sábado, 24 de octubre de 2015

Un camino de sinceridad, de superación, de crecimiento espiritual para dar los frutos que el Señor espera de nuestra vida

Un camino de sinceridad, de superación, de crecimiento espiritual para dar los frutos que el Señor espera de nuestra vida

Romanos 8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9

Con la vida que vivía no es extraño que haya terminado así, pensamos y decimos cuando vemos que a alguien le sucede algo que frustra su vida, o en la que termina siendo un desastre por las cosas desagradables que le suceden. Tenemos la tendencia a juzgar fácilmente a los demás y sacar nuestras conclusiones a nuestra manera de las cosas que les suceden, pero quizá no somos capaces - o al menos nos cuesta - en reflexionar sobre nosotros mismos aprendiendo de lo que nos sucede para mejorar o para cambiar nuestra vida.
Ya lo hemos reflexionado en alguna ocasión hemos de ser capaces de leer nuestra vida y los acontecimientos que nos suceden con un sentido positivo que nos ayude a ver claro, que nos ayude a corregir derroteros por los que andamos no siempre demasiado bien o con rectitud. Esa reflexión nos haría madurar más en nuestra vida y nos ayudaría a nuestro crecimiento interior.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Vienen a contarle las cosas que han sucedido aquellos días con una actuación de Pilatos el gobernador romano frente a unas revueltas de unos galileos; aquello había sucedido en el templo, en lugar sagrado, lo que era más motivo de escándalo para los judíos. Y ya sabemos la reacción primaria que se tiene en muchas ocasiones en esos casos de desgracias o calamidades, eso es un castigo de Dios, decimos.
‘¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo’. Y les hace reflexionar también a partir de otro hecho calamitoso donde con la caída de una torre en la piscina de Siloé habían muerto también muchas personas.  ‘Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera’, les dice invitándoles a la reflexión sobre su propia vida y a buscar una manera de cambiar y transformar la vida en mejor.
Nos creemos buenos; aunque en la sinceridad del corazón quizá no nos quede más remedio que reconocer que no siempre lo somos, nos ponemos la venda en los ojos para creer que no somos tan malos, pero sobre todo para aparentar ante los demás lo que realmente no somos. Es necesario que abramos los ojos con sinceridad, que nos quitemos esas vendas de la vanidad y de falsedad e hipocresía con que tantas veces queremos cubrir la realidad de nuestra vida, y hemos de poner en ese camino de superación, de cambio de actitudes y costumbres, de arrancarnos de rutinas y vaciedades, de comenzar a darle una mayor plenitud a nuestra vida.
El evangelio ha terminado con una pequeña parábola. El hombre que viene a buscar fruto en su higuera plantada en medio de su viña y no lo encuentra y que en principio decide cortarla y arrancarla; pero allá está el viñador que le aconseja que espere, que la abonará y la cultivará esmeradamente con la esperanza de que al año llegue a dar fruto. Es la espera del Señor por los frutos de nuestra vida. Es la tarea que hemos de realizar con la ayuda de la gracia del Señor para cambiar, para mejorar, para ser un árbol bueno que dé fruto bueno y abundante. ¿Seremos capaces?

viernes, 23 de octubre de 2015

Que el Señor nos conceda espíritu de sabiduría y de discernimiento para tener una mirada de creyente ante lo que nos sucede

Que el Señor nos conceda espíritu de sabiduría y de discernimiento para tener una mirada de creyente ante lo que nos sucede

Romanos 7,18-25ª; Sal. 118; Lucas 12,54-59
Saber discernir de una forma justa y correcta qué es lo que tenemos que hacer y lo que no, lo que es bueno y recto para actuar con rectitud y no dejarnos arrastrar por malas influencias, saber interpretar lo que nos sucede a nosotros o en nuestro entorno para sacar una lección positiva incluso de lo que no es tan bueno, podríamos decir que es una gran sabiduría y una gran prudencia.
No siempre es fácil porque podemos recibir muchas influencias; es necesario tener una buena capacidad de reflexión para rumiar bien interiormente lo que contemplamos y ser capaces de mirar los acontecimientos de una forma imparcial pero sin desentendernos de lo que son nuestros principios y nuestros valores bien fundamentados que han de ser esos buenos cristales a través de los cuales contemplemos sabiamente los acontecimientos.
Es una buena sabiduría de la vida que se va adquiriendo con la experiencia y la reflexión profunda de cuanto nos sucede. Se suele decir que la experiencia es un grado, pero  ha de ser una experiencia reflexionada, rumiada, bien madurada en nuestro interior; no son necesarios solo los años que hayamos vivido, sino lo reflexivos que hayamos sido sobre cuanto nos sucede.
El camino de la vida cristiana es vivir una experiencia de Dios en nuestra vida; pero una experiencia que no es solo dejar pasar los acontecimientos y se sucedan unos a otros, sino que es necesario saber hacer esa profundización, esa reflexión honda, en la que además, en este caso, no andamos solos porque es el Espíritu divino el que nos va ayudando en nuestro interior, el que nos va guiando y dando esa capacidad de abrirnos a esa presencia y experiencia de Dios.
Es lo que va dando hondura a nuestra fe; es la fe reflexionado y asumida en nuestra vida de manera que así nos empape totalmente para saber tener esos ojos de creyente que sabe descubrir la presencia de Dios en su vida. Hemos de saber vivir esa experiencia de Dios, esa presencia y ese actuar de Dios en nuestra vida. En consecuencia hemos de saber discernir bien en lo que nos va sucediendo lo que es esa verdadera presencia y gracia de Dios.
Será así cómo iremos sintiendo que Dios nos habla en nuestro corazón; escucharemos su voz en nuestro interior pero que nos llega quizá desde esos acontecimientos que se van sucediendo en nuestra vida y en nuestro entorno. Es lo que llamamos una mirada creyente de la vida, una mirada con los ojos de Dios. Pero hemos de discernir muy bien todo eso para no confundirnos, para no desviarnos, o para hacerle decir a Dios lo que realmente no nos está manifestando sino que pueden ser nuestros caprichos o criterios muy personales. No es fácil, hemos dicho, por lo que hemos de saber dejarnos conducir por el Espíritu de Dios.
Pidamos al Señor que nos dé ese espíritu de sabiduría, que nos conceda ese don de la prudencia y del discernimiento; que abra nuestros cojos con su gracia para poder tener la mirada de la fe en la vida. Hoy nos habla Jesús en el Evangelio de saber discernir los signos de los tiempos. Por este sentido que hemos reflexionado van las palabras de Jesús.

jueves, 22 de octubre de 2015

El seguimiento de Jesús nos ha de prender en el fuego de su amor que purifique nuestros corazones y transforme nuestro mundo

El seguimiento de Jesús nos ha de prender en el fuego de su amor que purifique nuestros corazones y transforme nuestro mundo

Romanos 6, 19-23; Sal 1; Lucas 12, 49-53
Cuando sentimos en nuestro interior una inquietud grande por lo que va a suceder y además estamos en el deseo de que suceda de una vez aunque fueran múltiples las repercusiones que se deriven estamos como en desasosiego que nos perturba y parece que nos pudiera incluso quitar la paz. Lo deseamos aunque en cierto modo lo tratemos de repeler, estamos inquietos y nos ponemos nerviosos por las consecuencias que pudieran tener para alguien o para nosotros mismos.
Me atrevo a pensar en sentimientos interiores como estos al escuchar las palabras de Jesús hoy en el evangelio. Habla de una angustia interior y habla también de un bautismo que en labios de Jesús por otros pasajes del evangelio sabemos bien a lo que se refiere; está adelantándonos lo que será su cercana pasión y lo que va a ser su muerte; pero al mismo tiempo está dejándonos entrever como va a ser un signo de contradicción como ya lo anunciara proféticamente Simeón allá en la presentación de Jesús niño en el templo.
Por eso nos hablará de la paz y de la guerra en un lenguaje ciertamente o aparentemente contradictorio, porque si El es el anunciado como Príncipe de la paz, cómo ahora nos dice que nos traerá guerra; si El ha venido a enseñarnos que en el amor todos hemos de sentirnos unidos y en comunión cómo ahora nos está hablando de división hasta en lo más sagrado como sería el ámbito familiar.
Y es que en verdad Jesús es ese signo de contradicción pero ante el que tenemos que decantarnos, hacer una opción que tiene que convertirse en opción fundamental de nuestra vida. Y tras esa opción hemos de atenernos a las consecuencias, porque no todos lo van a entender, porque en ese círculo tan cercano a nosotros como puede ser la familia vamos a encontrar oposición que podrá crear divisiones y enfrentamientos.
Cuando hemos hecho opción por Jesús y nos hemos decidido a seguirle de verdad no podemos andar a medias tintas, sino que nuestro seguimiento tiene que ser radical, total. El ejemplo lo tenemos en el evangelio en los discípulos a los que Jesús llamó y lo dejaron todo para seguirle. Le damos nuestro sí a Jesús y ya nuestra vida tiene que ser nueva y distinta porque serán otros los valores, otro el sentido de la vida, ha de haber en nosotros ya para siempre una capacidad grande de entrega y de amor total, vamos a comenzar a ver la vida y ver a los que están en nuestro entorno de una manera distinta.
Pero como sabemos el seguimiento de Jesús no son solo bonitas palabras; van a ser unas actitudes nuevas, va a ser una nueva manera de actuar, va a ver un nuevo sentido de la vida, vamos a vivir con una nueva responsabilidad. Tiene que arder dentro de nosotros ese fuego de Jesús, ese fuego de su amor y hemos de querer en verdad que arda nuestro mundo en ese nuevo amor. Tendremos que ser capaces también de pasar por ese bautismo de pasión, de entrega, de muerte, de amor para que pueda haber pascua en nosotros y lleguemos a nueva vida.
Seguir a Jesús no es cualquier cosa; cuando seguimos a Jesús no nos podemos andar con mezquindades y raquitismos; cuando le damos nuestro sí a Jesús tiene que ser total para vivir un amor nuevo y en una vida nueva. Hemos de dejar prendernos por el fuego de su amor que purifique nuestros corazones y transforme nuestro mundo.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Somos administradores de la vida que Dios ha puesto en nuestras manos desarrollando sus valores y cualidades con responsabilidad

Somos administradores de la vida que Dios ha puesto en nuestras manos desarrollando sus valores y cualidades con responsabilidad

Romanos 6,12-18; Sal 123; Lucas 12,39-48

Yo hago con mi vida lo que quiero que para eso es mi vida, habremos escuchado más de una vez o nos hemos sentido tentados a pensarlo. Pero, ¿realmente que pensamos de una postura así en la vida? ¿Podemos ir así por la vida quizá chocando con todo el mundo porque me siento dueño de todo y haciendo de mi capa un sayo como se suele decir?
Creo que esto nos daría que pensar. Es mi vida, pero ¿todo depende de mí? Es mi vida, pero ¿yo vivo solo en el mundo aislado y desentendido de los demás? Es mi vida, pero ¿no tendré también una responsabilidad con esa vida misma? Es mi vida, es cierto, pero la estoy viviendo en un mundo que comparto con los demás y ese mundo no es solo mi mundo. Es mi vida, pero esa vida no surgió sola por si misma, sino que está también el ámbito de una familia donde he nacido y una familia en la que me prolongo. Es mi vida, es cierto, pero tengo unas responsabilidades, hay unas personas que están a mi lado compartiendo esa vida y ese mundo ¿tengo derecho a hacerles daño? No sé, me surgen muchas preguntas e interrogantes.
Hoy Jesús en el evangelio nos propone unas imágenes para hablarnos de la responsabilidad de esa vida que vivimos.  Nos está hablando de vigilancia y de atención, nos está señalando las responsabilidades que tenemos en la vida y con ese mundo en el que vivimos. ‘¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes’.
El administrador no puede hacer de aquellos bienes que administra simplemente lo que le dé la gana. Tiene una responsabilidad ante aquel que le ha confiado la administración como tiene también una responsabilidad con aquellos que están a su lado en el servicio de aquello que está administrando. Porque sea el administrador no puede comportarse de una forma dictatorial y caprichosa tratando mal incluso a aquellos con los que comparte el servicio o están a su cuidado.
Somos administradores de esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos. Como creyentes que somos sabemos que esa vida es un don de Dios que además ha regalado con numerosos bienes en las cualidades de las que nos ha dotado y en las posibilidades que tenemos de desarrollo de esa propia vida. No podemos hacer lo que nos parezca de manera caprichosa. Tenemos una responsabilidad ante la vida misma y ante Dios que nos la ha regalado. Con qué seriedad hemos de tomarnos la vida, con qué responsabilidad hemos de desarrollar todas esas posibilidades que tenemos desde esos dones, cualidades, valores con que Dios nos ha dotado.
Como bien sabemos el evangelio se comenta con el mismo evangelio; por eso cuando estamos reflexionando sobre un tema que nos sugiere el evangelio tendríamos que saber acudir a lugares paralelos en el propio evangelio o a otros momentos del mismo donde Jesús nos habla con un mismo mensaje. En este caso tendríamos que recordar las parábolas de Jesús y en concreto la parábola de los talentos; talentos que no podemos enterrar ni hacer de ellos un uso cualquiera, sino que hemos de saberlos hacer fructificar porque un día Dios nos pedirá cuentas.
Vivamos con responsabilidad nuestra vida, desarrollemos todas nuestras capacidades, pensemos en esas personas que tenemos en nuestro entorno comenzando por las responsabilidades familiaress, pero también pensando en la responsabilidad social que tiene nuestra vida que es una riqueza para ese mundo en el que vivimos.


martes, 20 de octubre de 2015

La vigilancia una actitud profundamente humana para saber estar atentos a la vida de cada día y darle plenitud a todo lo que hacemo

La vigilancia una actitud profundamente humana para saber estar atentos a la vida de cada día y darle plenitud a todo lo que hacemos

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Sal 39; Lucas 12, 35-38

El mensaje que Jesús nos deja en el evangelio está lleno de cosas muy concretas y muy humanas que forman parte de la vida de cada día. Muchas veces Jesús lo que quiere es hacernos reflexionar sobre eso concreto que vivimos y de alguna manera quiere hacer resplandecer con una luz nueva y con un sentido nuevo y profundo. Algunas veces tenemos el peligro de espiritualizarlo de tal manera que nos parece que no son cosas humanas, esas cosas que cada día hemos de vivir y en las que manifestamos la sencillez al mismo tiempo que la grandeza del ser humano. Por supuesto que con Jesús adquieren una trascendencia nueva, pero partiendo siempre de esa realidad de cada día.
En la vida, en una vida verdaderamente humana, no vamos caminando como locos o simplemente dejándonos arrastrar por nuestros instintos o inclinaciones. Todo ser humano ha de ser reflexivo para comprender y dar sentido a lo que hace en todo momento. No nos contentamos con vivir como si fuéramos dejándonos arrastrar por la inercia sino que a cada cosa que hagamos o vivamos le queremos dar un sentido y un valor.
Es lo que nos va haciendo crecer y madurar como personas, porque de la vida misma vamos aprendiendo con nuestra reflexión. Usamos de nuestra inteligencia para comprender y de nuestra voluntad para hacer lo que mejor nos conviene y lo que nos haría más humanos. Es aquí donde podemos hacer entrar lo que llamamos vigilancia, para estar atento al suceder de cada día, para no dejarnos arrastrar embrutecidos quizá por nuestras pasiones descontroladas, y para no hacer aquello que sabemos que no deberíamos hacer porque atentaría contra nuestra dignidad o la dignidad de los demás. En esa vigilancia aprendemos de la vida y aprendemos también de los que nos rodean.
Yo diría que de eso es de lo que nos quiere hablar Jesús hoy cuando nos habla de tener ceñida la cintura y las lámparas encendidas como quien aguarda a que su señor vuelva para abrirle apenas venga y llame. Vigilantes ante la llegada del Señor a nuestra vida, vigilantes ante el momento final de nuestra historia porque es también una llamada a un encuentro definitivo con el Señor.
Pero esa vigilancia de la que nos está hablando el Señor es para saber estar atentos a la vida de cada día, para darle plenitud a todo lo que hacemos; pero es la vigilancia para saber leer en lo que nos rodea, en las personas con las que nos encontramos o con las que convivimos, en los acontecimientos que se van sucediendo en cada momento esos destellos de luz y de vida que tanto pueden enriquecernos. Esa vigilancia nos hace abrir los ojos de una manera positiva para ver lo bueno, lo bello de la vida, de las personas que nos rodean. Esa vigilancia nos hace discernir con nuestra reflexión lo que nos sucede o lo que sucede a los que están a nuestro lado para ver su lado bello.
Esa vigilancia nos hace mirar con una mirada nueva y llena de amor y de compasión a ese mundo de sufrimiento que nos rodea para sentirnos impulsados a llevar vida y luz sin tardanza. Esa vigilancia nos hace estar de una manera nueva al lado de los que hacen camino con nosotros para tendernos la mano, para ser descanso para los que se sienten agobiados por el peso y el sudor del camino, para aprender a compartir desde nosotros hasta ellos y de lo que de los otros podamos recibir.  Y es que en todo eso aprendemos y crecemos; en todo eso vamos descubriendo las huellas del paso del Señor que nos enseña a hacer nuestro camino; en todo eso descubrimos al Señor que llega a nuestra vida. Vigilancia, pues, para seguir siempre los caminos del Señor, para dejarnos iluminar por la luz de su evangelio.

lunes, 19 de octubre de 2015

Busquemos aquellos tesoros de plenitud cuyo brillo y resplandor sean los del amor

Busquemos aquellos tesoros de plenitud cuyo brillo y resplandor sean los del amor

 Romanos 4,20-25; Sal.: Lc 1,69-70.71-72.73-75; Lucas 12,13-21

Hay idolatrías que se nos meten muy sutilmente en el alma, casi sin darnos cuenta. Ya sabemos que idolatría es adorar algo o alguien que no es Dios como si fuera Dios. Y muchas pueden ser las cosas que convirtamos en dioses de nuestra vida. Son esas cosas que le damos tanta importancia que las ponemos en primer lugar de nuestra vida y como objeto y fin de todo lo que hacemos. Nos sentiríamos que nada somos si no tenemos o poseemos esas cosas.
Y la codicia se nos puede convertir en un dios de nuestra vida que además influye de tal manera en nosotros que nos convertimos en sus esclavos. Querer tener por encima de todo, como si en eso estuviera toda nuestra felicidad, nuestra única felicidad. Nos convertimos fácilmente en adoradores del dinero, esclavos del deseo de la posesión de riquezas. Y lo digo así, porque algunas veces aunque no tengamos ese dinero o esas riquezas en el deseo ya las estamos adorando.
Ya sé que por ahí ronda esa fácil sentencia de que el dinero no da la felicidad pero ayuda a tenerla. No es el dinero el que te da o te ayuda a ser feliz. La felicidad está en ti mismo en la manera que vivas tu vida, en el sentido que le des a tu existencia o en la utilización de tus posibilidades en la vida sabiendo aceptar y sabiendo aceptar también a los demás. Es tu relación contigo mismo y con lo que te rodea, es tu relación con los demás, es la realización de tu ser como persona lo que te va a dar una mayor satisfacción.
Ante la insistencia de alguien entre el publico que le pide a Jesús que medie con su hermano para resolver unos problemas de herencias - en toda la historia cuanta fuente de conflicto entre hermanos y familiares han causado las herencias - cuando Jesús nos dice que tengamos cuidado con esa codicia que se nos mete en el alma y tanto daño nos hace.
El hombre codicioso nunca estará satisfecho con lo que tiene o lo que logra; su ambición es tener por tener, por ver acumulado y ni siquiera saber aprovechar lo que consigue para tener una vida mejor. El hombre codicioso solo piensa en si mismo y será motivo de conflicto en su relación con los demás aparte de vivir una vida solitaria que le encierra en si mismo y en la acumulación de sus bienes.
Jesús les propone la parábola del hombre rico que tuvo una gran cosecha y ya pensaba que nada le faltaba porque tenia de todo en abundancia. Pero la vida se le acabó en un suspiro y nada pudo disfrutar de todo lo que tenía. ¿De qué le sirvió todo lo que tenía? ¿Pudo añadir un minuto más a su vida? Y termina sentenciando Jesús: ‘Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios’.
¿Qué es lo que realmente hemos de buscar? ¿Dónde pondremos nuestro corazón? ¿Solo vamos a pensar en nosotros mismos y en nuestras satisfacciones personales? ¿Qué sentido hemos de darle a nuestra vida y a lo que poseemos?
Ya nos dirá Jesús en otro lugar que acumulemos tesoros en el cielo donde en verdad un día los podremos disfrutar en la plenitud de Dios. Ya sabemos cuáles son esos tesoros cuyo brillo importante es el amor.

domingo, 18 de octubre de 2015

No nos confundamos en nuestras ambiciones ni nos quedemos en las grandezas humanas sino busquemos lo que verdad nos hará vivir en la mayor plenitud

No nos confundamos en nuestras ambiciones ni nos quedemos en las grandezas humanas sino busquemos lo que en verdad nos hará vivir en la mayor plenitud

Isaías 53, 10-11; Sal. 32; Hebreos 4, 14-16; Marcos 10, 35-45
Todos en la vida tenemos aspiraciones, soñamos con algo, hay ambiciones en el corazón que nos hacen luchar por algo. Es la vida. Y la vida tiene que crecer, ansiamos lo mejor, queremos una vida en plenitud. Y eso se llamará desarrollo de nuestras capacidades y valores, crecimiento personal, aspiraciones y ambiciones de todas formas que anidan en nuestro corazón. Eso en sí mismo, decimos de entrada, no es malo. Porque lo contrario sería anularnos, un camino de muerte, podríamos decir.
Pudiera parecer ir a contracorriente en mi reflexión con los comentarios que normalmente hacemos ante este pasaje del evangelio. A contracorriente aparentemente de los comentarios habituales, es cierto, pero no me estoy alejando de ninguna manera de lo que es el espíritu del evangelio. Ya nos enseñará Jesús en otro momento con sus parábolas que tenemos que hacer fructificar nuestros talentos.
Ahí aparecen los sueños de los hermanos Zebedeos; se manifiestan ellos hoy claramente, pero ¿por qué no pensar que eso andaba también en el corazón de los otros discípulos? Les veremos mientras van de camino ir discutiendo por los primeros puestos. Además no terminaban de ver claro que Jesús fuera el Mesías y cuál era la misión del Mesías. Pesaba mucho sobre ellos, como sobre todo el pueblo en general, la idea de un Mesías caudillo para liberar a Israel de la opresión de los otros pueblos. Recordaban quizá demasiado guerrero a Moisés que los había sacado de Egipto - como vemos incluso en las imágenes que hoy se nos ofrecen en las películas - olvidando la misión profética que había realizado Moisés guiando a su pueblo, enseñándoles a ser un pueblo unido, constituyéndolos como pueblo. La liberación que había realizado Moisés era mucho más que sacarlos de Egipto.
Aparecen, sí, Santiago y Juan pidiendo primeros puestos, uno a la derecha y otro a la izquierda. En su deseo de seguir a Jesús y seguirlo en la mayor plenitud aparecen las confusiones de la mente y del corazón. Aparecen las ambiciones que buscan el poder y la influencia. Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir… Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda’. Y es donde Jesús les va a hacer reflexionar, les va a hacer ver que otras han de ser las aspiraciones, que otro ha de ser el estilo y el sentido en su reino.
Es cierto, como antes recordábamos, que nos pide que hagamos fructificar nuestros talentos, pero no son simplemente para un enriquecimiento personal, por el deseo de alcanzar poder o influencia; es algo más y es algo distinto porque la meta está en el servicio. ‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos’, les dirá luego cuando surgen los resentimientos y las envidias en el resto de los discípulos. Y se pone de modelo a sí mismo. ‘Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’.
Y es que la razón de ser, la motivación grande de la vida ha de ser la del amor. Es lo que hace Jesús y es lo que nos pide a nosotros. Crecemos para amar y amando crecemos; amándonos y dándonos en como llegamos a vivir la vida en mayor plenitud. Y cuando amamos nos damos generosamente y sin límites, nuestra entrega es hasta el final. Y amar algunas veces duele, porque nos arrancamos de nosotros mismos, nos desprendemos de nosotros para ir al otro, para dar al otro, para ser para el otro. Y eso cuesta. Cuesta desde nosotros mismos y cuesta de lo que quizá en otros podamos encontrar. Alguien no entenderá quizá ese amor, esa entrega y eso nos puede hacer sufrir. A Jesús le llevó a la pasión y a la muerte, pero con la certeza de la vida, con la certeza de la resurrección.
Por eso cuando los hermanos Zebedeos le piden primeros puestos Jesús les dirá si son capaces de beber el mismo cáliz que El ha de beber, si ellos serán capaces de amar y de darse hasta el final siguiendo el estilo de Jesús aunque eso les llevara a pasión, a sufrimiento, a muerte de sí mismos. Todo será una consecuencia del amor, de ese amor sin límites. No es que Jesús buscara el sufrimiento por si mismo o que Dios se lo exigiera. Lo que busca Jesús es amar, lo que quiere Dios es que amemos. Y es la ofrenda de Jesús que ha de ser nuestra ofrenda.
Decíamos al principio que tenemos aspiraciones, ambiciones, sueños de algo grande y mejor. Pero ya vemos cuál es el camino, cuáles han de ser las motivaciones profundas que tengamos en esos deseos de vivir. Crecemos, nos desarrollamos, llegamos o queremos llegar a la mayor plenitud de nosotros mismos en lo que somos y en lo que podemos hacer, pero no es para buscar pedestales, no es para servirnos de los demás, no es para aprovecharnos de forma egoísta, no es simplemente por mi enriquecimiento personal (y cuando hablo de enriquecimiento no es solo lo material o lo económico) sino porque queremos un mundo mejor para todos, porque amamos y estamos dispuestos a servir con lo que somos y todo lo que es nuestra vida. Queremos construir el Reino de Dios.
Que el Señor nos ayude a descubrir esa verdadera grandeza que encontramos en el amor; que no nos confundamos en nuestras ambiciones ni nos quedemos en las grandezas humanas; que busquemos lo que en verdad nos hará vivir en la mayor plenitud y eso lo lograremos en un amor como el de Jesús y con la fuerza del Espíritu de Jesús.