sábado, 6 de junio de 2015

Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… vanidades de las que tenemos que despojarnos

Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… vanidades de las que tenemos que despojarnos

Tobías 12, 1.5-15.20;Sal: Tb 13; Marcos 12,38-44
Por qué y para qué hacemos las cosas es algo que quizá muchas veces nos planteamos pero a lo que intentamos dar una respuesta rápida y que en cierto modo nos satisfaga. Nos complacemos en decir que en nosotros no hay mala voluntad, que lejos de nosotros la vanidad o que busquemos con aquello bueno que hacemos algun tipo de beneficio para nuestra vida o nuestras cosas. Digo es una respuesta fácil y rápida que queremos dar queriendo justificarnos o quizá ocultar lo que se nos puede meter por medio de vanidad o vanagloria por aquello que hacemos. Al final nos sentimos buenos y nos autojustificamos.
Sí, es algo que tenemos que plantearnos seriamente, porque en el fondo no queremos pasar desapercibos. Decimos que no buscamos la vanidad, pero bueno que nos reconozcan aquello que hacemos no nos hace daño. En el fondo sentimos un cierto orgullo dentro de nosotros cuando nos reconocen algo bueno que hemos hecho, y tenemos la tentación de presentarlo como tarjeta de visita medio camuflada ante los demás para que vean que somos buenos y se puede confiar en nosotros.
Pero digo algo más, en mi reflexión, ¿no nos puede suceder esto también ante Dios cuando desde nuestros apuros o nuestras necesidades acudimos a El pidiendo su ayuda, pero en el fondo queriendo algo asi como recordarle que nosotros hemos sido buenos y hemos hecho tantas cosas buenas? Estaría bien que ahora Dios nos escuchara y nos concediera aquello que le pedimos.
Hoy Jesús en el evangelio nos quiere hacer reflexionar sobre esas actitudes que ocultamos, pero que en el fondo podemos tener. Está Jesús observando a la puerta del templo a los que van entrando en él, y como por allí cerca está el arca de las ofrendas va viendo también los que allí se acercan para poner sus limosnas.
Y Jesús que ha visto los que con toda pomposidad  han puesto sus generosas y ricas ofrendas sin embargo se fija en una pobre y humilde viuda que pone solamente dos reales en su ofrenda. Y Jesús dirá de ella que ha puesto mucho más que los que pusieron grandes cantidades, porque Jesús ha visto el corazón de aquella pobre mujer que calladamente ha querido pasar desapercibida pero ha puesto de lo poco que tenía para vivir.
‘Cuidado con aquellos a los que les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos’. Jesús les advierte, cuando ve a los que ostentosamente ahora van poniendo sus ofrendas. Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… que nos tengan en cuenta, que vean lo que nosotros valemos, que nosotros también hacemos muchas cosas buenas… cuantas cosas se nos pasan por nuestro interior tantas  veces. ¡Cúanto nos cuesta despojarnos de esas vanidades!
Pero Jesús se fija en los pequeños, en los humildes, los que pasan desapercibidos. De aquella pobre viuda no sabemos el nombre, no sabemos como se llamaba aquella mujer adultera y pecadora que iban a apedrear, ni sabemos como se llamaba la samaritana, pero recordamos su generosidad, su humildad para sentirse pequeña y pecadora allá tirada por los suelos, o su búsqueda de Dios.
El Señor mira nuestro corazón. Valora nuestra humildad y que nos sintamos pequeños. El Señor enaltece a los humildes, mientras a los ricos y poderosos dejó sin nada, como cantaría María en el Magnificat. ¿Cuáles son las verdaderas actitudes que hay en nuestro corazón? Cuanto nos cuesta vivir las actitudes y los valores que nos enseña el Evangelio.


viernes, 5 de junio de 2015

Una invitación a la esperanza y a saber leer con ojos de fe los aconteceres de nuestra vida

Una invitación a la esperanza y a saber leer con ojos de fe los aconteceres de nuestra vida

Tobías 11, 5-17; Sal 145; Marcos 12, 35-37
Durante la semana en la primera lectura hemos venido escuchando la historia de Tobías a través de unas cuantas pinceladas. Aquel hombre y con un corazón compasivo y misericordioso que dejaba la comida en la mesa para ir a enterrar a los muertos en una hermosa obra de misericordia. Pero la desgracia cayó sobre él, como escuchamos estos días, quedándose ciego; la ceguera entrañaba pobreza al no poder realizar ningún trabajo pero no decayó su esperanza y la fe que había puesto en el Señor. Hoy hemos escuchado como recobra la visión al regreso de su hijo de un largo viaje acompañado por el arcángel Rafael, como un signo de la presencia del Señor que nunca les abandonaba.
Puede decirnos muchas cosas. Con ojos de fe también hemos de saber leer el devenir de nuestra vida en la que también muchas veces nos vemos envueltos en muchas oscuridades, como le sucedió a Tobías. No debe decaer nuestra fe y nuestra esperanza.
Muchas veces los errores que cometemos en nuestra vida o el mal por el que nos dejamos arrastrar nos trae consecuencias llenas de problemas y dificultades, pero otras veces, sin buscar ninguna culpa personal, la vida nos trae también esos problemas, esas nubes que nos ensombrecen; pueden ser también las limitaciones que nos aparecen en la vida, las enfermedades que afectan a nuestro cuerpo, o quizá también la convivencia que se nos pueda hacer difícil con los que nos rodean.
¿Nos dejamos hundir en nuestro mal? ¿O sabremos hacer una lectura de lo que nos sucede para descubrir quizá una llamada del Señor que de alguna manera quiere manifestarse en nuestra vida? Detrás de esos acontecimientos de la vida, muchas veces duros que el Señor permite que nos aflijan, hemos de mirar más allá y llenos de esperanza vislumbrar o esperar aquello que el Señor un día querrá darnos.
Tobías no perdió la fe ni la esperanza y un día recobrará de nuevo la visión, la luz volvió a sus ojos. La luz del Señor siempre nos ilumina, aunque algunas veces no sepamos distinguirla. Nos toca mantenernos firmes en nuestra fe y en nuestra esperanza. El camino puede ser duro y difícil, pero tengamos la certeza de la presencia del Señor a nuestro lado. Vendrá la salud, vendrá la solución de los problemas, vendrán caminos nuevos que se nos abren en la vida donde podamos seguir dando frutos. Mantengamos la esperanza. Siempre pondrá un ángel a nuestro lado, como el arcángel Rafael acompaño al joven Tobías indicándole en cada momento lo que tenía que hacer y aquel joven se dejó conducir.
Qué hermosa lección para nuestra vida que nos hace mantener firme esa confianza en el Señor. Algo quizá esté preparando el Señor para nosotros.

jueves, 4 de junio de 2015

Que nuestro amor no sea solo con los labios, mientras nuestro corazón está lejos de Dios y está lejos de los demás

Que nuestro amor no sea solo con los labios, mientras nuestro corazón está lejos de Dios y está lejos de los demás

Tobías,  6,10-11;7,1.9 -17;8,4-9a; Sal 127; Marcos 12,28b-34
‘Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’. El que había hecho la pregunta es el que ahora hace la afirmación como corroborando lo que Jesús había respondido.
Era un maestro de la ley. Luego la pregunta no era porque no lo supiera. Jesús se limitará a citar textualmente lo que estaba en la Escritura y cada día todo buen judío repetía. Luego aquella pregunta tenía sus intenciones. Jesús no había estudiado en ninguna escuela rabínica pero enseñaba a gente y les hablaba de Dios. Con que autoridad se habían preguntado en alguna ocasión e incluso habían venido hasta El para reclamarle. La pregunta que ahora le hace este maestro de la Ley ¿podría ser como un examen para cerciorarse de que enseñaba correctamente? Ya sabemos cómo andaban a ver cómo lo cazaban en sus palabras porque había algo nuevo en Jesús que rompía sus esquemas.
Pero quedémonos en la pregunta en sí y en la respuesta de Jesús porque podría tener hermosa enseñanza para nuestra vida que nos hiciera reflexionar. Amar y amar con todo el corazón y todo el entendimiento a Dios y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Cuántos holocaustos y sacrificios se ofrecían cada día en el templo de Jerusalén y Jesús les dirá que solo le aman con los labios, que su corazón está lejos de Dios.
Nos puede suceder también a nosotros. También cumplimos, también hacemos cosas, también hay momentos hasta en los que nos sacrificamos, hasta nos desprendemos muchas veces de lo nuestro porque queremos colaborar o respondemos a llamadas que nos hacen, pero eso no impide que nos preguntemos cómo es nuestro amor.
Sí, es cierto, que hacemos todo eso en nombre de una fe y también porque decimos que amamos a Dios, pero ¿cuál es la medida de nuestro amor? ¿Es un amor así, como se nos está diciendo hoy, con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser o,  como decimos en la formulación de los mandamientos, sobre todas las cosas? Y el amor que le tenemos al prójimo, ¿cómo es? ¿lo amamos de verdad como a nosotros mismos? Lo que queremos o no queremos para nosotros, ¿lo queremos o no lo queremos para los demás?
Eso tenemos que examinarlo de forma práctica en el día a día de nuestra vida fijándonos a la hora de nuestra relación con Dios, por ejemplo, si nos sucede que no tenemos tiempo para Dios y para su culto - la celebración de la Eucaristía del domingo - porque hay otras preferencias en nuestra vida.
Y lo mismo en nuestra relación con los demás. Examinemos de forma concreta cómo somos comprensivos con ellos como queremos que sean comprensivos con nosotros, por ejemplo; cómo sentimos las necesidades de los demás como si fueran algo que nos pasa a nosotros y somos capaces de compartir aunque nos saquemos el pan de nuestra boca para dárselo a los otros; cómo defendemos el honor de los demás en nuestras conversaciones, en juicios y criticas, como si de nuestro honor se tratara. Muchas cosas podríamos seguir preguntándonos de forma concreta.
Que nuestro amor no sea solo con los labios, mientras nuestro corazón está lejos de Dios y está lejos de los demás. 

miércoles, 3 de junio de 2015

La ternura y la misericordia del Señor son eternas y no nos sentiremos defraudados en nuestra fe y en nuestra esperanza

La ternura y la misericordia del Señor son eternas y no nos sentiremos defraudados en nuestra fe y en nuestra esperanza

Tobías 3,1-11.24-25; Sal 24; Marcos 12,18-27
 ‘A ti, Señor, levanto mi alma. Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado… Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mi con misericordia, por tu bondad, Señor…’ Así hemos rezado hoy poniendo toda nuestra confianza y toda nuestra esperanza en el Señor. Es grande la misericordia del Señor y a ella nos acogemos.
Este salmo lo hemos rezado hoy en la Eucaristía después de escuchar la oración, la súplica llena de esperanza de Tobías en la primera lectura. Hemos venido escuchando desde el lunes la historia de Tobías. Un hombre bueno, un hombre justo, un hombre lleno de misericordia que la ejercitaba para con los demás. Se manifiesta en la obra de misericordia de enterrar a los muertos aunque su vida se viera en peligro. Pero él confiaba en el Señor.
Sin embargo su vida se ve turbada por una ceguera grande en sus ojos. En su pobreza y necesidad, ser ciego era sinónimo de ser pobre porque no podía ejercer ningún trabajo con el que ganarse la vida, sigue poniendo su esperanza en el Señor. Sentirá los reproches de su mujer, la lástima pero también los comentarios y murmuraciones de las gentes. El se mantenía firme e ‘imperturbable en el temor del Señor, dándole gracias todos los días de su vida’. Respondía a lo que le decían expresando su esperanza porque, les decía, ‘somos descendientes de un pueblo santo y esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe’.
Es la oración que hoy escuchamos. Se siente pecador, se siente humillado y despreciado, pero sigue confiando en Dios. ‘Señor, tú eres justo, todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo. Tu, Señor, acuérdate de mi y mírame; no me castigues por mis pecados, mis errores…’ suplica al Señor. Desea morir pero pone su vida en las manos del Señor y el Señor lo escucha, que es lo que escucharemos en los próximos días. ‘El Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y envió a Rafael para curarlos’, haciendo referencia también a Sara, la que sería la esposa de su hijo Tobías.
Es la oración llena de esperanza que nosotros también hemos de hacer. Nuestra vida se ve perturbada por muchas cosas, problemas, sufrimientos, abandonos, soledades, incomprensiones, descalificaciones y desprecios que podamos sufrir de los demás, pero nuestra esperanza la hemos de tener puesta en el Señor, manteniéndonos en el camino recto, haciendo el bien, actuando con misericordia siempre para con los demás y en la esperanza de la vida eterna.
Sepamos descubrir la presencia de ese ángel del Señor que Dios nos envía y pone a nuestro lado para ayudarnos a caminar por ese camino recto de bondad y de justicia. No busquemos señales extraordinarias, sino en quienes están a nuestro lado el Señor puede dejarnos las señales de su presencia.
Recordamos siempre que la ternura y la misericordia del Señor son eternas y no nos sentiremos defraudados en nuestra fe y en nuestra esperanza.



martes, 2 de junio de 2015

Desde nuestro compromiso de creyentes ponemos los fundamentos de una sociedad más humana y más justa

Desde nuestro compromiso de creyentes ponemos los fundamentos de una sociedad más humana y más justa

Tobías 2,9-14; Sal 111; Marcos 12,13-17
¿Está reñida nuestra fe en Dios con el cumplimiento de nuestras obligaciones cívicas en medio de la sociedad en la que vivimos? Podría ser quizá la pregunta que nos surja en nuestro interior al escuchar los planteamientos que le hacen los herodianos a Jesús, tal como escuchamos hoy en el evangelio.
Sabido es que con la pregunta capciosa que le hacían a Jesús pretendían ver en que podían cazarlo para tener de qué acusarlo. No podemos olvidar que cuando acuden a Pilatos buscando la sentencia de muerte para Jesús lo acusan de querer hacerse rey, y en consecuencia que Jesús pretendía subvertir el orden establecido. En la época de Jesús bien sabemos la situación que vivían los judíos sometidos a Roma y cómo había movimientos como los zelotas o los herodianos que se oponían de la forma que fuera a esa situación y en cierto modo había como una guerra de guerrillas en contra de los romanos. Pretenden quizá mezclar a Jesús en esos asuntos y bien vemos cómo Jesús no se deja cazar.
Pero en el fondo para nuestra reflexión sigue estando la pregunta que nos hacíamos al principio. Hoy Jesús responde que dar al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, fijándose en la moneda al uso entonces con la inscripción de la figura del César. ¿Dónde están nuestras obligaciones cívicas y qué lugar ha de ocupar en todo ello nuestra fe, nuestra relación con Dios? o podíamos hacernos la pregunta al revés, ¿dónde está nuestra fe en Dios y que lugar han de ocupar en todo ello nuestros deberes para con la sociedad en la que vivimos?
Como creyentes con una fe auténtica y bien fundamentada sabemos que Dios ha de ser, es cierto, el centro y el sentido de toda nuestra vida. En El encontramos la razón de ser de nuestra existencia y desde su luz encontramos el sentido de todo lo que hacemos y vivimos. Y vivimos en un mundo concreto, insertos en una sociedad, porque no somos unos individuos aislados, sino que hemos de tener bien claro ese sentido social de nuestra existencia que nos hace vivir en medio de los demás y con los demás. Y juntos construimos ese mundo en el que vivimos queriendo hacerlo cada día mejor, donde todos vivamos dignamente y donde también cada día podamos ser más felices.
Ahí están, tienen que estar, nuestras luchas y nuestros compromisos. Y desde el sentido de vida que tenemos queremos poner los fundamentos de ese mundo y de esa sociedad. Y aportamos nuestros valores, y actuamos movidos desde nuestros principios que además van a dar mayor humanidad a nuestro mundo y nos ayudan a trabajar más comprometidamente por el bien y la justicia.
Y ahí tenemos que decir entonces nos encontramos con nuestra fe en el Dios que da sentido a nuestra vida y nos plantea un estilo y un sentido de vivir. Y desde ahí no solo encontramos la fuerza para esa lucha y esos compromisos sino que viene a iluminar nuestra manera de actuar. No es ajena entonces nuestra fe a nuestros deberes cívicos. Es más ahí tenemos que manifestarnos con respeto, pero también valientemente con nuestra fe que también puede iluminar a los demás. No podemos ocultar nuestra fe. No podemos ocultar lo que es el sentido profundo de nuestra vida. 

lunes, 1 de junio de 2015

Cuántas veces en la vida rehuimos a quien sabemos nos va a decir la verdad y damos la vuelta mirando hacia otro lado

Cuántas veces en la vida rehuimos a quien sabemos nos va a decir la verdad y damos la vuelta mirando hacia otro lado

Tobías 1,3;2,1b-8; Sal 111; Marcos 12,1-12
Veían que la parábola iba por ellos, pero temieron a la gente y dejándolo allí se marcharon’. Entendieron lo que Jesús les decía, pero eso no significaba que lo iban a aceptar y recibirlo como una palabra de salvación para ellos. ‘Querían echarle mano… temieron a la gente… dejándolo se marcharon’.
Cuanto nos dice esto. Es cierto que en aquel momento Jesús pronunció aquella parábola haciendo una referencia muy concreta y específica por aquellos sumos sacerdotes, letrados y fariseos que allí estaban escuchándole. La parábola de la viña tan cuidadosamente preparada por su propietario es todo un resumen de lo que había sido la historia de la salvación para aquel pueblo, que ahora llegando el Hijo de Dios le rechazaban; fuera de Jerusalén habría de morir Jesús también, pero no le íbamos a arrebatar la herencia, sino que El quería hacernos sus coherederos.
Pero nosotros hoy tenemos que escuchar esta Palabra como dicha en concreto a nosotros. También tenemos que decir que la parábola va por nosotros. Y también nosotros en realidad muchas veces nos hacemos oídos sordos a la Palabra que el Señor nos dirige; nos damos cuenta que está diciéndola por nosotros pero miramos para otra parte; tenemos la tentación de la rebeldía ante lo que nos dice o nos pide el Señor, o también nos sentimos tentados por nuestras cobardías, porque sabiendo lo que tenemos que hacer no lo hacemos; como decíamos, miramos hacia otra parte, nos hacemos sordos, decimos que no va por nosotros sino que esto le valdría bien a los que nos rodean.
Cuantas veces en la vida rehuimos a aquel que sabemos que nos va a decir la verdad, que nos va a hablar claramente; cuando veces no queremos ponernos a tiro y buscamos disculpas para irnos por aquí o por allá, con tal de no escuchar aquello que en fondo sabemos que no nos conviene. Pero somos cobardes, no damos el paso hacia adelante en eso que tenemos que mejorar en la vida o en aquello a lo que tenemos que comprometernos.
Ahí tenemos la viña del Señor puesta en nuestras manos y ¿qué hacemos? ¿Damos frutos? Es nuestra vida con tantas cosas buenos que hemos recibido; son esos dones de Dios, esos talentos, esos valores que Dios ha sembrado en nosotros, en nuestras cualidades, en eso para lo que estamos capacitados, pero que sin embargo tantas veces enterramos el talento.
Y al final nos damos cuenta que tenemos las manos vacías, que no tenemos nada que presentarle al Señor porque hemos ido dejando pasar la vida de una forma insulsa, sin compromiso, sin desarrollar esas cualidades, sin hacer esas cosas buenas que estaba en nuestras manos poder realizarlas.
Que también nos demos cuenta que el Señor habla por nosotros, para nosotros; y el Señor se vale de muchas cosas y muchas personas a nuestro lado para hacernos llegar su mensaje de salvación. No nos hagamos oídos sordos.

domingo, 31 de mayo de 2015

Nos sumergimos en el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para inundarnos de su mismo amor y comunión

Nos sumergimos en el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para inundarnos de su mismo amor y comunión

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40; Sal. 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20
Cuando terminamos el ciclo de todas las grandes fiestas litúrgicas hoy la Iglesia nos invita a decir, a gritar, a proclamar con todo el ser de nuestra vida, ¡Gloria! Sí, gloria a Dios que nos ha revelado el misterio de su ser, que nos ha manifestado su amor, que nos ha inundado con su gracia, que en su amor nos ha enviado a su Hijo para ser nuestra salvación, que nos regala la fuerza de su Espíritu para que en su Hijo seamos hijos. Sí, ¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Es lo que hemos venido celebrando desde la Navidad a la que nos preparábamos con el espíritu del Adviento; es lo que hemos celebrado en la Pascua haciendo el camino purificador de la Cuaresma; es lo que se ha ido prolongando a través de todo el tiempo pascual hasta que celebramos el don del Espíritu en el pasado domingo de Pentecostés.
Pero todo eso no ha sido sino revelarnos ese amor de comunión que hay en Dios, en sus tres divinas personas, para que vivamos en El, para que vivamos en esa misma comunión, en ese mismo amor, viviendo la misma vida de Dios.
Hoy en el final del evangelio de san Mateo hemos escuchado el mandato de Jesús de ir por el mundo ‘haciendo discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado’.
¿Qué significan estas palabras de Jesús, este mandato de Jesús? No es simplemente a hacer un rito para el que se nos dan unos signos y se nos señalan unas palabras que hemos de decir. Comienza diciéndonos que hagamos discípulos de todas las gentes; como lo había hecho Jesús con ellos. ¿Qué es el discípulo sino el que vive lo mismo que vive su maestro? El discípulo no es solo el que aprende algunas cosas de su maestro; discípulo es el que sigue el mismo camino, vive la misma vida.
Es lo que está pidiendo Jesús, hacer discípulos para vivir la misma vida de Jesús, que es vivir la misma vida de amor y de comunión que hay en Dios. ¿No nos había dicho Jesús que El y el Padre eran uno y quien le veía a El veía al Padre? ¿No nos había dicho Jesús que si le amábamos y cumplíamos sus mandamientos El habitaría en nosotros y nosotros en El?
Nos dice Jesús que nos hagamos discípulos para sumergirnos en Dios, para vivir en Dios en su misma vida que es vivir en su mismo amor y comunión y Dios viva en nosotros. Es lo que nos está diciendo con sus palabras, ‘bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’.
¿Qué significa eso? Bautizar no es simplemente echar agua por encima; bautizar es sumergirse en el agua - hemos simplificado demasiado el rito del agua y del bautismo haciendo que en cierto modo se diluya su sentido - . Nos bautizamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que es sumergirnos en Dios, empaparnos de Dios llenándonos e inundándonos de Dios, viviendo, repito, su misma vida y su mismo amor; viviendo en nosotros también esa comunión de amor que existe en Dios.
Llenos así e inundados de Dios y de su amor y su vida, nos sentimos amados de Dios como hijos. Aquello que nos decía san Juan ‘mirad que amor nos tiene el Padre que nos llama hijos de Dios, pues ¡lo somos!’. Lo que hoy nos está diciendo san Pablo, ‘los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios esos son hijos de Dios. Habéis recibido… un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)’.
Claro que tenemos que decir ¡Gloria! El misterio de Dios que hoy contemplamos y celebramos no lo vemos como a distancia y lejano a nosotros, sino que tenemos que estarlo sintiendo y experimentando en nuestra propia vida con todas sus consecuencias. Quienes confesamos nuestra fe en Dios, en el misterio admirable y maravilloso de Dios, ya nos tenemos que sentir de otra manera, nuestra vida tiene que ser distinta, tener otros parámetros, otra manera de vivir y de actuar.
Y es que estamos sintiendo un Dios cercano, tan cercano que llena nuestra propia vida. Si Moisés en el Deuteronomio les hacía reflexionar para que consideraran lo que era la grandeza de su fe en un Dios cercano, un Dios que estaba con ellos caminando en su misma historia y eso tendría que hacerles caminar en una fidelidad mayor, cuánto más nosotros cuando descubrimos todo este misterio de amor y de comunión que nos revela Jesús, del que nos podemos llenar en su Espíritu.
¿Por qué nos dice Jesús que su único mandamiento es el amor? Porque no tenemos que hacer otra cosa que vivir en ese mismo amor de Dios, que se hace comunión, que abre nuestro corazón y nuestra vida a los demás, que nos hace caminar juntos de una manera nueva, que nos lleva a que por nuestra comunión de hermanos revelemos al mundo la maravilla de la comunión de amor que es Dios. ‘Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado, os he manifestado’, que nos decía Jesús.
Y tenemos la certeza de estará con nosotros todos los días hasta la consumación del mundo. Así habita Dios en nuestros corazones inundándonos de su amor.