sábado, 16 de enero de 2016

Aprendamos del evangelio a ser imagen de la misericordia de Dios con la acogida de corazón que hagamos a todos sin distinción

Aprendamos del evangelio a ser imagen de la misericordia de Dios con la acogida de corazón que hagamos a todos sin distinción

1Samuel 9,1-4.17-19; 10,1ª; Sal 20; Marcos 2,13-17

‘Mira con qué gente se mezcla…’ es lo que piensan y lo que murmuran los fariseos y los escribas que siempre estaban al acecho de lo que hiciera Jesús.
Había llamado a un publicano - ‘Leví, el de Alfeo, que estaba sentado al mostrador de los impuestos’ - a seguirle; ahora estaba sentado a la mesa en su casa rodeado de otros recaudadores de impuestos, amigos y compañeros de Leví en su profesión, pero a los que llamaban publicanos porque los consideraban unos pecadores; entre la gente que habitualmente seguía a Jesús no estaban precisamente los que pudieran considerarse importantes y respetables en aquella sociedad; en un mundo como el entonces en el que también se discriminaba a la mujer, son precisamente ellas las que acompañan a Jesús junto al grupo de los discípulos que se va agrupando y entre ellas estaban aquellas a las que Jesús había perdonados sus muchos pecados a causa de su mala vida o hasta expulsado siete demonios como era María, la de Magdala.
‘¡De modo que come con publicanos y pecadores!’, es el comentario que los escribas y fariseos les hacen a los discípulos de Jesús. Pero es que Jesús quiere contar con todos sin ningún tipo de discriminación. No sé si nosotros habremos aprendido la lección a pesar de los veinte siglos transcurridos. Jesús les dice que el médico es para los enfermos y que El no ha venido a llamar a los que ya se creen justos, sino a los pecadores. Por eso serán los que se sienten débiles, indefensos, discriminados, pecadores los que más pronto se acercan a Jesús.
Y nosotros seguimos haciendo distinciones. ¿Por qué si está tan claro en el evangelio a nosotros nos cuesta tanto actuar a la manera de Jesús? Cuánto nos cuesta acercarnos a aquellos que nos parecen más desarrapados, que nos parece que andan metidos en chanchullos y en drogas. Quizá vamos a la Iglesia y en la plaza nos encontramos esos grupos que por su apariencia nos parecen más indeseables y como pasamos por ellos sin querer ni siquiera mirarlos porque nos parece que nos podemos contagiar de sus miserias.
También nosotros tantas veces nos convertirnos en un grupo de puritanos y gentes que nos creemos buenos y perfectos y en nuestro interior también hacemos nuestros juicios y nuestros desprecios. ¿Es así cómo vivimos el evangelio de Jesús? ¿Es así cómo queremos trasmitir la buena nueva de Jesús a los demás? Hablamos mucho hoy de la necesaria nueva evangelización de nuestro mundo que llamamos cristiano pero tantas veces lejano al evangelio. Comencemos nosotros por dejarnos evangelizar, por dejarnos transformar por la Buena Nueva de Jesús, convirtamos nuestro corazón viendo la enfermedad que llevamos en nuestro interior donde aun no vivimos en toda su plenitud su amor. Aprendamos del evangelio a ser imagen de la misericordia de Dios con la acogida de corazón que hagamos a todos sin distinción
El Señor misericordioso inunde nuestro corazón con su amor para empapados de él seamos en verdad signos de la misericordia del Señor para los demás. 

viernes, 15 de enero de 2016

Rompamos todas las barreras que puedan haber hasta dentro de nosotros mismos que nos impiden acercarnos a Jesús

Rompamos todas las barreras que puedan haber hasta dentro de nosotros mismos que nos impiden acercarnos a Jesús

1Samuel 8,4-7.10-22ª; Sal. 88; Marcos 2,1-12

Por naturaleza nuestra vocación es la comunión y el encuentro, la cercanía y la relación de amistad, el caminar juntos y el ser capaces de tendernos la mano para juntos ser más felices y hacer un mundo mejor. Sin embargo, hemos de reconocer, cuánto nos cuesta; cuántas cosas se nos meten dentro de nosotros que nos alejan, nos aíslan, nos enfrentan. Parece como que pusiéramos barreras entre unos y otros.
Cuántas barreras nos interponemos porque rondan dentro de nosotros nuestros orgullos y resentimientos; cuántas barreras nos ponemos con nuestros prejuicios e ideas predefinidas de los otros; cuántas barreras desde los celos que nos hacen excluyentes o nos vuelven acaparadores de la amistad de los otros impidiendo que otros puedan compartir también esa belleza de la amistad; barreras que nos interponemos con prejuicios y murmuraciones que crean desconfianza; discriminaciones que nos impiden aceptar a otro o lo que el otro nos ofrece; desconfianza que enfría la amistad y la cercanía.
Hoy en el evangelio hemos visto a unos hombres que traen a un paralítico pero no podían llegar hasta Jesús. El gentío se lo impedía. Todos querían, es cierto que quizá con buena voluntad, estar cerca de Jesús para verle, para escucharle, pero de alguna manera se convirtieron en barrera que impedía acercarse a Jesús.
Pero aquellos hombres, con una fe grande que merecerá el beneplácito de Jesús, rompen barreras aunque para ello tengan que romper el techo de la casa para hacer llegar al paralítico a los pies de Jesús. Pero hay otros allí también intentando crear barreras con sus prejuicios y sus desconfianzas. Allí están los que se ponen siempre a una cierta distancia para observar y para juzgar, para criticar y para condenar.
Ya sabemos que con Jesús se rompen todas las barreras y Jesús llegará a nosotros dándonos vida. Aquel hombre salió de la presencia de Jesús no solo sanado de su invalidez física, sino sobre todo sanado y salvado desde lo más hondo, porque para él estaba el perdón de los pecados. Queda claro quien es Jesús que si puede levantar al paralítico de su camilla también puede perdonar los pecados, porque todo es obra de Dios y Dios estaba en El.
Pero quizá convendría reflexionar en este momento con la idea con que comenzábamos. Pensemos por una parte las barreras con que nos encontramos para llegar hasta Jesús que muchas veces están en nosotros mismos porque quizá no somos valientes para dar el paso adelante acercándonos a Jesús y su gracia salvadora; pensemos en las ataduras de nuestra vida, nuestros apegos, nuestras cobardías, nuestro amor propio, nuestra desconfianza, nuestro miedo al qué dirán y así tantas cosas que se interponen desde dentro de nosotros mismos.
Pero pensemos también si acaso nosotros podamos ser obstáculo o barrera para que otros se acerquen a Jesús. Muchas veces los que parece que estamos más cerca quizá por la no congruencia de nuestra vida no somos luz, sino más bien sombra que se interpone. Tenemos que romper quizá muchos moldes personales para que nada nos impida ni impida a los demás llegar hasta Jesús.
Nos es necesario una purificación y un cambio de muchas actitudes puritanas, de autosuficiencia en creernos los mejores o acaso únicos poseedores de la verdad; abajarnos de ese escalón en el que nos subimos para creernos superiores, más merecedores que los otros, para discriminar, para mirar acaso con desconfianza a los que intentan acercarse a Jesús sintiéndose en verdad pecadores. Que nunca seamos obstáculo, barreras que se interpongan y cierren puertas. Nuestra misión de cristianos es llevar el anuncio de la Buena Nueva de Jesús a todos y ayudar a que todos puedan sentir el gozo de la fe y de sentirse inundados del amor de Dios.
Cuidado que dentro de la misma Iglesia tantas veces podemos encontrar esas barreras porque no siempre somos signos de la misericordia de Dios para todos.

jueves, 14 de enero de 2016

Seamos capaces de acercarnos a los otros diciéndoles ‘si quieres…’ podríamos colaborar juntos para hacer nuestro mundo mejor

Seamos capaces de acercarnos a los otros diciéndoles ‘si quieres…’ podríamos colaborar juntos para hacer nuestro mundo mejor

1Samuel 4,1-11; Sal 43; Marcos 1,40-45

Escuchando el relato que nos ofrece el evangelio de hoy me surge una pregunta y una reflexión sobre muchas actitudes y posturas con que nos podemos encontrar hoy día. ¿Qué nos pasa a los hombres y mujeres de hoy en que parece que todo son quejas y reclamaciones de derechos pero además hechas con demasiada acritud? Es justo que tenemos unos derechos humanos que hay que salvaguardar siempre pero, ¿por qué esa acritud con que hemos llenado nuestras relaciones y nuestras posibles reclamaciones? Todo se pide con exigencia, se crean tensiones entre unos y otros por los diferentes puntos de vista que podamos tener ante las diversas circunstancias en que vivimos, hay como un amargor (un sabor amargo) en nuestras palabras, nuestros diálogos (que muchas veces parecen de sordos), en nuestras conversaciones que terminan en rupturas, divergencias irreconciliables y no sabiendo colaborar los unos con los otros buscando siempre lo mejor.
Demasiados orgullos, demasiada soberbia y prepotencia, demasiado considerarme yo siempre el mejor y con la única razón verdadera; y ya sabemos eso creará enfrentamiento, desconfianza, división y nos llevará como en una espiral a hacer que las cosas marchen cada vez peor. En muchos aspectos de la vida vemos situaciones así. Es una primera consideración que me hago en este día.
Decía que me venía esta reflexión desde la lectura que se nos ofrece en el evangelio de hoy. Un leproso llega hasta los pies de Jesús, hemos escuchado. Si llega hasta Jesús es probablemente porque haya escuchado que otros enfermos y otros leprosos como él han sido curados por el profeta de Galilea. Pero fijémonos en la actitud de este hombre. Sabe que Jesús tiene poder para curarlo porque así ha curado a otros, pero se acerca con humildad a Jesús. ‘Si quieres…’ le dice. Sé que puedes hacerlo y lo has hecho con otros, aquí vengo yo con mi enfermedad y ahora depende de ti, yo no puedo hacer otra cosa. ‘Si quieres, puedes curarme’
Y Jesús quiso. Y extendió su mano y lo tocó. Algo que sería incomprensible y como una locura en aquel tiempo, porque tocar a un leproso era cometer una impureza legal; tocar a un leproso daba la posibilidad del contagio y por eso quien tocara a un leproso ya se le consideraba impuro y hasta se le apartaba de la vida de la comunidad. Pero Jesús lo tocó, lo limpió de su lepra, lo curó. ‘Quiero, queda limpio’.
Ya reflexionábamos en otro momento sobre la importancia de los gestos. De nuevo contemplamos este gesto de Jesús. A la humildad de aquel hombre que no venía con exigencias ni reclamaciones, ni con malos modos, se enfrenta, por así decirlo, el amor de Jesús que le llena de vida.
Vayamos en la vida tendiendo la mano para establecer esas buenas relaciones; vayamos en la vida acercándonos con sencillez a los otros ofreciendo lo que somos y tenemos, nuestras ideas y nuestra manera de hacer, para buscar como si todos unimos nuestras fuerzas y nuestras ideas podremos lograr muchas cosas hermosas para nuestra sociedad. Seamos capaces de colaborar, de conjuntarnos en nuestros trabajos y en nuestros deseos de hacer cosas buenas para lograr esa sociedad mejor, ese mundo mejor. En la colaboración podremos lograr cosas hermosas. Desterremos de nosotros acritudes, orgullos, autosuficiencias que son cosas que sobran; pongamos mucha humildad y sencillez para acercarnos a los otros, para la parte buena que en los otros hay y logremos esa  buena colaboración.
Muchas más reflexiones podríamos hacernos en este sentido y muchas más consecuencias podríamos sacar. Acerquémonos a los otros y digámosles también ‘si quieres…’ podríamos colaborar juntos para hacer que nuestro mundo sea mejor.

miércoles, 13 de enero de 2016

Como Jesús sepamos tender nuestra mano a los demás para con nuestra cercanía ser signos también de la presencia misericordiosa de Dios

Como Jesús sepamos tender nuestra mano a los demás para con nuestra cercanía ser signos también de la presencia misericordiosa de Dios

1Samuel 3,1-10.19-20; Sal 39; Marcos 1,29-39
Una mano sobre el hombro en un momento de sufrimiento en soledad o en un momento de amargura o desesperanza parece que inyecta en nosotros una energía que nos revitaliza y nos hace como renacer. Muchas veces necesitamos esa mano que se tiende hacia nosotros o que sintamos sobre nuestro hombro y que es mucho más que ese contacto físico que podamos sentir.
Puede significar muchas cosas; no estás solo, parece que se nos dice; es cercanía y es confianza en ti mismo; es decirnos, quiero caminar contigo y te puedes apoyar en mi; puedes levantarte porque eres capaz y puedes y tienes que hacer muchas cosas; es poner serenidad y ánimo en tu espíritu para que sientas paz a pesar de todas las turbulencias; es consuelo en el sufrimiento y la mejor medicina que nos cura por dentro; es darnos ese empujón que necesitamos para levantarnos y comenzar a caminar; es darte muchos motivos de esperanza; es el abrazo del amigo que tanto reconforta; son los ojos que te miran y sin palabras te están diciendo tantas cosas para que aprendas a confiar; es la palabra que se susurra al oído pero te llega al corazón; es la presencia de quien sabes que te aprecia y en quien puedes confiar.
Los gestos son importantes en la vida y muchas veces nos dicen más que largos discursos de palabras que se pueden quedar frías en el aire.
Jesús hablaba y enseñaba con autoridad, hemos venido escuchando en estos días. No fueron solo las palabras pronunciadas allá en la sinagoga, sino aquel hombre del que liberó de su mal. Por eso sus gestos de cercanía están siendo tan importantes porque serán signos verdaderos de la presencia de Dios en medio de ellos, de que en verdad es el Emmanuel, que se acercaba a ellos para darles nueva vida, para ponerles en camino de nueva vida.
Hoy escuchamos en el evangelio que después de salir de la sinagoga fueron a casa de Simón Pedro y allí le dijeron que la suegra de Simón estaba en cama con fiebre. No hay palabras, solo está el caminar de Jesús para llegar hasta ella y tomándola de la mano levantarla. ‘Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles’.  No fue necesario más. ‘La cogió de la mano’. Es la cercanía de Jesús. Es esa mano sobre el hombro que antes mencionábamos. Se llenó de vida. Comenzó una nueva vida con una nueva actitud. ‘Se puso a servirles’.
Luego el evangelio seguirá contándonos como al atardecer le traían a muchos enfermos hasta la puerta y los iba curando a todos. Pero más adelante nos dirá que Jesús quiere seguir caminando porque quiere seguir llegando a todos en el anuncio del Reino, en la proclamación de la Palabra pero en los signos con que curaba a los enfermos. Jesús que quiere estar con todos, acercarse a todos, llevar la vida a todos.
Nos quedamos aquí. Metámonos de lleno en la escena y sintamos también como Jesús llega con su mano hasta nosotros, pone también su mano sobre nosotros. Hay en nosotros también muchas sombras, soledades, sufrimientos, penas del corazón, inquietudes quizá muchas veces frustradas, ansias y deseos de muchas cosas. Sintamos esa mano de Jesús sobre nosotros y cómo en El nos sentimos revitalizados; cómo a nosotros con la presencia y cercanía de Jesús también se nos abren caminos; como renacen en nosotros los deseos del servicio y del bien que podemos y tenemos que hacer.
Veremos a Jesús orando, porque estaba lleno de Dios. Es un signo también para nosotros que necesitamos llenarnos de Dios para también como Jesús ir a otras partes. Porque ese gesto de Jesús nosotros tenemos que seguirlo repitiendo. Tenemos que ser signos con nuestros gestos, con nuestras nuevas actitudes, con nuestra cercanía a los demás que caminan a nuestro lado, de esa presencia amorosa y misericordiosa de Dios que a todos levanta. Es la tarea, el compromiso que nosotros hemos de realizar.

martes, 12 de enero de 2016

Jesús es la Palabra de vida que hemos de anunciar con la autoridad de las obras de amor que manifiestan la misericordia de Dios para todos

Jesús es la Palabra de vida que hemos de anunciar con la autoridad de las obras de amor que manifiestan la misericordia de Dios para todos

1Samuel 1,9-20; Sal.: 1S 2,1-8; Marcos 1,21-28
El mundo está cansado de palabras; nosotros estamos cansados de palabras. Palabras que se repiten, promesas que quieren ilusionar, mensajes que recibimos por aquí y por allá, desde un sentido y desde lo contrario. Todo son palabras y nos cansamos. Necesitamos algo más, algo que haga creíbles esas palabras y quienes las pronuncian, cumplimiento palpable de tantas promesas que pronto se olvidan, algo más que palabras encantadoras que halaguen nuestros oídos o sutilmente lo que quieren es engatusarnos en promesas de satisfacciones instintivas. Esto nos sucede hoy, pero ha sucedido en todos los tiempos de manera que nos encontramos muchas personas que se hacen oídos sordos, que parece que vienen de vuelta porque ya nada creen.
Pero cuando apareció Jesús por Galilea y comenzó a enseñar en sus sinagogas o donde tenía ocasión de hablar a la gente haciendo el anuncio del Reino de Dios la reacción de la gente fue distinta. Ahora sí entendían lo que se les quería decir; quien les hablaba lo hacia con convencimiento y autoridad. Era el anuncio de las promesas recibidas desde siglos pero ahora veían que todo se hacia realidad, se hacia presente. La gente estaba admirada, comparando la manera de hablar de Jesús con la de los maestros de la ley que les enseñaban en las sinagogas y en el templo. Ahora no eran palabras aprendidas de memoria, sino que allí estaba la Palabra con toda su autoridad.
Por eso la presentación que hará Juan en el prologo de su Evangelio es hablarnos de la Palabra, que estaba en Dios, que era Dios, que creaba y que iluminaba la vida de los hombres, aunque los hombres no quisieran reconocerlo; era la Palabra viva que se hacia vida, porque se encarnaba, porque plantaba su tienda en medio de los hombres.
Escuchan las gentes de Cafarnaún en la sinagoga aquel sábado la Palabra de Jesús y les convencía, porque sentían que se llenaban de vida. Quienes estaban llenos de muerte y no querían alcanzar la vida, le rechazarían. Ya Juan había dicho que la luz brilla en medio de las tiniebla y la tiniebla no la recibió. Allí había un hombre poseído por un espíritu maligno que se resistía. Pero está la autoridad de la Palabra de Jesús. ‘Cállate y sal de él’. Y el espíritu maligno aunque retorció a aquel hombre, lo dejó libre. ‘¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus impuros les manda y le obedecen’, exclama la gente asombrada. Y la noticia corrió por todas partes.
Estamos ante Jesús y le escuchamos. También sentimos esa palabra de vida y esa palabra salvadora sobre nosotros. Tenemos que escucharle, con asombro, con admiración, con fe, acogiendo esa palabra en nosotros. Pero nosotros también tenemos que ser palabra para los demás, porque la noticia ha de correr por todas partes; hemos de anunciar a Jesús. Con nuestra palabra, con la autoridad de nuestra vida transformada por esa palabra, con la autoridad de quien no solo va diciendo palabras sino que va realizando esa salvación de Jesús en los demás.
De cuántos males tenemos que liberar a los hombres que nos rodean; ahí están con sus sufrimientos, con sus esclavitudes, con sus oscuridades. Por nuestras obras tenemos que ser signos de la Palabra salvadora de Jesús en el consuelo que damos al que sufre, en el amor que le tengamos a los hermanos, en el mal que vamos curando ayudando a todos a liberarse de lo malo, en la esperanza que vamos sembrando, en la vida con la que vamos transformando ese mundo en el que vivimos.
Cuánto tenemos que hacer para hacer creíble en nuestros labios la Palabra de Jesús, su mensaje de salvación. Cuánto tiene que seguir haciendo la Iglesia para ser signo verdadero de la misericordia de Dios.

lunes, 11 de enero de 2016

Creer en la Buena Noticia del Reino nos exige quitar negruras de desilusión y llenarnos de la alegría de la esperanza de que es posible ese mundo nuevo

Creer en la Buena Noticia del Reino nos exige quitar negruras de desilusión y llenarnos de la alegría de la esperanza de que es posible ese mundo nuevo

1Samuel 1,1-8; Sal 115; Marcos 1,14-20

Con los medios de comunicación que  hoy tenemos y con las redes sociales las noticias podemos decir que nos llegan al instante. Pero aun recuerdo en mi niñez y juventud con qué ansias esperábamos la tan deseada carta que nos llegara de los familiares que se habían ido a América, en mi caso a Venezuela, trayéndonos noticias de su estado; cómo al llegar noticias ya fuera a nosotros mismos o nuestros vecinos en idénticas circunstancias nos comunicábamos la buena noticia recibida que era motivo de alegría para todos.
Una buena noticia siempre es motivo de alegría que además compartimos con los demás, con aquellos más cercanos a nosotros como fueran familiares, amigos o vecinos. Una buena noticia parece que no nos la podemos callar.
Esto tendría que ser siempre el evangelio para nosotros, que eso mismo significa, buena noticia. Esa era la esperanza que despertaba la presencia y la palabra de Jesús en aquellos pueblos y caminos de Galilea. Jesús anunciaba una Buena Noticia que estaba por llegar, o más bien, estaba llegando ya con su misma presencia. La gente quería escucharle porque sentían que algo nuevo estaba sucediendo. ‘Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios’, les anuncia Jesús.
Pero Jesús nos viene a decir que para acoger y aceptar esa buena noticia del Reino que llega son necesarias unas actitudes básicas en la persona. Hay que abrir los oídos bien, hay que quitar todo lo que pueda impedir que escuchemos esa buena noticia, hay que abrir el corazón y dejarse transformar. Esa buena noticia no nos puede dejar impasibles, como meros espectadores. Es necesario un cambio de actitudes en el corazón, en la vida, en los comportamientos. ‘Convertios y creed en el evangelio’, les dice.
Un cambio, pero que se acaban para siempre las desesperanzas y desilusiones, los pesimismos con que veíamos la vida y las actitudes negativas. Aquel que dice que esto siempre es lo mismo y que nada puede cambiar porque todo va a seguir igual no tiene una buena actitud en su corazón para acoger el Reino de Dios. Tenemos que sentir la novedad de lo que se nos anuncia; tenemos que poner ilusión y esperanza; tenemos que creer que es posible cambiar, es posible ese mundo nuevo. Lejos de nosotros todos los derrotismos que ya de antemano nos hacen perdedores.
Por eso nos dice ‘convertios y creed en la Buena Noticia?’ Tenemos que creer de verdad en esa buena noticia que se nos anuncia y que tiene que llenarnos de alegría ya en su anuncio; tenemos que poner una ilusión que contagie a los que están a nuestro lado; creemos en verdad en ese reino nuevo que nos anuncia a Jesús. Por él tendríamos que ser capaces de dejarlo todo.
El testimonio lo tenemos en el mismo evangelio. Aquellos pescadores creyeron y estuvieron dispuestos a comenzar algo nuevo, aunque eso significase un cambio de rumbo en sus vidas. ‘Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron... se marcharon con El’. Es la imagen del cambio y de la conversión; es la imagen de que creían de verdad aquella buena noticia que les anunciaba Jesús; es la imagen de cómo se confiaban a aquel reino nuevo que se les anunciaba y que ya comenzaba a hacerse presente en sus vidas.
¿Cuáles serán las redes que nosotros tendremos que dejar atrás si en verdad queremos vivir en el Reino de Dios? Cada uno ha de mirar esas redes en las que está enredado en su vida. Arranquemos de nosotros esas negruras de desilusión y de desesperanza con que tantas veces vivimos; comencemos a creer en verdad que a pesar de todas las negruras la luz del Reino de Dios comienza a brillar y podemos en verdad transformar nuestro mundo; llenémonos de esa alegría de poner toda nuestra fe y confianza en Jesús y contagiemos a los demás de esa alegría. Puede ser el comienzo de una nueva evangelización para nuestro mundo. ‘Se ha cumplido el plazo’.

domingo, 10 de enero de 2016

En el Bautismo de Jesús contemplamos el misterio de Dios que se nos revela señalándolo como Hijo amado de Dios

En el Bautismo de Jesús contemplamos el misterio de Dios que se nos revela señalándolo como Hijo amado de Dios y damos gracias porque en el Bautismo del Espíritu también nos hace hijos de Dios

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos, 10, 34-38; Lucas 3, 15-16. 21-22
Hay momentos en la vida que son como compendio o resumen. Después de un trabajo realizado vemos el conjunto de todo lo que hemos hecho; después de una meta alcanzada o de un camino recorrido nos sentimos satisfecho y recordamos todo lo que fueron los esfuerzos y las luchas; al iniciar una nueva etapa, nos detenemos, resumimos lo que pretendemos alcanzar, valoramos lo que vamos a hacer y sentimos el gozo de lo vivido que nos impulsa a ese nuevo paso en la vida. Así podríamos recordar muchas situaciones que habremos experimentado y vivido en este sentido.
La liturgia también tiene su pedagogía, que no son solo los protocolos como hoy se dice o los ritos preestablecidos. En la liturgia expresamos nuestra fe y la celebramos; alabamos, damos gracias siguiendo, es cierto, un ritmo para vivir y empaparnos de todos los misterios de la fe que celebramos. Pero la liturgia en su ritmo nos va enseñando y ayudando paulatinamente a ir viviendo en cada momento el misterio de Cristo que celebramos siguiendo como un ritmo ascendente y que al mismo tiempo envuelve toda nuestra vida.
Este domingo, podríamos decir, es uno de esos momentos. Concluimos todas las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía del Señor. Por así decirlo, echamos una mirada a su conjunto. Trascendemos de las escenas de la Infancia de Jesús que contemplamos en torno a su nacimiento para contemplar en El todo el Misterio de Dios que se manifiesta. Porque no podemos infantilizar nuestra religión ni nuestra vivencia de la fe. Ese niño que contemplábamos recién nacido en Belén y recostado entre pajas o en los brazos de María es el Hijo de Dios.
Es lo que se nos viene a expresar, como a revelar, en este domingo del Bautismo del Señor. Es el Hijo del Altísimo del que Juan Bautista iba a ser su precursor en el desierto; es el Salvador anunciado por los ángeles a los pastores en la noche de Belén, cuyo nombre sería Jesús como le señalaría el ángel a José, porque salvaría al pueblo de sus pecados; es el Emmanuel, el Dios con nosotros, anunciado por los profetas y que nació del seno de una Virgen; es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo como señalaría más tarde el Bautista a sus discípulos; es el Hijo amado de Dios que oímos resonar junto al Jordán en su bautismo hoy desde la voz venida del cielo mientras el Espíritu se posaba sobre El en forma de paloma.
Hoy celebramos el bautismo de Jesús en las aguas del Jordán. Quiso Jesús someterse a aquel bautismo, poniéndose en la fila de los pecadores porque El iba a cargar con nuestros pecados. Con razón luego Juan diría que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Juan había sentido que el Espíritu le revelaba en su corazón que aquel sobre quien viera bajar el Espíritu Santo sería en quien se cumplirían las promesas, porque sería el Mesías anunciado, porque sería en verdad nuestro Salvador.
Allí se iban a manifestar las maravillas de Dios. ‘Se rasgó el cielo, el Espíritu vino sobre El como una paloma, la voz del Padre resonaba desde el cielo: Este es mi Hijo amado, mi predilecto’. Allí aparecía la gloria de Dios. No se escucharían los cantos de los ángeles como en Belén; no resplandecerían en su blancura los vestidos y el rostro de Jesús como más tarde sucedería en el Tabor, pero sí se estaba manifestando la gloria del Señor señalándonos quien era Jesús, el Hijo amado y predilecto de Dios.
Nosotros hoy seguimos con el mismo espíritu de contemplación con que hemos venido celebrando todos los misterios de la Navidad. Sí, nos quedamos contemplando la gloria del Señor; nos sentimos sobrecogidos ante tanto resplandor, pero al mismo tiempo damos gracias porque podemos conocer a Jesús en toda su plenitud, porque podemos conocer y escuchar a Dios.
Es el que nos va a bautizar a nosotros no solo con un bautismo de agua, como el de Juan, sino que seremos bautizados en el Espíritu. Es cierto que necesitamos un bautismo que nos purifique como aquel que Juan administraban en el Jordán, pero a partir de este momento Dios nos va a regalar algo más; no solo nos purificará sino que nos elevará; no solo quitará el pecado de nosotros con su perdón y su misericordia sino que por su amor infinito también seremos llamados hijos, en el bautismo nos hacemos participes en Jesús de su vida divina, para hacernos también hijos de Dios.
¡Qué regalo más hermoso! Podemos ser hijos de Dios, vamos a ser llamados hijos de Dios, pero como nos dirá san Juan en sus cartas, es que en verdad lo somos porque así por la fuerza del Espíritu nos hace participes de su vida divina.
Contemplación, sí, en esta fiesta del Bautismo del Señor para acoger todo este misterio de Dios que se nos revela, pero al mismo tiempo acción de gracias, alabanzas a Dios que así nos ama.