En verdad Cristo había de morir por todo el pueblo, por todos los hombres, porque con El nos viene la vida y la salvación.
Esto nos ha de llevar a un primer planteamiento. ¿Sabremos descubrir en todo eso que nos podamos planificar para nuestra vida donde está el designio de Dios? ¿Podríamos descubrir incluso en esas sombras que algunas veces nos envuelven que detrás de todo ello hay una luz en el designio de Dios  para que encontremos un sentido y un valor para todo?
En ese descubrir el designio de Dios para nuestra vida tenemos un ejemplo muy concreto en san José a quien hoy celebramos. Era el hombre justo, el hombre bueno, como nos dice el evangelio. Era el hombre abierto a Dios.
Su vida se llenaba de sombras, al menos eso era lo que parecían en principio, en las dudas, en las dificultades, en los viajes que tuvo que afrontar hasta el destierro en la huida a Egipto, pero él siempre supo descubrir la luz porque era un hombre abierto a Dios. Lo que parecían sombras se convirtieron para él en resplandores de luz al aceptar a Maria y acogerla en su casa, en el niño que iba a nacer que iba a ser el salvador de los hombres, en los caminos que hubo de recorrer que para él siempre fueron caminos de luz. Todo porque estaba abierto a Dios y supo descubrir el designio de Dios para su vida.
Es lo que queremos aprender de san José en este día de su fiesta y en este momento concreto de la vida que cada uno vivamos, pero también en este momento del inicio de la Semana Santa. Que resplandezca siempre en nosotros esa luz de Dios. Que lleguemos de verdad a ser pascua y a vivir pascua, porque ahí en eso que somos y donde estamos, sean como sean algunas veces las oscuridades que podamos tener en nuestra vida, está el paso de Dios que hemos de descubrir y hacer realidad en nosotros. Eso nos llevará a vivir con un sentido pleno esta semana que vamos a iniciar y esto como una consecuencia nos hará vivir con pleno sentido pascual toda nuestra vida.

viernes, 18 de marzo de 2016

En las vísperas de la semana de pasión nos predisponemos a contemplar la pascua del Señor en lo que es nuestra vida y el sufrimiento de los que nos rodean

En las vísperas de la semana de pasión nos predisponemos a contemplar la pascua del Señor en lo que es nuestra vida y el sufrimiento de los que nos rodean

Jeremías 20,10-13; Sal 17; Juan 10,31-42

Hace pocos días en los comentarios que vamos haciendo a la Palabra de cada día recordábamos aquellas palabras de Jesús que anunciaban que cuando fuera levantado en lo alto lo conocerían, sabrían bien quien es El. Estamos ya en las puertas de la semana de la pasión que culminará con la Pascua. Nos vamos ya predisponiendo a contemplar y escuchar en el corazón una vez más el relato de la pasión del Señor.
Podríamos decir que la pasión del profeta, de todos los profetas, en la primera lectura de hoy contemplamos a Jeremías que sufrió grandes persecuciones por ser fiel a su misión, la vemos plasmada en la pasión de Jesús, como tenemos que traducirla en nuestra propia vida que también ha de tener su pascua. Como decíamos el profeta Jeremías sufrió grandes persecuciones hasta llegar a meterlo incluso en una cisterna sin agua ni comida para que muriera de inanición. Pero el profeta no perdió su confianza en el Señor, en cuyas manos se ponía. ‘El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo’.
Es lo que contemplamos en Jesús, a quien hoy en el evangelio vemos que incluso quieren apedrear. Pero Jesús se sabe fiel a su misión, es el enviado del Padre y no realiza sino las obras del Padre. ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’. Y nos hace una gran revelación. ‘El Padre está en mí y yo en el Padre’. Está manifestándonos no una simple unión con Dios como la que nosotros desearíamos tener, sino está manifestándonos su divinidad. Llama a Dios Padre y se siente unido a El porque es el Hijo de Dios. Recordemos la voz surgida del cielo en la teofanía después del bautismo en el Jordán o allá en lo alto del Tabor. ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’.
En la cruz, en el momento supremo de su entrega su grito será siempre al Padre. Para implorar el perdón por los que le han llevado hasta la cruz, que es el perdón para todos que nos alcanza con su sangre derramada para el perdón de los pecados. Grita al Padre para sentir y experimentar su presencia en el momento del dolor y de la soledad frente a ese dolor; no se siente abandonado de Dios en cuyas manos se pone, ‘en tus manos, Padre, entrego mi espíritu’.
Y decíamos que todo esto tenemos que traducirlo en nuestra propia vida. Estamos casi a las vísperas de la semana de la pasión y de la Pascua. Pero es algo que no podemos contemplar ni vivir a la distancia, como si fuéramos espectadores. Demasiadas celebraciones de semana hemos tenido a lo largo de la vida, pero quizá demasiado lo hemos vivido como espectadores. Nos contentamos con ver pasar ante nuestros ojos todos esos momentos de la pasión para quizá motivar en nosotros unos sentimientos de emoción y quizá unas lágrimas de compasión. Pero no nos hemos metido dentro de la pasión, no hemos metido de verdad la pasión y la pascua del Señor en lo más hondo de nuestra vida para hacerla vida en nosotros.
Tenemos que mirar nuestra vida concreta, con sus momentos altos y con sus momentos malos, con los sufrimientos y las luchas que cada día hemos de sostener cuando queremos ser fieles a unos compromisos y responsabilidades, cuando queremos ser fieles a unos principios y a un sentido de humanidad en nuestra vida, cuando nos llegamos a sensibilizar con tanto sufrimiento que nos rodea y que nos es necesario saber descubrir y hacerlo nuestro también.
Será entonces cuando nos daremos cuenta de nuestra pasión y de lo que ha de ser nuestra pascua. Porque en medio de todo eso hemos de saber descubrir el paso del Señor, la llamada e invitación del Señor, la presencia del Señor junto a nosotros que nos hará en consecuencia tener una mirada distinta a todo eso que es nuestra vida, pero también a todo eso que contemplamos a nuestro alrededor. Será entonces la mirada de la fe, la mirada que hacemos a nuestra vida desde la pascua, desde la pasión del Señor que entonces la vemos de forma distinta reflejada en nuestra vida.
Pensemos en todo esto en estas vísperas de la pasión y de la pascua y pensemos entonces cómo vamos a vivirlo para que en verdad lleguemos a vivir intensamente en nosotros la pascua del Señor, el paso del Señor.

jueves, 17 de marzo de 2016

Ansiamos y deseamos esa vida eterna que Jesús nos promete y nos regala queriendo vivir un camino de fidelidad y de amor

Ansiamos y deseamos esa vida eterna que Jesús nos promete y nos regala queriendo vivir un camino de fidelidad y de amor

Génesis 17,3-9; Sal 104; Juan 8,51-59

Jesús es el regalo de Dios que nos llena de vida. Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia, nos repite Jesús en el evangelio. El es la manifestación del amor de Dios. Lo hemos meditado muchas veces, ‘tanto amó Dios al mundo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna’. Y cuando en el principio de su evangelio Juan nos hace una descripción del misterio de Dios que se realiza en Jesús nos habla de luz y de vida. Es la Palabra en la que estaba la vida, vida que es luz y que es salvación, vida que nos llena e inunda a los que creemos en El, para hacernos partícipes de la vida de Dios.
Hoy nos dirá Jesús en el Evangelio: ‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Nos dice que tendremos vida para siempre si creemos en El, la muerte no podrá tener poder sobre nosotros. ‘No sabrá lo que es morir para siempre’, nos dice. Y más tarde en el encuentro con Marta y Maria cuando la resurrección de Lázaro volverá a hablarnos de resurrección y de vida. ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que esté vivo y cree en mí, jamás morirá’.
Los judíos, como vemos hoy en el evangelio, no entendían las palabras de Jesús. Hacen sus interpretaciones pero no llegan en entender lo que Jesús les dice. Pero quizá tendríamos que preguntarnos nosotros si entendemos y si creemos en estas palabras de Jesús. Preguntarnos si en verdad nosotros deseamos esa vida de la que Jesús nos habla, si aspiramos a llenarnos de esa vida para siempre.
Por una parte está lo que sea la fortaleza de la fe que tengamos en Jesús para escucharle, para creerle, para ser en verdad sus discípulos, para seguir su camino. Nos puede suceder que decimos que tenemos mucha fe en Jesús, pero simplemente para pedirle que nos ayude cuando nos vemos apurados o tenemos problemas. Una fe simplemente desde la necesidad, porque necesitamos un apoyo, una fortaleza para enfrentarnos a nuestros problemas.
Pero la fe que tenemos en Jesús tendría que llevarnos a mucho más. Creer en su palabra es plantarla en nuestra vida; creer en su palabra es decirle si con todo nuestro corazón pero en verdad dispuestos a hacer lo que El nos dice, a seguir el camino que El nos propone. Eso es querer su vida, para vivir en la gracia del Señor, para vivir en su amor y amistad, para repartir nosotros también ese amor y esa vida entre los que nos rodean.
Y preguntándonos si en verdad creemos en la palabra de Jesús y deseamos esa vida que El nos ofrece es plantearnos nuestra fe y nuestra esperanza en la vida eterna, en esa trascendencia de eternidad con que hemos de vivir. Muchos cristianos hay que no creen en la vida eterna, que piensan que todo se acaba en la muerte y no hay vida ya junto a Dios para siempre. Es un artículo importante de nuestro credo, del credo de nuestra fe porque decimos que creemos en la resurrección y en la vida del mundo futuro, en la vida eterna. Y creer en la vida eterna es pensar en esa plenitud que junto a Dios vamos a tener, y es en consecuencia vivir ahora ya en esa unión con Dios alejándonos del pecado que podría apartarnos de Dios y de esa vida eterna feliz y dichosa junto a El.
A muchas consecuencias nos tendría que llevar esa reflexión que desemboque en una vida mejor, en una vida más santa.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Mantenernos con perseverancia en la Palabra de Jesús, escuchándole, queriendo ir plasmando su Palabra en nosotros para llegar a la plenitud de vida que nos ofrece


Mantenernos con perseverancia en la Palabra de Jesús, escuchándole, queriendo ir plasmando su Palabra en nosotros para llegar a la plenitud de vida que nos ofrece

Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Sal.: Dn. 3, 52. 53. 54. 55. 56; Juan 8, 31-42

La perseverancia es lo que nos permite llegar a conseguir nuestras metas y deseos. Mantenernos firmes en un dirección, constantes en la lucha por conseguir nuestras metas, no perder la intensidad del empeño con que nos esforzamos para alcanzar unos objetivos, ser fieles a unos principios que hemos adoptado o nos hemos propuesto como motor o raíz de lo que hacemos en la vida, mantener la palabra dada y no es solo porque se lo hayamos prometido a algo sino por fidelidad a nosotros mismos es algo que muchas veces nos cuesta.
Nos viene el cansancio, los fracasos o la dificultad en la lucha nos hacen perder la ilusión, los espejismos de lo que vemos alrededor que nos parece más fácil o que nos va a costar menor esfuerzo son tentaciones que nos van apareciendo y nos hacen bajar la guardia, perder intensidad, y hasta el peligro de olvidar aquellas metas que nos propusimos. Qué importante es ser perseverantes. Qué necesario para ir logrando esa plenitud de nuestra vida.
En el camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana eso es importante. Importante para que no se nos enfríe nuestra fe, importante para no quedarnos en una vida cristiana superficial, importante para ir logrando una verdadera hondura espiritual en la medida en que vayamos creciendo en el conocimiento de Cristo e impregnándonos de su sentido de la vida, importante para que lleguemos a ese necesario compromiso que sufre de nuestra fe y nos abre a los demás y al mundo en el que tanto bueno podemos hacer.
Nos aparecen también sombras, tentaciones, desganas, cansancios cuando no ponemos esa necesaria intensidad. Crecer en el conocimiento de Cristo es crecer en nuestra relación con El, en nuestra vida espiritual, en nuestra oración, en esa reflexión que nos hacemos cada día iluminados por su palabra sobre la vida que vamos haciendo y donde está nuestra misión.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’. Les estaba hablando a aquellos más cercanos que habían creído en El. El evangelio en estos días nos va relatando los enfrentamientos que tiene con los judíos en Jerusalén, donde hay muchos que no le aceptan. Pero algunos escuchan en lo hondo de su corazón las palabras de Jesús y comienzan a creer en él. A ellos de manera especial se dirige con palabras que nos viene bien recordar.
Mantenernos en la Palabra de Jesús, perseverar en su escucha, perseverar en el querer ir plasmando esa Palabra de Jesús en nuestra vida, para ser sus discípulos de verdad, para seguirle, para hacer su camino, pero un camino que nos conduce a la plenitud, a la verdad, a la autentica libertad, como nos dice.
La palabra de Jesús nos libera porque nos hace grandes, nos hace descubrir nuestra dignidad, nos da motivos grandes e importantes para luchar por ser mejores, por hacer un mundo mejor.
La Palabra de Jesús nos traza metas que nos llevan a la plenitud y nosotros queremos seguirle, nosotros queremos alcanzar esa plenitud que nos ofrece, aunque nos cueste. Pero hemos de ser perseverantes, mantenernos en esa palabra de Jesús. 

martes, 15 de marzo de 2016

Miramos a lo alto de la cruz y descubriremos la gran señal del amor misericordioso y conoceremos a Dios

Miramos a lo alto de la cruz y descubriremos la gran señal del amor misericordioso y conoceremos a Dios

Números 21,4-9; Sal 101; Juan 8,21-30

Conocer al otro, conocer a las personas creo que es un deseo que todos llevamos dentro; no nos queremos quedar en un conocimiento superficial, por las apariencias o detalles de un momento, sino que deseamos entrar en una relación personal más profunda, que es lo que hace la amistad. Es lo que nosotros deseamos y buscamos y es lo que el otro pueda ofrecernos de si mismo. Sin embargo muchas veces estamos junto al otro y no terminamos de conocerlo, nos cuesta entrar en el profundo yo del otro. Pero quizá aparecerá un momento, surgirá un detalle, contemplaremos un gesto o un momento de su vida en que se nos manifieste profundamente todo su ser, todo lo que es. También por nuestra parte es necesario estar atentos para descubrirlo.
Nos vale todo esto para lo que son nuestras relaciones interpersonales con los que nos rodean, nuestra familia, nuestros amigos, aquellas personas con las que nos relacionamos. Nos vale todo esto para ahondar en nuestra fe, en ese sentido humano en nuestras relaciones con los demás, pero también para la trascendencia que hemos de dar a nuestra vida y hablamos entonces de nuestra fe en Dios, de nuestra fe en Jesús.
Si nos tomamos en serio nuestra fe creo que estamos en ese deseo de crecer en ese conocimiento del misterio de Jesús, del misterio de Dios. Consideramos también que la fe es un don sobrenatural, algo que realmente nos supera y nos viene de Dios, pero a lo que nosotros hemos de estar abiertos. Hay, es cierto, quien se cierra a la posibilidad de la fe. Pero si hay esa apertura en nuestro corazón en ese deseo estamos. Esa pregunta que vemos surgir hoy en el evangelio en aquellos judíos que rodeaban a Jesús, de alguna manera está presente a lo largo del evangelio. ‘¿Quién eres tú?’
Estaban con Jesús, escuchaban sus palabras, veían sus obras y, acaso por ya había un prejuicio por su parte de lo que habría de ser el Mesías, no terminaban de conocer realmente a Jesús. Y ahora Jesús les da la clave. ‘Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’. 
¿Qué quiere decirles Jesús? ¿Qué significa ese ser levantado en lo alto? Nosotros sí podemos entenderlo, porque ya le hemos contemplado en lo alto. La liturgia de este día nos da también una clave, cuando nos recuerda el episodio de las serpientes en el desierto, en el signo de aquella serpiente levantada en lo alto como una señal del arrepentimiento por el pecado y de la misericordia de Dios que perdonaba a su pueblo pecador.
Es el signo y la señal del amor de Dios. Es el signo de la Pascua. Es ese gesto inaudito que nos sobrecoge. Es la señal que quizá no todos podrán comprender cuando no saben descubrir la inmensidad del amor de un Dios que es capaz no solo de hacerse hombre sino de morir por nosotros. Por eso Jesús nos dirá en otro lugar que la mayor prueba del amor es dar la vida por aquellos a los que se ama. Es lo que hace Jesús. El ser levantado en lo alto es la prueba de ese amor porque ahí está su entrega, ahí está la vida que nos da, ahí está nuestra salvación, ahí está el amor maravilloso, el amor misericordioso de Dios. Conoceremos en verdad a Jesús, su ser más profundo, conoceremos su entrega y su amor, conoceremos a Dios.

lunes, 14 de marzo de 2016

Busquemos a Cristo, verdadera luz de nuestra vida, que da plenitud de sentido a nuestra existencia

Busquemos a Cristo, verdadera luz de nuestra vida, que da plenitud de sentido a nuestra existencia

Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Jn. 8, 12-19
Cuando hablamos de luz pensamos en primer término en la luz natural que nos ofrece el sol cada día. Qué bello es el amanecer con los radiantes rayos del sol surgiendo en el horizonte y dando forma y color a cuanto nos rodea que en la oscuridad de la noche no podíamos apreciar. Pensamos también en tantas fuentes de luz que hacemos surgir de las diferentes energías para iluminarnos en la noche cuando nos falta la luz del sol. Que oscura se nos vuelve la noche cuando ocasionalmente nos pueden fallar esas otras fuentes de energía y nos vemos sumergidos en la oscuridad.
Pero cuando hablamos de luz queriendo ahondar un poco más pensamos en la inteligencia que nos hace razonar y comprender las cosas y decimos que así en esa reflexión vamos iluminando nuestra vida porque vamos encontrando ideas y principios que nos iluminen, decimos, que nos hagan dar un valor y un sentido a lo que hacemos y a lo que vivimos. Surgen pensamientos, surgen ideologías, surgen filosofías, surgen razonamientos que encauzan de alguna manera nuestra vida  y nos hacen comprender mejor lo que está más allá de lo que los ojos de la cara pueden ver.
Aún así nos aparecen oscuridades en la vida, cosas que nos cuesta comprender, preguntas e interrogantes que se van hilvanando unos a otros en nuestra mente o en nuestro interior y que algunas veces nos pueden hacer dudar para encontrar ese camino y ese sentido de nuestra vida que parece muchas veces que aun sigue en tinieblas.
 Hoy nos dice Jesús en el evangelio: ‘Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida’. Cristo se nos presenta a si mismo como la verdadera luz que ilumina nuestro mundo, nuestra vida. Cuando proclamamos que Cristo es nuestra salvación, nuestro salvador, no solo estamos diciendo que El nos ha redimido de nuestros pecados, nos ha traído el perdón para nuestro pecado, sino más aun que es nuestro salvador porque nos ha venido a trazar el verdadero camino que nos lleva a la plenitud de la vida y de la felicidad.
La luz ilumina hemos venido reflexionando, nos hace ver con claridad las cosas que tenemos delante de los ojos, pero también allá en lo más hondo de nuestra vida lo que va a dar sentido a nuestra existencia. Jesús nos pone en camino de encontrar ese sentido profundo de nuestra vida, de nuestro ser. Ya proclamará en otro momento del evangelio que El es el Camino, y la Verdad y la Vida. Es la verdad que nos ilumina; es la verdad que nos enseña a recorrer los caminos de la plenitud de la vida; es la verdad que nos hace encontrar ese verdadero sentido de nuestra vida. ‘Tendrá la luz de la vida’ nos ha dicho hoy.
Es lo que tenemos que buscar. Es el camino que hemos de recorrer. Encontrarnos de verdad con Jesús para que nuestra vida sea iluminada de verdad y no con luces caducas o efímeras que un día nos puedan fallar. Cristo no nos falla. Cristo es la verdadera certeza de nuestra vida. La fidelidad de Cristo no nos fallará. Cristo está siempre con nosotros.

domingo, 13 de marzo de 2016

Cristo se acerca a la negrura de nuestra vida con el corazón en la mano como signo de la misericordia de Dios para ponernos en el camino del amor

Cristo se acerca a la negrura de nuestra vida con el corazón en la mano como signo de la misericordia de Dios para ponernos en el camino del amor

Is. 43, 16-21; Sal. 125; Filp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11
Detengámonos brevemente a contemplar la escena que nos describe el evangelio con sus personajes. Se desarrolla en el templo, en aquellos soportales donde la gente se reunía y los maestros de la ley enseñaban. Nos encontramos un grupo de personas que quieren escuchar a Jesús y en torno a El se arremolinan; son la gente sencilla, la gente que tiene hambre de Dios y que quiere escuchar a Jesús, porque nadie ha hablado como El, según dicen y reconocen en ocasiones incluso quienes quieren quitarle de en medio.
Pronto aparecen los escribas y fariseos, los intransigentes a quienes no les gusta el mensaje de Jesús y que buscan mil maneras cogerle en sus palabras y poderle condenar. Ahora le traen a una pobre mujer pecadora, sorprendida en adulterio; para la adulteras el castigo es ser apedreadas hasta la muerte. Es lo que plantean a Jesús. Allí está la mujer en medio, muchas veces la imaginamos tirada por los suelos, pero que bien expresa su humillación y su vergüenza, su indignidad quizá por su pecado, pero la dignidad de persona que todos quieren arrebatarle, porque para ella nadie tiene compasión.
Bueno, no podemos decir que nadie, porque allí está Jesús. Allí está manifestándose el rostro misericordioso de Dios. Aunque nos pudiera parecer que protagonistas de la escena pudiera ser aquella mujer pecadora, o incluso los escribas y fariseos porque de tantas maneras nos vemos reflejados tanto en la mujer pecadora como en los otros porque muchas veces tenemos actitudes semejantes, el verdadero protagonista es Jesús con su misericordia.
Ya hemos escuchado cómo Jesús se pone de parte de aquella mujer pecadora y humillada y su postura sirve de denuncia para las intransigencias e intolerancias de los fariseos que solo juzgan y buscan condenar; pero realmente el gran mensaje está en la manifestación de la misericordia de Dios que nos busca y se acerca a nosotros para transformar nuestro corazón.
Misericordia es, me atrevo a reflexionar, acercarse con el corazón en la mano hasta el otro a quien siempre veremos como un hermano porque los ojos del amor no lo pueden mirar de otra manera.
Misericordia es acercarse con el corazón en la mano hasta el pequeño, hasta el pobre y el que se siente indefenso, hasta el que sufre y se siente solo; hasta el que se ve hundido en la miseria, en la necesidad y la pobreza y no encuentra cómo levantarse ni como salir de su situación. Es acercarse con el corazón en la mano al que nadie quiere y se ve despreciado por todos; al que se encuentra hundido en el pozo de su pecado y le tendemos con nuestro amor una escalera para poder salir de él y encontrar el perdón.
Misericordia es acercarse con el corazón en la mano hasta el que nada tiene y ya no sabe a donde acudir; al que se ve envueltos en los vientos y torbellinos de la violencia y le ofrecemos la paloma de la paz que le ayude a encontrar derroteros de armonía y fraternidad.
Misericordia es acercarnos con el corazón en la mano al que ya se siente condenado para siempre y le ofrecemos una tabla de salvación que le ayude a encontrar la paz para su corazón con el perdón.
Misericordia es también acercarnos con el corazón en la mano a tantos que han endurecido el corazón por el desamor y ya no saben amar ni se sienten capaces de hacerlo de nuevo, pero a quienes les ofrecemos las mieles del amor para que gustando de nuevo lo que es sentirse amados vuelva a renacer en ellos esa capacidad para el amor.
Misericordia es acercarnos con el corazón en la mano también a aquellos que se encastillan en sus  orgullos, vanidades y aires de grandeza y se creen que no necesitan de nada ni de nadie en su autosuficiencia, para que con nuestras actitudes se les abran algunos resquicios en su alma por donde entren nuevos destellos del amor y lleguen a comprender que ellos también necesitan sentirse amados y así aprendan a amar de nuevo a los demás.
Es lo que le estamos viendo hacer a Jesús en esta escena del evangelio que estamos contemplando pero que ha sido la constante de toda su vida que pasó siempre haciendo el bien. Hoy le vemos tender su mano en la que lleva su corazón a esta mujer para levantarla de ese pozo de indignidad en el que ella con su pecado había caído pero donde otros querían hundirla aún más. Pero Jesús lleva también su corazón en la mano que tiende hacia aquellos que solo saben juzgar y condenar, que se han encastillado en sus autosuficiencias y orgullos, que parece que ellos quieren ir solos por la vida sin querer necesitar de nadie, porque a todos van apartando de su lado, pero a quienes Jesús también está llamando desde lo hondo de su corazón misericordioso.
Sintamos que ese corazón misericordioso de Dios llega a nuestra vida y a nosotros también nos llama, pero sintamos al mismo tiempo que tenemos que ser signos por nuestra vida, por nuestras actitudes, por nuestro amor hecho de muchas cosas concretas para que todos también puedan sentir y experimentar en sus vidas el amor de Dios.
No olvidemos que nuestra vida ha de ser también evangelio, buena nueva de la misericordia de Dios para los que nos rodean en ese mundo concreto en que vivimos, como la Iglesia tiene que ser evangelio de misericordia para todos sin exclusión. ¿Lo seremos de verdad? ¿será eso en verdad lo que siempre manifiesta la Iglesia?
Como le dice Jesús a la mujer a nosotros también nos dice, levántate, ponte en camino, no peques más, aprende a recorrer los caminos del amor.