sábado, 2 de enero de 2016

Jesús es la verdadera seguridad de nuestra vida porque es nuestra Sabiduría y nuestra plenitud, el camino que nos conduce a la Verdad plena y a la Vida sin fin

Jesús es la verdadera seguridad de nuestra vida porque es nuestra Sabiduría y nuestra plenitud, el camino que nos conduce a la Verdad plena y a la Vida sin fin

1Juan 2,22-28; Sal 97; Juan 1,19-28

En la vida vamos adquiriendo seguridades en la medida en que crecemos, en que vamos adquiriendo más conocimientos, la vida nos va enseñando y vamos madurando como personas. Son como principios sobre los que nos fundamentamos adquiridos en las enseñanzas recibidas o en la propia experiencia de la vida. Lo que hemos de tener cuidado es que esas seguridades sean infundadas, superficiales o nos hayamos dejado engañar por las apariencias; hemos de cuidar también las falsas seguridades nacidas de nuestro propio orgullo, de la cerrazón en nosotros mismos, o de unas ideas equivocadas por muy personales que puedan ser, porque realmente podrían cegarnos para ver cosas de mayor altura y que nos pudieran conducir a una mayor madurez en nuestra vida. Hemos de buscar siempre el mejor fundamento porque de alguna manera van a ser guía de nuestra vida.
Y es que algunas veces tenemos el peligro de cerrar nuestra mente y no abrirnos a algo nuevo que de verdad pudiera enriquecernos; nos podemos encerrar por miedo quizá al cambio que tuviéramos que hacer en nuestra vida que nos tendría que hacer desprendernos de cosas que de verdad no nos enriquecen como personas.
Y esto nos puede suceder en todo lo que hace referencia a nuestro crecimiento y maduración humana, como puede afectarnos a nuestra vida espiritual y a nuestras vivencias cristianas para abrirnos a una autentica fe en Jesús. Y es en Jesús donde podemos encontrar las mejores seguridades, la mayor fortaleza para nuestra vida, y las metas más altas que nos conducen a la mayor plenitud de nuestra vida. Pero necesitamos abrirnos a Jesús, querer conocer de verdad a Jesús, pero no con un conocimiento desde el exterior como si fuéramos espectadores, sino metiéndonos en El y dejando que El penetre en lo más profundo de nuestro corazón. Y es que aunque digamos lo contrario no terminamos de conocer a Jesús en toda su profundidad.
Es lo que les decía Juan a los que venían a escucharle allá junto a la orilla del Jordán. ‘En medio de vosotros hay uno que no conocéis’. Era la respuesta que daba a aquellos que habían venido a preguntarle por lo que hacia allí junto al Jordán. Les dice que ni es un profeta, ni es el Mesías, sino solo la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. Es solo la voz que anuncia, pero  no la Palabra; es el precursor pero no es el Camino verdadero que lo será el que viene en el nombre del Señor y como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Quién es El? ‘En medio de vosotros hay uno que no conocéis’, les dice. Y es tan grande que en su humildad él no se atreve ni a desatarle las sandalias, que era un trabajo de esclavos.
Es el pensamiento que debemos tener para desear cada día conocer más a Jesús. En medio de nosotros está, quiere llenar nuestro corazón, es el que da sentido a nuestra vida, verdadero camino de plenitud, verdad que nos conduce a la Sabiduría plena. Tenemos que conocer más y más a Jesús. Es la tarea de nuestra vida. Es quien va a dar total seguridad a nuestra vida porque en El está la vida en plenitud.

viernes, 1 de enero de 2016

Nuestros ojos no se desprenden de Jesús y contemplamos al mismo tiempo a María pidiendo que Dios vuelva su rostro sobre nuestro mundo y nos conceda la paz

Nuestros ojos no se desprenden de Jesús y contemplamos al mismo tiempo a María pidiendo que Dios vuelva su rostro sobre nuestro mundo y nos conceda la paz

Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Los ojos estos días no se nos han desprendido del Niño; no podía ser de otra manera porque contemplábamos la humanidad de Dios que ha tomado nuestra carne. A Dios con los ojos de la carne no lo podemos ver, pero El ha querido hacerse hombre y lo contemplamos en Jesús; vemos su humanidad, pero estamos contemplando a Dios.
No nos cansamos de mirar a Jesús y toda la maravilla del amor de Dios que en El contemplamos. Nos quedamos extasiados - ¿Quién no se queda extasiado ante la ternura de un niño recién nacido? - porque además en esa ternura estamos descubriendo la ternura de Dios, y parece que ya no quisiéramos mirar otra cosa. Pero nuestros ojos hoy quieren de manera especial ampliar la mirada y contemplamos a aquella que lo sostiene en sus brazos y sencillamente dejando que aflore también la ternura en nuestro corazon le decimos ‘gracias, María, gracias, madre, porque nos has dado a Jesús’.
Hoy la liturgia quiere que sin dejar de mirar a Jesús - hoy la pusieron con la circuncisión el nombre de Jesús - contemplemos también a María. ‘Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al Niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción’. Es la madre de Jesús, la que con su Sí hizo posible que Dios se encarnase en sus entrañas. ‘Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer…’ Es la madre de Dios. ‘Gracias, María, por tu Si; gracias, María, por tu disponibilidad y por la generosidad de tu corazón’.
‘Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre’. Allí estaba el niño que los ángeles habían anunciado como el salvador que había nacido en la ciudad de David. Y lo encontraron con María, y María observaba en silencio, María lo guardaba todo en el corazón. Ya no hay palabras de María. Aquel Sí de Nazaret era el Sí que la había llevado hasta Belén, como un día la llevará hasta lo alto del Calvario, al pie de una cruz, porque estará siempre con Jesús. María ahora nos enseña a mirar, a observarlo todo y a guardarlo en el corazón. Es la Palabra que ella había plantado en su corazón. Es la Palabra que sigue llegando a nosotros y que también hemos de guardar en nuestro corazón, plantar en nuestro corazón.
Casi no es necesario decir muchas cosas sino que nos quedemos contemplando la escena, contemplando a Jesús y contemplando a María, contemplando también todo el misterio que ante nosotros se realiza con los ojos de María. Para que reconozcamos de verdad en aquel hijo de María al que es el Hijo de Dios; para que nos llenemos también de los sentimientos de María; para que sintamos cerca de nuestro corazón a Jesús, como lo sentía María, pero también para que sintamos todo su calor de Madre. Ahí está ella y la contemplamos como la Madre de Dios, pero sabemos que un día se nos va a regalar como madre, para ser también nuestra madre. 
Estamos celebrando la octava de la Navidad. Seguimos con los gozos en el alma por el nacimiento de Jesús que celebramos hace ocho días y la fiesta de la Navidad sigue resonando en nuestro entorno. A esto se une que en el calendario que rige el devenir de nuestra sociedad en este día celebramos el inicio de un año nuevo. Junto a aquellos buenos deseos de felicidad que nos augurábamos hace unos días porque era la navidad se unen hoy las esperanzas, las buenas esperanzas de futuro en el año que comienza. Todo son parabienes y buenos deseos; nos deseamos felicidad y queremos que el año que iniciamos sea bueno.
Es cierto que le vida de nuestra sociedad y nuestro mundo está entretejida por los distintos acontecimientos que se suceden y en la globalidad actual de nuestro mundo a todos nos afecta lo que pueda suceder en cualquier rincón de nuestro planeta. Pero no miremos el devenir de la vida como un destino fatal del que no nos podemos sustraer. Pensemos también que ese mundo está en nuestras manos, en las manos de los hombres que en él habitamos. Y es ahí donde hemos de pensar en esa contribución que cada uno hace o ha de hacer para que nuestra sociedad sea mejor, nuestro mundo sea más habitable para todos y todos seamos más felices.
Nuestros deseos de paz y bien de estos días tendrían que ser compromisos de solidaridad para entre todos hacer ese mundo mejor, poniendo cada uno nuestro granito de arena. No somos ajenos a lo que suceda en nuestro mundo. Todos tenemos que sentirnos responsables de él.
En esta jornada además de primero de año celebramos la Jornada de la paz. ¿Qué cosa mejor podríamos desear y en lo que comprometernos? Es tarea de cada uno de los hombres que habitamos en este planeta, pero es también una gracia del Señor. Por eso para nosotros los cristianos esta jornada de la paz es una jornada de oración por la paz. Como escuchábamos en la lectura de los Números aquella en aquella bendición antigua pidamos que en verdad el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz. Es la bendición, pero es también la suplica que queremos elevar al Señor.
Que María, la madre de Jesús y nuestra madre que escuchó a los Ángeles en el nacimiento de su hijo cantando la gloria del Señor pero al mismo tiempo la paz para los hombres que somos amados de Dios, se convierte en nuestra intercesora ante de Dios de la paz para nuestro mundo.

jueves, 31 de diciembre de 2015

No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean

No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean

1Juan 2,18-21; Sal 95; Juan 1,1-18

‘Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo…’ No terminamos de dar gracias a Dios lo suficiente. Seguimos viviendo el misterio de la Navidad, pero hemos de seguir haciéndolo con toda profundidad.
Hay el peligro que nos distraigamos con todas las cosas que el mundo nos ofrece estos días en nombre de la navidad, pero no nos podemos quedar en lo superfluo, en lo superficial. Recojamos, sí, todo lo bueno que podemos encontrar en la alegría que vive la gente que está en nuestro entorno, aprovechemos todo lo que significan esos buenos deseos que nos tenemos los unos hacia los otros, disfrutemos de todo lo que sea encuentro en las familias, con los amigos, con las personas cercanas, pero centrémoslo de verdad todo en Cristo.
El es la verdadera motivación de toda esta celebración, aunque ya algunos no lo tengan tan en cuenta o tan claro, pero nosotros sabemos que sí, que en Jesús está el centro y lo que El quiere con su venida a la tierra es que verdaderamente seamos felices y nos hagamos felices los unos a los otros.
Todos esos buenos deseos son semillitas de ese Reino de Dios que El ha venido a instaurar. Pero pensemos que todo es gracia, porque todo es don de Dios, es regalo de amor que El nos hace; no olvidemos nunca que la verdad y la luz verdadera la vamos a encontrar solo en Jesús; busquemos esa vida que El nos ofrece, porque El es la vida misma y nos la concede con la mayor plenitud.
De eso  nos habla el evangelio que la liturgia nos ofrece en esta mañana del 31 de diciembre, cuando estamos casi finalizando la octava de la navidad. El es el Verbo de Dios que se hace carne, que planta su tienda entre nosotros para ser nuestra luz y nuestra vida. Pero ya sabemos cómo muchos rechazan la luz, prefieren la oscuridad, las tinieblas, porque sus obras no son obras de luz.
Pero como nos dice el evangelio a los que lo recibieron les dio el poder ser hijos de Dios.  Es la grandeza y la maravilla que nos descubre nuestra fe en Jesús. Por eso, como decíamos al principio, no tendríamos que cansarnos de darle gracias continuamente. El, el Hijo de Dios, ha venido a tomar nuestra carne haciéndose hombre como nosotros, para levantarnos a nosotros, para hacernos hijos, hijos de Dios.
‘La gracia y la verdad nos vinieron por Jesucristo…’ nos decía el Evangelio. Vivamos en esa gracia, vivamos en esa luz, tengamos la certeza de la verdad de Jesucristo en nosotros y que en nosotros no haya nunca mentira, falsedad, hipocresía, oscuridad, muerte. El nos fortalece con su gracia para que así sea; así nos regala.
Y termino con un buen deseo para todos cuando nos aprestamos a iniciar un año nuevo. Que en verdad iniciemos este año nuevo en esa gracia de Jesús y no nos falte nunca paz en el corazón para que así construyamos ese mundo en paz, comenzando por los que más cerca están de nosotros. Que la paz que llevamos en el corazón llene de paz a cuantos nos rodean y así hagamos que todos sean más felices. No es cuestión solo de desearlo con buenas palabras, sino que sea nuestra vida la que construya esa paz.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia

En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia

1Juan 2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40

Al escuchar el relato que nos ofrece el evangelio de hoy - nos habla de aquella anciana que llevaba muchos años en el entorno del templo y que al ver aquel niño que presentaban sus padres al Señor lo anunciaba con alegría a todos los que aguardaban la liberación de Israel como el cumplimiento de las antiguas promesas - me ha venido al pensamiento la imagen que contemplamos también en nuestros templos con muchas personas mayores que en su piedad no faltan nunca a los actos de culto cuidan amorosamente de iglesias y de ermitas de nuestros pueblos.
Hemos de reconocer que muchas veces no sabemos valorar la labor que realizan estas buenas personas y que en ocasiones vemos con desesperanza el futuro de la Iglesia porque pensamos que cuando falten esas personas nos vamos a encontrar vacíos y sin gente. Pero, repito, creo que tendríamos que aprender a valorar lo que realizan estas personas. Pienso que ahí están como un signo en medio de nuestra sociedad, pero también que son verdaderamente unas columnas que hacen fuerte a nuestra Iglesia.
Nos hablaba el evangelio de aquella anciana viuda  ‘que no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’. Ella era un signo de la esperanza de Israel que ahora se cumplía. Pero ella era también la expresión del pueblo orante que insistentemente pedía la llegada del Mesías del Señor. Y si nos fijamos en estas primeras páginas del evangelio aparecerán también otros ancianos. En este mismo episodio ayer contemplábamos al anciano Simeón, signo y expresión también de la esperanza de Israel. Pero hemos contemplado estos días a otros dos ancianos, Zacarías e Isabel, que eran escuchados en sus oraciones por el Señor. Más tarde en el evangelio contemplaremos también la alabanza de Jesús hacia aquella pobre viuda que compartía con el templo todo lo que tenía para vivir.
Quiero ver, pues, en esos ancianos que aparecen por nuestros templos fielmente en muchas ocasiones todos los días para participar en la Eucaristía o para ocuparse en muchas labores del cuidado y ornamentación de nuestras Iglesias un signo de la fe y de la esperanza del pueblo creyente. Quizá ya por ser mayores no realicen específicas obras de apostolado, pero creo que su oración, su presencia y participación en nuestras celebraciones litúrgicas son un hermoso pilar para nuestra Iglesia. Es la oración confiada y llena de esperanza que se eleva al Señor y que calladamente no solo están pidiendo por si mismos o por los suyos sino que en numerosas ocasiones con como padrinos de nuestros sacerdotes con su oración, padrinos de nuestras tareas apostólicas, padrinos de las misiones porque así por todo ellos elevan sus oraciones al Señor.
También hemos de destacar que apostólicamente también los hay muy activos, a pesar de ser mayores, porque quizá siguen participando en muchas acciones, o son voluntarios que ofrecen su tiempo para el apoyo de muchas actividades, pero también conocemos el movimiento de Vida Ascendente que precisamente se realiza desde y por las mismas personas mayores. Creo que hemos de conocerlo y reconocerlo.
No me alejo del sentido del evangelio en medio de nuestra navidad al hacerme estas consideraciones, sino que partiendo del mismo evangelio me hace mirar con unos ojos nuevos y distintos esa realidad de la sociedad que son los mayores y esa realidad de la Iglesia que son todas esas personas mayores que tan vinculadas vemos a la acción eclesial.  Aprendamos a valorarlas.

martes, 29 de diciembre de 2015

Aprendamos del anciano Simeón, hombre justo y piadoso, lleno del Espíritu Santo para abrir nuestro corazón a la misericordia en el amor a Dios y a los hermanos

Aprendamos del anciano Simeón, hombre justo y piadoso, lleno del Espíritu Santo para abrir nuestro corazón a la misericordia en el amor a Dios y a los hermanos

Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

‘Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo’. En tan breves versículos qué descripción más hermosa. Un hombre justo y piadoso, un hombre con una esperanza grande en su corazón, un hombre con la visión de Dios en sus ojos porque estaba lleno del Espíritu del Señor.
Por tres veces se menciona al Espíritu Santo en relación a Simeón en tan breves versículos: ‘el Espíritu Santo moraba en él… recibido un oráculo del Espíritu Santo… impulsado por el Espíritu Santo’. Un hombre que se deja conducir por Dios, que se deja llenar de Dios, que escucha a Dios en su corazón. Claro que podía descubrir en aquel niño que era presentado al Señor para cumplir con la ley de Moisés al Mesías del Señor. ‘Mis ojos han visto a tu Salvador…’ Su misión en la vida estaba cumplida; se habían visto colmadas todas sus esperanzas; la Palabra del Señor que es siempre fiel se había cumplido. ‘Puedes dejar a tu siervo irse en paz’.
Siente uno envidia de este hombre que pudo tener en sus manos al Hijo de Dios. Es una primera sensación y un primer deseo que siente uno en el corazón al contemplar esta escena del Evangelio. Pero es que tendríamos que emular a este santo anciano en lo que fue su vida y su fe y esperanza. ‘Hombre justo y piadoso’ nos lo ha descrito el evangelista. Mucho encierran estas dos palabras para hablarnos de la rectitud de la vida de Simeón.
El justo es el hombre fiel que camina rectamente por los caminos del Señor. Justicia es santidad, es pureza de corazón, es rectitud y búsqueda de lo bueno, es bondad y generosidad de espíritu, es respeto y es apertura al otro; y cuando decimos al otro decimos al hombre que camina a nuestro lado, pero también cuando decimos al Otro, es abrirnos a la trascendencia porque es abrirnos a Dios.
Por eso inmediatamente que dice justo dice piadoso. Quiero fijarme en el significado de la palabra piedad y para eso he consultado el diccionario que nos dice: ‘Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión’. Una referencia a Dios al mismo tiempo que una referencia al amor al prójimo, a la compasión y a la misericordia. Temor de Dios, amor a Dios, culto a Dios por una parte. Ya nos decía el evangelista cómo estaba lleno del Espíritu Santo. Su vida estaba centrada en Dios. Pero precisamente ese centrarnos en Dios nos lleva a abrir nuestro corazón a los demás. Por eso entraña compasión, misericordia. La misericordia que nos viene de Dios la trasbordamos nosotros hacia los demás.
Muchas más consideraciones podríamos hacernos en torno a este evangelio, pero creo que nos puede bastar para nuestra reflexión lo que venimos diciendo al contemplar la figura del anciano Simeón. Abramos nuestro corazón a Dios, dejémonos conducir también por el Espíritu Santo pero que eso siempre nos lleve al encuentro misericordioso, generoso en amor para con los que caminan a nuestro lado. Si lo hacemos así podemos decir que tenemos la dicha de tener a Jesús en nuestras manos, más aún, lo tendremos bien aposentado en nuestro corazón.


lunes, 28 de diciembre de 2015

La fiesta de los Santos Inocentes en medio de las alegrías de la Navidad viene a ser un toque de atención en nuestro corazón para ver el sufrimiento de tantos inocentes en el mundo que nos rodea

La fiesta de los Santos Inocentes en medio de las alegrías de la Navidad viene a ser un toque de atención en nuestro corazón para ver el sufrimiento de tantos inocentes en el mundo que nos rodea

1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18
La alegría y la felicidad que vamos viviendo muchas veces se ve en cierto modo nublada por las sombras de los sufrimientos y los dramas que continuamente nos ofrece la vida. Queremos ser felices, queremos llenar nuestro corazón de alegría pero surgen los problemas y nuestra alegría parece que no puede ser total. ¿Tenemos que amargarnos y llenar nuestro corazón de angustia por tales cosas? ¿O tendremos que buscar alguna forma para mitigar desde nuestra solidaridad ese sufrimiento que vemos en los demás o encontrarle un sentido y un valor a nuestros propios sufrimientos para no perder la alegría del alma?
Comienzo haciéndome esta reflexión en esta fiesta de los Santos Inocentes que celebramos en medio de las alegrías de la Navidad. Seguimos con el gozo y la fiesta del nacimiento de Jesús. Pero como contemplamos en el evangelio ya los primeros momentos de su vida se vieron marcados por la sangre y el martirio de aquellos inocentes, pero también por el propio desarraigo que sufrió en si mismo en el exilio que la familia tuvo que sufrir con su huida a Egipto.
Creo que previamente a leer esta reflexión hayamos leído el texto del evangelio que arriba aparece citado que nos narra el hecho del martirio de aquellos inocentes. Creo que nos sea fácil hacer una lectura de ese texto - aplicando así la Palabra de Dios a nuestra vida como siempre tenemos que hacerlo - en los acontecimientos que vivimos ya sea en nuestra propia persona por los problemas que nos afectan y nos preocupan, pero también en lo que se vive en el mundo de hoy.
Por una parte sufrimientos y problemas que nos afectan y que quizá no hemos buscado ni hemos sido causa de ellos, pero que ahí van apareciendo en nuestra vida y que tenemos que afrontar no perdiendo nunca la paz y la serenidad en su corazón. Hoy miramos a José en medio de los problemas que surgían y que ponían en peligro la vida del niño pero que afronto poniendo su fe y su confianza en el Señor que se le manifestaba en medio de aquellos acontecimientos.
Pero en la muerte de los inocentes contemplamos el sufrimiento de tantos inocentes en nuestro mundo; nos sentimos incapaces quizás y abrumados cuando vemos el sufrimiento de tantos; no sabemos quizá qué hacer, pero en nuestro corazón tiene que aparecer la solidaridad para ponernos a su lado, para hacer de nuestra parte todo lo necesario para que nuestro mundo sea más justo, para denunciar quizá las injusticias que contemplamos que hacen sufrir a tantos.
Y vemos finalmente a una familia que tiene que dejar su casa, su tierra, su patria en búsqueda de lugares de paz. ¿No es eso lo que contemplamos en tantos emigrantes, desplazados, refugiados que andan de un lado para otro en nuestro mundo de hoy? Nos sentimos quizá sensibilizados de manera especial cuando esos refugiados están llegando a las puertas de Europa, pero es en tantos lugares del mundo donde se suceden esas cosas pero que quizá por la lejanía ni nos enteramos ni nos queremos enterar.
Que el Señor despierte esa sensibilidad en nuestro corazón porque no nos podemos cruzar de brazos o mirar para otro lado. Pongamos más y más amor en nuestra vida y que florezca en nuestro mundo.


domingo, 27 de diciembre de 2015

Que la ternura, humildad y delicadeza que destilan de la Sagrada Familia de Nazaret nos enseñen a cultivar los verdaderos valores que hagan una sociedad mejor

Que la ternura, humildad y delicadeza que destilan de la Sagrada Familia de Nazaret nos enseñen a cultivar los verdaderos valores que hagan una sociedad mejor

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17ª; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52
El verdadero protagonista de la Navidad es Jesús. El único protagonista, motivo y razón de ser de nuestra alegría y nuestra fiesta: su nacimiento, el nacimiento de Dios hecho hombre encarnado en el seno de María para ser nuestra vida y nuestra salvación, verdadero Emmanuel, Dios con nosotros.
El que motiva de verdad que nuestras familias se reencuentren en el hogar para celebrar la dicha de que Dios esté con nosotros; el que alimenta nuestro amor y nuestra amistad y hace que los amigos compartamos esos días nuestras alegrías e ilusiones; el que es la verdadera razón de nuestra alegría que se contagia y a todos quiere llegar deseando para todos felicidad. El es la Buena Noticia de nuestra vida que nos trae la salvación que viene a ser la levadura que dé verdadero sabor a nuestra vida, a todo lo humano haciéndolo caminar por derroteros de plenitud.
Todo esto ha hecho que la navidad se convierta en una sentida celebración familiar donde, como decíamos, nos reencontramos, pero aun más es lo que nos ayuda a dar ese sentido de familia también a todas nuestras relaciones dándoles un sentido y un valor nuevo haciendo que al menos estos días seamos mas buenos los unos con los otros. Y ya aunque la cena de navidad tiene esa tradición y ese sentido tan familiar sin querer quitarle el protagonismo que en nuestra fiesta ha de tener Jesús, que es el que lo motiva todo, en el sentido de la Iglesia queremos tener una prolongación de ello cuando en este domingo siguiente a la Navidad celebramos el Día de la Sagrada Familia.
A la sagrada Familia de Nazaret volvemos nuestros ojos; es tan humano lo que quiso hacer Dios al encarnarse y nacer como hombre, que quiso hacerlo en el seno de un hogar, de una familia. Una familia, la de Nazaret, que se convierte para nosotros también en Evangelio, en Buena Noticia que nos anuncia y nos presenta a Jesús, al Emmanuel, Dios con nosotros.
El valor de la familia es trascendental no solo en el nacimiento de cada persona sino en el crecimiento y en la maduración como persona. Es el mejor caldo de cultivo donde germinan los más hermosos valores que marcarán nuestra personalidad y nos harán crecer en esa madurez y plenitud humana.
El hombre que no está hecho para estar solo ya desde los primeros momentos de su vida va a encontrar en torno a sí esos padres que le van a dar el calor de su amor, esa familia que le va enseñando a interrelacionarse forjando así su personalidad. No necesitamos la familia solo porque tengamos un techo bajo el que guarecernos, unos alimentos que nos nutran o unos vestidos que nos cubran, sino que será el abrigo de la familia, esa mutua interrelación y comunicación, ese calor del cariño y de la ternura familiar los que en verdad van a nutrir y alimentar nuestra vida; no vamos a recordar al llegar a la madurez de nuestra vida si tuvimos buenas o malas ropas, abundantes o exquisitos alimentos sino el cariño que recibimos, la palabra que escuchamos, el ejemplo que nos motivó, todo aquello que nos enseñó y ayudó a ser cada día mejor persona.
Hoy en la Palabra de Dios que hemos escuchado se nos hablaba de ‘revestirnos de misericordia entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura, de comprensión’. Se nos decía además cómo hemos de saber perdonarnos cuando en la debilidad de nuestra vida quizá en un momento nos molestamos o nos ofendemos. ‘Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra el otros’, se nos decía.
Se nos proponía todo eso como valores para nuestra mutua relación. Cuánta sabiduría, tendríamos que reconocer; son cosas sencillas, humildes, podríamos reconocer. Pero cuanto necesitamos de esa ternura en la vida que nos lleve a comprendernos, a aceptarnos; esa ternura y esa delicadez que limen esas aristas con las que tantas veces nos mostramos en la vida. Con esa sencillez y con esa dulzura y humildad haremos que nuestras relaciones no chirríen en encontronazos que pudieran hacer saltar las chispas del orgullo, de los recelos o las envidias.
Si supiéramos tratarnos así que fácil se haría la comunicación y la comunión; cómo aprenderíamos a caminar juntos aportando cada uno lo bueno que lleva en sí, en sus ideas y pensamientos o en su manera de hacer las cosas, porque así aprenderíamos también a ver todo lo bueno que hay también en el pensamiento o en el actuar del otro. Qué distinto sería nuestro mundo; qué felices podríamos ser todos. Qué mundo tan distinto construiríamos.
Es importante que eso lo cultivemos de verdad en nuestros hogares y en nuestras familias. Claramente vemos que cuando en los hogares se ha crecido en medio de rencores, resentimientos, ofensas nunca perdonadas, rupturas en los mismos miembros de la familia o con los más cercanos que nunca se han reparado, luego en la vida social se vive en ese mismo resentimiento y violencia, siempre se estarán recordando viejas heridas de la historia que no hemos sabido cicatrizar con la misericordia y el perdón y vamos haciendo una sociedad violenta, revanchista y a la larga intolerante, aunque luego no  hagamos otra cosa sino hablar de tolerancia.
Es lo que vemos que esta sucediendo en nuestra sociedad en la que decimos tantas veces que vamos a hacer una sociedad mejor y que queremos la paz y cada uno presenta sus proyectos, pero en el fondo porque le hemos quitado esa ternura a nuestra vida vivimos en una sociedad crispada y en la que se hace tan difícil el entendimiento. Cuánto tendríamos que decir aquí de lo que es la vida social que nos rodea y en la que estamos inmersos con el peligro de actuar nosotros así también.
Cultivemos esos verdaderos y hermosos valores en nuestros hogares creando esa verdadera comunión de amor y de cariño entre todos sus miembros. Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret donde Dios mismo al hacerse hombre quiso nacer y crecer en lo humano. Allí Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’, que nos dice hoy el evangelio. Aprendamos esos hermosos valores. Y pidamos al Dios de la misericordia que nos llene a nosotros de esos hermosos sentimientos y valores.
Recordemos a nuestras familias donde crecimos y maduramos como personas recordando y reviviendo en nosotros esos hermosos valores que allí tuvimos dando gracias a Dios por ello. Y oremos también por las familias que se encuentran en dificultades, que carecen quizá materialmente de lo necesario para una vida digna, pero oremos por aquellas que se encuentran en dificultades por las rupturas que en ellas se producen y que tanto daño hacen.
Que la Sagrada Familia de Nazaret nos proteja; que la intercesión de María y su esposo san José nos alcancen esa gracia de su Hijo Jesús.