sábado, 26 de diciembre de 2015

La alegría que vivimos en la Navidad se ve plenificada en la medida de nuestra fidelidad en el amor hasta el final como en Esteban el protomártir

La alegría que vivimos en la Navidad se ve plenificada en la medida de nuestra fidelidad en el amor hasta el final como en Esteban el protomártir

Hechos de los apóstoles 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22

Seguimos viviendo la navidad, su alegría, su paz; el gozo de sentirnos amados por el Señor de manera que nos da a su Hijo que se ha hecho carne. Le hemos contemplado en Belén, junto a María, su madre, con José a su lado como fiel custodio de aquella familia en medio de su pobreza, con los ángeles que cantan en el cielo la gloria de Dios y con los pastores que tras el anuncio del ángel se acercan trayéndole las ofrendas de su pobreza pero sobre todo de su amor.
Cuando estamos viviendo toda esta alegría la liturgia nos ofrece hoy la imagen de un cruento martirio. Es el protomártir el diácono Esteban y por eso ha merecido ser celebrado al día siguiente del nacimiento del Señor. Pero de alguna manera pareciera que se viene a mermar la alegría de la fiesta la celebración de un martirio. Esteban momentos antes de sufrir el martirio ya contemplaba la gloria de Dios en el cielo de la que pronto él iba a participar. Aun en el dolor de la muerte se nos anuncia la alegría de la vida.
Nos viene bien recordar algo en estos momentos. Belén no está tan lejos del Calvario. Belén significó desprendimiento y pobreza total hasta no tener donde nacer Dios hecho hombre de manera que fuera recostado entre las pajas de un pesebre. La Cruz del calvario significa el desprendimiento total porque es la entrega de la vida por amor. Porque tanto amó Dios al mundo nos entregó a su Hijo único al que vemos nacer en Belén. Allí estaba el signo del amor; era su razón de ser. En el calvario, en la muerte, contemplamos la entrega total, definitiva del amor; no hay señal de amor más grande. Además el que nació en Belén es el que va a entregarse en la cruz. Son las señales del amor de Dios.
En Esteban, de quien hoy estamos celebrando su martirio, estamos contemplando la fidelidad en el amor hasta la entrega total. Un camino que aprendemos en Belén y un testimonio que estamos contemplando en el martirio de Esteban.
La alegría que vivimos en estos días de navidad se ve plenificada en el amor que pongamos cada día en nuestra vida. Por eso nuestra alegría no es solo cosa de unos días porque ahora todos hemos de estar contentos. Nuestra alegría, la alegría que nace de lo más hondo del corazón, la iremos hacer creciendo día a día en la medida que vivamos en el amor, en que vivamos para los demás, en la medida en que vayamos repartiendo amor con nuestra presencia, nuestros gestos, nuestras sonrisas, nuestra entrega por los demás. 

viernes, 25 de diciembre de 2015

Nace Jesús, nace la vida, nace el Salvador y todo se llena del resplandor del amor, de la paz, de la esperanza, de una nueva comunión

Nace Jesús, nace la vida, nace el Salvador y todo se llena del resplandor del amor, de la paz, de la esperanza, de una nueva comunión

Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-20
‘La gloria del Señor los envolvió de claridad’ nos dice el evangelista tras el anuncio del ángel a los pastores de Belén. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor’. Y la noche de Belén se llenó de resplandores.
Lo habían anunciado los profetas con la belleza de sus imágenes sugerentes. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en sombras de muerte y una luz les brilló’. Hoy es la noche del brillo de esa gran luz. Hoy es el día en que nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor, como anunciaban los ángeles. A nosotros también llega esa luz, ese nuevo resplandor. ‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres’. Es el regalo de Dios, ‘gracia de Dios’ que nos llena a todos de luz y de alegría.
Los pastores se llenaron de alegría y fueron corriendo hasta Belén donde encontraron todo como les había dicho el ángel. ‘Encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre’. Nosotros también en este día nos llenamos de alegría. La alegría de la Navidad contagia a nuestro mundo de manera que todos celebran navidad aunque algunos no sepan aún muy bien cual es la razón profunda de esa alegría tan contagiosa.
Es una alegría que tiene su origen en nuestra fe, en el misterio cristiano que nosotros celebramos, el nacimiento de Jesús. Pero toda alegría se contagia, y todos vivimos en alegría en estos días, todos queremos celebrar la navidad, aunque no todos lo celebren de la misma manera y desde las mismas motivaciones. Pero aprovechemos esos momentos de alegría y de paz que bien lo necesitamos en medio de nuestras oscuridades.
Es lo que estamos hoy nosotros celebrando y que hemos de vivirlo con toda intensidad y con hondo sentido. Es algo que tenemos que vivir hondamente. No podemos dejarnos por el ambiente de una navidad superficial. Algunos podrán pensar qué como podemos celebrar estas fiestas de navidad y vivir con alegría cuando son tantas las oscuridades de nuestro mundo hoy. Pero nosotros vivimos en esperanza.
Lo que nos decía el profeta del pueblo que caminaba en tinieblas y en sombras de muerte también nos describe nuestra situación hoy. Violencias y guerras, soledades y abandonos, odios y resentimientos, rupturas de todo tipo en la familia, en la sociedad, entre los más cercanos y los más lejanos se repiten, gente que vive a su aire encerrada en su individualismo nos encontramos por doquier y es tentación que todos tenemos, desesperanzas y tristezas, sufrimientos y angustias de todo tipo… son muchas las oscuridades que se resaltan en nuestro entorno y acaso también en nuestra vida.
Pero como decía el profeta ‘vio una luz grande… una luz les brilló’. Cuando nosotros en esta noche o en este día de Navidad estamos celebrando el nacimiento de Jesús estamos viendo aparecer esa luz. Nos brilla también a nosotros esa luz grande. Ya recordábamos como la noche de Belén se llenó de un nuevo resplandor y aquella luz comenzó a brillar en un humilde establo y a los primeros que iluminó fue a los pobres, a unos pastores que estaban al raso vigilando en la noche sus rebaños.
Para nosotros, para nuestro mundo tiene que brillar de verdad la luz de la Navidad que brota del nacimiento de Jesús, el Señor, el Salvador. Viene Jesús a nuestra vida para iluminar nuestras tinieblas, para que aprendamos a salir de nuestras oscuridades, para que aprendamos que es posible hace que brille una nueva luz en nuestro mundo, porque es posible transformar nuestros corazones, cambiar nuestras actitudes y nuestras maneras de vivir, comenzar a ser de verdad unos hombres nuevos que nacen de los resplandores de Belén.
Nace Jesús, nace la vida, nace nuestra salvación y ponemos paz frente a la violencia, ponemos esperanza ante tantas desilusiones que amargan los corazones de tantos, y ponemos espíritu de fraternidad y de comunión frente a tanta insolidaridad e individualismo, y pondremos cercanía y compañía para que nadie nunca se encuentre solo, y buscaremos la concordia y la comunión para romper las barreras de la desunión, y haremos vencer el amor sobre los odios y los rencores.
Es navidad. Es lo que queremos vivir. Es lo que es nuestro compromiso en el nacimiento del Señor. Pensemos que nosotros los cristianos tenemos que hacer visible en nuestro mundo esa presencia de Dios, esa visita de amor que El nos hace con el nacimiento de su Hijo. Viviendo esa nueva luz que surge del nacimiento del Señor nos convertiremos en signos y en testigos ante nuestro mundo para hacerles llegar la verdadera alegría, para hacerles vivir esa nueva y profunda alegría que surge del nacimiento de Jesús. Nos vamos a dejar transformar por su amor y por su vida para que en verdad hagamos un mundo mejor, un mundo donde todos nos amemos y seamos felices. Tenemos que darle hondura a nuestra navidad. Que de verdad hagamos entre todos una Feliz Navidad. Es lo que os deseo a todos de corazón.


jueves, 24 de diciembre de 2015

Gracias, Señor, porque en tu misericordia has visitado a tu pueblo con el nacimiento de Jesús iluminando nuestras vidas y llenándonos de la paz de la salvación

Gracias, Señor, porque en tu misericordia has visitado a tu pueblo con el nacimiento de Jesús iluminando nuestras vidas y llenándonos de la paz de la salvación

Lucas, 1, 67-80
Estos días fui a visitar a un sacerdote mayor, bastante anciano, que me recibió con muy buena acogida y estuvimos largo rato charlando, y al final de la visita cuando ya me marchaba me dijo con mucha emoción ‘gracias por la visita’. Realmente he de reconocer que muchas veces en mi ministerio cuando visitaba a los enfermos y a los ancianos la mayoría de ellos, por no decir todos, se expresaban siempre con el mismo sentimiento de gratitud. ‘Gracias por la visita’.
Me vais a decir que no descubro nada nuevo porque es de bien nacidos el ser agradecidos como dice nuestro refranero popular. Es hermoso que en la vida seamos agradecidos; es hermoso que seamos agradecidos los unos con los otros cuando nos visitamos o nos prestamos cualquier servicio. ¿Por qué comienzo mi reflexión con estos comentarios?
Si nos fijamos en el evangelio que en esta mañana del ultimo día del Adviento hemos escuchado esas son las palabras que escuchamos en boca del anciano sacerdote Zacarías. ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo’. Dios le había concedido un hijo en su vejez; el ángel del Señor le había explicado cual era el sentido y la misión del niño que nacía, que venia ‘con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos… y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. Aquel nacimiento de Juan a quien íbamos a llamar el Bautista era la señal de la visita de Dios a su pueblo, ‘suscitando una fuerza de salvación como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas’.
Terminará su cántico proclamando una vez más ‘por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará un sol que nace de lo alto para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte y para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz’. Es el canto de agradecimiento al mismo tiempo que el anuncio de aquel que va a nacer, ‘sol que nace de lo alto’ y que es la visita definitiva de Dios para traernos la luz, la paz, la salvación.
Ya estos días pasados hemos reflexionado también sobre esa visita de Dios que veíamos significada en la visita de María a su prima Isabel. Y es para lo que ahora nosotros, ya en este ultimo día del Adviento, queremos seguir preparándonos, para esa visita de salvación que tiene que significar la navidad en nuestra vida.
Si Zacarías era capaz de bendecir y dar gracias a Dios porque estaba viendo esa visita salvadora de Dios en el nacimiento de su hijo, ‘el profeta del Altísimo que irá delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación con el perdón de los pecados’, cuánto más nosotros que ya tenemos a Jesús tenemos que saber dar gracias a Dios por su visita de amor. ‘Gracias, Señor, por tu visita’, tenemos nosotros también que saber decirle al Señor. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

La voz que grita en el desierto nos está diciendo que el Señor está cerca y viene con su paz, su amor, su vida y esta navidad no puede ser una fiesta más

La voz que grita en el desierto nos está diciendo que el Señor está cerca y viene con su paz, su amor, su vida y esta navidad no puede ser una fiesta más

Malaquías 3,1-4.23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66

Todo nacimiento es motivo de alegría. ¿Quién no se alegra al ver surgir una nueva vida en un niño que nace? Es el milagro de la vida con toda su belleza. ¿Quién no se goza en lo más hondo de su corazón y se llena de ternura en la vida que comienza a palpitar en un recién nacido? ¡Qué triste que haya alguien que quiera destruir la vida!
Cuando los vecinos y parientes se enteraron que Isabel había dado a luz un hijo se llenaron de inmensa alegría. Es lo normal en todo nacimiento, como decíamos al principio, pero aquí había muchos más motivos. Isabel y Zacarías eran mayores, parecía que habían perdido todas las esperanzas, pero Dios había mostrado su bondad y su misericordia con ellos al darles un hijo en su vejez.
Vendría a ser la razón del nombre que le imponían aunque los parientes y vecinos decían que debía llamarse Zacarías como su padre. Isabel insiste en que el nombre ha de ser Juan y preguntado el padre por señas escribe en una tablilla ‘Juan es su nombre’. Y el anciano comienza a hablar bendiciendo a Dios. El nombre de Juan significa la compasión de Dios. Y Juan va a ser el consuelo de Dios no solo para aquellos padres que reciben un hijo en su vejez, sino que su nombre viene a significar la misión que va a recibir.
Todos se alegran y la noticia corre de boca en boca por toda la montaña de Judea. La gente se pregunta alborozada ‘¿qué va a ser de este niño?’ Porque la mano de Dios estaba con él. Son muchos los signos que se suceden en torno a su nacimiento.
Es el mensajero de la alianza anunciado por Malaquías como hoy hemos escuchado y por los profetas. Es el que viene a preparar un pueblo bien dispuesto para acoger al Mesías del Señor. Como el mismo dirá más adelante, es la voz que grita en el desierto preparando los caminos del Señor.
Estamos escuchando y reflexionando sobre este evangelio en las casi vísperas del nacimiento de Jesús. Hemos venido preparando también los caminos, nuestros corazones para la llegada del Señor. Hoy contemplamos el nacimiento de Juan, el Bautista. Hoy una vez más queremos escuchar su voz, esa voz que nos llama y nos invita a prepararnos, a allanar los senderos por los que el Señor llega a nuestra vida.
Cuantos valles, cuantos caminos retorcidos, de cuantas montañas abruptas hemos llenado nuestra vida. Mucho tenemos que purificar nuestro corazón de nuestros orgullos, de nuestras insolidaridad, de nuestros egoísmos; muchos muros que nos aíslan y nos encierran tenemos que derribar para abrir nuestro corazón, para ensanchar nuestra mirada, para sensibilizar nuestra vida con una nueva sensibilidad, la sensibilidad del amor. Muchos lazos de unión hemos de tender para acercarnos más los unos a los otros, para atarnos en una nueva comunión. Mucha paz hemos de buscar para poner en nuestro corazón desterrando violencias, resentimientos, recelos, envidias.
Preparemos los caminos del Señor. Está cerca, viene con la paz, viene con su amor, viene con su luz y con su vida. Acojamos de verdad al Señor para que no sea una fiesta más, un año más, sino para que vivamos la inmensa alegría del Señor que reina en nuestros corazones.

martes, 22 de diciembre de 2015

Cantemos un cántico de amor a Dios que derrama su misericordia sobre nosotros con el cántico de María que es el cántico de la misericordia

Cantemos un cántico de amor a Dios que derrama su misericordia sobre nosotros con el cántico de María que es el cántico de la misericordia

1Samuel 1,24-28; Sal.: 1S 2,1.45.6-7.8; Lucas 1,46-56

Del cántico de María podemos decir muchas cosas y podríamos darle muchas denominaciones según la lectura que de él hagamos. Es grande su riqueza porque es grande lo que siente María en su interior por lo que no cesa de cantar y alabar a Dios. Hoy quisiera yo llamarlo el cántico de la misericordia.
María canta agradecida a Dios - ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador’ - porque en las maravillas que en ella está realizando se ven cumplidas todas aquellas antiguas promesas de la misericordia de Dios que se iba a derramar sobre la humanidad.
‘Auxilió a… su pueblo acordándose de la misericordia prometida desde antiguo a favor de Abrahán y su descendencia para siempre’. Se cumple lo prometido por Dios desde los albores de la humanidad. Y cuando dice Abrahán y su descendencia está hablando de aquel pueblo creyente que tuvo su origen en Abrahán nuestro padre en la fe.
La promesa de Dios en el paraíso tras el pecado de Adán es una promesa de misericordia. El hombre había pecado porque en su orgullo y soberbia no solo se había querido apartar del camino de Dios sino que había querido erigirse a si mismo en Dios. ‘Seréis como dioses’, le tienta la serpiente. Pero no quiere Dios que el hombre permanezca en la muerte y en el pecado. Habrá una victoria que será la de la misericordia y el perdón. Anuncia aquel linaje de la mujer, aquel hijo de la mujer que un día aplastaría con su pie la cabeza de la serpiente, aunque quisiera herirle en el calcañal. Es la victoria del amor y de la misericordia.
Ha llegado la hora en que se cumplen las promesas de Dios y no solo para aquel pueblo sino para toda la humanidad. ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’, canta María. Dios en su misericordia se ha fijado en los pequeños y en los pobres, vuelve su rostro sobre todos los que sufren las consecuencias del mal y del pecado en este valle de lágrimas y nos ofrece el paño de su consuelo que va a enjugar todas esas lágrimas porque en su misericordia llega el perdón y la gracia, llega el sentido de una nueva vida con la salvación que Dios nos ofrece y que se derrama en nosotros por el hijo de María, Jesús que salvará a todos de sus pecados. Aquel hijo de María que se está gestando en sus entrañas será nuestra vida y nuestra salvación, será la manifestación gloriosa de la misericordia eterna de Dios.
Todo se va a transformar porque la muerte es derrotada por la vida. Los que viven oprimidos por cualquier tipo de esclavitud van a ser liberados, y los pequeños y los humildes van a ser exaltados mientras dispersa a los soberbios de corazón y derriba del trono a los poderosos. La imagen la tenemos en María, la pequeña, la humilde, la que se considera la última y la esclava pero en quien se están realizando maravillas. ‘El poderoso ha hecho obras grandes en mí’, canta María. Es María la que va a ser causa de alegría para muchos y todos van a felicitarla de generación en generación porque acogió a Dios en su vida de tal manera que en ella Dios se hizo carne para que pudiéramos palpar a Dios, sentirnos inundados por su amor, envueltos en el manto de su misericordia.
Cantemos un cántico de amor al Señor con el cántico de María.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor

Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor

Cantar de los Cantares 2,8-14; Salmo 32; Lucas 1,39-45

Las prisas de María son las prisas del amor. Nos decía el evangelio que ‘María se puso en camino y fue aprisa a las montañas de Judá a casa de Isabel’. El ángel le había dado la noticia y María no se había quedado con los brazos cruzados. Había una alegría que se le había comunicado y quería compartir, pero vislumbraba una situación en la que ella podía ser útil. Se puso en camino.
¿Hacemos nosotros así? Cuantas veces cuando nos enteramos de un problema, una situación difícil por la que pueda estar pasando alguien nos decimos bueno, ¿y qué vamos a hacer, o veré a ver si puedo hacer algo pero no pongo mucho empeño porque quizá la situación me parezca difícil, o qué vamos a hacer pues así son las cosas que vienen y no nos queda más remedio que aguantar, a ver si alguien hace algo, o alguien allí cerca quizá pueda hacer algo, porque yo estoy tan lejos, tengo mis problemas… Expresiones de la pasividad con que nos tomamos las cosas y de la carencia de compromiso. No nos queremos complicar la vida porque ya tenemos con lo nuestro, pensamos.
María no temió complicarse la vida. No podía quedarse con los brazos cruzados allí donde ella sabía que había una necesidad. Ya la veremos en otros momentos del evangelio con esas mismas actitudes cuando en las bodas de Caná no podía quedarse quieta sabiendo que en la fiesta de la boda estaban pasando por problemas. Ahora se pone en camino porque no pueda mirar para otro lado o quedarse encerrada en si mismo o en su problemas.
Se puso en camino y con prisas. Eran las prisas del amor que bullía y rebullía en su interior, que brotaba como a borbotones. Y es que una persona que había tenido la experiencia de Dios que ella había tenido no podía cerrar los ojos. Estaba llena de Dios y estaba rebosante de amor. Era el compromiso que se manifestaba en el amor y en el servicio. Era el compromiso que nacía de la fe. No era una fe solo de ideas o de bonitas palabras; era una fe que le llevaba a experimentar la presencia de Dios en su vida. ¡Cómo lo había disfrutado en Nazaret cuando la anunciación del ángel del Señor! Pero, ¡cómo lo disfrutaba ahora en aquel largo camino hasta la montaña! Cuántos momentos para rumiar en su interior aquella experiencia de Dios; cuántos momentos para ir alimentando y haciendo crecer más y más su fe y su amor.
Era una hermosa subida que no solo era el camino físico o geográfico. Sabemos que de Galilea a Judea era una hermosa subida; Galilea discurría entre placidos valles y llanuras y la zona de Judea era la zona de las montañas; por eso cuando hablaban de ir a Jerusalén empleaban la expresión de subir a Jerusalén. Pero este camino de María hasta las montañas de Judea no era solo lo geográfico sino lo espiritual, porque era signo de la ascensión permanente de su vida que le hacía crecer más y más cada día en la presencia de Dios en su vida.
Contemplando este camino de María tendríamos quizá que preguntarnos cuál es nuestra subida, cuál es el camino que nosotros también hemos de emprender. Aprendamos de María, hagamos un camino y una subida como la de María. Que cada día crezcamos más en Dios y cada día se enardezca más y más el amor en nuestro corazón. Si lo hacemos así, haremos como María el camino hacia los demás y lo haremos con las prisas del amor.

domingo, 20 de diciembre de 2015

La visita de María a su prima Isabel en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres y cómo hoy Dios cuenta con nosotros

La visita de María a su prima Isabel en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres y cómo hoy Dios cuenta con nosotros

Miqueas 5, 2-5ª; Sal 79; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45
La visita de María a su prima Isabel en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres. Así me atrevo a afirmar cuando en este cuarto domingo de Adviento, en las vísperas casi de la celebración de la Navidad, el evangelio nos presenta este sencillo a la vez que profundo relato de la visita de María a su prima Isabel. Fue el ángel de la anunciación el que dio la buena noticia a María de que su prima a pesar de su vejez esperaba un hijo. Y el evangelio inmediatamente nos dice ‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña a un pueblo de Judá’, donde vivían Zacarías e Isabel.
María, la que estaba llena de Dios, ‘la llena de gracia’ como la llama el ángel, se pone en camino para ir a visitar a su prima que esperaba un hijo en su vejez. Nos dirá luego el evangelista que María se quedó con Isabel unos tres meses; con toda probabilidad hasta el nacimiento de Juan, pues serían momentos donde especialmente va a prestar sus servicios. El camino de María es el camino del servicio, es el camino del amor. ¿Cómo no iba a ser camino de amor si llevaba a Dios en sus entrañas? El hijo que de ella iba a nacer, como le había dicho el ángel, era el hijo del Altísimo ‘se llamará el Hijo de Dios’.
Llevaba María a Dios en ella, porque era la que había encontrado gracia ante Dios y era la llena de Dios, pero porque ya en su seno llevaba al Hijo de Dios que sería Emmanuel, que sería Dios con nosotros. Por eso podemos decir, sí, que la visita de María era la visita de Dios, era la señal de cómo Dios venía a estar con nosotros, era el Emmanuel que se paseaba entre nosotros. Por eso, podemos decir, sí, que la visita de María a Isabel se convierte en signo, en signo viviente, en signo vivo de la visita de Dios.
‘¿De donde a mi que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ exclamará Isabel  con la llegada de María. Y es que la presencia de María llenaba de Dios cuanto tocara, podríamos decir, allí donde estuviera se hacía presente de Dios. ‘Isabel se llenó del Espíritu Santo’ y ahora todo son bendiciones y alabanzas. La presencia de María llenó de una manera especial de Dios aquel hogar de la montaña. Si ya aquellos ancianos eran temerosos de Dios que vivían queriendo siempre cumplir el mandamiento del Señor ahora llenos del Espíritu divino se hacen profetas para descubrir los misterios de Dios y para alabar y para bendecir, como lo hará más tarde también Zacarías después del nacimiento de Juan.
Era la visita del amor de Dios que se estaba manifestando y haciéndose carne en María la que despertaría de forma profunda la fe de aquellos ancianos para saber discernir los misterios de Dios que ante ellos se estaban realizando. De ahí ese reconocimiento, sin que ningún humano lo haya manifestado, que allí está la madre del Señor, porque quien lleva en sus entrañas María es el Hijo de Dios. De ahí esa alabanza a la fe de María - nadie le había revelado el diálogo entre el Ángel y María allá en Nazaret - y por eso, porque estaba llena ya del Espíritu Santo también, podría proclamar ‘¡bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’ alabando también la fe de María, ‘dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.
Aquel camino de María y aquella visita a su prima allá en la montaña había sido el camino del amor, el amor que nacía de la fe, el amor que se desbordaba en su corazón con la presencia de Dios en ella, y era la visita de Dios para aquel hogar de la montaña, signo de la visita del Emmanuel, del Dios con nosotros para siempre, que nos traería la salvación. En María estaba llegando Dios a los pobres y los que tenían necesidad - eran unos ancianos y cuántas no serían sus carencias y necesidad de ayuda en aquellas circunstancias - como un signo de esa visita de Dios, de esa presencia salvadora de Dios para toda la humanidad y de todos los tiempos. María fue el signo y la mediación.
Nos acercamos a la Navidad; estamos iniciando ya la última semana del Adviento que desembocará en la fiesta de la Natividad del Señor. Para nosotros no es solo un recuerdo, sino que para nosotros es sacramento porque es vivir en el signo de la celebración esa venida de Dios a nosotros hoy. Recogiendo esta imagen con la que venimos reflexionando celebrar la navidad hoy es celebrar esa visita, esa venida de Dios hoy a nosotros y a nuestro mundo.
¿Cómo se hace presente hoy Dios en medio de nosotros? ¿Cómo podemos reconocer esa presencia de Dios? ¿Cómo puede reconocerlo nuestro mundo? ¿Cómo hacer que no se quede todo en una alegría ocasional y que se pueda quedar también en lo superficial? Tendríamos que decir que no habría autentica Navidad si no vemos y sentimos esa presencia de Dios. Y hemos de reconocer tristemente que muchos celebran navidad sin Dios, que nosotros podemos celebrar navidad sin Dios, que entonces no sería auténtica navidad.
Esa es la tarea de los verdaderos creyentes que queremos celebrar una auténtica navidad. Es tarea y es compromiso. Como quiso contar entonces con María, como estamos viendo hoy en el evangelio, quiere Dios contar con nosotros. Sí, tenemos que ser sacramento de Dios para nuestro mundo, signos verdaderos que hagan presente a Dios en medio de los hombres del mundo de hoy. Esto es serio. Decíamos antes que muchos celebran navidad sin Dios y acaso tendremos que preguntarnos si no será culpa de nosotros los creyentes que no damos verdadera señales a nuestro mundo de esa visita de Dios. Y cuando falta esto caemos en superficialidades y en alegrías ocasionales que se quedan en la fiesta de unos días que pronto pasan.
Decíamos antes que el camino de María fue un camino de amor porque iba llena de Dios. Pensemos que por ahí tiene que ir nuestro camino, por ahí tiene que ir nuestro compromiso por el signo de un verdadero amor, de una auténtica solidaridad con los hombres y mujeres que a nuestro lado sufren en sus carencias y necesidades.
Pensemos en que en la medida en que crezcamos en nuestra capacidad de amar, de acoger al que está a nuestro lado sea quien sea, en el deseo y compromiso de hacer cada día más felices a los demás, en nuestro trabajo comprometido por hacer un mundo mejor y más humano, en luchar auténticamente por la paz empezando por los que están cercanos a nosotros en nuestras propias familias o en los círculos en los que nos movemos habitualmente, estaremos dando señales de que Dios nos visita, de que Dios está con nosotros, de que es verdaderamente el Emmanuel.
La visita de María a su prima Isabel nos está enseñando  hoy a hacer presente la visita de Dios a este mundo que sufre en nuestro entorno. De nosotros depende, porque Dios quiere contar con nosotros.