sábado, 31 de octubre de 2015

Busquemos los valores verdaderamente importantes en nuestra capacidad de servicio y de amor a los demás

Busquemos los valores verdaderamente importantes en nuestra capacidad de servicio y de amor a los demás

Romanos 11,1-2a.11-12.25-29; Sal 93; Lucas 14,1.7-11
Es cierto que cuando vamos a presentarnos para conseguir un trabajo o un puesto de responsabilidad se nos pide un curriculum vitae donde manifestemos por una parte lo que es nuestra preparación y nuestra formación para poder desempeñar aquel puesto  y ahí pondremos los titulos académicos que tengamos y los cursos de formación que hayamos hecho para prepararnos además de lo que ha sido el recorrido vital de responsabilidades que hayamos desempeñado en la vida. Es justo, podríamos decir, es necesario.
Pero hay otro curriculum que algunas veces presentamos y es lo que ahora me atrevo a llamar el  curriculum de influencias; arrimamos el ascua a nuestra sardina, o mejor nos arrimamos a nombres de personas que nos pueden servir de influencia. Porque yo soy amigo de tal o cual personaje, yo he estado en la casa de no sé quien o he comido junto a no sé que personaje de influencia en la vida social o política o lo que sea.
Y yo me preguntaría. ¿Valemos por lo que por nosotros mismos valemos o nuestro valor está en esos personajes de influencia que pudieran ser buena sombra o buen puente para yo tener un prestigio o un nombre? Cuantas veces lo habremos escuchado, yo soy intimo amigo de tal o cual persona o cosas semejantes que creemos que nos van a dar nombre y un cierto poderío llameémoslo social.
Hoy nos habla el evangelio de aquel momento en que un fariseo principal lo había invitado a una comida y Jesús estaba observando cómo los comensales poco menos que se daban de codazos por ocupar los puestos principales de la mesa. Y es cuando aprovecha Jesús el momento para darnos la lección. ‘Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola’. El evangelista dice una parábola pero más bien parece una exhortación y unos buenos consejos. No corramos por los primeros puestos, nos viene a decir; seamos capaces de ponernos detrás en el último lugar, que si mereces un puesto mejor, el que te invitó ya se encargará de subirte más arriba.
La lucha por los primeros puestos es algo que veremos repetido en el evangelio. La búsqueda de lugares de influencia o donde pensamos que vamos a ser mejor considerados o vamos a tener más poder. Como decíamos en el principio de esta reflexión, ponernos al lado de aquellas personas de influencia para que vean que nosotros somos también importantes.
Como ya sabemos bien por el evangelio, porque además cuando comentamos un texto o un episodio determinado siempre lo hacemos mirando los lugares paralelos del mismo evangelio o aquellas palabras de Jesús que aparecen en otras circunstancias quizá pero que nos vienen a complementar la reflexión, a hacernos profundizar más en el mensaje de Jesús. No será así entre vosotros les dice a los discípulos cuando están peleando por los primeros puestos, porque los grandes de este mundo se consideran con el poder para dominar, para explotar, manipular y esclavizar a los que consideran pequeños. Jesús nos dirá entonces como nos está diciendo hoy, ponte en el último lugar, ponte en el lugar del servicio.
¿Valemos por la sombra que recibimos de los que son influyentes? Valemos por la capacidad de servicio que tengamos en nuestra vida; valemos por el amor que enriquece nuestro corazón; valemos por todo eso que hacemos para levantar al hermano, para valorarlo, para ayudarlo a ser el mismo, para hacerlo grande. Busquemos los verdaderos valores de nuestra vida en nosotros mismos y en toda la capacidad de amar que tengamos en el corazón.

viernes, 30 de octubre de 2015

La gloria del Señor está en que sepamos hacer más feliz a quien está a nuestro lado borrando de su vida todo lo que le hace sufrir

La gloria del Señor está en que sepamos hacer más feliz a quien está a nuestro lado borrando de su vida todo lo que le hace sufrir

Romanos 9,1-5; Sal 147; Lucas 14,1-6

Hay momentos en que tenemos la sensación de que estamos siendo observados y lo  normal es que de alguna manera nos sintamos incómodos; no nos agrada, nos parece que nos están desnudando con sus ojos y en su pensamiento, analizando nuestros actos, interpretando lo que hacemos. En esa incomodidad no sabemos qué hacer, o pasamos olímpicamente de ello y nos da igual lo que miren, piensen u opinen, o tenemos la tentación de acomodarnos un poco y tratar de parecer normales, o también podemos reaccionar de mala manera según sea nuestro temperamento. En la madurez de nuestra vida, cuando obramos rectamente no nos importa que nos miren y seguimos actuando con toda rectitud.
A Jesús también lo observaban, algunos miraban con lupa lo que hacia y lo que decía y cuándo actuaba. Pero como alguien le dijo un día ‘sabemos que eres sincero t veraz y no tienes ninguna acepción de personas’. Ahora nos cuenta el evangelio que lo habían invitado a casa de unos de los principales fariseos y allí estaban letrados y fariseos expiando a ver qué es lo que hacía.
Era sábado. Y allí estaba un hombre enfermo de hidropesía. Y Jesús pregunta qué es lo licito de hacer el sábado. Era el día del Señor; todo tenía que estar centrado en el culto a Dios. Pero el culto que había que tributarle a Dios ¿era solamente lo que en el templo o en la sinagoga se pudiera hacer? ¿Solo serían los sacrificios del templo o la lectura de la ley y los profetas de las sinagogas? ¿Y la gloria del Señor no es el buscar el bien del hombre? ‘Y se quedaron sin respuesta’, dice el evangelista ante las preguntas que en este sentido Jesús les hacia.
Allí tenía que manifestarse la gloria del Señor. En la curación de aquel hombre que era mucho más que simplemente curarle de su enfermedad. Era la atención, la cercanía, el contacto humano, el amor en una palabra lo que en verdad iba a curar a aquel hombre, por lo que aquel hombre podría sentirse sano, sentirse feliz. Y esa es la gloria del Señor que hemos de buscar.
Vamos a iniciar el año de la misericordia al que nos ha convocado el Papa. Pero que no se quede en bonitas palabras sino que se manifieste de verdad la misericordia del Señor en su Iglesia. Aun seguimos pendientes más de las normas y de las leyes, de los ritos y de la imagen que podamos dar, que de una autentica misericordia con la que nos acerquemos a todas las personas.
Todavía seguimos condenando con dureza de corazón, sin llenarnos de ternura para ver cual es la situación humana de aquel que quizá haya obrado mal y porque obró quizá en un momento mal ahora excluimos y separamos. No terminamos de mirar cuanto es el sufrimiento que puedan tener en su interior esos a los que condenamos y excluimos. Todavía en nuestra Iglesia tenemos muchas cosas que revisar.
En nuestro corazón, en nuestros gestos y en nuestras actitudes, en nuestra manera de actuar, en nuestras relaciones con los demás mucho tenemos que revisar para en verdad nos manifestemos compasivos y misericordiosos, como nos dice el evangelio, que tenemos que ser pareciéndonos al Padre bueno que siempre es compasivo y misericordioso.

jueves, 29 de octubre de 2015

Una vida impregnada del misterio pascual no teme las perturbaciones que podamos encontrar en el camino

Una vida impregnada del misterio pascual no teme las perturbaciones que podamos encontrar en el camino

Romanos 8, 31b – 39; Sal 108; Lucas 13, 31-35

Alguna vez quizá haya se nos habrá acercado a decirnos que tengamos cuidado con tal persona que no nos quiere bien y probablemente en principio nos hayamos quedado desconcertados; nos cuesta entender que nos quieran mal, que no entiendan lo que hacemos o que lo malinterpreten; somos conscientes de que intentamos hacer las cosas bien, decimos lo que creemos conveniente y justo y en esa consecuencia actuamos, pero quizá eso no guste, moleste a alguien y pueden devenir tan malos odios o sentimientos negativos en esas personas que quizá nos puedan desear algo malo.
Ya digo, nos quedamos desconcertados y no sabemos qué hacer, porque creemos que estamos haciendo lo recto y lo correcto; ¿qué hacemos? ¿seguir como si nada hubiera pasado? ¿atender a esas advertencias y moderar nuestra actuación? ¿mantenernos fiel en nuestra actuación con la conciencia de lo bueno que estamos haciendo? Difícil tesitura en la que podemos encontrarnos en ocasiones.
Hoy vienen a decirle a Jesús que se ande con cuidado porque Herodes quiere matarle. Y con los antecedentes de lo que le había sucedido a Juan el Bautista, quizá habría que tomar precauciones. ¿Será esa actitud de la llamada prudencia la que tomará Jesús?
Jesús no tiene miedo. Habrá momentos, como en Getsemaní antes de comenzar su pasión, en que su alma sentirá la angustia de la muerte cercana, pero aun en esos momentos oscuros estará por encima de todo su deseo de hacer la voluntad del Padre. Que pase este cáliz, pedirá entonces, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. Ahora manifiesta su decisión ante lo que le dicen de Herodes, sabiendo que su vida puede estar en peligro, pero es fiel a su misión y sabe que habrá de vivir una pascua muy especial, porque estará muy llena de sufrimiento y de pasión, pero sigue con su camino.
‘Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término. Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’. Sigue su camino hacia Jerusalén. Sabe incluso que Jerusalén no ha acogido ni acoge su palabra y llorará por ella. Anuncia, sin embargo, cómo va a ser aclamado en su entrada en Jerusalén.  ‘Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor’. Aunque bien sabe que ese va a ser el pórtico de su pascua.
¿Y nosotros tendremos también que vivir una pascua? Nuestra vida ha de estar impregnada toda ella por el misterio pascual de Cristo y aquellos acontecimientos que vayamos viviendo, en ocasiones dolorosos y perturbadores, en otros momentos quizá con muchas alegrías también en el corazón, hemos de vivirlos con ese sentido pascual.  Y es que nos unimos a Jesús, nos unimos a su pasión con nuestra pasión, nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros problemas y luchas, pero siempre sabemos que estamos iluminados por la luz de Cristo, por la fuerza de su Espíritu.
Hagamos ese camino pascual en cada momento de nuestra vida con decisión, con gallardía, con la valentía y fortaleza que nos da el Espíritu del Señor. No temamos porque Cristo es nuestra Paz, en nuestra Pascua.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Celebrar a los apóstoles nos recuerda que siempre hemos de ser sembradores de esperanza en el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación de Jesús

Celebrar a los apóstoles nos recuerda que siempre hemos de ser sembradores de esperanza en el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación de Jesús

 Efesios 2,19-22; Sal 18; Lucas 6,12-19
‘Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no solo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama. Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria del apostolado, con preferencia a todos los demás…’
He querido comenzar hoy mi reflexión con estas palabras de san Cirilo de Alejandría - una padre de la Iglesia en la antigüedad de los primeros siglos del cristianismo - en su comentario sobre el evangelio de san Juan. Y es que hoy celebramos la fiesta de dos apóstoles, que formaban parte del grupo de los Doce a quien Jesús llamó de manera especial y constituyó apóstoles, sus enviados. Hoy celebramos a san Simón y san Judas Tadeo.
Poco sabemos de estos apóstoles, Simón el  cananeo y Judas Tadeo que no el Iscariote, poco más que lo que nos dicen los evangelios al hacernos relación de los nombres de aquellos Doce a quienes Jesús llamó y constituyó como Apóstoles. Es lo que nos ofrece el evangelio de este día, la elección, llamada y envío de los Doce Apóstoles, dándonos la relación de sus nombres. A Simón se le llama también el Celotes probablemente por su pertenencia en origen a aquel gripo de los Celotes que vivían en resistencia al dominio de los romanos. También sabemos que era de Caná de Galilea. Y de Judas Tadeo se hace mención cuando en la última cena la pregunta a Jesús por qué se manifestó a ellos y no a todos.
Bien nos viene recordar y celebrar a los Apóstoles; no es necesario que nuestro recuerdo y devoción lo hagamos simplemente desde esas devociones populares que los llaman santos muy milagrosos a los que hemos de acudir. Ya sabemos que la verdadera devoción a los santos no es convertirlos en unos más milagreros que otros porque nos ayuden en nuestras necesidades, aunque no negamos su intercesión por nosotros, sino que hemos de ir a algo más profundo, desde el testimonio de santidad que en su vida nos ofrecen que es lo que verdaderamente hemos de imitar.
Por otra parte la celebración de los apóstoles nos recuerda siempre esa característica fundamental de nuestra cristiana y de la Iglesia que es su categoría de apostólica, enraizada en la fe de los apóstoles que fueron los primeros testigos del Señor resucitado cuyo testimonio recogemos para vivir ese profundo sentido eclesial que siempre ha de tener nuestra fe.
Al escuchar hoy en el evangelio la llamada y el envío de Jesús nos recuerda también esa llamada que el Señor nos hace que también nos envía en medio de nuestro mundo a ser testigos de su Reino, anunciando con nuestra vida y con nuestras palabras la Buena Nueva de la Salvación que Jesús nos ofrece. Un cristiano siempre tiene que ser testigo y apóstol. Un cristiano nunca ha de ocultar su fe sino que con toda gallardía y valentía ha de proclamarla ante los que le rodean. Un cristiano siempre tiene que ser sembrador de esperanza porque anuncia la salvación, ha de ser sembrador de la paz porque ha de ir en todo momento repartiendo amor.

martes, 27 de octubre de 2015

Una esperanza, una ilusión, una fuerza interior que nos hace crecer interiormente y lleva el Reino de Dios a su plenitud

Una esperanza, una ilusión, una fuerza interior que nos hace crecer interiormente y lleva el Reino de Dios a su plenitud

Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21

Algunas veces parece que nos desesperamos porque no vemos el fruto de aquello que hacemos; nos parece estar trabajando en baldío porque en nuestro deseo quisiéramos ver enseguida el fruto de lo que enseñamos, de lo que trabajamos por los demás, o del esfuerzo que realizamos por superarnos en la vida.
Es lo que muchas veces nos sucede en la familia, los padres se afanan en la educación de sus hijos, enseñan, corrigen, aconsejan, ayudan, apoyan pero parece que no vemos el resultado porque da la impresión que los hijos hacen casi lo contrario de lo que tratamos de imbuirles. Se ha de saber cultivar en uno mismo la virtud de la paciencia, saber esperar y confiar que aquella semilla que sembramos algún día brotará, algún día veremos las flores anuncio de nuevos y buenos frutos.
Nos sucede en el ámbito de nuestra vida religiosa y nuestra vida eclesial. Los pastores de la Iglesia se afanan en cómo mejor servir al pueblo de Dios, se trazan planes pastorales, se trabaja con ahínco por enseñar, por formar a las comunidades y no siempre encontramos el fruto que tanto deseamos.
Es la pequeña semilla que hemos de ir sembrando con la esperanza de que un día brotará; eso en nuestra propia vida en ese desarrollo personal, en esa superación que hemos de ir logrando en nosotros para ser mejores, pero es también en lo que hagamos por los demás. Es la paciencia del agricultor que echa la semilla en la tierra y ha de esperar para un día poder recoger los frutos. Es el proceso que en toda vida se desarrolla que tiene sus pasos y que hemos de saber seguir con paciencia y con esperanza.
Es de lo que nos hablan las pequeñas parábolas que hoy nos propone el evangelio. Nos habla de la pequeña e insignificante semilla de la mostaza que un día brotará y se convertirá en un arbusto grande; o es el puñado de levadura que mezclamos con la masa que parece que se diluye y desaparece pero que hará fermentar toda la masa; y que fermente la masa lleva su tiempo, su proceso.
Tenemos que aprender para la vida en todos sus aspectos. Es la esperanza que nos anima cuando tratamos de hacer el bien aunque no veamos respuesta. Es el ánimo que estimula nuestra vida en la lucha de cada día. Es el esfuerzo constante, sin cansarnos, que hemos de ir realizando en el desarrollo de nuestras responsabilidades y compromisos. Es la ilusión con que unos padres trabajan por el futuro de sus hijos y será el gozo final que tendrán cuando los ven crecer y madurar.
Que no nos falte nunca esa esperanza en ese compromiso con que vivimos nuestra vida. Que sintamos que el Espíritu del Señor está actuando ahí en nuestro interior, en nuestro corazón y es el que nos da fuerza y empuje para esa tarea de cada día. Es la esperanza con que vivimos y construimos el Reino de Dios que sabemos que un día alcanzará su plenitud.


lunes, 26 de octubre de 2015

El amor y la compasión con el que sufre han de tener la primacía en nuestra vida que le de sentido a lo que hacemos y vivimos

El amor y la compasión con el que sufre han de tener la primacía en nuestra vida que le de sentido a lo que hacemos y vivimos

Romanos 8,12-17; Sal 67; Lucas 13,10-17

El amor es el que tiene siempre que vencer. Es nuestro sentido, nuestra razón de ser y vivir. Sabemos que no es fácil, vivimos envueltos en muchas negruras y sombras desde nuestros intereses y nuestros orgullos; pero no nos podemos dejar vencer.
Otras veces nos cuadriculamos la vida con normas, reglamentos y leyes, o con cosas que hacemos desde la costumbre que se convierte en rutina, o desde unos parámetros que nos construimos como para decir que haciendo esas cosas ya nos podemos quedar contentos porque hemos cumplido. Otras veces desde esas cuadriculas en las que hemos metido la vida tenemos la tentación y el peligro de convertirnos en manipuladores de los demás, porque queremos que las cosas se hagan desde nuestro parecer, porque queremos encorsetarlos con nuestras normas y reglamentos, porque de alguna manera queremos imponernos sobre los demás.
La vida religiosa y social de los judíos estaba llena de normas y preceptos. Claro que tenemos que pensar si de alguna manera también nosotros andamos así. Lo que en un principio se había preceptuado como algo que nos recordara la primacía de Dios sobre todo como pueblo creyente que era se podían convertir en norma opresora y deshumanizante porque quizá olvidaban el valor de la persona frente a los preceptos. Nunca puede estar reñido el culto que le demos a Dios con el respeto y el valor que le demos a la persona; es más el amor que manifestamos a Dios cuando le damos culto tiene que llevarnos necesariamente al amor a la persona, a la valoración de la persona y a buscar su bien por encima de todo.
Es en lo que se había convertido el descanso sabático que en principio buscaba que el hombre de verdad centrar su vida en Dios; pero se había reglamentado tanto el trabajo que se podía y no se podía hacer, que había perdido todo sentido de humanidad. Pero allí está Jesús que nos viene a recordar el verdadero sentido de las cosas y cómo el amor debe primar sobre todo.
Nos habla el evangelio de una mujer encorvada a causa de su enfermedad a la que Jesús cura. Aclarar el sentido que para los judíos y los antiguos tenía todo tipo de enfermedad que se veía como una posesión y dominio del maligno cuando no de un castigo por algo que se había hecho mal. Jesús nos da un sentido nuevo y distinto. ‘Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios’.
Jesús que viene a sanarnos nos sana también de ese sentido equivocado de las cosas y en este caso de las enfermedades. Pero también nos está dando una señal de lo que realmente Jesús quiere hacer dentro de nuestro corazón del que quiere arrojar todo mal; es el perdón que nos regala, es el camino de vida nueva que nos ofrece, es la gracia que nos salva y nos llena de vida, es el amor que hemos de poner allí donde estemos y hagamos lo que hagamos para que le dé sentido y profundidad a lo que hacemos.
Frente a aquella vida encorsetada de normas y preceptos Jesús nos contrapone una vida llena de amor; como fue el amor y la compasión lo que le llevó a sanar a aquella mujer saltándose todos aquellos preceptos tan deshumanizadores. Que en verdad le demos en nuestra vida la primacía al amor.

domingo, 25 de octubre de 2015

Aprendamos a hacer el mismo camino de Jesús atentos a los gritos de los que sufren y ofreciendo nuestro brazo para caminar en una nueva claridad

Aprendamos a hacer el mismo camino de Jesús atentos a los gritos de los que sufren y ofreciendo nuestro brazo para caminar en una nueva claridad

Jeremías 31, 7-9; Sal. 125; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10,46-52
Nos habla el evangelio de un ciego que está junto al camino en Jericó y que al paso de Jesús gritará insistentemente pidiendo compasión; Jesús lo mandará llamar ante los gritos insistentes del ciego preguntándole que desea y ante la fe de aquel hombre que, desde su pobreza y su humildad así acude a Jesús, por su fe lo curará.
‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí… ánimo, levántate que te llama… ¿qué quieres que haga por ti?... Maestro, que pueda ver… Anda, tu te ha curado… recobró la vista y lo seguía por el camino’.
Así sencillamente en ese diálogo tan hermoso, casi con naturalidad, nos cuenta el evangelista el episodio. Está la fe de aquel hombre, por un lado, desde su pobreza y necesidad, pero enfrente está la compasión y la misericordia de Jesús. Pero nos puede decir muchas cosas fijándonos en detalles que son como signos y que hemos de saber traer a nuestra realidad y a nuestra vida.
‘El ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna’, nos dice el evangelista. Al borde del camino, con su ceguera y con su pobreza. Ni la ceguera ni la pobreza le podían dejar hacer el camino. Será incapaz, no ve, no tiene medios. Algunos le gritarán que se calle, que no moleste. Nos molesta la pobreza y la necesidad de los demás y preferimos no enterarnos, seguir nuestro camino y que no encontremos impedimentos. Pero los pobres, los que están discapacitados como aquel ciego tienen tantos impedimentos. Sus limitaciones le impedían una vida digna y desde su necesidad no podía hacer otra cosa que pedir y mover a compasión. Pero no nos gusta que nos pidan o que nos quieran mover a compasión y cerramos los ojos o miramos hacia otro lado para no ver, para no sentir.
Miremos cuáles son nuestras cegueras nosotros que creemos que vemos; miremos cuál es nuestra pobreza nosotros que creemos que nos bastamos; miremos si acaso nos hemos discapacitado para amar de verdad. ¿No tendríamos que ser nosotros los que estemos gritando que se tenga compasión de nosotros si somos capaces de reconocer esas pobrezas, esas cegueras, esas discapacidades que tenemos en nuestra vida? Será algo que tenemos que preguntarnos. Aquel ciego está quizá ocupando nuestro lugar porque allí tendríamos que estar nosotros.
Pero Jesús no se desentiende, no se hace el sordo. Jesús se detiene en su camino y pide que lo traigan. Pararnos en nuestras prisas por llegar no sabemos donde, aunque digamos que vamos al templo. Mereció la atención de Jesús y Jesús movió a los demás para que no se hicieran sordos, para que prestaran atención. Ahora sí se movilizan. ‘Animo, levántate que te llama’ y lo traen hasta Jesús. No eran ellos los que lo iban a curar pero pudieron señalar el camino, tender la mano para ayudar a caminar.
Decimos tantas veces que no sabemos, que no podemos. No tenemos que pensar en hacer milagros, sino el milagro puede estar en esa atención que prestas, en esa palabra de ánimo que pronuncias, en ese brazo que ofreces para que se apoye en ti en tu titubeante caminar. Solamente con abrir nuestros oídos para prestar atención ya estamos haciendo milagro. Quizá ese pobre malherido por la vida no necesite sino unos oídos y un corazón que le escuche, o una mano que le sirva de apoyo, un acompañamiento en su soledad, un sentir que se le ha prestado atención.
Y comenzó el diálogo con Jesús. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Qué necesitas? ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu problema? Jesús bien sabía cual era la necesidad de aquel hombre, como también todos aquellos que lo veían pobre y ciego a la vera del camino. Pero le dio oportunidad para expresarse, para manifestar cual era el problema de su vida y aquel hombre contando sus penas y necesidades ya se sentía valorado. No podemos pensar que ya nos lo sabemos, que ya conocemos las necesidades que hay o los problemas de nuestro mundo. Tenemos que acercarnos y escuchar para que cada uno cuente su realidad, se exprese con dignidad a pesar de su pobreza. Podemos nosotros que nos lo sabemos todo alcanzar otra visión de la vida y del problema de los demás.
‘Tu fe te ha curado’, le dice Jesús. Ya se sentía curado desde que le prestaron atención, desde que le ofrecieron el brazo de apoyo para caminar, desde que escuchó aquella palabra de ánimo, desde que pudo llegar a los pies de Jesús y expresar su necesidad. ‘Maestro, que pueda ver’, se expresaba aquel ciego que ya estaba comenzando a ver. Su fe y la insistencia de su petición habían hecho posible el milagro de llegar hasta Jesús. Aunque no fuera más ya se sentía curado porque al sentirse valorado se sentía un hombre nuevo.
Y vaya si era un hombre nuevo. Ahora ya podía caminar tras Jesús. Lo había buscado pero ahora se iba con Jesús porque había aprendido algo nuevo. Su vida se transformaba del todo. No sería él de ahora en adelante de los que sirvieran de tropiezos o impedimentos para los demás. Si El había podido llegar hasta Jesús y ser un hombre nuevo con la luz que comenzaba a brillar en su vida, ahora el tenía que llevar también esa luz a los demás. ‘Recobró la vista y lo seguía por el camino’, decía el evangelista.
Si antes decíamos que nuestro lugar estaba en el sitio que ocupaba aquel ciego allí al borde del camino, porque muchas veces a pesar de que creamos lo contrario es así como nos encontramos, ahora tenemos que sentir que tras este encuentro con Jesús que significa este evangelio nosotros habremos recobrado también la vista y con el mismo entusiasmo tenemos que seguirle por el camino.
Habremos recobrado la vista cuando comencemos a mirar con mirada nueva cuanto nos rodea, cuando sepamos enfrentarnos con la realidad de la pobreza y del sufrimiento de tantos a nuestro alrededor, cuando sepamos ofrecerle nuestro brazo para su caminar porque nos hemos detenido para prestarles atención, cuando hayamos abierto nuestros oídos para escuchar y sentir en nuestra carne todo el sufrimiento de tantos a nuestro lado, cuando tras todos estos pasos de verdad lleguemos al encuentro con Jesús. Entonces sí que estaremos siguiendo a Jesús por el camino, porque habremos aprendido a hacer su mismo camino.