sábado, 27 de febrero de 2016

Nos sentimos pecadores porque nuestros orgullos y autosuficiencias nos alejan de los demás y de Dios que siempre es misericordioso y nos busca

Nos sentimos pecadores porque nuestros orgullos y autosuficiencias nos alejan de los demás y de Dios que siempre es misericordioso y nos busca

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32

Qué distantes estamos los hombres con nuestras posturas y actitudes ante los demás de lo que es el amor misericordioso de Dios. Siempre estamos poniendo nuestras reticencias y desconfianzas, nuestros prejuicios y nuestras condenas ante lo que no nos gusta de los demás. Andamos con nuestras suspicacias, no nos creemos que el otro pueda cambiar de su vida, marcamos para siempre y no le damos la oportunidad de que pueda comenzar de nuevo con una nueva vida. Nos cuesta comprender lo que es la comprensión y la misericordia y autosuficientes nos creemos siempre los mejores y nos cuesta acercarnos a los demás haciendo discriminaciones con nuestros juicios y actitudes. Tenemos que bajarnos de ese caballo del orgullo de creernos los mejores para saber estar siempre a la altura del otro, porque siempre será mi hermano, aunque me cueste reconocerlo.
Es una primera reflexión que me hago ante el episodio que nos cuenta el evangelio y la parábola que Jesús a continuación nos propone. Nos habla el evangelio – y ese es el episodio – de cómo a Jesús se acercan los publicanos y pecadores para escucharle, y como incluso en otras ocasiones veremos a Jesús tan cerca de ellos que con ellos se sienta a la misma mesa a comer. Era algo incomprensible para los fariseos que se creían justos y no querían juntarse con los que ellos llamaban pecadores porque les parecía que su santidad solo por ese contacto ya podría quedar manchada. ‘Murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos’.
Es por lo que Jesús les propone la parábola que llamamos siempre del hijo pródigo fijándonos sobre todo en el hijo que se marchó de casa pero que tendríamos que llamar del ‘padre misericordioso’ porque es el corazón de Dios lo que Jesús nos quiere retratar. Fácilmente olvidamos en nuestros comentarios y reflexiones la postura del hijo mayor, el que no se fue de casa, pero que retrata muy bien la actitud de aquellos fariseos que por sus comentarios motivan esta parábola de Jesús.
Es cierto que nos vemos en el hijo pródigo, en el hijo pecador que tantas veces nos marchamos de la casa del padre con nuestros pecados; es cierto que tenemos que contemplar ese corazón misericordioso de Dios tan bien retratado en aquel padre que acoge y abraza a su hijo a la vuelta a casa haciendo fiesta porque ha recobrado al hijo perdido, al hijo que consideraba ya muerto; pero es cierto también que tenemos que reconocernos en ese hijo mayor, ‘el bueno’, el que se creía bueno, porque retrata también muchas actitudes nuestras, muchas posturas, nuestros orgullos y autosuficiencias, nuestras justificaciones y hasta nuestras exigencias porque nos consideramos bueno y no merecemos que nos puedan pasar cosas malas.
Nos miramos y vemos nuestra realidad. Pero levantamos nuestros ojos y vemos al Padre bueno que nos busca porque se complace en su misericordia, al Buen Pastor que va a buscar a la oveja perdida, que no es solo la que se fue por los barrancos y los zarzales, sino que quizá allí cerca estamos pero con el corazón muy distante de saborear lo que es el amor, la compasión y la misericordia.
‘El Señor es compasivo y misericordioso’. Saboreemos esa compasión y misericordia siéndolo nosotros con los demás.


viernes, 26 de febrero de 2016

No rehuyamos la mirada de Jesús ni nos hagamos oídos sordos a la llamada de amor que ahora sigue haciéndonos

No rehuyamos la mirada de Jesús ni nos hagamos oídos sordos a la llamada de amor que ahora sigue haciéndonos

Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
Un peligro fácil que tenemos es el ponernos como espectadores de las cosas que suceden. Miramos desde lejos como si esas cosas no nos afectaran; si algún mensaje o lección pudiera sacarse de dicho acontecimiento o de aquellas cosas que se hablan o que escuchamos, eso no nos afecta a nosotros y pensamos con toda facilidad que eso le vendría bien a tal o cual persona, pero casi nunca pensamos que eso nos puede afectar, nos debe hacer pensar o ahí hay un mensaje para nuestra vida también.
Y esa actitud de espectadores la podemos tener también ante la Palabra de Dios que escuchamos, ante la que nos quedamos quizá en la belleza del escena con su ternura o los sentimientos que puede provocar, lo importante quizá de aquel acontecimiento pero que miramos como de otro tiempo y que ahora a nosotros por lo menos no nos afecta, o simplemente admiramos la belleza literaria del relato, ya sean las propias palabras de Jesús o sus discursos o parábolas. Y como decíamos antes, si hay un mensaje eso es para los otros y hasta pensamos en personas concretas a las que se les aplicaría muy bien.
Sin embargo en lo que hoy escuchamos aquellos que se enfrentaban a Jesús supieron entender muy bien la parábola que Jesús propone comprendiendo que aquello iba en concreto por ellos. Así reaccionaron. Pero cuidado con lo mismo que venimos diciendo, pensar que la parábola solo estaba dicha por la reacción que el pueblo judío, el pueblo Dios, estaba teniendo con Jesús.
Es cierto, sí, que Jesús estaba plasmando en aquella parábola un resumen de lo que había sido la historia de la salvación, la historia del pueblo de Israel,  pero ¿no tendríamos que decir también que es un resumen de nuestra historia?
Yo quiero pensar, por otra parte, en la ternura que se estaba derramando del corazón de Cristo cuando les estaba proponiendo aquella parábola; era yo diría como un derramarse una vez mas todo el amor del Señor por aquel pueblo al que seguía llamando y seguía ofreciéndole la posibilidad de la respuesta a la salvación que Jesús les ofrecía. Podemos sentir ese dolor lleno de amor, o ese amor inundado al mismo tiempo de dolor en el corazón de Cristo por aquel pueblo al que amaba.
Pero, repito, ¿no tendríamos que sentir que es lo mismo que Jesús ahora nos está ofreciendo a nosotros? ¿No está ahí esa mirada honda, profunda, tremendamente entrañable que Jesús nos está dirigiendo a lo más profundo de nosotros invitándonos a dar una respuesta de amor?  No bajemos la cabeza ni la volvamos para otra parte sino dejemos que los ojos de Jesús penetren profundamente en nosotros, porque nos está haciendo desde la ternura de su corazón una llamada de amor.

jueves, 25 de febrero de 2016

Examinemos si acaso vamos por la vida con la opulencia de lo que tenemos y no somos verdaderamente solidarios con los sufren necesidad a nuestro lado

Examinemos si acaso vamos por la vida con la opulencia de lo que tenemos y no somos verdaderamente solidarios con los sufren necesidad a nuestro lado

Jeremías 17,5-10; Sal 1;  Lucas 16,19-31

Día a día vamos queriendo hacer este camino de Cuaresma que es un camino de renovación de nuestra vida para llegar a celebrar con espíritu renovado y nuevo la Pascua. Cada día nos vamos dejando iluminar por la Palabra de Dios que nos va abriendo caminos, que nos ayuda a revisar con profundidad nuestra vida, que nos llena de la sabiduría de Dios para que aspiremos de verdad a esa santidad que ha de resplandecer en nuestra vida. Un camino que no hacemos solos sino en medio de la comunidad, sintiendo el aliento de tantos hermanos que a nuestro lado caminan, luchan, se esfuerzan por superarse cada día. Un camino que alimentamos con nuestra oración y con esas ofrendas de amor que son nuestros sacrificios que nos purifican y que nos entrenan para esa lucha contra el mal.
Ya desde los primeros momentos se nos hablaba de los ayunos, pero no tanto del ayuno físico o material en el que prescindamos en un momento determinado de unos alimentos – que también hemos de hacerlo – sino dejándonos iluminar profundamente por la palabra del Señor descubríamos esos ayunos del corazón, o esos ayunos de esas actitudes cómodas, insolidarias, violentas u orgullosas que tantas veces se nos meten en el corazón. Esos ayunos que se han de reflejar en esas obras de misericordia, como con tanta insistencia nos está pidiendo la Iglesia en este año de la misericordia.
Ya desde el principio escuchábamos al profeta que nos decía de parte de Dios:  ‘el ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas…partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne…’ Ahí tenemos claro el camino que hoy vemos contrastado con la parábola que Jesús nos propone en el evangelio. ‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas’. 
Ya conocemos el desarrollo de la parábola. No pudo escuchar aquel rico a la hora del juicio ante de Dios aquello de lo que Jesús nos hablará en el alegoría del juicio final. ‘Venid, vosotros, benditos de mi padre a heredar el reino… porque tuve hambre y me disteis de comer… estaba desnudo y me vestisteis…’ Luego vendrán las preguntas, las lamentaciones y las súplicas. ‘Que vaya Lázaro a avisar a mis hermanos para que no caigan en este lugar de tormento’, suplica el rico epulón como lo llamamos. ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas ni aunque resucite un muerto van a creer’.
Como decíamos la Palabra que escuchamos es examen y revisión para nuestra vida. La Palabra nos ilumina para que veamos cual es ese verdadero ayuno que hemos de hacer. No es necesario decir muchas cosas. ¿Cuál es nuestra actitud ante el hermano que pasa necesidad a nuestro lado? ¿Cuáles son las acciones concretas que estoy haciendo en este camino de cuaresma para vivir con toda intensidad esas obras de misericordia? Cuidemos no seamos como ‘paja que arrebata el viento... o como matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita’ por la sequedad de nuestro corazón.
¿Qué nos estará pidiendo hoy en este sentido la Palabra del Señor? La respuesta hemos de darla cada uno en la sinceridad del corazón.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Con Jesús necesitamos aprender a no buscar grandezas ni poderes mundanos sino a poner al servicio de los demás nuestros valores y lo que somos

Con Jesús necesitamos aprender a no buscar grandezas ni poderes mundanos sino a poner al servicio de los demás nuestros valores y lo que somos

Jeremías 18, 18-20; Sal. 30; Mateo 20, 17-28
Hay un dicho que dice que al que buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Suele emplearse esta expresión en un sentido positivo por ejemplo en el campo educacional para indicar como hemos de ponernos a la sombra de los buenos, de quienes nos pueden dar buenos consejos, de quienes son ejemplares para nosotros por sus valores y lo que nos puedan enseñar de positivo en la vida.
Pero reconocemos también que como todas las cosas algunas veces se puede utilizar un dicho como este de forma interesada cuando somos ambiciones de poder o de glorias en la vida y entonces nos queremos poner a la sombra de los poderosos, de las personas influyentes que nos ayuden a medrar y a conseguir nosotros esos lugares de poder o de honor.
Desgraciadamente vemos demasiadas situaciones así en nuestra sociedad, y en quienes en principio nos parecían que iban con buenos deseos de hacer cambiar las cosas, de mejorar la situación de la sociedad al final los vemos caer en las mismas redes y aprovechándose de su situación vemos a tantos que en nombre de la familiaridad o de la confianza por la amistad van medrando también acogiéndose a esa sombra no por sus valores sino por sus afanes de poder o de grandezas humanas.
Me hace pensar en todo esto lo que nos plantea hoy el evangelio porque algo así podría estar pasando por la cabeza de los discípulos que también andaban en sus disputas por primeros puestos o grandezas humanas en aquel Reino que anunciaba Jesús pero que ellos no acababan de entender.
Ahora mismo vemos situaciones que parecen contradictorias, porque mientras Jesús anuncia que están subiendo a Jerusalén donde va a ser entregado en manos de los gentiles que terminarán crucificándole, aunque el anuncia también el triunfo de la resurrección, sin embargo no parecen entender nada – así lo expresarán incluso los evangelistas en otros momentos paralelos – y allí vemos a la madre de dos de aquellos escogidos como apóstoles por Jesús que está pidiendo para sus hijos lo que quizá ellos llevan en su cabeza y no se atreven a manifestar claramente. ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda’, es la petición de aquella madre ambiciosa que quizá en nombre de la familiaridad que le unía a Jesús por el parentesco viene pidiendo esto para sus dos hijos. Trafico de influencias y nepotismos llamaríamos a esta realidad, hoy tan repetida.
Jesús les hace ver que no entienden nada y mucho es lo que están pidiendo y si son capaces de pasar por la pascua que El ha de pasar. Muy decididos y valientes, pero  no suficientemente conscientes, ellos dirán que están dispuestos a beber del mismo cáliz que Jesús.
Pero veremos inmediatamente la reacción de los demás del grupo que si antes no lo habían manifestado ni atrevido a pedir, ahora se ponen a murmurar entre ellos. Pero allí está Jesús para que terminemos de entender el sentido de su Reino. ¿Lo habremos terminado de aprender bien a pesar de los siglos que han pasado y sin embargo la iglesia se ha manifestado demasiado rodeada de esa aureola de poder y de grandeza a la manera de las grandezas de este mundo? Es una pregunta seria que tenemos que hacernos.
El Reino de Jesús no es un reino de poder, de grandezas humanas, sino que es el reino del servicio y del amor. Esos son los caminos que hemos de recorrer y que serán los que nos harán verdaderamente grandes. Y Jesús nos dice que no es otra cosa la que El ha venido a hacer. ‘Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’.
¿Terminaremos un día de aprender la lección? ¿Será ese de verdad el sentido que le demos a nuestra vida en medio de nuestro mundo al que tenemos que llevar el mensaje de Jesús para hacer que en verdad sea un mundo mejor?

martes, 23 de febrero de 2016

La enseñanza que hemos de trasmitir a los demás es el testimonio de una vida empapada del amor y de la misericordia de Dios

La enseñanza que hemos de trasmitir a los demás es el testimonio de una vida empapada del amor y de la misericordia de Dios

Isaías 1,10.16-20; Sal 49; Mateo 23,1-12
No son las muchas palabras las que nos convencen sino los testimonios que con la vida se nos puedan ofrecer. Sin embargo somos muy dados a las palabras, las explicaciones, las enseñanzas magisteriales y podemos andar en un doble juego porque luego nuestro actuar vaya por otro lado, por otros caminos. Podemos ser unos maestros en la ortodoxia muy estupendos porque nuestras palabras no contienen ningún error y son muy fieles a la doctrina que queramos enseñar, las normas morales que queramos inculcar y nadie podrá echarnos en cara errores o falacias en lo que tratamos de enseñar, pero quizá luego eso no cala en el corazón ni en la vida de aquellos a los que queremos trasmitir nuestras enseñanzas. Es necesario, como decíamos ya desde el principio, el testimonio que podamos ofrecer con nuestra vida.
Es lo que hoy Jesús nos quiere decir por una parte desde la experiencias de los maestros de la ley de su tiempo, los escribas y fariseos, pero sobre todo nos lo está diciendo con lo que es su vida. Quiere enseñarnos a hacer el bien, y de El llegaría a decir Pedro ‘pasó haciendo el bien’; nos quiere hablar del amor que hemos de tener con todas sus consecuencias a los demás, señalándonos como su único y principal mandamiento, pero miremos su vida de amor que se acerca a los pequeños y a los sencillos, que no hace distinción de ninguna clase, que no solo ofrece el perdón a los pecadores sino que llega hasta ellos y come con ellos mereciendo la critica y el rechazo incluso de los que se consideran publicanos; nos habla de un amor que ha de ser total diciendo que el mayor amor está  en dar la vida por el amado, y lo veremos entregarse hasta la pasión y la muerte en Cruz, perdonando e incluso disculpando, dando su vida y haciéndonos participes de su vida; podríamos fijarnos en muchas cosas más. Lo que nos quiere enseñar es lo que primero El está viviendo con nosotros.
Denuncia Jesús con sus palabras las actitudes de los maestros de la ley más preocupados quizá de su prestigio y de los honores que puedan recibir de las gentes que de ofrecer un verdadero testimonio con sus vidas. Una llamada de atención de Jesús porque nos viene a decir que entre nosotros no puede haber esas actitudes, esas vanidades, esas incongruencias.
Fijémonos en la radicalidad de Jesús que no quiere que ni nos llamen maestros, ni padres, ni consejeros. Lo que tenemos que hacer es trasmitir con nuestra vida no nuestro mensaje sino el mensaje del evangelio. Bien nos viene escuchar estas palabras de Jesús porque no se terminan nuestras vanidades y nuestras posturas orgullosas; no terminamos de acercarnos a los demás con la humildad de Jesús para trasmitirles de verdad lo que es el amor y la misericordia de Dios reflejado en nuestras actitudes y posturas.
Recordemos siempre estas palabras de Jesús ‘El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. Pero no es un recuerdo en la memoria sino en el actuar de nuestra vida.

lunes, 22 de febrero de 2016

Nos hacemos a imagen y semejanza de Dios cuando llenamos nuestro corazón de amor, de compasión y de misericordia

Nos hacemos a imagen y semejanza de Dios cuando llenamos nuestro corazón de amor, de compasión y de misericordia

Daniel, 9, 4-10; Sal. 78; Lc. 6, 36-38
Recordamos que en las primeras páginas de la Biblia, en un lenguaje metafórico si queremos llamarlo así y lleno de imágenes, al hablarnos de la creación y en concreto de la creación del hombre dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’. Nos habla de la grandeza del ser humano, de su dignidad, de esos dones especiales en nuestra inteligencia y en nuestra capacidad de decidir con que hemos sido adornados.
Podríamos quizá preguntarnos ¿y en qué nos parecemos a Dios? ¿en qué estamos hechos a imagen y semejanza de Dios? Ya lo hemos expresado al hablar de la dignidad del hombre, pero también podemos responder diciendo que nuestra semejanza está en la capacidad del amor. Somos capaces de amar; somos capaces de llenar, y no solo por instinto, nuestro corazón de compasión y de misericordia.
Podríamos decir que es lo que con otras palabras nos viene a decir hoy Jesús en el Evangelio. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’. Parezcámonos a Dios con ese amor, con esa ternura, con esa compasión y misericordia con que llenamos nuestro corazón. Es hermoso. Cuando nos encerramos en nosotros mismos con nuestro egoísmo, cuando apartamos de nuestro corazón la capacidad de hacernos solidarios con los demás, cuando miramos solo por nosotros mismos creyéndonos dioses, nos pasa como a Adán en el paraíso, nos escondemos de Dios, nos alejamos de Dios, desterramos a Dios de nuestro corazón.
Vayamos repartiendo amor, generosamente, en abundancia, sin pensar en limites, dispuestos a desprendernos de nosotros mismos, abiertos siempre a la comprensión y al perdón, nunca condenando y siempre disculpando, mirando nuestras propias limitaciones y debilidades antes de juzgar a los demás. Nos cuesta a veces; nos cuesta muchas veces porque el diablillo del orgullo mete su rabo en los resquicios de nuestra mente y quiere alejarnos de esas actitudes positivas; seamos capaces de superar, de vencer esas tentaciones de orgullo y de amor propio que nos aparecen como espejismos que nos atraen para hacernos creer que somos los mejores, que nos lo merecemos todos, que no es necesario ser tan bueno y tantas cosas más con las que nos sentimos tentados.
Leamos y meditemos muchas veces las palabras del evangelio que hoy escuchamos en labios de Jesús. ‘No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante…’ Qué felices seriamos todos si tuviéramos esas buenas actitudes en nuestro corazón en la vida de cada día, en nuestras relaciones con los demás, en nuestra convivencia con los que están cerca y en la relación con todos aquellos con los que nos vamos encontrando en la vida.
No olvidemos que en el amor nos parecemos a Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados.

domingo, 21 de febrero de 2016

Subamos a la montaña con lo que signifique de esfuerzo, de superación, de desprendimiento para contemplar el rostro misericordioso de Dios y ser signos de misericordia

Subamos a la montaña con lo que signifique de esfuerzo, de superación, de desprendimiento para contemplar el rostro misericordioso de Dios y ser signos de misericordia

Génesis 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Filipenses 3, 17-4, 1; Lucas 9, 28b-36
‘Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar…’ Así escuchamos hoy al principio del Evangelio. Los había invitado un día a seguirle y ellos lo habían dejado todo. Van haciendo camino con Jesús. No es solo que recorran los pueblos y las aldeas de Galilea o se acerquen a otros lugares, atravesando el lago, yendo más allá de lo que era la tierra de los judíos o marchasen a Jerusalén como pronto les vamos a ver hacer. El camino era algo más eso. Y en ese camino que van haciendo ahora les invita a subir a la montaña alta que allí se yergue en medio de las llanuras y valles de Galilea.
Subir a la montaña es una etapa más del camino de seguir a Jesús. Bíblicamente es una imagen que se repite. Al monte Moria sube Abrahán a sacrificar a su hijo porque Dios se lo pide. En la montaña primero en medio de una zarza ardiendo en el Horeb y más tarde en el Sinaí Dios se le manifiesta a Moisés confiándole una misión de liberar a su pueblo y estableciendo las cláusulas de la Alianza en un segundo momento. Elías igual que Abrahán en la montaña buscará ver el rostro de Dios y sentirá lleno de su fuerza para continuar su misión profética.
Ahora suben con Jesús a la montaña, porque Jesús va allí a orar. Aceptan la invitación con sus dificultades y sus exigencias, aunque aun no saben cuánto en lo alto de la montaña va a suceder. Pero como toda subida a una montaña exige esfuerzo y superación, constancia para llegar a lo alto a pesar de la dificultad y desprendimiento para dejar a un lado lo que sea una rémora que estorbe en la ascensión.
Es todo muy significativo para el camino de cada día de nuestra vida donde tantas veces parece que nos vemos superados por el cansancio o tenemos el peligro de que nos pueda la comodidad. Solo cuando nos esforzamos y luchamos teniendo claras cuales son nuestras metas seremos capaces de vencer las dificultades y lograr aquello que anhelamos y ponemos como objetivos de nuestra vida. Si nos sentimos derrotados a la primera dificultad nunca conseguiremos algo que merezca la pena y nuestra vida se convierte en insulsa y sin valor.
Van con Jesús a subir a la montaña porque va allí Jesús a orar, como tantas veces se retiraba a lugares apartados para vivir la intimidad del encuentro con el Padre. Ellos también van invitados a lo mismo y ya fuera por el cansancio del esfuerzo o por las modorras que se nos meten en la vida, se caían de sueño nos dice el evangelista. Qué curioso cómo nos entra sueño cuando nos ponemos a rezar, pero quizá no estamos viviendo la intensidad del encuentro de amor que tendría que ser siempre nuestra oración. Algunos rezan para dormirse cuando en la noche no les entra sueño.
Pero ya hemos escuchado el relato del evangelio y en lo alto de la montaña suceden cosas extraordinarias porque Jesús se transfiguró en su presencia. Se manifestaba la gloria del Señor en los resplandores del rostro de Jesús y en la blancura tan especial de sus vestiduras. Allá aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús de la muerte cercana que iba a sufrir en su subida a Jerusalén – aparece de nuevo la subida que culminará en lo alto del Calvario -.
‘¡Qué bien se está aquí!’ Esto es un éxtasis contemplando la gloria de Dios. Será el que se adelanta con sus proyectos de levantar tres tiendas para quedarse en ese éxtasis para siempre. Pero se ven envueltos en una nube, signo de la presencia misteriosa de Dios, y la voz del Padre va a señalarnos quien es Jesús y lo que tenemos que hacer. ‘Una voz desde la nube decía: –Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’.
Luego ya estará Jesús solo y aunque no terminaban de comprender bajaron en silencio de la montaña. El camino había de continuar pero ellos habían vislumbrado la gloria del Señor que verían más claramente en Jesús para reconocerle como el Señor después de la resurrección. Habían oído hablar una vez más de muerte, de la muerte que había de pasar Jesús, pero habían escuchado la voz del cielo que les aclaraba suficientemente quien era Jesús. Era un anticipo de la Pascua que habían de vivir.
Como nosotros, en este camino de la vida, en este camino de Cuaresma que vamos haciendo estamos pregustando las mieles de la Pascua. Sabemos que tenemos que seguir haciendo el camino, subiendo a la montaña, superándonos cada día más para ser más fieles, desprendiéndonos de todos esos apegos que nos tientan y nos impiden hacer el verdadero camino; y sabemos que tenemos que subir al monte de la oración, del encuentro vivo con el Señor, porque allí le encontraremos con todo su amor, allí encontraremos esa fuerza y esa gracia para seguir haciendo el camino, allí nos llenaremos de la gracia de la presencia del Señor y podremos entonces vivir la Pascua que nos transforma, que nos llena de luz y de vida, que nos hace gustar el ser y vivir como hijos de Dios.
Vamos pues a buscar ese rostro de Dios misericordioso. Lo tenemos en Jesús. Lo encontramos en Jesús, que ya nos dice que quien le ve a El, ve al Padre. Así además nos lo ha señalado el Padre. Es mi Hijo, es mi amor, es mi amado y es en quien os amo, es la prueba infinita del amor porque nadie ama más que quien da la vida por el amado, es la manifestación de mi amor. Escuchadle, contempladle, abrid vuestros ojos y vuestros oídos, abrid vuestro corazón, abrid vuestra vida a su presencia a su amor; El lleva la misericordia de Dios para con los hombres, por se va a entregar, porque lleva el perdón, porque lleva la paz, porque se manifiesta así la ternura de Dios, el corazón compasivo de Dios.
Pero nos confía una misión como siempre tras toda manifestación de Dios, la de ser en medio del mundo signos de la misericordia de Dios con nuestra vida de amor.