sábado, 15 de agosto de 2015

La Asunción de María nos habla de esperanza de plenitud y de camino comprometido de fe haciendo nuestro mundo mejor

La Asunción de María nos habla de esperanza de plenitud y de camino comprometido de fe haciendo nuestro mundo mejor

Apoc. 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Cor. 15, 20-27ª; Lc. 1, 39-56
Por una parte podemos hablar del ansia de vida en plenitud que está en lo más hondo del corazón del hombre, de su sed de perfección, de vida sin fin y de trascendencia que está en sus deseos más hondos; no en vano la muerte se siente como un truncarse en si misma la vida si no se tuvieran esos sueños de trascendencia y de algo más allá y más grande de lo que en esta vida con los sentidos podamos experimentar.
Y podríamos decir que la fe cristiana viene a responder a esas ansias profundas del corazón del hombre, a esa sed de vida sin fin que llevamos dentro de nosotros llenándonos de esa esperanza de trascendencia cuando nos habla de resurrección y de vida eterna. Pero no son solo unos sueños de los que no nos queramos despertar sino que es algo que podemos vivir más profundamente cuando contemplamos la resurrección de Jesús que se convierte en el eje de nuestra fe. ¿Cómo será esa resurrección y cómo será esa vida eterna? Aunque contemplamos el misterio de la resurrección de Jesús sigue siendo un misterio y nos dejamos guiar por la fe desde la certeza de la resurrección de Jesús.
Pero es la esperanza también que se alienta y se fortalece cuando contemplamos el misterio de María. María, humana como nosotros, pero a quien hoy celebramos y contemplamos glorificada en los cielos, participando de ese misterio de Cristo en su glorificación desde la unión profunda que con El vivió desde su fe. No contemplamos nunca el misterio de María separado del misterio de Cristo; contemplar hoy su glorificación en su Asunción a lo cielos, como hoy proclamamos, es contemplarla participando en plenitud del misterio de Cristo, participando de la gloria de su resurrección.
Pero eso, como decíamos, viene a alentar y fortalecer nuestra fe y nuestra esperanza. Podemos alcanzar también ese misterio de vida en plenitud, podemos alcanzar también la gloria del Señor igual que vemos glorificada a María. Ella nos ayuda a descubrir mejor cómo siguiendo el camino de Cristo llenaremos de verdadera trascendencia nuestra vida y esperamos con toda seguridad esa glorificación también con el Señor en los cielos.
Las promesas de Dios se cumplen; Jesús nos ha hablado continuamente de que si vamos a El y creemos en El tendremos vida para siempre, que El nos resucitará en el último  día. Delante de nosotros, pues, contemplamos a María la mujer de la fe, la que se fió de Dios de manera que se sentía la esclava del Señor para que en ella se realizase siempre lo que era el designio divino. Por ese sí de la fe de María Dios se encarnó y camino en medio de nosotros los hombres. ‘Dichosa tú que has creído’, la alababa su prima Isabel; y de ella diría Jesús que era la que había plantado la palabra de Dios en su vida para cumplir siempre y en todo lo que era la voluntad de Dios.
Así María se llenó de Dios - la ‘llena de gracia’ la llama el ángel - y así se sintió inundada de la vida de Dios - ‘el Señor está contigo’ le dice también el ángel de la anunciación - ¿cómo no iba a tener María vida eterna, cómo María no había de ser glorificada en una primicia de resurrección que es lo que hoy estamos celebrando?
Es el camino que nosotros hemos de recorrer; un camino de fe, un camino de abrirnos a Dios, de llenarnos de Dios, un camino de plantar su palabra en lo más hondo de nuestro corazón para realizar siempre en nosotros los designios de Dios. Es el camino que nos llenará de vida eterna, es el camino que nos conduce también a la resurrección y a la glorificación en plenitud junto a Dios para siempre. Lo estamos contemplando en María, podemos verlo realizado también en nosotros.
La Asunción de María que hoy estamos celebrando es la proclamación solemne de que la Virgen María secundó fielmente en su vida los planes diseñados por la voluntad de Dios. Eso nos hace confiar y llenarnos de esperanza, pero no una esperanza pasiva esperando que todo se cumpla sin poner nada de nuestra parte. Es la obediencia a Dios como camino seguro para alcanzar la plenitud de la vida en lo que tiene que manifestarse en nuestra vida esa esperanza que ponemos en Dios, porque ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, pero a eso hemos de dar respuesta queriendo por esa obediencia de fe realizar esos planes y designios de Dios en nuestra vida para alcanzar la salvación.
Por eso la liturgia proclama que María es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada y que al mismo tiempo es consuelo y esperanza de los que aún peregrinamos en este mundo. Con María se hace más viva y más fuerte nuestra esperanza; con María nos sentimos más fuertemente alentados, consolados y fortalecidos en nuestras luchas en medio de este camino que muchas veces es un valle de lágrimas pero al que queremos dar un sentido profundo que nace de esa esperanza que hay en nuestro corazón.
Que crezca nuestra fe; que con la luz que significa María a nuestro lado vayamos encontrando esos caminos de vida, esos caminos de amor que hemos de recorrer. En nuestra tierra en este día de la Asunción y glorificación de María la contemplamos también como la Candelaria, patrona de nuestra tierra.
Y María de Candelaria lleva una luz en sus manos; como un signo esa vela, esa candela siempre encendida que le da nombre, pero que no es otra cosa que hablarnos de Jesús a quien María porta también en su regazo que es la verdadera luz de nuestra vida, la verdadera luz del mundo. Así nos está señalando María que miremos a Jesús, que escuchemos a Jesús, que en El descubramos los designios de salvación de Dios para nosotros y para nuestro mundo y que con El nos comprometamos a hacer mejor nuestro mundo, esa tierra nuestra concreta en la que vivimos, impregnándola de los valores del Reino, del espíritu del Evangelio.
Porque nuestra fe y nuestra esperanza de plenitud no nos desentienden de ese mundo en el que vivimos; esa fe y esa esperanza nos hacen caminar más comprometidos en hacer mejor los caminos de nuestro mundo sabiendo que un día lo podremos vivir en plenitud en el Reino eterno de Dios.
Con María hoy nosotros queremos también cantar la gloria del Señor que nos hace grandes y que realiza maravillas en nosotros.


viernes, 14 de agosto de 2015

Recordemos la historia de la salvación, del amor de Dios de una forma concreta en nuestra vida que conforma el credo de nuestra fe

Recordemos la historia de la salvación, del amor de Dios de una forma concreta en nuestra vida que conforma el credo de nuestra fe

 Josué 24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12

Os voy a proponer algo. Redactar una profesión de fe, tuya personal, en la que se refleje la historia de Dios en tu vida, la experiencia de Dios que hayas vivido en los hechos concretos de tu vida.
Alguien me va a decir que ya el Credo está redactado, que no tenemos más credo que la fe de la Iglesia que todos profesamos. Es cierto. No hay más credo, porque ahí está contenida la historia de la salvación. Pero esa historia de la salvación se hace historia en mi vida. Desde esa fe que tengo y que confieso en el Credo con toda la Iglesia yo voy viviendo día a día mi ser cristiano, pero en ese día a día de nuestra vida ese Dios en quien creo se ha ido haciendo presente con su amor. La historia de mi vida está toda transida por esa historia de amor de Dios en mí que se ha hecho muy concreta.
Cuantas cosas podemos recordar en esa historia de nuestra fe; cuantos momentos en que quizá hemos pasado por momentos dolorosos de verdadera pascua en nosotros, pero que han sido pascua precisamente por esa presencia de Dios, por ese paso de Dios por mi vida en esos momentos concretos; cuantos momentos dichosos llenos de alegría o cuantos momentos en esa vida ordinaria que parece que no se distingue un día de otro, pero sí hemos sabido ver esa presencia de Dios en esas cosas sencillas que cada día nos suceden y que van entretejiendo la historia de mi vida.
Bueno nos es recordar toda esa pascua de Dios en mi vida, toda esa presencia de Dios que me ha llenado de su gracia, que me ha hecho mantenerme firme en los momentos difíciles, que me ha fortalecido cuando ha aparecido la tentación para vencer con su gracia, o que en los momentos oscuros de tinieblas, de pecado El me ha llamado, me ha tendido la mano y me ha sacado a flote como a Pedro cuando se hundía en las aguas de Tiberíades.
No olvidamos esos momentos trascendentales de la salvación en la pascua de nuestro Señor Jesucristo; no olvidamos al Dios creador de quien viene mi vida y que ha puesto este mundo hermoso en mis manos; no olvidamos la fuerza del Espíritu que se manifestó en Pentecostés a los Apóstoles y sigue guiando el camino de la Iglesia. Pero todo eso lo traducimos, lo hacemos presente y actual en el hoy de mi vida, en la historia de mi vida, dando gracias a Dios por todo ello.
Es lo que le vemos hacer a Josué cuando van a entrar en la tierra prometida; les hace una historia, que es la historia de la salvación de aquel pueblo y en esa historia han de ver la presencia de Dios que les ha escogido, les ha llamado y les ha acompañado en el peregrinar de la vida reflejado en aquel peregrinar por el desierto hasta llegar ahora a la tierra prometida. Y es en ese Dios en el que van a proclamar su fe; es ese Dios en el que quieren creer y al que quieren seguir manteniéndose fieles en la historia que ahora van a comenzar a vivir en aquella tierra que Dios les da.
Reavivemos, sí, la historia de nuestra fe, la historia de la salvación y del amor de Dios hecho muy concreto en nuestra vida. Y también queremos mantenernos fieles en esa fe; también queremos hacer participes a los demás de esa experiencia de Dios que a nosotros nos ha llenado de vida. Demos gracias a Dios porque es bueno y de tantas maneras nos ha manifestado su amor.

jueves, 13 de agosto de 2015

Cuando generosamente damos la paz del perdón a los que nos ofenden llenamos también de paz nuestro corazón

Cuando generosamente damos la paz del perdón a los que nos ofenden llenamos también de paz nuestro corazón

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18,21. -19,1
Qué dura y difícil se nos hace la vida cuando seguimos guardando en nuestro corazón resentimientos y no sabemos encontrar la paz del perdón. Y no solo es quien no se siente perdonado en aquello con lo que haya podido ofender, sino también - aunque en su orgullo y ofuscación muchos no lo quieran reconocer - los que no saben ser generosos en su corazón para perdonar a los demás.
Algunas se creen victoriosos porque dicen que aquella ofensa no la perdonarán nunca ni nunca la olvidarán, que con aquella persona jamás volverán a tener trato porque están muy heridos con lo que le hicieron, pero pienso que mas bien son unos derrotados pero les vence el resentimiento, el rencor, la incapacidad para encontrar verdaderamente la paz. El que no perdona porque así cree que dañará en venganza al que lo ha ofendido el mismo en su interior no podrá encontrar paz, recordando siempre, manteniendo vivo el rescoldo del odio y del rencor. Quienes así viven no podrán obtener nunca la paz y serán los más infelices.
El tema del perdón es un caballo de batalla continuo en nuestra vida. Hay que saber crecer interiormente y madurar como personas para saber entender lo que es la belleza del perdón y la paz interior que se puede encontrar. Todos, es cierto, necesitamos pedir perdón porque son muchos los errores que vamos cometiendo en la vida, necesitamos encontrar esa paz que al mismo tiempo nos aliente y dé fuerzas para renovar nuestra vida, para restaurar aquellos errores que hayamos cometido y para poder seguir con fuerza luchando por superarnos nosotros pero también por contribuir a que los demás sean felices.
Pero también nos es necesario tener esa generosidad de espíritu para ser valientes en el perdón que otorguemos a los demás. Primero, pudiéramos decir, dándonos cuenta de que también nosotros muchas veces en la vida erramos porque no somos perfectos y necesitamos de la comprensión de los demás, comprensión que nunca deberíamos negar a nadie. Pero tenemos motivos más hondos cuando pensamos en el amor que debe envolver nuestra vida, y en nombre de ese amor tenemos que ayudarnos mutuamente y una forma es también manteniendo la confianza en los demás a pesar de sus errores. Igual que nos anima el ver que se sigue teniendo confianza en nosotros a pesar de nuestras debilidades y fallos, de la misma manera hemos de mantener esa confianza siempre en los demás.
Y finalmente desde nuestra fe cuando sentimos la compasión y la misericordia que Dios tiene con nosotros, hemos de sentirnos impulsados de la misma manera a ser compasivos y misericordiosos con los demás. Es lo que nos viene a enseñar la parábola que Jesús nos propone cuando Pedro le pregunta si ha de perdonar hasta siete veces. Quien envuelve su vida en el manto del amor no ha de tener medidas para ese amor ni ha de poner limites al perdón misericordioso que ofrecemos a los demás. Todos conocemos la parábola de la mezquindad de aquel hombre al que le habían perdonado grandes sumas de dinero y sin embargo no había sido capaz de condonar la pequeña deuda que tenia su compañero de trabajo con él.
¿Hasta donde llega la generosidad de nuestro corazón para perdonar a los demás? ¿Perderemos la paz de nuestro corazón porque no queramos dar la paz a aquellos a los que hemos de perdonar?

miércoles, 12 de agosto de 2015

No caminamos en solitario sino sintiéndonos en comunión los unos con los otros ayudándonos en todo lo que nos haga crecer y ser más felices

No caminamos en solitario sino sintiéndonos en comunión los unos con los otros ayudándonos en todo lo que nos haga crecer y ser más felices

Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo18,15-20
El cristiano nunca camina en solitario; un buen cristiano nunca puede ser individualista ni insolidario; el que sigue a Jesús sabe que su camino lo hace al par de los otros que hacen también el camino de Jesús. Ni se puede sentir solo, ni tiene ningún sentido aislarse de los demás. En el camino que hacemos no cabe de ninguna manera desentenderse de los otros. Sería un contrasentido con lo que nos enseñó Jesús a lo largo del evangelio.
Como señal de ello vemos el mismo camino que hizo Jesús. Buscaba a los demás, quería estar en medio de los hijos de los hombres, formó en torno a sí el grupo de los discípulos, quiso de ellos hacer comunidad. Era lo que plasmaban sus palabras, las actitudes nuevas que les iba enseñando, lo que una y otra vez les iba repitiendo aunque volvieran con las mismas preguntas y planteamientos.
Cuando caminamos juntos nos ayudamos, nos tendemos la mano, incluso sabemos esperarnos pacientemente los unos a los otros. Y es que tenemos que sentir preocupación por los demás, por el camino que van haciendo; no es entrometernos en su vida porque cada uno es libre, pero cuando hemos hecho opción por el camino de Jesús hemos elegido también el caminar junto a los otros y de la misma manera que les ofrezco mi compañía y mi ayuda, también estoy abierto a recibirla y a sentir el gozo de la compañía de los demás.
Y es que lo que nos guía es el amor; contemplamos ante nuestros ojos el amor de Jesús que se ha acercado a nosotros y camina a nuestro lado y que es imagen de lo que es el amor infinito del Padre; pero además Jesús nos lo ha dejado como nuestro distintivo. Y amándonos sentimos también el gozo del amor de los que están a nuestro lado; amándonos queremos formar como una piña, queremos sentirnos unidos, formamos una familia que se ama, una auténtica comunidad en la que todo lo compartimos.
Y esto se ha de traducir en muchas cosas, empezando por la alegría con que vivimos nuestra fe y nuestro amor. Y esto lo traducimos en la corrección fraterna de la que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Si nos amamos y caminamos juntos nos ayudamos en ese camino; si vemos piedras en ese camino en las que podemos tropezar nosotros o puedan tropezar los que caminan a nuestro lado, seria inhumano y poca muestra de amor el no quitarlas o no ayudar a los otros a que no tropiecen en ellas. Por eso, tendríamos decir, es tan necesaria la corrección fraterna entre los hermanos, para aceptarnos mutuamente con todo respeto pero también con todo amor queriendo siempre lo mejor.
Muchas más consideraciones nos podríamos hacer al hilo de este mandato del Señor, pero me quiero quedar así en lo sencillo. Asumamos y tengamos muy claro que hemos de saber caminar juntos porque nos amamos y si nos amamos nos ayudamos; la ayuda no tiene que quedarse en lo material sino que la ayuda tenemos que prestarla en aquello que le pueda hacer mejor y en lo que nos haga de verdad crecer como personas y como seguidores de Jesús. Con esto hacemos más felices a los demás y estaremos haciendo mejor nuestro mundo.

martes, 11 de agosto de 2015

Soñemos en cosas grandes que pasan por lo pequeño y lo sencillo, por la humildad y por el espíritu de servicio

Soñemos en cosas grandes que pasan por lo pequeño y lo sencillo, por la humildad y por el espíritu de servicio

Deuteronomio 31,1-8; Sal.: Dt 32; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
Todos tenemos sueños. Es muy humano. Y también hemos de decir que es bueno tener sueños. Porque deseamos algo mejor, porque queremos que las cosas cambien, porque ansiamos también poner nuestro grano de arena aunque sea pequeño para hacer que los demás sean más felices, porque nos trazamos metas y ansiamos siempre algo mejor.
Pero nuestros sueños deberían ir por el camino de nuestro desarrollo personal y también por el camino del servicio. No vivimos solos sino que en la vida hemos de saber caminar juntos, construyendo entre todos. El mundo no es solo para mí sino que lo compartimos con todos los seres humanos y con toda la creación.
Por eso cuando nuestros sueños se desvían por la fuerza y la imposición, por el dominio de los demás o yo subirme en pedestales para mirar desde mis  alturas a los demás, ya tenemos que ir corrigiendo la dirección. Y es una tentación fácil que nos puede aparecer, los deseos de grandeza, el orgullo que se puede meter en el corazón.
Alguien le pregunta a Jesús hoy pensando en ese reino que está anunciando al que en nuestros pensamientos humanos habría que darle una organización. ‘¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?’, le preguntan a Jesús. Siempre aparecían esas apetencias. Ya fuera de aquellos que escuchaban a Jesús y venían con sus preguntas, ya fuera de los propios discípulos que formando comunidad en torno a Jesús no estaban exentos de esos deseos de grandeza y de gloria.
En otras ocasiones Jesús nos hablará de hacernos los últimos y los servidores de todos. En esta ocasión nos pone el ejemplo del niño. Es necesario hacerse pequeño como un niño. Para comprender todo el hondo significado de este ejemplo de Jesús hemos de tener en cuenta lo que eran los parámetros de la sociedad de entonces, donde nada valían los pequeños, donde a los niños mientras no les llegara la mayoría de edad no se les tenía en cuenta para nada. Por es bien significativo que nos diga Jesús que hemos de hacernos como niños, que hemos de saber aceptar lo pequeño,  aceptar a los niños.
‘Os aseguro, nos dice, que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí’. Volver a ser niños en la simplicidad de sus corazones, en su sencillez y en su humildad, en su disponibilidad y en su estar siempre con los ojos abiertos para aprender, con el corazón disponible para aceptar y ofrecer amor. Pero también nos enseña a aceptar y acoger a un niño, a lo que nos pueda parecer pequeño e insignificante. Si un día nos dirá que dar un vaso de agua en su nombre, algo tan pequeño y sencillo, no se quedará sin recompensa, ahora nos dice que acoger a un niño, a quien es pequeño y nos pueda parecer insignificante es acogerle a El. Y cuidado con tratarlos mal, con hacerles daño, termina diciéndonos.
Caminos de sencillez y de humildad, caminos de servicio y de aceptación de los demás, caminos de disponibilidad y de generosidad son los caminos que nos hacen verdaderamente grandes. Esos son los importantes en el Reino de Dios.

lunes, 10 de agosto de 2015

Entregarnos, darnos desde el servicio, desde el compartir, desde la generosidad de corazón, en silencio, quemando la vida en el amor

Entregarnos, darnos desde el servicio, desde el compartir, desde la generosidad de corazón, en silencio, quemando la vida en el amor

2Corintios 9,6-10; Sal 111; Juan 12,24-26
Todavía quedamos tacaños en la vida. Sí, personas a las que le cuesta compartir, que piensan que si comparten de lo que tienen se van a quedar pasando hambre. Y lo he puesto en primera persona del plural, nosotros - ‘quedamos’ - porque también me incluyo yo. Aunque queramos decir lo contrario hemos de reconocer que eso de compartir cuesta. Pasamos tantas imágenes por nuestra mente y por nuestra imaginación. Pensamos tantas cosas acerca de aquellas personas que nada tienen. Ya se que quienes queremos seguir a Jesús y seguir su mandato, su estilo de vida, eso lo curamos desde nuestra fe y sintiendo el amor que el nos tiene; pero en el fondo algo queda de ese egoísmo insolidario que se nos mete fácilmente por dentro.
Hoy es día de san Lorenzo y cuando pensamos en este santo nos viene a la mente enseguida su imagen acompañada de la parrilla, recordando lo que fue su martirio. Pero su muerte entre los tormentos del fuego fue la culminación de una vida de amor. Era diácono de la Iglesia de Roma. Y recordamos ya desde los Hechos de los Apóstoles donde se instituyó este servicio y ministerio en la comunidad eclesial, los diáconos eran los encargados de administrar los bienes de la Iglesia fundamentalmente para atender - como se decía en el libro sagrado - a los huérfanos y a las viudas, para la atención a los pobres.
Cuando decimos administrar los bienes de la Iglesia para muchos viene enseguida lo de las riquezas de la Iglesia, una cosa tan socorrida cuando en nuestro entorno se habla de la Iglesia. O pensar en administrar los bienes de la Iglesia pensamos en la construcción de templos y demás edificios que decimos necesitamos para nuestro servicio pastoral. Está bien todo eso, porque es necesario también, pero no puede ser el objetivo o el fin principal de lo que en la iglesia compartimos. Mucho tendríamos que revisar en ese sentido en lo que son preocupaciones de la Iglesia y de las gentes de la Iglesia. Vaya como un paréntesis de un pensamiento que me surge al fijarme en la figura de san Lorenzo a quien hoy celebra la Iglesia.
San Lorenzo era diácono al servicio de la Iglesia de Roma pero para la atención a los pobres, a los necesitados, a los que nada tenían, fueran o no fueran miembros de la comunidad eclesial. Pensemos que hablamos de tiempos de persecuciones donde todos no eran cristianos precisamente. La historia de san Lorenzo nos habla de que había sido martirizado hacía muy poco el Papa Sixto, y ahora el emperador quiere apoderarse de los bienes de la Iglesia. Por eso llaman y prenden a Lorenzo para exigirle que entregue esos bienes de la Iglesia. Nada tenía la Iglesia de Roma porque todo lo había repartido entre los pobres.
Cuando el  emperador le pide a Lorenzo que le lleve todas las riquezas que la Iglesia tiene, recoge él a los pobres de las calles de Roma y se los presenta al emperador: ‘éstos son los bienes de la Iglesia, estas son las riquezas de la Iglesia’. Lo demás referente a su martirio bien lo conocemos todos. Pero él había sido testigo (mártir) ya mucho antes cuando se había convertido en servidor de los pobres.
Hoy nos ha hablado el evangelio de ser grano de trigo que se entierra y muere para dar fruto. Hermosa imagen de lo que tiene que ser nuestra vida. Entregarnos, darnos, pero no solo con bonitas palabras. Entregarnos, darnos desde nuestro servicio, desde nuestro compartir, desde esa generosidad de nuestro corazón. Eso que decíamos al principio que muchas veces nos cuesta. Pero así se manifiesta más el valor de lo que hacemos.
Aunque lo hagamos calladamente y nadie lo vea. Muchas veces nuestra vida tendrá que ser una vida escondida, que quizá nadie ve. Pero pongamos amor, amor de verdad, y nuestra vida callada será valiosa, dará en su momento, en los momentos en que Dios quiera, su fruto que a nosotros no nos toca recoger, porque todo lo hacemos por Dios, para la gloria del Señor. Así seremos también testigos quemando nuestra vida en el amor como lo hizo san Lorenzo.

domingo, 9 de agosto de 2015

Comemos a Cristo, verdadero pan de vida, porque en El vamos encontrar la plenitud y el sentido de nuestro ser, la vida eterna y la resurrección

Comemos a Cristo, verdadero pan de vida, porque en El vamos encontrar la plenitud y el sentido de nuestro ser, la vida eterna y la resurrección

1Reyes, 19, 4-8; Sal. 33; Ef. 4, 30-5, 2; Jn. 6, 41-51
Creo que nos es fácil entender a todos que alimentarse es mucho más que el acto físico de ingerir unos alimentos materiales que den energía a nuestro organismo. Pudiera sucedernos que hayamos ingerido los alimentos necesarios para nuestro organismo y que las llamadas constantes vitales estén correctamente en sus medidas y sin embargo nos falte vida, andemos como muertos en la vida porque nos falte esa otra energía interior que nos impulsa a luchar y a amar, que nos da ilusión y esperanza y nos da fuerza para toda esa vida que nos lleve en verdad al encuentro con los demás y a luchar por nuestro mundo. Nos falta todo esto y aunque físicamente andemos bien, sin embargo andamos como muertos.
Creo que esta reflexión previa que nos hacemos nos puede ayudar a comprender mejor el sentido del mensaje evangélico que hoy escuchamos de labios de Jesús. Ha terminado diciéndonos hoy ‘y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo’. Previamente nos ha hablado del pan bajado del cielo que el que lo coma tendrá vida para siempre; que el que viene a El porque cree en El resucitará en el último día, tiene vida eterna; y nos ha dicho también que El es el pan de vida y ‘el que coma de este pan vivirá para siempre’.
No les era fácil a los judíos que escuchaban a Jesús porque cogiendo la literalidad de sus palabras podían argumentarle como lo hacían que a El lo conocían, y conocían su familia, que sabían que procedía de Nazaret, y ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?  El jugar con las palabras de vivir para siempre y resurrección les era bien difícil entenderlo porque todos tenían la experiencia de la muerte y les era mucho más fácil quedarse en la literalidad de la vida de este mundo que un día habría de tener un fin.
Pero Jesús sí que les está hablando de ese pan del cielo que era El mismo y que creyendo en El podrían llegar a alcanzar una vida verdaderamente en plenitud, llamémosla resurrección o llamémosla vida eterna. En el sentido de lo que Jesús quiere revelarles hemos escuchado en la primera lectura la situación difícil que vivía el profeta Elías que deseaba morir, que marcha al desierto donde sabe que no va a encontrar ningún alimento, pero que milagrosamente como un hermoso signo va apareciendo el ángel del Señor que una y otra vez le ofrece una hogaza de pan y una jarra de agua. ‘¡Levántate, come que el camino es superior a tus fuerzas!’  El camino podía parecer superior porque muchas eran las oscuridades que lo envolvían, mucha era la muerte que aun quedaba en su alma.
La misión profética que estaba realizando Elías era bien difícil porque todo lo tenía en contra. El quiere ser fiel pero se encuentra sin fuerzas; está como muerto, sin vida porque ya no sabía que hacer. Pero aquel alimento que como un signo recibe le hará caminar ‘cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios’. Allí en aquella experiencia de Dios que va a vivir encontrará la fuerza y el sentido de toda su vida; va a comenzar a vivir de nuevo porque comprende bien la misión que ha de realizar. En la experiencia de Dios encuentra la vida, encontrará la luz que ilumine de nuevo su vida, encuentra la plenitud y el sentido de todo lo que tiene que realizar en su misión profética.
Cristo es esa vida eterna para nosotros; Cristo Jesús es quien nos va a dar plenitud y sentido a todo nuestro ser, a todo nuestro vivir. Creyendo en Jesús, escuchando su Palabra nos vamos a llenar en verdad de su vida y será un resucitar para nosotros, será un sentirnos con una nueva vida, un nuevo sentido para nuestro caminar. Por eso ese comer del Pan de vida, ese comer a Cristo no es solo la materialidad de comer un trozo de pan sino que será algo mucho más profundo lo que hemos de realizar, porque es abrirnos a Dios, es abrirnos al sentido de Dios, es creer en Jesús y querer vivir en el sentido de su reino.
Comulgaremos a Cristo que es dejar transformar nuestra vida por la vida de Cristo de manera que nuestro pensar, nuestro vivir ya será para siempre Cristo. Por eso diremos comulgamos a Cristo que, repito, es mucho más que comer un poco de pan, porque es comulgar, comer con todo el sentido de Cristo.
Llenos de la vida de Cristo entramos en caminos de plenitud, de vida eterna. Llenos de la vida de Cristo resucitaremos con Cristo, porque ya todo lo que sea muerte tendrá que desaparecer de nosotros; no es solo la resurrección del último día que ahora al comer a Cristo recibimos como en prenda, sino es ese día a día ir resucitando con Cristo porque vamos quitando todo lo que sea muerte en nosotros, porque iremos arrojando de nosotros todo lo que sea muerte, porque ya las sombras y tinieblas de la duda y del error tienen que desaparecer de nosotros que tenemos a Cristo que es la verdad de nuestra vida; es ir resucitando con Cristo porque todo ese mal que nos acecha ya sea en la tentación, ya sea en las dificultades que en la misma vida vamos encontrando, o ya sea en las mismas persecuciones que a causa de su nombre podamos padecer no tendrán la última palabra, porque con Cristo la victoria estará siempre de nuestra parte, la victoria sobre la muerte y la vida estará siempre asegurada, su gracia no nos faltará en ningún momento.
El domingo pasado escuchábamos que los judíos le pedían comer siempre de ese pan que les aseguraba no tener hambre ni sed ni verse sometidos a la muerte, y ahora nosotros lo pedimos también con insistencia porque queremos comer a Cristo, porque queremos vivir de su vida, porque queremos alcanzar la resurrección y la vida eterna.