sábado, 9 de mayo de 2015

Un camino de cruz y de pascua que hemos de aprender a recorrer con tantos cristianos que sufren hoy persecución por el nombre de Jesús

Un camino de cruz y de pascua que hemos de aprender a recorrer con tantos cristianos que sufren hoy persecución por el nombre de Jesús

Hechos,  16, 1-10; Sal 99; Juan 15, 18-21
‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros’. Estas palabras de Jesús que hoy escuchamos en el evangelio vienen a iluminar situaciones por los que personalmente podemos pasar en muchas ocasiones, pero también situaciones que viven muchos cristianos y por las que está pasando la Iglesia en muchos lugares.
Odios, rechazos, contratiempos, desaires son situaciones a las que tenemos que enfrentarnos en muchas ocasiones; quisiéramos vivir en un mundo en paz y nuestro empeño es ir transformando nuestro mundo según las medidas, los parámetros del Reino de Dios para que todos podamos convivir en paz, nos respetemos y amemos mutuamente a pesar de las diferencias que pudiera haber. Pero no siempre es fácil; no siempre lo conseguimos, y muchas veces tenemos que sufrir en nuestra carne situaciones así.
Eso en el ámbito humano de nuestras relaciones sociales donde muchas veces nos puede ser difícil la convivencia, pero también yendo a algo más concreto a la hora de manifestar nuestra fe, expresar nuestros principios cristianos y nuestros valores No siempre los que nos rodean, el mundo en el que vivimos, la sociedad en su conjunto nos entiende. Es más, nos encontraremos con una oposición muy enfrentada como si les molestase nuestra manera de vivir o nuestra manera de entender como hemos de construir nuestra sociedad.
Pero como nos dice Jesús hoy en el evangelio ‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros’. Y Jesús nos asegura que El será nuestra fuerza, que nos da su Espíritu para que con su gracia podamos vivir esas situaciones, para poner palabras en nuestros labios para lo que tengamos que decir. Es el camino del Maestro que nosotros hemos de seguir. Para Jesús se convirtió en Cruz y en Calvario, pero El supo hacer una ofrenda de amor en su camino de pascua, en su camino de pasión. ‘No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán’, nos sigue diciendo Jesús.
Es el camino de Cruz que es camino de Pascua, porque es camino de ofrenda de amor el que nosotros hemos de aprender a recorrer. Pensemos que ese sufrimiento por el que tenemos que pasar en situaciones así se puede, se tiene que convertir en semilla fecunda que germine nueva vida. Es la ofrenda de nosotros mismos que hemos de aprender a hacer. Y hacerlo con la alegría y la fuerza del Espíritu, aunque nos cueste, pero el Señor está con nosotros.
Como decíamos es la situación de tantos cristianos a lo largo del mundo que hoy, en este siglo XXI, están sufriendo persecución por la fe que tienen en Jesús. No son noticias que salten a la primera plana de los telediarios que aunque algunas veces se habla de esas muertes, sin embargo el hecho de que sean por ser cristianos muchas veces se difumina. El Papa, la Iglesia, nos está pidiendo que oremos por estos cristianos perseguidos y en nuestras diócesis y en nuestras parroquias en la semana entre la Ascensión y Pentecostés se van a elevar especiales oraciones al Señor en este sentido, pidiendo por los hermanos perseguidos. Que así se eleve hoy y siempre nuestra oración al Señor.

viernes, 8 de mayo de 2015

Entremos en la espiral del amor desde la amistad que el Señor nos ofrece y que nosotros estamos llamados a ofrecer a los demás.

Entremos en la espiral del amor desde la amistad que el Señor nos ofrece y que nosotros estamos llamados a ofrecer a los demás.

Hechos, 15,22-31; Sal 56; Juan 15, 12-17
‘A vosotros os llamo amigos… No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido…’ Consoladoras palabras de Jesús. Nos llama amigos. Nos está diciendo que somos sus amados. Una amistad incondicional, un amor incondicional que nos ofrece, que nos regala.
La amistad es algo que se nos ofrece, se nos regala. Podemos pensar en que vamos a conquistar la amistad de alguien; pero hemos de reconocer que no se trata de conquista sino de regalo. Tampoco podemos pensar en una exigencia que le hacemos al otro. Simplemente tú ofreces. Quieres la amistad, regala amor, regala amistad, haz esa ofrenda de ti mismo, de tu yo, comparte con el otro ese amor que llevas dentro con todo lo que eres tú. Así haces amistad, porque te das, porque ofreces algo de ti. Cuando hay luego correspondencia se crea luego ese hermoso vínculo de una amistad mutua con toda la dicha que nos traerá en consecuencia.
Es lo que Jesús nos está ofreciendo, de lo que nos está hablando hoy en el evangelio. Nos llama amigos, porque nos ha descubierto los secretos más íntimos de su ser, porque nos ha descubierto lo que es el amor del Padre y así nos ama El también. Quiere Jesús establecer una nueva relación entre los hombres y Dios, entre nosotros y Dios; pero es Dios el que da el primer paso, porque nos ofrece su amor, su amistad. ‘Soy yo quien os he elegido…’ nos dice.
Y cuando nosotros descubrimos cómo somos amados de Dios, porque nos llama amigos, no nos llama siervos, estamos invitados a corresponder. Y nuestra correspondencia es el amor, pero un amor que ofrecemos también a los demás. Es como seguir una cadena. Dios nos ofrece su amor y nosotros tenemos que ofrecer ese amor que llena nuestro corazón a los demás. Por eso nos dice que lo que quiere es que nos amemos los unos a los otros. Así correspondemos a su amistad, así entramos en la orbita de su amor y amistad. Es su voluntad, su mandamiento, nos dice, y así expresaremos esa nueva amistad que nace en nuestro corazón.
Esa ha de ser nuestra correspondencia. ‘Os he destinado para que vayáis y deis fruto’, nos dice, ‘y vuestro fruto dure’. Los frutos son la dicha de esa amistad que nosotros también ofrecemos e iremos compartiendo con los demás. Los frutos son esa órbita nueva en la que entramos y en la que queremos hacer entrar a nuestro mundo contagiándolo de amor y de amistad. ‘La civilización del amor’ que nos decía San Juan Pablo II. La espiral del amor que tenemos que ir creando para romper toda espiral de mal, de egoísmo, de violencia que tantos van creando a nuestro alrededor. Contraponemos nosotros la espiral de la amistad, la espiral del amor.
Entremos, pues, en esa espiral del amor desde la amistad que el Señor nos ofrece y que nosotros estamos llamados a ofrecer a los demás.

jueves, 7 de mayo de 2015

Quien se siente amado de Dios llena su corazón de inmensa alegría y se convierte en misionero del amor.

Quien se siente amado de Dios llena su corazón de inmensa alegría y se convierte en misionero del amor

Hechos de los apóstoles 15, 7-21; Sal 95; Juan 15, 9-11
‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’. Son las palabras finales que le escuchamos a Jesús en este evangelio de hoy. Y es que quien se siente amado y amado de verdad tiene todas las papeletas para ser la persona más feliz del mundo. Es por lo que tantas veces hemos escuchado que un cristiano triste es un triste cristiano, porque no ha terminado de comprender ni de vivir lo que es la esencia del Señor cristiano que es sentirnos amados de Dios.
Y es que el amor es multiplicador de si mismo y de alegría para cuantos se sienten amados y comienzan a amar así a los demás. Quien se siente amado no puede hacer otra cosa que amar, repartir eso que lleva dentro y de lo que quiere hacer partícipe a los demás. Un amor egoísta que se encierra en si mismo no es amor. Por eso el cristiano, siempre con alegría, con mucha alegría va repartiendo amor allá por donde va, va repartiendo alegría porque va ayudando a ser más felices a los demás.
Todo arranca del amor de Dios que mana de sí mismo, de su más intima esencia y a través de Jesús nos llega a nosotros y por nosotros ha de llegar a todos. Tenemos que ser misioneros del amor. Ahora el Papa Francisco nos ha dicho que quiere enviar misioneros de la misericordia por todo el mundo con motivo del año jubilar de la misericordia, pero es que eso es lo que tendríamos que estar haciendo siempre los cristianos, ser misioneros del amor, ser misioneros de la misericordia. Quien se siente amado de Dios llena su corazón de inmensa alegría y se convierte en misionero del amor. Y tenemos tantas oportunidades de hacerlo.
Hoy nos decía Jesús: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’. El Padre ama a Jesús y Jesús nos ama a nosotros. Y nos ama con el amor del Padre. Y en ese amor hemos de permanecer nosotros. Y nos dice Jesús que guardemos sus mandamientos. Su mandamiento es el del amor.
Quizá la palabra mandamiento nos pudiera sonar a imposición y las cosas impuestas que se convierten en obligatorias parece que nos cuestan más por eso de la imposición y nos podríamos sentir tentados a rechazarlas. Son los caminos de nuestros orgullos que tanto daño nos hacen y que nos impiden comprender lo más verdadero. Y es que todo es cuestión de amor, de sentirnos amados y de sentirnos impulsados a ese amor.
Cuando tiernamente nos sentimos amados de alguien pareciera que su más mínimo deseo es para nosotros como una orden porque dichosos en ese amor queremos en todo complacer al amado. Entendamos así lo que Jesús nos está diciendo de cumplir sus mandamientos, no es otra cosa que esa respuesta amorosa a tanto amor como recibimos de Dios. No son para nosotros una imposición a la que nos resistimos, sino una respuesta de amor al amor que sentimos.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Permanecer unidos a Cristo para vivir su vida divina nos ha de transformar hasta resplandecer de santidad

Permanecer unidos a Cristo para vivir su vida divina nos ha de transformar hasta resplandecer de santidad

Hechos, 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8
‘Corno el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí…  el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’. Volvemos a escuchar estas palabras de Jesús que ya se nos proclamaban en la liturgia del pasado quinto domingo de Pascua. Es muy conveniente que insistamos. No podemos olvidar esa necesidad de estar unidos a Cristo.
¿Qué significa ese permanecer en Cristo? Nos lo explica Jesús con esta imagen de la vid y de los sarmientos. Es necesario que corra la savia, una misma savia, por toda la planta. Si no fuera así ni viviría la planta no podemos obtener los frutos que de ella esperamos. Permanecer en Cristo y que Cristo permanezca en nosotros, nos dice el evangelio. Desde que nos unimos a El por la fe y el Bautismo una nueva vida hay en nosotros. Es la vida divina, que llamamos gracia en virtud de que es un regalo del amor de Dios. Llenarnos de esa vida divina es llenarnos del amor de Dios, en sentir en nosotros, es vivir en nosotros ese amor que nos da vida y con el que necesariamente tenemos también que dar vida. Es vivir a Dios en nosotros para que nosotros al mismo tiempo vivamos en Dios.
¿Seremos en verdad conscientes de todo lo que eso significa? San Pablo llegaba a decir que ya no vivía él, sino que era Cristo el que vivía en él. Vivir esa vida divina no es cualquier cosa. Vivir ese amor de Dios tiene que transformarnos totalmente. Ya no somos los mismos; algo distinto hay en nosotros que nos hará en consecuencia actuar de otra manera, vivir lo que es la vida de cada día de otra manera; hay otro sentido, hay otra fuerza, hay otro vivir.
Se tendrá así que manifestar la santidad de nuestra vida. Llenos de Dios, de la vida de Dios, tenemos que resplandecer de divinidad, tenemos que resplandecer de amor, tenemos que resplandecer de santidad. Cuando Moisés bajaba del monte de la presencia de Dios su rostro resplandecía, tanto que se lo cubría con un velo porque dañaba los ojos de los que le miraban. ¿No tendría que ser así como nosotros resplandezcamos? ¿No tendría que brillar así nuestra vida con nuestra santidad?
¿Acaso nos podrá estar sucediendo que no estamos viviendo con toda la intensidad necesaria nuestra unión con Cristo y por eso no resplandecemos de santidad? ¿No tendríamos que revisar nuestra oración, nuestra vivencia sacramental, todo eso que tendríamos que realizar para vivir esa unión con Cristo?
Pensemos también que a través de nosotros ha de llegar esa vida divina a cuantos nos rodean. Quizá por nuestra mediocridad espiritual no somos buenos canales de gracia para los demás. Es algo serio para pensar y para buscar la forma de vivir cada vez más y más unidos a Cristo. 

martes, 5 de mayo de 2015

Necesitamos escuchar las palabras de Jesús para no perder nunca la paz en el corazón aunque muchas sean las noches oscuras

Necesitamos escuchar las palabras de Jesús para no perder nunca la paz en el corazón aunque muchas sean las noches oscuras

Hechos, 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a
‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde’, les decía Jesús a los discípulos en la última cena. Aunque ellos no eran totalmente conscientes de todo el misterio de dolor y de pasión que se avecinaba tenían el presentimiento por las palabras de Jesús y lo que se palpaba que algo grande iba a suceder. Jesús sí sabía que aquellos momentos iban a ser una crisis muy fuerte en la fe de sus discípulos, ya que incluso les anunciaría con palabras profeta, ‘heriré al pastor y se dispersarán las ovejas'. Ahora Jesús les dice que no se acobarden, que no pierdan la paz en sus corazones, que todo tiene que suceder, pero que en el misterio de Dios con ello llegaba la salvación.
Muchas veces en la vida necesitamos escuchar estas palabras de Jesús, sentir esa presencia que El quiere regalarnos aunque no le veamos con los ojos o tengamos que pasar por valles oscuros. Nada hemos de temer porque El, como Buen Pastor, aunque algunas veces estemos demasiado ciegos en nuestras preocupaciones y problemas, está a nuestro lado, nos regala con su gracia, nos hace sentir su fuerza.
Que no perdamos la paz, su paz, la paz que El nos regala, la paz que podemos sentir cuando tenemos la seguridad y la certeza de que El está ahí y nos prepara su mesa y nos ofrece el agua viva de su gracia. ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo’. Así nos dice Jesús. Así tenemos asegurada su paz. No es una paz cualquiera; no es una paz como la que nos puede dar el mundo, solo como ausencia de guerras o como en otras ocasiones se nos ofrece con sucedáneos que realmente no nos darán nunca la paz el corazón.
Esa paz de Jesús en medio de esas ‘guerras’, de esas luchas que tengamos que mantener en medio de nuestros problemas que no nos faltarán, esa paz de Jesús, digo, nos hará mirar las cosas, los problemas, los momentos oscuros con otra mirada, con otro sentido, con otro valor. No podemos perder esa paz en el corazón por muy difíciles que sean los momentos que estemos pasando o duras las decisiones que hayamos de tomar.
Es difícil, nos cuesta, pareciera que se nos hace imposible en ocasiones. Pero tengamos la seguridad de que Dios está con nosotros. Mantengámonos en su amor y en su gracia. Sepamos acudir a El con confianza, con humildad, con amor. Que no nos falte nunca nuestra unión con El; por su parte, la tenemos asegurada porque su palabra es fiel; somos nosotros los que hemos de saber responder a las llamadas que el Señor nos hace, a las riadas de regalos de gracia con que continuamente nos está mostrando su amor.

lunes, 4 de mayo de 2015

Llenos del amor de Dios que habita en nosotros seamos capaces de ver sus maravillas para que todos den gloria al Señor

Llenos del amor de Dios que habita en nosotros seamos capaces de ver sus maravillas para que todos den gloria al Señor

Hechos,  14,15-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
‘No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria’, decimos con el salmo como aclamación y respuesta a lo que nos narraba el libro de los Hechos de los Apóstoles. No es nuestra gloria lo que hemos de buscar sino siempre la gloria del Señor. No es atribuirnos las cosas buenas que podamos hacer, sino ver y hacer descubrir a los demás las obras del Señor que quizá a través nuestro también quiera realizar maravillas.
Es de lo que nos habla el libro de los Hechos hoy. Bernabé y Pablo están en su primer viaje misionero y en Listra por su fe en Jesús realizan el milagro de curar a un hombre lisiado y cojo de nacimiento. La reacción de las gentes es creer que ellos son dioses en apariencia humana por lo que quieren incluso ofrecerles sacrificios. Con gran dificultad logran convencerles de que no son sino hombres y si han realizado aquellas maravillas es por la fe en Jesús, por la acción de Dios.
Es en lo que tenemos que pensar porque es una tentación fácil que nos aparece allá en lo secreto del corazón y se puede manifestar también en actitudes y posturas. Es el orgullo que se nos puede meter por dentro por las cosas buenas que podamos hacer y que lo echa todo a perder. Es la búsqueda de la alabanza y el reconocimiento que siempre puede estar rondando en nuestro corazón. O puede ser incluso luego las actitudes de prepotencia con que nos podamos presentar ante los demás.
Nos sucede a todos. Sucede también en nuestra Iglesia; actitudes avasalladoras, posturas prepotentes, orgullo de sabérnoslo todo y de tener el poder, manipulación de los demás muchas cosas así pueden aparecer; creernos dioses y hasta en la apariencia de nuestros gestos, de nuestra manera de comportarnos es algo que nos puede suceder; y digo también en nuestro ámbito eclesial. Qué necesaria es la humildad y con humildad presentarnos a los demás no como quien se las sabe todas sino como el hermano que va a servir.
Es una pobreza espiritual en la que podemos caer; una tentación y una pendiente fácil por la que rodar y que puede ir creciendo y creciendo en velocidad. Tenemos que despojarnos de esos ropajes para mostrarnos con humildad ante los demás aunque tengamos un servicio o un ministerio que realizar. El Papa Francisco nos está dando mucho ejemplo de ello.
En el evangelio que hemos escuchado hoy se nos señalan caminos para ese crecimiento de nuestra espiritualidad que no es otra cosa que llenarnos más y más de Dios. Es llenarnos de amor de Dios y amar con ese mismo amor. Cuando entramos en esa órbita del amor vemos cómo crece más y más si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.
Hoy nos decía Jesús que si le amamos, cumplimos sus mandamientos; pero cuando le amamos así Dios nos amará aún más, tanto que se nos da de tal manera que quiere habitar en nosotros, en nuestro corazón. ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’.
Vivamos en su amor y caminaremos por caminos de humildad para reconocer siempre la obra de Dios y cantar la gloria del Señor.

domingo, 3 de mayo de 2015

Una fe profunda y probada con verdadero sentido de comunión que nos lleve a dar frutos de auténtica vida en Jesús

Una fe profunda y probada con verdadero sentido de comunión que nos lleve a dar frutos de auténtica vida en Jesús

Hechos, 9, 26-31; Sal. 21; 1Juan 3, 18-24; Juan 15, 1-8
Una bella imagen cargada de rico simbolismo la que se nos ofrece hoy en el evangelio que quiere expresar por una parte toda la profundidad con que hemos de vivir nuestra fe como una relación profunda con Dios y al mismo tiempo esa riqueza de comunión con que hemos de vivirla unidos también a los demás que nos ha de hacer dar verdaderos frutos de amor.
Se nos habla de la vid, de la cepa, de los sarmientos, de la poda y finalmente de los frutos. ‘Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador’, nos dice Jesús. Pero los sarmientos no pueden estar desgajados sino profundamente unidos a la cepa. Es la misma savia la que ha de recorrer la planta entera para que pueda tener vida; si desgajamos los sarmientos de la cepa no podrá tener vida, porque la savia ya no podrá llegar hasta cada una de sus ramas. Por eso nos dirá Jesús: ‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él; ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’. No podremos tener vida, no podremos dar fruto.
Cuantas veces vivimos nuestra fe de una manera insulsa y rutinaria. Decimos que tenemos fe pero no la cuidamos, no la alimentamos. Decimos que tenemos fe pero no mantenemos nuestra unión con Dios por la oración, por la escucha de la Palabra, por la gracia de los sacramentos. Y vamos viviendo como cristianos como arrastrándonos, simplemente dejándonos llevar, dejándonos confundir por cualquiera que llegue a nuestro lado diciéndonos cualquier cosa que atente contra esa fe. Y no sabemos dar razón de nuestra fe; no somos capaces de manifestarnos como verdaderos creyentes en medio de los que nos rodean; nos dejamos impregnar por el mal que nos rodea y nos dejamos arrastrar por cualquier pasión o por cualquier tentación. No vivimos unidos al Señor. ‘Sin mi no podéis hacer nada’, que nos dice Jesús.
Nos habla también de la poda. ¿En qué consiste la poda de nuestros árboles o de nuestras plantas? Quitar aquello que no vale, que nos impide dar buenos y sabrosos frutos, que pueden dañar la planta y hacerla perecer. Lo vemos fácilmente en nuestros campos o en nuestros jardines; plantas o árboles que se han llenado de ramas, pero a la hora de florecer y hacer cuajar el fruto no saldrá nada que pueda valernos o muchos de esos frutos se dañarán y se echarán a perder; no llegarán a dar buen fruto. Nos sucede en nuestra vida, desde las tentaciones como decíamos antes que nos acechan, o desde ese montón incluso de cosas que queremos hacer pero que no tienen consistencia, no llegan a producir un fruto espiritual ni en nosotros ni en aquellos que están a nuestro lado, porque quizá lo vivimos con una excesiva superficialidad y sin verdadero contenido espiritual. Hemos de cuidarnos de ese activismo en que podemos caer en la vida queriendo hacer muchas cosas pero sin una profunda espiritualidad que le dé hondura a lo que hacemos.
La poda es dolorosa, porque será cortar y arrancar aquello que tenemos pegado y no nos sirve o nos puede dañar. ‘A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto’, nos decía Jesús en el evangelio. Lo necesitamos hacer en ese camino de purificación interior, de purificación espiritual que hemos de hacer de nuestra vida. Pero quizá habrá ocasiones en que los problemas que nos aparecen en la vida nos hacen crisis en nosotros. Veámoslos también como un camino de poda, de purificación interior, porque si en esos momentos duros - una enfermedad u otros problemas personales o incluso a nivel social que vivamos - somos capaces de mantenernos unidos al Señor, y dejándonos iluminar por su palabra revisamos nuestra vida, intentamos darle profundidad, o buscamos la manera de darle un sentido a lo que nos sucede, a la larga puede ser un hermoso camino de transformación espiritual, de un cambio y de un nuevo camino hacia la santidad que podamos emprender.
Pero hay otro aspecto que también necesitamos considerar. Esa vid con sus sarmientos forma una única planta, porque todo el conjunto de sus ramos y sarmientos están como unidos entre sí y unidos a la cepa. Es el sentido comunitario y eclesial que ha de tener siempre nuestra fe y nuestra vida cristiana. San Pablo nos hablará del Cuerpo Místico en que Cristo es la cabeza y todos nosotros somos sus miembros, pero que hemos de estar unidos formando un solo y mismo cuerpo. Un aspecto, el sentido eclesial de nuestra fe y nuestra vida cristiana, que es de suma importancia. Nos sentimos iglesia, cuerpo de Cristo, nos sentimos en comunión los unos con los otros y por ese misterio de la comunión de los santos lo que vamos haciendo cada uno va repercutiendo al mismo tiempo en los demás, es riqueza para todo el cuerpo eclesial. El fruto no es solo mío y para mí, sino que queriendo en verdad dar gloria al Señor con cuanto hacemos, estamos enriqueciendo el cuerpo entero de la Iglesia. Hay una repercusión de comunión muy profunda entre todos los que creemos en Jesús.
Como terminaba diciéndonos Jesús, con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos’. Así estaremos manifestando en verdad toda la riqueza de gracia que es nuestra fe y nos estaremos manifestando con auténticos frutos de justicia y de amor. Todo siempre para la gloria del Señor.